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Confesionario de las Lamentaciones (MM B: 87865)


Reena Vladimir
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La tranquilidad de aquel lugar en realidad hacia sentir a las personas el peso del silencio y las hacia conscientes de lo bullicioso que era el exterior e incluso los propios pensamientos. Cye desde la primera vez logro tranquilizar el espíritu, la ayuda que brindaba aquella sencilla edificación a quienes en realidad la necesitaban y estaban abiertos a la experiencia era significativa, por eso aquel día estaba de vuelta.

 

--Supongo que vine a descansar-- contesto la rubia a la pelivioleta, mirándole con interés al escuchar la motivación de su cuñada. --Son dias raros Sagitas... Nada es como era y todo parece girar de una forma que no logramos ver el rumbo-- se mordió el labio, a veces ese tipo de percepciones montaba un peso sobre su ser y una incertidumbre sobre el mañana que terminaba por deprimirla.

 

--Vamos a estar bien, pase lo que pase-- aseguro tratando de convencerse a si misma y como si el universo conspirara para fortalecer las palabras, la energía de Reena se hizo presente en el recinto. Las orbes celestes la buscaron hata que la peliroja se dejo ver.

 

--aprovechando que estamos las tres deberíamos hacer algún ritual para fortalecernos-- sugirió la Lockhart contenta de estar con dos de las personas que más respetaba y quería en el mundo mágico, sin que llevaran su sangre.

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  • 1 mes más tarde...

¡Cuánta razón tenía mi cuñada! No sé si ella o Reena lo necesitaban pero yo sí, sin lugar a dudas. Necesitaba un ritual de purificación que eliminara esa sensación de cansancio por la vida que había estado llevando esos días, meses e incluso año. Estaba literalmente cansada, necesitada de purificar los actos que me dejaban dolorosamente triste por situaciones insospechadas que no me gustaban y que, sin embargo, no quería arreglar.

 

Así, entendía la paz que había en aquel Confesionario que hacía tiempo que no pisaba, tal vez porque sabía que allá me sentiría bien y me sentiría mal. Todo lo impuro que había hecho o provocado, saldría al exterior y me atormentaría. No era algo que quisiera en mi vida cotidiana pero , al estar allá, en el Confesionario, al lado de mi cuñada, un apretón en el corazón (¿o quién dice que no fuera en el alma?) me hizo mantenerme en silencio y reflexiva.

 

-- Son días raros, sí, Cye... -- le confirmé sus palabras que parecía vaticinar raros y difíciles sucesos que acaecían en estos días en el pueblo pero también dentro de nosotras mismas. La conocía, sabía que a ella también le pasaba algo. Repetí como una mantra su siguiente frase: -- Sí, vamos a estar bien...

 

¿Lo íbamos a estar? No estaba segura, todo era como un sinsentido que, de dejar que se quedara dentro, se enquistaba.

 

-- Sí, necesito una ceremonia de purificación -- afirmé, triste.

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Tres almas, tres vidas, tres destinos, únicos, diferentes y a la vez parecidos. Reena, Sagitas y la propia Cye guardaban en su interior como caja de pandora dudas, incertidumbres y también certezas de cosas venideras, que se iban a desarrollar como tuvieran que desarrollarse, y más vale que así lo entendieran y asimilaran o se pasarían días y horas valiosas pensando en lo que no se puede cambiar y desperdiciando de la manera más tonta energía y tiempo.

Aaaaah el tiempo cosa maravillosa, inescrutable y cierta, algunas veces largo y otras solo un suspiro. Y Hablando de tiempo, ¿Cuánto de ese tiempo Cye tenía allí sentada o parada? ¿Cuánto hacia que no abrazaba a sus hermanas y amigas no solo con los brazos, sino con el corazón? Mucho, o quizás nunca como lo sentía en aquel momento.

--Te quiero cuñadita— le dijo lanzándosele encima y abrazándola, claro que su intensión no era tirarla al piso, o caerse ambas, pero no dependía de ella que la pelivioleta perdiera el equilibrio con la sorpresa y mucho menos que arrasaran con un par de velas que podían esparcir la cera fuera del lugar previsto, si, si, porque guste o no, los imprevistos ocurren con más frecuencia de la que se espera o se cree.

