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Nigromancia


Báleyr
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—¡Eres un maldito enfermo! —la voz de Madeleine es aguda, juvenil. Es irreconocible para ella misma. Baja la mirada y observa su cuerpo adolescente, vestido con una camiseta desteñida de las Brujas de Macbeth, jeans y tenis. La piel de sus brazos es lisa, sin surcos, sin cicatrices. Sigue hablando, sin poder controlarlo. No tiene ningún poder allí, no puede hacer nada más que revivirlo, una y otra vez— ¡Estás loco! ¡No tienes ningún derecho! —siente las lágrimas sobre las mejillas, quemando hasta llegar a su cuello. Es difícil respirar, es difícil mantenerse de pie. Es difícil vivir. Busca la mano de Pandora, pero su madre ya no está junto a ella, sino enfrentada al hombre. Darius, recuerda. Todo había comenzado de una forma muy inocente: iban a Rus de Kiev a llevar provisiones a un compañero de la Orden Oscura que protegía en solitario aquel poblado. Era un aliado. Cuando alguien denunció a Darius como el responsable de la desaparición de su esposa y su hija, tuvieron la cortesía de consultarlo con él de forma tranquila.

 

Y él, de forma tranquilo, les dijo que era cierto.

 

«Yo las encontré ya en este estado... Ya era demasiado tarde... Era una oportunidad única...».

 

No quiere mirarlas. No puede mirarlas. Intenta cerrar los ojos, intenta apartar la vista, pero el poco control que tenía ha desaparecido. Está atrapada.

 

—¡¿Cómo pudiste?!

 

Bajo la luz amarillenta del sótano, sus cuerpos se agitan grotesca y dolorsamente. Se arrastran hacia ella, gruñendo suavemente. Madeleine alguna vez se enfrentó a amenazantes inferis, con una fuerza increíble para sus frágiles cuerpos. Llegó a tenerles miedo. Pero los cuerpos revividos de la mujer y la niña, no tienen fuerza ni siquiera para levantar el rostro del suelo; los grilletes en sus tobillos, son un mal chiste. Y no les teme... les tiene lástima, lo que es peor. Abraza contra su pecho la varita mágica, sin saber qué hacer, sin saber cómo protegerse. Retrocede algunos pasos hacia atrás y, aunque sus cuerpos no pueden moverse, extienden las manos hacia ella. De repente, Pandora y aquel patético intento de nigromante han desparecido. Está ella sola, con la madre y la hija. Y, lo jura, las paredes le susurran una palabra.

 

Cuando abre los ojos, siente la palabra entre los labios.

 

—Piedad —exhala, casi sin aliento.

 

La pálida luz de la luna ilumina su habitación. En la mesita de noche, está abierto el pergamino con el mensaje de su hermano:

 

Nos vemos en la mazmorra de Báleyr

-J

Los pasos de Madeleine son ligeros. No despiertan ruidos que podrían alertar a sus enemigos, no deja rastros que puedan delatar su destino. Se mueve con una agilidad sobrehumana por entre los árboles, confundiéndose su carrera con el soplo del viento. Bajo su capa de viaje, ocultándose en las sombras de la noche, se siente a salvo. Le reconforta la idea de que en Mahoutokoro, es una completa extraña; que con su capucha y su agilidad, es prácticamente una sombra. Le reconforta la idea de que nadie podrá rastrearla hasta la mazmorra de Báleyr... hasta las lecciones y el descubrimiento de la retorcida nigromancia. Se siente avergonzada, pero cree que aquello es lo único que aplacará las pesadillas y la culpabilidad. «Las ayudaré».

 

Con determinación, se planta en la entrada de la mazmorra y toca la puerta con tres pesados golpes.

Editado por Ellie Moody

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La espera se hizo eterna, la bruja sospechaba que el arcano la echaría del lugar y le obligaría a volver cuando su cordura no estuviera tan escasa. Sus manos comenzaron a temblar de la ansiedad ante el silencio abrazador. Limpió los rastros de las lagrimas que quedaron en el surco de sus ojos cuando el arcano nuevamente la habló.

 

Sus palabras fueron ásperas, profundas y totalmente sinceras. La mirada severa que permanecía en el ojo del arcano se gravó profundamente en la Triviani, quien mantenía fija la vista en él. La pregunta del hombre llegó y la bruja sintió las palabras soltadas por el repetirse en su mente, con lentitud y buscando ser marcadas en su mente. Asintió y tomó el libro entre sus manos.

 

- Vamos a continuar, estoy consciente de todas las consecuencias que esto puede acarrear, y aun si no consigo traerlo a la vida quisiera vengar su muerte a manos de aquel demonio que por horas torturó mi alma - soltó sin pensar, acariciando la cubierta del libro de magia arcana.

 

La bruja escuchó los dos golpes al suelo, una trampilla se abrió dando apertura a lo que parecía el sótano. La bruja asintió a las ultimas palabras del arcano y tomó la delantera, guiando el camino hacia donde sus pasos la llevaran. Detuvo sus pasos y giró la vista, el arcano le seguía de cerca y esperaba a sus palabras sobre el conocimiento ante la habilidad.

 

- La Nigromancia es una rama de la magia, considerada generalmente negra, que consiste en la adivinación mediante el examen de las vísceras de los muertos y la invocación de espíritus requiriendo, según sea el caso, contacto con sus cadáveres o posesiones en vida - comenzó a bajar las oscuras escaleras que la llevarían al sótano. Se dejó llevar por sus pasos y se encontró con una amplia habitación, llena de repisas repletas de libros, pociones, partes de cuerpos y especias varias.

 

El cerúleo espacio se mantenía con una temperatura estable, un par de camillas reposaban al fondo junto a una mesa con objetos de autopsia, junto a unas grandes neveras similares a las de las morgues. La ojigris se dejó llevar por sus pasos, recorriendo los pasillos donde las repisas aguardaban.

 

- Otros mencionan que es el arte oscuro de despertar a los muertos. Es una magia muy antigua e incluso en La Odisea, Ulises viaja al Hades y trata de invocar a los espíritus de los muertos mediante hechizos que le enseñó Circe - agregó, deteniendo sus pasos frente a un grupo de nueve tomos enumerados, que oscilaban los tonos escarlatas. Bajó la vista al libro en sus manos giró a ver el lomo de este, el cual completaba el quinto tomo de dichos libros.

 

- Incluso en la mitología nórdica se leen casos de esta magia, con el mismísimo Odín llegando a llamar a los muertos para que realicen predicciones sobre el futuro - recordó, estirando su mano para tomar el ejemplar numero uno entre sus manos. Apertura la caratula y ante sus ojos se presentó el primer libro de los tomos prohibidos, Los Nueve Libros de Nagash estaban frente a la Triviani. No realizó movimiento alguno y prosiguió hablando.

 

- Incluso se consigues pociones y objetos pertenecientes a esta mancia. El misterio envuelve el estudio de la nigromancia. Para aprender sus conocimientos prohibidos, un aspirante debe encontrar a un Nigromante y convertirse en su aprendiz, o conseguir uno de los tomos prohibidos como el Liber Mortis o uno de los Nueve Libros de Nagash - musitó, mirando con gran curiosidad la portada del tomo en sus manos.

