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Tamesis Park (MM B: 111180)


Apolo Granger
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Arcanus sonrió al escuchar las palabras de Valeskya y no pudo hacer más que sonrojarse. Realmente no recordaba que alguien le hubiera dicho esas palabras antes y se sintió muy bien al escucharlas. ¿Cansarse de ella? ¿Cómo podría si había sido la razón porque la que precisamente había vuelto a Ottery? Sentía una conexión especial con Valeskya y cada minuto que pasaba junto a ella le indicaba que había tomado la desición correcta al volver.

 

- Nunca me lo había planteado... - Respondió sopesando la idea. - Aunque la verdad es que no se como se mantiene una esfinge. Son bastante grandes, asi que supongo que comerán mucho. Tampoco me gustaría tener que responder un acertijo cada vez que quiera ingresar a mi casa. Llega a preguntarme algo relacionado con matemáticas y tendría que mudarme. - Dijo riendo. Se preguntaba que tan estrictos eran ahora los del Ministerio. Ya no había tantas personas como antes viviendo en Ottery, por lo que no llamaría tanto la atención como antaño. Recordó que apenas había adquirido la esfinge, los del Departamento de regulación y control de criaturas mágicas se la quitaron y lo obligaron a enviarla a una reserva.

 

- No sabía que tenías un lado travieso - Dijo mirando a la ojivioleta. ¿Acaso ella tenía animales peligrosos ocultos por su hogar? Sería divertido verla infringiendo las leyes. El por su parte, tenía un extenso historial que prefería olvidar. - No se me ocurre como hacer para sacarla. - ¿Cómo dos simples magos podrían burlar la seguridad de todo un ministerio? Aunque recordó aquella historia sobre el famoso Harry Potter junto a sus amigos irrumpiendo en el Ministerio. A lo mejor no sería tan difícil.

 

- Aunque... ahora que lo pienso, no se donde la llevaría. La verdad es que no tengo un hogar, propiamente dicho. Solo vivo donde puedo - Se sonrojó nuevamente. En sus mejores tiempos, el joven era bastante acaudalado, aunque casi nunca estaba en su hogar. Pero ahora, ni siquiera tenía un hogar. Si bien tenía una familia que lo había acogido, no se sentía muy cómodo en ella. De hecho, siempre había estado mejor solo o con un grupo reducido de gente. No era demasiado sociable. - Pero si quieres, podrías conservarla tu. Se que serías una buena madre para ella. - Le sonrió a la ojivioleta y continuó caminando junto a ella.

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No pudo evitar soltar una risa divertida al escuchar la problemática de tener una esfinge en casa y del acertijo relacionado con las matemáticas. No pasó desapercibido el hecho de que Arcanus no se negara ante la propuesta que le había hecho, lo cual significaba que no le desagradaba del todo la idea de infringir la ley. El punto era que Valeskya lo había dicho casi sin pensar, como una especie de arrebato, el cual estaría dispuesta a llevarlo hasta las últimas consecuencias, aunque eso significara ir en contra de los ideales de la Orden.

 

- ¿Crees que sea traviesa? – Continuó riendo. - Solo creo que a veces hay que hacer cosas arriesgadas y creí que sería buena idea tomar un riesgo juntos, aunque eso sí, tendríamos que planearlo muy bien y claramente… ir en contra de los ideales de ya-sabes-qué – Dijo en tono misterioso, pero claramente se refería a que nadie en la Orden tendría que enterarse o seguramente serían lo último que harían dentro del bando.

 

La sonrisa de la ojivioleta se desvaneció casi al instante, al escuchar que su novio no tenía un lugar al que pudiera llamar hogar, como tal. Se recordó a sí misma en el pasado, aunque quizás a diferencia de él, ella ansiaba tener una familia numerosa y aunque actualmente no eran muchos en la mansión, se sentía a gusto con ellos. No se imaginó robar una esfinge, meterla en el sótano de la casa y esforzarse en que nadie se percatara. Si había algo que los Granger tenían en común, era esa curiosidad por saber a detalle qué era lo que hacía cada uno de ellos.