En el vuelo alcanzo a decir –A ti también te quiero Reena--

 

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Creo que mi tristeza no me hizo ver que Cye también lo estaba y que Reena se había escondido en algún lugar del confesionario para que no la viéramos. Supongo que, por eso, me sorprendió que mi cuñada se me tirara encima y me abrazara.

 

-- ¡Dioses, Cye, que me tiras!

 

En realidad, mi protesta era boba puesto que me alegró mucho sentir aquel contacto humano. Últimamente, estaba muy falta de ese contacto y me sentía sola. Nada que no se curara con una tarde con la familia al lado del estanque pero es que ni tiempo para eso tenía. Por ello, agradecí correspondiendo al abrazo con más fuerza; mi cuñada parecía detectar cuando alguien necesitaba esto.

 

-- Ay, yo también te quiero, ¿sabes? Y te hecho mucho de menos. No sé porqué me he vuelto tan poco sociable que no participo de más actos con la familia -- confesé. -- Siempre me amparo en que tengo demasiados negocios, demasiado trabajo en el Consejo de Warlocks, que el niño, que si Matt, que si... Creo que me estoy perdiendo algo por el camino.

 

Acababa de confesar que necesitaba más contactos como el que ella me acababa de dar.

 

-- Yo también te quiero, Reena -- imité a mi cuñada, para que mi sobrina supiera que también era bienvenida al Centro de Abrazos gratis. -- Creo que deberíamos estar juntas más a menudo, me haces sentirme mejor sin necesidad de tomar ninguna herbovitalizante, Cye.

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-¿Herbovitalizantes? ¿Qué te crees? Mis abrazos son mágicos- expreso la rubia ante las palabras de su cuñada, intentando no reírse de ella misma, claro que no había perdido de oído lo dicho anteriormente por la Potter, ni tampoco la energía que acompaño a ese mensaje, la verdad es que ella también se había alejado, haciéndose poco sociable, el miedo muchas veces hace que las personas se retraigan, se aíslen como si fuera la solución, cuando en realidad solo roba momentos de la vida.

-Pues organicemos una reunión loca o “La fiesta del abrazo” así todos tendremos que darlos y recibirlos- en realidad no era mala idea, el contacto que se generaba por aquella intención y acción era de lo más bonito, pero con frecuencia se olvida disfrutarlo y regalarlo, como si costara mucho.

-Y por cierto, yo también te he extrañado, a ti y a tus locuras, mucho, mucho, mucho- acto seguido le estampo un sonoro beso en la mejilla a la bruja y se giro para buscar con los ojos a Reena, pues aunque no le veía, sabía que estaba en algún lugar de aquel confesionario.

-Reeeeena ¿vamos a jugar a las escondida? Vaya lugar para ello, no seas tramposa que te conoces cada rincón- concluyo con las manos en la cintura a forma de jarro esperando que de alguno de los recovecos visibles emergiera la figura de la pelirroja.

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-- ¡Me has hecho reír! -- conseguí decir después de soltar un par de risotadas que me llevaron casi al llanto. -- Mira que no tenía nada de ganas pero ese comentario de que tus abrazos son mágicos...

 

Aún me puse la mano en el pecho para acallar los hipidos de la risa que aún me salían. Asentí mientras recuperaba el sosiego y me ponía un poco más seria. Al fin y al cabo, estábamos dentro de un confesionario.

 

-- Pues me gusta la idea de organizar una fiesta de abrazos. No te creas, creo que el desánimo aparece por todas partes del pueblo, como si un dementor estuviera consumiendo la alegría de sus habitantes. ¿Tú crees que la gente se animaría a participar?

 

Lo dudaba. Las últimas actuaciones en el pueblo me habían producido un mal sabor de boca y me habían hecho pensar que no teníamos solución y estábamos abocados al fracaso con nuestras acciones pasadas. Pero si alguien podía conseguir milagros, ese era Cye con su bondad innata; le levantaba el ánimo a cualquiera.

 

Como ahora, conmigo. Acababa de decir que me había echado de menos, a mí y a mis locuras, y me sentía halagada y feliz. Había entrado en aquel lugar sagrado a punto de llorar por lo mal que me sentía y, ahora mismo, me sentía feliz y energitizada por sus comentarios. Era la positividad hecha persona.

