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Aritmancia


Aldaron Passim
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Los cascos de Aldaron resonaban en los pasillos de la Universidad. Agradecía que ésa institución fuera tan enorme porque le regalaba la libertad que requería. No podía decir que le desagradaba recibir la atención que estaba llamando en ése momento al pasar. Miraba a todos con el ceño fruncido, pero les dirigía una reverencia a modo de saludo. Los directores le habían advertido que eso podía pasar, ya que los magos y brujas de Londres eran muy curiosos.

 

Llevaba unos rollos de pergaminos dentro de un bolso de cuero, donde éste colgaba cruzado sobre su torso desnudo. El cabello largo, de un gris ceniza caía como si fueran suaves hilos que ondeaban a cada paso. La tira que sostenia todo su pelo desde su frente estaba decorada con algunas plumas y piedras de diferentes colores. El aula parecía que nunca iba a aparecer. Había pensando que lo mejor era adaptarse a ellos, aunque no aguantaría demasiado tiempo dentro.

 

La puerta del aula rezaba un enorme cartel, y ésta vez no decía el nombre del conocimiento, porque él sabía todos. Los directores habían insistido que su nombre quedaría mucho mejor, y que podría impartir diferentes clases, por lo que debajo de Aldaron Passim, ésta vez, brillaba un hermoso "Aritmancia" con diminutos números que bailaban alrededor, giraban, cambiaban de colores, desaparecían o se fusionaban entre si y se convertían en otros.

 

El cuarto era amplio. Como toda la universidad, el techo, las paredes y el suelo eran de piedra gris oscuro. Colgaba una enorme araña que sostenía lámparas tan blancas que simulaban ser soles. Había antorchas en las paredes, algunas bibliotecas con libros que no seguían un tema similar, había de todo un poco. Aunque no había pupitres, sino un enorme banco, también de piedra, en forma de medialuna, donde podían sentarse sobre él, con almohadones mullidos y cómodos. Justo enfrente se encontraba un gran escritorio y un pizarrón detrás.

 

Una piedra trasparente, irregular, con unos destellos extraños que parecían estrellas, brilló tan fuerte pero se apagó al instante. Aldaron miro y empezó a descolgarse algunas piedritas de su vincha. Cuando tuvo una por cada alumno, cerró la palma de su mano y todas éstas desaparecieron, rumbo a cada destinatario. No le gustaban las cartas, eran impersonales. Y era gracioso para el centauro ver cómo sus alumnos llegaba hasta él de una manera sorprendente.

 

Tal vez que éstos no sabría que eran trasladores. Tal vez los directores tampoco pero eso no le importaba, ya que para cuando se enteraran, los chicos habrían tomado aquella hermosas piedritas que lo acompañaban siempre. Aldaron esperó de brazos cruzados, mientras había dejado su bolso en el escritorio.

 

 

 

_________________________________

Sagitas E. Potter Blue

Taurogirl Crouchs

Anne Gaunt

Mery Gaunt Karkarov

Juv Malfoy Croft

Romina Targaryen

Editado por Elvis F. Gryffindor
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Bostecé. Me había apuntado a Aritmancia porque pocos eran los conocimientos que me faltaban por adquirir de los que impartía la Universidad, todos muy normalitos y típicos. Sólo sobresalía esta asignatura como una materia completamente desconocida. En realidad, sólo sabía que era uno de los conocimientos que se exigían en el Banco de Gringotts, para poder trabajar en él. Eso y ser un duende.

 

Me picó la curiosidad. Ser un duende no podía serlo, al menos que consiguiera dominar la Transformación, cosa que de momento no conseguía. Pero sí podía aprender eso de la Aritmancia, con la que podría comprender un poquito lo que significaban los números. Yo, personalmente, odio los números, pero por probar...

 

Me puse cómoda en el diván de casa, con un chandal azul oscuro, el pelo recogido con una goma elástica en una mal recogida cola de caballo y unas zapatillas de cama de color gris claro, muy cómodas pero algo usadas. Decidí leer un rato mientras había silencio en la casa, algo casi imposible mientras estuviera mi niño Ithilion por la casa. Pero aprovecharía que estaba en el jardín con su hermano...

