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● Ars & Vita ● (MM B: 94346)


Adrian Wild
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-- Perdóname, Fee -- le dije a mi sobrina, levantándome de repente. -- Voy a entrar. Sí... Debo entrar.

Había sido una decisión improvisada y no podía obligar a Fee a seguirme. Aquello había tardado en decidirlo, había puesto mil excusas antes de levantarme así que tenía que aprovechar el ímpetu de mis piernas y seguir avanzando. Las escaleras se me hacían cuesta arriba y sentía que el ánimo decaía a cada paso pero seguí subiendo. Cuando llegué al final, casi se me escapa una lágrima.

 

No quería entrar.

 

Pero debía entrar.

 

Estar en el negocio de mi hermano sabiendo que él estaba lejos, en algún lugar indescrifrable que se me escapaba y que podría estar sufriendo (me negaba a pensar que pudiera estar muerto) me apagaba y me dejaba sin fuerzas. Pero necesitaba entrar en su despacho y buscar algo. Aún no sabía el qué pero necesitaba un objeto que fuera de mi hermano, lo suficientemente íntimo como para guardar su esencia. Tenía un plan... Le buscaría por medio del prisma y encontraría donde lo tenían retenido. Pegas: no se me daba bien el tema ese del péndulo que baila sobre un mapa pero Perenela sí lo era y seguro que me enseñaba a usarlo. Pero para eso necesitaba encontrar algo que pudiera ayudarme a encontrarlo. ¿Me dejarían los elfos chafardear en su despacho?

 

Entré con paso decidido pero por el miedo, no por la determinación. No había ningún elfo cerca así que empecé a subir las escaleras. Se oían susurros de voces por algún lugar. Intenté aprovechar aquella reunión fuera de la vista para colarme en busca del despacho de mi hermano. No me acordaba bien donde era pero sabía que era subiendo las escaleras, así que me agarré al pasamanos y empecé a contar escalones. Una manía para calmar mis nervios...

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Melinda, elfina ayudante

 

 

Aquello era el colmo del día. El trabajo se nos triplicaba sin la ayuda de Adrian y Wilmo y me había pasado el día limpiando sola todo el edificio para después encontrarme con Mark y Groulin conversando tranquilamente en la azotea, ver a Bolinda ingresar en una de las aulas y quedarse allí, seguramente sin hacer nada, y al pobre Saburns colocando todos los ficheros de la recepción y el despacho del amo. Y ahora, tras tener que apresurar la limpieza del despacho de Adrian por el llamado de la marimandona de Bolinda, ella, se había subido en el escenario, hinchada como un globo de autosuficiencia y egocentrismo, y pretendía hacerse con el control del local. ¡Pero qué barbaridad era aquella!

 

No dije nada. Rechiné un poco los dientes al ver las reacciones alentadoras de Mark y Groulin y suspiré ante la pasividad de Saburns. ¿Es que nadie iba a bajar a Bolinda de su burbuja? Se creía que era más que el resto por tener un trato más cercano con Adrian, por encargarse de los archivos y el papeleo con Saburns. Iba de trabajadora, de elfina honesta y servicial, pero yo sabía bien que todo era fachada y sólo quería algo tan impuro como posicionarse al mismo nivel que los magos y brujas. ¡Menuda loca! Le tenía que bajar aquellos humos, como fuera.

 

- ¿Y qué pretendes, firmar también los documentos por él?

 

Mordaz. Quizá demasiado. Sentí la mirada desaprobatoria de Mark. Conocía su historia juntos, sabía que él defendería a Bolinda a toda costa, pero aún así esperaba contar con el raciocinio de alguno de ellos, del buen y discreto Saburns, por ejemplo. ¡Todos debían entender que no podíamos gestionar un lugar por un mago!

 

- Ese es el compromiso que os estoy pidiendo --me contestó de pronto Bolinda, mirándome muy seria--. Llegado el caso, si es necesario, falsificaremos su firma, su estancia dentro del local, todo. --Aquellas palabras y la determinación implícita en ellas sí sorprendieron y asustaron a todos--. Yo daré la cara si algo se tuerce, pero Adrian nos encomendó ayudarle a mantener este negocio, y con él o sin él, eso es lo que haremos.

 

Ahora iba de heroína. Una heroína demente. ¿Qué clase de fantasía se había montado? Bufé y me levanté del asiento.

 

- Suerte con ello. Voy a seguir limpiando.

