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Legilimancia


Rosália Pereira
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Toma la taza de té y agradece mediante un dócil gesto. El sabor le hace viajar en el tiempo a cuando se veía forzado a repetir la acción en casa de los socios de su padre. Para aquel entonces lo relacionaba con negocios mal intencionados, en donde terminaban envolviendo a su padre tarde o temprano, tabaco, acento irlandés y risas incómodas. Ahora, cuando pasa por su garganta, solo cumple su función: armonizar. Londres no ha pasado en vano durante seis largos años, eso de claro lo tiene todo.

 

- Habré visto su fotografía en El Profeta un par de veces, sí. Un placer conocerte en persona, Mia - dice. Al instante, sus ojos se vuelven a topar con los de Rosália -. Sí, supongo que he reflexionado. Digamos que tengo la mente más abierta a las posibilidades, por así decirlo. Abierto a todas las posibilidades.

 

La experiencia que tanto Sajag como ella propinaron a su vida contribuyó, de sobremanera, a que su mente ansiara por descubrir y crear nuevas rutas de escape y acceso. Descubrió las maravillas de la meditación, el beneficio de escuchar sin la necesidad de responder y absorber el conocimiento sin importar su procedencia. A través de la quietud, halló la paz que tanta frustración causaba a su cordura. Espera poder catalizarlo ahora que tiene de nuevo la oportunidad.

 

Cuando la pregunta acerca de los viajes se pronuncia, Jank entrecierra los ojos para conciliar el objetivo. A su mente llegan imágenes de distintas localidades, ciertos sentires y unos cuantos diálogos que no logra descifrar. La conexión se pierde rápido, pero al menos lo motiva a descubrir cómo hacer que prevalezca.

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Entendía poco el motivo por el cual Rosalía quería saber más de ella, debido a que literalmente era un libro abierto. Así, que sin siquiera inmutar su rostro, se gira un poco a observar la presencia de un joven presentado como Jank. ¿Había escuchado hablar de él? Lo cierto, era que no pero poco le importaba de momento, porque su mente comenzó a procesar las imágenes de los recuerdos que evocaba la taza de té en él.

 

Tiempos pasados, si eso era justamente lo que tenía en mente. Asimismo, pudo percibir un poco lejano el aroma a tabaco y a un café peculiar, ¿irlandés? Posiblemente, no estaba del todo segura, porque no era su bebida predilecta. Regresando a la realidad, escuchó sus palabras y con un simple asentimiento de la cabeza, correspondió a su saludo, recordando aquel par de veces que había sido entrevistada y la otra, en la que los duendes, habían ocupado la primera plana.

 

—Creo que no tiene mucho caso hablarles de eso, podría mostrarlo. —soltó, captando la fase de aceptación a probar cosas nuevas del chico.

 

En cuanto, hizo mención de Amará la arcana, en sus labios apareció una media sonrisa y permitió que su mente comenzará a llenarse con diversos recuerdos. En especial, uno situado al norte de Francia, sitio en el que había vivido durante alguna época, la cual quiso reencontrarse consigo misma. Prestando atención, a lo que la rodeaba, una pequeña comunidad se mostró y pudo percibir como una bruja de aspecto frágil, pero que era descendiente de una buena familia, se arrastraba por las calles.

 

Sangre salía de una de sus extremidades, sin pensarlo mucho se acercó hasta a ella y la miró a los ojos, preguntando que pasó. Experimentando nuevamente el relato, supo que los miembros de aquella organización casi desaparecida, conocida como la Orden del Fénix, habían sido los culpables, necesitaba atención o perdería a su bebé. Sin pensarlo demasiado, se acercó hasta ella y comenzó a relatar algunos hechizos, buscando que dejará de sangrar, y una vez que lo consiguió la ayudó a acudir a un hospital.

 

—En su mayoría, no son recuerdos tan gratos… pero si, algunos que me hicieron crecer como persona. —aceptó con tranquilidad, esperando que ambos hubiesen podido visualizar su recuerdo, porque se había empeñado en trasmitir aquello a sus mentes.

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Le sonrió levemente a Jank al escuchar una respuesta positiva. Ella como Arcana no era nadie para indicarle como tenía que ser el recorrido de cada estudiante. Muchos comenzaban por la Animagia, como si fueran a encontrar alguna pieza faltante en su ser. Otros en la Metamorfomagia, para sentirse más comodos en su propia piel. Y así. Su habilidad era diferente. No se extendía como una modificación de uno para uno mismo, sino una forma nueva de experimentar la comunicación.

