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Museo Night (MM B: 105846)


Luna21
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Mientras ella continuaba siguiendo los pasos de la enigmática joven de cabello negro le escuchó nombrar a una de sus familias, la Rambaldi en donde había encontrado mucho cariño y maravillosas personas desde el momento de su llegada, aún así no le era familiar la persona a la que ella había mencionado, - Me temo que no tengo el gusto de conocer a esa bruja de la cual me comenta, realmente yo volví a Londres hace solo meses y a mi llegada a la familia ella ya no estaba. Yo soy familia adoptiva de los Rambaldi por parte de una hermana que aprecio mucho - le respondió a la joven a la vez que pensaba como eran las cosas de la vida que tenían una conexión en común aun así por lo que podía escuchar ya no estuviera activa.

 

De pronto la escucho reír como si en algún momento de lo dicho anteriormente algo hubiera resultado gracioso, y el hecho de que incluso lo agradeciera le causo demasiada curiosidad, ya que por mas que trataba hacerse una idea de la persona que tenía frente a ella solo lograba que el desconcierto con respecto a la joven fuera mayor con el paso de cada minuto.

 

Estaba a punto de preguntar que había resultado tan divertido cuando la bruja le extendió la mano a modo de saludo acompañando el gesto con la sentencia de que había ganado una buena amiga, así que prefirió guardar las preguntas por ahora y corresponder educadamente al saludo, - Creo que podría decir que el gusto es mio, y que si consideras brindarme tu amistad de forma tan sincera lo justo sería hacer lo mismo, y puedo decirte que soy muy leal a las personas que considero amigos y tengo la dicha de apreciar y valorar en mi vida - le dije con una sonrisa pensando a su vez que de este modo además de poder tener a alguien que brindará amistad a su vida también podría tener la oportunidad de compartir un poco más de tiempo y averiguar que tanto podía encerrar y significar la joven Kutsy Stroud.

 

Continuó su camino junto a ella mientras le respondía a lo que antes le había preguntado, ya que no creía que esa joven frágil pudiera causarle daño alguno, al llegar junto a la estatua y escuchar todo lo que ella tenía para decir, noto que su respuesta era algo mucho mas de lo que trataba de explicarme, una respuesta de ese tipo solo se es capaz de darla cuando se ha estado de los dos lados de esa situación, quien causa el daño y quien ha sido dañada en determinado momento por quien no esperaba tal vez.

 

Tal vez eso era lo que había visto en su mirada desde el momento en que captó su atención, a alguien tratando de juntar las piezas rotas que quedaron después de que alguien que pasara por su vida la alterara de tal modo a punto de romperla en pedazos, y supongo que en esto podría ayudar un poco, ya que si me había ofrecido su amistad era mi deber velar porque tal vez pudiera encontrar algo que le hiciera terminar de sanar, así que bien podría ella intentarlo.

 

- Algunos cambios siempre serán para mejor, y incluso algunas alteraciones del camino te pueden llevar a encontrar luz - le dije mientras le dedicaba una sonrisa para que entendiera en ese gesto que si necesitaba a alguien con quien contar podía hacerlo conmigo. - Continuamos - dije al pasar por su lado, rumbo a la siguiente sala, supongo que ahora podía ir al frente esperando que ella tomara mis palabras en serio.

 

 

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Espere por la respuesta de la joven bruja y al escucharla no pude evitar humedecer mis labios mientras mi sonrisa denotaba aun más mi alegría por aquel encuentro, no concertado, realmente la señorita Delacour era muy lista de eso no había duda, y por supuesto jamás lo negaría, tal vez se debía a la claridad de sus pupilas que era capaz de mirar más allá de lo que mi propia oscuridad había consumido o era que en realidad mi corazón humanizado delataba mis verdaderos sentimientos. Intuía que de ahora en adelante sería como andar en un oscuro túnel, segura de que al final había luz, al menos eso sentí cuando fue ella quien marcaba los pasos a seguir.

