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Conocimiento de Maldiciones


Matt Blackner
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— Es posible, claro que sí.

 

La voz cantarina de Maida Yaxley se alzaba entre los tres estudiantes, mientras ella se deshacía de unas ramas en el cabello, que aunque cortas, eran molestan al tacto. Le habían indicado en el claustro de profesores que debía ir en busca de Matt, ella aceptó sin saber que se tenía que mandar un viaje al otro lado de Europa para hacerlo, terminó casi incrustada en la copa de un árbol, era terriblemente mala para las apariciones. Le alegró notar que dos de los alumnos eran sus tíos, la llenaba de confianza, por decirlo de alguna manera, al tercer alumno si no lo tenía registrado, aunque tenía un rostro familiar, a lo mejor del Ministerio, o lo mejor de las calles de Ottery, a lo mejor era mejor dejar de especular y centrarse en el curso. Se sacudió un poco la túnica turquesa que había escogido para la excursión y alzó el rostro sonriéndoles.

 

Maida Yaxley, para los que no me conocen —saludó—, sobrina favorita y querida, para los que sí —bromeó con Orión y Gatiux—, continuando un poco con lo que te oír decir, si se puede romper la maldición sobre un objeto o sobre una persona, porque verás, una maldición, la mayoría de veces, es condicional. "la familia estará maldita, hasta que tal persona haga tal cosa", "este collar será maldito para que aquellos que lo toquen con ambición" ...mmm ¿y si lo tocas por amor? ¿por deseo? Las emociones humanas son bastante fuertes para desarmar una maldición, por muy fuerte que sea.

 

Terminó de sacarse las ramitas del cabello y caminó, como guiándolos hacia un claro dónde todos estuvieran más cómodos.

 

Existen excepciones, claro. Es muy difícil vencer la maldición asesina, sin embargo sabemos que hay quién lo ha logrado —comunicó dándoles la espalda unos segundos mientras continuaba su ruta—, sin embargo, se sabe que la maldición Imperius es fácil de vencer si se tiene un alto grado de fuerza de voluntad. ¿Por qué entonces maldecir algo o alguien si puede sacarse la vuelta tan sencillamente? Escucho opiniones.

 

@Orión Yaxley @Gatiux @Nate Weasley

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Nathan procuró mantenerse en silencio mientras sus dos compañeros de clase charloteaban en lo que quizá pretendían fuese una conversación privada, pero aún así llegaba vivamente a sus oídos. Gatiux y Orión se habían presentado con la misma naturalidad con la que se desenvolvían: eran claramente el tipo de personas con tanta seguridad de sí mismos y tanta soltura que, a ojos de personas tímidas e introvertidas como él, eran dignos de admirar. Se concentró en cambio en su jarro de café, que por mala fortuna ya estaba a punto de acabarse, y en seguir los pasos del profesor a través del bosque mientras éste no decía palabra: no parecía muy interesado en dar la clase.

 

Algunas de las palabras de sus compañeros despertaron su interés: no quería ser grosero, ni mucho menos entrometido, pero poco podía hacer él para decimar su pasión e interés por las finanzas. Meditó, por unos segundos, si aprovechar el silencio del docente para responder lo que él pensaba era la respuesta, pero se abstuvo ante la incómoda y quizá no del todo correcta convicción de que poco le importaba al dúo O y G la opinión de un desconocido. En virtud de ello, permaneció en silencio, rogando que la mujer no intentase nunca burlar a un duende con galeones duplicados puesto que éstos tenían trucos y usanzas de sobra para diferenciarlos, además de que generalmente eran muy punitivos con quienes intentaban ese tipo de cosas.

