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Primeros Auxilios V


Eliot Akil
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El ambiente de batalla estaba aturdiendo a todos los que tenían los pies puestos sobre aquel terreno, era abrumador el cómo avanzaba la cantidad de personas afectadas por las diferencias de ideales. Mujeres jóvenes y apuestas yacían en la tierra sin vida, con los ojos quietos y sin luz; hombres con vidas por delante y familias en espera de su llegada, estaban pasmados con la cara puesta en el piso, o mirando la infinidad del cielo sin estar ya en su cuerpo.

 

Lo que quizá había comenzado como una redada o asalto común, se había transformado en un campo aterrador para los ojos de cualquier mortal. Sin embargo, para Eliot era poesía pura, satisfacción de la mejor y alta calidad, estupefacientes adictivos de los cuales hacía mucho no tenía una dosis adecuada, eso significaba para el Black Lestrange todas y cada una de las escenas, las cuales observaba desde una lejanía prudencial mientras su cabello ondeaba con las ráfagas repentinas de tempestad.

 

Sus alumnos habían ido a efectuar lo encomendado, y a pesar del frenesí en el que estaba sumergido en aquellos instantes, se percataba de los detalles en el actuar de cada uno de ellos. Sabía que su obrar delataría las inclinaciones que éstos tenían, y eso era aún mejor para él, pues a pesar de ser meras suposiciones sus instintos raramente se confundían. Claro, no podría decir nada por estar metido en esa atmosfera académica que se lo prohibía, para protección de su propio pellejo y el de los demás, los cuales le importaban demasiado poco.

 

Esperó unos minutos más, examinando cada cosa que acontecía, no quería interrumpir de bruces todo el show por lo cual aguardó con calma.

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— No hace falta que me cures, largo de aquí, déjame en paz. —esas fueron las primeras palabras que salieron de mi boca, tras a penas la llegada de aquella mujer. — Ayuda de alguien como tú es lo último que necesitaría mientras viva. —dije en tono muy pausado, sabía con firmeza lo que decía pues conocía a mi curandera de alguna parte, yo tenía el sentido de la deducción muy agudo aun estando en esa situación.

 

No me podía mover a pesar de mis esfuerzos. De tener un grado de energía más en mi cuerpo hubiera por lo menos pataleado ante los roces de la mortífago con mi piel. Repulsión era un sentimiento que recorría mi cuerpo a gran velocidad, y el único impulso de movimiento logrado fue un escupitajo débil que apenas alcanzó a chispear sus mejillas. — ¡Largo! —repetí como pude.

 

Los esfuerzos por echar de mi lado a la figura que intentaba curarme eran inútiles, sabía exactamente a lo que me tendría que atener, pues el aura de oscuridad a su alrededor era muy evidente. Pinchaba mi piel con furia, dejando mal cocido cada pedazo de carne que colgaba, aumentando el dolor que antes ya parecía ser suficiente. ¿Cómo era capaz alguien de semejante cosa? No lo sabía.

 

Batallé con mi estadía en este mundo por medio minuto más, esperando que mi sentimiento de venganza fuera fuerte, tanto como para que en el futuro lograra vengarme de lo que ahora hacían con mi indefenso cuerpo. Pero no lo conseguí, el dolor y el desangre pudieron conmigo, y tras un suspiro profundo y cansino abandoné mi templo.

 

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— ¡Apártate de mí! —grité con furia, pues no quería que ninguna persona se me acercara, no iba a ser posible que terceros me vieran en mis condiciones, a mí que era uno de los guerreros de la marca tenebrosa con más facilidad para el asesinato, y sobre todo para evadir situaciones en las que mi vida se viera amenazada.

 

Mi vista empezó a nublarse poco a poco, dejando que la figura masculina sólo pareciera una sombra a contra luz, no me había entrado agua en los ojos, pero parecía que el efecto era el mismo. De pronto sentí un retorcijón en mi estómago, algo andaba mal y como mero instinto bañé el piso con vómito fétido, producto de los estragos que mi cuerpo sentía, no tenía energía a pesar de estarlas buscando dentro de mí desesperadamente.

 

Caí de rodillas al piso, y el joven con aparente simpatía y benevolencia empezó a curarme con más facilidad, cosa que aborrecí en todo momento. Esa actitud tan despreciable sólo podría venir de la mano de un fenixiano o alguien que pudiera en el futuro formar parte de sus filas. Me retorcía en el suelo, creando una especie de lodo con mi propia sangre y la tierra en la que estaba tirado. Sin embargo, llegó un punto en el que no pude moverme más, y la impotencia se apoderó de mí.

 

— Date cuenta, iluso, que esto supondrá tu propia ruina más adelante. —pronuncié como pude, con rabia despilfarrada en grandes cantidades. — Si fuera tú, mejor acabaría con esto, anda, hazte un favor a ti mismo, muchacho. —finalicé antes de perder totalmente el conocimiento. Ya no sabía lo que decía, quizá en ese punto el subconsciente me traicionaba por completo. ¿Era posible acaso que quisiera morir?

 

|| @Juliens

 

Mis últimos movimientos carecían de puntería, el mortífago con el que batalla que estaba igual o peor que yo, se salvada de mis ataques por lo poco eficiente que era mi visión en ese momento. No quería que el temblar de mi rodilla fuera evidente, y me pusiera en desventaja, por lo que busqué enfoque dentro de mí con algún porcentaje de éxito.

