Entre tanto, Binny había permanecido en el castillo Evans McGonagall a la espera de la lechuza de la universidad, embargada por el sentimiento de temor que produce el no saber qué pasará, sin razón de si había hecho mal los trámites o la clase empezaría con el pasar de los días. Pero al inicio de semana, durante la mañana, sonrió débilmente a la lechuza que se posó en la ventana. Como era de esperar, Binny le acercó algunas arañas en un frasquito y tomó con delicadeza la carta en el pico del animal, de inmediato la lechuza se abalanzó a comer.
Al leer la nota, se alistó colocando los anillos, amuletos y colgantes del libro del equilibro para ir a los jardines centrales de la universidad, donde sea que estuvieran. La idea de que algo pudiera interponerse entre ella y su llegada al punto de encuentro le puso nerviosa, pues no había sentido curiosidad por explorar las instalaciones y solo conocía el salón donde Jeremy le había enseñado Artes Oscuras. Apareció en la universidad, con el vestido de lino fino sobre las rodillas y sandalias de verano, anduvo buscando los jardines hasta que finalmente vio a las dos chicas, justo a tiempo.
—Buenos días —dijo, mientras se acercaba y escuchaba la explicación de Athena. Notó que una de sus compañeras había llegado antes que ella, así que hizo una reverencia en silencio como saludo y siguió escuchando lo que tenía que decir la directora. Hasta que se creó un portal frente a ellas y Evans sintió su corazón palpitar emocionado.
—A donde sea que vayamos, ojalá haya dragones —le dijo a Alessandra con una sonrisa, para luego seguirla y cruzar el portal luego de ella— o quizás, basiliscos.