 

- Ehhh… creo que ya no es tan buena idea después de todo… - Murmuró pensativa, sin saber que tampoco sabía qué tipo de cuidado debía tener una esfinge. - Alguna vez leí que son muy peligrosas ¿Y si intenta matar a alguien de la familia? – Exclamó al tiempo que se imaginaba queriendo matar a uno de los elfos o a su hermano… unas cuantas heridas no le vendrían mal, pero nada más [?] - Creo que me he apresurado mucho al suponer que sería tan fácil… Y de lo otro…- Acarició el rostro del fenixiano antes de abrazarlo.

 

- Sabes que no tienes por qué pensar en que no tienes un hogar… - ¿Cómo podría decirlo sin que sonara mal? Supuso que no había forma. - En mi casa siempre serás bienvenido… claro que no necesariamente tienes que estar en mi habitación ¿eh? – Rió nerviosamente. - Este…. Tu entiendes. De todas formas, así aprovecharías a conocer a mi familia… por cuestión de formalidad, ya sabes…-

 

Palabra tras palabra, se ponía más nerviosa ante la posibilidad de presentarlo a la familia; no era de las cosas que ella acostumbraba a hacer, pero estaba dispuesta a tomar ese riesgo con tal de que él pudiera sentirse cómodo y no tener que llegar a descansar a escondidas o que alguien lo encontrara durmiendo y se armara un alboroto. Solo de pensar en ello, hizo Valeskya entrara en pánico… simplemente habría más escándalo del necesario.

 

- Quizás lo de la esfinge requeriríamos un poco de ayuda. ¿Qué dices? – Su última pregunta iba enfocada más a la propuesta que no tenía que nada que ver con recuperar a su esfinge. Su mirada iba nerviosamente de un lado a otro, para evitar mirarlo a los ojos debido a la vergüenza que parecía aumentar cada vez más con el tiempo que transcurría sin escuchar su respuesta.

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Luego de los argumentos que Arcanus había explayado, Valeskya se veía un poco más cauta en cuanto a la idea de "robar" la esfinge del refugio de animales. A él realmente no le importaba lo que le pasara, estaba acostumbrado a los roces con la ley, pero no quería que su novia quedara involucrada en algo que podría ser considerado grave. Más teniendo en cuenta que ella trabajaba en el ministerio y podría producirse un gran escándalo. Además había dado en el clavo pensando en la seguridad de su familia.

 

- Creo que deberíamos dejarla allí. Después de todo, podríamos tener algo más inofensivo - Dijo sonriendo. Lo llenó de amor el hecho de que Valeskya le había abierto las puertas de su hogar. No pudo evitar pensar si su familia lo aceptaría como pareja de Valeskya. Digamos que él había cambiado, pero tal vez alguien conociera su pasado y eso haría las cosas más complicadas.

 

Arcanus observaba la cara de su novia y no pudo más que reír. Se la notaba un poco nerviosa. Tal vez todavía no estaba lista para presentarlo formalmente en sociedad. Arcanus tampoco pensaba presionarla. A él le daba igual que supieran que ella estaba en pareja con él, no le interesaba la opinión de los demás y estaba seguro que quería estar siempre con ella, le pese a quien le pese. Se acercó lentamente y tras quedarse por unos segundos hipnotizado por esos ojos violetas le dio un tierno beso.

 

- Olvidate de la esfinge. Demasiado riesgoso y no quiero que haya ningún tipo de consecuencias negativas para ti. Además siempre podemos visitar la reserva o algún lugar como este. Seguramente si se hace popular, tendran que traer más criaturas. - Se encogió de hombros y dio por terminado ese asunto. Toda esa situación le había hecho recordad que aún debía enseñarle duelos a Valeskya. Tal vez la próxima idearían algo más peligroso y sería genial saber que puede defenderse sola.

