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^ High Flights ^ (MM B: 87651)


Mackenzie Malfoy
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No sé cómo llegó el rumor al Circo. Uno de los enanos lo soltó mientras limpiábamos a los dragones. Ninfas de agua... Me propuse ir a verlas, aunque tendría que buscar un hueco para ello. Cuando me dijeron que el negocio de High Flights volvía a abrir al público, fue cuando decidí que tenía que ser ya, cuando antes. En cuanto los turistas volvieran a la isla, las Ninfas desharían su nidal, madriguera, o como se llamara... Solían ser muy tímidas y se escondían de la gente. En cuanto llegara la abalancha, desaparecerían.

 

Por ello preparé una excursión e invité a Xell. Sabía que le encantarían. Además, si tuviéramos la suerte de que se reunieran y cantaran...

 

-- ¿Has oído cantar a una Ninfa, Xell?

 

Fue mi manera de atraerla. Preparé una mochila con comida, agua, saco de dormir, prismáticos, mi vuela pluma para hacer dibujos de ellas... Iba a ser un fin de semana genial.

 

Lástima que los jóvenes, hoy en día, quieran todo tan rápido. Llevábamos apenas dos horas saboreando una excursión nocturna y ella había protestado cada cinco minutos. Después se durmió.

 

Estábamos antes una oportunidad única y ella se la iba a perder... Moví la cabeza de forma pensativa y me volví a poner los prismáticos mágicos. Yo iba a vigilar toda la noche hasta que viera una. Esperaba que Mackenzie no pusiera pegas por haber invadido sus terrenos. Al fin y al cabo, aún no había abierto oficialmente el negocio...

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Tenía frío y soñaba que estaba helando. El lago aparecía blanco y se podía caminar sobre el agua helada. Busqué a Sagitas y ella estaba allá, en la hierba, petrificada, convertida en una estatua de hielo, con los prismáticos delante de los ojos. Intenté despertarla, para descongelarla, pero no se movía.

 

Entonces sentí el clamor. Empezó con algo tan tenue que no me di cuenta hasta que lo acompañó el resplandor.

 

- Tía, tía, ¿oyes eso?

 

Sagitas estaba congelada. No contestaba.

 

- ¡Tía! - el miedo me atenazaba y estaba tan blanca como ella. La moví. Estaba rígida.

 

El sonido fue creciendo y creciendo, haciéndose dulce y cada vez más atractivo. Me levanté y extendí la mano. Casi podía tocarla, pero retrocedió. Avancé un paso.

 

- Tía, tía... ¿Eso son las ninfas? Son tan bonitas...

 

Y volvi a avanzar un paso más... Otro más. Y otro... Caminaba por el agua en busca de la luz y la música que me llamaban.

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La noche se estaba haciendo larga, no sucedía nada. Al final iba a ser mentira. No había ninfas en el lago. Suspiré tan hondo que el ruido pareció un rugido en el aire. Sonreí. Si había ninfas se estarían escondiendo de algún depredador. Me pregunté qué tipo de criatura sería. Había muchos tipos y todas tenían características especiales, pero todos tenían en común su canto embriagador. Unos decían que eran criaturas nocivas, otras que eran deliciosamente buenas, algunos que no servían para nada y debían ser tratadas como una plaga, otros que tenían conocimientos tan antiguos y tan preciosos que podían dominar la magia de la naturaleza.

 

Fuera como fuere y fueran lo que fueran, a mí me gustaría verlas. Esa ocasión era única y no podía desaprovecharlas.

 

Pero me estaban dando el salto... O era mentira que allá hubiera nada.

 

Me puse a canturrear para pasar el rato. Xell seguía durmiendo, y yo que pensaba que me iba a acompañar y que íbamos a pasar una noche divertida... Ella dijo algo y le contesté una banalidad. Soñaba en voz alta.

 

Entonces noté el rumor. Eso era... Era... ¡Sí, era una canción! Alguien estaba repitiendo mi canto. Sonreí y le di un codazo a Xell.

 

-- Contacto establecido, sobrina.

