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Videncia


Sajag
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Las profecías eran algo que a Jeremy le traían sin cuidado hasta que... vio una y no dejo de darle vueltas en su mente por meses. No podía entenderla por mas que lo intentara con todas sus energía. Le había dedicado hasta un día completo sin hacer mas nada que estar reposado en el sillón de su estudio personal dentro de la Triviani, para dejar que su mente intentara develar los misterios de aquellas visiones tan enigmáticas. Poco había funcionado. No había hecho mas que perder el tiempo, que no le sobraba.


La videncia podría responder algunas cosas, o eso pensaba a la hora de anotarse y pagar la bolsa de galeones que costaba el importe para desarrollarla. Debería usar de toda su concentración si quería sacarla adelante. Pero esperaba lograrlo. No tenia miedo de aprender. Le gustaba siempre optar por extender sus conocimientos de magia, lo hacia sentir que no tenia limites. Tanto como para palear los eternos años que tendría, debía encontrar a cada paso motivos para continuar interesado en existir. Hasta ese momento no había tenido mas que unos cuentos problemas con eso.


Al acercarse a la vivienda del Arcano, dentro de la sección de la universidad para el profesorado, puede oler diferentes fragancias que proviene de allí. Interpretaba alguno de ellos como de olor caliente de animales en grupo. Eso le agrado, ya que él solía sentirse en armonía rodeado por animales o situaciones que le recordaran a una manada. Su crianza en un bosque en medio de Siberia, le había servido para forjar el carácter que el ejercito Ruso terminó por estabilizar muchos años atrás. ¿Habian fomentado lo bueno o lo malo? Jeremy aun creía que lo malo, siempre superaba a lo bueno, así que esa respuesta la aplicaba para todas las situaciones de su vida.


-Pero que caraj...-Murmuro llegando a la puerta de tonos claros, donde Zoella estaba golpeando para entrar.


Evaluo darse la vuelta y tomar la clase en alguna otra vida, pero se dio cuenta que bien podía pasarle lo mismo dentro de docientos años. La impostora era vampira igual que él y estaba seguro que de solo enterarse repetirían esa misma secuencia. Intentando controlar el enojo, se coloco detrás de ella a la espera que abrieran la puerta.


-Que raro cruzarte en todos lados, Usurpadora -Saludo con cordialidad.

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  • 3 semanas más tarde...

―¿Pero qué clase de criado eres, Lancy? ¿Cómo es posible que se te haya "olvidado" avisarme que llegó una carta del Arcano Sajag? Tu has de creer que los galeones se dan en los árboles, ¿verdad? Si por tu culpa pierdo el intento de nuevo de vincularme a esa habilidad, te juro por lo más sagrado que te degollo ―Dijo un colérico Keaton al enterarse de que su elfo doméstico había sido capaz de olvidar una lechuza que le había llegado hace más de un mes para cursar, por segunda vez, la habilidad de Videncia.

 

Sin más, se levantó del sillón en dónde descansaba antes de enterarse del error de su criado, no sin antes, propinarle una dolorosa lección a Lancy por ello. Ascendió a su habitación tan rápido cómo pudo y se cambió, tomó a Santa Teresa, su varita mágica de cerezo, y desapareció en pos del oriente del mundo, donde ahora los Arcanos se dedicaban a dictar sus cátedras. Al llegar, sin mucho expresión en su cara, miró aquel colegio de magia y hechicería, Mahoutokoro.

 

―Espero, por Merlín, que Sajag no me halla echado en falta... ―Dijo dejando la frase al aire encaminándose raudo por los pasillos hasta donde el Arcano. Suspiró al estar frente al sitio, más para tomar aire que para otra cosa, y entró sin más.

 

Conocía ya a la perfección el lugar, o al menos eso creía él, debido a que ya había estado en aquel mismo sitio antes de su primer intento fallido con la habilidad, por lo que rápidamente llegó hasta la casita donde vivía el hombre en cuestión. Sonrió, escuchaba voces, eso significaba que, por al menos una vez, no tomaría una habilidad él solo.

 

―Buenas, perdonar la demora, Keaton Ravenclaw a la orden ―Dijo como si nada e inclinó la cabeza a modo de saludo.

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Ya ni siquiera recordaba dónde había quedado su carta de admisión a las clases de videncia, a la que se había anotado hacía... mucho tiempo, tanto que no estaba segura de si esa solicitud habría caducado. En cualquier caso, había preparado un portal para viajar hasta Mahoutokoro para consultar con el arcano Sajag si aún podía cursar o si debía inscribirse de nuevo.

 

Agarró su capa de un tirón y la guardó en el bolsito que siempre llevaba colgado, cruzado sobre el pecho para evitar perderlo. No iba a ponérsela para quitársela nada más salir: la temperatura estaba templada. Pero no estaba segura de cómo sería en el país nipón. Iba a atravesar el portal cuando una voz a su espalda la detuvo.

 

Mamá, acaba de llegar una carta para ti.

 

Anne se giró y sus ojos se clavaron en el pecho de su hijo Erik. Tuvo que alzar la vista para poder mirarle a los ojos.

 

¿En qué momento has crecido tanto? —le preguntó, mientras tendía la mano esperando la mencionada misiva—. ¿Y cómo es que la carta es para mí y la tienes tú?

