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Videncia


Sajag
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En cuanto se apareció en la explanada frente a Mahoutokoro, Nathan se preguntó qué lo había llevado realmente allí. La respuesta estaba lista en su mente, casi como si ésta hubiese estado esperando la pregunta, y le dijo que estaba allí para escapar.

 

Sabía que aquella probablemente no era la razón ideal para tomar una clase de Habilidad de la mano de los Arcanos quienes, por lo general, eran sumamente demandantes y mostraban extremo orgullo por su enseñanza. En efecto, debería buscar una forma de disfrazar sus intenciones sin mentir abiertamente pero sin ser rudo: no podía decirle al arcano que su clase era la única idea que había tenido para escapar del trajín de Londres, para salirse del incordio que eran las consecuencias aún plenamente visibles del gobierno del tirano fascista Black Yaxley que – por algún milagro – había llegado a su fin. Probablemente tendría que, de alguna manera, decorar en palabras su verdadero pero no demasiado significativo interés por la Videncia. Interés que, dicho sea de paso, sólo había surgido recientemente.

 

En tiempos donde el presente instaba a sus convivientes a escapar, donde su pasado era tan oscuro que poca intención tenía Nathan de volver a él y el futuro – a consecuencia del ex-mandatario – tampoco era demasiado prometedor, tenía que encontrar suplencias. No era tan ignorante como para creer que podía cambiar el presente (su reciente derrota en la candidatura al Ministerio de Magia había sido prueba hegemónica de que su voz poca fuerza tenía), y él siempre había entendido el futuro como tirar una moneda. No creía verdaderamente en el destino, sino que pensaba en él como una suma y resultado de todas y cada una de sus decisiones.

 

Mientras caminaba hacia la habitación donde el Arcano residía, hizo un repaso de cómo todas y cada una de las habilidades mágicas que había aprendido lo habían ayudado. Quizá aquello le ayudara a estar más seguro de por qué estaba allí aquella noche.

 

La Oclumancia le había dado los momentos de paz y privacidad que necesitaba; había mantenido su presencia inadvertida en momentos donde sus enemigos estaban a su acecho. Su mente era suya, y suya sola gracias a ella.

 

Pensó, mientras subía unas escalinatas.

 

La Legilimancia le había permitido invadir las mentes de sus enemigos en la búsqueda de las memorias y secretos que hubo de obtener en pos de la seguridad de la sociedad mágica. Ya casi nadie podía mentirle; ya no más. Las mentes hablaban lo que las personas no.

 

Agregó, momentos después, al tiempo que giraba a la derecha y comenzaba a andar por un largo pasillo.

 

La Metamorfomagia le había permitido esconderse y disfrazarse; pasar desapercibido en momentos en que su integridad peligraba. Toda su entereza era dinámica, sujeta a la mayor constante de la naturaleza: el cambio.

 

Pensó, mientras miraba por un gran ventanal a la par que caminaba hasta lo que era la puerta de la recámara del Arcano.

 

Y la Animagia le había provisto un refugio: un estado de la existencia en el que podía ser él mismo, sin ser él mismo. Podía escapar de compañías indeseadas y escabullirse en sus pensamientos por cuanto tiempo precisase sin temor a interrupciones.

 

Un fuerte hedor a rosas y algo más que no lograba identificar inundó sus sentidos... ya había olvidado cómo su profesor de Adivinación en Hogwarts preparaba aquellos brebajes humeantes que daban olores de lo más curiosos.

 

La Nigromancia lo había enfrentado a sus peores demonios, y lo había hecho más valiente... obligándolo a darse la mano con su pasado.

 

Finalmente llegó hasta la puerta del Arcano. Tocó sus nudillos contra la madera.

 

¿Y la Videncia? – pues no había razón para pensar que sería diferente.

 

Esperó.

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Sajag sonrió, primero, y luego alzó las cejas con sorpresa después de girarse, dándole la espalda a los ojos inquisitivos de su ahora pupila. No era el tipo de respuesta que había esperado de parte de la muchacha pero eso sólo significaba que quizá podrían explorar más enfoques además del convencional. Volvió a sonreír para sí y habló, todavía de espaldas:

 

—Bien dicho —la acotación no era gratuita, si no una aclaración justa, para lo que estaba a punto de explicarle—. Ahora que ha podido percibir por sí misma la complejidad del recorrido de su magia, que no es arbitraria si no que sigue un principio anatómico, podrá entender que le hice esa pregunta porque es importante que entienda que ésta no es la única fuerza en acción en su cuerpo —se volvió. Sus ojos brillaban, con el entusiasmo sereno que solo puede mostrar alguien que ha pasado demasiados años, avocado a una especialidad, a pesar de que su sonrisa ya no estaba allí—. Voluntad, inclinaciones, preferencias, apetitos, ambiciones —Sajag enumeraba todo mientras daba pasos cortos alrededor de ella, intentando centrar su atención mientras la observaba desde todos los ángulos posibles—, un solo individuo puede conducirse por todos estos motores, ser parte de ellos como en un recorrido, hacerlos propios, controlarlos o ser arrastrado por ellos.

 

>>Las posibilidades son infinitas. Cada persona es una infinidad de caminos y posibles eventos, que se concretan en acciones —sus palabras salían ahora como un caudal porque era la esencia misma de aquello en lo que centrarían su estudio por las próximas horas y era preciso que Triviani absorbiera cada gota de información, no solo para comprenderla, si no para interiorizarla de tal forma que se convirtiera en un principio mecánico para su cuerpo, que la información brotara de su cerebro como su primera reacción automática, un acto reflejo, ante la simple mención del asunto—. Por tanto, si intenta razonarlo, se verás sobrepasada por algo que está más allá de su capacidad —aclaró sin más, pues era un punto en el que no valía la pena discutir—. Usted es una infinidad de posibilidades y yo también y si intentara mapear con su cerebro todo lo que puede surgir de ello ¿qué es lo que piensa que sucederá?<<.

