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Castillo Ivashkov (MM B: 106154)


Leah Snegovik
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Se quedó frente a ella, con la cabeza descansando en la tuya, protegida por la toalla que las envolvía. Tenía los ojos cerrados y sus respiraciones empezaban a la vez y morían juntas en un pequeño remolino cálido ante sus bocas. Estaba en un momento de paz sin comparación. Separó los párpados tan pronto Oniria pronunció aquellas palabras y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, aunque no hizo ningún comentario. De todas las confesiones de ella, esa era, con creces, la más fuerte de todas. No lo arruinaría. Rozó su nariz con los labios cuando fue a besarle la frente, dándole a entender que todo estaba bien, que era lo más precioso que tenía.

Lo siguiente fue tan cotidiano que casi daba la impresión de que lo habían hecho muchas veces con anterioridad. Secó su cabello y lo peinó entre murmullos de conversaciones menos profundas, tonterías que se escapaban de la belleza del momento. La llevó a la habitación y se vistió únicamente porque el clima lo reclamaba, buscó algo para ella y se metió en la cama, extendiendo los brazos como quien espera a un bebé para que se acurruque en ellos. La apretó con cuidado y la llevó consigo a las almohadas.

El cansancio la azotó en ese momento. Aguantó escasos minutos mirándola, trató de murmurar palabras que nunca llegaron a salir de su boca, hasta que sus ojos se rindieron y se limitó a soñar. Entre sus brazos, toda suya.


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Al día siguiente.

 

 

Sísifo:

 

Me aparecí en los jardines del castillo. Nunca había estado allí, así que me detuve unos segundos a contemplar aquella arquitectura de corte imperial. Crucé la verja metálica, leyendo para mis adentros el lema de la familia. Cuando llegué a la puerta de la mansión, esperé a que un elfo me abriese, pero me llevé una sorpresa al encontrarme con una figura humana. Debía de tratarse de un squib. Algunos magos los utilizaban para el servicio.

 

Me llamó la atención aquel suelo de mármol. De la decoración emanaba la frialdad de la realeza. Los grandes cuadros mágicos, relatando escenas costumbristas. El estilo era puramente clásico, elegante. Se percibía la esencia de Leah en cada centímetro de aquellas habitaciones. El rojo y el plateado se entremezclaban grácilmente, como si se tratasen de colores complementarios. Se respiraba una fuerte carga histórica entre aquellas paredes. Seguí al squib. Mis pasos no emitieron sonido alguno. Era el sigilo propio de un vampiro. Apretaba los labios con fuerza, cada vez más nervioso. ¿Habría hecho bien en venir? ¿De verdad Leah había sido sincera al comentarme que podía buscarla siempre que quería, o sencillamente no imaginaba que, efectivamente, yo la buscaría?

 

Aquella sombra encorvada se paró frente a una puerta, y golpeó suavemente con los nudillos. Enarqué una ceja. Probablemente Leah querría torturarlo por despertarla a estas horas. Suspiré, fascinado por aquella oscuridad que lidiaba con su dulzura, y junté los brazos, sin saber qué clase de recibimiento me encontraría.

 

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Escuchó los pasos del squib que se acercaba por el pasillo. Su habitación y la de Zack estaban separadas por dos pasillos, lejos de la habitación de Elaena, por lo tanto, venía a por ella. Suspiró con fastidio, ¿cuántas veces tenía que decirles que no la molestaran? Rodó los ojos con impaciencia pero al hacerlo se encontró con la figura de Oniria aún tendida en la cama, su movimiento parecía ofender tal quietud. Una tonta sonrisa se adueñó de su rostro. Cada vez que la veía, desde el momento en que había abierto los ojos y la había encontrado plácidamente dormida a su lado, sonreía de la misma manera. Estaba dichosa.

La túnica de Warlock se movió con soltura cuando avanzó por la habitación, posterior al golpeteo en la puerta. Detectó con el rabillo del ojo cómo Oniria se revolvía en las sábanas y chasqueó la lengua, mataría al squib. Había hecho todo en perfecto silencio para no perturbar aquella imagen, abusando de la magia para que su sigilo fuera casi perfecto. Y ahí estaba uno de sus sirvientes, llamando a la muerte. Abrió la puerta con suavidad pero algo en el gesto demostró que estaba molesta, sin embargo, lo último que miró hacia la puerta fueron sus ojos, puesto que estaban puestos en Oniria. Pero cuando volteó finalmente, no miró al squib, pasó de él por completo. Sus pupilas centraron a Sísifo y sintió cómo se le paraba el corazón en un micro infarto.

