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Castillo Ivashkov (MM B: 106154)


Leah Snegovik
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—Luego de ellos llegaron Lunita (Lunática), Lupin, creo, Romina Targaryen y Kirara Rosier. Para nosotros fue extraño que tantas personas fueran necesarias para hacer el cateo, estando sólo cuatro personas en casa, pero no opusimos resistencia. Sin embargo, Zack había enviado con ellos una criatura para que los vigilara y asumo que la cantidad de personas tendría que ver con la forma en que se separaron posteriormente.

 

Hizo una pausa, tratando con todas sus fuerzas de no mostrar una expresión más allá de la neutralidad y prosiguió con la historia, mirando a Kassandra.

 

—Fuimos pacientes y aunque tardaron relativamente poco, no pasó mucho tiempo desde su partida hasta que descubrimos que habían robado a mi primo. Luego ambos fuimos al Concilio de Mercaderes, puesto que ambos pertenecemos a la Asamblea y poseemos el cargo de Logia Eligentium, pero poco más que eso.

 

Luego de eso, los dos habían ido a buscar a Elvis enardecidos a la Gryffindor, pero los dos sabían muy bien que no había forma de probarlo. En primer lugar, ninguno de los dos era tonto y ambos habían llevado sus máscaras, siendo conscientes de que los elfos siempre podían ser testigos oculares. En segunda, se habían asegurado de ir inmediatamente después al Magic Mall para que pudieran ubicarlos allí si las cosas se complicaban en adelante y, por último, no habían hecho más movimientos contra ellos.

 

A diferencia de Elvis y su familia, no habían metido la pata. Habían armado su coartada hasta el final y mientras que ellos se debatían en El Profeta, metiendo la pata con sus testimonios. No sólo se sabía que habían entrado a su casa sin ser Aurores, sino que habían sido más de los debidos, habían robado y era miembro de un bando. "Corto de mente" podía describir a la perfección al Demon Hunter. Ellos por su parte, seguirían jugando sus cartas y lograrían ganar el bendito juicio, si es que iban al final de todo.

 

—¿Algo más? —inquirió, mirando a la defensora del mago y posteriormente a Sean—. Creo que es todo.

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Su rostro salió de la oscuridad, seguido del resto de su cuerpo. El castaño acababa de tener una de las conversaciones más largas y significativas de su vida, y aún se encontraba de pie; lo cual agradecía. Su estado mental era bastante difícil de explicar, estaba exhausto y tan sólo quería una copa de trago y un cigarrillo. Aunque no era el mejor lugar para llegar en ese momento, sabía que las cosas se mantendrían como estaban por al menos un par de semanas, quizás más adelante las cosas cambien, pero ahora prefería alejar ese tema de su mente.

 

La marca que desde hacía cinco años llevaba en el brazo nuevamente palpitaba a la par de su corazón. Aunque oculto de la vista de los inescrupulosos, la marca pedía a gritos arder nuevamente como en las mejores épocas del castaño, cuando había aprendido tanto que ahora añoraba aquellas situaciones. Aunque las cosas debían darse a paso lento, lo mejor era tranquilizarse, relajarse y olvidar. Ya había logrado bastante en el poco tiempo que se encontraba de regreso, y estaba contento con ello, pero sabía que lo más difícil recién estaba por comenzar.

 

Descendió las escaleras lentamente y cuando sus ojos se posaron sobre el vestíbulo, recordó la última vez que había estado en aquel lugar. Los malditos fenixianos habían ingresado acusando tanto a su hija como a su amigo de ser mortífagos, y aunque era verdad, no sabía porqué habían tenido tanta autoridad en ingresas así a su hogar y hablarles como les pegó la gana. Definitivamente el Ministerio de Magia con su reforma había alcanzado lo que tanto quería, empezar a juzgar a los magos que no pensaran como "se debería" según ellos. Mugrientos mugglelovers.

 

¿Que habría sucedido con aquello? Leah y Zack habían salido corriendo detrás de ellos al enterarse que la Katana del segundo había sido robada, pero no supo más de ellos, o al menos de Zack, ya que de la Atkins si que sabía, ahora más que nunca. ¿Se lo habrían llevado al ministerio para sentenciarlo? ¿O los habrá partido a la mitad con su arma mágica? Lo segundo era mucho más probable.