 

La traía un ave... una especie de halcón. Se parece a... bueno, a ti. A tu forma animaga, quiero decir —explicó el muchacho, encogiéndose de hombros mientras extendía la carta hacia su madre. Anne sonrió ante aquel detalle: sin abrirla, ya sabía de quién era aquel mensaje.

 

Ese ave es un pigargo vocinglero y sí, es de la familia de mi forma animaga. Es un águila originaria de África, una auténtica preciosidad.

 

Sí, bueno... a mí no me lo ha parecido cuando ha intentando picarme...

 

Es que Amadou es especial incluso para mandar mensajes.

 

Abrió el sobre y paseó sus ojos grises por el pergamino mientras el muchacho intentaba leer algo. Ella arrugó el papel y se lo guardó en el bolsillo del pantalón vaquero. Alzó la cabeza y sonrió a su hijo adolescente.

 

¿No te ha explicado tu abuelo que cotillear a tu madre puede costarte un disgusto? —le dijo, a la vez que se ponía de puntillas para besarle en la mejilla—. Si le ves, dile que me he ido a Mahoutokoro. Tengo un asunto pendiente que no puedo posponer más. Ah, y échale un ojo a Edward. La golfa de tu hermana Mery ha olvidado que tiene un niño pequeño —añadió, con tono mordaz. Erik puso los ojos en blanco y asintió con la cabeza, mientras sonreía suavemente. En circunstancias normales habría defendido a su hermana mayor, pero sabía de sobra que eso le costaría discutir con su madre. Y prefería tener el día en paz. Así que la despidió con la mano sin poder evitar mirar con curiosidad el bolsillo de ésta, donde se adivinaba el papel arrugado que había guardado un instante antes. La vio cruzar el portal y luego éste se cerró con un suave chasquido.

 

 

 

Conocía el camino hasta el lugar donde, supuestamente, encontraría a Sajag. Así que se dirigió hacia allí con ambas manos guardadas en los bolsillos y gesto despreocupado. Se cruzó con otros alumnos a los que ignoró por completo, si bien notaba que muchos se fijaban en el llamativo tono azul eléctrico de su pelo corto. Un par de alumnas muy jóvenes, sentadas en un banco de piedra, se la quedaron mirando fijamente y con total descaro. Así que Anne clavó la mirada en ellas mientras pasaba por su lado y cambió el tono de su cabello a un color rojo fuego. Ambas dieron un respingo y se apresuraron a apartar la mirada, haciendo que a la líder mortífaga se le escapase una risita.

 

Enfiló el último pasillo hasta las dependencias del arcano planteándose si éste sabría ya que regresaba a las clases. Aquel pensamiento le hizo tener que pararse al ver a dos personas ante la puerta que era su destino. Dos personas que conocía bien. Parpadeó, indecisa. ¿Le estaba jugando la mente una mala pasada?

 

No me lo puedo creer —exclamó entonces, quedando a la espalda de Jeremy y Zoella.

 

 

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Sajag había tenido una temporada tranquila después de que Moody terminara su prueba con éxito, por lo que había aprovechado para irse de viaje.

 

Le había gustado, porque se había vuelto a encontrar, de alguna forma. El mantener contacto constante con un flujo interminable de alumnos, en su mayoría británicos, había hecho que se gastara con un montón de charla, lo que era impropio de su carácter. El hecho mismo de malgastarse en cháchara inconsciente a pesar de tener visiones mucho más informativas como referente nunca había sido parte de su naturaleza pero el choque cultural había sido inevitable y poco ortodoxo. Sajag no era joven, aunque tampoco era el más viejo de los arcanos. Así que quizá era por eso que había recurrido a métodos más tradicionales, de su agrado, para encaminarse, tal y como deseaba. Se había visto a sí mismo desplazándose en una cómoda alfombra voladora, con un exótico paisaje de fondo, en lugares de Turquía o Malasia y eso era exactamente lo que había terminado ocurriendo. Como... casi siempre; sus visiones se habían cumplido. También, había sido ventajoso porque le había permitido despejar su mente de los acontecimientos próximos de la guerra y su desarrollo.

 

En el momento en que suenan los golpes en la puerta, Sajag se encuentra sentado sobre un mueble bajo. Es la adquisición de su último viaje, la más reciente. Tiene varios cajones, repletos de nuevas hierbas para pipa y o para preparar bebidas aromáticas. La superficie pulida es de un tono oscuro, agradable al tacto y la vista. Solo uno de sus pies descalzos, posado en dicha superficie, sobresale por debajo de los pantalones cómodos que lleva bajo la kurta. Apoya parte del brazo en la rodilla y da otra calada. Con ánimo creciente y la sien posada contra el vidrio, mira hacia el exterior del ventanal que tiene al lado. El humo de la pipa larga de la que fuma, escapa por la luna más cercana, pues está abierta y un aire cálido ingresa al interior. El otro pie, cuelga del borde sin mayores miramientos. Ni siquiera se molesta en abrir, porque...