 

Sajag lo sabía. Era como ver un gran mapa lleno de líneas de luz, un conjunto que parecía no tener ni principio ni fin pero sí demasiadas bifurcaciones, una enredadera imposible de desentrañar, entrecruzándose con otra igual de caótica y difusa. Intentar abarcar todo eso, en una sola mente y encontrar patrones y señales no solo era irrazonable, si no también completamente inútil. Especialmente cuando había otro modo de abordar el asunto, que quizá podía ser más difícil en principio pero mucho más funcional como ambición última.

 

—Entonces —recapituló— es preciso que lo interiorice y lo convierta en un instinto —dado que la bruja no parecía haberse molestado en lo más mínimo ante la señal anterior, se acercó y alargó el dedo índice hacia un punto sumamente vulnerable en su frente, justo por encima de su nariz. Algunos le decían el triángulo de la muerte pero eso no era lo que significaba para los menesteres que tenían entre manos ahora—. Aquí. Este es el ojo interior que le menciono. Tiene que despertar ese último instinto que todos poseen pero que pocos espabilan a lo largo de su vida. El verdadero talento, de entender lo que sucederá en el futuro.

 

Por supuesto, tal y como había explicado, debido a su complejidad, existían niveles de talento, límites para la cantidad de poder que sería capaz de despertar en ella y, también, el hecho de que ella misma tendría que pasar un tiempo interiorizando y "programando" su cuerpo para manejar ese tipo de magia. El hecho de que Triviani dijera que su intervención no había hecho más que mapear la parte superior de su cuerpo y se perdía poco después era mala señal pero Sajag no juzgaba las capacidades de la bruja ante esa prueba simple y básica. Podía tratarse, simplemente, como a veces sucedía con las varitas, que no era el método adecuado para ella.

 

—Póngase de pie y sígame—dijo entonces con voz clara, retornando a sus modales relajados, casi aletargados.

 

Sajag la llevó al borde del risco por el lado izquierdo del mismo, que desde donde se habían encontrado no había sido muy observable. Al estar justo al borde, se entendía por qué: varios metros más abajo, en una hondonada de roca que formaba un círculo casi perfecto, había algo muy similar a un bosque de piedras, a excepción de que, por lo que podía verse a simple vista, este no parecía muy natural. Sajag fue bastante directo al explicarle las condiciones.

 

—Bien, no sé si se encuentra al tanto de esto, pero en Mongolia, esta prohibida la pena de muerte... —comenzó, acercándose a una piedra para tomar asiento— entre los muggles. Los magos, sin embargo, ejecutan a sus criminales más peligrosos —añadió, apuntando hacia el cielo con la varita— si observa con cuidado, podrá ver la barrera mágica que rodea este espacio.

 

Era, por supuesto, una forma de impedir las desapariciones. Fue entonces cuando fue más que claro que el espacio que Sajag señalaba, era alguna clase de prisión. No mencionó cómo había hecho tales arreglos en tan poco tiempo. Claro que, si se consideraba su tipo de magia y sus capacidades, no era difícil entenderlo. Tampoco demoró en explicarle lo que tendría que hacer a continuación.

 

—Su siguiente tarea, es luchar con el criminal recluido allí —Sajag entonces tomó un pergamino diminuto de lo profundo de su bolsilo con su mano libre—. Está acusado de... asesinato, tortura y canivalismo —apuntaló con tono relajado— y es un semigigante. Le han prometido disminuir su pena a cadena perpetua si llega a reducirla.

 

Tampoco mencionó cómo esa clase de arreglo era posible. Sus ojos se volvieron entonces hacia su alumna. Sajag era plenamente consciente de que los colmillos de la bruja no servirían para atacar a su oponente, lo mismo que los hechizos de aturdimiento o maldiciones convencionales. Eso no hacía ninguna diferencia si se trataba de... en fin, de todos modos, prosiguió para darle las instrucciones finales.

 

—Dado que los ejercicios de respiración no han conseguido que pueda concretar una conexión del todo directa con su magia, quizá otro tipo de estímulos pueda hacer que empiece a despertar su poder y, quizá, incluso tener algún esbozo del futuro que le ayude a... sobrellevar el asunto. Como es obvio, tiene prohibido matarlo. Tiene una hora y —alzó la varita— prometo intervenir si parece que corre peligro de morir. Él también tiene una varita y tengo entendido que además un cuchillo de dos metros de alcance si estira bien el brazo.

 

>>Todo suyo<<.

 

Acto seguido, abrió una guía de viajes de Mongolia e hizo una seña impaciente con el brazo para indicarle que debía adentrarse en el domo.

 

***

 

Mientras tanto, en las instalaciones de Mahoutokoro, la puerta de la habitación del arcano se abrió de par en par, a pesar de que no había nadie allí adentro. En el centro de la mesa ratona, brilló un pergamino que Triviani no había visto caer desde el bolsillo del arcano, de último momento. De hecho, no era el único pergamino de similar índole en la habitación pero eso no era importante en ese momento. Lo que sí lo era, era la figura que aguardaba en la puerta, que enseguida podría notar el brillo del pergamino que, en cuanto éste se acercara, cambiaría de tono a un azul intenso, que solo los trasladores portaban.