 

—Que será de su vida, señor... —musitó, abriendo una botella de whisky y sirviendo una buena cantidad en un vaso geométrico. Siempre que quedaba con el muchacho para conversar algo pasaba, por lo que prefería no citarlo ya, odiaba dejar las cosas a medias, y ya habían sido varias veces las que había ocurrido eso.

 

Tomó un buen sorbo del alcohol mientras avanzaba lentamente hasta el sofá, en donde se recostó ligeramente cerrando los ojos y colocando su pulgar e índice en su frente, de modo que cubría sus ojos de la luz cálida de la araña que colgaba del techo. Tenía muchas cosas en que pensar, pero las dejaría para después, para un momento más adecuado.

 

—Tráeme una botana —murmuró sin abrir los ojos, sabiendo que un elfo estaba cerca, o al menos debería de estarlo para servirle. Espero unos segundos en silencio y cuando sintió un ligero golpe metálico abrió los ojos para ver como la criatura depositaba el pedido frente a la mesa de vidrio. Estiró el brazo y cogió un par de los bocadillos y se los llevó a la boca.


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Poco tiempo había pasado desde que Tauro había dado aquel ''Sí'' a su prometida y menos desde que había aceptado mudarse con ella al Castillo Ivashkov, donde cada vez eran más frecuentes las noches en las que se quedaba y no se molestaba siquiera en regresar a la Fortaleza Oscura, pero hasta el momento seguía teniendo parte de sus pertenencias en la Mansión Crouchs. Leah le había insistido un par de veces para que se mudara definitivamente y por fin Tauro, de buena gana, aceptó, con la única condición de que pudiera pasearse tranquilamente por cualquier lugar del castillo y para eso debía conocer al resto de familiares aunque eso la asustara un poco.

 

La Atkins había salido desde muy temprano a su trabajo en el Magic Mall, prometiendo regresar cuanto antes al menos para la hora del almuerzo. Las mascotas de la ojia-azul debían estar en camino y aun no habían establecido el lugar donde las acomodaría, pero no se atrevía todavía a decidir por sí misma sobre un lugar al que todavía no consideraba como suyo, aunque estaba segura de que eso no tardaría en cambiar, así que mientras Leah llegaba y aprovechando la quietud del castillo, donde aparentemente no había nadie, decidió dar un pequeño paseo por las distintas habitaciones, terminando en la sala donde se tiró sobre uno de los sillones.

 

La aparición repentina de un elfo la sobresaltó.

 

— ¡Demonios! —exclamó, mirando de forma asesina a la criatura. No estaba segura, pero se le parecía un poco a la misma que anteriormente las había interrumpido el día en que acusaron a Leah de pertenecer a las filas Mortífagas. ¿Le habrían ordenado vigilarla? «Fantástico». Pensó. No le agradaban mucho los elfos domésticos, de hecho prefería no tenerlos cerca, pero ya que estaba que al menos sirviera para algo.

 

— Tráeme una limonada.

 

Todavía no había ningún olor a comida peculiar, lo cual significaba que debía seguir esperando a su amada. Si tan sólo recordara cómo llegar al invernadero o a ese segundo lugar secreto que visitó... Necesitaba pedirle un mapa.

Editado por Taurogirl Crouchs

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La que regresó en lugar de Lune, el elfo, con una limonada en mano fue otra. Apareció en completo silencio tras encontrarse con el criado en la cocina, sirviendo con completa devoción una vaso de cristal de la limonada más perfecta que hubiera visto en años y cortando una rodaja de limón tan geométrica que incluso parecía haberlo hecho con magia. Había enarcado una ceja, dándose cuenta que el miserable quería más de lo que demostraba a su novia y luego de verlo terminar su ardua labor, lo envió a hacer el almuerzo en tiempo récord a menos que quisiera que le hiciera una demostración de cómo ella rebanaba cosas.

 

—¿Por qué tan seria, princesa?