 

Tiene usted razón, a veces las alteraciones pueden tener un final feliz –comenté justo en el momento en que ingresábamos a una sala donde las luces bajaban de tono cada tanto y la temperatura del lugar era inusualmente más fría –supongo que es para una mejor conservación de las pinturas –dije con distracción recordando que a Ethan le gustaba el arte y que el castillo estaba plagado por un sinfín de pinturas, esculturas y alguno que otro artefacto que seguramente ese museo apreciaría mucho –pero he de comentarle que la oscuridad no es tan terrible –me detuve justo frente a una obra que me hacía pensar en que incluso en la oscuridad más insondable la luz existe –después de toda una no pude existir sin la otra.

 

Sabe señorita Delacour, es agradable poder conversar con una persona de cada una de estas inquietudes –guardé silencio un momento –casi siempre son para mí conversaciones internas, hace unos meses que mi familia ha desaparecido casi por completo, sólo mis dos hijas pequeñas y yo quedamos en el castillo de la familia Lenteric –extrañamente no sentí dolor o pena por contar aquella verdad, no al menos al lado de esa dulce joven –y estoy segura de que no conoció a la bruja que mencioné hace un momento, ella se marchó mucho antes de que yo decidiera dejar la familia, aunque he de confesar que una vez Rambaldi jamás uno deja de serlo –por supuesto lo decía la mujer que había pasado por varias familias en Ottery sin encontrar una en la que realmente pudiera permanecer por más de un par de meses.

 

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Sus pasos firmes y seguros resonaron claramente sobre el piso de mármol que cubría algunas de las salas. Se sentía tan a gusto teniendo esta conversación con la joven Stroud que había olvidado por completo el hecho de que tenía montones de pergaminos por revisar en su Oficina, y aún si lo recordará la verdad en este momento le interesaba en lo más mínimo el interrumpir el agradable recorrido del cual estaba formando parte.

 

Escuchar a la bruja continuar su camino con ella le había alegrado sobre manera ya que estaba disfrutando de cada segundo, y el escucharle darle la razón le agradaba aún más ya que en cierta medida indicaba que estaba dejándole entrar un poco en lo que sea que la tuviera tan pensativa y melancolica.

 

Llegamos a una nueva Sala en la que le preguntó por el hecho de que las luces oscilarán y el clima estuviera un poco más frío. - Es que los cambios de luz es porque en esta sala hay diversos cuadros que dependiendo de la luz que incide en ellos nos muestran características especiales que no se notan con una luz fija, algo que nos prueba que la belleza puede encontrarse incluso en los lugares más oscuros - respondí a la joven de mirada única mientras escuchaba sus palabras y asentia a la veracidad de las mismas.

 

Era interesante como poco a poco iba logrando que fuera mostrando cada vez un poco de si, tanto hasta enterarme que tenía dos pequeñas hijas y que vivían solas en el castillo de su familia. Supongo que debía ser muy duro encontrar la fuerza necesaria para no denotar tanta tristeza y dolor frente a ellas lo que hizo que mi curiosidad y ahora admiración por la mujer frente a mi fuera creciendo. - bueno creo que esta de más decir que ya no tienen que ser solo conversaciones internas, me han dicho que soy buena para escuchar a las personas - le dije esperando que con esto pudiera ir sintiendo confianza hacia mi para que pudiera darle muy apoyo.

 

Cuando dijo que una vez Rambaldi nunca se deja de serlo no pude evitar sonreír, quería mucho a mi familia y a cada uno de sus miembros así que entendía esas palabras mejor que nadie ya que se que no podría dejarlos de ver nunca como familia.

 

- y como se llaman las pequeñas? - pregunte sabiendo que podría ser un tema sensible pero en lo poco que había podido ir conociendo de la señorita Stroud sabía que eran lo más importante para ella.

