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Castillo Ivashkov (MM B: 106154)


Leah Snegovik
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El sonido del agua le ganó al de la aparición cuando ambas llegaron a su habitación y la risita de la rubia se retumbó por las paredes de una forma especial, como si estuviera ligeramente amplificada. Había mucha acústica y el motivo estaba en la esquina más alejada, donde un piano de cola brillaba ante la luz ténue de las lámparas con un bonito resplandor multicolor. Al principio se veía blanco pero no lo era, se asemejaba al nácar. Y al igual que todo en el lugar, estaba en una distribución perfecta, sin una mota de polvo, casi como nuevo. A excepción de la zona en donde las dos acababan de hacer un desastre de agua helada.

-Bienvenida -le beso la frente antes de dirigirse al gran armario que estaba en la parte de atrás-. Todo está a tu disposición. La ropa, mis elfos personales, los Squibs, tu servidora.

Dicha esta última frase, se quitó la ropa sin reparos, arrojándola a su espalda a medida que iba andando. Pronto su larga melena rubia chocaba contra su espalda desnuda sin dejar espacio a la imaginación. Seleccionó lo primero que encontró y se giró, quedando frente a Oniria en el proceso. Una sonrisa pícara se dibujó en su rostro.

-Tengo planeado un baño antes de cumplir tus deseos -trazó un espiral imaginario con el índice, apuntando a la cama-. Si quieres acompañarme puedes dejar todo ahí, alguien se encargará mientras estamos en la bañera. Sino pues... no tardo.

Acortó la distancia en dos zancadas y la beso despacio, antes de dejarla ahí y dirigirse al cuarto de baño. Sabía que la iba a seguir pero le encantaba fingir que no. Tenerla en su casa le provocaba una extraña sensación de comodidad.


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Oniria:

 

 

 

 

Cuando aparecimos en su habitación, me invadió la melancolía. Todo absolutamente estaba impregnado por la fragancia de Leah. Era como estar envuelta en ella, asfixiándome en su olor. Me acerqué al piano con cautela. Era de un color precioso, elegante. Me hubiese gustado saber tocarlo, pero no era en absoluto parecido a una guitarra. Me giré para contemplar a Leah. Su cabello dorado absorbía las luces de la habitación, encendiéndose como una hoguera. Se desnudó frente a mí. Sólo ella podía desnudarse así de elegantemente, sin un deje de timidez o titubeo, con firme voluntad sobre su cuerpo. Me atraganté con mi respiración. Desapareció dejándome petrificada.

 

No esperé mucho más antes de proceder a desvestirme, doblando mi ropa para depositarla sobre el suelo. La tinta de mis tatuajes contrastaba fuertemente con la palidez de mi piel. La seguí hasta el baño, en completo silencio. Mis pasos no emitieron ningún ruido, con el sigilo característico de los vampiros. Me rasqué la nuca cuando la vi, vibrando como una llama tenue. Me aproximé, conteniendo el aliento en los labios apretados, y rocé su hombro descendiendo la curva del brazo. Me colapsaron los recuerdos. Bañarme con Leah. Parecía que había regresado al pasado con un giratiempo.

 

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Cuando Oniria llegó a ella, ya se había encargado de llenar la bañera y el baño tenía un suave pero penetratante olor a lavanda. El aroma salía de las burbujas que se habían formado en la superficie del agua caliente, envolvía todo el baño y se escapaba a la habitación, donde los Squibs levantaban el desastre en perfecto silencio. Reaccionó ante la caricia con un escalofrío, que le puso la piel de gallina, pero no se giró para mirarla, buscó su mano y la hizo entrar a la bañera, siguiéndola a continuación. Era una bañera grande pero aún así sus piernas tuvieron que entrelazarse. Sonrió. Aun con las burbujas podía apreciar la silueta de Oniria, sus tatuajes resplandeciendo como la luz de las burbujas, la curva de su feminidad.

-Este es un recuerdo recurrente, ¿sabes? El sueño de un sueño. Una fantasía.

Alzó una mano, echando su cabello rubio hacia atrás con ayuda del agua. El calor de esta no podía compararse con el que su propio cuerpo expedía pero le resultaba reconfortante. Mojó su rostro, acarició las piernas de Oniria con las suyas, las sostuvo con ambas manos como si la estuviera midiendo. ¿Era igual a como lo recordaba? Cerró los ojos y recordó el momento, en el castillo Atkins. Cómo se había dado, cómo había culminado. Su mano se levantó, dejando que un pequeño torrente de agua se deslizara entre ellas. Apoyó la yema de los dedos en su boca.

-Recuerdo cómo te veías ese día, cómo me mirabas. Tenías los labios entreabiertos -bajó los dedos, separando sus labios-. Y tenías el pulso acelerado. Tus músculos estaban tensos y me pareció que por una vez, mi temperatura era igual a la tuya.