 

Bostecé de nuevo mientras pasaba las páginas de la revista que ojeaba, llena de fotos de magos de sonrisa impecable y de hechiceras famosas por algún motivo que no me preocupé de buscar... En realidad, mi cabeza estaba en otro sitio, preguntándome cuándo recibiría la llamada para ir a la Universidad... O tal vez sería en septiembre. Al fin y al cabo, en Agosto se tomaban vacaciones, ¿verdad?

 

Estaba a punto de bostezar por tercera vez cuando algo me golpeó en la cabeza.

 

-- ¡Demonios...! ¡¡Ithilioooooon!! ¡¡ No lances piedraaaaas !!

 

Parecía que la calma había desaparecido. Menos mal que el niño no había roto ningún cristal de la vidriera... Un momento... Las ventanas estaban cerradas... ¿Cómo había pasado la piedra...? La tomé en la mano y la contemplé...

 

Y, como siempre que sufro una traslación, por poco vomito cuando caí al suelo.

 

-- ¡Gárgolas parlantes! ¿Quién demonios me ha secuestrado de mi casa?

 

Parpadeé, confundida. Juraría que allá... Me di cuenta que una de mis zapatillas se había caído y me la puse en el pie derecho antes de levantarme y sacudirme del trasero el polvo que pudiera haberse pegado. Me acerqué al ser vivo que estaba en aquella habitación, curiosa. Muy curiosa.

 

-- ¿Eres un centauro? -- le pregunté, mientras elevaba la mano para tocar la tira que le sostenía aquel pelo, lleno de plumas y piedra. -- ¡Qué tocado más precioso! ¿Quién eres y qué quieres de mí? Me esperan en casa...

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A decir verdad, la única razón por la cual había optado por aquel conocimiento se debía a que la misma materia en sí, parecía estar prohibida debido a la falta de profesor y eso despertaba la curiosidad en la joven muchacha, quién no tenía ni la más remota idea de en qué consistía la Aritmancia más que de forma muy superficial. Pero los días seguían pasando y aun no recibía ninguna confirmación por parte de los Directores de la Universidad. ¿Y si no conseguían profesor? Lo mínimo que podían hacer era avisar a los estudiantes con antelación para que así se anotaran a algún otro conocimiento, pero ni eso. «Ya qué. Al menos tengo otras clases », pensó Tauro, aunque su cara de pocos amigos no reflejaba en nada la calma que quería aparentar.

 

Poco a poco se iba quedando sin opciones, dejando para el final aquellas materias que hasta el momento no le despertaban el más mínimo interés. Incluso quiso volver a la Universidad como profesora, pero la plaza de Pociones había sido cubierta por otra persona y aparte de esa y de Criaturas Mágicas, no existía otra asignatura que le interesara. Gruñó molesta empuñando su puño derecho, cuando de repente sintió algo rocoso que le hacía daño a su palma. Abrió la mano curiosa por saber qué había tomado sin darse cuenta y vio la piedra. Definitivamente no tenía ni la más remota idea de cómo eso había llegado hasta ahí.

 

«¿Leah?

 

A su esposa le encantaba sorprenderla y llenarla de detalles, pero también sabía que le encantaba ver sus expresiones. Antes de que Tauro pudiera seguir especulando, la piedra brilló tan intensamente que tuvo que cerrar los ojos, para luego sentir como una fuerza poderosa la jalaba llevándola a quién sabe qué lugar. Por las ganas de vomitar y la molestia supo que se trataba de un traslador antes de llegar a su destino. ¿Y si era un ataque directo? Se aferró a su varita que siempre permanecía a su alcance y se preparó para lo que viniera.

 

— ¿Pero... y esto qué es? —la varita y la posición de su cuerpo estaba en posición de alerta/ataque dentro de una habitación que no reconocía. Pero no estaba sola. Allí estaba un Centauro y una mujer bastante ruidosa que conocía demasiado bien y respondía al nombre de Sagitas. A ella se dirigió.

 

— ¿Esto es cosa tuya? Mira, yo ya no trabajo en el Departamento de Criaturas y los Centauros nunca han sido considerados como mascotas —. ¡Las veces que había recibido solicitudes al respecto! De por sí hablar con un Centauro era difícil y más aun entenderles cuando se hablaban de las estrellas, del cielo, de la luna, pero cuando se molestaban era muchísimo peor — Disculpe señor Centauro, creo que he sido traída aquí por equivocación. Se supone que tomaría una clase y una piedra extraña me ha traído hasta aquí —dijo enseñándosela.