 

Seguí cantando, muy flojito e introduje una variación. Varias voces finísimas se unieron y siguieron mis tonos modales. Hice varios saltos tonales y ellas las imitaron. Ajusté mis binoculares para verlas mejor. Delante había una tenue luz que parecía crecere.

 

-- Vamos, Xell, que te lo pierdes...

 

Y le volví a dar un codazo que, esta vez dio al aire.

 

-- ¡Demonios! -- grité, al ver entrar a Xell dentro del agua, caminando, sin importarle que le fuera cubriendo cada vez más. -- ¡Niña! ¿Pero qué haces?

 

Y me incorporé como pude, me había metido en el saco y la cremallera parecía atascada.

 

-- ¡¡Demonios, Xell!! -- la llamé, mientras luchaba contra el saco, que parecía empecinado en retenerme dentro.

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Alfred lucía un aspecto desaliñado después de haber estado atendiendo el largo parto de la última camada de Abraxans. Necesitaba una buena ducha y cambiarse de ropa. Caminaba hacia la casa de madera adjunta al hotel, que constituía su hogar, cuando oyó la voz de Turku en la recepción del hotel. ¡Qué raro! No había esperado tener clientes tan pronto, después de la reapertura.

 

Miró el reloj que colgaba de una cadena dorada en el bolsillo de su pantalón y pensó que era un poco tarde. Alfred estaba acostumbrado a trasnochar, pero era un poco tarde para recibimientos. No obstante, sentía curiosidad. Trató de ajustarse los mechones de cabello rubio que le caían por el rostro en la pequeña coleta que nacía de su nuca y se abrochó la capa, para disimular las manchas de tierra que lucían sus gastados vaqueros.

 

- Buenas noches -saludó a un joven pelinegro que en aquel momento hablaba con Turku, el elfo que se encargaba del hotel.

 

- Soy Alfred, el encargado del Parque Natural de High Flights -le tendió la mano-. Espero que Turku le haya atendido como es debido durante mi ausencia.

 

Esperó a que el pelinegro acogiera su presentación, preguntándose si se habría molestado por la larga ausencia del encargado.

 

- Ya perdonará que no haya venido a recibirle antes -le dijo- pero tuve que atender una urgencia. Una Abraxan se puso de parto y, bueno, el caso es que se complicó. ¿Quizás querrá que mañana le acompañe a ver las crías? Han sido 7 magníficos ejemplares.

 

Al día siguiente se dedicaría de lleno a su clientela. Estaba dispuesto a enseñarle a aquel joven hasta los lugares más recónditos del parque, incluida la reserva de dragones que podía observarse desde una elevada cumbre a la que se llegaba tras un bonito paseo en un caballo alado. Aquel joven parecía acostumbrado a la aventura. Quizás quisiera montar a uno de los alados más briosos del parque.

 

- Mañana le acompañaré por el Parque, si necesita un guía. También puede explorarlo por su cuenta, si lo prefiere, aunque en ese caso, le recomendaría que no se acercara a.... -se interrumpió- .... ¿oye eso?

 

Alfred se cortó en seco y permaneció en silencio, escuchando el sonido envolvente que llegaba a sus oídos.

 

- ¿Las oye? ¡Son ninfas! ¡Están cantando! -comentó Alfred en voz alta, sin disimular su sorpresa.

 

No era nada habitual que las ninfas cantaran de aquella manera tan evidente. Parecía todo un coro de ellas, cantando al unísono, que resonaba por todo el parque.

 

- Si me disculpa, creo que me acercaré a la cascada a ver qué pasa.

 

Salió de la recepción y se encaminó a los establos donde estaban los caballos alados. La mayoría dormía, pero Aldebaran y Vega estaban despiertos. Como siempre, discutían, entre gruñidos, zarpazos y relinchos. Tomó a Aldebaran por las riendas y lo sacó al aire fresco de la noche. Allí, apoyó su bota, todavía manchada de barro, en uno de los estribos y saltó a la grupa del Abraxan, elevándose en el aire en aquel mismo instante.

 

Mientras volaba hacia la cascada le pareció ver una sombra corriendo hacia los establos. No estaba seguro de si el joven pelinegro, con el que acababa de hablar en la recepción, le había seguido.

