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Castillo Gaunt • (MM B: 102403)


Anne Gaunt M.
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Una escalera, otra, la siguiente...

 

De puntillas, encogida y mirando cada esquina cada vez que llegaba a una planta nueva. Moño alto y desordenado, en una bata lo bastante infantil, abierta. Pijama de ositos, zapatos en la mano izquierda, ojeras y olor a alcohol. Aquel era el mejor resumen de la Gaunt en ese momento mientras intentaba llegar hasta el despacho de su madre Anne sin que nadie se enterara.

 

- Dos plantas más... -susurró en su mente mientras continuaba su travesía peldaños arriba.

 

- Buenos dias señorita Gaunt -primer sobresalto, un elfo doméstico que aparecía de la nada porque en mitad de un piso era algo extraño. Sonrió de lado, alzó la cabeza y siguió subiendo.

 

Y tras unos minutos, los cuales parecieron eternos para la pelirrosa, llegó hasta el pasillo donde el despacho, cuarto y las cosas de Anne estaban, lo cual tampoco había planteado muy bien porque, ¿y si su madre se encontraba en su dormitorio? Su corazón comenzó a acelerarse, lo de colarse a cogerle unos cuantos de galeones ya no le parecía tan buena idea como cuando se había despertado y desayunaba en la cocina.

 

- Al toro por los cuernos-gruñó mientras seguía andando hacia delante, esta vez ya como una persona normal y con los zapatos puestos.

 

Se colocó frente la puerta del despacho, a escasos metros de la del dormitorio de Anne y suspiro. Colocó la mano en el manillar, ya iba a abrir, estaba decidida, Mery no se pensaba las cosas dos veces pero se arrepintió. La quitó y se secó las manos en los pantalones. ¿Y ahora que le pasaba?

 

Sus ojos giraron hasta la puerta del dormitorio de la matriarca. Claro, ¿y si estaba allí y la pillaba? la Gaunt juraría que un "te estaba buscando, mamá" no iba a funcionar. Suspiró y dio un par de pasos hasta la puerta de madera. Debía de ser precavida.

 

"Toc, toc, toc"

 

Sonó el golpe de los nudillos sobre la puerta.

 

- ¿Mamá? -preguntó, rezando no tener ninguna respuesta.

 

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Una fina y blanquecina columna de humo ascendía en el aire mientras el anciano fumaba tranquilamente mirando por la ventana. El jardín del castillo Gaunt estaba francamente bello a pesar de que los colores de invierno predominaban en el paisaje. Hasta hacía no muchos días había habido nieve pero, por alguna extraña razón que no lograba comprender, no había vuelto a cuajar a pesar de que había nevado con fuerza. Pero no en todo Ottery: solo en las inmediaciones del castillo.

 

Había querido comentar el asunto con su hija, pero no había conseguido pasar con ella más de tres minutos seguidos desde que había vuelto de su misterioso viaje a tierras americanas. Ni siquiera le había contado para qué había viajado durante casi tres meses y apenas había mandado una decena de cartas durante esa temporada. Y no era demasiado normal ni siquiera para ella. Cerró los ojos y se masajeó la sien izquierda con suavidad. No podía evitar preocuparse por la mujer a pesar de que ya hacía mucho desde que había aprendido a cuidar de sí misma. Los padres nunca dejaban de ser padres, al fin y al cabo.

 

Parpardeó confuso varias veces cuando vio una figurita paseando por el jardín, perseguido por Minos, el crup de Anne. Era Edward, el hijo pequeño de Mery, la alocada primogénita de la matriarca Gaunt. ¿Qué hacía en los terrenos solo? Con un suspiro, y sabiendo que Mery no estaría prestando atención a su pequeño como de costumbre, apagó el cigarrillo y se levantó pesadamente del sillón que llevaba ocupando al menos dos horas. Se estiró y bostezó ruidosamente para luego enfilar sus pasos hacia la puerta principal del castillo. Se cruzó de brazos cuando salió al exterior y comenzó a caminar en pos del niño, que ahora se había sentado en la hierba y reía a carcajadas mientras Minos saltaba a su alrededor. Se detuvo cerca y se ajustó las gafas mientras se agachaba para mirar al niño a un nivel más cercano.

 

¿Qué haces aquí solo, Ed? Vas a enfriarte y te pondrás malito. Ven, acompáñame dentro.

 

El niño alzó la mirada, sobresaltado. Al parecer, no se había percatado de la presencia del hombre hasta el momento aunque en cuanto comprobó de quién se trataba, sonrió.