 

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Detuve mis pasos al percatarme de que estaba monopolizando la conversación, situación que en definitiva una buena amiga, inesperada o no, hacía así que me giré a mi derecha y luego a mi izquierda, al igual que lo hacen los niños pequeños cuando quieren contar un secreto, me acerqué hasta su costado derecho y le susurré al oído –le diré el nombre de mis hijas, si me cuenta algo más de usted –la miré con una sonrisa y el corazón en calma al tiempo que divisaba una de esas bancas en las que Alec me había tratado al igual que cenicienta.

 

Seguramente él me había olvidado y no culpaba, en lo absoluto, le recordaba con nitidez porque no sólo había sido mi prometido si no el hijo de una mujer de la cual nunca más volví a saber, mucha gente que conociera se había marchado o desparecido misteriosamente así que tener a Dennis a un lado mío me daba esperanzas para crear nuevos lazos en Londres –¿le parece si tomamos asiento? –Le pregunté dirigiendo mis pasos a esa banca de madera, tal vez no era la misma, seguramente muchas remodelaciones existieron durante los últimos dos años.

 

No pude evitar suspirar al darme cuenta que aunque intentará alejarme a miles de kilómetros de algún modo u otro los recuerdos siempre acudían a nosotros si los buscábamos con esmero –de igual forma antes de nada, he de comentar que sabe mucho de arte… he de suponer que ¿le gusta? –hasta ese instante no caí en cuenta que la Rambaldi tenía un buen domino de cada pintura que viéramos además de que parecía conocer el lugar.

 

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La conversación fluía de manera muy natural, parecía como si conociera a la joven de años en lugar de hacía unos minutos, y aunque a su alrededor todo parecía tener un aura bastante misteriosa, la verdad es que se sentía a gusto charlando con ella desde el primer cruce de palabras. Dennis no pudo evitar sonreír ante el gesto juguetón que hizo de mirar a los lados como si se asegurará que nadie la viera antes de cometer una travesura, y despues se acerco para decirme al oido algo que me hizo reir un poco por todo el misterio que había tomado para decirme esas sencillas palabras.

 

- Y que quisieras saber? la verdad es que no soy muy buena hablando de mi. Y por favor no me trates de usted que se me hace demasiado protocolario - le dijo a la joven mientras le sonreía divertida por la solicitud que había hecho. De pronto vi como se quedaba mirando una de las bancas y por su expresión parece como si por un momento se transportó a otros tiempos.

 

- Si claro, no quiero que te canses por tenerte caminando por todo el museo - le dijo a modo divertido para tratar de traerla nuevamente al presente, porque a veces los recuerdos son buenos y en otras ocasiones te atrapan y no dejan que veas lo que pasa alrededor. Se ubicó justo al lado de la joven en aquella banca, normalmente se la pasaba tan ocupada de lado a lado de las salas que no le quedaba tiempo de descansar en alguna de ellas.

 

Le causo algo de gracia lo que le dijo Kutsy después, la verdad es que con la rapidez con la que la conversación se dio se le había olvidado decir que también era dueña del lugar. - La verdad me gusta mucho, no hay mejor manera que ver reflejadas las emociones y sentimientos humanos que a través de la expresión artística, y por otro lado tengo que saber acerca del tema ya que es parte de mi labor - le dijo a la chica de cabello negro que de seguro estaría preguntando ahora a que me refería con lo de labor ya que había sido una respuesta un tanto vaga, pero no era necesario decir todo en una misma frase o si?, pensó mientras observaba alrededor. La verdad es que le encantaba estar en el museo y en el ambiente que se sentía en el lugar.

 

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  • 1 mes más tarde...

Luke.
Callejón Diagón, actualidad.

Un hombre de ondulado cabello color arena observó a lo lejos el imponente edificio de mármol que sobresalía al final del Callejón Diagón. Sabía que se encontraba en uno de los sitios más famosos entre los magos ingleses. Esbozó una media sonrisa y dio el último mordisco al chocolate que comía; cerró el puño y arrugó la envoltura vacía antes de lanzarla al suelo como si fuese lo más natural.

