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Aritmancia


Aldaron Passim
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Caminaba relajada. Los Bosque nunca me han dado miedo, puesto que he crecido en muchos y mi propio Circo está en el borde del Bosque Prohibido, por lo que suelo utilizarlo para pasear mis bestezuelas sin que nadie se entere. No sé porqué había escogido aquel camino pero el paseo me estaba resultando agradable y me permitía pensar en soledad. Recordaba las palabras de Mery, quien parecía algo irritado por mis palabras sobre su embarazo. ¡Cómo si yo tuviera la culpa de ser Vidente con la "L" de novata, eso sí...!

 

Pero pronto olvidé aquel comentario con entusiasmo. Acababa de ver un erizo. ¡Un erizo! ¿Por qué no vendían erizos en el Magic Mall? No era tan loca como mi hermana Amya, quien tenía un zoológico muggle viviendo en la mansión Adler, pero a mí también me gustaban aquello bichos sin ninguna capacidad mágica y, sin embargo, con una capacidad innata para sobrevivir a su entorno. Como siempre, sin pensar, me tiré encima de él para cogerlo.

 

¿Con las manos? ¿Sin ni siquiera ponerme guantes de dragón? Por supuesto, acabé con la mano pinchada y con un animal que corría hacia un agujero tan pequeño que no podía entrar.

 

-- ¡Madito bichejo! -- le amenacé con la mano sana. Después miré mi mano y, para mi sorpresa, sólo tenía tres espinas clavadas. El tres... ¿Por qué me perseguía el tres? O mejor preguntado, ¿aquello era bueno o malo? Porque dolía. Busqué la varita para curarme las gotitas de sangre y no la encontré. ¿Dónde demonios la había puesto. Miré al cielo, enfadadísima conmigo misma cuando noté algo... Las estrellas...

 

No es que nunca las hubiera visto; he dado muchos paseos nocturnos y he dormido muchos días al raso. Era... Era algo diferente... Olvidé por un momento mi mano alfileteada y busqué una explicación a lo que veía. Sonreí... Seguro que el Centauro se reiría si le dijera que estaba viendo un camino de estrellas que parecía indicarme una dirección. Después fruncí el ceño. Recordaba que en clase de Astronomía había estudiado el Camino de la Vía Láctea. ¿Sería aquello lo que veía entre las copas de los árboles? Las estrellas brillaban en una cadencia triple que se repetía al instante.

 

-- Me estoy obsesionando con el tres -- dije, en voz alta, como si así fuera capaz de dejar de lado todas aquellas extrañas ideas que se me pasaban por la cabeza. Volví a mirar de reojo. ¡A la porra lo que pensara el Centauro! Aquello era un señal como una flecha bien clara que me indicaba que pasara por un lugar enmarañado de hierbajos. -- ¡Puff!

 

Fue lo único que dije y decidí seguirlo. ¿Qué podía perder? Unos rasguños e hierbajos en el pelo. Así que torcí por el lado difícil del camino, abandonando la tierra. Creo que maldije más de una vez al Centauro, a la Vía Láctea y a mi tozudez. Encima, recordé que no me había quitado las tres púas de erizo cuando me caí de bruces al tropezar con unas raíces semipodridas y me las clavé más profundas. Me senté, cabreada, para quitarme aquella parte del animalejo aunque fuera a mordiscos, cuando oí un gemido.

 

Más que un gemido, era una llamada suave de un animalito.

 

Animalitos... Algo que adoro. Se me olvidó el erizo y metí la cabeza entre unas zarzas. En medio del claro, un cervatillo luchaba por incorporarse. Supe enseguida que era un recién nacido. Casi ni respiré. Las madres son muy protectoras pero tal vez aún no había vínculo entre las dos y ésta abandonara a su recién nacido si sentía algún ruido, ya que éste aún no se tenía en pie. Aguanté el dolor de la mano y los pinchazos de las zarzas pero contemplé el más bonito y maravilloso espectácul0 que la naturaleza puede proporcionar: aquella madre amamantaba a su bebé. ¿Cuántos humanos podrían ver eso en plena naturaleza salvaje?