 

Tuvo el detalle de aparecer frente a ella y no detrás, como solían hacer los elfos para no interrumpir posibles conversaciones, así que su hermoso rostro fue lo primero que vio. Aún portaba el uniforme perteneciente a la Asamblea del Concilio de Mercaderes y aunque estaba perfecta, tenía expresión de estar ligeramente agotada. Su última parada había sido el banco, para hacer la transacción disimulada del bien que la Marca Tenebrosa había comprado para sus Altos Rangos en la planta de objetos peligrosos y potencialmente mortales y luego estuvo libre de ir a casa, cosa que hizo sin pensar dos veces.

 

En su mano derecha estaba el reluciente vaso de limonada y en la derecha estaba una especie de presente, delatado por el pequeño lazo azul. Se acercó a la mujer con una enorme sonrisa real dibujada en el rostro y se inclinó para entregarle la bebida en lo que sus labios encajaban entre los suyos con un agradable cosquilleo. Cada vez que la besaba pasaba lo mismo, su cuerpo se revolucionaba como si fuera la primera vez y la incitaba a seguir moviendo los labios, que fue lo que hizo durante un largo minuto hasta que decidió que era suficiente para un saludo. Al terminar, se arrodilló frente a ella y le entregó el regalo.

 

—Lamento haberme ido esta mañana, amor.

 

La pequeña cajita alargada de terciopelo también era azul, sólo que un tono tan oscuro que sólo se podía apreciar viéndolo de cerca. Dentro había un collar con un dije de lapislázuli tallado en forma de dragón, tan bien hecho que parecía que así había salido de la roca.

 

—Te amo, ¿sabes? —haciéndose con una de sus manos, se dedicó a besar uno a uno los dedos de la mujer y finalmente se le quedó mirando directamente a los ojos, esos ojos tan azules que hacían parecer todo lo demás descolorido—. ¿Cómo has estado? Sé que es complicado mudarse a otro lugar, pero ayudaré a que te acostumbres y estoy segura de que Zack también podrá de su parte de alguna forma, estoy segura de que el que vivas aquí alimenta su ego.

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La Crouchs había cerrado los ojos por unos breves segundos en lo que el elfo regresaba y al abrirlos se encontró con la persona que más deseó ver desde que se levantó. Pese al agotamiento que debía estar sintiendo la mujer, éste había pasado inadvertido, ya que de alguna forma Leah se las arreglaba para lucir siempre perfecta, sin nada que estuviera fuera de lugar en su apariencia o que no fuera acorde a su belleza natural. Ante semejante aparición divina no pudo hacer más que sonreír, conteniendo por poco el impulso de arrojarse a sus brazos cual niña pequeña y hacerla rodar por la alfombra, cosa que no sucedió porque por un lado no quería derramar el vaso de limonada y por el otro sus labios ya se hallaban bastante ocupados en besar los de su novia.

 

— ¿Seria yo? —inquirió sonriendo, olvidándose del ceño fruncido que había tenido toda la mañana. Tomó el vaso de limonada apoyándolo sobre su rodilla y la miró arrodillarse con la confusión pintada en el rostro.

 

— No voy a negar que te extrañé horrores, pero no tienes que regalarme algo siempre que te vayas —le respondió. Lo cierto es que no estaba acostumbrada a recibir atenciones de ningún tipo más allá de las que le dedicaban por mera obligación, no sabía cómo reaccionar, pero por dentro una niña emocionada saltaba ante las ganas de descubrir el contenido del regalo. Tomó la alargada cajita admirando con los dedos el material del que estaba hecha y el color, agradeciendo que le pusiera tanto cuidado a los detalles que para ella tenían significado.

 

— Y yo te amo a ti —. Se sentía tan bien admitirlo abiertamente, sin el temor de que quizás estaba yendo demasiado rápido, pues ahora que sabía que Leah también la amaba ya no tenía ningún reparo en expresarlo. Dejó escapar la mano que sostenía la cajita dejándola en su regazo y acarició los labios de su novia a medida que estos besaban cada uno de sus dedos con delicadeza.

 

— Ha sido... raro. En la mansión siempre estuve sola y me gustaba, pero creo que al final no fue más que otro de mis múltiples escondites —admitió — Todavía me siento extraña, pero eso no significa que no me sienta bien o que no me sienta a gusto, sé que al final me terminaré acostumbrando —siguió acariciando su mejilla por un minuto más y desvió la mirada hacia el regalo. Entregó el vaso a su novia para mayor comodidad y lo desenvolvió rápidamente, pero la verdadera emoción la tuvo en cuanto supo de qué se trataba.