 

Y sin más, abandoné la sala, dirección de nuevo al despacho de Adrian. Lo hice andando, fue un impulso, quizá por darle más dramatismo a la salida. Sí, en el fondo siempre había querido actuar en aquellos escenarios, pero jamás se me hubiera permitido. Esa era mi triste historia, siempre reprimida. Una fuerte rabia y tristeza me invadió y las lágrimas empezaron a escapárseme sin control. Me sentía sola, incomprendida en aquel lugar; en aquel mundo. Y al mismo tiempo me martirizaba por siquiera pensar que tenía derecho a sentir. Una elfina nunca podía sentir, y mucho menos dejarse arrastrar por emociones absurdas. Me daba vergüenza a mí misma en aquel momento, por eso iba con la cabeza gacha. Y así me topé con la figura de una bruja de pelos violetas en mitad de las escaleras.

 

- Oh.

 

Rápidamente intenté esconder mis lágrimas y mis sentimientos. Reconocía a aquella mujer, era familia de Adrian. Quizá ella sabía dónde estaba él y podía poner fin a aquel absurdo. Quizá Adrian volvía, se daba cuenta de lo que Bolinda estaba haciendo y la echaba, mandándola lejos, descorazonado por su comportamiento. Quizá la odiaba y nunca más querría saber nada de ella, y yo sería entonces su favorita. Quizá...

 

La mujer me estaba mirando. Me quedé allí parada, incapaz de preguntarle nada.

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✤ Viajero de la noche ✤

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-- Uno, dos, tres... Cuatro, cinco, seis... Siete. Uno, dos tres...

 

Mi manía de contar sólo hasta siete. Algunos dirían que el siete es un número mágico, otros, que no sabía contar más allá. En realidad, ni idea de porqué siempre contaba hasta el siete y volvía a empezar. Me relajaba. ¿Tenía que dar más explicaciones...?

 

-- Cuatro, cinco, seis...

 

En realidad, mi voz contaba, mi mente ponía en orden el torbellino de piezas de puzzles en que se convertían mis pensamientos. Mil cosas que se habían entremezclado. Sabía que tenía la solución en la cabeza sólo que no lo encontraba. Así, mientras contaba, mi cabeza recolocaba las noticias que sabía para encontrar una solución. Casi lo tenía cuando choqué contra algo.

 

O alguien.

 

O...

 

-- ¡Ay, siete!

 

Sí, bueno, quedaba algo rara mi exclamación. Otra de mis manías era tener que acabar la cuenta para poder pasar a otra cosa. Así que lo primero fue mencionar el número y después disculparme por chocar contra...

 

-- ¿Una elfina llorosa? ¿Qué te pasa?

 

En realidad, no era de mi incumbencia pero tenía la manía de preocuparme de los elfos de mi casa y casi había olvidado que era de las pocas que tenía un staff de elfos libres y con un salario. Suponía que todos lo hacían, por inercia; sólo cuando lo pensaba me daba cuenta de la excepcionalidad de mi medida.

 

-- ¿Alguien te hizo llorar? Por cierto, soy Sagitas y venía a ... -- tragué saliva. Me daba cuenta que decir el nombre de mi hermano dolía. -- A ver el despacho de mi hermano Adrian.

 

Intentaba darle fuerza a mi petición, aunque no era nadie allá. Era incómodo estar en medio de la escalera y con el pie en el peldaño superior sin poder decir el "siete" que tocaba.

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Melinda, elfina ayudante

 

 

Miré con ojos muy abiertos a la mujer, sin saber qué decir o hacer. Su comportamiento era aún más raro que el mío. ¿Por qué había dicho siete? Quizá aquello quería decir algo, era una pista sobre el paradero del amo. Y, ¿por qué parecía tan incómoda? ¿Acaso tenía ella algo que ver con la desaparición de Adrian? Era su hermana, seguramente sabía más que nosotros. Negué con la cabeza cuando me di cuenta que me había hecho una pregunta, mientras con el trapo que tenía todavía entre mis manos me secaba el resto de lágrimas que habían parado de brotar.

 

¿Qué hacía? ¿Le preguntaba sobre Adrian? Decía que venía a por algo del despacho, ¡eso era porque se lo iba a llevar al amo!

 

- ¿Qu-qué necesita el amito Adrian?