 

Aguanté el frío de la noche, el dolor de la mano y lo peor, las ganas de salir corriendo a agarrar a aquel pequeñito bambi, que fue lo más difícil que tuve que superar. Estuve allá, quieta y con los músculos anquilosados, hasta que el bebito y la madre se alejaron y desaparecieron de mi vista. Yo aún permanecí un rato, llenándome con aquel espíritu que tanto alegraba mi ánimo de sacerdotisa. Después respiré, feliz, me alejé de aquel lugar y volví al camino inicial. Me pregunté si esta maravilla se me había otorgado por casualidad o porque había seguido los designios del tres, que parecía ser mi signo numérico.

 

-- Sea lo que sea, ha sido bonito -- me dije, feliz.

 

No me costó nada llegar al final del camino y encontrarme con el Centauro. ¿Sabría lo que había visto? Porque mi cara era todo un poema...

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Aldaron observó como cada alumno comenzaba a hacer uso de la aritmancia. Tal vez se había precipitado, tal vez había estado mal en no tener un poco más de paciencia, pero el tiempo transcurría y las señales le indicaba que algo estaba a punto de suceder. Si no hacía si trabajo a tiempo, los chicos serian incapaces de explayarse como debían. La primera en reaccionar había sido la joven Payasa, que hacia uso del primer número que se había cruzado en su camino.

 

Asi es. Eso es, chicas —murmuraba Aldaron Passim mientras la brisa corría, los árboles se movían, las hojas se caían, el césped crecía y las piedras que pendían sobre su frente, tintineaban. Aldaron se acomodó un poco mejor sobre su largo bastón. Volvió a asentir cuando Mery tomó el quinto camino y Anne el cuarto sendero.

 

Pero el Maestro Centauro levantó el mentón y miró más allá de los árboles. Los números seguían actuando bajo su voluntad y el instructor tenía la leve sospecha que se estaba por cumplir lo único que le faltaba para la clase. Se había cumplido lo de que iban a ser seis alumnos, lo que uno de ellos iba a abandonar. Pero lo que temía era por las sorpresas. No le agradaban para nada y más si éstas eran malas.

 

¿Cómo sabía lo que había visto Mery? No lo había visto con sus propios ojos, pero cada chica había obtenido una señal y éstas de una manera sorprendente las habían captado. Pero para Aldaron ésos números eran diferentes, cada una tenia que pasar por algo para llegar a un objetivo grupal. Un cabello violeta cortó el verde que nos rodeaba.

 

Sagitas. Veo que te has dejado llevar muy bien, lo has hecho excelente. Aunque aún no lo creas... —Aldaron notaba que la bruja era un poco incrédula sobre el tema aún. Estaba seguro que todos allí creían que podían ver el futuro de manera cierta o que las plantas les dirían sobre qué hacer. Pero la aritmancia era eso, orientarse en base a las señales que nos rodeaban—. Pero la persona que tenía que encontrarse con la señal, lo acaba de hacer. Y Mery está en problemas si no la encontramos.

 

Al centauro no le agradaba dar señales de mal augurio. Pero tal vez si estaban allí por algo. Las chicas habían logrado empezar a guiarse por ellos, ver cómo un número les podía indicar cómo era algo. Un camino no decía nada, pero ahora nos estaba alertando que la sangre que había visto Mery, no era más que de alguien que le habia hecho daño a los animales, por puro placer.

 

¿Qué te parece si nos encontramos con los demás? El portal nos trajo aquí para ayudarnos a despejar nuestras mentes, pero algo se está encargando de interrumpir ésa paz.