Cuando Nathan Weasley lo tomara, se vería transportado inmediatamente a Mongolia, al lugar en que Triviani y el propio Sajag se encontraran poco antes. Apenas con echar un vistazo alrededor, el mago sería capaz de ver al arcano varios metros más allá, una figura diminuta desde esa distancia, sentado cómodamente sobre una piedra, leyendo una animada guía de trampas para turistas con expresión neutra.

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La puerta que tenía delante de él se abrió súbitamente ante el golpeteo de sus nudillos, instándolo a entrar en una habitación en la que, a simple vista, no había nadie. A pesar de la curiosidad de ello, Nathan contempló la habitación en la que ahora se encontraba: los pisos y paredes eran exactamente iguales a los de los pasillos que acababa de transitar, más eran tan altos en comparación a su persona que le conferían una sensación de pequeñez. Casi por completo, la habitación tenía sus paredes cubiertas por altas estanterías llenas de pesados volúmenes cuyos lomos – a consecuencia de su miopía – no podía leer desde el umbral de la puerta. A estrechos regulares, las estanterías eran interrumpidas por grandes ventanales que permitían el paso de luz solar y que constituían la única fuente de iluminación a aquellas horas de la mañana.

 

Había tanto más para observar allí dentro, más su mirada fue interrumpidas por otro objeto que llamó su atención: en el centro de la habitación había una mesa ratona con un pergamino sobre ella, que con el pasar de los segundos parecía emitir un fulgor cada vez más intenso. Por unos segundos, Nathan permaneció anclado a su lugar debajo del umbral de la puerta, indeciso de si aquel fenómeno estaba diseñado para atraer su atención o simplemente estaría hurgando en las pertenencias del Arcano de acercarse a él. Finalmente, la curiosidad tuvo que pedirle perdón a su moral a medida que comenzó a caminar hasta el pergamino que, al verlo acercarse, comenzó a brillar con cada vez mayor intensidad y mostrando notas de un color azul intenso.

 

Una sonrisa se esbozó automáticamente en los labios del Weasley: el pergamino era un traslador. De alguna manera, el Arcano sabía que él se había presentado a su vivienda, lo cuál le hablaba una vez más de los alcances de la magia de aquellos seres. Le daba curiosidad, sin embargo, el saber cómo: no había retrato alguno en la habitación que se lo pudiera comunicar, ¿acaso el hombre había dejado un encantamiento traslador listo para cuando la puerta se abriese? ¿acaso había colocado un segundo encantamiento que abriese la puerta en cuanto alguien la tocase? Negó con la cabeza, sabiendo que no llegaría al final de sus inquisiciones estando parado allí, y tocó el pergamino con dos de sus dedos.

 

El efecto fue instantáneo: su cuerpo fue absorbido por el traslador como si Nathan estuviese atado a él por un gancho invisible. Por momentos, la familiar pero aún incómoda sensación de falta de aire lo inundó, e hizo lo posible por controlar su respiración hasta que finalmente el traslador lo soltó y el pudo deslizarse con ligereza hacia su destino hasta que sus pies hicieron contacto con la tierra. Fue recién entonces que observó donde se encontraba: una explanada de terreno abierto inmensa, donde el elemento predominante era la roca – que co-existía con distintos niveles de vegetación – formando un peñasco que se perdía en dirección al cielo. Tuvo que utilizar su mano para escudarse de la excesiva luz del sol que le dificultaba la vista, pero a la distancia vio una pequeña silueta que parecía sentada sobre una roca.

 

Aquel debía de ser el Arcano.

 

A medida que se acercó a él, pudo divisar mejor su contextura: a pesar de ser un hombre alto, distaba de ser longilíneo dada la barriga que se contorneaba prominente en su torso. De piel oscura y cabello castaño hasta los hombros, tenía el resto de su rostro escondido detrás de un mapa que – nuevamente, gracias a su miopía – se encontraba incapaz de leer. Incluso cuando el Weasley se encontraba a apenas dos metros de él, éste parecía no haber advertido su presencia. Nathan carraspeó, intentando no sobresaltarlo con su voz, y musitó:

 

¿Arcano Sajag?

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La calva se quedó en silencio, absorta a lo que Sajag le diría cuando este le dio la espalda. Esperó cortos segundos una respuesta, respiró con calma y se obligó a no concentrarse en la frustración que crecía en su pecho, estaba acostumbrada a no fallar y ser excepcional en cada acción, pero cada que pisaba cerca de un arcano parecía solo empezar a fallar antes de recomponerse. Cerró sus ojos, y estiró sus cuellos liberando cierta tensión hasta que la afirmación por lo dicho llegó. Se quedó quieta, escuchando las siguientes palabras mientras con suavidad alzaba sus párpados.

 

Las palabras del arcano se repitieron en un profundo eco en su mente "voluntad, inclinaciones, preferencias, apetitos, ambiciones", pero fue la última en especial que terminó en un seco pronunciamiento a través de sus oídos. Los pasos del viejo arcano rondaba a su alrededor, pero ella solo podía observar el horizonte que tenía en frente, analizando las palabras que su cerebro iba descifrando con cada pronunciación. Las palabras se repetían en su mente, como si de una profunda lectura se tratase, tragó en seco y asintió lentamente pero sin despegar la vista del brillante sol que ahora hacía a la distancia.

 

Pensó aquello, sobre las posibilidades infinitas dentro del entorno que la rodeaba. El fracaso, la victoria, la aceptación y una larga enseñanza eran pocas de las tantas cosas que sabía podían suceder durante su aprendizaje. Escuchó la pregunta y sintió sus palabras fluir por sus labios más rápido de lo que siquiera las había pensado - Ninguna idea en concreto se logra fijar en mis pensamientos. Puede que lo logre, puede que no, puede que dure una eternidad en conseguirlo como puede que no... - dejó en el aire perderse sus palabras para seguir escuchando al arcano que prosiguió con su explicar.