 

Lancé un último rayo rojo a éste hombre y su arma de madera salió volando sin que pudiera evitarlo, eso justo antes de que apareciera entre nosotros una segunda figura masculina, con aspecto despistado y sin rumbo, pero a la vez con mucha malicia en la mirada, sabía que la situación se complicaría. ¿Qué hacía un mortífago en una batalla sin máscara y sin algún otro método de ocultación? Lo desconocía.

 

Miré la cara de quien parecía estar ayudando a mi contrincante e intenté atacarlo, pero fallé nuevamente, entorné mi vista en sus oscuros ojos y lo segundo que vi fue el color del cielo que estaba gris. No pude pensar en nada más por el momento, pues empecé a observar todo en tinieblas; al despertar mi pierna estaba hecha estragos. ¿Qué había ocurrido? Se sentía peor que antes y por sus venas un fuego ardiente parecía transitar: Estaba envenenada.

 

— Eres de la peor calaña que ha pisado este planeta, fingiendo ayudar a los demás cuando tu verdadero propósito es matarles como estos asquerosos enmascarados. —solté en un discurso que se perdía por la disfonía de mi voz, aunque a ciencia cierta no podría decir si lo dije o lo pensé solamente, estaba petrificada.

 

Lo que haría a continuación sería un acto de cobardía, pero era el último recurso que tenía bajo la manga por todo lo sucedido. Me haría la muerta para poder sobrevivir, el hombre no se percataba de examinar mis signos vitales, por lo cual iba a resultar fácil, el veneno sería eficiente pero esperaba que tardara lo suficiente como para poder librarse de todo aquello pasados algunos minutos.

 

«Despiadado, pero iluso» Pensé mientras mi cuerpo era trasladado a otro sitio del campo.

 

|| @@Monica Malfoy Haughton

 

¿Qué pasaba conmigo? Estaba dejando que una bestia transfigurada me ganara la partida. Mis fuerzas por lo general eran algo que me caracterizaban desde hacía muchos años, y ahora un remedo de animal estaba quitándome la vida a pedazos con cada mordida.

 

Maldije en mis adentros al enmascarado mortífago que lo había hecho, no había visto su cara pero averiguaría su paradero a como dé lugar, eso no iba a quedar impune, pues la venganza es algo que mueve mis venas desde que tengo memoria, ahora no sería diferente el caso.

 

Miré a un costado y una fémina más se acercaba, sentí vergüenza de que se me viera en tal situación, no pudiendo quitarme un morphos de encima, y aparte estar muriendo lento por la misma causa. — Ni te atrevas a interferir. —advertí de inmediato antes de que diera un paso más, pero mi voz se cortó en la última palabra. La mujer no hizo caso.

 

Mató con facilidad al felino y se jactaba de su maniobra. Yo, tirada en el piso no podía hacer más que desear que no se acercara a mí, pero eso fue inútil, pues fue lo primero que hizo. Me moví y retorcí para evitar el contacto, pues nunca se sabría si sería alguien de mi bando o del otro que intentaba hacer peor las cosas para mí.

 

Levanté la mano e intenté atacar, pero algo había cambiado y ya no podía pensar claramente. Era una mortífago, de eso ya no había duda, pues el hechizo de había usado era muy característico de su arsenal. Algunas lágrimas salieron de mis ojos, sobre todo por la impotencia que sentía de no poder defenderme, o evitar lo que sucedía.

 

Mis ojos llenos de lágrimas escuchaban la arrogancia que salía de la boca de quien me había curado, vaya a saber quién con qué propósito. Pero no podía aún meditarlo con precisión, no me podía mover a pesar de que me había corrido del sitio, esperaba que todo terminara y que se alejara por su cuenta, ya que yo tendría que esperar un segundo rescate por la imposibilidad de movimiento que tenía mi cuerpo.

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El momento de bajar había llegado por fin, y la ilusión en la vista del Eliot era desbordante de expectativas. Sabía lo que cada uno de sus alumnos había hecho, causándole gracia, simpatía, deseos de burla, y en algunos casos satisfacción en la parte de entretención. Pasó por cada uno de ellos y dio instrucciones para sus siguientes movimientos, su cuerpo aparecía y desaparecía cambiando de lugar, iba y venía de la posición en la que se ubicaba cada estudiante.

 

Hacía comentarios despectivos, como si las personas heridas fuesen nada más que ganado listo para el matadero. Pero su tono era tranquilo y de doble sentido, pudiéndose interpretar tanto de una forma como otra, y librándolo de posibles acusaciones.

 

Se refirió a Tauro y a Bastián haciéndoles saber que él conocía exactamente lo que había pasado, pero en un tono de advertencia que no se escuchaba del todo agradable, quizás los otros dos compañeros no entenderían de qué hablaban, pero ellos sí lo harían y sería mejor que se empezaran a preocupar por enmendar sus acciones.

 

— Pésimas suturas —dijo finalizando su corto discurso.

 

Apuntó su varita a las piernas de cada uno de ellos y con un movimiento ligero y sutil, abrió una línea carmesí en ellas. Sabría cómo reparar las heridas de manera que no quedara marca alguna, y así lo haría. No obstante, en ese momento quería ver que las cosas se hicieran bien y qué mejor forma de lograrlo que siendo el instrumento de experimentación sus propios cuerpos.

 

— Necesito que mejoren esa forma de cocer antes de avanzar en la clase, quiero que pongan cuidado en cada punto, y lo finalicen como debe ser. —su voz era autoritaria e imponente.