 

Enseguida, un alumno termina abriéndola por él a pesar de -así parece- haber llegado después y no haber pedido permiso. No importa, de todas formas. Los ojos de Sajag captan un rostro conocido: sabe que su apellido es Ravenclaw y lo ha tenido en sus aposentos antes. Sí, el mago lleva otra ropa pero es él. Da un asentimiento corto como toda respuesta a su saludo y los invita a pasar con un ademán de su mano libre. Cae en cuenta de que la mujer que se había mantenido detrás del resto de la comitiva también es un rostro conocido, aunque quizá ligermente ¿alterado? Se le ocurre que tal vez ha podido pasar cierto tiempo en compañía de Majlis.

 

Una vez el último de ellos ha cruzado el umbral y ha cerrado la puerta, Sajag evalua con cierta lentitud los rostros, pensando en cómo podría abordar ese primer momento, tan crucial en su formación. Si bien, de cierta forma los había estado esperando, también era cierto que eso no necesariamente implicaba que fuese infalible. Eso le dio la idea que necesitaba.

 

Se bajó del mueble para acercarse a la mesa ratona ya preparada con el servicio de té para cuatro inviduos. Después, los invitó a hacer lo mismo, de forma que fueran colocándose en torno al mueble rectangular, sentándose sobre los cojines, en la disposición que prefiriesen. Mientras tanto, se apresuró a servir un aromático té rojo de una tetera de cobre posada sobre una rejilla de madera, antes de soltar:

 

—Entonces, díganme ¿cómo funciona la videncia para ustedes? —sus ojos castaños se posaron en la muchacha sin cabello y el individuo que se había mantenido junto a ella hasta ese momento— También sería útil saber el nombre de ustedes dos, ya que —volvió entonces la vista hacia Gaunt y Ravenclaw— ya conozco el de ustedes.

 

Una sonrisa fugaz crucó sus labios antes de apartar la mirada de ellos y concentrarse en depositar las cenizas y los restos ennegrecidos en un cenicero pequeño. Apagó lo que quedaba sin mucho apuro y lo echó a un contenedor antes de guardar la pipa en su caja y ésta, a su vez, en uno de los cajones del mueble. Seguidamente, sirvió el té en lozas blancas y sencillas con platillos a juego, para que cada uno pudiera tomar la suya y contestar.

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-¡Pero que c****ados...! -Exclamó Jeremy al ver pasar a Keaton como si no los viera y entrando a los aposentos del Arcano - ¡Ravenclaw! -Le gritó queriéndole llamar la atención del chico sonámbulo. Pero no paso nada, el hombre ya había ingresado al lugar.


El vampiro estaba indignado, o bueno. Parte de su indignacion era eso, y la mayor parte era que Zoella estuviera ahí. La llegada de una Anne sigilosa, no mejoro el asunto. Se dio vuelta como si tuviera un resorte electrificado en la espalda al escucharla hablar. Intento sonreír, pero solo le salio una mueca entre una sonrisa y un gesto doloroso. Lo solucionó, o eso pensaba él, besando a la Gaunt en los labios de forma sorpresiva, antes de ingresar a la vivienda del Arcano, de la mano de ella.


El olor de aromatizado de la habitación es cosquillea la nariz del vampiro, que la arruga inevitablemente mientras deja que Sagaj lo evalue. Luego va hacia la mesa con rostro inexpresivo. ¿Van a tomar el te? Mira con desconcierto a la Gaunt, y a Zoella antes de sentarse en el suelo sobre un conjin medio incomodo, obedeciendo los deseos del Arcano. Luego lo inundo el aroma del brebaje, que consideraba era té, pero no estaba muy seguro.


-Disculpe que no me presente antes -Dijo Jeremy con una sonrisa - Soy Jeremy Triviani y para mi la videncia funciona como una antena de televisor muggle que va captando imágenes de tu destino. Solo que creo no te dice exactamente lo que quieres saber, sino que te lo da como un rompecabezas que debes encontrarle sentido para que tenga coherencia.


El vampiro miro de reojo a la Gaunt para ver si estaba prestando atención o si su mente estaba a millones de kilómetros de allí... esperaba que no precisamente en África, claro.

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Con una mano como visera, Madeleine levanta la mirada para observar los cerezos que se levantan alrededor de Mahoutokoro. Las ramas oscuras están llenas de flores rosadas, en contraste contra un vivo y despejado cielo azul. Una brisa tibia de verano le desordena el cabello suelto, recordándole que está muy lejos de Gran Bretaña. Con lo fácil que es viajar por el mundo para los magos, a veces olvida cuán lejos se mueve. Ahora mismo su casa y su familia están a muchísimos kilómetros de distancia, pero al mismo tiempo tan cerca como un hechizo de su varita. No es que tenga planes de regresar pronto, sin embargo. «Pero cuando regrese, prometo que nunca más me marcharé —se dice con determinación, sosteniendo con fuerza las correas de su mochila—. No habrá necesidad. Nunca más». Con movimientos más ágiles de los que debería poseer un humano, salta por el sendero, aterrizando con ligereza sobre las rocas que consigue; de repente, siente demasiada energía en su cuerpo y la necesidad de liberarla.