 

La presencia del hombre en su campo de visión la hizo alzar la vista y enfocar el dedo que se acercaba a su entrecejo, un punto que ella no creía fuera sensible en dicha habilidad. El mero tacto desencadenó un calor que encendió ese punto pequeño y comenzó a abarcar su rostro hasta enfocar gran parte de su cuerpo. Triviani no entendía aquello pero intentaba no desenfocar su atención del arcano por ello.

 

La indicación llegó y alzó su cuerpo sobre sus pies, comenzando a seguir de cerca y con pasos seguros al arcano que se alejaba de su punto de inicio a un risco por el lado izquierdo, se acercó a la orilla y observó hasta abajo lo que parecía una ciudadela de rocas puestas al azar de forma mecánica, protegiendo quizás algo. Mientras el hombre le explicaba su tarea, Zoella determinaba las alturas y los pasaje intentando grabar cada cruce en su mente junto con las posibles salidas del lugar.

 

Detuvo aquello cuando escuchó lo que se le indicaba, el gigante debía de reducirla a ella, cosa que no terminaría nada bien si no se adelantaba a percibir su ojo interior. Maldijo por lo bajo mientras empuñaba su varita, la barrera mágica que protegía el espacio brillaba ante sus ojos, esperaba que su vida no corriera tanto peligro antes de que su ojo interior actuara, o quizás aquello la alentaría a despertarlo del sueño en el que estaba ahora.

 

Zoella cayó las miles de preguntas que surgieron de su mente, la insistencia que su maestro le daba para continuar sentenciaba que no contestaría nada y que sin más debía de actuar, debía de moler a golpes más no matarlo para suerte de él. La calva resopló lentamente y decidió bajar por el risco justo como si estuviera escalando alguna montaña. Cuando estuvo a una distancia prudencial; no tan alta como anteriormente, simplemente saltó para caer al interior de la prisión.

 

Escuchó unos fuertes pasos, recordó haber visto a la figura del gigante recorrer unos pasadizos en lo que ella determinaba el área desde arriba. Subió la cabeza y entornó la vista al arcano y una nueva presencia. Respiró profundo, y decidió comenzar a explorar el interior de lo que parecía un laberinto rocoso.

 

Los minutos comenzaban a pasar, quince hasta ahora había contado en su reloj de muñeca en los que recorría, sintiendo algo pisarle los talones pero al girarse nada le seguía. Las fuertes pisadas parecían acercarse y ella por instinto seguía los sonidos de los gruñidos que el gigante soltaba enojado. Intentó focalizar su mente, buscando abrir su ojo interior y llevar su magia a él, pero solo pasillos desolados era lo que su mente proyectaba haciéndola creer que era más de lo que sus ojos observaban frente a ella.

 

Se encontró con una encrucijada, giró sobre su eje observando todos los caminos y respiró con calma. Cerró sus ojos y se enfocó en intentar ver algo, sin saber en concreto que. En sus oídos nada se escuchaba, ni un paso, ni una respiración.

 

Algo efímero llegó a su mente, una onomatopeya de una hojilla cortando el aire. Ante las imágenes negras de sus pensamientos una inmensa espada se encontró en su vista y su cuerpo sin siquiera reaccionar se lanzó al suelo. Abrió sus ojos y sobre ella un mortífero cuchillo de dos metros voló por el aire hasta caer en un sonido vibrante metros adelante. Con los ojos miro en la dirección que este apareció, y el gigante corría furico en su dirección.

 

- Maldición - pronunció Zoella para empezar a correr en su huida. Cruzó un par de veces, intentando despistar al gigante que la perseguía a grandes pasos, y lanzaba la mano libre al frente para atraparla y cada tanto blandía la espada intentando lanzar y quitarle un tajo.

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—El mismo.

 

Sajag echaba rápidos y disimulados vistazos por encima de su hombro. No era que necesitara hacerlo pero era un hábito tan humano que a veces no se resistía a él. Al incorporarse otra vez, dejando la guía sobre la roca, su barriga se balanceó. Observó al muchacho con muda pasividad, por un buen rato. Luego, extrajo un trozo de pergamino parecido al que él había tomado para llegar allí. Poco después, le siguió una pluma con tinta incluida.

 

—Tu nombre completo, tu fecha y hora de nacimiento. Tus ideas sobre la videncia o tus motivos para mostrar interés por esta habilidad.

 

Se trataba más bien de exponer cuál era su perspectiva del concepto de "videncia". Era parecido a lo que le había pedido a Triviani, con la diferencia de que, exponer una idea era más fácil que validar un concepto aceptado. Sajag tenía presente en primer lugar, la mortalidad del mago que ahora le devolvía la mirada. Triviani había sido distinta en ese sentido.

 

Lo que se iba gestando en la parte de abajo no se le escapó: escuchaba la voz y las estampidas del semigigante, mientras los sonidos del escape de Triviani no lo alcanzaban. Era un muchacho corpulento pero semigigante al fin y al cabo: era menos voluminoso que sus congéneres y...

 

Sabía perfectamente que tenía que estar pendiente de cada paso, de cada momento, porque había señalado el preciso instante en que Triviani concluiría lo que Sajag le había asignado ¿Sería Triviani capaz de adivinarlo? ¿Cuál era la naturaleza de su tarea? Esperaba que fuese capaz de ver a través rocas e incluso de la piel misma del semigigante ¿podría? No se trataba de adivinar su conducta, como bien habían establecido antes. Era algo mucho más complejo e inadmisible: el salto de fe, para poder ver más allá con su tercer ojo, en un momento de adrenalina. Era una estocada a precisión, pero desarmada ¿era una adivinanza difícil?