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Aldaron estiró la palma de su mano y en ella aparecieron unas runas. Pero éstas no eran letras, sino más bien números. Los hizo girar entre sus dedos, como si los diminutos objetos fueran volutas de niebla que jugaban entre si. Le mostraron seis números. Cada uno tenía un significado y ya se los sabía de memoria, aunque podía rescatar información sobre ésa tirada: que tendría ser alumnos. Que alguien no llegaría al final. Que el puesto donde estaba impartiendo la clase, continuaría maldito de por vida. Y que ante él, llegaría una sorpresa.

 

Al Maestro Centauro no le interesaba saber demasiados detalles, ya se conformaba con tener una orientación mínima de hacia dónde iría su vida. Dos ruidos hicieron sonreír lentamente a Aldaron, primero con la bruja de pelo violeta y segundo, cuando se sumó la alumna. Sagitas y Tauro parecían alteradas. Hacían un montón de preguntas y Aldaron miró al cielo para ver si las estrellas le respondían.

 

Señoritas. ¿Ustedes no se anotaron en Aritmancia? Eso es ésto. ¡La clase! Las estrellas estaban esperando que llegaran. Y las piedras me contaron que algo peligroso nos rodea —Aldaron no le importó que Sagitas se le acercara demasiado. Aunque le quitó el brazo delicadamente mientras miraba hacia atrás, aquel pizarrón que aún se encontraba vacío. Tal vez hubiera ayudado que rezara el nombre de la materia, ya que el cartel de la entrada en ése momento, era innecesario—. Soy Aldaron Passin. Guardian del Bosque Perdido, Maestro del Ateneo, Conocedor de todos los Conocimientos. Algunos me conocen por otros nombres, tierras lejanas. Incluso los muggles me han nombrado "La Sombra Gris". ¿Ustedes quienes son?

 

Exclamó el maestro, mientras caminaba un poco, retumbando sus casos en aquellos suelos de la Universidad. Según los comentarios, faltaban algunos alumnos, pero a Aldaron no le gustaba perder el tiempo. Escribió algunas letras y números mientras tanto, sobre la superficie negra de la pizarra.

 

 

A L D A R O N · P A S S I M

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Editado por Aldaron Passim
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— Pues sí, justo eso le iba a decir —al darse cuenta de que había interrumpido sin intención alguna al Centauro, calló para terminar de escuchar su explicación. Ahora sí que todo tenía sentido, aunque aquella forma tan peculiar para traer a sus alumnos sin haberles notificado antes por medio de alguna carta era bastante inusual —Oh, disculpe, es que nadie me avisó de que ya habían encontrado un profesor, por eso mi sorpresa —de momento no le reclamaría nada acerca del traslador, prefería dejar la horrible experiencia detrás y poder marcharse al final de la clase con sus propias piernas.

 

«¿Un peligro?» Ya estaba empezando a hablar en una especie de lenguaje que solamente él entendía. ¿Cómo era posible que con solo levantar la vista hacia el cielo una estrella pudiera advertirte acerca del peligro? Lo cierto es que nunca antes había escuchado hablar de él a pesar de que por su forma de hablar, su nombre tenía que sonarle conocido. Giró la vista para ver quién más había llegado.

 

— Yo soy Taurogirl, de esta tierra —empezó a decir —He venido porque debido a mi escepticismo, quisiera saber de qué va todo esto, espero que no le moleste —dijo con sinceridad.

 

Aldaron escribió su nombre sobre la pizarra y debajo de este dejó algunos números que curiosamente parecían corresponder a cada una de las letras que conformaban su nombre. ¿De eso iría la Aritmancia? Sentía que la cabeza empezaba a dolerle y un breve arrepentimiento pasó por su mente. Ya estaba allí, no podía echarse para atrás aunque quisiera.

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No podía evitar sentirse inquieta ante lo que iban a afrontar ese día. Buscar a alguien que impartiera Aritmancia en la Universidad había sido mucho más complicado de lo que habían supuesto en un principio. Finalmente, Elvis y ella habían contactado con un experto en la materia pero no era tal y como lo habían imaginado al principio. Era la primera vez que Anne había tratado con un centauro, y había resultado de lo más gratificante.