 

¡"Abelo"! Noooo, la hierba eztá calentita — exclamó, palmeando el suelo a su lado. Shiro alzó una ceja y tragó saliva: ¿cómo que la hierba estaba caliente? Sin dejar de sonreir, se puso de nuevo en pie y se acercó al niño. Se agachó nuevamente y tomó asiento a su lado, apoyando la palma derecha en el césped. Estaba extrañamente cálido. Observó su alrededor con curiosidad y se inclinó para ponerse a cuatro patas con la intención de poder palpar el suelo un poco más allá de donde estaban. Edward aprovechó el momento para treparle por la espalda, riendo alegremente—. ¡Te "atapeeee"!

 

Shiro rió entredientes distraído, pero sin dejar de fruncir el ceño por lo que acababa de descubrir. No era normal que el suelo del jardín estuviera caliente estando en diciembre. Alzó la vista para mirar la ventana más alta de la torre norte, esperando ver a Anne asomada allí como tantas otras veces había hecho. Pero no había nadie, salvo su fénix. Suspiró, aquello era verdaderamente raro.

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  • 2 semanas más tarde...

Tras unos minutos de espera, la Gaunt volvió a golpear con sus nudillos la puerta del dormitorio de Anne. Sabía que si no había respuesta inmediata desde la primera vez no iba a aparecer de la nada para "pillarla" en su intento de quitarle unas cuantas bolsas de galeones.

 

Giró el pomo de la puerta del cuarto de su madre y asomó la cabeza. Como llevaba un rato pensando, no había nadie allí. Por fin y después de todo el tramo de escaleras de la torre norte y el "infinito" pasillo asta llegar a la puerta del despacho y dormitorio, Mery pudo respirar con normalidad.

 

Cerró la puerta de nuevo y volvió a dar esos pasos hacia el despacho. Alzó una ceja y empujó junto con un suspiro, entrando a gran velocidad en la habitación totalmente ordenada, recogida y limpia.

 

- ¡Es una maniática! -fue lo primero que dijo al ver una estantería de documentos y archivadores ordenados por tamaños, colores y alfabéticamente.

 

Se acercó boquiabierta, ¿aquello era enserio? De colores más claros a oscuros, de tamaños más pequeños a más grandes y de la A hasta la Z. Por un momento la pelirrosa había dejado de respirar, no se creía aquello. Negó y miró el escritorio.

 

- Oye, que envidia, le voy a decir que limpie mi dormitorio también -dijo dejándose caer en la silla de escritorio-. Bueno, a lo que vamos... -susurró.

 

Un cajón, otro. Un armario, otro...

 

- ¡¡NADA!! -se agarró de los pelos y se tiró al suelo, frustrada.

 

Salió a gatas de allí mientras hacía pucheros y pensaba a donde ir a buscar galeones. ¡Debía una suma que no podía sacar de su bóveda personal! Y no, nadie debía saber que había comprado TAN caro que se veía en situación de robarle a su madre. Una hija normal se lo pediría, claro, pero cualquiera le llegaba a Anne a pedirle dinero.

 

- Oye mamá, compré un par de pociones pero la suma de galeones se ha subido por las nubes, ¿no te importaría dejarme unos cuantos miles de galeones? -dijo sonriente mientras llegaba a la entrada del castillo. Mery no era la persona más cuerda, pero sabía llegar el límite en su familia.

 

Crujió los huesos de su cuello y se apoyó en un candelabro dela pared, el cual dio de si e hizo abrir la puerta del sótano secreto.

 

- ¿Pero no era el del lado derecho? -dijo con alteración mientras posaba su mano en el pecho por el susto. La primera vez que vio aquello la Gaunt pensó que se había cargado medio castillo y que su madre Anne la iba a matar a ella por manazas. Así que le pilló mucho respeto a aquella zona del castillo y no había ido nunca, además de saber que Anne iba por allí a menudo con los muggles.

 

Y sin pensarlo, ya se encontraba paseando por el oscuro pasillo del sótano, camino de las escaleras que llevaban a las celdas donde podría haber algún aperitivo.

 

Conforme bajaba un peldaño más, podía notarse como el ambiente cambiaba, y la vampiresa no podía decir muy bien si era para frío o calor, ella no era especialista para el tiempo, pero si tuviera que decidir entre uno de los dos de manera aleatoria, escogería el calor, y simplemente lo haría por las antorchas con forma de dragones encendidas dando luz.

 

- Oye, este es un buen sitio para esconderme de Anne cuando se enfade... -sonrió y se sentó sobre un taburete que había justo a la izquierda una vez se pasaba la puerta.

 

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  • 4 semanas más tarde...