 

Intenté no titubear, no demostrar que presuponía que ella sabía todo y le iba a llevar algo que él le había pedido; no quería que notara la decepción y el enfado por que él no nos mantuviera informados en mi voz.

 

- Yo también voy a su despacho... --No quería que aquello sonara raro o invasivo--. Tengo que limpiarlo --añadí.

 

La incomodidad era demasiado pesada. Sentía que si me preguntaba algo le iba a desvelar los propósitos de Bolinda, nuestra inquietud por la estabilidad del negocio, la cantidad de pelusas que había dejado en algunos de los rincones menos frecuentados...

 

- Si quiere puedo ayudarla a buscar lo que el amo necesita e incluso llevárselo yo misma para que usted no haga ningún esfuerzo.

 

Buena táctica. ¿Pretendía conseguir con eso que me contase dónde estaba Adrian, por qué nos había dejado de nuevo sin decir nada?

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✤ Viajero de la noche ✤

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La pregunta de la elfina me sorprendió. ¿Qué necesitaba el amo Adrian?

 

-- Pues... Muchas cosas... -- Claro que necesitaba muchas cosas, sobre todo necesitaba libertad. -- ¿Qué crees tú que puede necesitar? Lo que más sea necesario en su día a día...

 

Mi respuesta se había convertido en una pregunta, con la que esperaba una pista sobre lo que tenía que llevarme. La idea era irme con ello, al menos que fuera muy grande. Entonces me vería obligada a pedir ayuda a Perenela y eso me molestaba. No por ella sino porque tendría que confesar que había una mancia que no se me daba bien. Y yo era medio perfecta, sabía de todo un poco, menos de los péndulos de energía. Nunca les había dado importancia y ahora me era vital para usarlo. Sonreí a la elfina para que no se me notara demasiado.

 

-- Bien, así que vas a limpiarlo. ¿Me dejas ir contigo, entonces...?

 

Esperaba que me dijera qué coger o que me diera una pista. Si ella me ayudaba, tal vez conseguiría localizar a Adrian, ya que no tenía ni una maldita pista de su paradero. Amplié la sonrisa aunque creo que se hizo incómoda. No se me da bien engañar a los elfos. Harpo siempre me pillaba al instante.

 

-- Tu ayuda me vendría muy bien, hem... esto... ¿Cómo te llamas?

 

No quería molestarla con mi pregunta pero no podía llamarla "eh, tú, la elfina..."

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Melinda, elfina ayudante

 

 

¡Esa mujer sabía donde estaba el amito! Acababa de afirmar que Adrian necesitaría muchas cosas y que quería encontrar algo esencial para su día a día. Pero, ¿por qué no nos había dicho nada entonces, si estaba con su familia? ¿O es que era su familia la que le tenía encerrado y sin medios para comunicarse? Aunque era muy extraño, porque de ser así, ¿por qué se iba a presentar su hermana tan abiertamente en el local, sin miedo a ser descubierta?

 

O...

 

Quizá...

 

¡¿Y si esa persona que tenía delante no era en realidad su hermana?! No era algo tan alocado, sabiendo como sabía que los magos y brujas adoptaban aspectos diferentes con aquella poción de color extraño (nunca había entendido muy bien las pociones, y tampoco me había sido nunca permitido estudiar sobre ellas) y tras observar el extraño comportamiento de la mujer pelivioleta. Me quedé aún más de piedra que en el primer momento ante aquel pensamiento, mirando a la mujer con una nueva sospecha entre mis sienes.

 

- M-Me... Melinda --logré contestar escuetamente, por temor a darle cualquier identificación extra.

 

Me había pedido ayuda para buscar aquello que quería encontrar, pero ahora no estaba segura de que quisiera que aquella sospechosa mujer se adentrara en el despacho del amo y rebuscara entre sus cosas.

 

- Em... Sí... La acompañaré... --Carraspeé--. Por aquí --dije haciéndole una seña con la mano para que me siguiera.

 

Empecé a subir las escaleras dubitativa. ¿La llevaba al despacho o la distraía llevándola a otra sala y...? Tragué saliva. Se me podía caer el pelo, las muelas y hasta las manos por hacer una cosa así si al final del todo resultaba ser la hermana de verdad. Estábamos ya en la primera planta, y sentía mi corazón acelerado. Una pequeña llama de valor se encendió en mi interior. Si Bolinda tenía el coraje para hacerse cargo del negocio, yo lo tenía aún más para descubrir lo que estaba ocurriendo con Adrian. Y tenía que hacerlo, pronto. Giré los pasos hacia la puerta morada que se encontraba en uno de los laterales del recibidor. Confiaba en que aquella mujer no supiera bien la localización de todas las salas del lugar. Abrí la puerta y me quedé frente a ella, con la mano extendida hacia el interior.

