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Tamesis Park (MM B: 111180)


Apolo Granger
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Enarcó una ceja curiosa, su expresión había mutado por completo mientras intentaba descifrar los espasmos repentinos del niño. Era enérgico, precioso, risueño. Por primera vez cayó en cuenta del tiempo y los momentos que había perdido con su propia hija pues consideraba que Ámbar era casi un adulto atrapado en el cuerpo de una niña pequeña, era inteligente, racional, incluso a veces moralista. Mucho más sensata que su madre. Cuando la apuntó con el dedo y endureció el semblante, cosa imposible en un ser tan adorable, todo su interior se removió, convulso, y una sonora carcajada resonó de sus labios. El rostro se le iluminó.

 

Baleiro sería una magnífica persona como Oniria, un mago bravo como su madre y culto como su padre, no cabía duda.

 

Más su respuesta le supo tan acertada que cortó en seco la risa permitiendo que el susurro del viento ocupase el silencio entre ambos y ladeó la cabeza, lo estudió, por un segundo desvió los ojos nuevamente buscando a Leah y regresó a él. Apretó un poco los labios hasta que éstos se tornaron pálidos y asintió lentamente. Era verdad, y una verdad demasiado cruda para un niño de cinco años por lo que aclarándose la garganta agregó

 

—Y amar, amar nos hace fuerte por sobre todas las cosas.

 

Volvió a acariciar su mejilla pero ésta vez deslizó el roce hasta sus cabellos blancos y los revolvió suavemente. Lo observaba sin perderse detalle, incluso se había grabado la forma en que su pecho subía y bajaba de forma mecánica e igual que le sucedía con Oniria, palpó la calidez de su piel suave, de bebé. Mantenía la sonrisa intacta, sentía que habían atornillado sus comisuras, no podía evitar hacerlo con él allí, aun y cuando su madre la vigilaba cual halcón.

 

—Dime una cosa, Baleiro ¿qué ves aquí?— Preguntó, muchas personas subestimaban a los niños por no tener conocimiento basto de la vida más la visión que poseían sin cargas sociales ni prejuicio alguno les permitía ser honestos, ver más allá, los detalles que los adultos se pasaban por haber perdido el placer de disfrutar de ellos.

 

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Baleiro:



Me sentí fuerte. Amaba a mis padres, amaba a Insomnia. Me incliné hacia delante, viendo lo que Arya me mostraba. Un diente de león. Lo tomé de sus manos y lo examiné de cerca, me gustaban las cosas pequeñas. Todos los pistilos estaban en su lugar, intactos, se mecían suavemente ante la ventisca helada como si estuvieran soldados al centro. Separé un poco los labios y soplé. Los pistilos se fueron soltando, encontraron las corrientes de aire y empezaron a viajar sin un rumbo específico, como yo, cuando volaba en el suelo. Diminutos globos aerostáticos en un mundo infinito.

Salem, que se había mantenido apartado de nosotros, intentó atraparlos. Sonreí con cierta tristeza. Me pregunté cuántos de ellos llegarían a su destino, si tenían algún propósito. Volteé a ver mi madre y ahí estaba su atenta mirada otra vez. Me sonrió de vuelta, con la misma tristeza. Supe que no había respuesta y suspiré. Regresé el tallo al césped, Arya me miraba y esperaba una respuesta.

-El tiempo.

Porque el tiempo se lleva las cosas. Más rápido que el viento, en donde siguen flotando. Escuché pasos. Mi madre se agachó a mi altura, tan cerca de Arya que me sorprendió que ninguna hiciera nada para alejarse. Le toqué el rostro y asintió.

-Lo sé, pero está bien. El tiempo hace las cosas hermosas. Solo con el tiempo podemos saber cómo serán las cosas. Hay belleza también en las cosas que se van.

La miré y me señaló a Salem, seguía jugueteando con los pistilos que no podía alcanzar. Sus colores resaltaban en la luz naranja del atardecer. Sonreí, esta vez de verdad, encogido por la belleza de los reflejos. Miré a Arya.