 

- Tengo un poco de hambre amor mío. ¿Crees que haya algún lugar para comer por aquí? Además me estoy cansando un poco de ver tanta gente, me gustaría que tengamos un poco más de tranquilidad. - Su estómago había comenzado a hacer ruidos. Recordó que no había tenido tiempo de comer, por lo que estaba realmente hambriento y la perspectiva de una cena con su novia era bastante atractiva.

 

- ¿Vamos? Si quieres, luego me presentas en sociedad, te prometo que seré todo un caballero y te haré quedar como una reina. - Volvió a tocar el tema a propósito. Le divertía ver a Valeskya un poquito nerviosa.

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Contrario a lo que la bruja pensaba acerca de la forma en la que su novio iba a reaccionar después de su propuesta, solo vio cómo empezó a reír; supuso que se trataba por la forma en la que sin proponérselo, había conseguido que se pusiera nerviosa. Al final se trataba de que él se encontrara bien y sería un pretexto más para poder tenerlo cerca, aunque temía que quizás se pudiera sentir un poco agobiado ante lo que había dicho: eso de presentarlo con su familia y de paso que se quedara con ella, podría suponer un exceso.

 

Valeskya se quedó callada por unos instantes, pensando en que no sería bueno seguir insistiendo sobre el tema; decidió que había sido lo suficientemente clara y que no había nada más que decir con respecto a ese tema. No pudo evitar sentirse agradecida y de cierta forma sentir ternura por Arcanus y la forma en que se preocupaba por ella; quiso llevarle la contraria y decirle que no importaba, que estaba dispuesta a asumir cualquier riesgo.

 

Quizás la idea de hacer algo diferente era lo que hacía atractivo el robo de la esfinge en el momento, pero una vez analizando las cosas que el fenixiano decía, tenía que aceptar que lo mejor era esperar a que el parque llevara alguna de esas fantásticas criaturas, pero solo por entretenimiento y no porque fuesen maltratadas o abandonadas. Suspiró y sonrió mientras lo veía a los ojos y le devolvía el beso que había recibido antes. ¿Cómo era posible que se estuviera dejando llevar de esa forma? Cualquiera que fuera la respuesta, la joven de cabello negro no estaba segura de querer escucharla.

 

- Oh, el hambre… - Murmuró sorprendida al darse cuenta que el tiempo estaba transcurriendo más rápido de lo que ella quisiera. Fue entonces cuando se dio cuenta de una aplastante realidad: - Creo que tendré que aprender a cocinar para ti. – No había pensado en ese detalle y soltó una sonrisa a modo de disculpa.

 

- La verdad es que es la primera vez que vengo a este lugar; pero por lo que he visto, lo único que podrías comer aquí, son aquellos lobos… asados tal vez. – Señaló a la manada que estaban descansando a unos metros de donde ellos estaban. - Pero estoy segura de que quieres algo más civilizado – sonrió a modo de broma y se acercó para darle un beso y susurrarle al oído: - Y también algo más tranquilo, así que podremos ir a donde tú desees, estoy más que segura que debes conocer más sobre los locales de comida que yo, así que mejor te sigo. – Exclamó con firmeza.

 

- Y con respecto a presentarte en sociedad – Se aferró a uno de los brazos del joven de ojos marrones y recargó su rostro. - Podríamos ir ensayando sobre cómo te presentaré y empezar a practicar la huida en caso de que alguien de la familia quiera convertirte en su cena ¿qué te parece, cariño? - Dijo con fingida indiferencia, esperando su reacción, aunque era más que imposible que la oijivioleta pudiera contener la risa por mucho más tiempo.

Editado por Valeskya Granger

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—¡Leah, espera!

 

No gritó, nuevamente su voz era un susurro pero sonó alarmante. La mujer se le escapaba, estiró una mano, intentó capturar la esencia de Baleiro pero ésta se escurrió entre sus dedos. Sintió que cada músculo de su cuerpo sucumbía ante el desespero, nuevamente, como si le estuviesen arrebatando algo de sí, algo que le pertenecía. Posiblemente Ivashkova comprendió lo que pensaba al vislumbrar su rostro, su expresión de dolor y ansiedad, y se detuvo pero no permitió que se acercase al niño otra vez.