 

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la llegada de una tercera. Una Yaxley y, al parecer, relativa de los otros dos allí presentes. Por unos segundos se permitió curiosear acerca de si la recién venida era sobrina de la Malfoy o del tercero quien, con toda posibilidad, podía ser un Yaxley. No le soprendería enterarse que en realidad los dos eran Malfoy y Maida tuviese alguna suerte de parentezco poco convencional con sus dos compañeros; cuando de linajes se trataba, y en son de mantener la sangre pura, pocas reglas parecían aplicar. Procuró que ninguna de sus ocurrencias se plasmasen en su rostro, y en cambio se concentró en la pregunta de la joven quien parecía haber tomado el volante de la clase.

 

¿Acaso los directores de Castelobruxo tenían alguna forma de saber que el profesor quería tirar la toalla?

 

Porque el propósito no siempre está en el fin. – contestó el Weasley, quien había estado en el extremo receptor de aquel tipo de maldiciones más de una vez. – No se trata sólo de dañar por dañar, sino de dañar para doblegar. Cuando uno subleva la mente de otra persona a beneficio propio, puede hacer mucho más que lo que se puede lograr con el dolor visceral.

 

Le dió el último trago a su café mientras buscaba borrar de su mente recuerdos ingratos. Con un sencillo gesto, el jarro desapareció, y Nathan se entretuvo en el paisaje. Ya había dejado gran parte de ello atrás....

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Qué maleducado.»)

Gatiux se había dado cuenta que el chico del café no se presentó. Ella ponía mucha atención a ese detalle, porque como metamorfomaga había practicado durante años a que los nombres falsos salieran con tanta naturalidad de su boca como el verdadero, sin dubitaciones, pero él no había dicho nada. Nada que sonara a verdad o a mentira. Simplemente se les quedó mirando como si fueran dos unicornios brillantes antes de concentrarse nuevamente en su bebida y seguir al profesor.

All right, then. Keep your secrets.»)

Comenzaron a caminar, y Gatiux a cansarse del terreno por culpa de los tacones. Pese a que caminaba del brazo de Orión, tenía que estar esquivando piedras y ramitas, además de contestar las ocurrencias del profesor. Qué tontería. Claro que conocía muchas maldiciones. ¡Podría hacerle una demostración en vivo en aquel momento!

Una mujer adulta, fuerte y autosuficiente, nunca pediría ayuda por orgullo. Pero en su fuero interno agradeció que Orión se apiadase de que tuviera que seguir caminando en tacones por el terreno irregular, y que la subiera a su espalda. La banshee se acomodó enganchándose a los hombros del Yaxley mientras éste la sostenía por las piernas sin dificultad ninguna. El efecto en su ánimo fue casi inmediato, dejó de bufar y empezó a recuperar el buen humor.

- Al final los magos funcionamos igual que los muggles. Ellos también financian armas para que los países en guerra se peleen entre ellos. -contestaba Gatiux a lo que decía Orión sobre la Órden y la Marca- Si no les dieran esas armas al final tendrían que pelearse con piedras y palos, y perderían millones en beneficio.

Orión pegó un salto para esquivar algo del suelo, y Gatiux botó sobre la espalda. La banshee rió bajito y aprovechó para molestar al Yaxley soplándole suavemente en la oreja por detrás.

De pronto alguien más se unió a la expedición, su sobrina Maida había aparecido por allí cerca, vestida con una túnica turquesa y con ramas en el cabello. Cualquiera diría que había aterrizado de cabeza sobre un seto. Gatiux la saludó desde la espalda de Orión, sin pena ninguna porque alguien viera que la estaban transportando de un sitio a otro. Maida comenzó a hablarles sobre Maldiciones en objetos, y cómo podrían sortearlas.

- ... Las emociones humanas son bastante fuertes para desarmar una maldición, por muy fuerte que sea.

Gatiux asintió, mirando a su sobrina por encima del hombro de Orión. Imperio. La mente de la banshee viajó a un recuerdo donde ella misma doblegaba la voluntad de alguien. Todos se habían mantenido al margen de mencionar las imperdonables hasta que llegó Maida. Ese era un tema muy complicado. No debías dejar traslucir tus intenciones de cara a gente desconocida con la que no sabes si podrían compartir tus ideales.