 

Pero aún estaba en su despacho, removiendo papeles como una loca. ¿Dónde estaban aquellos documentos que le había dicho a Elvis que llevaría a Gringotts? Si los perdía, no podría llevarlos. Y si no los llevaba... casi podía escuchar al Gryffindor recriminándole aquello. No podría ir a clase hasta que aparecieran. Puso los ojos en blanco, ¿por qué era tan despistada? Se levantó y rodeó la mesa para poder observar si aquel maldito papel se le había caído. Al hacerlo, sus ojos grises se clavaron en algo que había en su silla, justo donde unos instantes antes había estado ella sentada. Allí estaban los documentos, con la firma de Elvis al final. La Gaunt soltó una carcajada y sacudió la cabeza sin poder evitar seguir riendo durante un rato. Los tomó y firmó junto al nombre del Gryffindor pensando en lo divertida que hubiera sido aquella situación si Elvis la hubiera presenciado, viendo así que los documentos en los que él había trabajado el día anterior habían estado guardados bajo el trasero de su compañera.

 

De repente, una piedra apareció en el aire y la tomó al vuelo haciendo gala de sus magníficos reflejos. ¿Qué era aquello? Como una respuesta a su muda pregunta, se le encogió el estómago y apareció en otra habitación junto con otras tres personas. Bueno, dos personas y media más bien. El pelo azul de Tauro fue lo que más le llamó la atención en primera instancia, aunque el tono malva del pelo de Sagitas no se quedaba atrás. Y la presencia de Aldaron Passim le terminó de confirmar adónde había ido a parar y porqué.

 

¡Primosa! Digo, Tauro, un placer verte —la saludó, acercándose a ella y rozándole suavemente el brazo con las yemas de los dedos—. Lo mismo te digo, Sagitas —añadió, dirigiéndose a la Potter Blue. Por último, observó la imponente figura del que sería el profesor de Aritmancia aquel mes tras mucho tiempo sin poder impartir aquel conocimiento a falta de tener un docente al cargo del mismo. Le dedicó una suave reverencia en señal de respeto, había olvidado lo inquieta que se había sentido un poco antes al pensar en la clase. Por algún extraño motivo, la presencia de aquel centauro le resultaba siempre agradable desde que habían iniciado las relaciones con él para convencerlo de colaborar con la Universidad—. Maestro Passim, Aldaron, es un placer saludarte —añadió en su dirección. Después desvió la mirada hacia el pizarrón que había tras él, donde estaban escritos el nombre del centauro y unos números debajo. Sentía muchísima curiosidad por aquel conocimiento, pues prácticamente no sabía nada de Aritmancia. Y quizás por eso había tenido tan claro desde el principio que no se perdería por nada del mundo la clase del centauro.

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Dormir. Aquel era el mayor sueño de la pelirosa en ese preciso instante, pero no podía cumplirse. Se encontraba limpiando su despacho en Puntos Cardinales, su negocio, el cual tenían abandonado sus socios y solamente ella ponía de su parte para que aquel lugar estuviera medianamente visible.

 

Hacía ya unos días que se había inscrito a Aritmancia, un conocimiento que le llamaba la atención. Los números eran tan complejos que, por muy difíciles que fueran, Mery iba a intentar aprender.

 

Puso sus brazos en jarra, apoyados en las caderas y consiguiendo que así su barriga pareciera mucho mayor de lo que ya era, aquel niño conseguía que la chica comiera más de la cuenta, tanto que algunas veces le dolía la cabeza y llegaba a tener angustia. Observó toda la habitación, un sinfín de cosas amontonadas en una esquina conseguían que el bello de la chica se erizara de tan solo pensar en lo que podía encontrar allí.

 

Algo golpeó su cabeza e instintivamente miró hacia el techo en busca de un agujero o algo por el estilo, pero nada, éste se encontraba liso como siempre lo había estado. Frunció el ceño y observó aquella pequeña piedra, algo transparente. Se agachó con dificultad y la tomó con su mano derecha, desapareciendo de aquel sitio con el estómago encogido.

 

Cayó de culo en el suelo con un fuerte golpe y comenzó a tener grandes arcadas hasta que vomitó, soltó todo el alimento que había ingerido en aquel día. Cerró sus ojos, un tanto húmedos y agachó su cabeza, haciendo que todo su cabello rosa y desordenado cayera hacia delante y tapara su rostro.

 

"Yo soy Taurogirl..." Abrió sus ojos de par en par cuando escuchó esa voz, esa frase, ese nombre. "¡Primosa! Digo, Tauro..." Sintió como si la habitación se le cayera justo encima. Miró su ropa, una bata de ositos de peluche, unas zapatillas negras de meter el pie y totalmente fea, sin arreglar y sin maquillar, un desastre. Tragó un nudo y alzó la cabeza, aún tirada en el suelo. Lo que se encontró fue una gran sorpresa.