¿Ves? No es tan mala. Quise decirle.



@@Arya Macnair Editado por Leah Ivashkova

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Verlo sonreír resultaba tan emocionante como apreciar luego de 75 años el breve transcurso del cometa Halley. Tan fugaz, tan exageradamente maravilloso y sobrecogedor. Un diminuto copo del diente de león acarició la punta de su nariz y le hizo estornudar mientras disfrutaba la danza entre brincos que Salem hacía para ellos, luego, una respuesta, una respuesta que no esperaba de un niño tan pequeño. Macnair peinó el verde césped con la mirada, pesada, ascendiendo lentamente hasta fijarse en aquel par de cuencas esmeraldas, tan similares a las suyas que tras un buen rato de conversación aun le sorprendía, lo había subestimado, como toda un adulto, se sentía apenada.

 

Un cálido rubor le dio color a sus mejillas, encendiendo su rostro. Uno podría ver vida, naturaleza, belleza quizás, pero lo que aunaba todo en aquel páramo era el tiempo y la dedicación que éste destilaba allí. Los árboles ya no era retoños, sus flores, pequeñas estrellas de colores resaltaban y desprendían un aroma dulce y agradable. Los arbustos albergaban inocentes animales que jugaban a esconderse de los ojos humanos, y tal vez, de los depredadores. El agua cantaba para ellos, era un murmullo tan acogedor que casi daba sueño. El sol, arriba en el cielo, cubría sus hombros con un manto dorado que arrancaba destellos del cabello de Baleiro.

 

Arya volvió a mirarlo, pero ésta vez con más detenimiento, desde lo más profundo de su corazón. Fue el motivo por el que cada músculo de su cuerpo se congeló al sentir la presencia de Leah, tan cerca que podía respirar su aliento. Era su madre y por tanto no debía extrañarle, había permitido que compartiese demasiado con el niño conociéndola ¿por qué lo habría hecho? el interrogante se atornilló en su cerebro y sabía, lastimosamente, que no podría sacarlo de allí en días.

 

—Tu madre tiene razón— Respondió al fin, de pronto sentía un aguijonazo de culpa en la boca del estómago que le cortaba el aire —Y por ello, el tiempo es uno de los tesoros más preciados que tenemos, con los años serás capaz de notarlo... él, todo lo cura.

 

Miró a Leah, tenía los ojos enormemente abiertos, tanto a interpretación como a utilización de magia pura, sabía perfectamente que ella jamás le perdonaría lo sucedido y quizás al crecer Baleiro tampoco lo hiciera pero ya no tenía mucho qué perder, arriesgarse a pedir perdón, a humillarse de cierta manera, lo haría, lo haría consciente pues su alma estaba ligada a aquel niño y comprendía que no podía vivir sin él.

 

—¿Gustas acompañarnos?— Inquirió.

 

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Rueda los ojos, usa los dedos para escudriñar dentro de su bolsillo y extrae otro cigarrillo. Ahora sí que vale la pena encenderlo. Sabía de antemano lo académica que es Eileen, pero los mitos y leyendas no entran en tal distinción. Es un experto acerca de éstas, además; Noruega contiene un inventario casi infinito de historias que jamás fueron comprobadas pero son creídas y contadas como verídicas. Sino puedes ver a un monstruo, no existe, punto. A menos que sea uno que se haga invisible. Guarda la esperanza que eso lo haya leído de su mente, así se ahorra tener que repetirlo.

 

Contiene el humo treinta segundos y lo expulsa cuando se le ocurre cómo continuar.

 

- No me queda claro para qué me llamaste. Si no quieres reportarlo... ¿Qué hago aquí? - sonríe incómodo y sube los hombros - ¿Quieres que te ayuda a atraparlo? ¿O entrevisto al tipo?

 

Al cabo de unos segundos escucha un ruido a sus espaldas. Jank voltea, varita en mano, por inercia. Se pregunta si la chica está jugando con su mente por haber desprestigiado su teoría. Él lo haría en su lugar.

