• Moody • (MM B: 109061)

[Ky.]

—¿Necesario?... —se quedó callado por unos segundos. —no, realmente no lo era. Pero aun así vestida te ves muy bien, madre.

El nuevo miembro de los AC miraba a las personas que esa noche habían decidido acompañarlo, avanzó adentrándose en los terrenos de la Moody, si el demonio Timeo o como sea que se llamase le iba a prohibir la entrada esperaba que fuera lo suficientemente valiente como para enfrentarlos. Pero no era así, al final era de esperarse de los que se ocultaban mientras todo Londres se ponía de cabeza.

—Vamos mis pastores, destruyan todo lo que encuentren en su camino.

Aries camino hasta las puertas del castillo, los primeros torreones poco le importaban, pero destruir el torreón más pequeño, ese sí. Empuño su varita en su mano izquierda para realizar una floritura y empezar con su hechizo favorito.

—Fuego Maldito.

De su varita salieron tres figuras de fuego parecido a lo que eran unos gatitos persas, pachones y gorditos muy lindos si no fueran de fuego y con el único motivo de quemar lo que encontraran a su paso. La primeras dos figuras felinas fueron en dirección de los otras dos torreones y la última hacia lo que al parecer era donde guardaban la comida.

[Mentita]

 

Tenía ganas de probar habilidades ninja, pero es que realmente no era nada buena en esas cosas y tampoco quería hacer el ridículo. Que no tenía moral ni ética, eso seguro, pero tampoco dejaría su maldita reputación tan dañada. ¡Y menos en hogar de poshis! ÒoÓ Ajos... Erdas... El caso es que se ajustó el cinto del pantalón tan hecho trizas que tenía (que se le notaba la piernita por ahí >_> ) y continuó la marcha, como si fuese ella misma quien liderara a los mortífagos.

 

No, no era ella, a ver mijo ¬¬

 

Candela tenía ganas de probar sus nuevos hechizos.

 

Ah, no, es que no tiene nuevos hechizos

 

Bueno no importa, le dio envidia el Vitae que realizó su medio hermano (que hasta recién notaba que estaba allí) y se conformó con pensar en llegar a la cocina y vaciarse la alacena. Se dirigió al torreón más chico, de los tres, allí era donde olía a comida, y trató de visualizarse con el estómago ya lleno.

 

Después de todo, iban como pastorcillos, debían darles comida y agua u_ú.

 

― ¡Morphos! ―apuntó a uno de los sillones, cuando ya había terminado de llegar allí, transformándolo en un gran tigre de tamaño adulto.

 

Ah, pero esto ya lo había hecho en otro lado.

 

Bueno, no importa, el caso es que tenía un animal de esos muy grandes que se encargaría de protegerla, de momento. Por las dudas, por si acaso, por un tal vez, por un quizás (?).

[That is not my name]

1d7

Ishaya invoca al Señor del Caos...

[That is not my name]

Asentí cuando escuché a nuestro comandante dar la orden para iniciar con aquella visita, una orden clara y sencilla que me emocionaba: destruir todo a nuestro paso. Candela, mi hermana, avanzó primero directamente hacia el torreón más chico y decidí que sería buena idea ir detrás de ella, acompañado de mi vitae... momento, ¿había desaparecido?

 

- ¡Fuego Maldito! - Pronuncié claramente para que una hermosa llamarada de hipogrifo saliera de mi varita y pegara de inmediato en una de las ventanas para destruirla al instante. Sí, una forma demasiado ruidosa de hacerlo, pero con un poco de clase... además de que deseaba utilizar ya uno de los nuevos poderes que tenía.

 

Seguía enfocado en aquella misión concentrándome en invocar al Señor del Caos, quien acudió a mi llamado sin problemas, por lo que entendí el porqué de la desaparición de mi vitae: él había sido el responsable. Bueno, al menos estaría jugando con las posibilidades de subir mis poderes, si estaba de humor.