Si aquel fenómeno no hubiera tenido mayor repercusión que la de impedir que la nieve cuajara en el suelo, Shiro no se hubiera preocupado más de la cuenta. Pero mientras dejaba que Erik saltara a su alrededor con el crup correteando a su lado, se acababa de percatar de que algunos de los setos que bordeaban el camino que atravesaba los terrenos del castillo estaban resecos. Muertos en algunos puntos. Se agachó junto a uno de ellos y rozó la ramita reseca con la punta de los dedos; se partió con un chasquido. El anciano frunció el ceño y se bajó las gafas hasta la punta de la nariz con gesto pensativo. Definitivamente, aquello no era normal.

 

Debatió consigo mismo qué debía hacer a continuación. ¿Estaría Emmet en casa? No había tenido demasiada relación con el vampiro, hermano sanguíneo de su hija adoptiva, pero estaba seguro de que si le llamaba por aquella cuestión, él le atendería. Pero tampoco estaba seguro de si el asunto realmente sería tan grave, por lo que apartó aquella idea de su mente y pasó a decidir si debía avisar o no a Anne. Tras unos instantes de deliberación personal, decidió que sí debía hacerlo.

 

Se llevó la mano al pecho, a la altura del corazón, donde tenía un colgante compuesto por una sencilla cadena plateada de la que pendía un galeón partido por la mitad. La otra mitad pertenecía a la warlock, y ambos compartían aquel vínculo mágico desde que ella se había ido a estudiar a Londres, quedándose él en Cork. Era una forma de saber que uno y otro estaban bien. No podían decirse nada de forma directa con aquel medio, pero sí podían mandar una especie de vibración mágica que, en cuanto la notaban, les indicaba que el otro precisaba de su ayuda. Así que simplemente apoyó una mano en el colgante a través de la ropa y sintió que el colgante vibraba.

 

 

 

 

La respuesta no tardó demasiado. Shiro solo había tenido tiempo de pasear un poco más y sentarse en un banco del jardín bajo el que Erik reía a carcajada con el travieso crup mordisqueándole la ropa cuando un chasquido anunció la aparición de alguien en los terrenos. Cuando alzó la mirada, vio que su hija se despojaba de la capucha negra de la capa de viaje que la cubría y le miraba con preocupación genuina. Él no solía llamarla si no consideraba el asunto de extrema urgencia.

 

¡Papá! ¿Qué ocurre? ¿Estás bien? —exclamó, cruzando la distancia que los separaba con grandes y enérgicas zancadas. Él se levantó del banco y alzó ambas manos en gesto tranquilizador. Ella se las agarró en cuanto estuvo a su lado y luego miró hacia el suelo, por detrás del anciano—. ¡Ed! ¡Te vas a congelar! Ven aquí que te abrigo.

 

— No se congelará, Annie, no hace frío —dijo él, como buscando la forma de iniciar aquella conversación. Anne le miró extrañada. Su padre siempre había sido muy atento y protector, sobre todo con los niños, así que le extrañaba aquella respuesta... teniendo en cuenta que el niño no tenía abrigo y estaban en el jardín en pleno invierno. Él señaló el suelo con la cabeza, sin soltarle las manos—. ¿Has encontrado alguna forma de que el ambiente en el castillo Gaunt se mantenga cálido a pesar de las frías temperaturas invernales? Dime que sí... porque esto no es normal.

 

Ella se quedó helada, mirándole sin comprender. Al cabo de un instante, se soltó de su padre y se agachó lentamente para palpar el suelo. Estaba extrañamente cálido. Frunció el ceño y así, en cuclillas, se puso los brazos en jarras.

 

Yo no he hecho esto. Es decir, los jardines no tienen protección alguna contra la temperatura... esto no es cosa de magia, papá.

 

— Y eso no es todo, ven —la cortó él, indicándole que le siguiera. Ambos caminaron juntos hasta los setos del camino—. Mira... se están secando.

 

Y así era. La Gaunt se mordió el labio mientras pasaba una mano por las hojas resecas y las veía caer.

 

¿Crees que pueden tener algún insecto o parásito que haga esto? —le preguntó. Aunque le parecía poco probable, porque el suelo no parecía estar enfermo y el seto solo se veía así en trozos localizados.

 

No lo sé, pero deberíamos ponernos manos a la obra y buscar una solución, al menos para las plantas. Sobre el suelo... bueno, deberíamos, al menos, buscar una explicación lógica. ¿Has visto nieve este invierno?

 

Ella negó con la cabeza. Y unos instantes después, le miró de reojo.

 

Ahora que lo pienso... no recuerdo haber visto nieve jamás aquí, desde que vivo en el castillo.

 

— ¿En Ottery?

 

— No, no... aquí, en el castillo.

 

Ambos quedaron en silencio, pensativos.