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Forcejeé con la maldita cremallera. Pero cuando las cosas se tuercen, es difícil enderezarlas. Pero, ¡diablos!, para algo tenía mi varita. La busqué entre el forro de color amarillo del saco, intentando encontrarla en el espacio reducido que había allá dentro.

 

-- ¡Xell, niña! ¿Quieres escucharme? ¡Te estás hundiendo!

 

¿Cómo es que caminaba dormida? ¿Eso era posible? No lo entendía, tenía que notar que se mojaba. Rocé la madera de mi varita y no esperé más. Pronuncié un Diffindo y una raja enorme cruzó de arriba a abajo la tele. ¡Aggg, me había costado encontrar un saco como aquel, tan liviano y tan cálido a la vez, y del color que me gustaba. Pero eso no era lo importante. Amenacé a Xell con la varita.

 

-- ¡Parate! ¡Petrificus!

 

¿Pero es que realmente estaba dormida? Xell se había quedado petrificada y se hundía en el agua.

 

-- ¡Maldita sea yo! -- murmuré.

 

Puse la varita en el pelo y me lancé al agua para buscarla. El ruido de la canción de las ninfas seguía sonando, monótona y dulce. Pero yo ya no me fijaba.

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¡Qué bonitas eran las luces que brillaban en el lago! ¡Y la música era tan cautivadora! Seguí avanzando poco a poco, atraída. Quería alcanzarlas. Además, la voz de Sagis me llegaba, algo lejana, como si farfullara; me pedía que las cogiera.

 

- "¿Qué haces? No te detengas...

 

- Ya voy, tía.

 

- ¡Demo...! -

 

¿Qué había dicho ahora? Sonaba a ... ¡Ah, no! Parecía que hubo interferencias, pero decía que las cogiera.

 

- Sí, tía, ya estoy cerca.

 

Por un breve instante, pensé que el agua estaba muy fría, pero después perdí esa sensación y seguí avanzando, con dificultad, como si hubiera algo que me lo impidiera.

 

- ¡Sigue, sigue!

 

Pero si hacía lo que podía, ¿por qué Sagis era tan insistente y no dejaba de gritar mi nombre. Entonces sentí que... No sentí nada. Caí a plomo al fondo del lago. No pude ver la sombra de un animal que volaba, acercándose.

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¿Pero dónde tenía la cabeza? Con la de hechizos que podía lanzar, le había hecho un Petrificus para que se hundiera en el agua, como si fuera plomo. Como se enterara Reena, me iba a matar.

 

-- ¡Ella se metió en el agua antes! -- grité, para animarme en el agua helada.

 

¿Dónde se había caído? Tomé aire y me metí dentro. ¡Por Merlín! Aquello estaba realmente oscuro y no la encontraba. Ni siquiera sabía si era allá donde se había metido. Por la noche, todo el agua parecía igual, no tenía ningún elemento en el que basarme para decir que era por allí, o por allá, o más lejos...

 

"Piensa, piensa, que la matas".

 

-- Casco Burbuja.

 

Al instante, una fina película de magia trasparente rodeó mi cabeza y la cubrió, como si me hubiera puesto una pecera boca abajo.

 

-- Homenum Revelio.

 

Una forma fantasmagórica surgió del agua, unos tres metros por delante de mí.

 

-- ¡Leñe! ¿Pero cómo llegaste tan lejos? Lumus...

 

Hoy estaba batiendo récords en cuanto a hechizos. Llevaba la varita entre los dientes y buceaba en busca del cuerpo de mi sobrina, que descansaba en el fondo del lago, con algas flotando a su alrededor. Llegué a su lado. ¿Los petrificados respiraban? Esperaba que no.

 

-- ¡Finite Incantatem!

 

La vi boquear y miedo en los ojos. Usé otro Casco Burbuja y después utilicé un Ascendio. Sí, realmente hoy estaba usando más hechizos que en el último mes. ¡En el último año!

 

En cuanto llegamos fuera de la línea del agua, el casco desapareció y respiramos. Pero Xell estaba aturdida. Vi o creí ver sombras aladas. La oscuridad de la noche era tal que ya no veía nada.