 

-- ¡Yo también te eché de menos! Espero que no te vayas de nuevo porque me asustas cuando desapareces. El pueblo está girado y a veces dudo sobre qué está sucediendo y si merece la pena continuar con la lucha. Echaba de menos tu forma de ver la vida. Yo me vuelvo pesimista cuando tú no estás, así que no te vayas de nuevo.

 

El beso de Cye fue maravilloso. La sonreí.

 

-- Sí, veamos si Reena sale del escondite o tendremos que ir a buscarla.

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  • 4 semanas más tarde...

Por algún est****o motivo, no soportaba el estar rodeado de gente las veinticuatro horas del día. Y es que así era la mansión de los Black Lestrange. Gente recorriendo los pasillos a cada hora del día, aprovechando de los grandes salones para sus encuentros sociales. Incluso al interior de su dormitorio, sin importar la hora que fuese, podía seguir escuchando los pasos de los habitantes deambulando. No es que fuese un mal agradecido, puesto que Mia le había hecho un gran favor al aceptarlo como miembro de aquella renombrada familia. Pero más pronto que tarde se dio cuenta que eso, por más que le gustaría ser parte, no era para él. Quizás era por el hecho de que la última década se la había pasado recorriendo el mundo, completamente solo. Con alguno que otro fugaz acompañante, cuya participación en su viaje no daba ni para recordar sus nombres.

 

Incluso, y ya desde hacía un tiempo, había dejado su trabajo en el ministerio. Aunque el Departamento de Cooperación Mágica Internacional tenía un personal reducido, y se había llevado relativamente bien con sus compañeros, no podía. Simplemente no podía permanecer allí demasiado tiempo, y aunque necesitaba generar ingresos, pues debía alimentarse y vestirse, prefirió abandonar su puesto y dedicarse a recorrer el país, pero siempre, sin importar cuánto se alejase, siempre regresaba al callejón. Curiosamente, lugar que estaba repleto de un variopinto de personas y criaturas. Necesitaba un tiempo para él, pero no un tiempo a solas, de eso había tenido suficiente. Necesitaba tranquilidad, una buena plática, tranquila y sin apuros. Sin vicios de por medio que entorpecieran los sentidos, como terminaban sus encuentros en los diferentes locales nocturnos del callejón.

 

En cada lugar que posaba sus ojos durante su andar, una sensación bastante cercana al asco invadía su boca, al verlos atestados de gente. Fue entonces que la vio. Una ermita. Humilde, que emanaba una tranquilidad de sus murallas. Era exactamente lo que andaba buscando, o que al menos creía andar buscando. No es que fuese religioso, o nada por el estilo. Sus días como soldado en la guerra, tras ver toda la crueldad del hombre, lo había alejado de aquellas creencias. Aunque entendía la importancia de la religión. "Es lo que evita que el pobre asesine al rico" recordó haberle oído a uno de sus hombres en aquella época. Y cuanta verdad había en esas palabras. Pero aún dentro todo, era capaz de reconocerle que la tranquilidad que les daba la Fe a los hombres, incluso en la adversidad, era una cualidad admirable, incluso envidiable. Una que él, carecía por completo. Porque lo último que había dentro de él era eso, tranquilidad.

 

Como era de esperarse, pues ésta no era la primera vez que ponía pie en un sacro lugar como aquel, el lugar era hermoso, pero su belleza no se encontraba en su opulencia, si no en su sencillez. El lugar, «Gracias» se dijo a si mismo; estaba vació, o al menos eso parecía. No quería sentirse como un invasor, y llegar hasta el fondo del pasillo. Por lo que prefirió sentarse en una de las banquillas que se encontraban hasta el final del lugar. La madera se sentía bien bajo sus piernas, eran antiguas, pero bien mantenidas. Y allí, después de mucho tiempo, pudo encontrar lo que quería, lo que necesitaba.

 

Silencio.

