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Animagia


Suluk Akku
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¿Sola?

Separó los labios para hacer una única pregunta pero antes de que cualquier sonido saliera de su boca, la bola de nieve impactó en su cabeza. No había tenido tiempo de esquivarlo, estaba demasiado cerca de la Arcana y, por si fuera poco, había sido demasiado brusco como para esperarlo por parte de una anciana de su edad. Como si un Traslador le hubiera dado entre las cejas, sintió cómo su cuerpo abandonaba la estancia y un segundo más tarde, cayó de bruces en un sitio que desconocía por completo. Con un quejido, se fue incorporando hasta ver con más claridad el entorno y suspiró.

-Maldición.

Aún conservaba restos de nieve en el rostro, el cabello y los labios. Y pese a que la temperatura de su cuerpo se había estabilizado en los pocos minutos que estuvo dentro de la cabaña de Suluk, la nieve no se había derretido porque era imposible que lo hiciera, al menos no en ese lugar. Los copos caían lentamente, sumando más nieve a lo que parecía ser más de un metro de espesor de ella. Sus manos y sus rodillas se habían hundido muchísimo y cuando intentó ponerse de pie, se hundió mucho más. Mucho más de un metro de nieve.

Mirar alrededor era perderse en una inmensidad blanca e impoluta, adornada por altos pinos que se juntaban cada pocos metros, con los troncos negruzcos dando la impresión de estar en un tablero de ajedrez. El sol estaba empezando a bajar, pudo notarlo tras varios minutos intentando ubicarlo, cuando vio una esfera luminosa en el cielo que no podía ser nada más. No estaban en invierno y aún así el clima permitía la nevada, la hacía sentir la pronta necesidad de encontrar un abrigo. Y lo más importante, la ponía nerviosa.

Podía desaparecer en cualquier momento, usar la desaparición o el portal de los Uzza para teletransportarse a la cabaña de la Arcana pero eso condenaría su aprendizaje. No obstante, si no hacía algo pronto quedaría en medio de un bosque congelado y la nieve, esperando a algún depredador para alimentar. Decidió que era tiempo de moverse. Con suma dificultad, logró salir del hueco que se había creado con su aparición y emprendió la marcha montaña arriba. El motivo estaba claro, deseaba alejarse de cualquier territorio bajo que le impidiera camuflajearse.

No fue tarea fácil.

Cada paso era agónico, para sus músculos, desacostumbrados al contacto con la nieve, y para su mente. Un poco de avance era un preocupación más y a su vez, cierta incomodidad muscular. Cualquiera habría pensado que conservaría la capa de viaje por el frío pero en realidad se deshizo de ella a los diez minutos de viaje, agotada de su peso, de tener que cuidar que no se atascara en una rama o pisarla. Y la túnica tampoco era cómoda, pero no estaba loca. En vez de quitársela y abandonarla a merced del bosque, sacó entre los plieguesa varita y la cambió por una ropa cómoda y útil.

No recordaba haberse vestido así nunca, ni siquiera en los fríos inviernos de Rumania, pero no era una mala experiencia. Como una especie de atuendo de campaña, la tela consistía en una serie de capas de piel sintética que producían calor, que hacían que su cuerpo no sufriera al contacto de la congelada nieve. También cambió de calzado, lo que la llevó a portar un par de botas se hundían en la nieve sin atormentarla. Y en su cabeza, cubriendo bien su larga melena, colocó un gorro pesado y mullido, al igual que unos guantes, que la hacían ver curiosa, con el resto del atuendo.

Pero mientras estaba conforme con las comodidades de su ropa, su cabeza empezaba a lanzarle nuevamente miedos escondidos en lo recóndito de su mente. Estaba oscurenciendo rápido, ¿y ei caía la noche? ¿Dónde iba a quedarse? ¿Cómo se transformaba en Animago si no se lo había dicho? Exhaló vaho cuando se repitió la retahila por enésima vez, mirando arriba hacia la montaña. Los árboles se hacían más numerosos y su cercanía empezaba a asfixiarla. Pero una vez cerca, pudo ver que la cima no estaba tan próxima como habría jurado. Desvió los ojos al árbol más cercano y examinó su corteza.