 

— Es... hermoso —no había palabras para describirlo, tanto por el material como por la figura, pues fusionaban a la perfección dos de las cosas que más le gustaban a la oji-azul —¿Me ayudas? —se apresuró a preguntar girándose un poco para quedar de espaldas. Una vez tuvo su collar puesto lo acarició con la punta del índice y se volvió a su novia —¡Es hermoso! ¡Muchísimas gracias, mi amor! —esta vez, sin importarle demasiado que la limonada se derramara o terminara por despeinarla, se le lanzó encima tirándola al suelo, donde de inmediato empezó a comérsela a besos, casi que sin dejarla respirar.

 

— Eres hermosa y me encantas. Me tienes completamente enamorada y estoy segura de que pronto consideraré esta como mi casa también, porque mi hogar eres tú.

 

Ambas estuvieron así el tiempo suficiente para que la llegada del elfo anunciándoles que el almuerzo estaba listo no las tomara por sorpresa. Con cuidado Tauro se levantó y ayudó a Leah a hacerlo también, volviendo a abrazarla y besarla como si no lo acabara de hacer apenas hace escasos segundos.

 

— Te amo, Leah.

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Por alguna agradable casualidad ella y Tau compartían muchas cosas en común, como el hecho de haber sido jefas de la misma casa en los tiempos de Academia, los Dragones de Lancashire. Así que cuando sostuvo la limonada entre sus dedos, la sombra de una sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios al ver su expresión. Debía admitir que sí era una persona detallista, sólo que su mayor premio estaba en ver esa felicidad en su cara. ¿Qué más podía esperar? En la vida nunca había tenido mejor propósito que conseguir las sonrisas de la mujer que amaba. Asintió, complacida, y se las arregló para hacer que el broche cerrara aún con el vaso en la mano.

Lo que no esperó fue el salto siguiente de la Crouchs, que cayó sobre ella haciendo que la limonada que Lune había armado con tanto esmero se derramara con el suelo con el coro de la risa de la rubia extendiéndose por la habitación. No recordaba la última vez que había sido feliz, si es que lo había sido en algún momento, pero lo único que calificaba como felicidad lo había vivido junto a la mujer que tenía encima. La rodeó con sus brazos sin importarle nada más y se dejó hacer, respondiendo los besitos cada vez que podía, porque la otra no dejaba que se moviera siquiera. Y cuando llegó el elfo, bufó cual niña pequeña y se negó a ponerse de pie por un rato.

—Desgraciado elfo —presionó la cabeza de Tau contra su pecho, como si estuvieran pasando por una gran crisis y puso la voz más infantil que jamás pensó poder poner—, nu quero.

Sus labios se posaron en la frente de la Líder Mortífaga y exhaló un largo suspiro de la paz más pura.

—Yo te amo más.

 

Antes de que pudiera decir algo en su contra, la arrastró a la habitación contigua para tomar lo que el elfo había hecho en conjunto a los demás criados en la cocina. El comedor era al menos tres veces más grande que la sala que Tau había ocupado para esperarla y la mesa tenía más o menos las mismas dimensiones, por lo que ellas dos se veían curiosamente pequeñas en su interior. Pero la comida sólo estaba en el extremo más cercano a la puerta y ahí fue donde la rubia ayudó a su novia a sentarse antes de tomar asiento en la punta de la mesa.

 

Todos los platos que estaban ahí eran los favoritos de ella y estaba consciente de que lo notaría pero negaría hasta el final el haber obligado a sus elfos a aprender todos y cada uno antes de que ella decidiera mudarse, aunque no se arrepentía en lo absoluto. Antes de servirse, abrió la túnica azul marino por completo y la sacó por su cabeza, arrojándola al suelo sin prestarle atención a la forma en que la prenda desaparecía antes de chocar con el granito. Abajo tenía una blusa escotada de un pulcro blanco y en conjunto a la falda del uniforme, parecía una versión adulta de una colegiala, pero no le prestó atención.