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Podría haberse dicho que la Gaunt se tiró una hora aproximadamente sentada en aquel polvoriento taburete, pero una vez se aburrió, y demasiada paciencia tuvo para aguantar 60 minutos sentada, comenzó a pasear rozando la pared del escondite con la yema de sus dedos, algo totalmente lógico en la vampiresa, quien palpaba todo por lo que pasara, árboles, libros, hojas, flores, paredes… Era una sensación que la relajaba.

 

En su travesía por el sótano, mirando las celdas vacías y manchadas de sangre reseca, pudo notar como un ladrillo se encontraba más flojo que los demás, tanto que se tambaleaba de un lado a otro, como una vibración.

 

El ceño de Mery se frunció al instante y, como acto reflejo, empujó justo lo que se movía. Y… ¡SORPRESA! Un camino con más escaleras hacía abajo se abrió.

 

- Vaya, vaya –sonrió de oreja a oreja, sintiéndose victoriosa y comenzó a bajar.

 

Pero no había bajado más de diez escalones cuando el ambiente se comenzó a volver… ¿humante?, ¿demasiado rojo? No lo podía explicar demasiado bien, pero casi podía jurar que aquello tenía grandes hogueras abajo, o quizás hornos donde los duendes explotados por Anne hacían galeones para ella.

 

Mery abrió la boca formando un O perfecta, si eso era correcto, podía hacerse perfectamente la más rica de todo el mundo mágico y quizás podría hacerse ministra de magia, o la dueña del castillo Gaunt. ¿Viceministra?, ¿Warlock al menos? Sintió un escalofrío recorrer su espalda, demasiado emocionada se encontraba ya como para no bajar de tres en tres las escaleras.

 

Y no, de repente, cuando un sonido demasiado fuerte sonó, Mery paró en seco de bajar. ¿Qué demonios había sido aquel rugido? Frunció el ceño. Al final le saldrían arrugas en esa zona.

 

- ¿Hola? –dijo con voz alta para ver si así le respondían.

 

Y vaya si lo hicieron. El suelo comenzó a temblar, el rugido se escuchaba más cercano y… ¿Aquello que subía por las escaleras de caracol y piedra era fuego? La Gaunt no se paró a analizarlo de más cerca ya que se encontraba, entre una serie de gritos, subiendo las escaleras a trompicones, saltos y tropezones. Eso sí, corriendo como nunca lo había hecho.

 

- ¡¡ANNEEEE!! –gritó conteniendo la última vocal-. ¡¡MAMÁ!! –seguía en sus altas voces, saliendo por fin de las escaleras secretas y… ¡Más escaleras aparecían! Giró la cabeza rápidamente para observar como las piedras se resquebrajaban, dejando ver a un… ¿Dragón? -. La madre que la trajo –susurró sorprendida Mery, pero cuando el fuego que soltaba el animal llegó hasta casi su trasero, comenzó a chillar de nuevo y subir las escaleras que daban hasta la planta baja-. ¡¡ESTA MUJER ESTÁ LOCA!! –chilló histérica mientras seguía subiendo-. ¡¡HA TRAIDO A UN DRAGÓN A CASA!! –el suelo liso se hizo presente, ya se encontraba en la entrada del castillo.

 

Se paró unos instantes para tomar aire ya que la fatiga se hizo presente rápidamente, pero no podía más, el dragón volvió a aparecer, llevándose consigo parte de las escaleras que daban acceso a las torres y habitaciones. ¿Aquel animal no tenía fin?

 

El bello de la Gaunt se erizó y salió, nuevamente corriendo, hasta el jardín donde a lo lejos observó a Anne y su abuelo Shiro.

 

- ¡¡ABUELO!! ¡¡MAMÁ!! –su voz ya rozaba ser rasposa debido a que casi no había parado de dar voces desde que vio el dragón-. ¡¡HAY UN DRAGÓN, UN MALDITO DRAGÓN!! –nada más nombrarlo y llegar hasta donde ellos estaban, se paró y vio como este salía, rompiendo de manera obvia, por una de las torres, ni idea del cual era-. ¡Lo has traído tú, Anne! Vi ese huevo gigante y de color hermoso en tu despacho –le dijo en modo acusica, señalándola con el dedo índice.

 

Miró detrás de sus nuevos acompañantes, familiares y testigos de aquel desastre y, ¡su hijo estaba allí! Frunció el ceño, ¿Cuándo había salido Edward al jardín? Se encogió de hombros y miró de nuevo al castillo, el cual cada vez estaba peor. Y entonces se dio cuenta de que le faltaban una serie de cosas.

 

- Mi potro, mi perro, mi serpiente, mi oveja… -susurró para sí misma mientras abría cada vez más los ojos-. ¡MI OVEJA!, ¡SE LA VA A COMER! –volvió a gritar desesperada mientras, ya sin correr, avanzaba hacía el castillo con los puños bien apretados.