 

- Dicen los rumores, aunque personalmente no me fío de ellos hasta comprobarlo en carne propia, que encontrar un tutor es obviamente difícil. Los Nigromantes evitan la compañía de los seres vivos para no ser descubiertos. Muchos aspirantes a Nigromante han acabado desempeñando tareas mucho más serviles o terminan sus días sirviendo a sus mentores en un eterno infierno como cadáveres animados, como un ingrediente de un hechizo particularmente difícil - la bruja dejó su mano sobre la portada del libro y alzó la vista para ver a Báleyr antes de terminar con su exposición.

 

- Los ocultos conocimientos de la nigromancia se encuentran en estos grimorios, escritos con tinta destilada de sangre humana y encuadernados con piel de seres vivos. En estos libros pueden encontrarse muchos hechizos para animar a los muertos, invocar el poder de la magia y controlar a las criaturas menores de los no muertos. En ellos también pueden encontrarse ritos que concentran la Magia Oscura, listas de aquellos días en que su maligno poder es más fuerte, y lugares en que se concentra la magia oscura. Sólo aquellos que posean una férrea fuerza de voluntad podrán leer estos volúmenes y conservar su cordura. En ellos se cuentan horribles secretos del más allá y las siniestras pesadillas de los muertos en su descanso eterno - la bruja había encontrado toda aquella información en la vieja biblioteca del castillo Triviani, donde un sin fin de libros de su madre enseñaban algunas artes, o daban al menos un indicio de estas.

 

Esperó en silencio a las palabras del arcano, sin embargo, la inmensa curiosidad quemaba en el interior de la bruja quien deseaba comenzar la lectura de aquel antiguo libro que reposaba entre sus brazos.

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Afuera cae una tormenta. De repente, tocan la puerta. Jank levanta la vista del libro desde su asiento y le arruga el ceño a Nym. Que él sepa no esperan a nadie, mucho menos a tan altas horas de la noche. Ella toma la iniciativa y abandona el escritorio para abrirle al extraño. No lleva su daga en la mano, lo que es raro. De hecho, se aproxima con tanta naturalidad a la entrada que parece haber tenido premeditado ese momento.

 

Gira el picaporte y deja pasar a un hombre con un sombrero puntiagudo.

 

- Buenas noches, disculpen la molestia. Llueven rayos y centellas, se dice por ahí que unos Thunderbirds están luchando en las alturas.

 

Nym le ofrece tomar sus pertenencias. Guinda el abrigo sobre el perchero, de inmediato.

 

- No se preocupe, pase adelante. Sírvase una taza de café - la voz de la anfitriona es amable, dadivosa-. Siga por este pasillo y conseguirá la cocina. Siéntase como en casa.

 

El desconocido le asiente y avanza. Cuando pasa por el costado de Jank, éste le dirige una mirada casi lasciva disfrazada de una sonrisa maltrecha. Al asegurarse que ya no pueden oírlos, se aproxima hasta su hermana, quien hasta el momento se ha dedicado a limpiar el sombrero del inesperado invitado.

 

- Prepara una cama, acondiciona un baño y ayúdame con la cena, Jank. Hay mucho que hacer ahora.

 

Es imposible ocultar una expresión de completo desconcierto. Incluso debe reconocer que la situación lo ha puesto nervioso.

 

- Es un extraño.. ¿Vamos a dejarlo dormir en nuestra casa? - niega con la cabeza, atónito.

 

- ¿Nuestra? - pregunta ella. Empieza a reír; se nota que no puede contenerse -. Esta es tu casa, Jank, de nadie más.

 

- No sabemos ni su nombre, Nym - susurra.

 

- No me has preguntado.

 

Jank suelta un respingo. El desconocido se encuentra detrás de él.

 

 

 

La ventisca hace que la ventana se abra de par en par, obligando que abra los ojos. Hace un esfuerzo para dejar de levitar. Luego, debe esforzarse el doble para también devolver la gravedad a la cama, al escritorio, a los muebles e incluso a los fuegos de la chimenea. Cuando termina se mete directo a la ducha. Deja que el agua se lleve consigo los pesares de una pesadilla más. Mientras se seca, toma unos segundos para examinarse el rostro, como lo hacía en al menos tres o cuatro años. La juventud todavía le ofrece cierta protección contra las fealdades a las que ha tenido que enfrentarse durante tanto tiempo, pero las marcas del pasado resultan imborrables. Sus pupilas, aunque atractivas, solo destilan oscuridad. Entonces se percata, por primera vez, que su físico no corresponde en nada con lo que alberga adentro.

 

Desnudo, sale hasta el balcón, donde bajo la tenue luz lunar intenta ordenar sus pensamientos. Atrae hacia sí la botella de Hidromiel y se consume lo que queda. Se lleva las manos a la cintura y recorre de un lado a otro, como si eso activara alguna parte de su cerebro. A veces, cuando estaba más joven, solía hacerlo antes de los rescates en Nurmengard, o cuando los mortífagos trataban de acceder a la Torre de Abaddon. El ritual le habría funcionado apenas unas cinco o seis veces, pero inconscientemente quiso seguir con la tradición.

 

<< ¿A quién estoy invitando a mi casa? >> se pregunta. No es la primera vez que lo sueña. En realidad, es una pesadilla recurrente << No puede ser una visión, pues Nym desapareció cuando yo tenía doce años y en el sueño soy adulto. Además, ella parece ser solo circunstancial >> no consigue sacarse de la cabeza la expresión petulante del extraño, batiéndole en la cara una arrogancia llena de misterio. << He de avanzar de escena. Tengo que saber a quién o qué estoy dejando entrar >>

 

Chasquea para que la ropa se le ciña al cuerpo mientras escribe una corta misiva a la única otra persona que conoce que sabe los deseos que tiene por conocerse e independizarse de sí misma: Madeleine. Decide llevarse puesto la típica ropa de un motociclista: jeans ajustados y botas punta de metal a juego con una chaqueta de cuero y flecos marrones. Se trata de un pequeño tributo a Nym Dayne, su hermana desaparecida desde hace más de quince años. Si su presencia es tan constante en los sueños, de averiguar la identidad del intruso, aprovechará para dar con los motivos de ella y su relación con todo el caso.

 

La moto voladora de Jank hace Mahoutokoro entero se intranquilice. Surca los cielos tan rápido como lo haría una escoba en sus primeras ediciones y desciende cuando, pese a la distancia, los lentes mágicos le proporcionan la ubicación exacta de los aposentos de Baélyr, pese a ya sabérselos de memoria. Al aterrizar mueve su varia para reducirla nueve veces su tamaño, hasta convertirla en un accesorio más de su llavero. Una brisa helada lo recibe de buena gana, prometiendo ser un augurio positivo. O al menos eso quiere creer.

 

Está mascando un chicle de zarzamora cuando se encuentra con Madeleine, a quien ha oído tocar la puerta. Suelta una risita irónica.

 

- Sabía que vendrías - le dice. Es cierto: lo ha visto muchas veces - Los Oscuros no pueden estar demasiado rato sin peligro, definitivamente..