[Leah Snegovik]

No era fanática de destruir, al menos no de la forma en que todos esperarían que lo hiciera. Avanzó con el resto, manteniendo la distancia para que Aries abriera la contienda y ella la cerrara. Si bien los fenixianos no eran más que un mito a esas alturas, nunca estaba de más que las personas con más rango protegieran a las que tuvieran menor rango; no porque fueran débiles, más bien porque eran los más peligrosos. De todos los hechizos que todos podían hacer, Ishaya y Candela eran más peligrosos que Aries o ella, aunque no faltaría el erudito que pensara lo contrario.

 

Deslizó la katana por la vaina, lo que provocó un frío sonido que erizaría los vellos de quien estuviera lo bastante cerca para considerarse un tonto, justo antes de pasar distraídamente la punta por las paredes. El tapizado cedió como si fuera de mantequilla, sin que ella hiciera el más mínimo esfuerzo por cortarlo. El mango del arma se amoldaba tan bien a su mano que podría haber sido una extensión de su brazo y un recuerdo, un recuerdo que avivó sus instintos más demoníacos, la llevó a esa gloriosa sensación que existía cuando se seccionaba el pecho de un contrincante.

 

Rió por lo bajo, recordando los chillidos, similares a los que haría un cerdito en el matadero, justo antes de detener sus pasos frente a la alacena. Si no recordaba mal, habían estado ahí antes. O al menos ella. Y el torreón donde estaban era el destinado a la comida y la bebida. Giró la katana en el aire con suma facilidad, antes de apuntarla a la puerta, luego la empujó y miró el interior. Vacío, como los sueños de renovación de la Orden del Fénix. Pero al menos había botellas y quesos que tomar.

 

―¿Quieres algo? ―preguntó a su hijo, volviendo la cabeza―. Un trago no nos vendría mal en esta soledad.

 

Hurgó durante un minuto, buscando algo decente, pero era comprensible que no supieran de bebidas caras. Lo más probable era que hubieran seleccionado uva por uva de viñedos ajenos para hacer aquél vino, pero serviría. Retiró el corcho, dio un sorbo y volvió a tapar la botella, arrojándola sin mirar hacia donde recordaba que estaba Aries. Si no la atrapaba haría un desastre, cosa que evidentemente le daba tan igual como las arcas de sickles que tuvieran los Moody en Gringotts.

 

―Asqueroso, pero funcional. ¡Bah! ―salió de la alacena―. Que aburrimiento. ¿Dónde quedan los ideales? Esa tontería de lealtad y sacrificio. Dejan que saqueemos y quememos la casa de sus compañeros y no hacen nada al respecto, no sé qué es más falso, si su discurso de moralidad barata o la etiqueta del whisky ahí dentro.

[Sapphira Black Lestrange]

Aries era quien comandaba la misión y ya quería ver como usaba su nueva arma y luego de Candela hiciera el honor de derribar la puerta , las ordenes fueron destruir todo a nuestro pasos y la vampira pensaba como podía destruir el lugar aunque sus compañeros ya estaba haciendo buen trabajo y en eso recuerda que por su rango podía usar un hechizo que podía quemar cualquier cosa y como amaba ese hecho la verdad así la vampira agarra su varita para lanzar el hechizo

- Fuego maldito y de su varita sale una llamarada con forma de águila que quema los muebles que se encontraban a su paso

Y por lo veía otros de mis compañeros usaban ese mismo hechizo para quemar lo que se encontraran en su camino y es que era divertido ver como el fuego maldito quemaba lo que se encontraran en frente y una pequeña sonrisa malvada sale de sus labios y luego era solo esperar más órdenes para ver que proseguía

- Y ahora que prosigue

[That is not my name]

1d3

El Señor del Caos afecta los poderes de Ishaya...

[That is not my name]

Después de recorrer aquel sitio, sentí la influencia del Señor del Caos en mi, negándome la oportunidad de lanzar hechizos de destrucción, únicamente defensivos. ¿Qué estaba tramando aquel ente? No podía cumplir con mi misión si solo lanzaba protecciones, sobre todo cuando no tenia de qué protegerme en esos momentos, del pésimo gusto de aquella familia será.