 

Ahora se dirigía a Elvis y a Mónica quienes habían practicado las tareas de la forma que debían haberlo hecho todos. Era aburrido, eso era lo que le parecía, pero no podía dejar de lado que el objetivo principal de la clase era enseñarles, aunque esto no le interesase en primera instancia.

 

— Muy bien muchachos, ustedes han hecho lo correcto. Ahora lleven los cuerpos al sitio en el que nos refugiamos al llegar y terminen de suministrar el auxilio, déjenlos lo más estables posibles, creo que deberán apoyarse en las pociones de rehabilitación que estudiaron previamente en sus libros, con cuidado: Algunas tienen efectos que no son los deseados —finalizó y volvió de desvanecerse en la nada. Su tono había sido amable, pero muy poco creíble.

 

Sabía exactamente lo que ocurriría, pues estas personas al recobrar el aliento no se quedarían con la espina en ellos, y tratarían de desquitarse de lo recientemente sucedido, pues quizá en su desquicio eso era lo apropiado o lo más cercano a lo correcto. Por ende, para Eliot un nuevo espectáculo estaba a punto de darse.

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La figura del profesor Eliot apareció detrás de mi, confirmando que lo que había hecho estaba bien. Si tenía que admitirlo, podría decirle tranquilamente que aquello no había sido gran reto. Estaba seguro que de a poco se iría complicando pero algunos encantamientos sanadores no era nada complicado. Estaba más en peligro con todas las cosas que estaban sucediendo alrededor. Las ordenes fueron claras: debía llevar al recién curado hacia donde habíamos aparecido algunos minutos atrás. Asentí mientras éste desaparecía.

 

¿Qué estarían haciendo los demás? Aferré mi varita entre los dedos mientras intentaba agudizar mis oídos por un segundo. A lo lejos se seguían escuchando algunas explosiones productos de hechizos. O un grito que surcaba el ambiente como si se tratara de un fantasma merodeado ése lugar. volví a fijar la vista en la persona que tenía que terminar de atender, por así decirlo, mi paciente. Había perdido la consciencia después de recitar varias cosas. ¿Por qué no le había dicho nada? Porque no me interesaba hablar con él en ése estado. ¿Cómo hacías entrar en razón a un asesino que matar no es siempre la opción final?

 

Moví mi varita y el cuerpo de éste se levitó a la altura de mi hombro. De sus costados chorreaba un poco de vómito que éste había expulsado antes de quedar inconsciente. ¿Tanto daño habían causado ésas flechas? Estaba seguro que algo más pasaba pero no tenía tiempo de pensar en eso, sino en saber lo que tenía que hacer. Iba repasando en mi cabeza algunos datos, mientras me movía a la par que el cuerpo e íbamos esquivando algunos objetos, como piedras, cuerpos inertes y evitando encontrarnos con alguna otra batalla. Llegamos rápido a la zona, era mejor empezar a trabajar en la tranquilidad. Ninguno de mis otros compañeros estaban por allí.

 

Hoy es tu día de suerte. El favor te lo estoy haciendo a ti —murmuré pero en realidad estaba hablando solo. Moví mi varita y el cuerpo se deposito sobre el suelo. Estábamos cerca de aquel montícul.o de piedras. Sería buen reparo hasta que pudiera estabilizar al hombre que tenía a mis pies. Varias botellitas fueron apareciendo a mi lado. Tenía que hacer que ingiriera éstas si quería que se recuperara más rápido. Una luz rojiza brilló sobre su pecho—. ¡Ennervate! Vamos, ¡Ey! Despierta... — me arrodillé a su lado mientras empezaba a brindarle algunas pociones.

 

Había perdido demasiado líquido, como sangre y agua. Seguramente había perdido la consciencia por eso y algunas cosas más, así que de momento con una poción reabastecedora de sangre. Vertía el líquido para que esta se expandiera por todo su cuerpo. Con algunos golpecitos en su mejilla, intentando llamar la atención, esperaba que mejorara. Lo había hecho sufrir un momento de desorientación pero al parecer estaban sucediendo más cosas. ¿Que más podría darle? No tenía más heridas. Lo estaba reanimando y su sangre estaba haciendo lo suyo. ¡Agua! Eso era. Ayudaría un poco con la pérdida de sus jugos gástricos.

 

¡Aguamenti! —exclamé lanzándole un chorro a la cara para que aquello lograra despertarlo luego de haber guardado todas las pociones. Todas las personas se despertaban con un poco de agua, me agaché a ver si luego quería beber un poco de ésta. Me pregunté allí mismo si habría vuelto a la normalidad. Había sido algo directo. Estaba seguro que de no haber estado en su estado, debía haberle hecho más que un encantamiento confundidor para llegar a él. Ahora se movía. Abrió los ojos y se dió cuenta que aún continuaba con él. Tenía que sentirse mejor, debía hacerlo. Estiré mi brazo para tenderle un pequeño cuenco con un poco de agua.

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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¿Qué parte de ''no estoy aquí para aprender a curar personas ni mucho menos salvarlas'' Eliot no entendía? Sus expectativas de la clase dejaban ya mucho qué desear y contrario a todo lo que había imaginado sólo podía ver a un profesor que buscaba infundir ¿terror? ¿respeto? ¿benevolencia? de parte de sus alumnos. ¿Desde cuando las clases se habían convertido en un espacio para demostrar la superioridad? Si se tratase de cualquier civil o fenixiano tendría al menos un poco de sentido, pero ¿con qué tipo de personas creía que estaba tratando? Ninguno de los presentes, ni siquiera Elvis, era un novato ni mucho menos como para dejarse intimar si eso era lo que buscaba.