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Aquel halago aumentó en grado exponencial la felicidad interna que sentía. Aún veía ante mis ojos el milagro de la naturaleza, mi espíritu revivía el nacimiento de aquel ser y el instinto mágico que le unía con su madre, aprendía a dar sus primeros pasos y después la seguía a un destino más protegido, esperaba... Respiré, orgullosa, porque no estaba segura de qué me había llevado allá, pero daba gracias a la Madre Tierra por permitirme una visión real que a muchos estaba negada.

 

Por eso, me costó entender sus palabras siguientes, que resultaron ser un jarro de agua fría para mi estado casi etéreo en el que me encontraba, esa situación en la que mi vertiente sacerdotisa disfrutaba con hechos tan naturales como el nacimiento de un cervatillo. Tuve que parpadear varias veces seguidas para darme cuenta que estaba sola ante el Centauro.

 

-- ¿No han llegado el resto de compañeras? -- pregunté, preocupándome por primera vez por ellas. Me cercioré visualmente de lo que me decía el profesor y después recapacité rápidamente sobre la última frase: "Mery está en problemas si no la encontramos". -- ¡Por los Dioses! Mery no puede estar en peligro... ¡Está embarazada! Y ella me saca mucho papeleo en el Departamento -- eso sonó muy egoísta así que añadí: -- Además, la aprecio mucho como persona...

 

Suspiré y me toqué el pelo, un gesto que suelo hacer cuando necesito pensar con rapidez.

 

-- Vamos, Maestro Passim. Ella siguió el camino quinto, así que vamos a ver qué sucede. Por cierto... ¿Ha visto mi varita? Siempre la dejo en el lugar más insospechado y... ¡Venga, no hay tiempo que perder! Al final, mi visión de su parto va a resultar cierta y prefiero que eso no suceda. O si sucede, que sea en un medio más adecuado que no en el Bosque donde algo o alguien nos está tendiendo una trampa.

 

Corrí hacia la senda que había seguido Mery, sin mirar atrás. Al fin y al cabo, Aldaron Passim era un caballo, ¿no? Seguro que corría más rápido que yo sobre aquel terreno agreste.

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Un camino para cada una, un número qué elegir. Sagitas optó por el tres, Mery por el cinco y Anne por el cuarto, ¿ella cuál tomaría? Arriesgarse con el último no sería una de sus mejores opciones, aunque podría asumir que posiblemente sería el más tranquilo. Y el primero, como venganza al orgullo de quien lo tomara, seguro sería el más complicado. La líder mortífaga lo meditó durante un tiempo quizás más largo de lo que debía y al final, decidió que tomaría el último. Las posibilidades de que fuera más tranquilo que peligroso eran más altas que otra cosa, así que le iría bien.

O eso esperaba.

Avanzó en silencio, repasando en su cabeza lo que había estado aprendiendo con el profesor y atravesó el camino, que rápidamente dejó de ser lo que ella tenía en mente en primer lugar. Desde la posición que había tenido en el centro de la clase, lo había visto normal, poco llamativo. Pero al momento de cruzar, el camino se tornó diferente, muy extraño si se veía con más atención. Una extraña luz irradiaba de cada planta, como si sus pétalos hubieran sido rociados con una brillante purpurina, y los olores extravagantes de las flores llenaban su nariz casi con violencia.

Tan sólo había dado un par de pasos más cuando notó el grosor de los troncos y su altura, casi imposible de calcular, así como las largas ramas que se entrelazaban entre las de un árbol contiguo para formar una cadena de hojas tan relucientes como las de abajo. La tierra parecía más marrón, más sólida bajo sus pies y también más suave, cosa difícil de describir en cada pisada. Una que otra vez vislumbró una oruga, enorme, horrible y llena de colores. De haber sido una muggle, podría haber comparado aquél camino con el mundo de Alicia en el país de las Maravillas pero como no lo era, concluyó que la tierra se había mojado con alguna poción extraña o algo similar.

—Piensa, Tauro, piensa... —murmuró, tratando de decidir qué hacer a continuación.