 

—Si son varios motivos, puede enumerarlos—precisó Sajag, dirigiéndose a su más reciente pupilo como si, momentos antes, no hubiera estado pensando en Triviani; a veces, para el arcano, el presente, pasado y futuro se desdoblaban, revelándose como parte de la misma textura y superficie—. También, darme su percepción de lo que sucede allí abajo y cómo se siente usted mismo ahora ¿tiene alguna idea al respecto?

 

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Triviani huía a grandes velocidades, pero el gigante; o semigigante ya ni sabía que era, parecía no perderla de vista con los largos pasos que daba y hacían temblar el suelo. La calva miraba cada tanto a su espalda, intentando determinar la distancia o buscando algun punto debil pero nada le saltaba a los ojos, y su ojo interior parecía más muerto que dormido, no estaba segura de nada y tenía bastante ansiedad aglomerandose en su pecho.

 

Escuchó el ruido de la hojilla del cuchillo cortar el aire cerca de su cráneo, y sintió que todo se le iba al borde estando tan cerca del peligro. Cruzó en una esquina y el gigante siguió de largo por la velocidad en la que venía. Zoella no detuvo el paso y lo perdió entre los pasillos de la rocosa prisión donde se encontraban.

 

Se detuvo unos segundos, observando a todos lados mientras se recostaba de las rocas a su espalda. ¿Realmente que buscaba el viejo panzón con aquel reto? Los ojos grises de la mujer escanearon el lugar sumido en un extraño silencio, desconfiada de todo. Deseosa por irse y no volver más, ya la cosa no le gustaba como se iba tornando y su reloj le indicaba que solo tenía 15 minutos para cumplir con lo impuesto por Sajag.

 

Su cuerpo tembló un poco, por el pánico que sentía al pensar siquiera en verse aplastada por un pisón o cortada por el cuchillo inmenso que sostenía el fornido y alto cuerpo. Su mente comenzó a mostrarle fragmentos del semigigante subiendo una roca, imagenes que no supo identificar, y solo comenzó a correr por la izquierda mientras huía del lugar que tal parece fue perfecta opción. Desde la dirección donde antes venía escuchó el gutural grito de guerra y sintió las fuertes pisadas del semigigante.

 

- ¡No lograrás matarme tan fácilmente! - bramó, girando levemente y realizando una floritura con su mano, una zancadilla fue realizada al cuerpo corpulento que cayó como peso muerto al piso. Zoella se detuvo unos 8 metros más adelante y lo observó levantarse y gruñir con furia - Lo lamentarás - le pronunció este extrayendo su varita también.

 

Una nueva imagen apareció en los ojos de Zoella, un rayo verde era lanzado y su cuerpo antes de medir que aquello era simplemente una visión solo cruzó a su costado para huir, sintiendo el rayo que salió segundos después perderse en el pasillo donde ella estaba segundos atrás. Corrió, como alma que lleva el diablo y maldijo no haber traído sus anillos uzza, aun teniendo en cuenta que aquello molestaba de sobremanera al arcano.

 

Observó por segundos su reloj, 8 minutos era lo que quedaba. Debía resistir, aun no entendía si solo debía noquear al semigigante po que hacerle, pero matarlo no era una opción puesto que Sajag la reprenderá por ello. Siguió corriendo, sintiendo los pasos rozarle los talones y observaba algunos movimientos que el prisionero daba, adelantando un poco en las evasivas que debía de dar.

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El Arcano se giró hacia él, y Nathan vio en su rostro una pasividad que de inmediato tuvo un efecto reconfortante, serenándolo. De pronto, los problemas que lo habían llevado a tomar la clase desaparecieron, como si nunca hubiesen estado allí, y de hecho tenía cierta dificultad para pensar en ellos. ¿Acaso era el Arcano influenciándolo de cierta forma con su magia ancestral? Dudaba que aquel fuera el caso, puesto que estaba convencido de que la Oclumancia que había aprendido de la mano de otro de los Arcanos lo mantendría a salvo de tales intervenciones o, en el peor de los casos, le alertaría cuando alguien estuviese jugando con sus pensamientos. Negó con la cabeza, forzándose a sí mismo a concentrarse en las palabras del arcano.

 

Nathan Atticus Weasley. – contestó, seguro de al menos esa parte de sus respuestas. – Nací un quince de febrero de mil novecientos noventa y dos a las ocho y treinta de la noche, aproximadamente. – aquellos datos los había conseguido no hacía mucho, cuando se vio forzado a interrogar a sus familiares acerca de su hora de nacimiento para su tarea de Aritmancia antes de tomar la clase en Castelobruxo. – Le seré franco y le admitiré que no se mucho acerca de la videncia; mi formación para con ella en Hogwarts fue, cuanto menos deficitaria. Mi perspectiva sobre ella, sin embargo, es que es una puerta al futuro de apertura condicional, tanto en la forma en que se abre como en lo que muestra detrás de ella.

 

No estaba seguro de si el Arcano sería capaz de comprender su respuesta. La incertidumbre con la que había llegado a Mahoutokoro minutos atrás no se había desvanecido con sus sentimientos de preocupación, y prefirió ser lo más honesto posible con el hombre antes que enredarse en mentiras que luego podrían salir por la culata. Sin embargo, había algo más en su construcción de la idea que estaba ansioso por discutir y presentarle al Arcano, quizá con la esperanza de que él esclareciese sus ideas un poco.