 

—Amor... tengo una duda. ¿Encontraste el invernadero hoy? —soltó una risita burlona al ver su expresión y estiró la mano para empezar a llenar su plato con comida, si es que se le podía llamar así, ya que tomaba pocas cosas—. Luego de comer te llevaré de nuevo a nuestros sitios de interés, aunque creo que deberíamos dejar pequeñas marcas mientras te acostumbras a llegar... De igual forma los hechizos anti-aparición dejarán de aplicarte después de la boda, que podrás ser agregada al árbol genealógico.

 

Dicho esto, una minúscula arruga apareció en su frente gracias al ceño fruncido y sus ojos verdes encontraron de nuevo los de Tau.

 

—¿Dónde quieres que sea la ceremonia? —cortó un bocado pequeño de carne asada a medio término, llevándola a su boca junto a un trozo de patata—. Quiero que tú elijas, mi única petición será que no sea un lugar caluroso. ¿Te imaginas como salga en una fotografía sudando? —tembló de verdad y justo cuando servía vino para ambas, Lune apareció.

 

El pequeño bastardo parecía enamorado de verdad de su prometida. Sus feos ojos estaban fijos en la mujer y cuando hizo la desagradable reverencia exagerada, lo hizo sólo para ella. La matriarca se dedicó a apretar los dientes, pensando que atravesarlo con el tenedor no sería nada sexy para su novia, y que tampoco podría seguir comiendo con la sangre en él. Pero cuando acabó de llenar las copas, el elfo parecía haber retomado la cordura y la miraba asustado, notando su repentino mal humor.

 

—¿Desea postre? —la mujer asintió, esperando que se fuera, pero el elfo siguió adelante—. Y usted, ¿señorita Crouchs?

 

La italiana giró su torso y Lune retrocedió un metro entero, asustado, acostumbrado a recibir puntapiés.

 

—Ivashkov, para la próxima —exclamó, de mal humor, no sólo para marcar territorio sino para empezar a acostumbrarse al hecho de estar casada—. Y sí, obvio que quiere.

 

El elfo no dijo nada más y desapareció antes de que la mortífaga se pusiera agresiva, pero tan pronto como lo hubo hecho su actitud volvió a cambiar. Ahora estaba ligeramente avergonzada. Primero por no poder controlar al elfo, segundo por haber tenido semejante arranque por una criatura que para su novia no era más que una del montón y que evidentemente no sería capaz de ganar su amor.

 

—Lamento eso —limpió los costados de su boca aunque estuvieran limpios y volvió a mirarla—. En fin... no sé cuándo nos casaremos, tampoco quiero presionar, es solo que... me entusiasma la idea, como es evidente —sonrió y estiró la mano, con el tenedor entre los dedos, para ver el anillo de compromiso—. No hay nada que me entusiasme más que pasar el resto de mis días contigo.

Editado por Leah A. Ivashkov

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Tauro estuvo a punto de replicarle y decirle que la amaba más, pero tras el pequeño puchero de la Nigromante la habría dejado amarla más por las veces que quisiera, aunque claro, eso no se lo diría o podría aprovecharse de la situación.

 

Las excentricidades de los Ivashkov no la dejaban de sorprender y si bien no estaba acostumbrada a vivir con tantos lujos, tampoco le disgustaban. Vio la enorme mesa donde se sentarían a almorzar y se preguntó si alguna vez habían logrado llenar todos los asientos o en cuántas veces habían logrado compartir de una simple cena como familia. Sonrió por dentro, los Mortífagos no acostumbraban a realizar ese tipo de cosas tan cotidianas para algunos y tan ajenas a ellos que llevaban una vida mucho más ajetreada y peligrosa que cualquiera. Tomó asiento al lado de su prometida y esperó a que su plato le fuese servido.

 

— ¿Uhm? —se había sonrojado y con esa reacción también se había delatado. Por supuesto que no había encontrado el Invernadero, de lo contrario no la habría encontrado esperándola como típica ama de casa, aunque se encontró conque eso tampoco la disgustaba, pero estando en un nuevo lugar lo normal era salir a conocerlo y explorarlo y Tauro era muy curiosa en ese sentido —Pues... —dijo tras haber puesto un buen trozo de lasagna sobre el plato —la verdad es que no. Como sabía que quizás no llegarías, tenía todas las intenciones de ir al Invernadero y pasar toda la mañana y parte de la tarde allí, pero no sabía cómo llegar y no estaba segura de que los elfos lo supieran —dijo con desagrado. Un brillo de emoción cruzó sus ojos cuando Leah se ofreció a enseñarle más lugares.