 

A esas alturas no comprendía si la barrera la ponía su propia mente o si se trataba realmente de un acto mezquino por parte de la Ángel Caído. Colocó ambas palmas en el césped y se impulsó, quedó a su altura, quiso besar la frente dormida del pequeño pero estaba peligrosamente cerca de la mejilla de Leah, no quería tocarla, siquiera rozar su piel, todo aquello se quedó en Tenerife y no se movería de allí.

 

—Tienes mi palabra— sabía que lo que haría a continuación causaría repulsión en la vampiro pero igual manera lo hizo. Enseñó, siendo precavida, su marca por un efímero segundo, estaban solas allí —Encontraré la forma de romper el vínculo, pero por favor, llegado el momento, permíteme contarle qué pasó aquel día.

 

Dicho ésto, Leah era libre de irse aunque cuando lo hiciera dejaría un profundo hueco en el pecho de Arya, desde su nacimiento no había vuelto a abrazar a Baleiro y sentía que le hacía falta.

 

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  • 3 semanas más tarde...

A lo alto del arco de madera, lee lo que dice el cartel: Tamesis Park. Como si apenas recobrara la consciencia, observa cautelosamente a su alrededor. Muchas veces Madeleine ha estado en Londres, pero nunca había conocido ese parque; su primera impresión es que se trata de un lugar muggle y, de momento, eso le parece perfecto. Quiere estar lejos de la comunidad mágica aunque, ¿no está el Caldero Chorreante prácticamente a la vuelta de la esquina? ¿Y luego el Diagón y todo lo demás? «No todo», se dice a sí misma, tras caminar bajo el arco y dirigir sus pasos hacia el área boscosa del parque. Poco a poco, el panorama cambia: el frío y la blancura del invierno desaparecer y, por el contrario, los colores se avivan y estallan frente a ella como si repentinamente hubiera llegado la primera. Maldice por lo bajo. Evidentemente, está en un área mágica... aún así, aunque seguramente hayan más personas, de momento no distingue a nadie y le lugar le parece lo suficientemente grande como para poder pasear sin toparse con nadie.

 

Guarda el abrigo en su bolso, así como sus guantes y su bufanda. El ambiente es fresco, pero no helado, y le gusta sentir la brisa. Lo que menos necesita ahora mismo, es invierno. Quizás debería reunirse con sus compañeros pero, ¿todavía los tiene? ¿Todavía es capaz de usar sus poderes? En el bolsillo de su pantalón está su varita... pero, maldición, teme intentarlo.

 

«Tienes que tranquilizarte. Y entonces, pensar en algo...».

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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  • 1 mes más tarde...
Inhaló con profundidad cuando se dispersó la bruma a su alrededor. El rumor de la aparición se había perdido entre la risa de los niños y la campana de las bicicletas. Ella, así como el invierno, empezaba a pasar desapercibida. Nadie la había visto llegar y ella no había visto a nadie en particular. Sus ojos estaban fijos en el Támesis y sus pensamientos perdidos en algún lugar de Londres, en los recuerdos que tenía de sus esquinas y cuando su inmensidad no le parecía aburrida. La última vez que había estado ahí, lo había considerado su hogar, incluso cuando pasaba sus noches en Siberia. Ahora se sentía una extranjera, ajena a las costumbres que no compartía. Bajó la mirada y se encontró con sus manos entrelazadas, el anillo alrededor de su dedo corazón brillaba con los tonos dorados del atardecer.

Tenía meses sin verlos, a ninguno de los dos. La noche en que todo había pasado había estado con Sísifo y luego se había ido. No había sabido más de él, ni de Oniria, ni de sus hijos. Sus labios formaron una línea rojiza, tensa. Con los años había demostrado lo mucho que le costaba actuar como un adulto en situaciones difíciles. Y haberlos dejado a los cuatro era la muestra más desagradable de ello. Sobre todo cuando se dio cuenta de que aún no tenía la intención de volver. Se dio media vuelta, lista para partir, cuando lo vio.