Sus pícaros ojos recorrieron los locales más cercanos. Algunos nombres indicaban con claridad lo que encontraría en el interior, pero otros no brindaban demasiada información. Continuó sonriendo y comenzó a juguetear con los pulgares sobre la hebilla de su cinturón. Era obvio que tendría que entrar a varios sitios para verificar si tenían artículos antiguos o artículos muggles, ya que el objeto que buscaba encajaba en ambas categorías.

«Lo que uno debe hacer para conseguir un illithid hoy en día», pensó mientras avanzaba hacia el primer negocio cuyo nombre llamó su atención, y sin darse cuenta dejó una pequeñísima huella de sangre justo en el lugar donde había estado parado.

Semanas antes de su llegada al condado de Kent, Inglaterra, había logrado indagar sobre los Sucesores de Heracles, y luego de capturar a uno de ellos, fue más sencillo conseguir la información necesaria sobre Ian Fleet, Edward Hundson y su gran hazaña. Este último ya había fallecido pero su aprendiz continuaba con vida, y todo parecía indicar que aún custodiaba la urna con el illithid en su interior.

Luego de encontrarlo le resultó complicado extraer información de un anciano que apenas recordaba su nombre; no obstante fue uno de los hijos de Fleet quien reveló que la urna había sido subastada y vendida a un inglés obsesionado con los artículos antiguos. Por un momento Luke se preguntó si el joven ignoraba la historia del illithid. De cualquier manera, fuese cual fuese la respuesta a tal interrogante, lo mejor era no dejar testigos del asunto.

Así que abandonó América dejando tras de sí tres muertes: Ian y su hijo, y el desafortunado Sucesor de Heracles que lo había conducido hasta ellos.

Entonces llegó al viejo continente sólo para descubrir que el objeto había pasado a manos de un nuevo dueño: un mago que poseía un negocio en el popular Callejón Diagón. Pero antes de emprender el viaje a Londres, sumó a su lista un cuarto asesinato, pues se encargó de silenciar al último dueño de la urna a pesar de que el inglés parecía ignorar que ésta contenía un antiguo y oscuro monstruo.

Luego de eso, transcurrieron varios días antes de descubrir dónde se localizaba Diagón y cómo acceder al callejón; y justo cuando había logrado hacerlo, se percató de que un empleado de la Oficina de la Ley Mágica Internacional estaba siguiéndolo. Había pensado en entretenerse un rato con él, pero decidió no perder el tiempo y lo asesinó de la misma manera que a los otros cuatro: un chasquido de sus dedos y el cuello del mago se rompió dejándolo en un peculiar ángulo.

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Dennis había pasado gran parte de aquella mañana en las oficinas del cuartel auror en el ministerio de magia, estuvo enterrada en papeleos que tenia que terminar antes del medio día así que desde muy temprano se había dedicado a ello, y estando sumergida en sus obligaciones recordó que no le había entregado los últimos permisos de funcionamiento del museo actualizados a los elfos encargados.

 

Si llegaba alguna visita del centro de comercio universal iban a terminar con una multa que en este momento no tendría como pagar, puesto que aunque su trabajo pagaba un buen salario se había dedicado últimamente a cursar conocimientos en la universidad y para ser sinceros estaba prácticamente trabajando para pagar sus clases. Así que no iba a permitirse multas teniendo todo al día, entonces poniéndose en pie tomo los pergaminos correspondientes y colocándose la túnica salio de la oficina rumbo al callejón Diagon.

 

Apareció en el callejón en las cercanías del museo, siempre le había gustado caminar un par de calles para despejarse antes de llegar al negocio que ahora era su responsabilidad dado que su sobrina quien era la dueña lo había dejado en sus manos para que lo manejara. Cuando ya se hallaba a unas calles del museo un tumulto de gente la hizo detener sus pasos, en parte su curiosidad y en parte su instinto de auror. Se acerco al lugar donde tenían cercada la zona los miembros ministeriales pero no vio a ningún miembro del cuartel.