 

 

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Mortífago por Siempre



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Ex-Vampiro ~ Ex-Nigromante (Los 4 Guardianes de la Triada) ~ Ex-Rolero


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Estaba dentro de la sacristía, el lugar donde Reena y yo teníamos un pequeño camastro junto al armarito de las velas, los inciensos y demás utensilios pequeños que solíamos dejar en el Confesionario. Era hora de cambiar las flores de la zona del Altar y necesitaba aquel jarrón de cristal esmerilado que mi sobrina guardaba en algún sitio. No lo encontraba. Suspiré varias veces por la infructuosa búsqueda y he de reconocer que solté alguna maldición cuando mis intentos de abrir cajones se convertían en vanos esfuerzos.

 

Sí, no soy una sacerdotisa típica de buenos sentimientos y mejores modales. Para eso estaba Xell, mi otra sobrina, la hija de Reena. Yo era más exaltada y de emociones volátiles que tanto me hacían sonreír ante el eclosionar de un Augurey bebé y permanecer horas en silencio ante la belleza de ese horrendo ser sin plumas, como buscar la acción en apariciones simultáneas y no controladas para atrapar a quien se atreviera a profanar alguna criatura en el Bosque Prohibido.

 

No era una sacerdotisa buena, de carácter dócil. Era una buena sacerdotisa de armas tomar en la defensa de la Madre Tierra y la Fauna y Flora que la conformaban. No era una Sacerdotisa oscura. Era una sacerdotisa que no dudaba en usar todos mis conocimientos mágicos, adquiridos en los Centros de Enseñanza tradicionales de nuestra comunidad, así como algún que otro "aprendido" en lugares nada frecuentados por docentes de Hogwarts o académicos del Ateneo londinense. Alguna vez, incluso, me había convertido en la Némesis de algún suceso y había borrado toda señal de mi paso por el lugar usando métodos poco tradicionales e incluso no permitidos. Un vecino del pueblo no podía aceptar que se supiera según qué incidente. Una Warlock no podía permitirse siquiera que se sospechara ninguna leve implicación en ellos.

 

Así era yo. De carácter fuerte, de carácter amable; comprensiva, intransigente; feliz con el presente, a quien le pesaba el devenir... Todas esas contradicciones conformaban a la Sagitas que ahora buscaba un jarrón de vidrio y soltaba algún que otro improperio porque no lo encontraba. También es cierto que me creía sola en el lugar y que me sentía más libre de caminar descalza por las losas de piedra del confesionario y con el hábito marrón arremangado hasta las rodillas, recogido por el cinturón de cáñamo de la cintura. No era la imagen sacra de una sacerdotisa tradicional pero yo, ya lo he dicho, no lo era.

 

Así, tras una búsqueda vana y estéril en la Sacristía, recordé que mi sobrina había puesto flores blancas al lado de la pila bautismal de la entrada. Mi salida del interior fue brusca y ruidosa. Mis talones desnudos arrancaron gemidos en la piedra dormida, mis pasos firmes me llevaron hasta la misma en menos tiempo del que hubiera invertido en presencia ajena. La calma había huido de mis modales y los andares reflejaban mi esencia indómita y salvaje que tanto me habían recriminado en el pasado los Shamanes y la Suma Sacerdotisa de Avalon, durante mi novicio.

 

-- ¡Maldito búcaro! Te he estado buscando durante horas ahí dentro. ¿Por qué no estás en tu sitio? Me has hecho perder mucho tiempo -- le dije al jarrón, como si pudiera escucharme y pudiera pedirme perdón por su desacato. Lo tomé con cuidado. Era un jarrón precioso y frágil que siempre temía se rompiera en mis patosas manos. -- Tus lirios están ajados. Te pondré flores lindas y olorosas. Ya verás como...

 

Me detuve en seco. Unos pies... Un cuerpo masculino... Un hombre sentado en la última fila. En silencio...

 

Me quedé observando aquel personaje de aire despreocupado que ocupaba uno de los bancos de madera. Su cabello rubio y su piel clara destacaban en la sobriedad lumínica que nos rodeaba. Era... interesante... ¿Meditaba o sólo contemplaba la soledad del Confesionario? Me di cuenta de lo indecoroso de mi imagen e imaginé a Reena chasqueando la lengua en un gesto de desagrado; su hija Xell, sin embargo, se hubiera reído y hubiera contado la anécdota a todos los miembros de la familia... Aflojé el cinturón en un gesto rápido y el hábito recuperó su largura habitual, casi tapando mis pies desnudos.