No estaba mojada, ni resbaloso. El tronco llegaba tan alto que echándose hacia atrás no veía su punta y por suerte, tenía largas ramas desde la mitad de su estructura hasta lo que podía ver. Creyó que sería mejor pasar la noche ahí. Con ensayo y error, que se notaba en los distintos agujeros con su silueta en la nieve de todas las veces que se había caído, descubrió la mejor forma de trepar. Llevaba la varita en un lugar seguro y con una cara de extrema concentración, ascendía despacio y con cuidado a lo más alto del árbol. Algunas ramas cedían a su peso y la obligaban a dar saltos involuntarios, la caída no sería tan delicada como antes.

Al fin, tras largos minutos, se sintió conforme en un lugar. La rama le permitía sentarse y estirar los pies sobre ella y estaba tan alto que prefirió no mirar abajo. Su estrategia consistía en permanecer ahí por la noche y luego, con un poco de trampa, bajar sin ver. Quizás no bajar sino simplemente aparecer. Le temía a las alturas, temía muchísimo a las alturas, era su más grande fobia pero intentaba sobrevivir, puesto que ni moriría aquella noche ni volvería sin éxito a la cabaña de Suluk. Pero si un hombre precavido valía por dos, según el dicho, no dejaría mal a la raza humana.

-Incárcerus -luego de una búsqueda cuidadosa, apuntó la varita a su abdomen y se ató al tronco.

Inmóvil y sin mucho qué hacer, cerró los ojos para no ver abajo y enfrentarse a la realidad. Y por tanta insistencia, acabó dormida. Sólo que esperaba con verdaderas esperanzas que nada alcanzara su campamento improvisado, pero en medio de la noche, con sigilo, un predador llegó a su rama. Y sólo lo había escuchado cuando abrió los ojos, alerta, pero no esperaba verlo, tan cerca, en ese momento. Era un felino, grande, precioso y con toda la pinta de querer arrancarle la cabeza de un mordisco.

-Oh, Merlín...

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Alessandra se ruborizo ante el pedido de la Arcana,¿acaso investigaban a los alumnos que tomaban? pensó pero rápidamente sacudió la cabeza para quitarse esa idea de la mente , con cuidado ingresó al lugar.

 

El calor era agradable pero parecia que habia mas personas de las que creyo escuchar, su profesora de Maldiciones y Mia tambien parecian querer aprender la animagia.

 

Solo desconocia a un joven que estaba en el suelo herido y que Leah curaba, la Delacour se mordió el labio nerviosa, era la primera habilidad que tomaba y estaba sumamente nerviosa incluso cuándo la Arcana le preguntó que deseaba de ella.

 

-Deseo aprender el Arte de la Animagia y vincularme a mi animal interior- le respondio segura de eso.

 

Los ojos de la rubia viajaron a Mía y al muchacho en el suelo preguntándose si ella llegaría a lograr dar la prueba.

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Estaba a nada de desmayarse del dolor, cuando sintió las primeras curaciones por parte de la Matriarca de su familia, Mia podría parecer una persona cruel que maltrataba a sus hijos cuando le hacían bromas. Pero al final su lado maternal siempre salía a flote cuando uno de los suyos se sentía mal. Aries ya no sentía tanto dolor físico, pero el dolor del alma era algo que le hacía seguir en el suelo.

No fue hasta que Leah se acercó a terminar de curarlo que aquello que sentía se fue extinguiendo, amaba a Leah tanto como a su madre, y es que desde que la Warlock se había unido en matrimonio con Tauro, la fémina se había convertido en una segunda madre para el metamorfomago.

Gracias madre. —dijo.

 

Enseguida se puso de pie y se quedó mirando a la Arcana, al parecer había logrado demostrar que era apto para hacer la prueba de Animagia y no dudaría en hacerla. Por lo que después de escuchar las palabras de Suluk se quedó callado unos segundos, no quería sonar ansioso, así que después de escuchar la respuesta de la Black Lestrange el respondió a su pregunta.

Sí, deseo hacer la prueba para adquirir la habilidad de Animagia.