— Creo recordar que he venido a esta clase a aprender. ¿Curar heridos? Para eso están los de San Mungo —resopló —Ahora, profesor, va a enseñarnos algo o... —calló de repente. En su pierna había aparecido una corte de no más de dos centímetros de con poca profundidad, que lejos de causarle dolor le molestaba debido al ardor provocado por el sudor que le corría — Vaya, si ya los dejan hacer esto estaría más que encantada de regresar a dar clases —comentó restándole importancia.

«Episkey» pensó. No era una herida grave, pero detestaba la idea de ensuciar de sangre su ropa.

— Como venía diciendo... —una vez más su oración quedó a medio terminar, pues varias flechas pasaran rozándole la oreja derecha impactando luego en alguien. Tauro se giró para ver quién había sido el objetivo y vio que se trataba de Mónica.

— ¡Mónica! —gritó corriendo hacia el cuerpo desplomado de la Haughton, pero a medio camino se detuvo, podría ser una trampa. Mantuvo la varita a la altura del pecho y siguió aproximándose lentamente. Si volvían a atacarlos dejaría de hacer el tonto de civil sin importarle nada, total Elvis era el único no perteneciente a la Marca Tenebrosa, aunque dada la actuación de Eliot, la líder dudaba departe de quién se encontraba su lealtad.

Al llegar al lado de Mónica, Tauro desapareció las cuerdas con un hechizo «Evanesco» y prosiguió para quitar cada una de las flechas, repitiendo el mismo movimiento.

 

— ¿Mónica? —esperaba que al menos no hubiese perdido el conocimiento.

 

¿Donde se encontraban los demás? Con tanto polvo levantándose de los escombros le resultaba muy difícil distinguir las figuras que se aproximaban.

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—Te estás pasando, de verdad que lo estás haciendo y mucho —dijo Bastian en cuanto sintió el cortar en su pierna. Jamás había visto al profesor de aquella clase pero ya estaba en su lista de personas que algún día morirían de la forma más sangrienta y aterradora.

 

Fue una mala decisión, totalmente desacertada, acudir a aquella clase sin hacer uso de un rostro nuevo como era frecuente en él. Debió usar la metamorfomagia y dejar a la vista algún signo, una cicatriz, un guiño desprevenido, que lo hicieran evidente ante personas que en realidad confiaba por la historia que habían tenido como mortífagos: Tauro y Mónica.

 

Pero no, nuevamente bajó la guardia y se había confiado. Confió lo suficiente para presentarse como Bastian Malfoy, un político acusado de corrupción por cargos que eran imposibles de probar. Una persona con un puesto que perder si nuevamente se rumoreaba su afiliación a la marca tenebrosa. Si alguien llegaba a sospechar los verdaderos motivos por los que selló mágicamente su castillo para ocultar muchas cosas que inclusive a él le aterraban por lo terribles que llegaron a ser.

 

No, era imposible dejarse llevar en aquel momento. Debía contenerse y dejar pasar aquella muestra de prepotencia que el tipo que daba la clase buscaba mostrar, aquella necesidad de sentirse al mando; cosas que obviamente estaba perdiendo ante cada uno de sus actos en aquella clase.

 

—¿Quieres que actúe como un muggle? No volveré a dar una sutura, no te daré el gusto de curarme con magia tampoco; no te concederé el verme molesto.

 

Varias explosiones se hicieron presentes, habían tardado demasiado. El polvo se alzó, un montón de escombros se disparó en varias direcciones. Los estaban atacando, definitivamente las cosas se iban a salir de control.

 

Bastian era cualquier cosas -terco, quizá un poco incauto- menos est****o. Pudo sentir el leve latido del corazón de la mujer que pereció en la batalla. Decidió que era muy mala idea hacer algo antes de que las cosas se descontrolaran, aunque obviamente debía cubrir su intento de asesinato. La varita de la bruja estaba demasiado lejos para que esta pudiera recuperarla, quedó justo en el sitio en donde intentó matarla en primer lugar. Quizá estaba ya en otro sitio, destruida por la explosión.

 

Era casi imposible ver y lo más probable que cada uno intentara protegerse de la explosión. Estaba justo al lado de la bruja de la orden. Se agachó, y antes de que esta pudiera reaccionar se convirtió en tigre y le desgarró la garganta de un zarpazo. Finalmente le desgarró el estómago.

 

Se apartó del jaleo. Intentó oler a Mónica, pues justo antes de las explosiones se dio cuenta de que le habían alcanzado varias flechas.

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Su error había sido ayudar al herido a volver a la batalla en vez de volver cuanto antes junto al resto y llevar consigo al mortifago al que había curado tal y como Eliot había pedido. Quizás si hubiera hecho eso no la hubieran confundido con una mortifaga más, -cosa que realmente sí era-, y nadie la hubiera atacado de forma gratuita. Al fin y al cabo solo había acudido allí para curar a gente o eso se suponía.

 

Los ojos los mantuvo cerrados a pesar de que a lo lejos escuchara una voz conocida. Se había llevado la mano en la que no tenía la varita a la flecha que se le había clavado en el estómago y sintió algo pegajoso cubrirle la piel. Era sangre y no le cabía la menor duda pero cuando quiso comprobar las demás flechas alguien las hizo desaparecer.

 

Y de nuevo la misma voz. Sabía que conocía a su propietaria, pero por algún motivo no sabía quien era. Tenía la mente en negro, aunque fue capaz de emitir un leve sonido cuando de nuevo escuchó su nombre, un hilito de su propia voz que avisaría a quien quiera que estuviera a su lado que estaba viva. Al menos no estaba sola y lo comprobó al intentar abrir los ojos y ver, a través de varios pestañeos, la figura borrosa de Taurogirl.