 

-- ¡Eeeeh! ¡Socorro!

 

¿Era o no era alguien que volaba? ¿O era mi imaginación morbosa que veía cosas raras en las nubes de la noche? Me sentía cansada para arrastrar a mi sobrina y ella aún no parecía reaccionar. Bueno... Un hechizo más... Alguien tendría que estar en el hotel, ¿no? Iban a reabrir, si no habían reabierto ya.

 

-- Periculus...

 

Una oleada de chispas rojas se elevaron al aire. Si no había nadie, tendría que hechizar a Xell para que flotara en el aire y poder avanzar sin ella. ¿Se enfadaría Reena si inflaba a su hija?

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Aldebarán cabeceó nervioso, negándose a emprender el descenso.

 

- Tranquilo, Aldebarán, son sólo ninfas -le susurró Alfred, a la vez que le acariciaba la suave crin.

 

El abraxan era joven e impetuoso, pero no estaba acostumbrado a aquellos cantos. Tenía un oído muy fino, excepcionalmente agudo. La música le gustaba y Alfred le canturreaba a menudo para calmarlo, pero por alguna extraña razón los cantos de las ninfas no le gustaban. Quizás fuera que el abraxan intuía que aquel sonido era un arma de doble filo. Las ninfas eran bellas criaturas con poderes curativos extraordinarios, bien lo sabía Alfred. Pero también eran peligrosas. Su canto podía dar vida, pero también quitarla.

 

Observó luces y sombras en la superficie del lago. Las ninfas cantaban con una entonación profunda que penetraba en cada brizna de aire y en cada hoja del bosque. Su canto se entrelazaba con la naturaleza y la hacía resplandecer, brillar. Toda ella se llenaba de música y luz.

 

Trató de descender de nuevo, presionando al abraxan para que emprendiera de una vez el descenso. Esta vez la criatura relinchó un poco, pero obedeció. A medida que iba bajando, el pequeño lago se hacía más claro a la vista de Alfred. Allí había alguien cruzando las aguas. ¿Qué estaba ocurriendo? Una oleada de brillantes chispas rojas inundó el cielo nocturno. Alguien estaba pidiendo ayuda.

 

No fue hasta que Aldebarán se posó en el suelo que vio a dos mujeres tendidas en la orilla. Una de ellas trataba de reanimar a la otra, mientras las ninfas no habían cesado en su cántico y el abraxan seguía, en consencuencia, coceando inquieto contra la hierba del suelo.

 

Se acercó a ellas y se quedó mudo de la sorpresa al ver a Sagitas. La conocía, ya había estado otras veces en el parque. Incluso había llegado a hacer negocios con uno de sus negocios.

 

- ¿Sagitas...? -Preguntó todavía incrédulo-. ¿Qué ha pasado? ¿Estáis bien? ¿Qué hacéis por aquí a estas horas y sin un guía? ¿Acaso no sabéis que las ninfas son peligrosas?

 

Trató de parecer amable, pero a medida que iba hablando su gesto se tornaba serio. ¿Qué demonios se creían los turistas? ¿Acaso pensaban que podían merodear así como así, como si nada, por la mayor reserva de criaturas aladas de Inglaterra? ¡Por las barbas de Merlín, nunca entendería porqué Mackenzie había decidido convertir aquel lugar en un destino turístico!

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El agua del lago estaba bien fría. Pronto podríamos tener una hipodermia encima que nos haría hacer gluglú y hundirnos. Pero no se me ocurría ningún hechizo en el agua, fuera podría desecar nuestras ropas y entrar en calor. Pero para eso necesitaba sacarla del agua antes. Y salir yo, que sentía calambres en las piernas. Nadar me gustaba, pero no tanto, ni de noche, ni llevando un peso muerto que arrastrar hasta la orilla.

 

-- Tranquila, Xell, ya llegamos -- dije al aire.