 

- Detritus... - Obviamente el primero que utilizaría será la capa de gas que me protegería de inmediato, girando mis ojos en tono de protesta por verme limitado en esos momentos, pero así era justamente el azar.

 

Escuchaba a Leah y a Aries hablar a lo lejos pero sin prestarles mucha atención a su charla, únicamente estaba pendiente por si lanzaban otra orden en aquellos momentos; por el momento me limitaba en mis movimientos, no había mucho que arriesgar en aquel sitio obviamente.

[Leah Snegovik]

―Bueno, no tiene caso ―rodó los ojos bajo la máscara y dio media vuelta―. Más tarde si quieres podemos ir a otro lado. No es como si los Moody fueran la familia más "importante" de los fenixianos. Perdieron lo poco que tenían cuando un bastardo como Fletcher empujó a Ojoloco de su escoba.

 

Mientras hablaba alzaba la voz ligeramente, lo suficiente para que los tres a su espalda escucharan sus palabras y quizás algún cobarde escondido tras las paredes y la seguridad de su inutilidad. De nuevo, como si no fuera un objeto extremadamente peligroso, giró la katana en el aire y la metió en la vaina sin preocuparse en cortarse, o errar el movimiento. Pero se detuvo, no terminó de salir. Su molestia trascendía a todas las generaciones de fenixianos dignos de ser llamados contrincantes, basado en la miseria que eran ahora. Y por eso, esperó que Aries, Ishaya y Candela salieran, para enarbolar la varita.

 

―Fuego Maldito.

 

Tres Aethonans salieron de la punta de su varita, uno dirigido a cada torreón. Eran grandes bolas de fuego, que se movían con la violencia de un Aethonan salvaje real. Y posterior a su trote, un impacto como una explosión resonó en todos los alrededores como si la guerra hubiera empezado. Una guerra que el oponente no estaba dispuesta a luchar.

 

Tronó el cuello y con los dedos cortó el aire, abriendo un portal con el Haz de la Noche.

 

―Nos vemos en la fortaleza ―sin más, se metió en él y desapareció con una creciente frustración consumiendo su escasa paciencia.

[Mentita]

Empujó con la cadera a Leah, que estaba revisando la alacena, porque creyó conveniente que era su turno para revisar. Afortunadamente tenía sus bolsillos, de esos grandotes que se expanden, y empezó a guardar toda la comida que encontró allí. Ya después dejaría una nota de agradecimiento por tanta generosidad al compartir sus reservas.

 

La Triviani envió al tigre a destruir un poco el saloncito que tenían adelante, el comedor y ese tipo de cosas. Quizás cuando la familia llegase, actuarían como si nada de lo que ellos estaban haciendo, realmente existiera. Pero Candela sonreía mientras imaginaba que se estuviesen sentando sobre una mesa con pata rota o las sillas totalmente hechas añicos.

 

― Tuqui, tuqui, tuquituqui... Tuqui, tuqui, tuquitaaaa

 

Ya, la cancioncita era molesta, pero es que tenía ganas de cantar. Y ese disfraz, más las fechas que se avecinaban, como que le daban un espiritu navideño que... NAH, qué espíritu ni nada.

 

― Flechas de fuego. ―enarboló la varita en dirección a las estanterías llenas de libros, mismas que se prendieron fuego al instante.

 

Ah, sí, también se había guardado en los bolsillos (además de la comida) un par de lencería nueva que había encontrado en la cocina. ¿Por qué? Vaya uno a saber, quizás jugaban al roler-player allí, sobre la mesa.

 

― Bueno, me llevo la comida. Que alguien más se traiga el vino. ―y salió del torreón, rumbo al patio de piedra.

 

Allí caminó un poco más hasta llegar a donde había aparecido en un principio, frente a la puerta principal, y desapareció.