 

Mientras marcha por el camino lleno de flores de cerezo, piensa una vez más en lo mal planificado de aquel viaje: decidió estar lista para buscar a Sajag cuando la Comunidad Mágica Internacional está atravesando por una situación sin precedentes. No puede evitar pensar en la seguridad de los Moody en Luss, en la ayuda que podría necesitar Eileen con las nuevas misiones de la Orden del Fénix, en qué podría estar haciendo ella para ayudar a quiénes lo necesitan, ya sean magos o muggles. Se siente egoísta, por haber tomado su mochila y su varita y alejarse de aquella realidad sin pensarlo dos veces. «Y no debo ser la única. Seguramente, los arcanos no se preocupan mucho por lo que ocurre, refugiados aquí en su querida escuela». Su mandíbula se tensa, a pesar de que sabe que no está en posición de emitir juicios de valor.

 

Cierra los ojos e intenta olvidar todo eso. Probablemente, sea lo mejor. En cambio, ¿por qué no aprovechar aquel tiempo consigo misma para reflexionar? En todo el viaje, es algo que ha estado evitando, pero pronto no tendrá escapatoria. Tiene la sensación de que se dirige a un enfrentamiento, donde debe llegar con las armas en la mano, lista para el baile.

 

Durante mucho tiempo, Madeleine ha conocido los dones que corren en la sangre de los desaparecidos Stark. Aunque ahora se llame Moody, no puede pretender que no es una de ellos. Su experiencia con el arcano Lawan Nguyen y la pequeña serpiente que se envuelve en su mano, de escamas rojizas y brillantes con la apariencia de rubí, son la prueba de que en verdad es la hija de Pandora Stark. Recuerda que hace un par de años, cuando conoció a su media hermana Aylin, sintió envidia por su cabello y sus ojos tan similares a los de su madre; en aquel momento, sintió que no había nada en ella demostrara cuál era su origen. Con el pasar de los años, sin embargo, aquello dejó de ser una necesidad. La verdad es que incluso, cuando la habilidad de hablar en pársel despertó en ella, sintió rechazo; pero ahora, poco tiempo tiempo después y con un anillo brillando en su dedo anular, siente... paz. No tanto por sentir que heredó algo más que maldiciones de Pandora, sino más bien por haber descubierto algo nuevo de ella. A esas alturas, pensó que no era posible. Aquel no es el pársel de su madre, sino el de los Stark y de ella misma.

 

¿Pero, podría haber algo mal?

 

«Sólo una cosa más».

 

A diferencia de su experiencia anterior, acude a Sajag sin pretenciones y sin ningún tipo de seguridad. Sólo quiere echar un vistazo dentro de sí misma y, sea lo que sea que encuentre, se sentirá tranquila. Entonces podrá dar por terminado aquel viaje de autodescubrimiento y podrá dar el siguiente paso... «Lo que sea que eso signifique».

 

Cuando Madeleine levanta la vista hacia la enorme edificación, tiene la sensación de encontrarse frente a un santuario japonés. No es que ella sepa mucho de arquitectura, pero ha visto aquel tipo de estructuras en revistas y en la televisión. Con sus limitados conocimientos de aquel país, aquella es la imagen que aparece en su mente cuando piensa en Japón. Por supuesto, no es la primera vez que está en Mahoutokoro; ya es la tercera vez que visita a un arcano, aunque la segunda vez que lo hace por querer y no por necesidad. Para encontrar a Nguyen tuvo que encontrar un oasis oculto, mientras que a Báelyr lo visitó en una mazmorra. Por lo que investigó, los aposentos de Sajag son más tradicionales y agradables. El arcano de videncia, tiene sus aposentos en un ala de la escuela habilitada para el profesorado.

 

Justo en el momento en que llega a la puerta, ésta acaba de cerrarse y aquello no pasó inadvertido para Madeleine. Como de costumbre, aprovecha la más mínima excusa para no esperar afuera; se toma el atrevimiento de, tras apenas dar tres ligeros golpes en la puerta, girar el pomo y revelar la habitación. En el peor de los casos, dirá que estaba con la persona o personas que acaban de entrar, pero que se distrajo atándose los cordones de las botas de combate.

 

Se trata de una recámara amplia, que parece más una habitación personal que un aula de clases. Lo primero que llama su atención son los altos ventanales que iluminan la estancia con la luz natural del día, creando un ambiente agradable. Luego de un rápido estudio de la escena, ubica lo más importante: el mago que evidentemente se trata de Sajag, a juzgar por su apariencia física e indumentaria, está sirviendo el té a dos magos y dos brujas. Los rostros le parecen familiares, así que deben tratarse de magos de su misma comunidad, que ha visto por ahí, aunque la verdad no les da mucha importancia de momento. Espera no haber llegado muy tarde para el té... esperando que "el té" sea una lección acerca de la videncia.

 

—Uhm... ¿arcano Sajag? —dice, todavía debajo del umbral de la puerta-

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—Un… televisor muggle que va captando imágenes de su destino —repitió con tono hueco, haciendo eco de Triviani.

No es sencillo para él pensar en un enfoque idóneo para el mago de acuerdo a lo que acaba de decirle. De hecho, eso no hace más que reafirmar su perspectiva de que una visión es mucho más fiable que una charla para averiguar algo aún si suena incongruente... pero no (debe) se permite caer en esa espiral de desilusión y desidia. Él está allí para enseñar acerca de lo que conoce y las intenciones de sus alumnos, aquello que vayan a hacer con sus habilidades fuera de sus aposentos o cómo se conduzcan dentro de ellos, no le conciernen demasiado siempre y cuando no destruyan nada de lo que le pertenece ni tengan un grado de soberbia que al final se convierta en el veneno que les impida seguir un curso adecuado de aprendizaje. Por suerte, Triviani no ha dado señales de pertenecer a ninguno de esos dos grupos.