 

Y también, en segundo lugar, confío en que la Videncia podrá ser una suerte de esperanza. Mi comunidad está atravesando tiempos muy difíciles, tiempos durante los cuales es más conveniente escapar de fantasmas del pasado y del presente, y mirar al futuro en busca de esperanza. Y hasta eso es difícil, luego del grado de destrucción que hemos experimentado... quizá sea ilusorio de mi parte, pero espero que la videncia me de algo a lo que aferrarme. Algo a lo que apuntar. Algo que esperar.

 

Aquella era quizá la parte más naive de su perspectiva, pero estaba interesado en ver lo que el Arcano opinaba. Obediente, contempló la escena a la que Sajag hizo referencia, y que se desarrollaba varios metros por debajo del límite de la planicie rocosa en la que ellos se encontraban.

 

Pues, a simple vista, se ve una niña escapando de un gigante; pero tengo la sospecha de que ese gigante representa algo más que la mera construcción social que nosotros los magos tenemos de ellos... ¿es acaso posible que el que ella escape de él, sea una metáfora de un significante de algo más relevante en la vida de la muchacha?

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—Esa es una buena idea —replicó en dirección a Weasley, refiriéndose al comentario sobre la metáfora— yo me pregunto justo lo mismo.

 

Tan claro como un rayo en cielo pálido, Sajag percibe el momento preciso en el que la mente de Triviani queda completamente en blanco. Un momento de huida absoluta, la niebla cubriendo los pensamientos de su perseguidor. El engarce perfecto para la piedra angular, de la magia que deseaba enseñarle. Indicándole a Weasley que pensara sobre lo que iba a observar a continuación y revaluara su primera perspectiva, se volvió en redondo y, en seco, sin desperdiciar ni un solo movimiento, alzó la vara de cristal.

 

Fue casi como si el tiempo se hubiese detenido. El mago empezó una carrera corta, su cuerpo bamboleándose y saltó hacia adelante, al vacío. El semigigante detuvo su fanática persecución. Una vez al mismo nivel en el mismo laberinto de piedras después de un suave descenso, Sajag camina con seguridad, sereno. Sus pasos parecen resonar, multiplicarse, en medio del nuevo silencio que se cierne en torno a ese espacio: fácil de rastrear, lo contrario a lo que Triviani intentaba hacer momentos antes.

 

Cuando se encuentra frente a la figura paralizada del semigigante, el mago alza la mano, tocando la textura fría de la piel de su brazo: un toque compasivo y tranquilizador. El cuerpo de él se porta de forma contradictoria, parece temblar bajo su tacto a pesar de estar paralizado. El semblante cargado de miedo, de expectativa, de desesperanza. Alguien que ha perdido la fe. Alguien cuyo destino se ha torcido y es por ello que necesita ayuda para volver a su curso, a la luz de su propio camino.

 

Alguien que ha llegado a creer que la muerte es mejor que la vida.

 

—Ya está bien, no tienes que luchar más.

 

Tinieblas: él las recuerda muy bien. Por supuesto, los padecimientos de ese muchacho de veinte años son terribles, comparadas con el desliz que tuvo el propio Sajag de su destino hacía ya tanto tiempo y, aún así, todavía reparables. Todavía...

 

—Entonces ¿has quedado convencido?

 

Una figura, que hasta ese momento no había sido vista ni oída, apareció de pronto en medio del domo. No había forma de "aparecer" en realidad allí dentro, así que la única explicación posible, es que el individuo estuvo allí todo el tiempo, sin revelarse a los demás. Está vestido con una kurta, unos pantalones y zapatos sencillos y sus rasgos están cubiertos del todo, a excepción de los ojos. Éstos brillan con expectativa. No dice nada, se limita a asentir. El mago toma las cadenas que el semigigante arrastrara (¿Era un detalle quizá inadvertido respecto a él? Pero era la fuente del sonido extraño que éste realizaba al moverse, propagándolo alrededor del domo). Sajag cierra los ojos un instante despidiéndose del muchacho y luego se vuelve hacia el lugar en donde sabe que se haya Triviani.

 

La bruja, más que preocupada por sus heridas menores, luce cansada. Sajag espera que le pida explicaciones pero lo cierto es que, en realidad, no la conoce lo suficiente como para estar seguro de qué es lo que puede estar pensando al respecto. Es por eso, que ese será su siguiente paso.

 

—Siento que tuvieras que formar parte de esto —aclaró el mago intentando no sonar aleccionador que, según le habían dicho, podía ser un defecto suyo—. Ese muchacho habría muerto, si no encontraba la forma de probar que no cometió los crímenes de los que se le acusaban —explicó—. Su tiempo se agotaba pero eso iba en contra de su destino —prosiguió—. Lo entenderás cuando tu ojo interior tenga su primera visión: él todavía tenía mucho por vivir.

 

¿Cuál era, se preguntaba Sajag, la perspectiva de Triviani sobre la muerte? ¿Qué vinculo tenía ésta con el futuro acorde a su perspectiva? Sajag necesita saber las respuestas a ésta y muchas más preguntas a partir de ahora. Lo del muchacho fue distinto: el pobre no solo era semigigante, si no además extranjero en tierras mongolas. Su destino se habría torcido por el prejuicio, el desdén y la manipulación.

 

Sin embargo, lo que importaba ahora más allá del caso... era Triviani. Por ello, le entregó un artefacto que extrajo de su bolsillo: era pulcro, de lados tallados con cuidado, níveo y agradable al tacto, similar visualmente a una mezcla de hielo y chocolate blanco. Era un cubo: cada lado tenía una talla distinta, que representaba algo y eran seis caras en total. Sajag lo lanzó en dirección a su pupila para que lo atrapase, dándole las indicaciones correspondientes.