 

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—Supongo que no me expliqué bien —murmura, luego de sacudir la cabeza y exhalar un pesado suspiro. A veces olvida qué es lo que guarda para sí misma y qué es lo que comparte para los demás. Lo cierto es que no está acostumbrada a dar tantas explicaciones, pues a su vez no está acostumbrada a trabajar con alguien más... a rendirle cuentas a alguien más. Pero, en esta ocasión, necesita un compañero; más específicamente, necesita a Jank. Bueno, las habilidades que él, como reportero de El Profeta, debe tener—. No quise que este suceso fuera reportado al Ministerio, todavía.

 

Si bien no quiere aparentar ser una persona paranoica o, peor, alguien con algo que ocultar, decir la verdad tampoco se le hace cómodo. Sin embargo, es lo que queda, para evitar que el misterio empeore su imagen.

 

—Si de verdad se trata de un siempredetrás, sería el primer caso en Europa —le explica, con la mirada posada sobre sus botas, sin dejar de caminar—. Quizás, si todavía tuviera mi antiguo puesto en el Departamento de Misterios, podría actuar por mi cuenta... Pero sólo soy una sanadora novata. Así que necesito un testigo y, además, a alguien que documente lo sucedido de forma imparcial. ¿Qué mejor que alguien que no tiene ninguna relación conmigo, alguien a quien apenas conozco, y que además trabaja en El Profeta?

 

»Lamento no tener una respuesta más... ehm... cálida —añade luego de unos momentos, tras darse cuenta de que su explicación podría ser algo insensible—. Pero es todo lo que puedo ofrecer.

 

Cuando escucha el ruido tras ellos, se sobresalta y por inercia levanta la varita mágica. De repente, no tiene la menor idea de qué descubrirán —si es que hay algo que descubrir— ni qué harán, pero avanza un par de pasos y, con la mano libre, aparta el follaje de los arbustos, pues desde allí vino el ruido. Por un instante observa un reflejo plateado.

 

—Bien, tenemos que seguir por aquí.

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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Baleiro:


Mi madre me atrapó con facilidad cuando salté a sus brazos. Siempre me estrechaba de la misma manera, con cariño, sosteniéndome contra su pecho como si quisiera protegerme del mundo. Mis manos encontraron los largos mechones de su pelo y enredé los dedos en ellos, distraído. Estaba mirando a Arya con curiosidad. Era una mujer muy diferente a lo que estaba acostumbrado a ver, pero seguía creyendo que la conocía. Quise que Insomnia estuviese ahí conmigo, que respondiera a mis dudas pero... ¿Sabría ella quién era Arya?

El río producía un ruido particular, me gustaba. Hacía juego con la sombra de las nubes y el olor del césped. Entrecerré los ojos, captando los colores sueltos del atardecer a través de mis pestañas. Mi madre, que había permanecido agachada, tomó asiento junto a Arya y me abrazó con más fuerza. Pude sentir su calor, inhalar el aroma a sales de baño impregnado en su piel. Me besó la frente y dejé de mirar.


Leah:


Baleiro olía espléndidamente. A bebé, a Sísifo. A ella misma. Mantuvo los labios en su frente un momento más, inhalando el olor de su pelo, escuchando el cambio de su respiración con atención. Cada vez que dormía apretaba la mano en su ropa esperando que no lo soltara. Siempre parecía rendido, más cansado de lo que demostraba cuando estaba despierto, concentrado en sus sueños. Sus labios tenían una capa ligera de saliva, brillaban ante el ocaso casi tanto como sus mejillas sonrojadas. Peinó los mechones de su frente, acarició la suave piel de su rostro. Había olvidado la presencia de Arya, hasta que el gato apareció otra vez.

