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Aventuras Mortífagas 12 — Laeanat Muzlima


Mael Blackfyre
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La  voz de Mael me sorprendió y el eco de su frase "nos llevará a la ruina" se expandió por oleadas en aquel angosto pasillo. De repente, mientras escuchaba su corta explicación, recordé lo que había sucedido en la anterior aventura, en aquella en la que mi mente se había perdido, tal vez por un hechizo mal ejecutado de gran fuerza superior a la que pude soportar. Pero sí, recordé que habíamos ido a buscar los tres objetos de aquellos seres mágicos, en buscar de apartar la profecía de Arya sobre la caída de la Torre Negra. Intuí que mi compañero se guardaba algo, aunque más que por querer esconderlo, también noté que era en un intento de no ponerme tan oscuro el deber que se me venía encima.

Y entonces supe cuál era mi misión. No, no todos podían llevarse la gloria de conseguir los objetos fantásticos que necesitábamos. Aquel no era mi cometido. Yo sería quien, desde la distancia, acabara con los que quería matar a los que lo consiguieran. Era la guardiana de los valientes. Asentí, aún sin saber bien si podría hacerlo. ¿Era capaz de desterrar a los demonios?

-- ¡Claro que puedo! -- dije en voz alta, respondiéndome a mí misma. Era una Senescal de Caronte, era capaz de dominar los demonios, aunque no se me hubiera dado bien la primer vez. Ahora tenía a un Demonio Mayor pendiente de mis palabras. -- Puedo hacerlo, Mael.

Mi afirmación tal vez podría ser un acto de egoísmo altivo, pero en realidad empezaba a creer en mi poder. Tenía que creer en él y no dejarme amilanar por lo que ello suponía. Que yo tuviera el poder de invocar y obligar a los demonios a obedecer mis órdenes, no significaba que lo pudiera hacer en todo momento y sin control. Precisamente por saber hacerlo, también sabía distinguir cuándo sería el momento adecuado para hacerlo.

Y parecía que había llegado.

-- Mammom, dime, ¿podrás ayudarme a acabar con los demonios y engendros que  estén en los terrenos de la Fortaleza.

Él afirmó que sí, aunque lo hizo con una sonrisa que me mostró que algo no cuadraba. Con los Demonios Mayores hay que tener mucho cuidado, así que usé mi voz más firme y le pregunté de forma directa sobre qué le hacía gracia. Un demonio invocado, por mucho que odie a su invocador, ha de obedecerle cuando recibe una orden.

-- Porque , de alguna manera, el que buscas estará fuera de la Fortaleza Oscura y a ese sólo le podría matar un Señor Infernal. ¿Te crees capaz de invocar uno, Senescal?

No le contesté a eso sino que le dije que atacara y le di la espalda. Mael se iba al punto de encuentro y yo sólo sabía que quedaban ya menos de diez minutos. Aullidos de dolor y gruñidos me recordaban lo fiero que podía ser un Demonio Mayor cuando cumple las órdenes de su invocador. Avancé por la Torre, saliendo de ella, pisando charcos de sangre espesa y pegajosa, mientras veía demonios que alguien debía de haber invocado, deshacerse y licuarse en el suelo, al ser asesinados por mi "vasallo". Debía ir con cuidado de que no me oyera pensar eso o tendría problemas.

De repente, algo me tiró sobre las losas manchadas. Mammom se interpuso entre la sombra y yo, LA Sombra, mejor dicho. Así que allá estaba. Rodé por el suelo y noté que la piel libre estaba toda manchada de sangre de aquellos demonios putrefactos que él se había cargado. La Sombra corrió, voló, flotó, hacia mí. El Demonio Mayor me tomó en al aire y salí impulsada con gran fuerza por los terrenos de la Fortaleza. Como llegué allá, si a través de una puerta, o una ventana o atravesando un muro, alguien lo sabrá; yo no, tal fue la sorpresa de verme volar por los aires. Caí al suelo lo más lento que pude con un hechizo de los Uzza que me permitía ir algo más despacio, pero, aún así, el golpe fue fuerte. La Sombra y mi Demonio Mayor peleaban, pero ninguno caía, los dos salían heridos, los dos salpicaban el suelo de su inmunda sangre oscura.

-- La puerta, la Espada. Corre.