 

— Tengo una idea —dijo entregándole su varita. Los magos por lo general eran muy celosos con sus varitas, pues en ella se albergaba un gran poder y perderla podría traer consecuencias nefastas para el dueño de la varita —Quizás con un sencillo hechizo mientras recorremos el castillo, la próxima vez me sirva para guiarme directamente hacia donde quiero —la idea era utilizarla como una brújula que ya supiera de memoria el destino, lo cual no era descabellado.

 

Sin darse cuenta ya llevaba la mitad de su comida mientras que Leah apenas y había tocado la suya. Tauro enarcó una ceja a punto de reprocharle sobre su alimentación (aunque no tuviera la moral para ello), pero por poco se ahogó. Terminó de toser hasta que se hubo calmado, tomó un poco de agua y se preparó para responder.

 

— ¿Qué tal te suena Rusia? Es frío en cualquier época del año y la ropa abrigada siempre luce mejor. No conozco mucho Rusia, pero la verdad es que estuve revisando un poco un viejo panfleto que encontré y estaba pensando que quizás podamos hacer un corto viaje allá antes de la boda—aquello lo dijo tan rápidamente que llevó a la velocidad de la luz la copa de vino a sus labios para tomar un gran sorbo. Así mismo hizo aparecer el panfleto sobre la mesa, en cuya portada se podía ver una foto del Monasterio de la Trinidad. Nunca se había ido de vacaciones y mucho menos en compañía de alguien, por lo que veía en esta una primera vez que estaba gustosa de poder compartir junto a su novia.

 

El pequeño elfo al que Tauro había estado ignorando desde el inicio volvió a aparecerse, esta vez para ofrecerles el postre. Hasta ese momento no había caído en cuenta de la repentina molestia de Leah cada vez que el bicho se les acercaba, pero ahora que le ponía atención resultaba demasiado obvio que Lune había desarrollado una fascinación extraña por la mujer de cabellos azules que ni lo determinaba. Soltó una risita tras la escena de celos de su novia que intentó disimular tomando más vino y apenas tuvo el postre sobre la mesa le dio un bocado, llevando otro a la boca de Leah dispuesta a no aceptar una negativa de su parte.

 

— Taurogirl de Ivashkov no suena mal —dijo tratando de aplacar los ánimos — Y no me siento presionada, si a esto te refieres, a mí también me entusiasma mucho la idea de pasar el resto de mis días a tu lado, como tu esposa —agregó devolviéndole la caricia en sus dedos —Por eso cuanto terminemos de comer este rico postre quiero que me digas qué piensas acerca de lo que te dije. Míralo como nuestra despedida de solteras o un preámbulo a nuestra luna de miel —concluyó antes de llevarse a la boca otro poco del budín de chocolate

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La larga reunión con Kassandra había llegado a su fin luego de que terminaran de explicar cada detalle de la visita de los Aurores. Los habían allanado sin ninguna autorización, los robaron en su cara, y después los culpaban absurdamente de pertenecer a la marca tenebrosa. Cada vez iban siendo más débiles las estrategias fenixianas por hacerlos caer, pues evidentemente todos los que estuvieron ahí pertenecían a dicho bando “de la luz”. Una vez todos abandonaron el salón, Zack se dispuso a hacerlo propio volviendo al corredor que lo llevaría al hall principal.


Una vez estuvo en su nuevo escenario, se encontró con la presencia de Derek tumbado en un sofá. Casi siempre que veía al hombre tenía el mismo ánimo voraz por quedarse echado todo el día sin hacer nada. Aquella oportunidad ya había llegado la noche, por lo que podría aceptarse hasta cierto punto. Pero todavía le resultaba increíble que el Atkins no terminara de encontrar su propósito en la vida, empezando por el hecho de que ya tenía al bando mortífago como la sala de su casa; entraba y salía cada vez que le provocaba.