Separó los ojos de su hijo para verlo y, por un segundo, hubo entendimiento entre ella y el animal. No tuvo que decir nada, o emitir sonido alguno. Salem, por su parte, ronroneó un par de veces antes de hacerse bolita a sus pies, cerca de Baleiro. Sonrió de medio lado y luego su expresión volvió a la neutralidad aprendida. Ni el gato, ni su hijo, opacarían la incomodidad que surgía al estar cerca de esa mujer. Tenerife había sido una tregua, pero nada más. Sentía por ella poco o nada, y lo poco no era bueno. La miró.

-Casi nunca habla y aún así, la capacidad que tiene para expresarse me resulta fascinante. No encontraré una mente más pura que la suya -hablaba muy bajo para no despertarlo.

Regresó la vista al Támesis. Parecía hablar más consigo misma que con Arya, daba la impresión de que sentía la misma angustia que su hijo. Pero ni su voz ni sus ojos lo demostraban, había cosas que solo podían percibirse.

-El tiempo y la inmensidad lo aterrorizan. Lo comprendo. Se siente pequeño. El tiempo nos acerca o nos aleja de lo que más queremos, o el mundo es demasiado grande para conocerlo. He aprendido a temerle a lo mismo -confesó. El Támesis parecía cobre líquido mientras el sol bajaba-. O tal vez ya lo hacía de antes.


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- Bueno, no necesitas una credencial para fungir como inefable - dice, asomándose sobre la cabeza de ella cuando revisa el arbusto - En la Orden no tenemos una y aun así resolvemos las cosas, ¿no?

 

En realidad esa última oración bien podría ir en pasado, pero prefiere pretender que siguen siendo indispensables. Desde sus recuerdos le llega un lejano sabor de misterio. Noches enteras persiguiendo criaturas oscuras presuntamente adoctrinadas por mortífagos. Solo un par de veces confirmaron tales teorías, aunque la experiencia fue suficiente para quedarse almacenada en su cabeza de por vida. Duda mucho que Eileen sea la persona ideal para revivir dichas aventuras. Suelta un suspiro de resignación y la sigue.

 

- ¿Qué se supone que te hacen? ¿Cómo matan? Porque son la combinación del demiguise y el ghoul, que para mí son las criaturas más inofensivas del mundo - de repente, sus dedos empiezan a crear chispas azules, que al cabo de unos segundos se unen y forman una esfera de energía que se queda flotando sobre su palma -. Sería estupendo poder paralizarlos y tener chance de retratarlos, ¿no crees?

 

Lo siguiente pasa demasiado rápido. Primero oye su camisa ser rasgada. El dolor es inminente; han sido garras, o lo más parecido. Al caer sobre la tierra húmeda, se gira y envía la esfera tan rápido como puede. Choca contra la criatura, que suelta un gruñido. Jank abre la boca, maravillado. Dura tan solo tres parpadeos nerviosos, pero lo ve: parece un oso delgado, parado en sus patas, cual grezzly. Al instante se mimetiza con el árbol que tiene detrás y, por consiguiente, se pierde.

 

Voltea a ver a Eileen. Suelta una carcajada de emoción y se levante de un brinco.

 

- ¿¡Lo has visto!? ¡Eileen, hemos visto a un hidebehind!

 

Relame sus labios, ahora pensativo. Supone que la nueva tarea consiste en sacarlo del parque.

 

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  • 3 semanas más tarde...

"El tiempo nos aleja de lo que más queremos"

 

Como aquella noche en que las palabras de Leah hicieron mella en su cabeza, estas quedaron dando vueltas, la voz infantil dé Baleiro cesó, ahora únicamente el murmullo de Támesis les acompañaba, les envolvía, intentaba con locura expiar culpas y malos sentimientos; pero sus aguas eran demasiado calmas, como los latidos del corazón de Salem, como la mirada de Ivashkova puesta en su hijo o cómo éste mismo dormitando sobre el pecho de su madre.