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- ¿Y cuál es ese animal interior? - Alessandra parecía muy segura al hablar pero eso no sería suficiente para que Suluk aceptara enseñarle todo sobre la animagia y la capacidad de adoptar la forma de un animal. Tendría que esforzarse mucho y demostrar que era idónea para iniciar su aprendizaje en la habilidad de la Animagia.

 

- Me alegra mucho escuchar eso - Los dos alumnos que estaban preparados para demostrar que podían dominar la habilidad, aceptaron realizar la prueba - Deseo que descansen un poco y nos veremos mañana en la mañana para que puedan dar inicio a su prueba. Aprovechen bien estas horas que les doy porque van a necesitar estar muy bien preparados y necesitarán mucha concentración - Las pruebas de habilidad nunca eran sencillas y los alumnos corrían muchos riesgos en las mismas.

 

La última alumna había aparecido en un lugar con mucha nieve algo que le encantaba a Suluk. La anciana se limitó a seguir de cerca la situación dado que era uno de los poderes adicionales de sus bolas de nieve. La situación estaba demasiado tranquila hasta que cayó la noche y con ella llegó un felino hasta el árbol en el que se encontraba durmiendo su alumna.

 

- Sorpresas - Suluk sabía que la animagia era sorprendente y normalmente no se sorprendía pero esa situación lo había hecho. Era un giro que no esperaba debido a la altura en la que se encontraba - Pero no puedo ver qué animal es - La arcana necesitaba poder ver el animal pero para ello necesitaba un poco más de luz, así que tendría que esperar los movimientos de Leah para poder verlo.

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Alessandra miraba a la Arcana que parecía encantada con los alumnos que habían llegado antes que ella, incluso dos de ellos presentarían una prueba pero no parecía que la mujer estuviera segura de ella.

 

Eso la hizo sentir incómoda, pero no, siendo tan terca cómo era nunca se desanimaba, gracias a eso había incluso aprobado cada clase de conocimiento que presentó y aría lo que fuera necesario para que la Arcana quiera enseñarle.

 

-Siempre me he sentido identificada con la liebre-le respondio.

 

Eran rapidaz, timidas y en algunos lugares era hasta simbolo de la fertilizacion como los conejos por su gran reproduccion, aunque tambien eran astutas y muy buenas a la hora de camuflarse para defenderse de los animales carnivoros.

 

-Cuándo decidi estudiar animagia el día después soñe con una liebre de pelaje suave y espeso de color oro en cabeza y lomo, negro en cuello y patas, y blanco en pecho y vientre, la cabeza proporcionalmente pequeña, con hocico estrecho y orejas muy largas, de color amarillo con las puntas negras, el cuerpo estrecho, las extremidades posteriores más largas que las anteriores, y la cola corta, negra por encima y blanca por debajo-hablo sin detenerse como si le pudiera decir el porque de el sueño- Pero sin duda lo mas extraño fue que cuando vi al animal a los ojos estos me veian como si me reconociera-

 

Sus mejillas se sonrojaron cuando acabo su relato esperando que no le molestara a la Arcana del porque ese era su animal.

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Con sumo cuidado, Ivashkov empezó a moverse para quitar las ataduras que rodeaban su cuerpo. El animal gruñó ante el gesto y pese a ello, la rubia no se detuvo. Si se quedaba quieta sería una presa y si se movía, estaría a su altura; prefería la primera. Como si quisiera probar que era más fuerte, que estaba segura de que era así, el felino dio un paso al frente y le mostró los colmillos, junto al resto de su afilada dentadura. Cuando volvió a cerrar las fauces, la mujer vio a la perfección quién era su atacante.

 

—Un lince —murmuró.

 

¿Sería esa su figura animal?

 

No pensó demasiado en ello, de hecho, no pensó en nada más después de ese breve pensamiento. Las cuerdas cayeron y se las arregló para mover las piernas sin que pareciera una amenaza, no obstante, lo que sí parecía una amenaza era el hecho de que por instinto tomó la varita. El lince saltó hacia adelante, invadiendo su espacio personal, retándola, pero ella mantuvo la calma por dos motivos. El primero, realmente no quería hacerle daño, sabía que era ella quien invadía su hábitat y, en el peor de los casos, su propia casa. Por otro lado, temía caerse del árbol.