 

No podía permanecer más en silencio, sobre todo porque ya lo había roto con mi ajetreado caminar y mis fluidas palabras sin control en la pila.

 

-- Bienvenido, viajero, al Confesionario de las Lamentaciones... ¿Puedo preguntarle por las intenciones de su visita? ¿Meditar...? ¿Confesarse...? ¿Tal vez hospedarse...?

 

No sé porqué no sentí miedo. Supongo que una ya se acostumbra a ver a todo tipo de visitantes y reconoce cuando alguien sólo quiere estar en algún lugar tranquilo, lejos del mundanal ruido.

 

 

@Cedric

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  • 3 semanas más tarde...

JACK BLACKNER

 

Aunqeu fuera extraño, no era precisamente asiduo a aquel negocio. A veces acompañaba a Sagitas durante sus visitas a los locales, pero sin embargo sentía cierto respeto por aquel que me empujaba a no pasar, a dejarlo como un espacio en el que solo Sagitas se movía.

 

Por eso, me llamó la atención ser citado alli.

 

Atravesé la puerta, levitando. El interior era fresco y silencioso, lo cual me daba cierto respeto. De no ser por que era un fantasma, habría temido que mis pasos provocaran demasiado ruido y alterasen la calma que se respiraba.

 

Donde estaría Sagitas? Ella me había llamado...

 

- NIña? - dije. No grité, pero sin embargo, mi voz me sonó demasiado estridente para el lugar, y temí que alguien saliera a regañarme. - Ya estoy aqui

 

A lo mejor estaba en la parte de atrás, o en los jardines, asi qeu comencé a levitar, buscándola, para salir de mi curiosidad. Había estado hablando de algo durante los últimos días e la potter black, y la verdad, esperaba...no sabía qeu pensar. Era peligroso para ella. Aunqeu injustamente era algo qeu me ilusionaba, los riesgos qeu encarnaba me daban miedo.

 

- Donde te escondes? - dije, bromeando

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Terminé de poner las velas encendidas alrededor del árbol. Eran pequeñas bombilitas de luz que lo rodeaban como ancla al que saber volver si la ceremonia iba mal. Por supuesto, era peligroso. Tenía poca información y la única referencia que había encontrado estaba en el libro que había conseguido prestado en la biblioteca de la mansión Snape. No era algo agradable lo que iba a hacer pero, si lo conseguía, merecería la pena.

 

Llevaba encima puesto sólo el saco marrón, un sencillo hábito oscuro que debería quitarme durante la ejecución de la ceremonia. Quedarme desnuda delante de Jack no iba a ser ningún problema. El sacrificio sí, lo era. Eso me hacía dudar, él no lo aceptaría y tendría que obligarle a que me dejara hacer. Era mi decisión y mi orgullo poder cumplir con todos los requisitos de la ceremonia aunque sabía que no todos los admitirían.

 

Por ello, no lo había dicho a nadie aunque en el libro ponía claramente que, al menos, deberían haber dos personas vivas vinculadas al sacrificio para hacerle volver al mundo terrenal. Algo me dijo que podría volver con él sin problemas.

 

Merecía la pena intentarlo.

 

Su voz me sacudió y me giré hacia la ermita, Jack ya había llegado. Él sabía, más o menos, lo que pretendía, puesto que me había visto devorar el libro y tomar notas sobre la realización de aquella singular ceremonia, pero no estaba segura de que entendiera todo lo que iba a hacer porque no me dejaría, estaba segura.

 

Entré con paso firme a la ermita por atrás y accedí a la zona del confesionario por la sacristía. Allá estaba. Jack lucía tan bello como siempre. O tal vez más... El Amor es una arma peligrosa que no te deja ver más que el doloroso placer de querer estar a su lado, cueste lo que cueste.

 

-- Aquí, Jack, aquí estoy... Ven... Recojo ésto que necesito y podemos ir a los jardines, donde te necesito.

 

Por "ésto" me refería a mi hoz de plata de sacerdotisa y a una poción adormidera concentrada que debía beberme entera para...

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