Existen excepciones, por supuesto. Eso, es algo de lo que no habla muy seguido.

Mientras aguarda las respuestas de los demás -algunos demorando por saborear un poco del té y otros que se mantienen en un silencio pertinaz sin mayores explicaciones- observa algo de manera fugaz, por lo que saca otra taza con su respectivo platillo. Apenas ha terminado de ponerlos a la mesa y verter el té en el recipiente, cuando la muchacha abre la puerta.

—Pase, no deje que el té se enfríe.

Expresión decidida, había visto su rostro apenas segundos antes. Indica el cojín junto a él, pues es el único espacio que sobra con lo apretado que ha quedado todo, y se acomoda mejor para no sentirse incómodo, con su barriga abultada chocando contra la madera o estando demasiado cerca de la nueva alumna.

<<Hablábamos de cómo funciona la videncia para cada quién -resumió, señalando al resto de los presentes, aunque siendo estrictos sólo Triviani había emitido su opinión al respecto-, así que ¿podría compartir con nosotros su perspectiva sobre ese tema y su nombre?>>

Mientras tanto, Sajag agita la varita con presteza y atrae hacia sí uno de los tantos libros apilados en las paredes. Pone cuidado de no tomar los de la base, para no quedar enterrados bajo las enormes pilas de tomos de diversa índole. Son parte de su colección: no solo varían en contenido, si no también en funcionamiento.

—Triviani, sostenga esto —indicó, entregándole el tomo—. Sujételo con cuidado y dígame qué es lo que observa al abrirlo.

No le señala que abra alguna página en particular o que deba leerlo, solo que lo “abra”. De hecho, la razón por la cual lo hace, es porque el mecanismo del libro funciona distinto para cada persona ¿qué es lo que verá al abrirlo? Sajag no se molesta en intentar averiguarlo con su poder, sería ridículo (aunque a veces visiones de lo más triviales le asalten) si no que espera que Triviani pueda mostrarle el resultado una vez éste se revele ante él.

En las páginas en blanco, empezarían a trazarse líneas con tinta negra; podría ser sobre el tema que fuese, dibujos estéticos (o no), que se movían o hablaban. A veces, hasta llegaban a aparecer globos de diálogo. Los dibujos y demás detalles podían ser abundantes, tener forma nítida, estar bellamente trazados y otras veces ninguna de esas cosas. Era una manera de atisbar el poder del ojo interior de sus aprendices dependiendo del tipo de manifestación que el libro mostrara y también hacia dónde estaban direccionadas sus percepciones. El té era también un aliciente para facilitar que dicho poder fluyera acorde a sus capacidades.

Sí, sentía un poco de curiosidad por lo que aparecería en las páginas en blanco y no quería averiguarlo por el “método infalible”. Eso habría sido de una pretensión insultante de su parte hacia sus ahora pupilos.

Editado por Sajag
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—Pase, no deje que el té se enfríe.

 

Madeleine parpadea, confundida. Al examinar la mesa con más cuidado, se da cuenta de que junto a Sajag hay un espacio libre con una taza humeante de té ya servido. «Vaya, sí que es bueno», piensa, mientras se adentra en la estancia del arcano. Intenta no tropezar con nada ni con nadie, aunque quizás sea un poco tarde para eso... No le agrada tener que participar en una clase grupal, con personas que no conoce y que no sabe si son de fiar. Le gustaría pensar que los arcanos no aceptarían a cualquier pupilo, pero sabe que es un pensamiento ingenuo: la forma de llegar a los arcanos es, principalmente, mediante el oro. Luego de eso, los arcanos pueden ser muy exigentes pero en su experiencia rara vez se preocupan por las verdaderas intenciones de sus aprendices, probablemente por lo alejados que se mantienen de la comunidad mágica y los sucesos que ocurren diariamente.

 

Al sentarse junto al arcano, se da cuenta de que su cuerpo está tenso. No puede evitarlo, es un reflejo natural e instintivo al verse rodeada de tantas caras extrañas y pálidas... A veces, desearía haber terminado el entrenamiento con Rosália Pereira para poder conocer lo que hay tras los ojos de las personas, pero no tuvo la paciencia para ello. Lo único que tiene es su aprendizaje con Aaliyah Sauda, que le ayuda a sentirse protegida y segura en situaciones como esa.

 

Respira profundamente, mientras rodea el pocillo de porcelana caliente con las manos y escucha las palabras de Sajag.

 

—Oh —susurra, con los ojos clavados en el líquido traslúcido.

 

Su esperanza de tener una sesión un poco más privada se ve aplastada cuando el arcano le dice que debe "compartir" y "presentarse". La verdad es que la situación le trae recuerdos poco agradables de sus años escolares, pero si en la adultez ha superado cosas todavía más traumáticas, ¿por qué se va a dejar intimidar por una clase grupal? Qué estupidez. Ya es una mujer, hecha y derecha.