En términos generales, no había ningún peligro qué enfrentar. De hecho, no había nada más que hacer que andar. Sacó la varita, por las dudas, al recordar la oruga enorme y consideró la existencia de otras criaturas de gran tamaño, cosa que sería un problema si no eran amigables. Las pupilas iban y venían por los pequeños detalles, intentando descubrir qué hacer y al final, se dio por vencida.

¿Qué se suponía que tenía que hacer?

Algo frustrada, pateó una piedra más o menos grande hacia los arbustos e ignoró cómo éste se sacudía de un lado a otro lentamente mientras seguía caminando en calma. Sin embargo, cuando ya había transitado unos cuantos metros más, una rama cedió ante el peso de algo a su espalda y se detuvo en seco, dándose cuenta de que se suponía estaba sola. Se giró de inmediato, alzando la varita y se dio cuenta del error que había cometido al patear la roca.

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Su camino seguía siendo aparentemente tranquilo, tanto que empezaba a aburrirla. Al principio, no había hecho más que encontrar cosas que se relacionaban directa o indirectamente con el número cuatro, pero ahora simplemente seguía avanzando sin escuchar a nadie. ¿Y si no había tomado la dirección correcta? La voz de Aldaron resonó en su mente mientras rememoraba las instrucciones que les había dado. Las estrellas... los centauros eran famosos por sus conocimientos de astronomía, entre otros, por lo que Anne dirigió su mirada al cielo. Pero no podía ver demasiado, las ramas se entrelazaban allí arriba e impedían una visión amplia del espacio.

 

Se rascó la cabeza, ¿por qué demonios había escogido Artimancia como conocimiento para cursar aquel mes? No porque no le resultara interesante, sino porque se sentía totalmente est****a en aquellas circunstancias. Miró a su alrededor, seguro había una solución al alcance de su mano y su impaciencia le estaba jugando una mala pasada. Se sentó en el suelo, como su padre le había enseñado a hacer para calmar sus ánimos, y luego respiró hondo. En pocos segundos sintió cómo su respiración se había relajado, sus músculos ya no estaban tan tensos y su mente comenzaba a despejarse. Ahora sentía el sonido de las hojas al moverse al ritmo de la suave brisa que las mecía, y también podía escuchar a los animales más pequeños moviéndose entre los arbustos. Algo le tocó el pie y abrió los ojos de golpe, clavando sus iris grises en el pequeño gazapo que se había parado junto a su rodilla derecha. Era uno de los que había visto un poco antes, estaba segura. El animal olisqueaba su ropa con precaución, aunque parecía saber que aquel humano no suponía un peligro para él.

 

Lentamente, Anne estiró la mano para rozarle el lomo y el conejito se estremeció al tacto, como si le hubiera gustado la caricia. La Gaunt sonrió, complacida. Su nuevo amigo levantó su dulce cara hacia ella, y movió el hocico con gracia mientras Anne se fijaba bien en lo que tenía delante. Las orejas... tenía cuatro, dos a cada lado. Parpadeó varias veces sin poder apartar la mirada de aquello. ¿Cómo no se había fijado antes? Era una mutación de lo más extraña, aunque realmente al animalito le quedaban bien y casi pasaban desapercibidas al estar cada par muy juntas, como si fueran una sola a cada lado. Paseó la mano por el lomo del conejo nuevamente y éste se estremeció una vez más. Y luego, se alejó un poco de ella y se detuvo.

 

Espera... ¿me estás diciendo que te siga, amiguito? —le preguntó. Su anillo de amistad con las bestias le sirvió en gran medida para que Anne comprendiera que era precisamente ése el deseo del conejo, que lo siguiera. Se levantó y caminó tras él, mientras éste daba simpáticos saltitos que agitaban sus cuatro orejas. Al parecer, los números sí que ayudaban.

 

Finalmente encontró el lugar donde terminaban todos los caminos. Antes de acercarse hasta donde estaban Sagitas y Aldaron, se agachó y acarició una última vez el lomo del gazapo.

 

Gracias, peludo compañero. Espero que vivas feliz y sano durante todo el tiempo que te permita la vida. Corre con tu familia, anda.