 

- Eras tú – las palabras fueron inteligibles, pero por fin supo quien le hablaba. Justo entonces sintió el frío de un hocico olisquearle la mano y sin fuerza la misma sobre la cabeza del gran felino al que sí reconoció al momento-. Espero que a mi sí que podáis salvarme. Luego podemos matar a Eliot – bromeó, riéndose y tosiendo por el esfuerzo. Esperaba que el tutor de aquella clase llegara, pues sabía que al menos él tenía todos los conocimientos que necesitaba.

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— Por lo menos el sentido del humor no lo has perdido —bromeó Tauro al ver que Mónica de a poco recuperaba el conocimiento. La peli-azul la quiso ayudar a sentarse pero al ver la herida del estómago se lo pensó dos veces, lo mejor era que permaneciera como estaba, cualquier movimiento podía afectar algún órgano interno —, pero no te preocupes, que estás en buenas manos —sonrió. Por supuesto que no la dejaría morir, Mónica además de ser una Mortifaga respetada dentro del Bando, era su familia y en algún tiempo también fue su amiga.

— Por más que me encante verte en cuatro patas, serías de más ayuda sin todos esos colmillos y garras —dijo refiriéndose a Bastian —Ayúdame, voy a parar el sangrado y necesito que la sostengas por si se le ocurre hacer algo.

Al examinar cada herida Tauro iba susurrando un «Episkey» o a veces dos dependiendo de la profundidad de la misma.

 

— Al menos no podrán decir que no sé detener un sangrado o hacer cicatrizar bien una herida —comentó con sarcasmo —. No veo la hora de largarnos de aquí, seguramente Bastian se muere por llevarte a tu Castillo... a tu habitación.... —agregó sin ninguna malicia.

 

Algo en el comportamiento del Malfoy la alertó. Sus ojos viajaron hacia la misma dirección que los del Mortífago y pudo divisar que detrás de las ya conocidas figuras de Eliot y Elvis, habían otras dos y ambas se acercaban con varita en mano. Aquello no le daba buena espina y ya fuera porque que se trataran de miembros de la Orden del Fénix o de la Marca Tenebrosa, se encontraban en una situación comprometedora donde terminarían por revelar su verdadera identidad.

 

— Escucha Eliot, si tienes ganas de que nos enfrentemos a una batalla con ellos por mí está bien, pero decídete ya antes de que otro de nosotros salga herido por estar jugando a los doctores —dijo con frialdad.

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Olisqueó por unos momentos. No el costó seguir el olor de Mónica, su sangre tenía un aroma que destacaba. Había sentido aquel olor, con cuerpo humano, en varias ocasiones hacía mucho tiempo; cuando ambos compartían el gustillo de irrumpir en mansiones y negocios con la finalidad de matar o secuestrar a todas las personas que no apoyaban a la marca tenebrosa. Ambos habían recibido más de una herida en el intercambio de hechizos, el olor a sangre jamás se olvidaba.

 

Llegó a donde Mónica en segundos, o quizá fue más tiempo, y por instinto olisqueó su mano. Cuando tomaba forma animal muchas veces el instinto podía más que lo racional. Ante las palabras de su prima, y luego de Tauro, cerró los ojos y poco a poco se fue irguiendo en dos piernas. Recuperó su apariencia humana: alto, cabello plata y ojos azulados. Su espada apareció colgada, por arte de magia, en la espalda y la varita mágica se materializó entre sus dedos.

 

—A la mier** lo muggle, que lo ***an —fueron las primeras palabras de Bastian cuando estuvo de pie junto a las dos féminas —. Episkey —comenzó a susurrar ayudando a Tauro en la curación.

 

Ahora si que se aplicó varios hechizos curativos, no por las heridas del profesor (estas aún sangraban y no eran profundas en realidad, superficiales como mucho) sino por el hilo de sangre que caía de su cabeza.

 

—Hubiera podido encontrarlas sin transformarme, pero tenía un asunto pendiente —sonrió con malicia. Esta ves si que se aseguró que la bruja de la orden estuviera muerta. Sin varita, con heridas muy profundas, murió casi en el acto —. Tienes que ponerte de pie, nos vamos de aquí. No pidas pidas permiso. Tenemos el rostro descubierto —dijo las últimas palabras en un susurro para que solamente las dos brujas pudieran escuchar.

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Estaba sentado sobre un borde de piedra humedecida aún por el clima, sus pies se balanceaban de atrás hacia adelante ligeramente mientras frente a él una danza de luces se llevaba a cabo. Estaba en medio de una descomunal batalla que se suponía los ponía a todos en peligro, incluso a él, pero por una extraña razón no se preocupaba en lo más mínimo. Una explosión a pocos metros tuvo lugar y el viento le llegó a la cara con un golpe fuerte, moviéndole los cabellos y dejando al descubierto una mueca de sonrisa que emanaba tranquilidad; disfrute.

 

Se sentía como el propietario de una granja de hormigas, a la que podía pasar horas mirando y admirando, viendo cómo trabajan pero sin poder controlar lo que sucedía, quizá era la definición más certera para con algunos de sus estudiantes, puesto que un par se reusaba a aplicar sus directrices. Se sentía aliviado pero a la vez aburrido por los que hicieron todo al pie de la letra, demostraban dedicación pero no le dieron lo que más quería: Entretenimiento.