Editado por Jank Dayne

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Para Zoella Triviani

 

A los viejos oídos de Báleyr las palabras de Zoella Triviani suenan perfectamente pronunciadas una tras otra, memorizadas adecuadamente, aunque no necesariamente aprendidas. Las personas, en la no tan humilde opinión de Báleyr, creen que tienden a saber muchas cosas, aunque en realidad experimentan por cuenta propia poco o menos de la mitad de lo que saben. Es el caso de pocos lo contrario, pero no el de Triviani, posiblemente no estaría ella ahí con él si realmente sopesara todo lo que acaba de recitar como una oración.

Báleyr imagina entonces que de pronto ella no quiere mostrarse rota una vez más frente al nigromante. Por el contrario, hay algo en su última revelación que deja al arcano pensando en las verdaderas ambiciones de la bruja Triviani; la venganza, en manos de un brujo nigromante, en más de una ocasión ha dejado muchas otras cosas en el usuario de la magia oscura, excepto satisfacción, es más, si a Báleyr le importara diría que incluso el nigromante da demasiado de sí para conseguirlo, y es que, al final del día, todo se cobra de alguna manera. Es una vara alta, pero Triviani parece dispuesta a alcanzarla, y si lo conseguía, a Báleyr tal vez le gustaría seguir su crecimiento de cerca.

Siguió los pasos de Zoella incluso estando dentro de la biblioteca. La concentración de magia en ese lugar es intensa, aunque incierta de alguna manera, Báleyr se cuestiona si ella ha sido capaz de percibirlo, la perturbación, la intranquilidad de las almas que alguna vez han sido llamadas devuelta después de la muerte. Tal vez si ella lo hiciera no estaría tan concentrada en los viejos tomos de Nagah.

Es una definición muy compleja, es evidente que se ha preparado intelectualmente para esto, eso me va ahorrar mucho trabajo-, no es un elogio necesariamente, pero está conforme, por ahora, con su respuesta. —Como usted se habrá dado cuenta en sus lecturas previas a este encuentro, no es en absoluto fácil conseguirlo, pero es posible, si-, Báleyr puso especial cuidado en la selección de la bruja, los nueve libros de Nagash, algo tan antiguo ocupando un espacio entre la colección de grimorios que incluso Báleyr ha olvidado los detalles insignificantes en sus memorias de cómo obtuvo cada uno de ellos, no obstante, hay otras cosas en ellos que son casi imposibles de olvidar, y solo con eso se queda. Cicatrices de la nigromancia.

Parpadeó detenidamente, apartando por un momento las memorias que le vienen a la mente, de sus primeras lecciones, sus primeros fracasos, de las personas que ha ido dejando atrás, ahondando en las oscuras profundidades de rituales malditos e invocaciones consideradas prohibidas.

Sin embargo, para aprender a correr hay que saber caminar primero, ¿cierto?-, Báleyr incitó a la bruja a abrir el grimorio. —Hay tres elementos que debe considerar en todo momento al hacer un ritual de nigromancia, él que sea, él que usted quiera. El primero de ellos es el usuario, en este caso, usted. La limpieza de uno mismo es importante para no dejarnos consumir por lo que encontramos del otro lado-, las palabras suenan en su mente mucho más suaves a cómo en realidad salen de su boca, a Báleyr le recuerdan muy bien a su viejo maestro. —Debe tener claro siempre esto, Triviani, en el arte de la nigromancia usted siempre debe mostrar dominio, de su cuerpo y por supuesto que de su mente-, hizo una pausa, admirando pensativamente la página del libro abierta . —Para conseguirlo, se debe abandonar toda sensación o sentimiento que hace perder el control de las acciones sobre uno mismo, lo que empañe la visión del nigromante.

Levantó la mirada hacia el rostro joven de Zoella, la escasez de manchas y arrugas en las facciones de ella dejarían a cualquiera pensando que es aún joven de más, sin embargo, Báleyr sabe que en realidad nadie nunca es demasiado joven para vivir en sufrimiento.

Usted ha estado llorando todo ese tiempo su perdida-, Báleyr se acercó al rostro joven de la muchacha, a su piel impecable manchada por largas lágrimas llenas de tristeza y autosufrimiento. Cuidadosamente Báleyr siguió el rastro de una de ellas aunque si tocar el rostro femenino, los viejos y largos dedos trazaron el camino desde el mentón de ella hasta el borde de sus pálidos ojos grises y se detuvo ahí, para atrapar a la próxima.

Yacía entonces en la punta de su dedo la pequeña perla que lloraba Triviani, era de un color espeso, cristalino, pero que difícilmente se podría ver a través de ella, es pequeña, casi escasa, y Báleyr la trató como si de algo agotable se tratara. La dirigió entonces hasta la página abierta del libro que, curiosamente, se ha mantenido en blanco todo este tiempo ante los ojos de Triviani. Ahí fue donde vació la lágrima de ella, y de apoco algunos textos se mostraron ante ellos escritos con lenguaje ancestral, nada que Báleyr no hubiera visto antes, pero que aun así siempre remueven algo en su interior al leerlos.

Y solo bastó con recitar un par de líneas para que todo a su alrededor se transformara. Las letras de los libros se derramaron como tinta fresca, derretidas sobre las páginas inundaron el libro con las lágrimas de la bruja. Las líneas de los textos cayeron al suelo y la magia sucedió delante de sus ojos; cada oración, cada frase se convirtió en una fracción de Triviani, y de pronto había una versión de Zoella completamente idéntica ante la verdadera, con la singularidad de que cada una guarda un gesto diferente, un tormento interno en las memorias de Zoella, que la intranquiliza, que fractura su mente.

Revivir el pasado es, para muchos, una pérdida de tiempo, para otros cuantos es aprender, y para pocos es una verdadera tragedia-, comenzó la difícil explicación. —Representan sus fracturas, sus puntos de quiebre, sus temores o ansiedades-, él no sabe que significan con certeza cada una, solo Zoella puede saber cómo es que está conformada esa visión que se tiene de sí misma. —No necesita vencerlas o superarlas por ahora. Cada una intentará que sucumba, usted debe enfrentarse a sus propios demonios, Zoella, y dominar.

 


Para Madeleine Moody & Jank Dayne

La mazmorra donde se encuentra el arcano nigromante no es difícil de encontrar, sin embargo, el camino es largo, casi eterno para los que esperar les cuesta un poco o mucho más, lo justo para quienes son pacientes y, solo algunas veces, es un presente para los que no son verdaderamente conscientes de la realidad en la que viven. Báleyr considera que es importante, el que las brujas o brujos que vengan a intranquilizarlo en su mazmorra tengan un tiempo a solas consigo mismos antes de llamar a su puerta. Si aún así, cuando llegan al final del camino, no se quedan frente a la puerta sin ganas de continuar a averiguar qué hay del otro lado, entonces él los recibiría casi con gusto.

A menudo Báleyr piensa que necesita un camino más largo hasta su mazmorra.

Por supuesto que el arcano sabe también que no cualquier persona puede estar detrás de esa puerta llamándolo, esperando por una señal de él para entrar a la mazmorra y aprender de la nigromancia. Es consciente de que para este aprendizaje de magia arcana solo tienen acceso aquellos brujos de alto nivel de magia, con conocimientos y poderes que los hacen acercarse a lo óptimo para dominar una habilidad, algunas mucho más oscuras que otras, como podría ser el caso de la nigromancia, pero aun así, Báleyr cree que los aspirantes llegan mucho mas lucidos de mente luego de haber hecho una introspección, sopesando las razones que los traen hasta este instante.