Escuchó las sábanas removerse con más intensidad y de pronto empezó a sudar. Aquella gota de sudor frío descendió por su cuello y llegó hasta la espalda como si la ropa para detenerla fuera inexistente. No hubo forma de disimular su expresión, ni de fingir que estaba feliz de verlo. Porque lo estaba, verlo le había activado todo lo que tenía vida en su cuerpo, pero la iba a matar. Del susto, de los nervios. El squib murmuraba algo, lo escuchaba balbucear cosas que en su cabeza no tenían sentido, pero ella solo pensaba en una cosa.

¿Qué iba a decir? ¿Qué iba a decirles?

-Retírate -pidió al hombre sin magia, con un hilo de voz. Seguía en la puerta, sin dejarlo entrar. Y lo iba a notar. Sonrió tan forzadamente que dejó de hacerlo casi de inmediato-. Hola... Hola, ¿qué tal?

No lo había escuchado porque era un vampiro. Pero de haberlo escuchado, ¿qué habría podido hacer? Empezó a perder el color, sus piernas empezaron a temblar muy sutilmente y sintió que le faltaba el oxígeno. ¿Había dejado de respirar? Escuchó pasos a su espalda y perdió el sentido por un instante, lo que la desplomó involuntariamente hacia un costado. Quién la atrapara era lo de menos, igual sentía que se iba a morir.


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Sísifo:

 

 

 

 

Me percaté al instante de que algo iba mal. Sentí aquella gota de sudor como si descendiese por mi frente. Fruncí el ceño, sin terminar de comprender, y la tristeza me invadió de repente. Para Leah todo había sido un juego, no quería verme allí, había metido la pata estrepitosamente... Me rasqué la nuca, buscando una seguridad de la que carecía. Entonces, escuché un murmullo. Movimientos. Tela deslizándose. Mis ojos se fijaron en la túnica de Leah como un metal hirviendo. No era una persona celosa en absoluto, pero tenía una mal presentimiento.

 

––Buenas. ––Murmuré. Debería haber sonado seco, cortante, pero me costaba comportarme así con ella.

 

De repente, vi cómo se tambaleaba antes de perder el equilibrio. Y entonces, una sombra, pelo blanco... fue como encontrarme con mi reflejo. Todo cobró sentido. Oniria. La satisfacción se mezcló con la rabia dentro de mis entrañas. Agarré a Leah del brazo, evitando su caída, justo a la vez que mi famosa doble.

 

 

 

 

Oniria:

 

 

 

 

Sentí que Leah se levantaba. Me arrugué entre las sábanas, estirando los miembros. La tela se sentía especialmente suave aquella mañana. Maldecí los pasos que nos molestaban, aquella oportuna visita. Conté los segundos que Leah tardaba en regresar. Pero no volvía. Me asombró, así que me incorporé, tapándome con la colcha. Caminé lentamente, contagiada de aquella paz matutina, sin advertir que algo sucedía.

 

Y entonces le vi. Allí, plantado en el marco de la puerta, con su expresión melancólica, su cabello níveo. Tan absurdamente parecido a mí. Apreté los dientes, bufé. Mis ojos se tiñeron de rojo. El odio se concentró en mi boca en forma de un ronroneo agresivo. El odio que reside en el fondo del amor. Sostuve a Leah antes de que se desmayara.

 

––Qué haces aquí.

 

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Dos manos la sostuvieron, al mismo tiempo. El toque de los dos la regresó a la realidad como la colisión de dos coches en una autopista, sin control, hasta destruirla. Cuando abrió los ojos, no supo a quién mirar primero, por ello no los miró a ninguno de los dos. Con suma dificultad, debido a que estaba en una posición sumamente incómoda entre una mano y otra, se enderezó hasta que se interpuso en la vista de los dos. No podía permitir que se hicieran daño, porque... no, no podía. Y la única forma en la que podía evitarlo era ponerse en medio. Y qué en medio estaba. Se enfrentó a Oniria solo porque era ella quien ahora cerraba el paso a la habitación.

Era la primera vez, en todos los años que tenían conociéndose, que la veía enfadada. Esos ojos, esa expresión, le helaron la sangre al punto de sentirse culpable. Porque era su culpa, sin duda. Alzó una mano despacio, la colocó en su mejilla y la obligó a mirarla. Al mismo tiempo, la mano libre había encontrado la de Sísifo, la apretó con fuerza. Si alguno de los dos iba a estar de acuerdo con eso, lo dudaba, pero ella tampoco tenía muy claro que era lo que tenía que hacer.