 

El golpe la magullaría mucho, si sabía caer, pero no la mataría. Lo que en realidad la asustaba eran las alturas. Así que optó por la magia pero no una magia agresiva, más bien una magia más... pacífica. Rozó con el dedo el anillo de amistad con las bestias, lo que provocó un descenso considerable en el tenso ambiente que se había formado en la gruesa rama de árbol. El lince dejó de gruñir y por ende, la espalda dela rubia dejó de parecer de roca parar permitirle un poco de movilidad. Se quedó en cuclillas, mirando al animal y se permitió estudiarlo.

 

Era un macho y era más grande y fuerte de lo que había visto antes con tanto agite, era realmente hermoso. Su pelaje se podría camuflajear con facilidad en el entorno y por la forma de sus patas, era evidente que había trepado ahí en completo silencio en busca de un lugar para pasar la noche. Sus ojos eran potentes, le habría gustado poder leer sus pensamientos de haber podido, porque sabía que no podía usar la Legilimancia en los animales, pero no había mucho que descubrir más que lo mismo que ella sentía. Más miedo que ganas de atacar.

 

—Me diste un susto —murmuró en rumano, aprovechando la soledad para hablar en su idioma natal y no en inglés—, igual que yo a ti, ¿no te parece?

 

Estiró la mano despacio a pesar de que la criatura estaba bajo los efectos de la magia y con sumo cuidado o, más bien, mucho respeto, acarició su pelaje y descubrió que era más suave de lo que parecía. Le gustaban mucho sus orejas, con esas puntas negras graciosas que lo hacían ver como un gato travieso cuando no estaba mostrando las fauces, al igual que esa especie de barba que tenía. Pero lo que más le gustaba era que, a pesar de que era un animal salvaje, era un ejemplar tan cuidado que incluso podría estar mejor que en cualquier zoológico. Se quedó así un rato, acariciando su cuello y sus orejas, rascando bajo su barbilla. Y sólo cuando empezó a ver menos miedo en sus ojos, se atrevió a soltar el hechizo y, más importante, bajar la varita.

 

No hubo química inmediata, de hecho, no hubo más señales de afecto que el gesto de no arrancarle la mano que aún seguía en su cuello. Sólo la miró y comprendiendo que no era ninguna amenaza, dio media vuelta y se retiró al otro extremo de la rama. Ambos tenían que pasar la noche, ¿no? Y no había mejor lugar. Ivashkov complacida regresó a su posición, volviendo a tensar las cuerdas alrededor de sus piernas y se cruzó de brazos para darse calor. El lince hizo algo similar, doblando su cuerpo hasta hacerse una bola. Los dos cerraron los ojos y olvidándose del encuentro pesado, se quedaron dormidos. Por la mañana el lince no estaba y la bruja, un poco decepcionada, bajó el árbol con ayuda de un Aresto Momentum.

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Alessandra parecía muy segura de que se encontraba vinculada a una liebre, sin embargo, Suluk lo dudaba un poco, ¿era posible? Podía serlo, anteriormente una alumna se lo había demostrado. Pero para estar completamente segura, por lo que la pondría a prueba y esa prueba podría estar segura que no sería sencillo, pero mientras tanto permitiría que le explicará las razones por las cuales lo creía.

 

—Entiendo que creas que ese es el animal con el cuál tu alma se encuentra vinculada —soltó con tranquilidad y una sonrisa en los labios— Pero, para estar seguras tendrás que demostrarlo.

 

Con un movimiento de su vara mágica, logró que una enorme bola de humo blanco comenzó a rodear a la bruja, para llevarla hasta el lugar de su sueño. Allí, tendría que demostrar porque se sentía reconocida e identificada con la liebre, sería la creará el curso de su aprendizaje, no podía hacer nada más por ella de momento.