No tiene por qué abandonar su silla para abrir la puerta, pero lo hace de todas formas para sentirse más despierto frente a los que van llegando, y aunque no responde inmediatamente a los tres pesados golpes que se escuchan en su puerta, no los hace esperar más tiempo. El arcano no necesita más de un ojo para definir los rostros que tiene frente a él; las cicatrices que dejan descubiertas a la vista hablan por ellos, hay marcas de viejo agotamiento en ellas y las arrugas de expresiones forzadas por demasiado tiempo han terminado por extinguirla belleza de la juventud, aunque tampoco ve rostros viejos, solo, tal vez, cansados.

La proyección de la vivencia muchas veces tiene esa forma, de manchas, arrugas o cicatrices, aun cuando no son visibles.

Adelante, creo que será interesante escuchar lo que tienen que decir-, no les habla realmente emocionado, aunque si esta casi sorprendido porque sean dos personas, y los invita vagamente a que ocupen un sitio dentro de la mazmorra mientras él vuelve al suyo. —¿Por qué?-, se llevó la boquilla de la pipa en la boca y dio una larga calada. —¿Por qué han esperado hasta ahora para venir aquí?-, cuestiona. Ciertamente no los esperaba, a nadie más por un tiempo, ni siquiera al muchacho de entre ellos dos que cree reconocer de encuentros anteriores, sin embargo, el viejo arcano actúa como si así fuera.

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Pone los ojos en blanco, al escuchar la carcajada de Jank. No quiere saber qué es lo que está pensando, pero le gustaría hacer que pare. Su mano derecha empuña con fuerza la varita de tejo, aunque sabe que no la levantaría contra su hermano. Es decir, no cuando están en plena visita al Arcano de Nigromancia. En cualquier otra ocasión, no lo pensaría dos veces.

 

Tu no sabes nada, Dayne —sisea Madeleine, en un pársel descaradamente fluido y natural.

 

Pero las palabras de Jank resuenan en su cabeza. «Los Oscuros no pueden estar demasiado rato sin peligro». Aquella visita, no es como las demás. En varias ocasiones Madeleine ha acudido a los Arcanos y a los Guerreros Uzza en busca de conocimiento, dominio y control de diferentes ramas de la magia. A esas alturas, no se trata de nada extraordinario. Cualquier mago o bruja con suficiente dinero en el bolsillo puede embarcarse en aquella búsqueda y esto es visto de forma normal en la comunidad mágica. Pero la Nigromancia, es todo un tema aparte. Incluso sus prejuicios acerca de hablar pársel, palidecen con la reputación de la Nigromancia. Y no son prejuicios tontos, pues ella misma la ha visto. La Nigromancia es mucho más que un Arte Oscura, es una práctica prohibida y condenada en la sociedad. Por ella misma.

 

Pero...

 

La puerta se abre. Madeleine vuelve el rostro y observa a un mago anciano, con un rostro lleno de arrugas y cicatrices, en donde destaca un único ojo de un azul frío, que le da una mirada helada. El Tuerto, le dicen algunos a Báleyr. Ya tenía en la boca un saludo preparado, pero el arcano parece ser de esos que va directamente al grano. Eso le gusta y sabe que también le agradará a Jank, quien sabe que no ha tenido las mejores experiencias con otros arcanos, al igual que ella.

 

El ambiente en la mazmorra de Báleyr le parece claustrofóbico. La luz es escasa y todo parece estar rodeado por un vaho sombrío. No puede evitar pensar en la Fortaleza Errante, llena de mazmorras como aquella, aunque no está segura de que le agrade aquella comparación. Madeleine avanza un par de pasos, sin atreverse a adentrarse demasiado; decide quitarse la capa de viaje para guardarla en su mochila, quedándose simplemente con una blusa negra de mangas largas y una falda gris que le llega hasta las pantorillas. Al ver al arcano tomar asiento, se da cuenta de que tendrán que hacerlo también cerca de él. Prácticamente arrastra las botas negras hasta una silla frente a la de Báleyr.

 

La pregunta del nigromante la toma por sorpresa y la saca de lugar. Se trata de una sugerencia de que habían estado siendo esperados, lo cual no le agrada. Aún así, su mente, acostumbrada a la dinámica comienza a pensar en alguna respuesta que le permita avanzar. Una respuesta complaciente. Separa levemente los labios, pero duda. Aquel no es un don que posea, tampoco es un logro que quiera obtener. Genuinamente necesita comprender la Nigromancia y, por supuesto, ser capaz de usarla. No duda en que podría vincularse con la habilidad con una correcta selección de palabras, pero ¿de qué le serviría al final?

 

La verdad no es la que un arcano querría oír, lo sabe. La verdad es que no sabe si está preparada para ver a Báleyr, no sabe si tendrá la fortaleza mental para llegar al final de la jornada. Pero tampoco tiene otra opción. No quiere, pero debe. No le importan las consecuencias. No le importa lo que deba sacrificar.

 

—Lo importante es que estamos aquí, ¿no? —inquiere, frunciendo ligeramente el ceño. Poco le importa si ha sido esperada o no, pues sólo fue capaz de llegar a la mazmorra de Báleyr cuando sintió la voluntad de hacerlo y tuvo el suficiente estómago como para emprender el viaje. Las pesadillas poco han tenido que ver, ya que tienen años acosándola y al día de hoy, son sólo una parte más de su vida. Sí desea aplacarlas y sí desea deshacerse de la culpa, pero no son cuestiones que aparecieron repentinamente ni tampoco la empujaron per sé a aquella empresa— Pase lo que pase, es el momento correcto. Eso es todo.

 

Aunque habla en plural, sabe que en verdad no puede hablar por Jank, ya que ambos conocen muy poco las motivaciones del otro para estar ahí. No quiso preguntar y tampoco quiso hacerle recordar aquella misión, en un pueblo ruso. A veces es necesaria cierta distancia, mas no está segura de por cuánto tiempo más pueda mantenerla.

Editado por Ellie Moody

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La voz del lonjevo arcano llegó nuevamente a sus oídos, prestó total atención y asintió cada tanto dando a entender que cada palabra soltada por el hombre era de conocimiento para la bruja. Dentro de la habitación los tonos marinos eran impresionantes y lo denso del lugar totalmente palpable. Observó el espesor de las arrugas que adornaban el desgastado rostro del hombre, quien la observaba con su único ojo. Había algo que ni mil literaturas le enseñarían a la Triviani, y que solo la profunda charla que llevaba con el arcano le enseñaría, la experiencia y el vasto conocimiento que año tras año el Nigromante había estudiado.

 

Zoella entendió que aquello era una buena decisión, acudir a quien impartía la enseñanza que ella pretendía aprender a toda costa, aun si debía de acudir a la mazmorra del mago por largos años, se aferraría a ello. Las nuevas palabras del hombre la hicieron darse cuenta de que sus ojos fluían pequeños rocíos del llanto que anteriormente había brotado de ella. Percibió el tacto casi rozar su nívea piel, recorriendo la estela húmeda de la ultima lagrima hasta recoger la próxima a salir.