 

Me puse de espaldas por el cansancio que sentía en los brazos. El canto de las ninfas no ayudaba en nada. Parecía hacer mucho más pesado el nadar. Pero mi cabeza siempre tiene pensamientos que saltan de uno al otro y, cuando en realidad me había parecer una despistada porque hacía comentarios que la gente no entendía a qué venían en muchas ocasiones, ahora me servía para bloquear la entrada de aquellas vocecillas que parecían querer juguetear conmigo. Sentía ganas de meter la cabeza en el agua y mirar el fondo, pero un pensamiento saltaba para recordarme que tenía pendiente el pago de uno acreedor en la Taberna de la Tía. La voz desaparecía, cuando otra la suplía, otro pensamiento la bloqueaba de nuevo.

 

Al menos eso me ayudaba a buscar la línea del bosque aunque con aquella oscuridad, para mí todo el borde era el mismo. No veía donde había dejado los sacos de dormir.

 

-- Vamos, Xell, no resbales.

 

Seguí nadando de espaldas, subiendo de nuevo a mi sobrina hacia mi pecho. Ella no ayudaba en nada, pero al menos tampoco entorpecía con su miedo y me hundía.

 

Sentí un aleteo y, como si se retirasen, mi mente pareció aclararse un poco. No muy lejos en realidad, vi el color amarillo de mi saco de dormir. Hice acopio de energía y braceé de forma seguida hasta sentir las plantas en mis pies. Me incorporé. Xell no y cayó al agua.

 

-- Vamos, Xell, por Merlín, ayúdame un poquito.

 

Menos mal que allá no había profundidad y no llegó a hundirse. Tironeé de ella y con dos empujones conseguí llegar a la hierba. Me tiré al suelo, a su lado.

 

-- ¡Eh! ¿Respiras?

 

Merde, no, no respiraba. ¡Madre mía!

 

-- Anapneo -- dije, señalando su nariz su boca.

 

Un chorro de agua salió por los agujeros pero ella no pareció reaccionar. Vale, si tenía que conseguirlo al estilo muggle, lo haría. ¿Cómo era?

 

Cabeza hacia atrás, cuello recto, tapar la nariz y soplar por la boca.

 

-- Uno, dos, tres, cuatro... -- musité, mientras apretaba su pecho mojado.

 

Cerrar la nariz, soplar con fuerza.

 

-- Uno, dos, tres, cuatro...

 

Alguien dijo mi nombre. Lo ignoré, no podía perder el hilo de la respiración. Además, seguro que eran esas malditas ninfas que se estaban metiendo en mi pensamiento.

 

-- Uno, dos, tres...

 

Xell tosió y me escupió en la cara. Mi reacción fue tan brusca que me senté de golpe contra la hierba. La contemplé mientras se movía y abría los ojos.

 

-- Jolines, sobrina, de qué poco te ha ido de necesitar una ceremonia de nigromancia -- musité desde el suelo, frotando las posaderas.

 

Entonces sentí un relincho breve y una coz brusca contra la tierra. Me sentí abochornada cuando vi a un caballo alado muy cerca, demasiado cerca, y la cara preocupada-enfadada-sorprendida de Alfred, el encargado del Parque Natural de High Flights. Me levanté de un salto y le tendí una mano chorreante. Ni mi sobrina ni yo parecíamos ir adecuadamente vestidas para la ocasión. La última vez que le había visto llevaba un lindo traje azul marino y unos zapatos de tacón. Sonreí en un intento de suavizar lo absurdo del momento.

 

-- Caray, eres real, Alfred. Por un instante pensé que estaba loca y que era ese cántico de las ninfas que me hacían oír gente cuando estábamos solas.

 

Señalé a Xell, quien se había incorporado a medias. ¿Qué decir, si a nuestro alrededor había dos sacos de dormir, un par de binócules y un termo de café aún caliente.

 

-- ¿Un guía? Pues... Mackenzie no nos dijo nada de guía cuando nos autorizó a venir a High Flights.

 

Humm... Una verdad a medias era como media mentira. Eso no estaba bien, sobre todo porque en cuanto hablara con ella sabría exactamente cómo había sucedido todo.

 

-- En realidad, Mackenzie nos dejó usar el lago para un tema del Departamento de Accidentes y ... ¡Cómo iba a saber que había tantas ninfas! Me dijeron que había una, no un nido de ellas.