 

Regresando su atención a la Ivashkov, asintió cuanto consiguió ver el animal al que se conectaría. No estaba mal, un lince era bastante bueno y entendía un poco el vínculo que podría surgir entre ambos, pero ¿Leah lo había entendido? Era momento de descubrirlo, así que abriendo un pequeño portal, le indicó que era momento de volver hasta su vivienda.

 

— ¿Un lince? —cuestionó a penas la tuvo enfrente— Intenta explicarme, qué sentiste al ver al animal y por qué estas segura que es el animal correcto, ¿cuáles son las cualidades que comparten?

 

Sabía que sus palabras eran un poco exigentes, pero necesitaba saberlo, además, eso simplificaría la transformación que le pediría en los siguientes minutos.

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Estaba pensando qué debía hacer a continuación, cuando el portal apareció ante ella y detuvo su marcha montaña abajo. Primero pensó que era una trampa, por algún motivo desconocido, pero luego logró vislumbrar ciertas cosas que reconocía como pertenencias de la Arcana a la que había conocido hacía poco y recobró la confianza. Dio un paso al interior, sintiendo una sacudida en el estómago y apareció nuevamente en la cómoda vivienda de quien ahora era su maestra. Por suerte la ropa que llevaba seguía siendo de utilidad ahí, porque no tenía muchas ganas de cambiarse.

 

—Arcana Suluk —saludó, poco antes de que la mujer hiciera sus preguntas.

 

Meditó un poco al respecto.

 

Si era sincera, no había decidido si ese era su animal, de hecho sólo había tenido que convivir con él durante la noche porque no había tenido más remedio. Y no teniendo más remedio, ¿cómo podría haber imaginado que esa sería su forma una vez que dominara la Animagia? Pero en ese momento, en la calma de una conversación y con el tiempo a su favor, en el aspecto de que podía dedicarse a analizar lo que había sucedido, podía ver con más claridad el por qué del lince y el por qué de lo que había encontrado similar entre ellos, casi sin proponérselo.

 

—Tengo la idea de que de alguna forma, ambos actuamos como un espejo —empezó—. No pude verlo hasta ahora, quiero decir, de no ser por la pregunta francamente no habría relacionado los hechos, supongo que es otra de las cosas que pasé por alto a la hora de enfrentarme a la situación. El punto es, de alguna forma los dos estábamos buscando la forma de sobrevivir y por algún motivo opté por el árbol, pudiendo encontrar otro refugio en la montaña menos peligroso y más cómodo para mí misma, por lo que pudo haber notado en la visión.

 

No iba a admitir que temía a las alturas, no a nadie más que su esposa, porque no era algo que le gustara recordar. Pero hasta ese momento no había pensado ni por un segundo por qué entre todas las opciones, había elegido la que menos se adecuaba a sus pensamientos y había optado, más bien, por seguir un instinto desconocido.

 

—Así que el lince hizo lo mismo y cuando estuvimos uno frente al otro, las reacciones fueron las mismas. Tomé mi varita para protegerme de ser necesario, de la misma forma en que el lince me mostraba los colmillos como una advertencia, pero en realidad no queríamos hacernos daño e incluso una vez que rompí el vínculo mágico entre nosotros, si bien no había confianza solo había entendimiento. Debíamos pasar la noche y ninguno atacaría al otro, una especie de tregua —hizo una pausa, buscando con rapidez más similitudes—. También noté la fascinación que sentía por la criatura, era como si de alguna forma cada detalle que encontrara en ella me hacía verme a mí misma.

 

Se detuvo.

 

—¿Soy un lince entonces? —había muchas razones por las que aquello tendría sentido y una de ellas estaba en eso, en la fascinación que había sentido por el animal. Ambos tenían una belleza especial, pero eso no los hacía menos peligrosos—. Si es así... ¿Puedo entrenarme con usted en el arte de la Animagia?

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Había estado leyendo el diario de su madre durante toda la noche aquella semana, le extrañaba pensar en aquel demonio como el ser que le hubo dado la vida puesto que con cada página que engullía casi conociendo las palabras y frases de memoria la odiaba más, pero aun así la seguía llamando "madre". El caso era que admiraba sus historias, Lúthien había sido un demonio extremadamente poderoso, había viajado por todo el mundo, conocido sitios que no sabía siquiera existían en puntos geográficos recónditos; solo debía admitir a la luz de las velas y en completo silencio, que el único sentimiento galopante en su pecho lo producía el conocer su don.