 

La Lugarteniente sorbió su nariz y con el dorso de su mano libre retiró los rastros de lagrimas de su rostro, obligándose a dejar de llorar. El calor de sus sentimientos estaba presente, pero debía mantener la compostura frente al arcano y seguir la clase. Sus ojos siguieron las acciones del mago, quien le pidió abriera la siguiente pagina del libro, obedeció y observó como la menudencia del llanto de la bruja era colocado sobre las antiguas hojas.

 

El blanco de las paginas era todo lo que la bruja observaba, hasta que la gota recorrió por completo la longitud de la pagina, despertando las letras perfectamente escritas con una lengua antigua que la mujer no logró reconocer.

 

La bruja quiso preguntar, sobre los tres elementos de los que Báleyr le hablaba, pero el como las letras se convirtieron en gotas y cayeron como un diluvio sobre el suelo dejó a la calva totalmente anonadada frente a los ojos del arcano. Materializándose como ella misma frente a sus ojos, la mujer le dió la espalda al arcano, encontrándose frente a ella misma, quien la observaba con un rostro serios e inexpresivos pero bajo sus finas cejas y pobladas pestañas se lograba ver el tormento que vivía, el pesar y la tristeza que día tras día la inundaba, esa tristeza que la bruja sentía a diario oprimir su pecho.

 

Los libros pesaban en sus brazos mientras las palabras del Noruego sonaban en el sótano. Triviani tragó en seco y giró a penas su rostro, sintiendo las palabras del hombre grabarse en su pecho "una verdadera tragedia", la ojigris solía huir de su pasado, de todo aquello que siempre la atormentó y la hizo cuestionar si sus decisiones eran las correctas, pero ahora se encontraba parada frente a ella misma y todo lo que la atormentaba, quien siempre había sido su mente propia junto a sus sentimientos.

 

Dejó los libros descansar en la repisa vacía de la biblioteca, dejando el libro del arcano bajo el Tomo de Nagash, todo sin despegar la vista de aquel rostro vacío. Se sentía justo así, vacía, insatisfecha, deprimida. Sus pasos rodearon el cuerpo femenino e inerte, con calma y en total silencio, bajo la mirada escudriñante.

 

Tocó con suavidad aquel cabello negro, lacio y espeso que por sus hombros caía, a veces extrañaba ser poseedora de dicha melena pero no volvería a ella, por la comodidad que la calva le otorgaba en sus duelos y enfrentamientos.

 

Sus pensamientos eran un gran cumulo de confrontaciones internas, la lucha que justo ahí tenía podía ser vista en los mismo ojos de la figura frente a ella.

 

- Enfrentarse - murmuró a penas, recordando las fracturas en su vida, todas en torno al abandono de ella a sus hijos, al abandono de su propia madre, al abandono de su amante y hermano. Sus puntos de quiebre fueron ilustrados frente a sus ojos, uno a uno, aquella noche en Italia cuando el conocimiento de su embarazo llegó, la ultima carta recibida del Triviani, el fallecimiento de su bebé en sus brazos.

 

Las lagrimas volvieron a brotar de sus ojos y las dejó correr, mientras cada punto era ilustrado en los propios ojos de la versión de si misma frente a ella. Los temores de la bruja eran en torno a perderlo todo, su poder conseguido hasta ahora tanto dentro como fuera del bando, la ansiedad que le generaba su nulo conocimiento frente a esos hechizos de ataque que veía como complejos.

 

Y lo entendió, debía vivir con todo eso por toda su vida y afrontarlo, no debía de guardarlo como por años hizo, debía hacerle frente y vencerlo. Era posible que el arcano más allá de enseñarle sobre una habilidad, le enseñaría a entenderse a si misma. Dominar su mente eran cosas que a lo largo de los años la bruja había evitado hacer por confrontaciones con su yo interior, pero debía hacerlo para abrirse y seguir con su objetivo.

 

Bajó la cabeza y suspiró, poco a poco la mujer frente a sus ojos cambio de forma a una niña de mirada inocente, su niña interior, aquella que nunca dejo ver a los ojos de los demás, ni siquiera en su infancia, donde solo se encargó de sobrevivir a la dureza de las calles de Montebruno.

 

Con lentitud se agachó y le tendió la mano a esa niña que se reflejaba en su mente. Ella misma se veía como una niña con grandes limitaciones que no la dejaban crecer, miedos que la obligaban a esconderse y huir, el caos era algo de lo que la bruja siempre se había mantenido al margen pero debía hacerle frente aquí y ahora frente al Nigromante que la observaba a sus espaldas, a ella y a esa niña que reflejaba la fragilidad de la mujer quien era su alumna.

 

- ¿Cuales son los otros dos elementos? - Quiso saber Zoella, mientras aun observaba el inocente rostro de la niña. Su voz había salido algo ronca, producto del llanto que mantenía oprimido en su garganta.

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  • 2 semanas más tarde...

Para Madeleine Moody & Jank Dayne

El arcano permaneció en silencio por demasiado tiempo, en su reflexión personal sobre la llegada de estos dos el nigromante no puede imaginarse si es que esa actitud incomoda a los aprendices. Es una respuesta bastante breve la que recibe por parte de ellos, o de solo uno de ellos, a decir verdad es que Báleyr esperaba algo mucho más elaborado, alguna historia, algún pretexto que justificara su presencia ante el arcano, pero, por el contrario, el intercambio de palabras es tan breve que podría incluso no ser suficiente para dejar a alguien pensando por tanto tiempo en eso. Aun así lo hace, y encuentra que, aunque no es mucho, es una característica que igualmente los describe, los diferencía de entre las personas que vienen a su mazmorra e, incluso, los define por separado, a pesar de haber llegado juntos.

Si, si, es el momento correcto-, masculla con la pipa atrapada entre sus dientes, con la mirada aún fija en la persona que se ha atrevido, de entre los dos iniciados, a contestarle la imprecisa pregunta.

A lo largo de su vida, tanto como aprendiz de nigromante como también del tiempo antes de convertirse en un poseedor del anillo de magia arcana, Báleyr ha comprendido con insistencia que nunca una persona era igual a otra, podían ser parecidos, pero nunca iguales, por lo tanto, cada quien tendría una idea diferente de lo que está haciendo aquí ahora, de lo que busca en las sendas oscuras de la nigromancia y, por supuesto, que de igual manera cada uno tendrá sus fallas, sus propios temores, angustias, dudas, etcétera. Lo que algunas veces a algunos les sobra a otros posiblemente les hace algo de falta, y era eso de lo que dependía su enseñanza, pero ¿cómo puede Báleyr guiar su camino de aprendizaje con alguien tan poco conversador?

Tal vez pueden no todos ser iguales, pero si eran parecidos.

Bien entonces, vamos allá, arriba-, el viejo hombre se levantó de la silla, dejando la pipa sobre una mesita repegada a su asiento para así tener la libertad de tomar de un estante cercano un par de volúmenes, ambos de cáscaras rojizas, resecas por el tiempo, pero con portadas aparentemente distintas, definidas sólo por los trazos labrados a mano y seguramente con algo de magia oscura para sellar en ellos sus escritos. —Por ahí, junto a la jaula vacía, vamos-, el arcano señaló un punto en el muro opuesto, y con un ademán suelto de su bastón, la varita de cristal abrió una brecha sobre el muro, que dejaba libre un camino de delgadas dimensiones, escalonado e iluminado con una luz que llega desde lo alto de la cubierta, aunque no se puede ver con certeza el origen de esta.