A medida que iba narrando sus recuerdos, sus dedos parecían tallarlos en ella. Bajó la mano hasta su cuello, presionó apenas un segundo para medir su pulso, tocó su pecho y sintió sus latidos. Hundió suavemente los dedos en su piel, palpando sus músculos, animando a partes de su cuerpo que se habían olvidado de ese recuerdo. Llegó a su abdomen, sintió esa tensión que recordaba. Y finalmente, tenía que confirmar su temperatura. Una vez primero, luego una segunda. Abrió los ojos mientras lo hacía, observándola.

-Si alguna vez decides irte, debes prometerme que pensarás en esto y que lo reconsiderarás -pidió.


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Oniria:

 

 

 

 

 

––Yo también lo recuerdo. ––Suspiré, entrecerrando los ojos. El calor ascendía desde el agua y nuestros cuerpos, condensándose en nuestra piel en forma de una película húmeda. Nos envolvía una luz misteriosa, como lunar, metálica, que me hizo preguntarme si no estaríamos soñando.

 

Cada vez que alguna realizaba el más leve movimiento, nuestras piernas se rozaban en consecuencia, y el agua chapoteaba dulcemente. Escuché cómo narraba detalladamente aquel recuerdo, y mi cuerpo reaccionó exactamente como describía. Me mordí el labio.

 

––Ya no puedo irme... estoy atada.

 

Me adelanté, echándome hacia adelante. El agua se movió violentamente en el espacio entre ambas. La besé apasionadamente. Estaba buceando en el pasado. Aquel amor se evaporaba en el espejo a medida que respirábamos. Tenía ganas de llorar. Ganas de apretar a Leah como si fuéramos a acabarnos en el instante venidero, y sólo asiéndola pudiese asegurarla. Me pregunté cómo el sonido de dos personas que se aman podía ser tan bello y triste a la vez, como la premonición de una muerte trágica.

 

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Aquella frase le encantó. La recibió con avidez, acarició su espalda y la sostuvo por la cintura con firmeza. Quería sentirla cerca pero no la dejó terminar de acercarse, en su lugar la fue empujado hacia atrás hasta que se acabó la bañera. La alzó con cuidado, dejándola en el borde de mármol. Solo así se veía que tenía más fuerza que un humano, oculto en una delicadeza que era parte de ella. La observó, tenía los brazos cruzados junto a sus piernas y, sobre ellos, la cabeza, tenía los labios apoyados en su rodilla. luz hacía que las gotas en su piel brillaran, parecía un ángel multicolor.

-Sabes... creo que nunca admití estar enamorada de nadie hasta que te conocí. Creo que no lo había estado. No me sentí de esa forma con nadie y al vivirlo contigo, fue tan sobrecogedor que lo ignoré hasta que te fuiste. Solo cuando te fuiste supe cuánto te amaba.

Podía parecer triste pero sonreía, era un descubrimiento que le gustaba. Amar a alguien, ella era capaz de eso.

-No debes preocuparte, por mí. Somos nuestras, siempre lo fuimos. Siempre lo seremos. Pero he descubierto que puedo querer sin ataduras. Puedes ir y venir, libre, como siempre. Seguiré siendo tuya cuando regreses.

Besó sus rodillas, sus muslos, la miró desde donde estaba. Cayó en cuenta de que indirectamente había cambiado el "te quiero" por un "te amo" y decidió que estaba conforme con eso. La besó, tan despacio que tuvo tiempo de desligarse del tiempo y el espacio, dedicarse solo a ella.


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Oniria:

 

 

 

 

 

Aquella imagen me sacudió. La belleza de ese instante amenazaba con arrebatármelo. La piel de Leah brillaba, humedecida, como espolvoreada con metal iridiscente. La magnitud de sus palabras me dejó sin aliento. Era una confesión para no olvidar jamás. Viviría toda la eternidad con sus palabras resonando como un eco dulce en mi memoria. Hasta del mismísimo manantial del odio podía brotar el amor. Aquel descubrimiento me encogió.

 

––Tú también eres libre. Te quiero más tuya que mía ––murmuré, sonriendo–– y me alegro tanto, tanto de lo que dices... ––me detuve, sintiendo sus labios–– gracias por dejarme formar parte de tu vida.

 

Cerré los ojos, dejando caer la cabeza hacia atrás. Mi posición era del todo vulnerable. Me sentía como un pájaro en el cable esperando la subida de tensión que acabase con su vida. Hundí los pies en el agua y estreché su mano con fuerza, a modo de declaración muda. Leah ocupaba toda la habitación, como un gas luchando por expandirse. Mi cabeza, los recovecos de mi cuerpo, el hoyuelo de mi tráquea. En ese baño, en ese preciso segundo... éramos infinitas.

 

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Le regresó el apretón, se hundió en ella hasta que no hubo un espacio entre las dos que pudiese perturbar su unión. Su memoría no necesitaba inmiscuirse ahí, porque no había forma de revivir lo que estaba haciendo, solo podía mejorarlo, poner todo de sí. Y, ciertamente, lo estaba haciendo. Entrelazó los dedos con los de ella, un aviso mudo de lo que sucedería, puesto que su mano libre nadaba en la tranquilidad del agua, como un tiburón al acecho.