De haber funcionado, su corazón habría dado un vuelco. Esa expresión de tristeza atravesaba más rápido la distancia que los esperaba que el mismo aire que compartían. Sísifo. Con el pelo alborotado y la ropa negra impecable, contrastando con los tonos cálidos de una ciudad que llamaba a la primavera. Había olvidado, de la forma más cruel, lo mucho que lo amaba. No se dio cuenta de que lloraba hasta que las gotas empezaron a descender por sus mejillas. Pero no se movió. ¿Qué podía decirle que él ya no supiera? Se limitó a mirarlo, descubrir que todos los recuerdos que tenía de un hogar estaban ligados a las líneas de su rostro.


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  • 1 mes más tarde...

La despertó el pequeño rugido que emitió el animal. Sus manos estaban colgando a ambos lados de su lomo, sus pies igual. Sentía el viento golpearle la cara con poca delicadeza, a pesar de los esfuerzos de Haru por protegerla con sus alas durante el vuelo. Candela mantenía los ojos semi abiertos, sin terminar de reaccionar a la situación. ¿Acaso estaba soñando?¿Habría caminado sonámbula, nuevamente?

 

Mas el dolor punzante en su costado le hizo recuperar apenas la conciencia. De pronto recordaba a dónde se dirigía, Haru se había ofrecido llevarla porque el thestral seguía furioso con la Triviani y no quería saber de tener que hacer nada por ella. Normal, había sido capricho de la bruja meterse en medio de una riña violenta entre sus animales, debería salir de ella con sus propios pies.

 

Allí... ―murmuró y el hipogrifo movió la cabeza en señal de entendimiento.― Descansemos un poco.

 

Cuando el animal aterrizó, Candela se dejó caer con su ayuda sobre el verdor del suelo. Le dolía, incluso, mover el brazo para sacar algunas pociones del bolsillo del vestido. Se quejó, aunque le siguió una risa dolorosa. Probablemente tenía las costillas rotas, no las veía, pero las sentía.

 

Ve y búscalo, ¿quieres? ―ordenó a Haru mientras se colocaba boca arriba.― No creo poder hacerlo sola... El brazo roto no ayuda.

 

Haru largó un sollozo y se alejó de la Triviani. Tenía que buscar a Apolo y llevarlo con ella. Candela estaba llena de moretones, costillas y un brazo rotos, rasguños profundos en el abdomen y el cabello alborotado. Bueno, esto último es de costumbre.

 

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~ Mosquito ~          Ianello 

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  • 2 meses más tarde...

Sísifo:

 

 

Observaba el discurrir del agua, cómo borraba paulatinamente la imagen anterior, cómo se anticipaba al presente. Recordé las palabras de Heráclito, y al apartar la vista de la corriente me percaté de que aquella ciudad tampoco era la misma que la de algunos segundos antes. Y así todo estaba supeditado a la muerte: una muerte segura, definitiva, indetectable. El mundo atravesado por la tenacidad del tiempo. El tiempo y el agua, a fin de cuentas, eran la misma cosa.

 

Vestía un atuendo completamente negro, ceñido a un cuerpo más delgado de lo saludable. Conservaba la musculatura. Las venas se retorcían bajo la piel translúcida y parecían suplicar un mejor trato. Sentí en mis huesos la tentación de lanzarme al vacío, hundirme bajo la magnitud de aquel caudal, desaparecer dentro del lodo. Lo más frustrante del vampirismo es que ni siquiera el suicidio era una vía de escape realista. Si me dejase caer, si simplemente me dejase engullir por aquellas aguas grises, me mantendría con vida por los siglos de los siglos, acumulando algas y líquines en la piel, reduciéndome a un saco de carne hambriento... pero consciente.