A pesar de que sus movimientos son cansados o acalambrados, el nigromante se adelanta al par de brujos para encabezar la caminata escaleras arriba.

La gente que acostumbra a venir por aquí, en la mayoría de los casos, no vienen aprender de la nigromancia por interés genuino-, la voz de Báleyr hace eco por el estrecho pasillo que lleva a lo que pareciera ser una torre. —Lo que quieren, casi siempre, es sanar alguna vieja herida, buscan solucionar algo que los intranquiliza, que les hace falta-, por la forma medio torcida de las escaleras, y la falta de vanos sobre los muros, el camino es más sofocante a cada paso y parece no tener final. —Eso tampoco es algo incorrecto, solo así pueden explicarse a sí mismos, o a los demás, por atreverse a profundizar en algo tan oscuro como lo es la magia de la sangre. Y, en lo práctico, les ayuda a mantener los pies sobre la tierra-, han de haber subido alrededor de tres o cuatro pisos desde la mazmorra cuando finalmente se deja ver una pesada puerta de vieja madera oscura. —No es el caso de todos tampoco, claro, pero todo gira en el "poder hacer". Pasen.

Del otro lado de la puerta, que cede también con un golpe de su garrote, hay un salón amplio, conserva la altura del pasillo previo a la habitación, y es menos ancho que la mazmorra de Báleyr, los bloques de piedra oscura le dan una forma circular, fría, y los colores más claros sobre el suelo y la cubierta engañaban al ojo humano haciendo creer que el sitio sería mucho más espacioso si no estuviera lleno de mesas cubiertas de frascos y utensilios por todas partes. A diferencia del extenso pasillo y la mazmorra, las ventanas abatibles dejan entrar el fresco aire que rodea Mahoutokoro.

Ve y siéntate-, casi ordenó a ambos distraídamente, mientras él se acomoda en un banquillo frente a una mesa de metal que no parece estar tan ocupada como el resto. Finalmente, sobre la superficie, colocó los grimorios e invitó a que cada uno tomara el que fuera de su elección, incluso si ambos querían el mismo, sería un avance significativo. —Para verlo, debes mostrarle primero tu interior-, aconsejó el arcano. —Déjalo buscar dentro de ti, para que pueda mostrarte lo que necesitas saber.

Suspiró, y de entre sus ropas sacó una pipa más nueva, pequeña, que encendió con la ayuda de su varita y el humo llenó rápidamente el salón. Les daría un tiempo, personal, para solucionarlo.

Entonces ¿qué es lo que ves en sus páginas?-, preguntó después de un largo rato, cuando la mezcla en su pipa está por terminarse.

 


Para Zoella Triviani

Un gruñido bajo quedó atrapado en la garganta del viejo arcano mientras escudriña con la mirada las acciones de la iniciada con demasiado cuidado y el ceño forzado, como si de pronto su único ojo no fuera suficiente para entender la actitud de la bruja ante su enfrentamiento, aunque en realidad sucede todo lo contrario; Báleyr interpreta cada acción, cada movimiento y cada pensamiento que, si bien no se dice, se proyecta fácilmente entre aquellos dos cuerpos de Zoella que se encuentran, es como una conversación silenciosa, pero seguramente significativa, después de todo los escritos en los viejos grimorios no tendrán consideración de la Triviani, pues si verdaderamente quería aprender de la nigromancia, tenía que explorar lo más oscuro de esta.

¿Cuales son los otros dos elementos?-, la pregunta ahogada en sentimiento por parte de la bruja Zoella desconcertó al nigromante.

Báleyr se movió lentamente en su espacio, rodeando la escena que Zoella ha transformado, analizando la figura atrapada ahora entre ellos dos que ha tomado la forma de una pequeña persona, una niña.

Usted sigue sometida a sus sentimientos, señorita Triviani-, el arcano llega finalmente a la conclusión de que Zoella no ha concebido de que va la limpieza de la mente. —Cuando el nigromante entra al mundo de los muertos es detectado inmediatamente como una presencia viva-, comenzó a explicar pacientemente. Báleyr ha pensado que, en gran medida, Zoella no solo sabe sino que comprende bien aquella teoría que memorizaba. Suponerlo había sido su errar, no el de Triviani. —Lo que sea que se encuentre usted al cruzar y/o adentrarse al otro lado, allá, buscará volver al mundo de los vivos de cualquier forma, y si usted se los permite, si usted les muestra sus deseos, sus anhelos, sus debilidades, tomarán todo lo que puedan de usted, falsamente se lo ofrecerán y serán ellos los que tendrán el control dentro del mundo de los vivos, no usted el control sobre ellos.

Báleyr suspiró largamente, luego volvió a llevarse la pipa a la boca, mordisqueando la boquilla, mirando algún punto fijo de la figura de la niña que aún está ahí, observando a Zoella. Tal vez, Mahoutokoro debería sugerir a los aspirantes a nigromancia obtener la habilidad de un legeremante o ya sea respectivamente un oclumante, algo como aquello casi debería ser básico para aquellos que practicaban las artes oscuras, al menos de ese modo los aprendices tendrían mas control de sus propias mentes antes de apostar su cordura a la nigromancia.

Por otro lado, no cree que estos jóvenes iniciados, que desean aprender del arte de la nigromancia, quieran perder su tiempo con algo como la introspección. Y ciertamente Báleyr tampoco.

Nadie nunca vuelve del más allá solo, sin traer algo consigo de vuelta, Zoella, aun si no lo queremos. Es por esa razón que debe usted ser firme, debe mostrar que tiene el dominio de su propio ser y sobre las demás cosas, debe mostrar autoridad-, se aclaró la garganta al darse cuenta que ha estado hablando un tono de voz mas alto que lo habitual. —Tal vez no hace falta superar esas cosas que la acongojan, o resignarse a vivir con ellas, porque, en muchos casos, esos sentimientos son lo que en un principio nos mantienen aquí, en el ahora, nos hacen fuertes, y nos aferran a la vida-, concluyó su explicación, e hizo una larga pausa para que Zoella sopesara la nueva información.

Luego de eso, Báleyr recitó un par de líneas mas sobre los textos escritos en lenguas antiguas, y continuaron el ejercicio.

¿Por que?-, la voz de la pequeña Triviani se escuchaba quebrada entre el llanto que comenzó a correr por sus mejillas. —¿Por qué nos has hecho esto?!! !NO! !No lo quiero!-, la chiquilla podía sentir toda aquella corrosión de sentimientos guardados como si le quemaran la piel, y le reprochaba ahora a la bruja todo ese daño que llevaba dentro. —¿Por qué, por qué nos haces tanto daño?-, el salón se llenó con los ruidos insufribles de una joven Zoella llorando.

Pongámonos a prueba una vez más.