 

¿Sabría alguna vez cuánto daño hubo causado? Volteó, con sutileza, ladeó el torso lo suficiente como para que el perfil de su rostro apuntara hacia la rubia cual flecha, avistando su próxima acción. La miró con el corazón encogido, más como sucedía desde hacía varios años, le fue imposible derramar siquiera una lágrima. Extendió la diestra, con cautela, recogió detrás del gorro de invierno un mechón de cabello platinado, como los de Sísifo, y suspiró.

 

Aquel simple movimiento, en su mente, había sido casi como intentar quitarle la comida de la boca a un Rickdeback Noruego. Los ojos verdes de la Ángel Caído centellearon, Arya retrajo sus falanges con una tensión que hizo sonar cada pequeños hueso. Lamentó haber suspirado, aquel ápice de aire ahora mismo le hacía falta.

 

-Has cambiado- se atrevió a decir, como un felino apartó la mirada y la hundió en el verde césped, -Tu corazón no late, tu piel es fría... ¿lo hiciste para quebrar el vínculo?

 

Torció el gesto, apretó los labios. Jamás hubo querido conectar su vida con la de ella, pero en aquella sala médica ensangrentada fue una medida desesperada. Decidió mirarla, por fin, sus ojos color esmeralda parecían pelotas de ping pong en un acalorado juego de Olimpiadas, de un extremo a otro del parque, evitando el contacto visual, suprimiendo el sentimiento de culpa que el perfume de Leah le producía.

 

-...Lo que pasó allí, Leah...- se detuvo, la mujer no traía varita en mano pero sintió como si un Séneca salvaje le disecara la garganta, le ardía la lengua.

 

>> Nada de todo eso fue mi intención, se perfectamente que no existe palabra en el mundo que pueda darle veracitud a mis disculpas... Pero es que no era yo,o si, no lo se. Fue como si algo se apagara dentro de mi, como si alguien hubiese bajado un interruptor. Ver a Oniria en esas condiciones, verte con ella... fue demasiado para mi, sentí como si mi humanidad escurriera entre mis dedos.

 

El monólogo era un susurro, no deseaba despertar a Baleiro, pero en todos los años que llevaba conociendo, a la ahora platinada, Ivashkova, jamás habían sido capaz de sostener una conversación adulta, de exponer las cartas sobre la mesa por mucho odio que se profesaran; ahora, sin embargo, luego de acciones extremas, Arya lo hacía.

 

-Por favor...- ahora su voz ni siquiera era audible más ella como vampiro podría entenderle -Sólo no me apartes de su vida, él y yo estamos conectados, prometo encontrar la forma de romper el vínculo... Pero mientras tanto, permiteme verlo crecer, aunque no lo merezca.

 

Y por fin calló. Porque si a pesar de todo las predicciones de Leah eran acertadas, sería el tiempo quien la alejase del niño.

 

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Apretó los labios cuando sintió la cercanía de su mano, la miró de reojo en el proceso. Arya a veces parecía suicida. Le daba la impresión de que jugaba con su paciencia, esperando que se rompiera y quebrara una de todas las treguas que habían ido alzando con los años. Pero no lo haría, porque se lo había prometido a Oniria, porque Baleiro dormía y no iba a perturbar sus sueños con una escena sin sentido. No era la primera persona que intentaba sacarla de quicio, ni sería la última. Rió entre dientes.

-Lo hice por amor, no tiene que ver contigo.

Y era la pura verdad. Había muerto y había regresado a la vida gracias a las dos personas que más amaba, ignorando que el vínculo entre ellas dos había muerto. Meditó un momento al respecto, mirando a Baleiro. Él en cambio seguía atado a su asesina. Volvió a apretar los labios. Escuchó todo el monólogo de Arya con la misma expresión, sin mover un músculo. Incluso su mente estaba estática, incapaz de enlazar algún pensamiento o de producir algún sentimiento.