 

Enfocó la mirada a sus estudiantes nuevamente, luego de haberse perdido en sus lúgubres pensares por unos minutos. Se pudo dar cuenta de varias cosas que ocurrían en tiempo real, y que le suministraba esa dosis de satisfacción que hacía ya un buen rato no sentía. Se reía en silencio, temeroso de que aquellas mentes perturbadas se sintieran ofendidas por su desparrame de burla hacia ellos, debía a pesar de todo mostrarse como su catedrático, pues ese era su puesto, el que defendería sin importar sus convicciones fuera de su horario.

 

Elvis fue el que mejor comportamiento mostró, terminó de hacer todo lo indicado, incluyendo cuestiones adicionales que quizás no le hubiera ordenado hacer, pero que las hizo como mera precaución. Se notaban sus ganas de ayudar, pero eso acabaría por ser un arma de doble filo, pues la persona a la cual auxiliaba no le había emanado su sentido de la gratitud y sucedía todo lo contrario, comenzaba a ser amenazado de muerte. ¿Cómo se libraría ahora de esa situación? ¿Comenzaría a batallar o se rendiría por cumplir a fidelidad lo estipulado con la clase? Pronto se sabría.

 

La más excéntrica figura entre sus pupilos comenzaba a hacer que una pequeña vena en su frente se marcara, pues las ínfulas de superioridad de ésta no le caían nada bien a pesar de saber quién era realmente, éstas chocaban con el egocentrismo del Black Lestrange. Tauro, la fémina de los pelos azulados tenía en el rostro un semblante maquiavélico que le transmitía a Eliot todo su sentir, éste sabía qué pasaba por su mente y se cuestionaba para sus adentros si ella admiraría su dedicación (la que podría aplicar como profesor o como miembro de la marca), o si prefería irse por un camino más ignorante y cuestionarlo por su comportamiento, nunca lo sabría pero no pudo evitar pensar brevemente en esto.

 

Observó y puso expresión de gracia cuando la chica no se curó manualmente la herida recién abierta en su pierna, en vez de esto recurrió a la forma fácil y lo hizo con magia, cosa que le provocó una ligera sensación de satisfacción, pues esperaba que hiciera exactamente eso. Tenía intensión después de todo de enseñarles primeros auxilios, pues para eso era la clase. No le importaba si estaba tratando con personas experimentadas en la vida, o si interactuaba con adolescentes sin posibilidades de superación, le era indiferente; en ese momento él era el profesor y ellos sus alumnos, les gustara la idea o no.

 

De pronto unos palabreríos surgieron en otro de los lugares, era Bastían quien comenzaba a hacer lo que parecía un berrinche. No comprendía bien lo que éste decía pues parecía estar siempre metido en una eterna confusión consigo mismo, y la verdad no deseaba indagar para nada dentro de aquella enmarañada mente, el sólo pensar tener que hacerlo le provocaba espasmos, por la pereza que esto suponía y la poca importancia que le daba a la sanidad psicológica de su alumno.

 

Escuchó como replicaba sobre no querer hacer sutura, cosa que no le pareció extraño. Y era que debía resultar poco usual que un mago con perfil oscuro recurriera a cuestiones no mágicas para hacer las cosas, lo más común era que se jactaran de sus habilidades y poderes para sus procedimientos. Por ende, Eliot suspiró tranquilo pues era otra actitud muy predecible por parte del chico.

 

La transformación en felino había sino un espectáculo muy digno de admiración, pero que no había logrado mover un ápice de interés en la mirada que gastaba en aquella situación el Black Lestrange. Observó con detalle cómo mataba a la mujer que poco antes había sobrevivido a sus ataques, y nuevamente se le salió un gesto cansino de su cara.

 

¿Por qué esas las ganas de matar a alguien con tanto empecinamiento? No lo sabía, y eso que él mismo experimentaba la sed insaciable de sangre muy a menudo, es sólo que la situación no ameritaba tales comportamientos, y es ahí donde llegó a concluir que no todos tenían su capacidad para controlarse y camuflar sus emociones, nuevamente pensó en el tema de la granja de hormigas, esta vez con la connotación de lo minúsculas que podrían llegar a ser algunas personas. Sonrió.

 

Iban resultando un tanto filosóficos todos los pensamientos que tenía Eliot en ese momento, pues su primera experiencia como profesor le estaba dando un toque más a su personalidad, atañendo más oscuridad a sus imaginaciones y convicciones para con la vida en sí. Hacía mucho que no tenía una relación tan directa con las personas, a pesar de que él estuviera la mayor parte como observador a lo lejos, él controlaba todo a fin de cuentas. Era su granja.

 

Un evento un tanto más precipitado empieza a darse, y eso es lo que comienza a capturar algo de su atención entonces. Una de sus estudiantes es herida: Mónica, esa era la cereza que se merecía tan delicioso postre, era la herramienta perfecta que sin querer había llegado cabalgando hasta la meta invisible de sus expectativas. ¿Qué ocurriría ahora? Era de suponerse que se inmiscuiría rápidamente por la gravedad de lo acontecido, pero esperaría un poco más para detallar el comportamiento de los que eran objetivo de su evaluación.

 

Tauro desesperadamente acude a su ayuda, olvidando por completo sus acechantes embestidas de oscuridad en su personalidad, al parecer era alguien que conocía y que le importaba. Ese era el valor agregado que necesitaban los renuentes a seguir indicaciones, necesitaba hacerse personal para que sus músculos empezaran a trabajar en pro de algo con resultados satisfactorios.