 

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  • 2 semanas más tarde...

Se había establecido un vasto silencio entre los dos adultos, tan solo interrumpidos por la conversación de Edward con el crup mientras ambos correteaban a su alrededor. Anne no hacía más que caminar de aquí para allá, agachándose en algunos puntos y tocando las plantas. Parecían sanas, pero evidentemente les pasaba algo porque no estaban... sanas. Era contradictorio. Y también muy intrigante. Shiro simplemente se limitaba a mirarla en silencio. La mujer soltaba de vez en cuando un suspiro o hacía algún comentario entre dientes pero, por más que le daba vueltas, no encontraba una explicación plausible para aquel suceso. Alzó la mirada y observó la parte más alta de la torre norte, la que tenía reservada para su uso privado. ¿Qué le pasaba al castillo?

 

Sus pensamientos fueron interrumpidos de repente cuando el suelo comenzó a temblar. Primero fue suavemente, pero aún así Anne dio un respingo y miró alarmada a Edward, quien también había dejado de jugar y ahora miraba el suelo con los ojos abiertos como platos. El temblor se detuvo y, tras unos segundos, recomenzó mucho más fuerte.

 

¡Abelaaaaaa! —gritó el niño, aterrorizado. Anne se inclinó justo cuando él saltaba hacia sus brazos y lo tomó sin esfuerzo, apretándole contra su cuerpo, mientras miraba en todas direcciones esperando ver una explosión. O quizás un ataque inminente.

 

Papá, toma a Ed y corred al castillo. Buscad un refugio, parece que está pasando algo.

 

El anciano no habló, aunque en la palidez de su rostro podía notarse la tensión que sentía. Tomó al chico en brazos y dio un par de zancadas en dirección al castillo. Pero un grito que provenía del interior de éste le paralizó. Y retrocedió hasta donde estaba Anne sin apartar la vista del castillo.

 

Todo sucedió muy deprisa. Los cristales de algunas ventanas reventaron de repente mientras el temblor no hacía más que intensificarse y de ellas comenzó a salir humo en algunos puntos. Una torre comenzó a caer. Y el grito del interior, que cada vez sonaba más fuerte, quedó de repente tapado completamente por un poderoso rugido que les heló la sangre en las venas.

 

¡Corred, corred hacia atrás! —bramó Anne, tomando a su padre por el brazo y dándole un poderoso tirón hacia atrás. El anciano trastabilló pero consiguió recuperar el equilibrio y se alejó del castillo unos metros, con Anne pisándole los talones y el niño firmemente sujeto entre los brazos. De hecho, le parecía que había empezado a llorar en algún momento pero no podía pararse a comprobarlo, sino que lo abrazó un poco más y miró hacia atrás para ver qué sucedía. Mery les había alcanzado y gritaba algo de un dragón. Shiro miró a Anne fijamente, con el ceño fruncido. Se habían quedado todos quietos.

 

La Gaunt, sin embargo, miraba a su hija ahora con ojos inexpresivos. Se avalanzó sobre ella y la agarró de los hombros, zarandeándola violentamente.

 

¿Qué has hecho ahora, desastre? ¡Eres un maldito desastre! ¡El castillo se está cayendo a pedazos! Y... ¿qué sabes tú acerca del huevo de dragón? Te voy a matar —bramó, fuera de sí. Luego cayó en la cuenta de lo que estaba diciendo y la soltó, mientras otra parte del castillo se derrumbaba con un tremendo estruendo levantando una gran polvareda—. Mery, Mery, piensa lo que dices, si el huevo hubiera eclosionado no habría un animal tan grande como para tirar el castillo, para eso deberían pasar meses... ¿qué hay ahí dentro?

 

Pero la chica estaba distraída, ahora enumerando las cosas que había dejado en el castillo. Y entonces, gritando algo de una oveja, salió corriendo.

 

¡Esta niña es tonta! —gritó—. ¡Quedaos ahí, papá, y huid si veis que corréis peligro! ¡Voy a por ella y a pedir ayuda!

 

Sin esperarse a ver si habían oído lo que había dicho, salió corriendo tras la pelirrosa. No tardó demasiado en alcanzar, y la agarró de un brazo justo cuando un estruendo mayor al que había habido hasta entonces la obligó a empujar a la vampiresa hacia el suelo y a tenderse en el suelo sobre ella. Piedras, cristales y demás volaron sobre ellas y le cayeron sobre la espalda. Se puso en pie de un salto tirando de Mery para incorporarla y, justo en ese momento, la enorme cabeza de un dragón negro emergió de entre los escombros que antes habían sido la entrada del castillo.