Se olvidó de todo lo que la rodeaba. Por ella podían haber estado flotando en la nada, ser dos moléculas de polvo cayendo en una habitación, entrelazadas únicamente por el viento, y habría estado bien. Existía por Oniria y la quería toda para sí, consumirla como el fuego a una cerilla. Pasaron largos minutos, hasta que se alzó, alcanzando sus labios. Antes había probado su propia sangre, el sabor metálico que había quedado en la boca de Oniria. Ahora sería su turno de sentir lo que ella había experimentado. La prueba de la entrega total y completa a la que se habían sometido.

-No eres parte de mi vida -le dijo, aún sin besarla-. Mi vida no es nada sin ti en ella.

Seguía explorando el universo que compartían, recorriéndolo sin tapujos y la besó con unas ansias terribles de alcanzar su sol, de girar a su alrededor como una pequeña galaxia que solo existía gracias a su energía.


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Oniria:

 

 

 

 

 

Sonreí. Se abalanzó para besarme, y yo saboreé con lentitud aquel eco salado, que me transportaba a la costa. Podía escuchar las olas del mar estrellándose contra la arena, dividiéndose en crestas blancas para luego retraerse llevándose mis inseguridades consigo. El agua venía a erosionar mis miedos. La vida era esto: un instante que se creaba para aniquilarse y recontruirse inmediatamente después, así como los puntos eran a una línea; así se configuraba el tiempo, en base a la destrucción y el nacimiento constantes. Estaba desfalleciendo, iba a dejar de existir.

 

Exhalé una bocanada de aire, asiéndome a todo lo firme que ocupaba aquella habitación húmeda. Si no, caería irremediablemente al vacío de mi propia inmensidad. Sin separarme de Leah, conseguí sobreponerme a ella, invirtiendo la situación. Percibí aquella agradable tensión en su vientre.

 

––Quiero quedarme aquí para siempre...

 

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-Quédate -rogó en voz baja, sus cuerdas vocales parecían haberse dormido ante el olor de la lavanda, soñaban con ellas y el murmullo de su cariño-, conmigo, siempre.

Sostuvo el borde de la bañera para no resbalarse, en su forma de besarla se notaba la desesperación que esto le causaba. La quería sobre ella, invadiendo su espacio, volviéndolo suyo. De haber podido la habría abrazado, rogando todas las veces necesarias para que no permitiera nunca que fuese una sola otra vez. Su vida parecía insignificante sin ella cerca, sin sus labios abriéndose espacio en su boca o sus dedos recorriendo su cuerpo como si fueran lo único existente en el mundo.

Con ella se sentía única, en todos los aspectos. La única que podía ver, tocar, poseer. Cuando Oniria la tocaba, desaparecía y volvía a aparecer constantemente, pasaba a ser nada para convertirse en todo. Y le encantaba. Había descubierto cuánto le gustaba que la tocara de esa manera, así que lo exigió por un suspiro, moviendo las piernas nerviosamente en la superficie del agua.

-Llámame por tu nombre y te llamaré por el mío -murmuró de repente, una frase que le vino a la cabeza. La miró con los ojos entreabiertos y sonrió, la adoraba demasiado-. Leah.

Quería quedarse eternamente en ese momento, repetirlo una y otra vez hasta que las burbujas de esfumaran y el agua perdiera su calor. Pero en el fondo, sabía que anhelaba el momento de abrazarla entre sus sábanas y entregarse a Morfeo hasta que los pájaros las despertaran con sus finas melodías. Si aquello no era perfección, no sabía qué lo era.


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Oniria:

 

 

 

 

––Oniria. ––Musité, sonriendo.

 

Era, probablemente, una de las cosas más bonitas que me habían propuesto en la vida. La abracé, sintiendo la piel en contacto con el agua, que se mecía lentamente. El murmullo de las gotas recordaba a una lluvia débil. El olor a lavanda.

 

"He escrito tantas veces su nombre", pensé, y mi corazón se arrugó adquiriendo la forma del dolor y la nostalgia. Quizás esto era morir de amor, y no fallecer de manera literal. Tan sólo desvanecerse entre unos brazos que te quieren, perdiendo el aire, casi agonizando. Murió de amor oliendo a lavanda. Un bonito epitafio.

 

Nos quedamos un rato en la bañera, como congeladas en aquella nube de vapor aromatizado. Leah sobre mí, un pétalo flotante. Salimos con cuidado de no salpicarlo todo, y nos envolvimos en una sola toalla. Apoyé la frente en la suya.

 

––Creo que alguien como tú haría que las cosas cambiasen para mí.

 

Era apenas un balbuceo, pero sabía que Leah lo escucharía. No me atreví a mirarla a los ojos, suficiente eran aquellas palabras. Pensé en la cama. Las sábanas de Leah entre nuestras piernas, su respiración acompasada mientras dormíamos... quise entrar en el mundo de sus sueños.

 

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