- ¿Por qué entonces maldecir algo o alguien si puede sacarse la vuelta tan sencillamente? Escucho opiniones.

El chico del café fue el primero en responder. No parecía interesado en darse a conocer, pero sí en filosofar sobre todas aquellas cuestiones que envolvían a la asignatura. La Malfoy asintió sobre aquello de lo que hablaba. El pensamiento del muchacho era un tanto tétrico, pero no por ello menos cierto. La demostración de poder a menudo era mucho más efectiva que el daño en sí mismo.

- Y porque siempre habrá algún tonto que caiga. No todo el mundo tiene la fortaleza para resistirse o para romper una maldición. -continuó diciendo Gatiux, tras la otra intervención- Gente en la media a la que nunca le pasa nada y por tanto no aprenden más que lo que saben desde Hogwarts. Hasta que un día les pasan cosas...

Cerró sus ojos amarillos. Se encontraba tan cómoda sobre la espalda de Orión, con el sol invernal cayendo sobre su rostro que pensó en que una siesta no era una idea del todo descabellada. Sonrió mientras inspiraba.

«I'm a villain, and villains don't get happy endings.»
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Y dicen que los callados son los más peligrosos, pensó Orión cuando escuchó a Nathan sobre esta cosa de doblegar persona, invocando el particular estilo de un diablos, señorito. Sí bueno, en algo tenía razón. Recordó una batalla en su juventud, cuando ostentaba el rango Nigromante en su bando, estaba contra un Demon Hunter (en ese entonces, el perdido Coyo-t) y, tras un par de crucios, logró doblegarlo con la maldición imperius. Y por más que pudiera sonar muy cruel ahora, para él era un experimento, un juego: ver hasta dónde podía llegar.

 

Cuando desapareció el café, Orión bufó un poco por lo bajo.

 

- Seguro que se lo tiró a alguien en la cabeza –le susurró a Gatiux levantando un poco la cabeza.

 

Bueno, por lo menos la clase había cambiado de aires, pero… la caminata seguía hacia ningún lado.

 

- Bueno, la condicionalidad es un punto importante, ¿qué otras artistas se deben tener en cuenta al momento de analizar una maldición? ¿Cómo se interactúa con el objeto? O… -acomodó las piernas de Gatiux para que tanto ella como él estuvieran con más comodidad- ¿el tipo de castigo es más importante?

 

Por último reflexionó desde su perspectiva sobre el objetivo de las maldiciones. Como mortífago nunca se encontró con muchas situaciones donde su pellejo dependiera de la maldición de una persona en específico. Ah, pero si tuviéramos que tocar el tema de objetos malditos… ahí era otra cosa.

 

- Supongo que también sirven para poner una advertencia, o mantener a la gente alejada de algún lugar o… tesoro.

 

La brisa le movía un poco el flequillo cobrizo. Se sentía con ligereza, por más que estuviera cargando a una persona a sus espaldas. La clase podía ser lo más aburrida en el mundo (en caso de andar sin parar por un sendero), pero si ella estaba con él, algo encontrarían para divertirse. Mientras tanto, jugaba con esquivar los pozos, ramas y piedras.

 

- Maida dime por favor, ¿vamos a llegar a algún lugar antiguo con alguna maldición? Me serviría muchísimo presenciar alguna rompe-maldición (valga la redundancia). Digo, así no voy por la vida como idi*** a punto de levantar cualquier objeto tipo el Collar de Ópalo del que hablamos recién.

Editado por Orión Yaxley

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— ¡Eureka! —chilló divertida la ojiazul— lo que ha dicho su compañero, eh, perdona, sé que llegué tarde, y la maleducada de mí ni siquiera ha preguntado el nombre, pero tienes razón, no siempre el propósito es el fin de una maldición.