 

—Este cubo, buscará indagar en lo más profundo de tu esencia —sus palabras, si bien cuidadosas, en realidad son apenas un esbozo de las capacidades reales del cubo. Para lo que les competía, bastaba con detallarle para qué sería utilizado en esa clase—. Gracias al anillo que porto, está directamente conectado a mi cabeza —aclaró, señalando su sien, aunque era bastante obvio—. El cubo irá indagando más y más en tu interior y yo podré hacerte preguntas y oír tus respuestas.

 

>>Lo único que tienes que hacer para activarlo, es insuflar tu magia en él, sin tu varita. Una vez lo hagas, desaparecerás de este plano de la realidad y entrarás dentro del cubo. Una vez allí, éste puede tomar muchas formas: un cuarto de paredes y suelo blanco, un bosque, una casa, tierra eriaza, un campo abierto. Eso dependerá de ti, ese espacio también será un trozo de información de tu persona que yo tendré presente<<.

 

Sajag sonrió de forma enigmática.

 

—A su vez, la primera pregunta te la daré enseguida, de forma que puedas contestármela apenas entres dentro del cubo y puedas explorar en él lo primero que detiene el despertar de tu ojo interior —la sonrisa de Sajag, por alguna razón, se ensanchó— ¿dígame Señorita Triviani, cuáles son sus miedos más profundos y arraigados?

 

>>Encuentre la respuesta<<.

 

Se volvió entonces por donde había venido, usando algo de levitación para llegar de nuevo arriba. Dejar a Triviani sola con esa tarea era parte del trabajo, pues tenía que descubrirlo ella misma, sin su ayuda esta vez. Era más fácil que usar los artilugios mágicos usuales, tanto para volar como para dejar a Triviani explorar su propia magia y pensamientos.

 

Mientras tanto, todavía tenía varias cosas que conversar con Weasley. Cuando volvió con él, por encima del bosque de piedras en esa hondonada, fuera del "domo" en donde funcionaba ese encierro, su rostro volvía a traslucir su habitual serenidad. Dando pasos cortos se aproximó una vez más, sacudiendo un poco del polvo que le había caído sobre la ropa con dorso de la mano.

 

—Entonces, además de la nueva perspectiva que pueda haber adoptado, de la situación que se desarrollaba allí abajo —prosiguió, como si lo que acabase de pasar fuese de lo más habitual, aún teniendo en cuenta de que quizá todo lo sucedido no hubiera sido del todo observable desde arriba— quisiera también que me dijera qué es para usted lo más importante en este momento. En medio de este contexto que veo que usted abarca, viéndolo como difícil ¿qué significa para usted el futuro? ¿Se siente usted en control? ¿Cómo entiende usted, de acuerdo a eso, la videncia?

 

>>Y descuide —añadió— es normal no saber y sano admitirlo<<.

 

De alguna forma, el propio Sajag se sentía un tanto drenado. Era cansado, tener que decir tanto. Al menos, ahora con Triviani, había mucho más para ver y mostrar, además de las palabras que pudieran intercambiar o utilizar.

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Triviani cerró los ojos, oculta dentro de un pasillo, escuchando atentamente los pasos del semigigante cada vez más cerca. Se sentía cansada, más que un cansancio físico, era mental por lo forzado que había sido el intentar descifrar al arcano y su tarea y buscar a su vez despertar su ojo interno. De alguna u otra forma, parecía que este comenzaba a despertar de un largo periodo de letargo, donde comenzaba a desperezarse con esos pequeños fragmentos que mostraba ante los ojos de la bruja.

 

Los pasos pararon. La calva quiso asomarse pero lo evitó, en sus pensamientos el cuerpo del arcano apareció caminando en dirección al fornido cuerpo que la perseguía. Escuchó pasos nuevamente, pero estas eran diferentes, más livianos pero firmes, serenos. Escuchó la voz de Sajag y cerró los ojos, esa pequeña persecución había acabado, recostó ambas manos de sus piernas y aspiró con calma, relamió sus labios y por cortos segundos sintió sed, no sabía si era de agua, o de sangre pero su boca clamaba un liquido de cualquier procedencia.

 

Escuchó la voz a su costado y giró la cabeza, encontrándose con la figura rechoncha del hombre que le guiaba en su enseñar. Se limitó meramente a asentir a lo pronunciado por su maestro, aceptando que lo impuesto le era de ayuda en su aprendizaje, por algo lo había hecho, se repitió en silencio, esperando próximas indicaciones. Llevo su vista al camino donde anteriormente era perseguida, encontrándose con la nada misma, cubierta por el escudo protector y que escondía más secretos de los que a la búsqueda encontrabas.

 

Sus reflejos actuaron al percibir como algo era lanzado en su dirección, un cubo que tomó entre sus manos y examinó con minuciosidad. Lo giró entre sus dedos, sintiendo al tacto lo suave de la superficie totalmente lisa, de un color helado pero agradable a las pupilas, con seis caras que mostraban algo diferente que a simple vista no se lograba encontrar. Frunció el ceño, escuchando lo que era y alzó la vista curiosa y expectante. Volvió la vista al cubo y fue relajando su rostro progresivamente, buscando alguna forma en la que su magia traspasara al cubo.

 

¿Cuales eran? Se interrogó, escuchando las últimas palabras del hombre antes de que este se fuera. Se sentó en el suelo, con parsimonia y colocó el cubo frente a sus piernas, estando Zoella en posición de loto a la espera de que alguna idea surcara su mente. Rascó su nuca desnuda, buscando la respuesta en la cubierta del cubo pero nada, simplemente nada pasó.