 

Entrecerró los ojos cuando Mia propuso el mostrar. No le gustaba aplicar legilimancia a sus alumnos. Se sentía invasiva en una situación donde no se la necesitaba. Suspiró y se concentró. No era la culpa de la alumna, supuso, nunca decía sus preferencias igual.

 

Miró más allá del iris de la mortífaga. Lo primero que sintió fue un cambio en su lengua; un portugués natal dejó lugar a un francés. Se sintió débil y a la vez observadora. Se vio ella misma nuevamente en las amazonas, cargaba al bebé de alguien en brazos. Púas de color dorado la atacaron para verse a ella misma sanarse. Estaba experimentando la perspectiva de Mía que tenía de su recuerdo y a su vez de aquella de la nigromante sobre la muchacha que ayudó. Parpadeó dos veces y volvió a su cabaña.

 

Se volteó a Jank. No era legilimante así que no lo podría ver, en realidad.

 

- Bueno, básicamente un encuentro de ayuda sanitaria con una desconocida. Y ahora, justamente ¿qué me podés decir de ese recuerdo hoy? ¿Ves algo diferente?

 

Pasado y presente se solapan de alguna manera. El pasado define al presente, como una suerte de sucesión histórica que da lugar a la memoria y a la identidad. Pero, a la vez, el presente es el que visita el pasado y le da sentido; que, en un juego dialéctico, se entrecruzan nuevas perspectivas y relaciones y le da lugar a esto, una resignificación constante.

 

- ¿Y tú Jank? ¿Qué nos puedes traer a la mesa?

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Se termina el té de un solo movimiento. La pregunta de Rosália, aunque sencilla, lo hace reflexionar. Para él, su vida ha sido una serie de eventos tan lejanos a su querencia que, al final, contribuyeron al desapego por las buenas costumbres o, como otros lo verían, el camino correcto. En definitiva, una típica cascada imparable cuyas aguas arraigan un centenar de oportunidades desaprovechadas y desgracias poco coherentes. Jank ha decidido, como medida última, dejarse llevar por la corriente. Por extraño que parezca, está funcionando. Sus recuerdos ahora duelen menos; sus temores, se revisten de fantasía irrisoria. Se pregunta si tal analogía es parte de la proyección que se empeña en compartir con la arcana.

 

Su mente crea un edificio de largas escaleras, incontables pisos oscuros y puertas sin cerradura. Cuando el corazón de Jank se acelera, sabe que se trata de un momento verdaderamente significativo; precisamente esos son los que se atreve a desbloquear y compartir. La primera muestra un padre soltero de mañas y tradiciones definidas, que cumplió su deber en transmitírselas a sus descendientes. La segunda desvela el rechazo de una madre valiente, quien prefirió la guerra física al amor que pudo haber nacido en el corazón de los que trajo a la vida. La siguientes muestran pasillos, peleas adolescentes, hechizos fallidos. El piso que le sucede, sin embargo, es la torcedura de una vida aparentemente común.

 

Tres de sus hermanas muertas en una lucha eterna, por razones banales, más jóvenes de lo que él es ahora. Un hermano traidor, vanidoso, cuya conexión se rompe cuando los ideales chocan. Desesperado por seguir el rastro de una madre indiferente, buenamente se enamora de un grupo del que aún forma parte. Ella también muere, poco tiempo después, sin demostrar afecto. Una pareja parece resolver este vacío, pero la oscuridad se la lleva consigo. Pretende, entonces, que la solución consiste en empuñar la varita y defender al desvalido, pero en el camino, él mismo termina siendo su víctima final.

 

El último piso muestra bares, reuniones clandestinas funestas, ritos ocultistas con fines egoístas y una malévola obsesión por auto perjudicarse. Como si todo su mundo le hubiese demostrado lo mucho que deben odiarlo, incluyéndolo. El retiro se presenta por sí mismo tras una puerta quebradiza. Se toma el tiempo para regresar a la tierra que lo vio nacer, a la naturaleza que originalmente le otorgó su identidad primera. Aun así, descubre que en Noruega no está su salvación. Tampoco lo está en Londres, o en las misiones que la Orden le impone. Él debe dar el primer paso, esté donde esté, pues necesita conocerse de verdad. Y está seguro que el aprendizaje, las nuevas personas, o el conocimiento que desconoce todavía serán sus herramientas ideales.