Tal vez, en otra ocasión, no hubiera hecho caso de un demonio. Pero esta vez, la premura con la que me avisó fue suficiente para dirigirme hacia la puerta de la fortaleza. Las palabras de Mael me resonaban aún en la cabeza: "Destiérralo de la Fortaleza Oscura", así que salir me pareció una buena idea. Apenas crucé la puerta, el gruñido de triunfo y el lamento de dolor de mi invocado me hicieron girarme. A ésto se refería el Demonio Mayor cuando dijo que acabaría con todos los que estuvieran en la Fortaleza y con el que estuviera fuera necesitaría otra ayuda más superior. Mientras Mammon desaparecía aún tuvo ocasión de salvarme la vida otra vez, pues La Sombra se lanzó contra mí y sólo llegó a desgarrarme el brazo izquierdo antes de ser sujetado y ser rematado. 

Mi sangre era roja escarlata cuando brotó de la herida. Delante de nosotros, una roca con una espada clavada. Por un momento, pensé en Excalibur, pero esa espada estaba vedada en estos terrenos. La que yo veía ahora era oscura, tenebrosa, vibrante y hechizada, de eso no había duda. Y La Sombra la sacó de la piedra como si nada. Supuse que aquella arma de doble filo seguro sería uno de los objetos que buscaban mis compañeros.

Le sonreí. Tal vez pareciera una sonrisa de loca, puesto que la Sombra lucía la espada ahora en mi dirección. Pasé la mano por la herida del brazo contrario, reteniendo el dolor que sentía. No sería tanto cuando realmente muriera, así que no me iba a parar en eso. Con los dedos goteando mi sangre, escribí unos trazos en el aire mientras murmuraba una invocación para traer al tercer tipo de demonio más difícil y más imprudente sacar de sus dominios: un Señor Infernal.

Una brecha en el suelo se abrió y de él surgió, entre nubes oscuras, una bestia infernal que lanzó un bramido de rabia al verse fuera de su territorio vital. Rugió, sí, y el odio que clavó en su mirada al verme, a su invocadora, fue tal que mis piernas parecieron flaquear. Aunque también podía ser la herida del brazo, por la que se escapaba el fluido vital y me hacía débil por momentos.

Si los Demonios Menores me parecieron latosos, aunque algo divertidos, y el Demonio Mayor, un gran guerrero, este Señor Infernal, en realidad, me pareció una bestia sin control. Entendía porqué avisaban de no usar este poder si no era realmente necesario y que se atuvieran a las consecuencias. Puede que cayera en aquella misión, pero estaba segura que, al menos, la Sombra también caería.

El Señor Infernal dirigió sus pasos rabiosos hacia mí, pero la Sombra, con la Espada ridículamente en alto, estaba en medio del trayecto, así que el ataque le alcanzó de lleno. Los gritos de dolor fueron tan intensos que hubiera deseado no sentirlos más, taparme los oídos y dejar de sentir. Sabía perfectamente que, contra este tipo de Bestia, no tenía ninguna oportunidad, su magia era mucho más fuerte que la mía. Sin embargo... Yo soy una humana y, por tanto, sé pensar, más deprisa cuanto más peligre mi vida, así que necesitaba todos mis sentidos al máximo para poder hacerle frente.

Grité, en un intento de darle confianza de que podía alcanzarme. Corrí, en un intento de que viera que estaba perdida y sin rumbo, dirigiéndome hacia la boca del Averno que se había abierto para liberarle. Después, en un gesto que intenté que no se viera muy teatral, que de eso sabía mucho, me puse las dos manos en la boca, ahogando un chillido de miedo al verle acercarse con tanta fuerza, arrogancia, petulencia (y pestilencia también).

El ataque fue tan rápido que apenas tuve tiempo de volverme intangible con mi Salvaguarda Mágica. He de reconocer que es una suerte que los demonios no conozcan la magia Uzza. Me agaché en el suelo, a unos milímetros de la entrada al averno, soportando como pude aquellos vapores viciados, viendo como el Señor Infernal no podía frenar al darse cuenta que yo no estaba en el sitio que él se esperaba. Entró de lleno en la quebradura y me volví lo suficiente tangible como para romper el vínculo de la invocación, cerrándose. Hasta ese momento, no pude soltar el aire de alivio. Una vez más, la inteligencia se sobreponía a la fuerza; gracias a la Diosa Oscura, o no lo hubiera contado.

En algún sitio, sonó un reloj, o unas campanadas, o tal vez sólo fuera mi cabeza. Con la varita, levité la espada sin tocarla; no me fiaba. Caminé, cansada, dolorida y con los ojos cerrándoseme, hasta el punto de encuentro con Mael y el resto de compañeros que llevarían sus objetos. La dejé caer en el suelo y miré a mi compañero de rango:

-- Yo no la tocaría, por si acaso.

Después me senté en el suelo y sentí ganas de dormir. ¿Me había lanzado un Curación, o un Episkey, o algo? Ahora mismo me era igual. Sólo quería dormitar un rato.

  • jajaja 1
  • Me encuerva 1

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