 

—Soy Madeleine Moody —dice. Hace una pausa para tomar un sorbo de té, pero se arrepiente casi de inmediato. Es cierto, odia el té. Con expresión de desagrado, baja la taza, esperando no tener que acabarse la bebida.

 

Separa los labios, pero los vuelve a juntar casi de inmediato. «Cómo funciona la videncia para cada quién». ¿Y cómo va a saber ella como funciona para ella, si, en el estricto sentido de la palabra, nunca la ha experimentado? Tiene conocimientos generales: sabe que los videntes son magos capaces de ver hacia futuro con su ojo interior. Suena sencillo, aunque con el pasar de los años ha conocido a personas que experimentan visiones y no ha sido muy bonito. El recuerdo más vívido es el de Catherine, con las manos crispadas y la cabeza echada hacia atrás en un doloroso episodio. Su voz era grave y gutural, cuando recitó un amenazador mensaje acerca del futuro de la Orden del Fénix. «La manzana podrida... La manzana buena... el lugar donde el lobo aúlla...». Pero sacude la cabeza, para no distraerse. Hace ya mucho de aquel suceso y hoy en día todo está bien, aunque tiene ya un par de meses sin ver a su madre.

 

A pesar de Catherine tiene el don, Madeleine sabe que, si es capaz de dominarlo, no sería por ella. Sería, una vez más, gracias a la sangre Stark... Y no sabe si la idea le agrada, pero quiere averiguarlo.

 

Lo único que quiere, es un poco de paz. Su experiencia con Nguyen fue de ayuda, es cierto; logró sellar aquel repentino, para poder usarlo sólo cuando así lo quisiera. La verdad es que no piensa que sea una vidente, pero necesita una solución: o poder ver, o cerrar el tercer ojo para siempre. Para Madeleine, esa percepción extrasensorial —ése fue el nombre que le dio Ellie— que constantemente la mantiene en un estado de alerta e incluso de paranoia, nunca fue más que algo natural e incluso razonable. Un instinto de supervivencia... que, sí, muchas veces le salvó el pellejo. No habría pensado que podía haber algo especial tras ello, hasta que se dio cuenta de que los sueños extraños que la empujaron a visitar a Nguyen no desaparecieron luego de consagrarse como hablante de pársel. Ya no pierde el control y se despierta son siseos dolorosos, pero la sensación de que algo malo se acerca se sigue cerniendo sobre ella y cada vez está más cerca.

 

¿Siempre se habrá sentido así? Durante muchos años fue catalogada de paranoica, de loca, por sentirse constantemente en peligro, pero tenía sus motivos. Participaba activamente en las batallas contra los mortífagos y sólo fue cuestión de tiempo para comenzar a ser perseguida, tanto por los magos tenebrosos como por el Ministerio de Magia. Pero ahora, incluso con todos los problemas que hay en el mundo mágico, sabe que está a salvo. Ya nadie piensa ni habla acerca de ella, y si bien de vez en cuando apoya algunas misiones de la Orden del Fénix, rara vez se mete en problemas o a su familia. No llama la atención de nadie, no hace tantas estupideces... pero los temores no desaparecen y, en cuanto, a esa sensibilidad, si bien la aprovechó para desarrollar ciertas habilidades relacionadas con la Magia de la Oscuridad, sigue sin estar bajo su control.

 

Y lo necesita. Si puede controlar cada aspecto de sí misma, tendrá paz. Está convencida.

 

La línea de pensamiento que siguió para acabar en la morada de Sajag, es que esa "sensibilidad" y esa "percepción extrasensorial" podía estar relacionada con los conceptos de clarividencia y el tercer ojo —o el ojo interno—. ¿Quién podía saber de esos temas? El arcano de videncia. Por eso está ahí. Pero ¿ahí está la respuesta para la pregunta de Sajag?

 

—No sé cómo funciona la videncia —reconoce Madeleine, con la voz ronca. Con un dedo recorre el borde de la taza de té, se le hace más fácil hablar con franqueza si olvida que hay más personas escuchando—. Es decir, no sé si funcionaría en mi, si fuera el caso. Es sólo que, a veces... Siento que debería ver más allá, mis otros sentidos captan algo más, pero simplemente no puedo hacerlo. Y la verdad me parece bastante molesto, es como un punto medio entre la vigilia y el sueño. Me gustaría quedarme en uno de los dos lados y ya. ¿Eso tiene sentido?

Editado por Ellie Moody

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  • 2 semanas más tarde...

—Eh...

 

Es la primera vez, de unas pocas ocasiones, en que alguien le manifiesta abiertamente que no sabe a qué se está enfrentando. Supone que eso debería incomodarlo, como mínimo, pero en realidad no lo hace. Solo causa que sus ojos se queden fijos en ella por un buen rato, mientras termina de explicarse. Después, toma la caja que acababa de guardar y se incorpora.

 

—Hay alicientes y también hay cosas que van en detrimento del desarrollo de la habilidad —dice de pronto, mientras Jeremy aún examina el volumen que le entregara. Sus palabras, son para todos los allí presentes, en realidad—. La videncia es una habilidad suceptible a cambios porque está basada en el proceder de los humanos y su entorno, así que no es "extraño" que pueda percibirlo así.