 

- Después de usted --conseguí decir con voz decidida a pesar del temblor de mis piernas.

 

En cuanto la bruja entró, entré tras ella y cerré la puerta. No le di tiempo a reaccionar. Con un chasquido de mis dedos, un largo flexo de pie que apuntaba al control de mandos de la sala de grabació giró con fuerza, atizándole un golpe en la cabeza pelivioleta. Con otro movimiento de dedos conseguí que su cuerpo no llegara al suelo, y lo conduje levitando dentro de la cámara insonorizada, cerrando la puerta que separaba la sala de control con la cámara con llave. Todo mi cuerpo temblaba cuando senté a la mujer en una silla, atenué las luces y la até fuertemente. Allí podría interrogarla con la tranquilidad de que nadie nos escuchara. Aunque gritara. Ventajas de tener una sala de grabación.

 

No tardó mucho en volver en sí, quizá una media hora o tres cuartos de hora.

 

- ¿Dónde está el amito Adrian? --pregunté, impaciente y temblando por la adrenalina todavía contenida en mi interior.

 

 

@

De secuestros va la cosa. Los elfos están desmadrados jajajaja

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No lo noté. Los elfos y las elfinas son un mundo aparte. Están tan acostumbrados a disimular ante los humanos, que no dejan asomar ni un resquicio de sus sentimientos al exterior. Por eso no lo noté. Harpo es al único que veo que piensa, que sufre, que vive con intensidad cada momento y la responsabilidad de su cargo de Elfo Personal de la Matriarca le pesa mucho. Pero es que con él vivo cada día y le prohibí disimular sus sentimientos. Creo que es el único elfo que se atreve a hablarme como si fuera un hermano mayor que me riñe y me aconseja.

 

Pero a aquella elfina no la vi venir.

 

-- Gracias, Melinda.

 

La elfina se ofreció a ayudarme, me dijo su nombre, me indicó el camino... Noté enseguida que Adrian había cambiado de despacho. No sospeché, por supuesto. ¿Cómo iba a sospechar algo si a mi hermano le había visto sólo un par de veces en este último año? Él podría haber cambiado de oficina mil veces desde la última vez que le vi. Así que por supuesto que no lo noté. Además, ¿cómo iba a notarlo si era una puerta morada?

 

-- ¡Morada! Seguro que se acuerda de su hermana cada vez que entra aquí.

 

Y entré. El lugar era extraño para ser un despacho. Ni un sólo papel, todo botoncito y luces. Ni mesa había. Aquello parecía más un...

 

-- ¿Adrian tiene una sala de mandos como si fuera un astronauta de la NASA? -- Bueno, sí, soy profa de Estudios Muggles pero no conozco todos sus oficios.

 

No me dio tiempo de más porque el dolor de cabeza se hizo intenso junto al color negro. Cuando dejé de ver oscuro y abrí los ojos, noté que la luz era muy baja. Aún no me asusté, aún no. Noté ligaduras, noté una silla con ruedas (eso no me lo esperaba, una silla con ruedas de oficina, las amaba, aunque no en ese momento, claro), noté la mirada alocada de la elfina.

 

-- ¿Cómo te atreves...? -- le grité.

 

Sólo cuando me preguntó por el Amo Adrián sentí miedo. Adrian es una persona que quien le quiere, le quiere a mil. Si esa elfina quería saber de él, no dudaría en ser más cruel que un mortífago. Y no estoy muy segura de si dentro de una nave de la NASA, pudiera usar mi magia ni si alguien me oiría allá fuera. Por cierto... ¿Y mi varita?

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Melinda, elfina ayudante

 

 

La mujer estaba más que enfadada. Mi cuerpo entero tembló ante su grito, ante las palabras que me dirigió y su significado. Efectivamente, si se trataba de la verdadera hermana del amito, mi atrevimiento iba a ser bien castigado, pero no podía arriesgarme. Intenté mantener aquella llama, la adrenalina de mi interior, encendida, incluso avivarla. Tenía que asegurarme que aquella mujer no era una impostora, que no era alguien que tenía a Adrian retenido y venía a robarle objetos u archivos personales con la apariencia de su hermana y la excusa de que se los iba a entregar a él.