 

La mujer que había pactado y aceptado el traerla al mundo tenía la cualidad —o tuvo— de transformarse en cuerpo y alma, con un espíritu tan fuerte y aguerrido en un enorme lobo albino de ojos azules. Las páginas del diario no contaban a grandes rasgos cómo lo hacía pero sí lo que ésta posibilidad le permitía, las puertas que le abría y las ventajas que presentaba ante sus narices o su hocico. Incontables fueron las veces que escapó de quienes le daban caza perdiéndose entre los gélidos árboles de Rusia, durmiendo en húmedas cavernas, confundiendo al enemigo.

 

Arya cerraba los ojos y trataba de imaginar cómo era, algo natural y sin dolor, algo magnífico que nacía desde lo más profundo de su ser. Lanzarse a la carrera con dos largas y musculosas piernas de mujer para inclinar su cuerpo hacia delante y formar cuatro carnosas patas de can —era mucho más grande que un lobo promedio—, aullar al firmamento cuando su boca se alargaba hacia el frente y enseñaba una fila de colmillos blancos.

 

Le estremecía.

 

Con sus largas orejas percibió el crujir de hojas siendo aplastadas no muy lejos de su ubicación, giró su esbelto cuerpo con el pelaje dorado del lomo erizado y sus ojos verdes brillaron cuando la luz de luna se reflejó en ellos. Había estado durmiendo hasta entonces —o quizás no— la fresca brisa nocturna olía a hierba buena o tierra mojada, la misma que se metía entre los dedos de sus patas al correr, lo había visto, un gordo conejo blanco.

 

No creía conocer sabor más exquisito que el de la sangre tibia, se relamía al tiempo que arrancaba otro bocado del estómago de aquel pobre mamífero que no había logrado ser tan rápido como su prima la liebre y ahora pasaba a ser su cena. Era un lobo, igual que su madre, por fin había logrado despertar el espíritu de su naturaleza y ahora corría libre por el mundo. Oyó aullidos en la lejanía, la luna se veía hermosa y redonda sobre un manto negro incrustado en diminutos diamantes y respondió a sus hermanos; detuvo el andar a los pies de un arroyo, echó la cabeza hacia atrás y cantó, pero su melodía no sonó igual, sino que más violenta.

 

Al verse reflejada en las agua mansas no se supo reconocer, aquella apariencia le resultaba familiar pero no se trataba de un lobo. ¿Qué estaba sucediendo?. Despertó antes de poder averiguarlo, sudada de pies a cabeza y con sabor metálico en la boca, la brisa mecía las cortinas vino tinto de su habitación —la ventana estaba abierta— y el silencio le resultó ensordecedor, ya no logró volver a dormir después de tal experiencia.

 

Prefirió aguardar pacientemente el alba, el cantar de los pájaros y el jolgorio que le provocaba la risa de su hija para bajar a desayunar con la niña en brazos y el semblante sombrío. No quería cruzar palabras con ningún familiar puesto que ni ella misma sabía lo que estaba sucediendo así que luego de una cargada taza de café que movilizó su sistema nervioso decidió recurrir a la biblioteca de la familia Macnair y más tarde, por consiguiente, a la de la Universidad donde agotaría su última esperanza.

 

Fue en aquel sitio donde se topó con un anciano decrépito que no recordaba haber visto antes en todo su tiempo como Profesora o estudiante y con el que mantuvo una breve conversación dado que apareció de la nada misma mientras buscaba algún libro profético sobre los sueños o sobre la transformación le dijo que sabía que sucedía en su interior, que conocía la historia de la rivalidad entre la verdadera naturaleza y lo que uno creía ser, pero que allí no encontraría las respuestas sino al final del sendero, bordeando un lago, en medio del hielo.