 

Si bien Sajag se ha cuidado de tomar sus "implementos" y ponerlos en sus bolsillos, eso no impide que sienta algo de pena por el buen té que habrán de dejar a medio consumir sobre la mesa. El arcano se dirige hacia la puerta, la abre de par en par y espera a que todos salgan. Una vez fuera, la cierra y los conduce con paso seguro hacia el exterior.

 

El espacio es cálido, con un clima siempre regular y una estructura que no ha cambiado a pesar de las relocaciones. A grandes rasgos, le agradan más las estructuras de estilo japonés pero no siente un apego especial por ningún emplazamiento excepto tal vez sus propios aposentos. Por eso, cuando los dirige hacia el Guardián del Lago y los conduce a las estancias debajo del mismo, lo que quiere en realidad es acelerar el proceso de aprendizaje, más que el hecho de cambiar de aires (aunque quizá eso último sería también beneficioso para los alumnos).

 

Tienen que dar varias vueltas antes de llegar al espacio que Sajag busca. A pesar de que los pasillos habían sido algo estrechos y sinuosos, el emplazamiento que Sajag encuentra es amplio. De hecho, se parece un poco a una sala rectangular con varias entradas. Lo que los alumnos puedan encontrar tras ellas depende de...

 

—Comencemos.

 

Sajag señala las puertas y les indica de manera breve que deben pasar a través de ellas y enfrentar sus propios recuerdos del otro lado. No es algo difícil, tan solo una experiencia pasada, en donde sus poderes se manifestaron, lo supieran ellos o no ¿por qué es eso importante? Es algo que tendrán que contestar poco a poco pero que les resultará útil en el redescubrimiento de sus poderes.

 

Añade que va a esperarlos fuera pero que los acompaña en sus pensamientos, mientras vuelve a tomar asiento sobre el único mueble de la estancia. El espacio parece estar iluminado por el sol a pesar de ser subterráneo, por lo que el arcano ni siquiera se molesta en sacar su varita, si no que vuelve a armar su pipa y a encenderla, llenándoles con el humo de la misma. Eso, tiene también un propósito: que el humo les sirva de aliciente para abrir su ojo interior, para aquellos que no pudieron disfrutar del té.

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Mientras sigue los pasos de Sajag, Madeleine reflexiona en sus palabras. «Es una habilidad susceptible a cambios porque está basada en el proceder de los humanos y su entorno». Con un suspiro profundo, hunde las manos en los bolsillos de su chaqueta de pana. Así que el arcano no puede darle una respuesta concisa; es ella la que debe encontrarla. Si bien él no les explicó a dónde se están dirigiendo ni por qué, la experiencia y el simple instinto le dicen que van a intentar encontrar las respuestas que cada uno necesita para comprender la videncia a su manera. La verdad es que le alivia haber salido de aquella estrecha mesa y poder estirar las piernas. Y, especialmente, agradece no haber quedado atrapada en una conversación demasiado personal rodeada de personas que no conoce; con tener que confiar en Sajag y revelarse ante él, es más que suficiente. En lugar de incursionar en el interior de Mahuotokoro, el grupo se aleja de las edificaciones japonesas y se adentran en las zonas verdes del colegio.

 

De repente, se encuentran frente a lo que parece ser un gigante de piedra, una figura mitad hombre y mitad montaña de por lo menos diez metros de alto. En sus manos sostiene un jarrón por donde fluye el agua de un arrochuelo que viene desde arriba, y el sonido de la caída se extiende por todo el lugar. Aquel monumento está rodeado por árboles llenos de fruta, arbustos con flores exóticas y enredaderas, las cuales Sajag aparta para dejarles entrar al interior del Guardián. Madeleine examina los alrededores, pero parece que no hay mas nadie salvo por ellos y algunas criaturas mágicas pequeñas; sin embargo, como de costumbre, tiene la sensación de que el peligro podría asomar en cualquier momento y que debe mantenerse alerta. Sacude la cabeza, diciéndose que no está siendo racional, y se une a la incursión subterránea.

 

Mientras recorren aquellas sombrías estancias conectadas por pasillos estrechos y asfixiantes, Madeleine escucha los siseos de las serpientes acuáticas que habitan en las aguas azul-verdosas, aunque intenta no prestarles atención. La verdad es que considera que aquel lugar podría tener algún encanto, aunque no entiende qué función puede tener. Están en una gran estancia, donde siente que puede respirar mejor, pero no hay mucho más a la vista además de varias entradas o salidas, dependiendo desde dónde se vean. Bien podría tratarse de una mazmorra.

 

Es Sajag el primero en romper el silencio.

 

—Comencemos.

 

Con su explicación, frunce el ceño. La verdad es que parece una aventura bastante personal, pero por lo menos parece que irá cada quien por su cuenta, lo cual es un alivio. Intenta ver qué hay más allá de las aberturas en las paredes, pero está completamente oscuro. «Bueno, quizás esa sea justamente la gracia de todo esto. No tener distracciones y, simplemente, ver la respuesta». No está segura de cómo aquello funcionará en ella, que no tiene la sensación de tener un ojo adicional abierto, mas no dice nada en voz alta porque la verdad es que tiene la esperanza de solucionar sus dudas internas.

 

Cuando el humo llega a sus fosas nasales, tose ligeramente.

 

—Está bien, entonces —murmura Madeleine por lo bajo.