 

No.

 

No podía permitirlo.

 

- ¿Dónde está el amito Adrian? --repetí, temblando por los nervios y forzando mi voz aguda a salir--. ¡No saldrá de aquí hasta que me diga todo lo que sabe y hasta que me demuestre quién es!

 

Intenté mantener la mirada fija en la mujer, desafiante, aunque en el fondo, reprimido, se hallase el más profundo temor. No había pensado mucho en todas las alternativas que podían existir sobre lo ocurrido con Adrian, me había arrojado a pensar directamente que aquella mujer pelivioleta tenía algo que ver y me había dejado llevar por la heroicidad de la fantasía de mi cabeza en la que yo lograba recuperar al amo y pasaba a ocupar el puesto de "ojito derecho" en el que ahora estaba Bolinda. Envidia, en resumen. El motor que me movía en aquellos momentos, era la envidia.

 

Todos mis intentos por parecer tranquila y la contención de mi respiración se esfumaron cuando algo golpeó varias veces la ventana por la que la sala de mandos y el cubículo de grabación conectaban. Solté un gritito histérico y miré fulminante al otro lado, cuando descubrí que se trataba de Mark, quién, mediante señas alteradas, me pedía que abriera la puerta para dejarle pasar. No supe qué hacer. Dudé por unos instantes, pues si dejaba entrar a Mark seguramente la cosa se complicaría y, además, eso supondría que, de hallar a aquella mujer culpable, tendríamos que compartir méritos. Negué con la cabeza, rehusando su petición, pero entonces él, con mirada desafiante, pronunció lentamente el nombre de Bolinda para que pudiera leerle los labios. Chasqueé los dedos y la puerta se abrió. Mark entró como una flecha en la sala.

 

- ¿¡Qué demonios se supone que estás haciendo, Melinda!? Te he buscado por todas partes, menos mal que me ha dado por mirar en todas las salas de la planta. ¿Por qué tienes a una bruja atada? ¿Quieres que te corten las manos? --Durante su alterada intervención volví a chasquear los dedos, cerrando la puerta de nuevo; no quería que nadie más se enterase. Entonces me di cuenta que agitaba algo entre sus manos--. ¿Cómo has conseguido desarmarla? Madre mía, Melinda. Yo sabía que algo pasaba cuando abandonaste el salón de actos antes, pero lo que no sabía era que estuvieras tan mal de la cabeza. Como Bolinda se entere de... Bueno, como cualquiera se entere de...

 

- ¡Mark cállate! --grité, histérica, al reconocer que lo que tenía entre sus manos era la varita de la bruja--. Esta mujer, con la apariencia de la hermana del amo Adrian, subía muy sigilosamente las escaleras cuando yo volvía a mi tarea. ¡Ni se te ocurra darle la varita! --dije aún con más fuerza cuando vi que el elfo empezaba a extenderle el arma (siempre había visto aquellos artilugios como armas que sólo los magos y brujas pueden controlar) a la mujer, parando de inmediato su acción--. Venía a buscar cosas en el despacho del amo. Debe saber dónde está.

 

Mark dudó, mirándonos alternativamente a la mujer apresada y a mí. Suspiré. Acababa de revelar mis sospechas, Mark estaba ya metido en aquel lío y ahora ya no podría tener mi momento de gloria sola.

 

- Apresar a una bruja es delito, Melinda --dijo Mark, muy serio, sin moverse.

 

- Lo sé.

 

Ambos miramos a la pelivioleta. ¿Confesaría?

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He de confesar que la actitud de la elfina me daba miedo. Me sentía fuera de mi círculo de confort, en un sitio raro que se parecía a una celda de psiquiatría con rellenos para que los pacientes no se hicieran daño o no se sintieran sus chillidos con vistas a una especie de nave de botones mil y con vistas a un sitio de mil botones. ¿Ese iba a ser mi destino? ¿Qué me metieran en aquella habitación extraña? Pues yo no quería que me dejaran encerrada como si fuera una loca.

 

Y parecía que le llegaba ayuda para poder conmigo. Un elfo apareció de repente, primero tras el cristal de la nave y después entrando en la misma sala que nosotras. Aunque la elfina me había hecho una pregunta (varias, en realidad), no le había contestado sopesando mis posibilidades. Ambos parecían discutir, uno sobre lo indebido de apresar una bruja, con mi varita en la mano, la otra atribuyéndome motivos para la desaparición de Adrian.