 

Entendiendo lo que le decía, el conejito le olisqueó la mano una última vez y se alejó saltando, perdiéndose entre los arbustos. Entonces Anne volvió a erguirse y caminó hacia Sagitas y el profesor justo cuando la pelimalva pasó por su lado corriendo como las locas. Anne se quedó paralizada y, tras unos segundos de meditación, miró al profesor Passim con el ceño fruncido.

 

¿Qué le ha pasado ahora? ¿Se puede saber por qué no puede hacer absolutamente nada como una persona normal? Buf, esta chica...

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Corría sin fijarme si el profesor de Aritmancia me perseguía, por el camino que anteriormente había seguido mi funcionaria de Internacional. Creo que choqué contra algo cuando salía. Después, mientras me alejaba, me di cuenta que no era algo, sino alguien, porque había protestado en voz alta. ¿Era la voz de Anne? Mejor, puesto que el centauro le informaría y se uniría a la búsqueda de la embarazada.

 

-- ¡Madre Eterna, que no se haya puesto de parto! -- no sé porqué insistía en ese tema, pero ahora mismo me parecía que aquello era lo peor que le podía pasar a Mery.

 

Paré cuando llevaba un rato corriendo, poniendo las manos en las rodillas y respirando de forma entrecortada. Los ojos miraban el suelo, viéndolo todo negro, supongo que por el esfuerzo. Mi mente iba quejándose del lío en el que se habría metido Mery, como si no tuviera una directora de la que aprender. No vi al caballo. Mejor dicho, no sentí los cascos de su caminar, ¿o sería trotar? En fin, que me di cuenta que estaba sola.

 

-- ¿Mery?¿Passim?

 

Miré a los lados e intenté hacer un Lumus, pero mi varita brillaba por su ausencia, como siempre. Así que tendría que recurrir a otro tipo de artes, más de sacerdotisa y de Adivinación y de lo que se me ocurriera, para encontrar a quien buscaba y el camino de vuelta. Vaya bruja estaba hecha, siempre dejándome la varita donde no debiera. Pero estaba tan acostumbrada a salir sin ella y desenvolverme con la intuición y la improvisación, que nunca me acordaba de ponérmela en el bolsillo.

 

--¿Mery? ¿Estás por aquí?

 

Suspiré y cerré los ojos. Entonces intenté visualizar el entorno con la mente, como me habían enseñado la Arcana de Videncia. Noté presencias vivas, una lagartija, un nido de avispas, aquello tal vez fueran strombuls o los bichos que parecían insectos... También había pájaros en total silencio y un búho yacía en la rama de un árbol, moribundo.

 

-- ¡Demonios! -- dije en voz alta, después puse las dos manos en la boca, exigiéndome silencio. Ahora me daba cuenta que la lagartija huía de algo, que las avispas zumbaban dentro de su panal, vigilantes, los insectos se remolinaban alrededor de algo que parecía un charco de agua, pero como dudaba que eso es lo que interesaba, seguro que sería sangre o algo que les pareciera apetecible; lo que más me sorprendió y me dolió fue que el búho cayera al suelo, ya fallecido.

 

Me acerqué a él guiándome por la luz de la luna que se asomaba apenas entre las hojas de los árboles. Lo toqué, aún estaba caliente. Mi alma de sacerdotisa entonó una oración para que la Madre Naturaleza le acogiera en su seno. Después noté, supe, que algo o alguien le había retorcido el cuello. Mi mandíbula rechinó al apretar los dientes. Alguien capaz de matar a un animal sin piedad no se merecía mi respeto.

 

Volví a cerrar los ojos y noté que todos los animales guardaban silencio. Casi podía sentir el respirar casi quieto de una grulla en algún estanque de agua que estuviera cerca, el movimiento de los ojos de un sapo o una rana, sigilosos, el caminar intranquilo de un ciervo. Abrí los ojos y me mordí el labio. Supe que aquel animal era la madre de mi bambi que había visto nacer.