 

Arya quiso preguntarle sobre el acertijo pero en un parpadeo el anciano había desaparecido ¡Frente a sus narices! cosa que le hizo fruncir el ceño y seguir leyendo hasta el agotamiento. Al salir, el calor abrasador de El Cairo le hizo bufar y en lugar de tomar el camino de regreso siguió sus propios pasos en sentido contrario hasta toparse, sorpresivamente, con un lago; no lo conocía pues jamás había ahondado demasiado en los terrenos de la Universidad, pero más allá de los edificios y las residencias estudiantiles se encontraban una pequeñas casas acogedoras y separadas por una prudente distancia.

 

Para ser honesta ninguna de ellas le llamaba la atención, les dio la espalda comprobando que se había confundido de dirección y un aullido la hizo detener. Sus pies se clavaron al suelo caliente y dorado, sus ojos se abrieron de par en par permitiendo ver cuan dilatadas estaban sus pupilas y el vello de sus brazos descubiertos se erizó ¿Por qué no podía moverse?. Giró lentamente sin pestañear y tragó en seco fijando la mirada en el pequeño muro de barro, su corazón latía más de la cuenta y parecía querer salirse de su pecho en dicha dirección.

 

Sin pensar lo que estaba haciendo, sus pies dieron rienda suelta y atravesaron el umbral caluroso para toparse con un clima completamente diferente. Ésta vez estaba segura de no estar soñando, pero cómo explicaba que segundos atrás estuviese expuesta a un sol infernal y ahora copos de nieve salpicaban su pelirroja melena corta. Las botas altas hasta las rodillas se hundieron en la nieve y sus vaqueros casi se congelaron pegados a sus muslos, no tiritó como muchas otras personas lo harían en aquellas temperaturas sino que sonrió, el frío corría por sus venas.

 

Alisando su camisa color arena y sacudiendo la nieve de los hombros de su fina capa de viaje gris topo, llamó a la puerta sin saber lo que le aguardaba del otro lado o quién acudiría a su reciente presencia.

 

¿Dónde estaba?, ¿Había llegado sin saberlo a la morada de un Arcano?

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La Delacour miro a la Arcana mientras le preguntaba si estaba legalmente segura, por supuesto que lo estaba, ¿acaso era porque la vio dudosa al principio? Pero eso no significaba nada o si?

 

Su corazón latía muy deprisa al ver cómo levantaba la varita y con un rápido movimiento hizo que a su alrededor una bola de humo se formará y la cubriera por completó.

 

Miró con desesperación a su al rededor pero nada se veía, nisiquiera el calor de la cabaña de Suluk, movió las manos a su alrededor pero nada era cómo tocar aire, su respiración aumentó hasta que el humo comenzó a desaparecer de apoco.

 

<<-Pero, para estar seguras tendrás que demostrarlo->> las palabras de Suluk retumbaban en su cabeza como un eco pero el sol abrazador la desconcerto por un momento, maravillada miro al cielo pero tuvo que taparse los ojos ante la luz.

 

Alessandra comenzo a dar marcha atras pero se topo con un pastizal alto y seco, por primera vez vio mas alla y jadeo al ver que era la casa de campo en Francia, desde que se habia comprometido soñaba bastante seguido con el lugar y no sabia la razon o quizas si pero no queria verla.

 

Un ruido de ¿patas? Y el movimiento del pastizal hicieron que concentrara su atencion en ese lugar, comenzo a caminar despacio con cuidado tratando de ser lo mas sigiloza que podia pero el movimiento se detuvo y ella tambien.

 

-Quien es?- pregunto con su mirada recorria el lugar pero no habia nada que indicara que habia otro ser humano solo ella y lo que sea que estaba ahi.

 

Saco su varita y rodeando el lugar salto para encontrarse con la liebre de su sueño, era tal cual habia esperado pelaje suave y espeso de color oro en cabeza y lomo, con una sonrisa se sentó en el suelo.

 

-Eres tal cual te soñe-le hablo maravillada pero el animal parecia no hacerle caso -que pasa?-le pregunto.

 

Pero el animal solo salio corriendo hasta la punta del prado donde habia un enorme arbol y la miro, sus ojos azules relampageaban a causa de la exitacion y cautela. Alessandra decidio seguirla.

 

-¿Que tramaras?- se pregunto mirando con cautela a su al rededor.

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