 

Se acerco y trato de recavar alguna información pero lo único que obtuvo fue un "sin comentarios" dado que al parecer serian las altas esferas quienes se ocuparían de eso, por lo que decidió ir rápidamente al museo y desde su oficina escribir un mensaje rápido a sus jefes para ver si estaban enterados. Si eso iba a ser manejado por los altos mandos, solo significaba que algo muy grave estaba pasando y tenían que ponerse a trabajar en ello. Atravesó la entrada del museo y sin mirara a nadie ni a nada paso de largo a su oficina para enviar los respectivos mensajes y decidir como proceder.

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Para su suerte, el museo estaba casi vacío. Con la cantidad de cosas que se pueden hacer en el Callejón, el hecho de que hubiese terminado en un lugar de observación como el museo no era una coincidencia. No quería hablar con nadie, pero tampoco quería estar sola. Tremenda dicotomía.


Si tuviera que ser honesta, diría que buscaba un lugar donde pudiera pensar, donde pudiera perderse en sí misma sin que nadie la juzgara o intentara interrumpirla. En teoría, los museos eran lugares perfectos para la reflexión y contemplación. No se esperaba que el Museo Night fuera tan poco convencional en ese aspecto: los cuadros se movían como si fuesen fotos mágicas -incluso los de origen muggle. Las vasijas, cuadros, incluso cubiertos, a donde quiere que mirase se encontraba con objetos en movimiento.


Mientras observaba los objetos a su alrededor, hizo una nota mental para indagar en el funcionamiento de los mismos. ¿Era un hechizo de movimiento o algo más profundo? Los cuadros se movían igual que los que decoraban las paredes en el Castillo Lockhart, pero, ¿funcionarían igual? Una idea se formó en su cabeza y no pudo evitar sonreír.


El cuadro que se encontraba mirando mostraba una mujer -no podía ser muy grande, aunque la pintura hacía difícil calcular su edad- en un jardín o un bosque. Estaba de espaldas, con una escoba muy rústica en las manos sacudiendo las hojas que habían caído desde las copas de los árboles. Scavenger se acercó al cuadro lo más que pudo.


—¿Hola?— susurró. No esperaba una reacción del cuadro, racionalmente no era posible, pero igual sintió una pizca de decepción cuando la mujer siguió sacudiendo las hojas sin prestarle atención. Los objetos estaban en movimiento, pero no había nada de vida en ellos.


Alejándose un poco del cuadro, miró a su alrededor para confirmar que nadie la había visto hacer el ridículo e intentar hablarle a una pintura. A parte de ella, sólo había otra persona en la sala, pero para su suerte el hombre no parecía interesado en ella en lo más mínimo, sino que se encontraba observando con detalle los objetos más pequeños de la colección. Iba vestido con ropas muggles, y además del cabello castaño claro como la arena, nada más resaltaba en él.


Antes de llegar a Ottery estaba acostumbrada a ignorar a las personas a su alrededor. Pero en los meses que llevaba viviendo ahí, había aprendido -a veces a la mala- que asumir una actitud pasiva en cualquier lugar lleno de magos o brujas podía traerle problemas. Aunque había dejado atrás su vida en el Ministerio Mágico, el entrenamiento Auror había quedado muy bien grabado en su memoria. Se adentró un poco más en el pasillo, como si estuviera contemplando el siguiente cuadro, pero también seguía los movimientos del hombre con el rabillo del ojo.