Editado por Báleyr
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Una sombra de suspicacia cruza sus ojos avellana cuando, uno a uno, los escalones de un pasadizo secreto se revelan frente a ella. No le agradan las sorpresas y, ése día en especial, está más tensa de lo normal. Aunque es la primera vez que Madeleine se encuentra frente a Báleyr, su visita está fuertemente alimentada por toda la información que ha ido recolectando a lo largo de los años, tanto del tabú que es la Nigromancia en la comunidad mágica, como de lo que se dice del Arcano Báleyr. Su visita está fuertemente influenciada por su propia satanización de aquella rama de las Artes Oscuras y la Magia de la Sangre, por sus temores y por las ideas que ha construido acerca del mago que es el guía de aquella senda. Su visita está fuertemente dominada por lo que ha visto enfrentando en las más retorcidas misiones de la Orden Oscura y por las imágenes que la persiguen en sueños desde hace muchos años.
La tensión que percibe en el ambiente y que oprime dolorosamente su corazón, no viene de nada que haya dicho Báleyr, ni Jank; tampoco viene de nada que pueda existir en aquellos aposentos de Mahoutokoro. Viene de ella y de nadie más que ella. Madeleine lo sabe perfectamente... pero se siente atrapada en aquel sentimiento. Es consciente de el conflicto que es ahora mismo: está ahí por elección propia, pero se niega a colaborar. Y es consciente de que de esa forma, sólo logrará que el Arcano se harte de ella, como lo han hecho muchos instructores antes. Si quiere descubrir los secretos y las posibilidades de la Nigromancia, debe colaborar.
Pero...
«¿Éso es lo que quiero?».
Ante aquel pasadizo, ya no se siente tan segura. La idea de pensar en sí misma como una Nigromante, no sólo le da escalofríos, sino que despierta en ella un profundo y fuerte sentimiento de rechazo propio. Odia aquella idea. La odia con todo su cuerpo, toda su mente y toda su alma. Y odia la excusa que la trajo hasta allí: que es un mal necesario. Pero a medida que el sentimiento crece y se arraiga a su corazón, también lo hace la idea de seguir a Báleyr por el estrecho camino. Madeleine se pregunta si es posible establecer un fuerte vínculo con una magia o con un arte, no a través del amor y la pasión, sino todo lo contrario. Se pregunta si es el odio por los Nigromantes con los que se ha topado en el pasado, por las atrocidades que ha visto en nombre de la Nigromancia, lo que la hará avanzar.
«En algún momento, tendrás que explicarte —dice para sus adentros—. Tendrás que hacerlo antes de que se harte y pierdas tu oportunidad».
Tras emitir un largo suspiro, avanza. Las sensación de que las paredes intentan asfixiarla hacen que suba los escalones de dos en dos, con la agilidad característica de un oscuro que controla la energía de su entorno para su desplazamiento. Cierra los ojos y confía en su uso del phantom para conducirse por aquel camino. En lo que su mente se concentra activamente, es en las palabras de Báleyr, que con las paredes cerniéndose sobre ellos, parecen venir de todos lados. Un brisa gélida parece envolver repentinamente su corazón. Es aquella sensación de que lo que el Arcano dice tiene un significado más profundo y que tiene que ver con ella, como si percibiera sus pensamientos.
—Parece que está de acuerdo en que es algo natural —dice Madeleine por lo bajo, deteniéndose momentáneamente bajo el umbral de la última puerta que atraviesan—. «Devolver la vida a los muertos». No sé si es lo único que hay, pero creo que es lo que la mayoría piensa cuando planea incursionar en la Nigromancia. Es una elección que sólo puede venir de la tragedia y la desgracia... O eso prefiero pensar, para ignorar las otras posibilidades.
La brisa que entra por las ventanas agita sus mechones ondulados y marrones, pero ella es apenas consciente de ello. Observa con recelo el salón en el que ahora se encuentran, que, nuevamente, le hace pensar en la Fortaleza Errante. Camina lentamente frente a las mesas abarrotadas de frascos, hasta que el Arcano les indica que tomen asiento. Como es habitual en ella, obedece a regañadientes.
No es la primera vez que está frente a un grimorio, pero está convencida de que ése debe ser el peor de todos los que ha conocido. No tanto por su contenido, sino por las palabras del Arcano, que en sus oídos son una amenaza. «Déjalo buscar dentro de ti, para que pueda mostrarte lo que necesitas saber». Madeleine se encorva hacia adelante, intentando calmar su respiración para no delatar lo aterrada que se siente. Ya en una ocasión se dejó llevar por un grimorio... Lo recuerda vívidamente. Aunque había cumplido la mayoría de edad, era prácticamente una adolescente: inmadura, frágil, pero demasiado confiada. Quizás por eso ese libro maldito se aprovechó de ella —si de verdad, como ha pensado en más de una ocasión, existió una influencia sobre ella; si de verdad no fue completamente responsable de lo que sucedió—. Lo que liberó de aquel libro, se convirtió en el huésped del cuerpo de Pandora Stark, su madre biológica, y con el paso de los meses la consumió hasta acabar con su vida.
De modo que la idea de abrir su mente no le agrada ni siquiera un poco. Pero, aún así, es tentador. «Te mostrará lo que necesitas saber —escucha una voz que decide atribuirle a Báleyr, aunque el arcano está fumando de su pipa, sin dirigirles ni siquiera la mirada—. Te mostrará la Verdad».
Con recelo y, sí, con miedo, su mano busca uno de los grimorios a su disposición. Pero, cuando sostiene con ambas manos el tomo forrado de cuero, su mente se despeja; las barreras que alguna vez la Aaliyah Sauda le ayudó a construir, caen sin el menor esfuerzo. No es una fuerza externa la que las derrumba; ella misma las desconstruye, bloque imaginario por bloque imaginario. Abre el libro y lo coloca sobre su regazo, aunque tiene los ojos cerrados y el rostro levantado. Así, sin embargo, puede ver.
—Al parecer, se trata de una maldición inferius incompleta.
—¿Por qué las retuviste?
—Podía averiguar una forma de contrarrestar la maldición. Era una oportunidad única.
Recuerda con claridad la misión, la expresión de inocente curiosidad en el rostro de Darius. «Quizá, de alguna forma, tenía buenas intenciones...». Pero, ¿de qué sirven las buenas intenciones sin piedad, sin empatía, sin respeto? Quizá él no asesinó a Kimi y a Sofía, quizá él no fue practicó la maldición inferius en ellas, pero se tomó atribuciones que no eran suyas. Poder hacer algo, no significa tener que hacerlo. Lo que él tuvo que hacer, fue darles paz y tranquilidad, no prolongar su sufrimiento. No jugar con ellas, como si de conejillos de indias se tratasen.
Ha abierto los ojos, sin ser consciente de ello. Las letras y los símbolos comienzan a dibujarse en el grimorio, revelándose poco a poco, a medida que ella misma revela sus pensamientos.
—Dice que los inferi, aunque se crean a partir de cadáveres humanos, no tienen alma —murmura Madeleine. En el silencio del salón, sus palabras se escuchan con claridad—. Se trata de una forma nigromancia rudimentaria —sigue diciendo, con los ojos recorriendo las palabras que van apareciendo—. Revertir la maldición inferius, significaría obtener un cadáver, no un ser vivo. No una persona viva.
»Yo... yo sólo... pasé mucho tiempo, preguntándome si había alguna posibilidad —dice, levantando los ojos del grimorio. Sabe que aquello debería darle paz. Significa que hicieron lo correcto al detener a Darius y deshacerse de él, dejando que se congelara en el lago a las afueras del pueblo. Pero lo único que siente, es un vacío en el pecho—. Supongo que caí en lo mismo que los demás. El "poder hacer"... Pero, aunque no me agrade, la verdad es que sí deseo saber qué se puede hacer. Necesito saberlo y necesito entenderlo. Y así nunca volver a sentir la tentación de practicar este tabú... sin ofender —añade por lo bajo.
»¿Éso tiene sentido? ¿Pensar que conociendo los secretos de la Nigromancia, se puede respetar verdaderamente la vida?