 

Puff, como escusa era bastante pobre, así que me rasqué la melena sin darme cuenta como cuando estaba nerviosa. Después corrí hacia la mochila que yacía tirada de cualquier manera junto al saco.

 

-- ¿Ve? Vengo a invitaros a una boda, la mía. Me caso, hummm... En cuanto pueda regresar a casa, claro. Toma, una para ti y otra para Mackenzie. Espero veros por allá.

 

Y antes de que pudiera reaccionar con toda la retahíla de frases que le estaba soltando, recogí corriendo los sacos, el termo, la mochila... Le hice una seña a mi sobrina, para que se levantara del césped.

 

-- Necesitamos una gran masa de agua para que nos vengan a recoger a una misión en el Atlántico y... Me pareció mejor aquí que el estanque del parque que hay al lado de King Cross, ya sabes, el barco es algo grande para aparecerse por allá, con tanto muggle. Así que vendremos aquí, todos los del departamento.

 

Empecé a contar con los dedos:

 

-- Nos vamos en misión departamental Eledhwen, Kevin, Amya_An, Cye Lockhart, y por supuesto nosotras dos. Tenemos tres miembros nuevos pero aún no estoy segura que estén preparados para venir a una misión tan importante... ¿Nos das alguna habitación para pasar lo que queda de noche y arreglarnos un poco antes de que lleguen nuestros compañeros?

 

Y volví a recurrir a la sonrisa. A ver qué tal reaccionaba Alfred.

 

-- Pero llegaremos a tiempo para la boda, no te preocupes...

 

 

 

OFF.-

 

Muevo el personaje de Xell con su permiso porque ella está en la cárcel y nos estamos retrasando, aún tiene para 4 días.

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Nunca lo había pensado, pero cuando estás petrificada no respiras. ¿Sigues viva? Lo imagino porque yo sentía el ruido que hacía mi tía al nadar bajo el agua, veía algunos pececillos casi larvas moverse por ella y veía las algas que se balanceaban con el movimiento. Caí al fondo. Estaba tan sorprendida...

 

¿Cómo había pensado que podía caminar sobre el agua? Era... Me sentía como si alguien hubiera manipulado mi mente. En un instante supe que había sido el canto armonioso y melódico de las ninfas. Estaba tan enfadada que si no tuviera un Petrificus totalus encima, hubiera ido a machacar aquellas criaturas.

 

Y de golpe, me ahogaba. ¡Mi tía era boba! ¿Por qué no me sacaba sin despetrificarme? Ahora iba a morir ahogada.

 

- Porque pesas como una roca - me dijo alguien malicioso en la cabeza.

 

Y volví a sentir las voces de las ninfas. ¡Oh, qué bonitas eran, qué lindas, qué voz, qué verdades decían! ¿Cómo había podido pensar en matarlas, con lo dulces que eran?

 

Me dejé llevar, aunque me ahogara, ¡qué más da morirse si las ninfas cantan a tu alrededor! ¡Ay, qué bonito que era que te cantaran mientras te morías! Pero la maldita tía Sagis no quería dejarme morir en paz. ¡Yo quería escuchar a las ninfas!

 

Y de repente se callaron.

 

Abrí los ojos y tosí, escupiendo agua. Un hombre nos acompañaba y yo estaba en el suelo, vomitando el agua del lago. Estaba toda mojada y hacía frío. Aún no entendía nada de lo que hablaban. Parecía que le invitaba a la boda. ¿Quién era aquel hombre y por qué tenía un Aethonan a su lado? Parecía que era lo que enfadaba a las ninfas que habían dejado de cantarme.

 

- ¿Un barco, tía? - dije por fin. - Yo creo que tuve bastante agua por hoy. ¿Seguro que tenemos que irnos de misión al lago?

 

Yo no quería ir, quería irme a casa y que Reena me peinara el pelo mientras sentía el calor de una chimenea en la cara.

 

 

 

EDITO: Me escapé de la cárcel. Di permiso a Sagis para mover a Xell, pero ya estoy libre y puedo seguiros. Mientras no me pillen de nuevo.

Editado por Xell Vladimir

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