El sonido de unas pisadas apresuradas la obligó a mirar hacia la entrada del pasillo, y otra sonrisa se formó en su cara al reconocer a la joven Dennis Delacour como la fuente de aquel ruido. Dennis era una persona amable con todo el mundo, con una energía que ella admiraba y envidaba a la vez. La bruja sostenía un par de pergaminos en las manos, pero había algo extraño en su expresión. Sin prestarle atención a ella o al hombre, la Delacour cruzó el pasillo con un paso apurado y el ceño fruncido.


No sabía que Dennis formaba parte de la administración del Museo, y tampoco sabía qué era lo que la preocupaba, cuando la chica era de lo más amigable con todo aquel que se cruzara por su camino. Decidió acercarse un poco más hacia el final de pasillo, cerca de las oficinas donde Dennis se encontraba. No quería entrometerse, pero tenía la sospecha de que algo no andaba bien. Con un suspiro, le echó un último vistazo al hombre que compartía el pasillo con ella, y se giró para dar un par de golpecitos en la puerta que antes había cruzado la rubia.

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Había entrado prácticamente corriendo al museo sin mirar a ningún lado, ni siquiera se detuvo cuando la joven encargada de la recepción había salido a su paso para preguntarle algo, simplemente le había hecho una seña con su mano para darle a entender que más tarde le atenderá pero no en este momento. Si alguno de los visitantes del lugar la vio atravesar con esa velocidad el lugar para dirigirse a las oficinas minimo pensaría que estaba un tanto loca, pero en este momento lo que menos podía perder era tiempo.

 

Al entrar en su oficina tomó asiento frente al gran escritorio de madera de la época de Luis XIV, rápidamente garabateo un par de pergaminos que iban dirigidos a sus superiores en el cuartel auror notificando que un crimen se había llevado a cabo en el callejón Diagon al cual no tenía acceso, y que necesitaba pronto las directrices a seguir en ese caso. Doblo los documentos y con una floritura de su varita los envió a su destino desapareciendo ante ella. Esperaba tener pronta respuesta de lo contrario tendría que encontrar la manera de acceder al lugar aún sin autorización.

 

No había tenido momento ni de respirar después de enviar los mensajes cuando un par de suaves golpes en la puerta la hicieron levantar para encaminarse a la misma y averiguar quién estaba detrás ya que ante su actitud al llegar esperaba que los elfos del lugar no la molestaran. Su sorpresa fue bastante grande y muy grata a decir verdad, cuando al abrir se encontró de frente con su ex compañera de aurores Scavenger. Aunque no había podido tratar mucho en el tiempo que laboraron juntas había logrado tenerle mucho aprecio a la joven tranquila y amable que era la bruja que acababa de llegar.

 

— Scav un gusto verte, que sorpresa tenerte por aquí, pasa!. Cuentame que puedo hacer por ti? — le dijo a la joven haciéndose a un lado para que la recién llegada pasara al interior de la oficina. Se le hacía un poco raro su vista pero esperaba que no fuera por nada malo.

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El Callejón se encontraba tan bullicioso como siempre. Dorothy no sabía que era peor: la sensación de vació en su estómago cuando se giraba sobre sus talones y se aparecía en otro lugar, o la opresión sosegada de caminar entre tantos magos y brujas. Ese día, por alguna razón optó por usar sus pies, quizás era la tendencia de usar la magia solo cuando fuese estrictamente necesario. Existía cierta satisfacción en jadear, en sentir los latidos de su corazón acelerarse y percatarse de las gotas de sudor que le resbalaban por la frente. Había leído en algunos libros que el ejercicio liberaba hormonas que producían felicidad, y desde ese entonces lo ponía en práctica.