 

Iba a comentarles algo, pero tanta seguridad en la respuesta del chico le hizo pensar que a lo mejor era uno de los aspirantes a mortífago que no conocía, o uno de esos magos que apoyaban la causa oscura sin decantarse por la Marca Tenebrosa, lo normal, no todos tenían lo que hacía falta. Sacudió la melena, tenía que concentrarse en intentar darles algo más que comentarios random, aunque la verdad es que no tenía ya demasiado tiempo para hacerlo. Resopló.

 

Como hormiguitas pudo escuchar los vaivenes de los pensamientos de Gatiux en cuánto a la venta de armas entre los muggles. Ahogó una risita en la garganta al verla tan contenta sobre la espalda de su tío, no importaba lo viejos que se iban poniendo (xD), parecían dos adolescentes fuera de la vista de un profesor a lo Severus Snape.

 

Bueno, una maldición no siempre es una advertencia, por ejemplo, la creación de los horrocrux, no advierte nada a nadie. Todo lo contrario, el único maldito ahí es el creador —se estremeció al decirlo, por muy mortífaga que fuera la idea de verse con el alma partida la sacaba del cuadro—, sobre cómo vas caminando por la vida, bueno, supongo que esa decisión es completamente tuya, tío.

 

Pero no se atrevió a girar para mirarlo luego de la broma chiquita, minutos más tarde, y para la comodidad de todos, se abría un camino un poco más decente y que parecía despejado, pero la bruja se detuvo.

 

— Bueno, el oráculo de Delfos está terminando el camino y en él, su certificado para pasar el curso —entonces sí se giró y los observó con una sonrisa—, el tema es, claro que está, que si avanzan caerán en una especie de efecto de filtro de muertos, hay una barrera mágica que protege el recinto, no se me preocupen, es una maldición digamos que no tan complicada, apenas unas verrugas faciales durante dos o tres años si no sacrifican lo que pide la barrera.

 

No había sido del todo idea suya, pero era lo que había. Maida no tenía ningún interés en pagar el precio o en obtener la certificación del curso, por lo que hasta ahí llegaba su ayuda. Sacó la varita y conjuró un traslador entre los dedos.

 

— Supongo que son capaces de aparecerse en cualquier lugar del mundo, pero cómo recuerdito les dejo esto —dijo dejando un sobre flotando en el aire—, los lleva a las calles centrales de Ottery. Ha sido un placer, en cuestión de nada aparecerá el precio para romper la maldición, por favor no intenten aparecerse, sobre todo ustedes dos, vivimos juntos y detestaría ver sus rostros con esas verrugas.

 

Dicho esto, en el sendero aparecieron las letras flotando en un brillo escarlata: “Deja lo más preciado y permanecerá contigo para siempre, conocerás lo que Delfos aguarda para ti, sólo si lo has dejado del todo”.

 

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La recién llegada ciertamente brindaba aires de ánimo muy necesitados a la clase. El profesor con el que habían iniciado la lección había desaparecido en algún momento del camino, probablemente de manera voluntaria rumbo a su cama a echarse una siesta o algún bar a darse un trago, pero la Yaxley ofrecía una pasión y emoción por sus enseñanzas que motivaban al Weasley a seguirle los pasos para poder seguir aprendiendo sobre las maldiciones. Entre tanto, Nathan escuchó la opinión de su compañeros, y procuró mirar hacia algún punto perdido del bosque cuando inconscientemente lanzó una risotada ante el comentario de Orión. Ciertamente, aquel par era bastante singular, con una complementariedad que él no había visto antes y que, en cierta forma, le recordaba dolorosamente su soltería.