 

Todavía con las manos en los bolsillos, se acerca a una de las entradas.

 

¿Estás loca? Quién sabe qué hay allí —escucha el siseo de Ruby, la pequeña serpiente, cerca de su oído.

 

Creo que hay algo raro... —sisea por lo bajo— Pero quiero saber qué es.

 

A medida que se adentra en el estrecho pasillo, la luz de la estancia principal se extingue; sin embargo, todavía la acompaña el hedor del humo de la pipa de Sajag. Una pequeña punzada comienza a aparecer en sus sienes, una molestia que normalmente ignoraría pero que en aquel momento percibe con demasiada viveza. Aunque tiene la varita mágica a la mano, decide no conjurar ninguna luz y simplemente avanza por aquel pasillo. No sabe mucho de meditación y esas cosas, pero cree que tener una idea de cómo luce aquel lugar sólo la distraería. «Además, no le temo a la oscuridad», dice para sus adentros lo cual le arranca una sonrisa socarrona. Es incapaz de ver si quiera su mano, sólo evita estrellarse contra las paredes de piedra usando levemente su capacidad de controlar la energía de su entorno y percibir levemente dónde hay obstáculos. Podría recorrer todo el lugar en unos pocos momentos, haciendo uso de su velocidad, pero no cree que el objetivo sea encontrar algo que no esté dentro de sí misma. Lo que debe hacer es intentar despejar su mente de todo, ¿no?

 

El paso del tiempo comienza a volverse difuso. A medida que avanza, el latido de su corazón parece volverse más fuerte, hasta el punto en el que está segura de que puede oírse en todo el lugar. Un sudor frío comienza a perlar su frente y el cuerpo comienza a pesarle... Palpa los bolsillos de sus jeans, pero no lleva ningún snack consigo. Aquello la pone de mal humor. ¡Y ese maldito olor no se le quita de encima!

 

Ssss...

 

Y todo está oscuro. Y el siseo se extiende hasta el infinito; la vibración del aire le eriza el vello de los brazos, le hace cosquillas en las mejillas y la estremece profundamente. De repente, tiene miedo de caminar. El instinto le dice que debe salir corriendo de allí, huir del peligro que está oculto en algún lugar de aquella oscuridad absoluta. De repente, la línea entre la realidad y la fantasía es muy delgada y no puede distinguirla. Se siente como un sueño, pero sabe que es real.

 

—Ssss...

 

¿Déjà vu?

 

La primera vez, el siseo fue le causó dolor. Intentó protegerse los oídos, pero aún así logró atravesar la carne hasta clavarse en su mente. En aquel momento, no tenía ningún control sobre la parte de ella que podía entender y hablar el pársel, pero fue a raíz de ese sueño que despertó. Entonces, por un breve instante, fue capaz de entender lo que decía el siseo. Y al escuchar su propio nombre, vio en la oscuridad el rostro de Pandora. ¿No es cierto que sabía por qué la había visto? «Pero no quería que fuera ella». Fue entonces que apareció Catherine. A pesar de que no es su familia de sangre, quería pensar en ella cuando escuchó el siseo y, ahora que está intentando descubrir si hay algo especial tras su "percepción extrasensorial" prefiere pensar en ella en lugar de la familia Stark. Quizás sea la sangre la que le haya otorgado esos dones, pero no les debe nada. No quiere mirar hacia ellos.

 

—Ssss...

 

Hace ya muchas semanas, cuando tuvo que volver a entrar al Portal de las Siete Puertas, el sueño volvió a aparecer acompañado de un malestar físico que en ese momento no era capaz de controlar, a pesar de ya dominar su habilidad de hablar pársel; en ese momento, sin embargo, pudo escuchar más del mensaje oculto en los siseos. No sólo se suponía que se vinculara con el aro de la habilidad, sino que en el proceso se hiciera con una varita mágica más acorde a ella, cosa que así fue. Y cuando salió de la prueba —con una nueva varita en la diestra; la anterior, sin haber dejado rastro alguno—, tuvo la sensación de que el círculo se cerró. Entonces, le pareció que el sueño había sido una premonición de lo que enfrentó para probar su valía y de lo que se suponía que debía pasar. Y nuevamente, en aquella oscuridad, tiene la misma sensación.

 

«¿Fue una visión, entonces?».

 

«Fue una visión, entonces».

 

Ahora le parece evidente, aunque en aquel momento no se atrevió a hacer la conexión. Sin embargo, ¿por qué en ese momento? ¿Luego de veinticinco años de vida, ese fulano Ojo se abre para hacerla ver a Lawan? ¿Y no lo hace para que busque la orientación de Sajag? ¿Significa eso entonces que no se supone que esté ahí, buscando aquellas respuestas? «¡Qué me importa! Sólo quiero entenderlo».

 

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

 

—¿Por qué...?

 

Pero una luz blanca la ciega. El siseo se extingue y el olor a humo desaparece. Madeleine se protege la vista con una mano, mientras avanza hacia adelante.

 

Al final del pasillo, está Sajag, sentado en el único mueble de la estancia. Confundida, Madeleine asoma la mirada por encima de su hombro; el pasillo tras ella tiene apenas un par de metros de profundidad y al final hay una sólida pared de roca.

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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