—Primero…— Dijo en voz alta captando su atención mientras se acercaba — Me alegra que hayas vuelto a ser un prófugo de la justicia — Aseguró admitiendo que mientras más cerca tuviera a sus amigos sería mucho mejor. Mia también había regresado al bando, solo faltaba que se juntaran todos de nuevo como en los viejos tiempos, aunque con la ausencia de Ashley y Pik no fuera tan posible. —Segundo, es increíble que no termines de decidirte qué hacer con tu vida — negó con su cabeza mientras elevaba ambas cejas.


Se desplazó hasta el mueble frente al que soportaba el peso de su único acompañante, y él también se dejó caer sobre el mismo. Se recargó en el espaldar descansando los brazos sobre los bordes, esperando que lo acolchado se llevara todo el estrés que tenía por el bendito juicio. No veía la hora de acabar con ese problema de una vez por todas, no fuera que tuvieran un ataque fenixiano diario en el castillo.


—Ni se te ocurra preguntarme qué pasó con el robo de la Katana — Elevó una mano mientras cerraba los ojos y posteriormente suspiraba. Todo aquél que se encontraba le preguntaban por el hecho. Ya estaba cansado y aburrido de contar la misma historia. — Tendré un juicio y no sé cuándo. Mientras tanto seguiré mi vida como si nada. Solo eso debes saber del tema — Finalizó resoplando e intercambiando miradas con Derek.

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No tenía del todo claro porque aún no se había instalado en el Castillo Ivashkov, sin embargo, ese día precisamente tenía la intención de solucionar el pequeño inconveniente como ella lo llamaba. Poniéndose en marcha, salió de su habitación en la casona Black Lestrange, dando la indicación a su elfina de que le llevará al castillo un par de mudas de ropa y algunas de sus pertenencias personales, cuando sin pensarlo se encontraba a las afueras del sitio en el que había estado pensando minutos atrás.

 

El castillo se extendía delante de sus ojos como edificación exquisita y de buen gusto, además de que se sentía un extraño calor parecido al hogar, no al que estaba acostumbrada, sino al hogar con amigos y libre de prejuicios que había conocido al lado de sus amigos más cercanos, ¿podría adaptarse a ese sitio? esperaba que sí, de lo contrario siempre podía volver a la que siempre había sido su casa y que la sentía tan propia como era posible.

 

Ingresó al castillo con total indiferencia y se encamino por el hall, observando con atención cada uno de los detalles, deseando pronto poder instalarse en su habitación y descansar un poco. Escuchando un ligero bullicio, supo que había alguien más que ella en la propiedad, ¿estaría la familia? Eso era algo que pronto descubriría o quizás no, porque iba a preferir quedarse vagando un rato por todo el sitio descubriendo cada cosa.

 

—Señorita Black Lestrange, bienvenida... su habitación esta lista, ¿quiere uqe avise a alguien que llegó? —preguntó una de las elfinas, mientras asentía lentamente.

 

—Traeme una copa y si hay alguien, que me busque... estaré por algún lugar. —respondió con lentitud, buscando algo que hacer, mientras subía las escaleras del primer piso.

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Abrió la boca sin chistar en cuanto el tenedor con tarta de chocolate llegó a su boca, torciendo una ligera sonrisa hacia su novia. No podía negarse nunca a su voluntad, ni siquiera lo había considerado alguna vez, pero es que era imposible. Ella no notaba el puchero que hacía o que sus cejas nunca acababan de juntarse del todo, haciendo esa mínima marquita en la frente que no intimidaría a nadie. Tampoco era consciente de que hacía puchero más de lo que creía y que eso era capaz de derretir su corazón, armarlo, y volverlo a derretir en milésimas de segundos. En sus dedos tenía su varita y la sentía poderosa, con una cantidad de poder mágico tan brutal que era difícil creer que ella con su adorabilidad fuera la portadora.

 

No dijo nada por un minuto, donde la opción de Rusia pasó por su cabeza en distintos lugares, situaciones y momentos del año. Era una buena opción, si se ponía a pensarlo con detenimiento. No tenía ganas de que fuera ahí, en Rumania, y tampoco tenía ganas de que fuera en Londres. Demasiado común para su gusto. Rusia en cambio tenía hermosos paisajes, una amplia cultura para experimentar con las decoraciones y las localidades que podrían escoger, además de ser uno de los lugares más fríos del mundo. Para ninguna de las dos sería un problema, eran demonios y solían parecer inmunes a las bajas temperaturas. Tragó la tarta y dejó de ver la varita de la mujer entre sus dedos, que había estado girando mientras ella pensaba.