 

Cuando abre los ojos vuelve a tomar la taza, sin acordarse que ya no hay líquido por tomar. Señala la tetera, como pidiendo permiso para recargar.

 

- Siento que durante nuestro anterior encuentro no mostré lo suficiente, arcana. Me anclé en una sola parte - se rasca la mejilla, allí donde la barba está empezando a crecer -. No es muy interesante, supongo, pero lo que enseñé fue verdadero, al menos.

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¿Podía ver algo diferente? Tenía que meditar realmente esa respuesta, porque físicamente quizás era la misma bruja, pero mentalmente había cambiado y madurado. Las situaciones vividas, habían contribuido a cambiar su perspectiva de vida y el rumbo que esta había tomado. Las dudas, en un momento previo la habían carcomido, no estaba segura de que camino tomar, pero recuerdos de ese tipo, habían sido un parteaguas para tomar la decisión que cambió todo.

 

Mientras meditaba unos segundos, notó como Jank comenzaba a entrar en un pequeño transe, Estaba recordando alguna escena que había vivido y si bien, no podía entender con claridad todo lo que pasaba por su mente, si pudo notar un pequeño atisbo de imágenes, un edificio, tres muertes y todo eso, mezclado con sentimientos que reconoció como los del mago. Si, solo pequeños flashes eran visibles para la Black Lestrange, pero le fueron suficientes para comprender un poco lo que ocurría.

 

Regresando a la realidad, supo que era momento de responder a la pregunta hecha por la arcana anteriormente, pero consciente de que aún, no tenía del todo claro sus ideas, para expresar enteramente sus emociones, dio un pequeño sorbo a la taza de té. Solo uno, no quería beber más de lo estrictamente necesario, porque nunca había tenido fortuna con las bebidas ofrecidas por los Uzzas y Arcanos.

 

— ¿Qué si veo algo diferente? Por supuesto que sí. Hubo pequeñas fallas, cosas que habría hecho diferente de vivir una situación similar en este momento. —comenzó a expresar— Sin embargo, lo que hice y pasó, esta perfecto porque me hace ser quien soy. Por tanto, la principal diferencia radica, en que en ese entonces no tenía todos los conocimientos que ahora poseo y era inexperta.

 

Tras terminar de explicar, intentó comprender un poco lo que Rosalía pretendía de ellos. Porque siendo honesta, no veía que estuviesen teniendo un rumbo marcado de aprendizaje, contrario a lo que había ocurrido con otros arcanos, ¿compararlos? Quizás, eso era justamente lo que hacía, pero estaba un tanto confundida, pero podía manejarlo.

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La superficie del lago era calma y un aire frío mecía la copa de los árboles a la distancia. Caminando cerca del borde, observé la residencia de Rosália, y emití un suspiro cansado. Había evaluado mucho el volver, por todo lo que había significado la clase pasada, y por las propias circunstancias que había vivido desde entonces hasta ahora. Pero a fin de cuentas, había decidido que valía la pena intentarlo una vez más, así que allí estaba.


Mi indumentaria era bastante casual y muggle: unos jeans con los botapies raídos, una blusa de algodón y sobre ella, un abrigo gris, que hacía juego con los botines del mismo color. El cabello estaba sujeto en una coleta, mas diversos mechones habían escapado y ondeaban felices y desordenados al viento. Más que elegancia, podía decirse que era comodidad lo que siempre procuraba, y para esas lecciones, vaya que la iba necesitar.


Después de todo, la legeremancia era diferente a cualquiera otra de las habilidades que se impartían en la universidad. Usada como arma incontables veces a lo largo del tiempo, era necesario tener presente la carga que conllevaba el manejarla, y de la misma forma sus límites (si acaso había alguno). Los métodos, pese a todo lo lo leído y estudiado, seguían siéndome de alguna manera esquivos, pero esperaba que por lo menos esta vez Rosália sintiese que si valía la pena enseñarme.


El sendero hacia la cabaña de la arcana era como lo recordaba. Y ya en la puerta, podía bien ser solo una impresión, pero el ambiente se percibía un poco más cálido. Las plantas, a las que ella le dedicaba tanta atención y cuidado parecía que susurraban alguna clase de lenguaje secreto, pues varias hojas se movieron con algo más de energía que la que el simple soplo del viento podía darles.