 

Fruncí el ceño, tal vez si me hubiera parado a pensar más en lo que decían hubiera razonado con calma ante la situación y hubiera podido hablar con ellos en un ambiente más comunicativo. Pero no puede haber calma cuando estaba atada a una silla y cuando me habían metido en una sala de locos o peor, podían tirarme fuera de la nave sin la varita para poder hacerme un Casco Burbuja. Sí, imaginación no me falta y no conozco todo sobre el mundo muggle para reconocer una cabina de grabación, así que temía por mi vida.

 

-- ¡Dame esa varita, maldito elfo! ¡¡Es mía!! ¡No puedes tocar una varita si sufrir una condena legal! ¡Es la Ley!

 

¿Desde cuándo yo invocaba a la Ley si siempre, o casi, me la saltaba?

 

-- ¡Soltadme inmediatamente! ¡Haré que os retuerzan las orejas!

 

Seguro que en otro momento ni me habría atrevido a soltar tal estupidez pero ahora actuaba el miedo y la rabia. No parecía yo. Nadie que conociera a Sagitas diría que era yo, con ese comportamiento. Entre los elfos se había corrido la voz que en mi mansión "Ojo Loco" tenían cabida todos los elfos que sufrían y que eran acosados. Yo había dado la libertad a todos los que vivían conmigo y además, les daba un sueldo en pago a su trabajo.

 

-- Dadme la varita y prometo no ser dura en vuestro castigo.

 

¿Desde cuándo yo era tan diferente a mí misma? Lo que hace el miedo... Empecé a impulsarme con los pies y a perseguirles, atada, con la silla de ruedas.

 

-- ¡Soltarme, soltarme, soltarmeeeeee! -- Tal vez sí me comportaba como si estuviera loca.

Editado por Sagitas E. Potter Blue

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Mark, elfo ayudante

 

 

Era testigo de aquello, ya no había vuelta atrás. ¡Maldita Melinda! Sus ojos, desquiciados, se mantenían fijos en la mujer. De tanto en tanto me miraba y podía ver en ella el temor de que le lanzase la varita a aquella bruja a la que nunca antes había visto a pesar de ser, supupuestamente, la hermana del amo Adrian. En aquellos momentos, breves, Melinda fruncía los labios en señal de advertencia. Yo no era tonto, no necesitaba de sus advertencias, sabía a lo que nos enfrentábamos si le devolvía la varita a la bruja, sabía que podía ser muy cruel con nosotros y que estaríamos acabados, mucho más si resultaba ser una impostora como mi compañera sospechaba. Pero, por otra parte, aquella rabia, aquel celo que sentía por parte de Melinda me hacía dudar sobre su cordura y sus razones. Por eso me encontraba allí, parado a una distancia prudente de ambas y sosteniendo la varita en mi mano derecha.

 

Estaba todavía barajando mis posibilidades, que variaban desde desaparecer para contarle inmediatamente al resto de compañeros lo sucedido y detener a Melinda hasta tratar de realizar un conjuro con aquella varita para desenmascarar a la bruja. Conocía los riesgos que ambas acciones conllevaban y dudaba cuáles asumir. Fue fácil decidir cuando la mujer se lanzó a por mí, impulsándose con los pies para hacer rodar la silla de ruedas en la que la había atado Melinda.

 

- ¡Pare, pare! --gritaba mientras me intentaba zafar de ella, contemplando la posibilidad de salir de la sala a pesar de que me arriesgaba a que saliera conmigo y todo se complicara--. ¿Una silla de ruedas, en serio Melinda?

 

Mi compañera intentaba detener a la mujer pero ésta, con gran maestría, la había conseguido aturullar entre algunos cables que entraban a la sala desde el otro lado de la pared por pequeños agujeros y formaban montones en el suelo. Me agarró un par de veces de la camiseta que llevaba puesta con la boca, pero en la última logré hacerla caer al suelo y de un brinco, me giré para tenerla de frente y apuntarle con la varita.

 

- ¡Señora, le pido que se calme o tendré que lanzar un conjuro con el que revelar su verdadera identidad!

 

Respiraba entrecortadamente, intentando retomar el aire perdido. Me había metido hasta el fondo del asunto. Allí me encontraba, amenazando a una bruja con su propia varita.

 

 

 

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