 

- Esto... -su voz era rasposa y grave. Su jefa, su líder, su madre y un centauro, ¿dónde había aparecido? Se puso de pie y tomó su varita del bolsillo derecho de su bata, con la que hizo desaparecer aquel líquido de color ámbar-. ¿Qué se supone...? -y no terminó de decir aquello. La habitación donde se encontraba era un aula de la universidad.

 

Caminó hasta la puerta de entrada y la abrió, encontrando un letrero con un nombre extraño y que no había escuchado en su vida, pero lo que encontraba debajo era lo que buscaba. Se encontraba en su clase de Aritmancia y aún no encontraba el sentido al centauro que se encontraba delante de la pizarra, aunque por las palabras de Anne, aquel sería el profesor de aquella clase.

 

- Anne, no me dijiste que cursarías este conocimiento... -dijo caminando despacio hasta el grupo de mujeres, aunque las saltó y llegó hasta el lomo del centauro, el cual era de un tono marrón que se iba aclarando. Sus ojos brillaban de emoción y adoración-. ¿Esto es real? Me voy a morir de emoción, como poco -dijo con la voz aguda y llena de ilusión, solo le faltaba dar saltos de alegría, pero seis meses de embarazo no le permitían hacer aquello-. Ah, por cierto, soy Mery -dijo sin apartar su mirada del lomo y patas traseras del tal Aldaron Passim.

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-- ¡Demonios, Tau! -- levanté las dos manos hacia el cielo, bueno, es un decir, hacia el techo de la clase, abrumada por la violencia de la mujer que acababa de aparecer. -- Yo no fui... ¿Por qué crees que pude ser yo, si soy una bruja buena?

 

Supongo que Tauro tendría mucho que decir ante mi alegación, pero no pudo porque la voz del Centauro se dejó oír por encima de nuestras voces alteradas. Guardé un momento de silencio (eso suele significar que estoy sorprendida; muy sorprendida).

 

-- ¿Esta es la clase de Aritmancia? ¡Guauuuuu! ¿Y usted es el profe...? ¡¡Un Centauro!! Dicen que son supersabios en el estudio de las Estrellas. ¿Cómo han conseguido los directores un Centauro profesor? ¡¡Estoy impresionada!!

 

Supongo que Tauro debería estar igual que yo. Ni caso le dije a eso que algo peligroso nos rodeaba. Si viviera con un dragón indomable como yo en la Potter Black, estaría acostumbrado.

 

- ¿Guardián del Bosque Prohibido?... ¡¿Usted?! ¡¡¿Es Usted?!! -- mis preguntas asombradas iban con una denotación de respeto. -- ¿Quién no ha oído hablar del Centauro Guardián del Bosque Prohibido? ¡¡Es un placer conocerle!! Estoy asombrada y perpleja y... feliz de conocerle, señor "Sombra Gris" Passim. Es un honor que no me esperaba cuando me apunté a su clase. ¡Ay, por los dioses....!

 

Acababa de darme cuenta de mi indumentaria. Bueno, tal vez no fuera tan inadecuada si había que mirar las estrellas, aunque me puse mejor el jersey del chandal, estirándolo, como si le quisiera dar un poco de vistosidad a la tela ajada.

 

-- ¡Nadie me va a creer en el Club de las Sacerdotisas cuando diga que conozco a "Sombra Gris"!

 

Estaba supernerviosa, me di cuenta que no me estaba presentando, como él había pedido.

 

-- Soy Sagitas Ericen Potter Blue, de la Dinastía de los Potter Black, sacerdotisa, nigromante, Vidente y varias cosas más. Tengo muchas ganas de aprender Aritmancia -- ¡pero si cuando estaba en casa ni sabía lo que era esa asignatura! -- Y todo eso suma 52, sea lo que sea.

 

Miré con cara rara a Tauro, quien contestaba que era una escéptica. ¿Cómo se atrevía a cuestionar las enseñanzas del Gran Sombra Gris? Me crucé de brazos y le di la espalda, airada, aunque no me duró mucho, pues entraron nuevas alumnas a la clase, una de ellas la Directora.

 

Eso provocó que me pusiera a saltar de alegría delante de ella.