Había muchos misterios en ese lugar, y definitivamente estaba convencida que jamás descubriría todos, por lo que me limité a dar dos golpes en la puerta, esperando que la arcana no tardase en responder.

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¿Qué hacía allí? ¿Acaso estaba escapando de enfrentarse nuevamente a Videncia? Probablemente… pero no en aquel momento, la respuesta más iba dirigida a que por fin se había decido por tomar aquella habilidad que siempre había llamado su atención, pero que al mismo tiempo le temía.

 

Era una habilidad tanto fascinante como temible, de hecho esas dos impresiones solía causar a la mayoría de los magos. A ella, en general, le causaba un poco de miedo, pero no el suficiente como para huir de ella, pues debía admitir que su curiosidad por aquel tipo de magia era claramente notoria. Nunca tanto como con Nigromancia, pero de todas formas despertaba interés en ella.

 

Caminaba en dirección a la vivienda de la Arcana, a una de las que aún no había tenido la oportunidad de conocer, aunque sí había oído algo acerca de ella, a fin de cuentas no se podía pasar desapercibido de la Universidad siendo un Arcano. Eso sí, no podía negar que le sorprendía que tuviera casi un área completamente exclusiva para ella. En realidad no era la primera vez que tenía conocimiento de alguien que poseía una extensión de área bastante grande, pero el hecho de que la mayoría de esos magos eran más bien humildes le hacía que sintiera curiosidad.

 

Era casi como entrar en una selva amazónica, llena de plantas y árboles exóticos, ¡plantas carnívoras incluso había creído ver! No podía evitar sentirse muy curiosa ante todo ello.

 

Notó entonces que más allá había una casa que más parecía tener pinta de un invernadero, lo cual no desencajaba con el ambiente. Titubeó por un momento, tanto en su andar como en sus pensamientos. Desde que había sido capaz de conseguir la Oclumancia gracias a Sauda, siempre la había mantenido activa por seguridad, sobre todo si se encontraba en un lugar tan público como lo era el ateneo, pero… ¿debía mantener sus barreras arriba con aquella Arcana?

 

Sin estar segura del todo, siguió caminando hasta que notó algo más, o más bien, alguien más, que se encontraba en la puerta del invernadero, a quien reconoció de inmediato.

 

Buenos días, Bel ―saludó apenas llegó, sonriendo levemente y mirando de reojo la puerta. De seguro no tardarían en abrir.

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Luego de pensarlo durante algunos meses decidió regresar a aquel lugar que tanto sin sabores le trajo en su momento, pero en su mente siempre estuvo Legilimancia como un conocimiento y habilidad clave en su formación como una bruja integral y siguiendo esta premisa decidió regresar a aquel lugar tan acorde a su naturaleza como paladín pero que en ese momento le parecía bastante distante en el tiempo y espacio.

 

Oclumancia fue un reto muy agradable y desde el momento en se vinculó a la habilidad y al anillo siempre lo utilizaba en su andar diario, sobre todo en su empleo pues cada día resultan demasiadas emergencias fuera del hospital en los que se suele encontrar con magos y brujas de todos los rincones y uno nunca sabe lo que no debe revelar, sobre todo lo de su familia que guardaba con tanto celo.

 

Caminaba hasta la residencia de la arcana Rosalia un poco distraída en sus pensamientos intentando recordar los consejos de su abuelo acerca de la arcana, aunque ahora eran más vagos, pues el mago tenía mucho tiempo alejado de la residencia Lockhart y Bodrik no se lo había topado en el ministerio o el callejón, así que asumía que se hallaba de viaje nuevamente.

 

Estaba cómodamente arreglada con unos Jens medio ajustados, un suéter gris bastante suelto, pero abrigador y llevando consigo unas botas largas hasta media pantorrilla y sin ningún tacón para tener comodidad a la hora de moverse por el terreno asignado a Rosalia dentro de la universidad.

 

El terreno se le hizo familiar hasta la cabaña y para su sorpresa encontró a dos personas muy conocidas para ella y esto de algún modo le llenó de tranquilad pues sintió compañía, aunque sabía que la vinculación era individual y ahora que su abuela Cye estaba de viaje debido a su salud, tener a la Líder de la Orden del fénix y a Bel era sin duda un gran alivio.