 

Desde hacía algunos meses sabía que había caído en una extraña depresión. Extraña porque la depresión era, en cierto modo, mi estado de ánimo habitual. Suspiré. Debía volver a casa. Mis hijos me esperarían con su ruido, su vaivén de hormonas adolescentes, sus voces que llenaban todos los huecos del mundo. Me preguntaba si algún día pararían de crecer, si se detendría su envejecimiento prematuro, o si también tendría que verlos sepultados por las corrientes del río de la vida. Y entonces, mientras caminaba sumido en mis pensamientos, disociado, flotando como en la proyección de un sueño, reconocí a Leah.

 

Al principio no di crédito. Es una ilusión, afirmé para mis adentros. No es posible. Su olor llegó más tarde, cuando mi nariz despertó del sonambulismo. Aquellos ojos verdes, aquel brillo... sólo la realidad podía reproducirlos, albergarlos. Mi inconsciente no conseguiría nunca traerlos a mi imaginación, ni siquiera en el fuego de los sueños. Algo tan perfecto, tan sumamente complejo no podía ser imitado. Lo tangible de aquella mirada no dejaba cabida a dudas. Leah estaba allí, a unos escasos metros de mí. Y en ese instante, la odié. La odié como sólo puede odiarse a quien se ama obsesivamente.

 

Mi cuerpo desapareció en una nube informe y de pronto estuve sobre ella, apretando sus hombros contra la orilla del río. Bufé. Contraje la mandíbula mientras la sangre invadía mis ojos.

 

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Nunca, ni en un millón de años, habría podido prever lo que haría Sísifo a continuación, ni la violencia que albergaría semejante acción. El peso de su cuerpo colapsó ante el impacto y el golpe seco en la cabeza impidió que viera nada más que ciento de puntos resplandecientes sobre su rostro, nublando su expresión de cólera como el subconsciente a un mal recuerdo. Y cómo le habría gustado que aquello durara. Cuando logró enfocar otra vez su cara, sintió cómo se le formaba un nudo en la garganta. Había visto tantas veces esa expresión, en el rostro de Oniria, que no pudo evitar sentir una culpa terrible fraccionando su alma, dividiéndola en múltiples trozos de la más profunda culpabibilidad. Sísifo, siempre tranquilo, estaba pasando por la más justificada de las iras y ella era la culpable.

 

No se atrevió a mover un músculo, como un animal indefenso que intenta demostrar que no es la presa indicada para el predador. Ni siquiera opuso resistencia a la presión que ejercía sobre sus hombros, dejó que el recién descubierto dolor de las piedrecillas presionando su piel la mantuviera atada a lo que estaba viviendo. Desde que lo había conocido, él era una amenaza. Una que no podía combatir, que la sometía a la más profundas de sus debilidades. Pero a pesar de ello, Sísifo era incapaz de infundirle temor alguno. O más bien, ella era incapaz de sentir algo por él que no fuera amor.

 

Pronto la expresión de su rostro fue cambiando, suavizando las líneas de la estupefacción hasta que había un dejo de admiración en sus ojos. ¿Cuándo había sido la última vez que había estado tan cerca de él? Ni siquiera cerrando los ojos, ni siquiera en sus sueños más vívidos, había sido capaz de reconstruir la sincronía de sus facciones y la dureza de su barbilla o la curvatura de sus labios. Detrás de esos ojos inyectados de sangre no había más que dolor, un profundo dolor que hacía mucho lo había abandonado y que solo había dejado su recurrente melancolía. Por fin se movió, rompiendo un poco la rudeza de su posición, y acopló la palma en el contorno de su mejilla.

 

Recordó cómo se sintía vivir.

 

—No hace falta que me saltes encima para tenerme debajo de ti —murmuró, deslizando las yemas de los dedos hasta que su mano volvió a caer en el suelo—. Perdóname.

 

Desvió la mirada, hacia el grisáceo cielo de Londres. No podía mirarlo después de lo que había hecho, incluso haberlo tocado parecía una falta de respeto.

 

@Oniria

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