 

¡¡CORREEEEEE!! —vociferó, empujando a Mery hacia atrás. El dragón ya las había visto, sus ojos amarillentos estaban clavados en ambas figuras. Y Anne leyó en ellos lo que venía a continuación. Rápidamente se llevó la mano al pecho, debajo de la ropa, y extrajo un frasco que contenía una especie de polvo anaranjado brillante: era polen de lirios de fuego. Lanzó una buena cantidad sobre Mery para protegerla del fuego y, rápidamente, se guardó el frasco para evitar gastarlo todo y se apuntó a sí misma con la varita—. ¡Ignea!

 

Terminó el hechizo justo cuando las envolvió una llamarada de fuego. A pesar de las protecciones, sintió un inmenso calor e incluso pensó que se le había chamuscado un poco el pelo. No dejó de correr hasta que se sintió lejos del peligro, casi en los límites de los terrenos del castillo. El dragón se había entretenido con algo pero, mientras daba vueltas intentando agarrar lo que fuera que llamaba su atención, no hacía más que derribar paredes con su poderosa cola. Anne se llevó las manos a la cabeza.

 

¿Qué hacemos? ¿Qué hago? —exclamó, desorientada. ¡Emmet! Deseó con todas sus fuerzas que no le hubiese pillado aquel estrépito en el castillo, ni a él ni a nadie. Decidió que él era el primero a quien debía localizar. Se llevó las manos a un bolsillo y, mágicamente, aparecieron en la superficie unas palabras. El papel se dobló sobre sí mismo formando un avioncito y salió despedido en el aire, rumbo a su destino @@Emmet Haughton Gaunt . Mientras lo veía alejarse y captó por el rabillo del ojo como otra llamarada del dragón ennegrecía buena parte de una pared de piedra que aún no había caído del castillo, se le vino otro nombre a la cabeza. Rápidamente escribió otras pocas palabras en otro trozo de pergamino que se dobló igual que el anterior y salió volando—. @ puede ayudarnos, estoy segura. Ella... ella posee conocimientos para hacerlo, espero. Mientras tanto... tengo que hacer algo. Quedaos aquí... tú también, Mery. Olvídate de la maldita oveja o de lo que sea, tenemos que salvar el castillo y averiguar cómo demonios ha salido un dragón de nuestro hogar.

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A veces, el Circo es un lugar demasiado tranquilo. Reconozco que me lo paso genial pero cuando no hay público y las luces permanecen apagadas, el silencio de aquella carpa intimidaba. Por ello pasé de las lonas y me dirigí hacia mi carromato. Era viejo y reparado mil veces pero no lo dejaría por nada del mundo, ya que allá había pasado muchas noches de niña, de adolescencia, dos amores impetuosos y todo mi crecimiento como personaje en el mundo de Ottery. Sí, el Circo había sido mi primer negocio desde chiquita, trabajando en él primero y convirtiéndome en su dueña después. Sí, el Circo era mi historia...

 

Pero estaba muy tranquilo.

 

El interior de mi carromato era un puro desastre. No permitía a Harpo que entrara (aunque él se colaba a veces para ordenar). Me gustaba el desbarajuste que reinaba en él y que al elfo le ponía de los nervios. Me quité el chaleco rojo de lentejuelas y lo tiré encima del camastro, atestado de ropa. Me puse a silbar. Me senté delante del tocador y empecé con la rutina de quitarme el maquillaje. Llevaba media cara, una ceja, las mejillas y poco más cuando un avión chocó contra mi cabeza. Siempre me olvidaba de arreglar el cristalillo de la ventana, por donde se había metido. Le miré, sorprendida. ¿Quién me enviaba eso en vez de una lechuza? Lo agarré al vuelo cuando intentaba atacarme de nuevo y leí.

 

No entendí nada, o mucho. Olisqueé y el pergamino parecía que había pasado por algún lugar con fuego porque olía a ceniza. La letra reconocible era de Anne, mi compañera Warlock, y decía algo así como que me necesitaba en la Gaunt.

 

-- ¿Ahora? Ni en broma me muevo de aquí.

 

Pero después releí y me pareció entender un "urgentemente"; aunque también podía significar que le trajera algo de menta, a saber... La tinta se había corrido un poco.

 

-- Eso le pasa por utilizar pergamino de mala calidad -- murmuré.

 

Me levanté y me puse una chaqueta gris merengo sobre mi camisa rosa. Salí del camerino sin darme cuenta que no me había quitado ni la faldita roja de lentejuelas ni las medias blancas, ni la mitad del maquillaje. El sombrero rojo sí, ese lo había tirado junto al chaleco al entrar, así que mi pelo violeta lucía alborotado. Decidí aparecerme delante de la Gaunt y cerré los ojos.