 

—Me gusta esto —abrió el panfleto con la mano derecha, mirando las imágenes móviles que habían en el interior y soltó una risita—. ¿Por qué siento que lo que te gusta más de todo es que es azul?

 

Leyó rápidamente la reseña histórica que había abajo del edificio, encontrándolo interesante y se enfocó una vez más en la hermosa mujer a su lado.

 

—¿Te gustaría hacer el viaje esta semana? Nunca he tomado vacaciones como tal, así que hablaré con Cissy para ausentarme un tiempo de la tienda.

 

No recibiría una negativa y, en realidad, no tenía ninguna intención de hablar con Cissy. Si Jank se desaparecía por meses sin avisar y aún no lo había botado, no la botaría a ella que se partía el lomo en las oficinas. Fue en ese momento que notó que había un plato más en la mesa y que este estaba repleto de fresas, como si al elfo le hubiera dado flojera hacer algo con ellas más que ponerlas en una superficie plana. Pero era perfecto. Se hizo con una y se la llevó a la boca muy despacio, cuidando que la fruta rozara bien cada parte de sus labios antes de entrar por completo.

 

A simple vista parecía que estaba haciéndolo sin notarlo, sólo que ella sabía que la peli-azul miraba sus labios más de lo que los demás eran capaces de percibir. La sonrisita volvió a aparecer en sus labios cuando acabó de masticar y relamiéndose los labios con la rosada punta de la lengua, tomó una segunda, sólo que esta vez no se la comió entera. Colocó la fresa entre sus dientes y se inclinó hacia Tau, colocando la boca sobre la de ella. La paciencia que tenía era digna de mención. No se movió en ningún momento y sus ojos verdes se mantuvieron fijos en los azules de ella, esperando.

 

Hizo una demostración de destreza cuando su prometida por fin tomó la mitad de fresa que le ofrecía, masticando a medida que sus labios encajaban en los de ella y sólo cuando tragó, repitió el acto de relamer los labios. Sólo que no fueron los suyos, sino los de ella. Recorrió cada tramo de ellos con una pequeña lamida, empujando después dentro de su boca para encontrar su lengua y poder rodearla, atraerla, reclamarla como suya; durante todo este proceso, se había ido moviendo con lentitud, dejando su silla y ocupando un mejor asiento: las piernas de Tau.

 

Sentarse a horcajadas sobre ella tendría que haber sido todo un reto con la falda, sólo que también se había ocupado de subirla hasta que no fue un estorbo y ahora no había modo de que escapara, dejara de besarla o siquiera que se moviera, puesto que sus manos se adueñaron del cuello, con los pulgares presionando la barbilla hacia arriba para que ella pudiera hacer con ella lo que quisiera. La escena sería sensual para cualquiera que pasara por la puerta del comedor en aquél momento, quizás obscena, pero ella sólo tenía cabeza para ese beso, para los acelerados latidos de su corazón y su reclamante punto de encuentro con Tau, ahí donde sus piernas se separaban, que llamaba su atención con oleadas de calor que se expandían por todo su cuerpo.

 

—El preámbulo de la luna de miel lo podemos tener en cualquier parte del mundo —murmuró sobre sus labios.

 

A veces se preguntaba cómo saltaba de un momento romántico a uno tan subido de tono. Había pasado de estar sentada hablando sobre la boda, a hacer planes sobre la luna de miel, abusando del espacio personal de su prometida. ¿Y lo peor? No se sentía para nada avergonzada. Con más fuerza de lo que acostumbraba, mordió el labio inferior de la líder mortífaga y lo estiró hasta que se escapó de sus dientes, donde le lanzó una pequeña sugerencia que podrían aplicar ahí o en la luna de miel que había salido en la conversación.

 

—Lo que no prometo es que sea yo la que te de ese preámbulo —abrió los ojos, con un destello peligroso en las pupilas—, creo que tengo ganas de que lleves las riendas una vez más.

 

Oh, aquello sí era una revelación viniendo de la Atkins. Sólo una vez había pasado y ahora lo estaba pidiendo, definitivamente las horas de trabajo le hacían bien.

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