Fue en cuanto hubo silencio que pudo pensar. Recordó la expresión de diversión de Arya mientras sufría, cómo había ignorado la desesperación de Sísifo por salvarlo a los dos, la forma en que lo había ninguneado por creerse más que él. El dolor y la pérdida de sangre la había llevado a la muerte. Y con ella, Baleiro había muerto también. Estaban ahí solo porque, en algún punto, Arya se había arrepentido. Pero de no haberlo hecho, no podría estar sentada ahí, abrazando a su hijo. Alzó la mirada, la posó en la de ella, la vio encogerse sin que insinuase nada todavía y se permitió sonreír.

-Eres un Súcubo, actuaste como tal. Ese día me hiciste daño hasta que acabaste con mi vida y con la vida de mi hijo. Me hiciste ver cómo sufría el hombre al que amo. Me hiciste creer que era incapaz de cuidar a lo único sagrado que he tenido y que no volvería a ver a Oniria. No pierdas tiempo disculpándote, no tienes perdón.

Se levantó lentamente, Baleiro ni siquiera se inmutó, había sido muy delicada en cada movimiento.

-No voy a alejarte de él. No es solo mi hijo. Es de Sísifo -ensanchó una sonrisa- y de Oniria. Y soy bastante capaz de lidiar contigo si eso los hace feliz. Eso sí, si quieres redimirte conmigo un poco, trata de eliminar su vínculo. Decir que te debe la vida, cuando se la arrebataste, es cínico. Hasta para ti.


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  • 2 semanas más tarde...

La orilla del río se removió con fuerza, como si de la nada una tormenta hubiese arreciado con fuerza pese a que el dia se encontraba soleado y tranquilo. Una cabellera azul rompió la superficie y un muchacho alto se levanto dando bocanadas de aire. Apolo se agito con fuerza en el agua asustado y comenzó a avanzar dando largas brazadas en dirección al parque; normalmente no le hubiese dar unas cuantas brazadas para conseguirlo, siendo un nadador tan bueno, pero en una de sus manos agarraba firmemente su varita magica y en la otra una mochila de un azul intenso, idéntica al de su pelo.

 

Para cuando llego a la orilla, el ladrido de River y Dale se hizo presente, atraídos con su olfato hacia el alboroto que habia causa Apolo al aparecerse. El teselamiento habia sido su única forma de lograr llegar a Europa, pero le habia consumido casi todo su poder mágico. Casi era una alegría que el parque estuviese tan cerca de una fuente de agua como el río, pero el propio esfuerzo casi lo mata: Era tan complejo como intentar aparecerse de manera intercontinental, pero tenia una salvaguarda lo suficientemente probable para intentarlo.

 

Cayendo en la orilla arenosa del río, siendo recibido por algunos ladridos y jugueteos que no fueron correspondidos por el joven, Apolo se dio unos momentos para poder respirar. Lo que debió haber hecho era haber corrido hasta la primera persona que viera, pero las piernas no le respondían. Todavía seguia muy débil, y habia sido casi un suicidio intentar volver a Londres de forma tan rapida. Pero quien sabe cuantos días habia pasado atrapado. ¿De verdad habia valido la pena? Intento afirmar con mas fuerza la mochila azul, sabiendo que habia sido su propia temeridad lo que lo habia metido en ese predicamento en primer lugar.

 

Y su compañera, Eileen. Ojalá hubiera llegado a hablar mas con ella, quizá lo hubiese ayudado. Estaba seguro que, en caso de que no se presentara, pensara que seguia en la búsqueda de los ingredientes. Casi le hubiese gustado que se preguntara donde estaba, pero no podia juzgarla siendo que apenas la conocía. El hubiese pensado lo mismo... no, estaba solo en eso, y por fin habia terminado. Un suspiro mezclado con risa lo hizo relajarse, sabiendo que ni en un millón de años podrían llegar a él por repercusiones, no de la forma en la que se habia ido, y como habia dejado el lugar en el que estaba. Tenia que sentirse tranquilo por lo que habia logrado, sin importar el costo.

 

Se levanto tambaleandose y empapado, necesitaba llegar a la casita donde Eileen y él guardaban sus papeles. Tal vez le daría una idea para poder orientarse.

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