 

Dudé, por supuesto que dudé, entre Mery y el cervatillo. Mi alma sacerdotisa me pedía que le salvara, puesto que era el más indefenso. Una cierva que acababa de dar a luz era más vulnerable que la bruja. Pero deseché el pensamiento; no podía preferir a un humano frente a un animal, por mucho que pensara que éstos eran a veces más inteligentes que nosotros mismos. Además, Mery me sacaba mucho trabajo de encima en el departamento...

 

-- Sagitas, vamos, déjate llevar por las señales...

 

No es que creyera del todo en la Aritmancia, pero ahora mismo, sin varita y con mala leche, es a lo único que me podía agarrar. El silencio era casi total y la luna era tapada a veces por nubes oscuras que dejaban el bosque sin claridad por la que guiarme. Susurré un "ayudadme, habitantes del bosque, indicarme dónde está el enemigo". No sabía si eso era más de sacerdotisa o de aritmancia o de ambas a la vez o de ninguna, pero presté atención. Un rayo de luna atravesó brevemente las ramas que la tapaban y me enseñó el charco de sangre y una pisada pequeña. Supuse que Mary había pasado por allá cerca y que había pisado el charco. La luz desapareció enseguida y no pude seguir más rastro. Cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra, noté que había luz en el suelo, muy cerca del aquel charco de algún animal muerto (eso esperaba, no creía que Mery pudiera ser el origen de la sangre derramada). Me acerqué con cuidado de no pisarlo; por algún motivo, sentía asco de tocarlo, como si fuera algo impuro.

 

Sonreí al descubrir a una luciérnaga. El insecto hizo un ruido un poco sordo, lo suficiente para llamarme la atención. Después, un grupo de luces se encendieron brevemente. Casi doy un paso atrás de la impresión. Lo volvieron a hacer, hasta tres veces. Cuando se apagaron del todo, me di cuenta que esta era una respuesta a mi petición. Cuando volvieron a encenderse, un poco más lejos, las seguí. Enseguida encontré una sombra que se escondía tras unos árboles. Me quedé quieta, sin saber ante quien me encontraba.

 

Una ráfaga de viento pareció salir de la nada pero Passim me había enseñado que todo podían ser señales. Así que me puse de espaldas para ver a donde se dirigía. El aire era lo suficientemente fuerte para separar unas hojas y permitir que otro rayo de luz iluminara aquella sombra escurridiza.

 

-- ¡Demonios desdentados! -- exclamé, al reconocer a esa persona.