 

El tirón me llevó allá, aunque un poco más y me trajo la verja de entrada. La última vez que había entrado allá, mil años ha, parecía diferente. Tomé aire con fuerza; odiaba las apariciones. Después me quedé a medio camino de respirar. El castillo, al menos lo que se veía desde mi posición, estaba hecho añicos.

 

-- ¿Lo ... qué...? ¡¡Demonios!!

 

Esto último fue por el chillido enorme de un dragón.

 

-- ¡¡Anne!! -- grité. No corrí. Una señorita no corre y menos si lleva puestas las mallas del circo y las zapatillas de equilibrio. Pasé con cuidado por algunos cascotes y volví a gritar. -- ¿Anne? ¿Por qué dejas dragones sueltos? ¿No sabes que el departamento de Criaturas lo prohíbe? Mira que si te multan... siendo guarlo... ¿¡Anne!? ¿Estás viva?

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El dhampir, sentado en el suelo de Avalon y con la cabeza apoyada en el tronco de un gran roble, meditaba, expulsando todo lo malo de su mente y cuerpo y agradeciendo a Gaia por la confianza depositada en su persona. Su esencia estaba en paz con el universo, sus dones fluían por sus poros con la lentitud propia de su respiración, acompasada esta con el mismo viento que removía su cabello. Aquel inusual trance funcionaba también como practica y enfatizaba la de ya de por si conexión que sostenía con los animales de gran tamaño, fuesen o no fuesen de su elemento natural. Luca era un guerrero nato, con espíritu aventurero y alma cándida, le costaba horrores llegar a aquel nivel de concentración, sin embargo cuando lo lograba su magia era capaz de sorprender hasta al mas regio de los magos.

 

Inhalo, sonriendo al entrar en contacto con un gran felino, el cual estaba jugando con dos de sus criás, de apenas meses. Exhalo, convencido que la vida era preciosa y digna de salvar. Siempre lucharía por ello, fuese contra fuese. Estaba a punto de levantarse e irse, probablemente a la torre este, cuando una energía distinta lo perturbo, acelerando su corazón. Un temblor asolo la tierra donde se hallaba. Cuando la adrenalina crepitaba, le era muy complicado captar lo que la madre naturaleza le decía, pero esta vez fue distinto, tal vez porque Sagitas, una compañera sacerdotisa de gran poder estaba involucrada en el asunto. Cerro los ojos y eligió ver lo que ella veía. No tardo en captar una mansión en ruinas, unos gemidos lastimeros y un rugido de lo que parecía ser un dragón. ¡¿Que?! Exclamo.

 

La conexión se corto, tal vez por su ensimismamiento. ¿De verdad la Potter Blue estaba enfrentándose sola a una bestia así? Él bien sabia cuales eran las armas de tamaña cosa, pues Norberta se las había mostrado varias veces en los entrenamientos en conjunto con su mujer. No tardo en ponerse en pie, agarrar la varita con fuerza y desaparecerse en dirección a donde sabia se hallaba la fémina.. La rapidez con la que había hecho el encantamiento hizo que su estomago se retorciese. No le dio importancia. Acudía al llamado de una camarada y eso era suficiente. El verde césped en el que había hecho acto de presencia contrastaba mucho con los arboles quemados que se encontraban a no mas de un metro de su figura – Aqua – Pronuncio, lanzando un potente chorro de agua a un banco de madera. Por nada del mundo dejaria que el fuego se extendiese.

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- ¡¡Mi oveja!! -siguió gritando mientras intentaba acelerar el paso hacía el castillo, pero hacía un rato que no avanzaba, al contrario, después de un buen zarandeo de Anne, había acabado en el suelo. Pero las lágrimas le impedían decir o hacer nada. Su oveja seguro que había servido de aperitivo de aquel bicho escupe fuego.

 

Comenzó a temblar y no precisamente de frío, tenía más miedo que vergüenza, y eso que siempre había sido una intrépida, a su estilo, pero siempre al fin y al cabo. ¿Cómo había estado un dragón en el fondo del castillo Gaunt y nadie se había dado cuenta? Anne había llevado toda la razón cuando dijo que era demasiado grande como para que fuera su huevo... Aunque espera, ¿eso significaba que habría en un futuro dos dragones?