 

-- ¡Anne, Anne! ¡Has conseguido un Centauro para dar clases en la Universidad! ¡Eres la Directora más maravillosa del mundo! -- le grité, sujetándola por los brazos mientras pegaba botes de felicidad. A su vez, apareció también Mery, una de las jefas de mi departamento de Internacional. Me puse a botar a su lado. -- ¿Has visto, Mery? ¡Es Sombra Gris el Sabio, es el gran...!

 

Callé un momento, mirándola de arriba a abajo.

 

-- ¿Te has comido un hipogrifo? Estás más gorda de lo que recordaba...

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No puedo aguantarse las ganas de soltar una carcajada y estalló con el comentario de Sagitas, que hizo que se olvidara de la molestia que le generaba su exagerado entusiasmo; ella sin duda era una experta en el arte de romper el hielo. Por otro lado se quedó pensando en lo que dijo la peli-violeta sobre su escepticismo, pero no podía hacer nada más y lo peor es que estaba pensando en tomar prontamente la habilidad relacionada con la Videncia, aunque lo que menos le interesaba era leer cartas o adivinar el futuro frente a una bola de cristal.

 

— Mery, Anne... un gusto saludarlas —Su sonrisa se había ensanchado aun más al reparar en el pijama de Mery. ¿Así vestían los magos tenebrosos de hoy en día? Hubiese sido mejor si en lugar de ositos tuviera un par de serpientes o calaveras, pero bueno, ella tenía una azul así que tampoco podía decir nada.

 

— ¿Estás segura que tienes 52, Sagitas? Podría jurar que tienes más edad de la que aparentas —comentó, esperando a que la bruja no fuese una persona sensible en cuanto a la edad —El caso es que yo no sé la mía, hace mucho que perdí la cuenta y ni siquiera recuerdo cuando es mi cumpleaños —agregó y no es que tuviera muchos años encima, pero la verdad es que no se acordaba.

 

— ¿Qué son todos esos números debajo de su nombre, señor Centauro? ¿Acaso representan las letras en el abecedario? —preguntó curiosa. Aunque algunas letras parecían encajar, algunas simplemente no lo hacían.

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Aquello era lo último que le quedaba por ver. Su hija Mery acababa de aparecer, de repente, ataviada de una forma demasiado... extraña. Tanto que Anne comenzaba a pensar que el traslador le había llegado sin que ella recordase que tenía clase. Se encogió de hombros ante las palabras de la joven Gaunt.

 

No sabía que te interesara lo que quiera estudiar, la próxima vez te haré un planning de mis actividades, Mery. Y vístete como una persona normal —le regañó, aunque intentando que no la escuchara todo el mundo. No era el lugar ideal para actuar de madre.

 

Y si la situación le parecía terrible así... era porque jamás se hubiera imaginado lo que vendría a continuación. Mery comenzó a hablar con ese tono que utilizaba cuando estaba muy emocionada, casi pletórica y cuando Anne estaba alzando una mano para captar su atención e intentar detener su verborrea, de repente sintió que alguien le tironeaba del brazo demostrando el mismo entusiasmo que su hija. Abrió mucho los ojos para observar a Sagitas y, aunque su expresión recordaba a alguien acabase de presenciar algo espantoso, de repente cambió y soltó una sonora carcajada.

 

Por todos los fantasmas del Universo, sois un caso —rió, sin poderlo evitar. Sacudió la cabeza y luego miró de soslayo hacia Aldaron, casi con timidez—. Disculpa el entusiasmo de mis compañeras, creo recordar que Elvis y yo te hablamos de que no es muy común ver centauros por aquí... ni por ninguna parte, de hecho. Así que nos llama mucho la atención los de tu especie. O más bien todo lo que no sea como nosotros. Aunque qué voy a contarte a ti, estoy segura de que esperabas algo similar —añadió, encogiéndose de hombros. Volvió a reir cuando Sagitas hizo alusión a las dimensiones de Mery, que había engordado en las últimas semanas a causa de su embarazo, pero decidió no intervenir al respecto debido a los enfrentamientos que había tenido con su hija sobre el tema.

 

Luego prestó atención a las palabras de Tauro, que preguntaba sobre los números que había bajo las letras que conformaban el nombre del centauro en la pizarra. Se quedó pensativa observándolos y luego miró al profesor, esperando la respuesta que pudiera darles al respecto.

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