 

Intentó buscar información de lo enseñado hasta ahora y nada llegó a su mente. Pasó los dedos nuevamente por la tersa superficie y recordó la sensación de la magia corriendo por su cuerpo, por su espalda, por sus dedos. Intentó trazar la misma línea eléctrica de la magia bajando por su nuca, corriendo por su cuello y hombros hasta descender por sus brazos. Arremolinarse en sus muñecas y bajar como un entramado de raíces por sus dedos. De un momento a otro sintió la misma sensación que cuando tocas un traslador, su estómago sufrió un tirón y todo se arremolinaba en su interior cambiando el ambiente donde ahora estaba sentada. La oscuridad y la nada misma la envolvió.

 

"¿Dígame Señorita Triviani, cuáles son sus miedos más profundos y arraigados?" se repitió como un eco, se levantó de donde estaba y comenzó a caminar, sus pasos sonaban como si pisara un charco de agua, a su alrededor se comenzó a materializar una habitación, parecida a la que habitaba en su prueba de Nigromancia, esa misma casa que su mente retrató como la que pudo haber tenido en un futuro con Jeremy. Se le formó un nudo en la boca del estómago y se sentó en la cama, observando la humilde habitación principal de la que según era dueña.

 

- La perdida - murmuró, rememorando como el miedo se apoderaba de ella cuando estaba a nada de perder algo o a alguien. Como la vez que tuvo esa sensación de que perdería a su primer amor y que en efecto sucedió, cuando estuvo a nada de perder a sus primogénitos pero decidió protegerlos a como dé lugar. Cuando se desplomó en la angustiante depresión, al perder a su tercera hija, cuando perdió su oportunidad de una vida normal y "digna". No, realmente su miedo no era la perdía de algo, era el ver morir a sus hijos, el perder a sus amores, tomó la manta azul que descansaba en la cama, recordando cómo había perdido a su último bebé por su idiotez.

 

- Mis hijos, ellos son mi mayor bendición pero mi peor pesadilla... Perdería todo si los pierdo a ellos - agregó, levantándose para caminar directamente a la única ventana de la habitación. Cerró sus ojos, e intentó aspirar el aroma del ambiente pero nada llegó. Cuando elevó sus párpados, se encontró en Azkaban, la versión en ruinas que ella había visitado, observando a su vez el lugar donde había fallecido y horas después había resucitado.

Editado por Zoella Triviani

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Sajag era una persona por demás curiosa; algo que, sorprendentemente, nunca se había encontrado antes en sus distintas incursiones educativas.

 

El Pueblo Uzza era quizá por demás predecible, dado que todos tenían como denominador común un fuerte desprecio por los magos británicos, más los Arcanos eran mucho más heterogéneos y los había de todos tipos: amables y groseros, charlatanes y reservados. Y sin embargo – quizá a causa de lo relativamente precoz de su encuentro – Sajag permanecía inclasificable. Apenas le había dado más de diez palabras, más no era aquello en base a lo que emitía su juicio; había algo en su carácter y en sus ademanes que Nathan no podía identificar: cómo parecía estar concentrado en más de una cosa a la vez, y el cómo hacía preguntas a las cuales parecía ya tener respuesta.

 

De cualquier manera, Nathan era lo suficientemente introspectivo como para saber que las primeras impresiones muchas veces eran incorrectas y que las relaciones eran una constitución bipartisana; su mala suerte en el amor y la familia habían sido grandes maestros sobre ello. En consecuencia, no podía ignorar que muy probablemente su opinión sobre el Arcano estaba sesgada sobre lo que Nathan esperaba que él fuese y, aún más, sobre cómo Sajag lo podía ayudar a él. Esa era, de hecho, la parte que aún no estaba seguro de cómo expresarle.

 

Honestamente, ni él se entendía en ese momento.

 

Y, como quien no quiere la cosa, su preocupación ante su falta de comprensión sobre su propia existencialidad se desvaneció al ver al Arcano lanzarse al vacío. La más curiosa de las escenas prosiguió, incluyendo la caída del gigante, la aparición de un tercero y una conversación para la cual el Weasley tenía los oídos sordos. Nathan no pudo hacer más que atestiguar la escena, y procuró ser lo más precavido posible mientras tanto para poder modificar su respuesta previa: ¿qué estaba ocurriendo allí abajo? ¿cómo estaba relacionada aquella escena con la Videncia o lo que sea fuese que él tuviese que aprender?

 

Había tanto que no llegaba a entender.

 

A juzgar por lo que vi, la otra alumna se encontraba en una situación que ponía su vida en riesgo, y fue eso lo que pareció darle cierta ventaja dado que de alguna manera sus acciones eran oportunas para evitar lo que de otra manera hubieran sido ataques que llevarían a una muerte segura. Sin embargo, y en total honestidad, no veo cómo sus acciones hayan llevado deliberadamente a la salvación del tercero, a no ser que el destino haya intercedido de manera indirecta para que las acciones de ella lleven a la salvación de él, independientemente de que eso haya sido o no la intención de la muchacha desde un principio.

 

Contestó, en cuanto tuvo al Arcano nuevamente frente a él: había levitado desde el fondo del precipicio con una facilidad admirable.

 

Lo más importante para mí ahora es restaurar la paz en mi comunidad; me esfuerzo todos los días para, desde mi lugar, acercarnos un poco más a ello. Sin embargo, no soy lo suficientemente obtuso como para pretender que tengo un control sobre ello... es por eso que el futuro me aterra, me da miedo de una manera en que antes no lo hacía, y creo que se debe fundamentalmente a que su carácter imprevisible ha sido magnificado exponencialmente. No estoy seguro de cómo eso se relaciona con la Videncia, pero he de admitir que vine hoy aquí con una esperanza un tanto frívola: la de que aunque sea con el fragmento más pequeño, me ayude a controlar tanta desesperanza.

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