-Sé que ninguno de los dos tiene ganas de verse. Sé muy bien que yo tengo la culpa, en su mayoría, de este encuentro. Pero, por favor, ¿pueden prometerme que no van a atacarse? -entrelazó los dedos con los de Sísifo, acarició sus nudillos. Su pulgar presionó con suavidad los labios de Oniria-. Por favor.

Volvió a tambalearse. Seguía sudando y todo su cuerpo temblaba, no había un ápice de seguridad en su voz. Lo único que parecía estable en la habitación era la cama y necesitaba, con urgencia, sentarse en ella. Cerró los ojos, se estaba mareando otra vez de solo pensar lo que tendría que escuchar y decir. Miró a Sísifo por encima del hombro. Dudaba llegar a la cama por su cuenta, la pregunta era si Oniria lo dejaría llevarla.

Esperaba que sí, porque estaba apunto de caerse otra vez y la forma en que apretó el cuello de la Haughton fue más que señal suficiente.


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Sísifo:

 

 

 

Miré a Oniria. Cara a cara, por fin, después de semanas escuchando hablar sobre ella, haciéndome preguntas en la oscuridad de mi cuarto, imaginando cómo luciría su rostro. Ojos rojos, inyectados en rabia, colmillos afilados. Estaba enfadada, y supe que me enfrentaría a una difícil situación. Giré la vista a Leah, preocupado. Estaba logrando mantener la calma, porque me asustaba cómo le afectaría un posible enfrentamiento entre los dos. Sentí el apretón de su mano.

 

––Este, claramente, no es el mejor momento para vernos ––comencé–– pero tenía que pasar. Se estaba alargando demasiado.

 

Era mi intento de restarle hierro al asunto, de que Leah dejase de sentirse culpable. Si a Oniria la consumía la ira, a mí me estaba carcomiendo una profunda tristeza. No podía parar de pensar que sólo era un burdo sustituto de aquella chica casi idéntica a mí, desaparecida años atrás. Ahora que había vuelto... quizá fuese prescindible.

 

Miré a Oniria fija, penetrantemente, como pidiéndole permiso para arrastrar a Leah a una superficie donde no fuese posible que se desvaneciera. Pareció entenderlo, y respondió con un bufido, pero no reaccionó cuando conduje a la joven con sumo cuidado hasta su cama. Por supuesto, no me senté junto a ella, hubiese sido una provocación desmesurada. Contemplé las sábanas deshechas y me sacudió una punzada de dolor en el pecho, como si confirmasen lo que ya era más que evidente.

 

 

Oniria:

 

 

 

Estaba enfadada. No recordaba haber sido traspasada por un odio tan inmenso. Y sin embargo, la sensación era extremadamente parecida a la de la excitación. Era un enfado de tinte erótico, como si de repente, solapado entre todo ese enojo, se encontrase una atracción fatal. Me molestaba aún más la aparente facilidad con la que Sísifo parecía mantenerse sereno ante una situación semejante. Seguí detenidamente sus movimientos cuando llevó a Leah hasta su cama.

 

––Veo que has conocido a todos mis amigos. ––Espeté, echándoselo en cara. ¿Qué pretendía, apartarme, sembrar el conflicto? Apreté los puños hasta que mis nudillos emblanquecieron.

 

Continuaba con la sábana enrollada al cuerpo a modo de túnica improvisada. Qué ridiculez.

 

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No supo en qué momento llegó a la cama pero agradeció aquél gesto de bondad con la pequeña parte de su corazón que no le dolía, puesto que sentía cada latido repentinamente dividido en dos, desgarrándola por dentro. De atrevió a mirar a Sísifo por primera vez desde que había abierto la puerta. Más allá de sus ojos pudo ver una tristeza muy grande y entendía a la perfección el porqué. Quiso abrazarlo, estrujarlo, jurarle mil veces que nada de lo que le había dicho era mentira, pero entonces la voz de Oniria la hizo mirarla. Hacer eso iba a generar una explosión de todos los sentimientos que estaban entremezclándose en su interior.

Y a ella también quería abrazarla con fuerza, decirle lo hermosa que se veía envuelta en la sábana que habían compartido la noche anterior, rogarle que cerraran los ojos y se ocultaran del mundo una dentro de la otra. Pero, ¿eligiría por encima de Sísifo? Se llevó una mano a la cara y se apretó con fuerza el puente de la nariz. No, no podía elegir. La abrumó la cantidad de sentimientos encontrados, sintió cómo el nudo en la garganta la asfixiaba y el desespero en cada músculo de su cuerpo. La primera lágrima trajo al resto en una fila india y sus sollozos, terriblemente involuntarios, cortaron el incómodo silencio entre los dos.