 

Finalmente, el sinuoso e irregular camino del bosque dio lugar a un sendero llano y cuasi-empedrado sobre el cuál era más fácil caminar. Nathan le dedicó una mirada inocente a Orión quien había estado cargando a Gatiux por un largo tiempo ahora, preguntándose si su amor y caballerosidad eran más fuertes que la fatiga. Difíciles, pensó, eran los tiempos en los que la virtud tenía que pedirle perdón al ocio. Y sin embargo la voz de la profesora reclamó su atención una vez más, advirtiéndole acerca de una prueba final, tras la cual podrían hacerse con el conocimiento deseado. Un oráculo, una maldición, una consecuencia. Parecía relativamente sencillo, y sin embargo unas letras escarlatas le advirtieron que quizá el precio a pagar era demasiado alto: ¿deja lo más preciado? ¿a qué se refería con eso, exactamente?

 

No estaba seguro de saber precisar.

 

Y, sin embargo, avanzó. Las advertencias de la Yaxley fueron ciertas, y su cuerpo súbitamente quedó embebido en una sensación de estupor. Casi como si estuviese al final de una larga borrachera en la cual la deshidratación y el sueño estuviesen llevándolo a los brazos de Morfeo. A pesar de ello, prosiguió su andar, hasta que le quedó claro que no estaba avanzando realmente, sino en una suerte de transición. Era el momento de hacer el sacrificio.. dejar lo más preciado. ¿Qué era lo más preciado para él? ¿La Orden? ¿su trabajo? ¿su familia? No veía cómo podía dejar nada de ello allí. Y como quien no quiere la cosa, la respuesta apareció en su mente, y se desvaneció con igual fluidez.

 

Fue una sugerencia.

 

Una insinuación.

 

Pero era cierta. Fee. Felicity. Su madre. Aún a pesar de todo, a pesar de la traición y el hecho de que ella ahora era una mortífaga, era ella lo más preciado para él. Quizá algún día aprendiese a dejar esa parte de sí detrás, pero hasta entonces, tenía que aceptarlo como lo que era. Pensó en su madre, y sencillamente entregó aquel recuerdo, su imagen, memoria y esencia, a las letras escarlatas que aún lo rodeaban.

 

Progresivamente, su paso se volvió más firme y certero. Su mente quedó más clara, hasta que finalmente llegó al otro lado... junto al oráculo.

 

¿A alguno le apetece un café? – inquirió al par de compañeros, en cuanto éstos se le sumaron del otro lado de la maldición.

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- Mmm, ¡qué bien! Al final del camino me esperaban unas piedras rotas.

La voz de Gatiux no podía destilar más sarcasmo. Los ojos amarillos de la banshee se paseaban por lo que quedaba allí preservado. El famoso Oráculo, o lo que quedaba de él, eran tres columnas y unas piedras formando un círculo junto a otro montón que haría las veces de ¿altar? No dudaba que en la antigüedad aquello pudiera haber resultado majestuoso, pero en ese momento no parecía un lugar que mereciera la pena visitar.

- ¿Para esto casi arruino unos tacones? -dijo Gatiux- Desde luego, casi prefería que la clase se hubiera desarrollado en un aula típica. Tanto caminar para esto.

Y eso que ella no había hecho ni la mitad del camino, se había limitado a ir cómoda en la espalda de Orión como si fuera un koala. Quizás se había imaginado al final del camino algún tipo de cofre lleno de monedas o algo mejor. Maida y el profesor que les había acompañado al principio habían decidido ponerles una traba para conseguir el certificado. Quizás les parecía algo gracioso. Gatiux ponía ahora cara de disgusto mientras cuestionaba el sentido del humor de aquellas personas.

Bajó de la espada de Orión, tras darle un ligero beso en el cuello. Acomodó el vestido y el abrigo y suspiró con hastío. Quizás le retirara a Maida la palabra hasta el mes siguiente por aquella broma pesada Había perdido de nuevo todo rastro del buen humor que acumuló hasta ese momento, lo único bueno era que no estaba sola, y que iría en rumbo de algo mejor una vez que dejaran aquel maldito bosque.

Pasar, pagar el precio y marcharse. Lo haría rápido, antes de ponerse a quemarlo todo.