 

Los primeros Episkey no habían surtido tanto efecto, por lo que su euforia la llevó a hacer dos o tres más de respaldo que empezaron a hacer lo que debían. Se notaba que quería ayudarla, se podía percibir en el aire sus deseos por no perderle. Eso era algo que a Eliot le daba mucha satisfacción, pues a pesar de lo que pudieran decir a futuro era un punto débil que quedaba en evidencia, no para usarlo a favor de sí mismo claro está, no le interesaban tanto, era como mera observación del sus comportamientos.

 

Viéndose acechada por el peligro, logra encontrar a su profesor entre la batalla y la lejanía y empieza a dirigirse a él con furia y sarcasmo. Se podían escuchar las comparaciones con un “juego de doctores” lo que hizo que casi soltara una carcajada. Tauro necesitaba indicaciones, necesitaba que le enseñara a curar, lo que ésta no sabía era que desde que tocaron el terreno todos estaban aprendiendo cómo hacerlo, y sobre todo cómo reaccionar con las diferentes situaciones. Negó con ironía.

 

Bastián, el confundido muchacho aún transformado en felino ahora iba en busca de Mónica, al parecer la popularidad de la mujer era algo que Eliot no había imaginado, pero que se daba de todos modos. El comportamiento se repitió, eran excesos de demostraciones de importancia para con la Haughton, cosa que hizo que el muchacho observador y analítico se cuestionara sobre los sentimientos de algunos seres o personas.

 

A pesar de la sarta de obscenidades que salían de la boca del recién transfigurado, no podía negar la preocupación que se evidenciaba en la luz de sus ojos. También lanzaba unos cuantos Episkeys a las heridas de Mónica, y trataba de desaparecer flechas cercanas amenazantes con seguir hundiéndose en la piel. Eliot chasquea la lengua en un gesto de ironía, pues se lo esperaba quizás de muchos, menos del que más maniático y aberrante parecía.

 

La matriarca de la familia Haughton por su parte comienza a emitir sonidos leves, y antes de lo esperado algunas palabras surgen de su boca. Reconoce al instante a Bastián, y bromea sobre asesinar a su catedrático en un tono más serio que de chiste. Eliot se encoje de hombros, le importa muy poco realmente aquellas opiniones, viniendo de alguien que se deja herir por una flecha y parece casi morir por ello. Miró al cielo en negación, «No son novatos» piensa con gesto sarcástico.

 

El momento de acercarse por fin tuvo lugar, y lo primero que se escucha tras su aparición cerca de todo el espectáculo son unos cuantos aplausos muy lentos pero fuertes. Sonreía satisfecho, pues todo se había finiquitado de la mejor manera. No había comenzado a hablar aún y más muertos aparecían por doquier, los rayos eran constantes mucho más cerca, la situación empezaba a escapársele de las manos.

 

— ¡Bueno, ya es suficiente drama! —exclamó.

 

Sacó su varita del bolsillo de su chaqueta e hizo un movimiento en elipse frente a él, en ese momento los muertos empezaron a desaparecer, los rayos cesaron por completo, y las manos de los que los lanzaban comenzaron a desvanecerse desde la punta de sus dedos hasta quedar en la nada. La sangre en el piso, era succionada por la tierra, dejándola limpia sin ninguna mancha roja en ella. Las paredes se reconstruían, y las torres se erguían nuevamente en una majestuosa muestra de imponencia: Todo había sido una ilusión.

 

Sí habían viajado hasta Ottery, de eso no había duda porque el uso del traslador dejaba una sensación en el cuerpo difícil de replicar de otro modo. Pero todo lo que ocurría estaba nada más que en la mente del chico, proyectándose con realismo en la de sus estudiantes como mera demostración de lo que podía hacer con su magia, que tantas veces era subestimada por ser poco conocido o por no tener grandes titulaciones en una lista con un sinfín de posibilidades.

 

— Vaya, vaya, pero cuánto despliegue de… —hizo una pausa para buscar el tono y la palabra adecuada. —…sentimentalismo. —continuó.

 

Su rostro lo decía todo y no esperaba más que las reacciones de todos y cada uno de ellos, estaba seguro de que no le decepcionarían tampoco en esa parte, ni siquiera Elvis, quien alejado de la zona cumbre de aquella novela dramática también había sido partícipe. ¿Quién había arrojado las flechas hacia Mónica, había sido él? No se sabría quizá nunca. ¿Cómo se había librado de la amenaza por parte de su paciente? Eliot esperaba escucharlo de su propia boca a continuación.

 

— ¡Oh, Mónica… cuánto lo siento! —soltó en un tono totalmente fingido evidentemente.

 

Hizo un movimiento con su muñeca y las heridas de la fémina desaparecieron por completo, junto con las flechas a su alrededor. Era una parte de la ilusión que dejaría para último en quitar, pues aparentemente el dolor había resultado increíblemente real en el sentir de la mujer, motivo por el cual sus conocidos se preocuparon, y eso era un manjar que degustaría con calma.

 

— Bien, ¿volvemos al aula? —preguntó en tono de orden.