 

Era una lástima que estar el rodeada de tantos humanos no le produjera el mismo placer. A su lado caminaban una madre y un pequeño que era bruscamente jalado del brazo. ‘’ ¡Niño malcriado, niño inútil!, ¿cuántas veces tendré que decírtelo?’’ murmuraba la señora afanadamente. Dorothy se atrevió a mirar al crío durante unos segundos. Usaba una boina beige que no dejaba apreciar sus ojos, pero sus labios y pechos se movían agitadamente mientras sus pies seguían el ritmo que marcaba su madre. Ella también aceleró sus pasos, atraída por su instinto curioso. La señora no dejaba de decir cosas, llegarían tarde a un lugar, ¿pero a qué lugar? Indefenso niño, si los padres tuviesen consciencia del impacto que sus acciones tienen sobre ellos probablemente actuarían con más tacto. ¡El mundo… el mundo necesitaba más reflexión! Jamás se cansaría de decirlo.

 

¿Y ella que hacía ahí?, ¿a dónde se dirigía antes de tomar la decisión de seguir a ese par de extraños? Ah, sí, al negocio que había abierto recientemente. ¿Realmente era necesaria su presencia en el lugar? Tal vez, pero quería seguir indagando, preguntarles sus nombres, saber a qué se dedicaban, poder hacerse una idea de sus personalidades. La madre: una neurótica de pies a cabeza. Seguro que sí. ¿Pero el niño?, ¿qué le deparaba en unos cuantos años al ser víctima de las reprimendas de una mujer frustrada?, ¿cómo se formaría su propia esencia? La imagen de Isaac interceptó sus pensamientos por unos instantes. Nada bueno.

 

Entraron a un local, museo, al parecer. Dorothy perdió de vista a la pequeña familia. Sus orbes se movían de un lado a otro, no estaba. Y ahora se encontraba ahí, ¿se trataba de los azares del destino? Pensaba que era inmaduro culpar al presente, existían viejos ‘’sabios’’ que decían que todo estaba escrito en el libro de la vida, que hiciéramos lo que hiciéramos no podríamos escapar de lo que nos tocaba. Dorothy lo negaba y se empeñaba en afirmar que uno estaba donde quería estar, consciente o inconscientemente.

 

El museo estaba vacío, lo que era curioso, tomando en cuenta el gentío de afuera. Dorothy subió las escaleras, maravillada ante lo que veía: grandes obras, pisos relucientes, paredes impecables, destellos de lámparas doradas…. Sin embargo, lo que llamó su atención fue la figura de un hombre de un cabello ondulado, con una tonalidad similar a la suya. Parecía un hombre importante, de esos que visitan los museos para comprar sus piezas por cantidades inimaginables de euros, de esos que acuden a las subastas y se sientan a fumar tabaco durante horas para discutir el impacto de los grandes artistas en los tiempos modernos. De esos que no perderían su tiempo para voltearse a ver a una joven curiosa que lo inspecciona con detenimiento. Pero se equivocaba, el hombre sí se percató de su presencia, y sí volteó a verla.

 

Dorothy dio un respingo y fingió demencia, por decirlo de alguna manera. Caminó hacia la dirección opuesta, ya había olvidado por completo el asunto de la madre déspota y el niño frágil, y toda esa historia de fantasía que se había hecho en su mente durante los minutos anteriores. Mientras caminaba pasó al lado de unas oficinas y escuchó una voz que le resultó familiar. ¿Se trataría de Dennis? Estaba casi segura de que sí. Se detuvo, la puerta estaba a punto cerrarse. Había otra chica. ¿Era correcto interrumpir? El hombre de cabello arenoso aún la seguía con la mirada.

 

—Dennis—dijo en forma de saludo. Su tono fue más alto de lo normal, lo que era bastante raro en ella, debían de ser los nervios. —. Lamento interrumpir…

 

La otra bruja con la que se encontraba su compañera le resultó familiar, aunque no supo identificarla. No sabía qué decir. No podía decir: ‘’Hola, mis rasgos paranoicos me hacen creer que un hombre que me observa quiere hacerme daño. Necesito una excusa para parecer ocupada’’

 

—¿En lugar está cerrado?—preguntó lo primero que se le asomó en la cabeza. Estaba extrañada de ver su socia en ese local, pero no le pareció apropiado preguntarle en ese momento.

 

 

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