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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La bruja percibió el cuerpo del arcano rodearla hasta quedan frente a ella, a espaldas de la pequeña Zoella que la observaba, callada, con esa triste expresión que se parecía . Alzó la mirada y la conectó con el único ojo del hombre. Comprendió entonces lo que decía el mago y entendió porque su hermano le había otorgado el nombre de Usurpadora tras su regreso del mismísimo infierno. La bruja entendió que debía controlar sus sentimientos y no mostrarlos al exterior, reprimir lo que sentía y mantener control absoluto de ellos.

Observó a la menuda figura de ella misma, con eso grandes y grises ojos acuosos. Se preguntó que habría venido con ella cuando regresó su alma del infierno, que había venido con Tauro y con Jeremy. Quiso saberlo pero supo que tarde o temprano lo averiguaría, ese no era ni el lugar, ni el momento para ellos. La firmeza que Zoella necesitaba era la misma que usaba frente a sus alumnos de la senda, esos que habían acudido a ella por los conocimientos de Nyx.

La tono elevado de Báleyr la hizo regresar a si. Debía anteponer su carácter ante todo, mantenerse al marguen de lo que sucediera. Su vista bajó al suelo, con el ceño fruncido mientras la lengua antigua era recitada de una forma perfecta por el hombre. Pero lo que sus oídos escucharon la dejó perpleja. Su cuerpo cayó de espaldas, sorprendida observando a la niña desconsolada.

- ¿Por que?-, la voz de la pequeña niña se escuchaba quebrada entre el llanto que comenzó - ¿Por qué nos has hecho esto?!! !NO! !No lo quiero! - Zoella sintió el dolor calar en sus huesos, la opresión apareció en su pecho y sus manos comenzaron a temblar. Se mantuvo en silencio ¿que podía decirle? ¿que podía soltarse a si misma para calmar aquel llanto que noche tras noche la hundía?

 

La pequeña niña frente a sus ojos podía sentir toda aquellos sentimientos corrosivos que se mantuvieron guardados por años, quemando su piel, y le reprochaba ahora a la bruja todo ese daño que llevaba dentro. —¿Por qué, por qué nos haces tanto daño?-, el salón se llenó con los ruidos insufribles de una joven Zoella llorando.

 

El rostro de la vampira se ensombreció, y una solitaria lagrima se resbaló por su mejilla. Relamió sus labios y con lentitud levantó su cuerpo del suelo - No lo entenderías - soltó a la niña, que solo la observaba con el pequeño rostro enfurecido y entristecido - Quieras o no, ahora somos esto y debemos aceptar las consecuencias de nuestras decisiones, aunque no te parezcan las correctas, escogerlas no fue sencillo pero el camino fácil no es el que debemos escoger, jamás - le soltó a la niña, acariciando con suavidad su coronilla.

 

- Sobrevivirás al daño, siempre lo haces y terminas saliendo adelante - agregó, para ver a la niña desaparecer ante sus ojos. Se quedó callada, no levantó la vista al arcano pero supo que este la observaba con la misma curiosidad que lo había hecho desde que cruzó el umbral de la entrada a su morada.

 

- La limpieza del cuerpo empieza desde adentro ¿No? Supongo que habla de una especie de limpieza espiritual también - agregó, cerrando sus ojos para elevar el mentón - Una especie de limpieza para despejar un poco lo que al momento te esté agobiando, e imagino que entra la limpieza del cuerpo, de la carne. Retirando cualquier rastro de olor vivo. Recuerdo leer incluso que debes usar zapatos de alguien muerto ¿Es cierto o solo es un mito? - interrogó, abriendo con suavidad sus ojos.

 

Reprimió el llanto que quería soltar, la presencia y los reclamos del pequeño cuerpo la hicieron quebrarse, pero ya podría llorar a moco tendido cuando regresara a casa. Debía de mantener la firmeza de la que el Noruego le hablaba, mantener la rudeza en su expresión y ocultar lo que justo ahora siente.

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Jeremy observo al Arcano con el rostro inexpresivo. No esperaba que fuera tan alto, o que mostrara una presencia que no tuviera nada que ver con un anciano. Parecía fuerte... y maléfico. Las primeras impresiones siempre estaban equivocadas, o cambiaban a medida que se conocía a la persona, pero estaba seguro que no cambiaría mucho de parecer a lo largo de la clase. Su segundo objetivo estaba cumplido, que era el presentarse en aquel lugar dispuesto aprender. El primero había sido anotarse y hasta pagar la matricula de la Universidad, que tampoco le fue fácil tomar la decisión. Sabia que un cambio rotundo se avecinaba, y quería estar a la altura.


Siguió al Arcano cuando lo invito a entrar a la casa. Podía ver que sus ojos eran atraídos por todos los objetos que poseía la vivienda. Le despertaba una curiosidad extraña. Oscura. Sus pasos no se detuvieron, mientras escuchaba las palabras de Baleyr y las indicaciones de lo que debía hacer. Invocar espíritus era una de ellas, el vampiro estaba cómodo con la idea, aunque sabia las repercusiones que esa degastante energía de otro mundo, le traía a su cuerpo. Siempre le costaba reponerse cuando terminaba una clase donde la principal Misión que debía enseñar era juguetear con el limite de la vida y la muerte. Siempre salia bien, aunque aveces las presencias no se iban durante meses, haciendo que debiera apelar a diferentes métodos de desapego.


La habitación escondida detrás del la estantería, era oscura con un leve olor a humedad. Había en el medio, una pequeña mesa de cristal con una tetera y un conjunto de tazas de cerámica. Había bibliotecas con libros de diferentes espesores, pergaminos enrollados, estatuas con formas extrañas, espejos de pie y de mano, péndulos con cristales, zócalos de madera tallada con símbolos desconocidos y varias piezas mas, que Jeremy dejo de prestarles atención. El polvo predominaba por todas las superficies, demostrando el poco uso de aquel sitio. La puerta quedo sellada para que no pudiera salir hasta que el trabajo no estuviera concluido.


Suspiro evaluando todos los materiales con los que contaba para empezar la tarea. Como ninguno le traía confianza, saco una piedra común que solía llevar en el bolsillo de forma habitual y con su varita empezó a darle golpes en la dura superficie redondeada sin imperfecciones, las chispas que salían de su varita mágica fueran saliendo en cascadas que desaparecían antes de tocar el suelo, dando fogonazos de luces al ambiente.


-Praarambhik aadhyaatmik sambandh -Empezó a conjurar esperando que Amelia diera muestras de estar en aquel plano de la vida.

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