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En términos generales, lo que había salido de aquél enorme arbusto era, en pocas palabras, una bestia. Sin embargo, alguien que supiera tanto de animales como ella habría concluido que se trataba nada más y nada menos que un Kneazle extremadamente grande para no sentirse nerviosa. Dio un paso hacia atrás, confundida y tambaleante, al tiempo en que el felino le mostraba una hilera de dientes que no tenía ganas de enfrentar. Casi sin pensarlo, la peli-azul llevó los dedos al anillo que tenía en el dedo, junto al de matrimonio, presionando la roca hasta que se tornó marrón.
La amistad con las bestias era una de las mejores habilidades que le habían otorgado con el curso de los libros de hechizos, así que era sencillo salirse de apuros como aquellos sin tener que aplicar la fuerza. Si algo la caracterizaba era el tener una empatía natural con las criaturas, lo que la había llevado a tener la dirección del departamento enfocado en ellas dentro del Ministerio de Magia. Por lo tanto, esperó que el anillo funcionara.
Pero cuando un nuevo gruñido la alcanzó, un escalofrío bajó por su espalda. Por si las dudas, despegó los ojos de la criatura y se fijó en la roca del anillo, haciendo ligera presión para tratar de que funcionara a la fuerza. Pero nada pasaba. La enojada bestia saltó, haciendo la tierra moverse bajo su peso y a ella caer, sorprendida, ante las enormes patas y mandíbula que la estaban acorralando. Vale, el anillo no funcionaba.
Antes de que el Kneazle lograra darle un bocado, la mujer giró sobre sí misma y salió disparada entre gateos y potentes zancadas hacia el final del camino, dejando atrás a la criatura. Aún estaba presionando el anillo, exasperada, mientras corría. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces. Había recorrido varios metros más cuando notó que las grandes pisadas del Kneazle no sacudían la tierra, sino que nada pasaba. Sin detenerse, echó un vistazo hacia atrás y vio cómo el gato mágico estaba patas arriba, jugueteando con una hoja de gran tamaño.
—Pero, ¿qué...?
Detuvo su marcha, algo contrariada y se quedó mirando a la aparente bestia toda embelesada con la hoja. ¿El anillo había funcionado? Pensó en frío y recordó el camino. Era el seis, ¿había tenido que presionar seis veces el anillo antes de que funcionara? Se acercó aún no muy convencida y se dio cuenta de que sí había funcionado, ya que tan sólo extender la mano hacia el Kneazle este respondó alegremente mediante un vínculo mágico.
—Hola, gatito —saludó con amabilidad, hundiendo los dedos en un pelaje sorprendentemente suave—. ¿Quieres ayudarme a salir de aquí?
El gato se puso en pie, inclinado para que ella pudiera subirse y así lo hizo. Menos minutos de los que le habría tomado sola y con varios atajos tomados más tarde, salió por una puerta vegetal encima de su nueva mascota temporal. La acarició antes de bajarse y vio con algo de pena cómo la criatura se alejaba de nuevo a su extraña zona salvaje. Se giró para buscar al maestro y sus compañeras, extrañándose al no encontrarlos muy cerca.
—¿Hola?

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Las señales del destino estaban hablando por si solas. Los chicos al parecer no se estaban dando cuenta, pero si cada una no hubiera elegido su camino, aquella especie de clase no hubiera resultado como se la esperaba, como la había visto que pasaría. Ya dos brujas los habían abandonado, y era extraño, porque para sus premoniciones solamente era una. ¿La otra era la que portaba la sorpresa? No lo sabía.

Aldaron se quedó pensativo, mirando como Sagitas tomaba la delantera como si fuera el mismísimo viento. El centauro se quedó observando la nada misma, más concentrado en analizar la situación que en preguntarte que estaba haciendo la bruja de cabello violeta. Algo tenía que pasar. Algo tenían que atravesar para recurrir a la aritmancia. No estaba haciendo mucho uso de ella, Aldaron lo sabia, pero también sabía que lo estaban intentando. De eso iba su aprendizaje.

O viață mai departe, Doi oameni ne lasă, Trei sunt stelele care ne ghideaza, Că, prin modul în care patru , au ales să le ia. Așa că creatura, spun eu, este pur și simplu arată în sus.

 

Aldaron murmuraba aquellas palabras como un susurro, como si la brisa se cargara de toda ésa magia para moverse aún más fuerte. El centauro sabía muchas cosas. Tenía casi todos los conocimientos bajo su dominio. Por eso que al murmurar aquel gran conjuro, hizo que el peligro que los acechaba tomara forma. Tal vez era una sola o un temor por persona, pero Aldaron estaba seguro que saldrían de aquello. De momento miró al Este, Mery se había ido hacia allí y decidió que lo mejor era ayudarlos.

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Mery se encontraba más que perdida, no sabía en qué dirección estaba el norte o el sur, y eso la ponía totalmente de los nervios. Si eso era poco, su bebé había decidido querer quejarse en aquel momento dando fuertes patadas o manotazos, todavía no sabía con qué parte del cuerpo la golpeaba.

 

- ¡Dios hijo, para ya! -le gritó al aire como si su bebé fuera a escucharla o, mucho mejor, hacerle caso.

 

Enfadada, con dolor de cabeza y muriendo de hambre miró a las estrellas con detenimiento, ¿cuantas podía ver desde donde estaba? Unas 35 había contado, por lo que sumó y de respuesta salió el número 7. ¿Para que servía aquello? Vamos, ni que un número fuera a decirle...