Avanzó unos pasos y traspasó una barrera que se notó fría. Flotando en el aire aparecieron unas letras brillantes de tonos rojizos. “Deja lo más preciado y permanecerá contigo para siempre, conocerás lo que Delfos aguarda para ti, sólo si lo has dejado del todo”.

¿Dejar lo más preciado? Gatiux miró a Orión, no, no podía referirse a eso. Sabía que Delfos tenía una frase grabada que decía "Conócete a ti mismo". Quizás había que bucear en ti y buscar algo que considerases preciado, un recuerdo de un instante pasado, algo que dejar atrás.

Oh, había tantas cosas que dejaría atrás, pero esas cosas también conformaban el complicado cuadro que formaban su ser. Los recuerdos malos junto con los buenos hacían que las personas fueran lo que eran. Ella no quería dejar atrás nada, porque incluso las cosas malas servían para aprender.

Y por supuesto las buenas no quería olvidarlas, ni siquiera las más pequeñas. Como la vez en que se dio cuenta por primera vez que su estómago aleteaba al encontrarse con aquella mirada. Estaba riendo con una amiga sobre algo que ella le había contado, miró hacia la derecha y sus ojos amarillos encontraron unos azules por casualidad. Un instante infinitesimal en el que su corazón dio un vuelco. Qué extraños nervios. No supo explicar a qué venían, y retiró la mirada. Si en aquel momento se hubiera conocido a sí misma habría detectado lo que estaba pasando.

Suspiró mientras una línea plateada salía de su cabeza y se entrelazaba entre las letras.

Siguió caminando para tomar su certificado y lo guardó en el abrigo, uniéndose al chico del café, que proponía ir a por otro justo después de haber acabado uno. Quizás no hubiera dormido por la noche, o tal vez estuviera enganchado a aquella sustancia. Gatiux negó con la cabeza, estaba de bastante mal humor a esas alturas.

- No, quiero irme a casa. Tengo muchas cosas que hacer y ya he perdido toda la mañana en este bosque para ver cuatro piedras que no me interesan.

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El oráculo de Delfos no era más que los vestigios de algo que fue: meca de las artes adivinatorias de su tiempo. Orión se preguntó cómo no era más productivo aparecerse directamente en el lugar que pasar toda la mañana caminando. Al menos las vistas fueron relativamente buenas, se pudo reír y filosofar de las fallas que tenía la comunidad mágica inglesa como sociedad. Al mismo tiempo se mordió la lengua para no soltar una carcajada y, como consecuencia, comerse una coña de su pareja.

 

Se puso colorado con el beso, pero más aún cuando tuvo que escuchar el próximo desafío.

 

Romper maldiciones no era lo suyo. Y así avanzó, cruzando la barrera mágica de la que momentos atrás Maida había mencionado. Se sintió abombado, cansado y veía todo borroso, como si un filtro gris estuviera pegado a su retina. Las voces, si es que las hubiera, se escuchaban como bajo del mar. Se sintió que iba y venía con una corriente de pensamientos. Los recuerdos lo atravesaban.

 

¿Dejar algo lo más preciado? No podía dejarla a Gatiux allí, no. Se la quería llevar devuelta a la Manor obviamente. Y estar con ella. Y recordar buenos momentos. ¡Esa era la clave! B-u-e-n-o-s momentos. En una taberna, compartiendo el botín de un asalto conquistado, intercambiando chistes con sus compañeros y de repente, ese par de ojos ambarinos que lo interpelan hasta su médula más profunda. Sin darse cuenta, de su sien, se desprendió un hilito plateado que fue entrelazándose con las letras escarlatas. El pago había sido hecho. Y él, ya tenía el certificado en sus manos.

 

Gatiux se desapareció y quedó con Nathan con su invitación.

 

- Lo mejor sería que vaya por Diagón a comprar algo caro y brillante. Énfasis en lo caro… y en lo brillante. Un café me vendría bien.

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