 

Comenzó a caminar tranquilamente a la bola de cristal que les trasladaría de vuelta al salón, donde haría los comentarios finales, y donde les escucharía lo que tendrían para decirle. Aún todo no terminaba, y estaba seguro de que a partir de ese momento lo interesante no tendría fin, más ratos gratos de entretenimiento se avecinaban. Sentía la estupefacción del grupo, no se arrepentía de nada.

| @ | @ | @ | @@Monica Malfoy Haughton |

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Había llegado un punto en el que Mónica se sentía completamente perdida. La habían herido y sangraba. Le dolía, de eso estaba completamente segura, puesto que hasta la propia respiración se esforzaba por no salir. Le dolía algo por debajo del pecho, pero no sabía exactamente donde. Le habían empezado a curar las heridas y aunque ya no estuvieran allí como antes, se llevó la mano de forma instintiva con la intención de palparse y hacer un recuento de destrozos.

 

Pero Taurogirl y Bastian parecían haber hecho un buen trabajo, todo lo contrario al más joven del grupo y también profesor, que parecía haberse tomado aquella clase como un juego con el cual divertirse. Pero a ella no le hacía ninguna gracia.

 

Cuando se puso en pie aún sentía dolor, pero había menguado de forma notable. Tanto que ya no le molestaba al respirar. La varita permanecía en su mano a pesar de que en cierto momento había perdido la notación sobre el lugar en el que esta se encontraba. Era una sensación rara y no porque la hubieran herido de la forma más simple, si no porque permanecía bajo una sensación de estupor que la desorientaba.

 

Entonces Eliot llegó y ante los ojos de Mónica dejó ver en que había consistido realmente aquella supuesta batalla. La pelirroja miró a Tauro y luego a Bastian esperando que estos supieran más que ella, pero no encontró en su mirada respuesta alguna. Chasqueó la lengua al volver la vista al instructor y posteriormente buscó en Elvis algún tipo de apoyo que sabía, desde luego, que no obtendría.

 

- ¿Te crees con algún tipo de poder por ser instructor en una absurda universidad? - la voz le temblaba aunque no estaba claro si era por el enfado o por el mal rato que había pasado unos minutos antes-. ¿Quién te crees que serás a partir de que salgamos por la puerta del aula? Te aseguro, muchacho, que no serás nadie ¿Lo entiendes? Nadie.

 

Se sentía tan humillada que le daba igual quien fuera Eliot. En aquel momento estaba dispuesta a matarlo con sus propias manos a pesar de los inconvenientes que esto pudiera presentarle.

 

- Hay heridas tan profundas que no se curan, te lo advierto – aseguró con la voz cada vez más segura. Al terminar de hablar dio varios pasos al frente esperando el momento para volver a la insulsa aula de la universidad.

 

 

 

OFF: Me está encantando el rol, chicos. En serio +.+ Lamento si hay muchos errores, estoy roleando desde el móvil.

Editado por Monica Malfoy Haughton
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Y luego todo transcurrió demasiado rápido o más bien demasiado confuso para el grupo que sin darse cuenta, se había dejado llevar por la euforia del momento y sumergido tanto en una situación que resultó ser una insultante ilusión. «Qué astuto» se repetía la Crouchs mentalmente cuando Eliot por fin se deshizo de todo el drama en el cual los había hecho incursionar y no era para menos, la había logrado engañar a ella, a la líder Mortífaga a tal punto de haber jugado con sus emociones, incluso. Una fina sonrisa que no dejaba muy en claro lo que pasaba por la mente de la peli-azul «¿Rabia? ¿Diversión? ¿Aprobación o desaprobación?» se le formó en los labios mientras se colocaba en pie.

Odiaba mostrarse débil ante los demás, lo odiaba porque entonces ellos creerían que podrían hacerle daño o manipularla, pero lo cierto es que sus ideales se encontraban bien marcados y para romperlos se necesitaba más que eso. Había ayudado a Mónica no sólo por el estima que le tenía -aunque no fuesen muy cercanas-, sino por su deber y compromiso como líder del bando que juró defender por encima de todo. Bajo otras circunstancias reales no habría tiempo para pensar, sino para actuar basado quizás en experiencias de antiguas batallas y estrategias. Tenía que reconocérselo por mucho que no quisiera, pero cada vez que alguien intentaba jugar con sus emociones se fortalecía, pero ¿qué más puedes esperar de una demonio acostumbrada a hacer lo mismo con los demás? Las emociones iban sujetas a la debilidad y cada vez se convencía más de aquello, por eso se permitía ser débil con quién lo mereciera.

— Debo reconocer que todo este teatrito te ha salido muy bien, Eliot, pero todo tiene un precio —y aquello no era una amenaza, era una verdad que él como Mortífago debía estar dispuesto a asumir y aunque los demás Mortífagos quisieran matarlo «¡Vaya que lo deseaban!», tendrían que conformarse con algún tipo de venganza que podría rozar el peligro de muerte.

La más disgustada del grupo sin duda era Mónica y con toda la razón, incluso Tauro estaba dispuesta a ayudarle si quería venganza, de este modo también podría cuidar de que por accidente terminara matando a Eliot. Y es que cualquier podría decir que el valor de un Mortífago venía dado lo útil que éste podría ser para el bando y en cierto modo era cierto, pero también reconocía otro tipo de valor que poco tenía que ver con lo que podían hacer o no por las líderes, aunque explicarlo y tratar de entenderlo resultaría demasiado complejo para las mentes inferiores.

— No -dijo con voz queda cuando volvió de golpe a la realidad y vio que todos volvían a tomar el traslador —Que asqueroso medio de transporte —agregó en voz alta.

El viaje de regreso fue igual de terrible que el de ida y lo sintió aún más largo.

— ¡Hemos llegado! —exclamó aliviada sin importarle lo desesperada que sonaba.

— Hasta una próxima ocasión —dijo marchándose rápidamente de allí.

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