Nunca, jamás, había llorado delante de nadie. Mucho menos frente a dos. Pero lo estaba haciendo y lo estaba haciendo con la intensidad más grande de todas, abrazándose a sí misma como si de pronto le faltara una parte vital del cuerpo y quisiera llenar el vacío con sus brazos. Lucía pequeña, como si hubiese robado el uniforme de Warlock y estuviera jugando a ser uno. Todavía no sabía qué decir, con quién explicarse primero, a quién quería pedir consuelo. Sabía que debía hacerlo pero su corazón acelerado y apesumbrado seguía latiendo por los dos, exigiendo a ambos con una frenética necesidad de partirla en dos.

-Lo siento -dijo al fin, el tono de su voz era tan distinto al original, debido al llanto, que parecía otra persona. Se sintió miníscula ante la visión de los dos, erguidos y hermosos-. No... no puedo. Se supone que debo tomar partido y fingir que estoy de acuerdo con eso, pero no puedo. Estoy total y profundamente enamorada de los dos. Sin distinciones, sin orden de llegada. Los amo a los dos como si fuesen uno. Y no puedo elegir.

Balbuceó algo más en una mezcla de inglés y rumano y tuvo que hacer una pausa para calmarse. Sentía los surcos salados de sus lágrimas ya en el cuello.

-Lo que siento no depende del otro, como si estuviera condicionado. Solo lo siento y les juro que me van a matar si me hacen decidir o si, por el contrario, deciden dejarme -se encogió un poco más en la cama.

¿A qué punto había llegado?


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Sísifo:

 

 

 

––Eres tú la que abandonó a todos sus seres querido sin avisar. ––Le reproché, atreviéndome por fin a alzar la voz. Aquella recriminación me había molestado en lo más profundo de mi corazón. Sin darme tiempo a reaccionar, sentí la mano de Oniria apretándome el cuello, empujándome contra la pared. Aquella visión, curiosamente, me pareció hermosa. Algo en sus ojos me confirmó que ella había sentido exactamente lo mismo al tocarme. Magnetismo, fascinación... mitades que se encuentran por fin en la inmensidad. Gruñó, soltándome.

 

Sacudí la cabeza liberándome de aquella presión placentera. La miré frunciendo el entrecejo. Y entonces los sollozos de Leah me devolvieron a la realidad. Volví a concentrar toda mi atención en ella, que sorprendentemente parecía la auténtica víctima de aquel embrollo. Me acerqué con cautela, agachándome. Coloqué una mano en su rodilla. Aunque apenas conocía a la chica, era consciente de que no era una persona de lágrima fácil. Estaba acostumbrado a su actitud firme, serena, libre de titubeos. Ahora parecía tan frágil como un pétalo quebrado, y no pude evitar sentirme culpable. Escuché sus palabras, que desdoblaron el potente nudo que oprimía mi corazón, desprendiéndolo de tristeza. No mentía, estaba enamorada de... los dos. Tenía tres opciones: dejarlo ir, pelear con Oniria o involucrarme en aquel triángulo amoroso de consecuencias inimaginables. Y realmente eran solo dos, porque un conflicto con mi doble sólo podía suponer la pérdida inevitable de Leah. Tragué saliva.

 

––No voy a hacerte elegir. ––Musité.

 

 

 

Oniria:

 

 

 

Cuando solté a Sísifo del cuello, me invadió un cálido cosquilleo, como si su cuerpo estuviese cargado de electricidad estática. Incomprensiblemente anhelaba ese contacto, tan intensamente que quería matarlo. Era una pasión sin precedentes, enfermiza. Contemplé inmóvil cómo se acercaba a Leah para consolarla. En silencio, sin protestar, discutía conmigo misma.

 

¿Una relación con Leah y Sísifo? ¿Sísifo y Leah enamorados? Era más de lo que podía imaginar. Me costaba gestionarlo. No es que me hubiesen sustituido... aquel joven había llegado a Ottery para echarme. Me sentí terriblemente vulnerable, pero la culpa era completamente mía. Era yo la que había huido, años, permitiendo que se diera esta situación. Ahora tendría que enfrentarme a su desenlace, fuera el que fuera, me gustase o no. Leah lloraba. Nunca la había visto llorar de esa manera. Su dolor se ataba a su rostro como una máscara fúnebre. La fragilidad se manifestaba hasta en las almas más inconmovibles.