 

- ¿Enserio? -dijo abriendo su boca de par en par-. Aldaron me está tomando el pelo -soltó aquello aún alucinada. Siete malditas luciérnagas habían aparecido de la nada y revoloteaban hacía la derecha. Frunció el ceño y se negó a seguirlas, aunque había quedado más que claro que aquello de los números y el futuro sí que era algo real.

 

Se giró con los brazos cruzados y cerró sus ojos al igual que su mente para así ni ver ni oír a los insectos alados y brillantes, pero éstos, cuando Mery abrió sus ojos, se habían colocado en sus hombros esperado a que los orbes grises se posaran en ellas para volver a revolotear en la misma dirección que antes.

 

- ¡Está bien! -gritó resignada-. Vamos, vamos -caminó despacio detrás de los bichos, nada, unos veinte pasos, y llegó hasta el camino. Su cara en aquel momento era un poema, su boca abierta, sus ojos entrecerrados y su orgullo por los suelos. Siete bichitos le habían ayudado a salir de allí.

 

Justo de donde había salido ahora se escuchaba ruido, y tan valiente ella comenzó a andar camino hacia delante con la varita en la mano y girando de vez en cuando la cabeza para ver si alguien la seguía o se podía ver que o quien provocaba los ruidos entre los arbustos, ramas y árboles.

 

A lo lejos, medio metro o así, pudo ver a un grupo de... ¿cerdos? Todo el bello de su cuerpo se erizó como si se tratara de un erizo. Odiaba aquel animal tanto como a su hermana Sarah, aunque quizás eran odios distintos, a Sarah no la aguantaba, y a los cerdos... Les tenía demasiado pánico, y sabía que era ridículo, pero sus piernas se paralizaron al instante y los cinco seres la miraron como si fuera el único trozo de carne que había en todo aquel lugar, y claro que lo era.

 

- Vamos pequeños... Quedaros ahí... -comenzó a avanzar marcha atrás con sigilo y cuidado para no asustar a esos seres de color rosa y que fueran a por ella, pero en su quinta pisada una rama crujió y los cerdos comenzaron a correr hacía ella haciendo ese sonido tan feo y desagradable.

 

Casi sin pensarlo, Mery comenzó a correr todo el camino que había hecho anteriormente. Perdió uno de sus zapatos negros feos y desgastados de casa, pero le daba igual, su vida era lo primero y no iba a dejar que cinco cerdos locos y hambrientos fueran a por ella. Ahí seguían, pisando sus talones por lo que no tuvo otro remedio que girar hacía lo que creía que era el Este, o el Oeste, no lo tenía muy claro, y correr esquivando árboles.

 

- ¡AY! -gritó aquello cuando chocó contra algo duro, pero a la vez suave. ¿Había piedras de terciopelo en aquel lugar? Cayó de culo y cerró sus ojos al sentir el impacto de su trasero en las rocas pequeñas, ni que decir de las patadas que su pequeño Thomas le daba, debido al dolor, el cansancio, el desagrado o dios sabe que-. mataré a Anne por traer a un centauro loco para impartir clase, y que además nos trae a sitios como éste, de verdad que la mataré... -se levantó con dificultad y sacudió su hermosa bata de ositos para quitar el polvo y la tierra que había tomado-. Vamos, ¿qué profesor deja a una embarazada ir a un sitio tan peligroso como éste? Una vergüenza... -abrió sus ojos al ver el un lomo castaño delante suya, y más arriba el cuerpo de Aldaron Passim, su profesor. Esa era la piedra suave contra lo que había chocado hacía segundos atrás. Sonrió de manera inocente-. esto... Hola señor Passim, ¿todo bien? -colocó sus manos detrás de la espalda mientras jugueteaba con su varita con los dedos, muerta de los nervios y arrepentimiento de sus palabras anteriores.

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