 

- ¡¡LOCA!! -gritó de nuevo sintiendo su garganta ardes ya-. ¡¡SI ESE DRAGÓN NO ES DE TU HUEVO SIGNIFICA QUE HABRÁ DOS EN UN FUTURO!! -sus ojos parecían salirse de sus órbitas, pero peor fue cuando su madre le echó unos polvos por encima. ¿Encima quería envenenarla? No tenía vergüenza aquella bruja-. ¡No me vayas a drogar ahora! -se puso seria y cruzó los brazos, frunciendo el ceño-. La que mete animales indebidos en el castillo no soy yo -mientras decía todo aquello la matriarca Gaunt la había alejado lo suficiente del castillo. Tanto que se encontraba casi fuera del lugar junto con Shito y su hijo Edward-. ¡AY, MI HIJO! -dijo mientras besaba su frente-. Menos mal que tu abuelo es un cielo y te cuida -le acaricio la cabeza como si de un perro de tratase para después besar cariñosamente la mejilla del sacerdote.

 

Su mirada volvió a dirigirse a lo que quedaba de castillo y cuando vio al dragón juguetear con lo que parecía el fénix, Mery comenzó a llorar. Seguramente su oveja estaría ya en el intestino grueso del dragón, al igual que su potro, Robi y Ka. Las lágrimas caían como cascadas por sus mejillas, estaba realmente angustiada la pelirrosa, tanto que cayó de rodillas al suelo y agarró el final de la túnica de su madre.

 

- Maaamiii -decía entre pucheros y llantos-. Dale a Edward Thomas al dragón de tributo -seguía llorando como un bebé-. QUIERO MI OVEJAA -se apoyó en las piernas de la Gaunt-. Incluso dale a Sarah, ¡ME DA IGUAL! -y entre sus gritos y llantos desconsolados, una voz realmente conocida para ella llegó a sus oídos.

 

Alzó la cabeza y abrió sus ojos aguados para ver el pelo violeta de Sagitas. Se quiso levantar, abrazarla y llenarla de besos, pero no tenía fuerzas después de llorar tanto. Así que solo la miró mientras seguía haciendo pucheros.

 

- Saaa...gi..taas... -susurró mirándola-. Se a comido a mi oveja ese bicho -señaló al dragón con el brazo tembloroso-. ¡¡MATALO!! -y comenzó a llorar desconsoladamente otra vez.

 

Y como si aquel circo ya ni fuera poco, que podría haberlo sido, un chorro de agua a lo lejos hizo que un fuego dejara de avivarse y extenderse. ¿Y ahora quien era aquel personaje? La vista llorosa de Mery no ayudaba para descubrirlo, así que gateando se acercó hasta Sagistas, se abrazó a sus piernas, y siguió llorando fuertemente.

 

@@Lisa Weasley Delacour @ @

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La escena que estaba presenciando el Van Halen era digna de enmarcar. Pero por lo penosa que era. En vez de estar intentando, aunque sea, frenar los destrozos que el dragón estaba causando en la propiedad, las féminas estaban sollozando y consolándose una a otras. Acelero el paso, poniéndose entre la bestia y ellas. A fin de cuentas, él había nacido para aquello; defender de forma activa la vida humana – Potter Blue – Llamo a sus espaldas, rogándole a Merlín de que la mujer entrase en razón y asumiese el control de sus actos – Intentare frenarlo lo mas que pueda – Una sonrisa torcida apareció en sus labios, sintiendo la adrenalina propia de un buen desafió – Intenta no morir en el intento de sacarla de aquí.

 

- Morphos, morphos – Dos efectos y a la velocidad del rayo. Ambos dirigidos a dos piedras de tamaño parecido, pero de lugares diferentes. Las rocas elegidas, aproximadamente de dos metros de envergadura cada una, mutaron, transformándose en bellas y jóvenes águilas. Los reyes del cielo graznaron con vehemencia, haciéndole ver al dhampir que estaban dispuestas a seguir sus ordenes, fuesen cuales fuesen – Volad alrededor de él, picarle los ojos si es necesario – Matar o siquiera herir a una criatura así era casi imposible y tampoco estaba en sus planes. Lo mejor era conservarlo en buen estado para que luego, en unos meses, pudiese volver a su lugar de origen, que de seguro fue sacado de allí a la fuerza.

 

Sintió movimiento tras su espalda, probablemente estaban dilucidando que hacer. Tenia esperanzas de que alguna, omitiese el miedo, y lo ayudase. Con un ademan de su mano, hizo que debajo del animal alado saliesen unas gruesas ramas de color verde, aprisionándole, impidiendo sus movimiento. Estaba muy limitado, porque no quería revelerse como fenixiano. No por miedo, sino por respeto a su bando, a Lisa y a su mujer. Que estuviese tan quieto todo no era buena señal, algo mas allá de lo que estaban viendo pasaba. Lo sintió de inmediato – Aquea – El rumano ataco, llamando la atención de su ahora enorme rival y evitando que una llamarada asase a sus pequeños aliados – Ottery sorprende cada día mas - Murmuró

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