 

––Yo tampoco voy a hacerte elegir ––dije al fin–– eso no forma parte de mi forma de entender las relaciones. Eres libre. Sísifo es libre. Yo soy libre. Así que... tendremos que aprender a convivir.

 

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Dio un brinco cuando la vio sostenerlo por el cuello. Temía por ella, temía por él. Cuando se soltaron, respiró, era una sensación inexplicable. No, era un conjunto de sensaciones inexplicables. Sísifo llegó primero a ella, sereno en comparación a Oniria, sentir el contacto de su piel fue un bálsamo para su alma. Cerró los ojos un instante, se dejó llevar por la calidez de sus dedos. Al mirarlo supo que las cosas, con él, estaban bien y sus palabras fueron más que suficientes para dejar de sentirse, en parte, miserable. Pero no del todo.

-Gracias -respondió, con toda la sinceridad del mundo.

Desviò la mirada hacia Oniria. Lo que decía parecía un discurso diplomático, los conocía bien. No buscaba conflicto porque tenía las de perder. Su corazón se arrugó como una uva, sintió una angustia muy grande. Acarició el rostro de Sísifo con delicadeza, se permitió besarlo muy despacio y encender parte de la confianza que había mermado de ella con sus labios. La chispa fue suficiente para que se pusiera en pie y avanzara hasta Oniria. La sentía incómoda, atada a algo de lo que no quería ser parte y se sintió como un ladrillo en las entrañas. ¿Qué había sucedido con el avance de la noche anterior?

-Mi amor -murmuró, muy bajo, aunque sabía que Sísifo la escucharía-, eres mi amor. Soy más mía que tuya, eligiendo ser tuya. No lo he olvidado. Tú has estado aquí siempre -tomó su mano y la colocó encima de su corazón, aún desbocado- y de ahí no vas a salir jamás.

Nunca había hecho nada como aquello pero sin proponérselo, lo hizo. Se inclinó para besarla apenas unos segundos después de haber besado a Sísifo y sintió una plenitud terrible. Aún tenía el sabor de Sísifo impregnado en los labios y entremezclado con el de Oniria podía decir, como demonio, que acababa de conocer el cielo. Aún no había terminado de besarla y sintió un cosquilleo en el vientre, quería hacerlo de nuevo. Pero tal vez era muy pronto para eso.


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Sísifo:

 

 

 

 

Leah me besó. Fue un beso dulce y lento, tímido. Me sorprendí a mí mismo sintiéndome mal por Oniria. Quizá aquel gesto desencadenara definitivamente su furia. Pero no se movió. Se mantuvo impasible, en silencio, fría como el invierno. Leah se levantó con cuidado y se dirigió hacia ella. Sabía qué sería lo siguiente. Dudé: contemplarlo o no, ser espectador o actor. Me forcé a mirar fijamente, sin perder detalle. Las palabras de afecto de Leah dolieron mucho más que el beso. Pensé que sólo podría dedicárselas a Oniria. Estaba, al fin y al cabo, a otro nivel que yo. Desvié la atención, intentando aplacar mis inseguridades. Sabía que fundamentalmente eran producto de mi imaginación.

 

Me aproximé muy despacio, sin emitir un solo ruido. Oniria entreabrió los ojos. Sus pupilas se contrajeron al iluminarse repentinamente. Yo, en aquella esfera violácea, parecía tremendamente insignificante. Estaba a unos centímetros de Leah. Mi expresión era una declaración de intenciones. "Este es el momento decisivo", pensé para mis adentros.

 

Oniria volvió a cerrar los ojos, cediendo. Dejé caer mis labios sobre el hombro de Leah.

 

 

 

Oniria:

 

 

 

Cuando Leah besó a Sísifo, algo crujió en mi interior. Un cristal rompiéndose. Respiré hondo para serenarme. Sabía que los celos eran mayoritariamente injustificados, y fruto de una sociedad que tendía a considerar a los seres como propiedades. Pero cuando los vivías en tus propios huesos: quemaban. La teoría siempre es más fácil que la práctica.

 

Leah se acercó a mí, como intentando sembrar la paz prodigando afecto equitativo. Recibí su beso su desesperación, como si jamás hubiese necesitado tanto confirmar que Leah me quería. Sus palabras calentaron mi corazón, apartando la rabia por segundos. Seguí besándola, forzándome a no pensar en Sísifo. No quería compadecerme de él, no quería sentir nada por él... lo odiaba. Y sin embargo...

 

Lo contemplé cuando llegó hasta nosotras, con esa cara de cordero degollado, las cejas arqueadas, como suplicando una tregua. No pude negarme, hubiera sido demasiado injusto, hasta para mí.

 

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