 

-Hola Mei tiempo sin verte -le saludó y luego dirigió su mirada a Bel – Buenos días Bel que agradable tenerlas chicas. – sonrió – espero lo consigamos.

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"Aquello que me lleva a esa puerta ¿Vale la pena intentar investigarlo?"

 

Catherine se hacía esa clase de cuestionamientos, perdida en sus pensamientos mientras la escoba avanzaba rápida y con tránsito limpio por el cielo. Ambos pies colgaban de un lado y se sostenía con ambos brazos en equilibrio, uno delante y otro atrás. Sólo la hebilla de sus botas la delataba, lanzando destellos plateados de rato en rato pero no tan seguido como para que fuese importante.

 

Cuando ya se hubo acercado lo suficiente decidió descender hasta llegar al camino de tierra que la llevaría a la puerta. Ella sólo tenía una vaga noción, pues había estado allí antes pero no en persona si no en sus sueños. Era la extraña sensación de visitar un lugar por segunda vez debido a las visiones o quizá era mejor llamarlo premoniciones. Nada tan vago como para ser confundido con un simple sueño pero tampoco tan distintivo que hiciese que Catherine pudiese definirse como una vidente. El don la había atormentado siempre pero jamás había aprendido a dominarlo y ahora la arrastraba a la puerta de Rosalia.

 

Sólo su túnica generaba un sonido apagado mientras recorría el sendero escuchando el susurro leve de las hojas y las plantas a su alrededor pues ella se encontraba callada, con los ojos muy abiertos. Los abrió un poco más, sólo por un segundo, al llegar a la puerta porque no era ni de lejos la única visitante. En su sueño, ella había estado parada sola ante esa puerta y había llamado dos veces pero en la realidad del momento una bruja pelirroja que conocía muy bien ya se le había adelantado. De hecho, cayó en cuenta de que, en menor o mayor medida, las conocía a todas.

 

―Buen día ―hizo una breve inclinación de cabeza, que iba para todas las presentes.

 

Sólo por un par de segundos, sus ojos se detuvieron en Bel más de la cuenta, antes de volver dirigir la vista a la puerta. Se podía escuchar que había alguien al interior pero Catherine no estaba segura de cómo se desarrollaba el protocolo con esa arcana, así que esperó. Sostenía su escoba con la diestra y en su bolsillo tenía la vara blanca que había sacado del árbol escocés que una vez plantara. Iba toda de negro, incluyendo un sombrero puntiagudo, nuevo. Su rostro lucía demacrado pero no era algo más allá de lo normal, en las últimas épocas. En ambos dedos anulares, brillaban un par de anillos.

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Chasquea la lengua, de repente. Jamás habría pensado que escudriñar en su pasado fuese una tarea tan engorrosa. Las malas decisiones le dan dolor de estómago; los diálogos incómodos, le erizan la piel. Aquel ejercicio ha servido para aflorar los recuerdos que siempre estuvieron allí, pero que de alguna forma había logrado esconder hasta ese día. Sabe, internamente, que eso le traerá más bienes que males: todo forma parte de su re-descubrimiento, de su evolución. Siempre se debe dar un paso atrás para avanzar firme. Por extraño que parezca, tiene un buen presentimiento al respecto, situación que raramente suele presentarse.

 

Gira la vista hacia Mia después de escucharla responder a Rosália. Asiente paulatinamente, pensativo. Si se tomara el tiempo para contar todas aquellas acciones equívocas que tomó durante su vida gracias a la inexperiencia no sabría ni por dónde empezar. Incluso suele concluir que la razón de su infelicidad radica allí, en todos esos momentos que se dejó llevar por impulsividad o una situación complicada. El remordimiento lo hace morderse el labio. Sin embargo, está convencido que ni la magia de los giratiempos pudo haber cambiado algo, y si lo hiciera, el resultado sería el mismo. A fin de cuentas, el aprendizaje nunca falla en encontrar la vía indicada.

 

Se rasca la barbilla y chasquea los dedos al cabo de unos segundos.

 

- Deberíamos intentarlo nosotros dos, ¿no creen? - dice, haciendo que su dedo rebote entre él y Mia -. Ambos compartimos nuestros pensamientos contigo, Rosália. Sería grandioso que Mia y yo podamos hacer lo mismo mutuamente.

 

Regresa la vista hacia su colega, esperanzado. Escucha voces tras la puerta, pero decide concentrarse en lo primordial.

 

- ¿Qué debemos hacer primero?

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