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Castillo Ivashkov (MM B: 106154)


Leah Snegovik
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Konnio Sacrosanto

 

Dado que no había mucho por hacer, Konnio decidió apartarse un poco de los rastros de sangre e instalar una sombrilla en el patio de los Ivashkov. Bajo ella y aún con la protección del detritus invocó:

 

--Expecto Protego

 

Para que de esa manera, surgiera de su varita un hipogrifo de sombras, y le echara aire con una ala, a la par que lo protegía de algún improbable ataque que estaba seguro no llegaría. Porque obviamente, así vivía Konnio, seguro y a la vez tomando precauciones sólo por si acaso las reacciones le fallaban y tenía que entrar en modo infalible, a diez metros de cualquiera de sus enemigos (?).

 

--Querida Dalek, esta batalla ya está ganada, tomemos un descanso te comprendo perfectamente --le invitó, mientras con otra floritura hacía aparecer otra silla de playa al lado de la suya y se estiraba mirando cómo sus compañeros acababan con el que quedaba-- esto de las carnicerías da sed.

 

Seguidamente, hizo aparecer ante sí, dos bebidas con adornos de rodajas de naranja y pajillas rojo sangre.

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Las cosas ya se habian enfriado un poco para Ernest y ademas podia sentir que en las alturas a un ser mucho mas poderoso que el, que muchas veces pensaba que lo estaba controlando de una u otra forma le estaba pasando su hambre incontrolable. Fruncio el ceño. Guardo su varita y se toco la panza.

 

-Debi de comer antes de venir, demonios- dijo mientras oia como las tripas gruñian enojadas por el hambre que lo estaba carcomiendo por dentro. Al ver que ya la mayoria se estaba yendo decidio el mago hacer lo mismo.

 

Dandose una media vuelta desaparecio de los jardines del castillo para aparecer en el callejon diagon dispuesto a comer algo de algun negocio y para hacer unas cuantas jugarretas antes del fin de ese dia tan maravilloso.

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Dalek Sacrosanto

 

- ¿Diversión? Supongo que es una forma de verlo, para mí ha sido bastante aburrido.

 

La Sacrosanto tomó de la bebida que le ofrecía gentilmente su hermano. Ya todo había pasado y era el momento de tomarse un descanso.

 

- Oye querido Konnio, me sigue sorprendiendo el poco honor de estos dizque guerreros de la luz. Si dicen que tenemos los hechizos al mismo nivel ¿cómo es que no he visto a nadie desde que entré usándolos?- el expecto protego de hipogrifo seguía dando su aire bienhechor- y encima se rebajan y prefieren usar hechizos de pueblos salvajes como esos uzzas.

 

Con la batalla finalizada, era el momento de partir. Era una pena que no hubiesen podido disfrutar más de aquel encuentro, sino podría compartir la idea esa de su compañero de que había sido divertido. Además ¿dónde quedaba la diversión de antaño como orinar los cuerpos, descabezar elfos o voltear entrañas de los enemigos? Actos de gloriosos mortífagos que sin embargo ahora se les tenían prohibidos. Suponía que por eso había tanto mortífago anciano que decía que los viejos tiempos habían sido mejores.

 

Se observó las uñas unos instantes.

 

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- ¿Hermoso verdad?- se sentía orgullosa de su ser oscuro y profundamente devoto de las enseñanzas del señor oscuro- ¿será que nos vamos ahora? Que el hipogrifo no nos deje de dar aire con sus alas por favor. Ya sabes que no me gusta que mi marmólea piel sude.

 

Comenzó a avanzar en dirección a la salida, esquivando los cuerpos hasta que su figura se perdió más allá de los terrenos de la familia Ivashkov.

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Noah Stormhold.~

Noah bajó la guardia por primera vez. Estaba decepcionado porque en parte había imaginado que habría más hechizos volando de un lado hacia el otro o mucha más sangre derramada. Pero no, éstos habían decidido desaparecer sin más.

Miré a ambos lados y pude ver que casi todos mis compañeros aún se mantenían en pie. Era algo bueno. Estaba aburrido, así que mientras ellos terminaban, tomé mi varita y lancé algunos encantamientos. Un banco de piedra voló en mil pedazos. Una fuente que había cerca por allí, se resquebrajó, provocando que el agua se desbordara por su base. Incluso llegó a incendiar un árbol.

Quería sangre. Quería muerte. Quería destrucción.

Me acerqué de a poco dónde estaba el cuerpo de un compañero, @@Undefined. El pobre idi0ta había recibido algún hechizo de improvisto o tal vez se había olvidado de curarse. No le importaba. Se agachó y lo tomó del tobillo, arrastrándolo algunos metros. ¿Quién le iba a decir algo? Conocia a la persona indicada para resucitarlo. Las raspaduras de su vientre o rostro las podría curar en tan solo un pestañeo.

Es hora, nos vamos, Taylor —llegó hasta donde se encontraba la joven (@@Jank Dayne) y la tomó del brazo sin pedirle permiso. Noah estaba de malhumor y ella había sido la elegida para desquitarse de alguna manera. Aparte le debía algunas explicaciones asi que se irían lejos de allí, con dos whisky de por medio. Desapareció Noah, con el cadáver de Undefined y Taylor sin otra opción, lejos de la Ivashkov.

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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La Cardenal de la Morgue (?

 

 

―Tssssss.

 

Observó el cuerpo de inserte nick aquí caer muerto al suelo, bañado en sangre y con olor a rostizado, todo totalmente quemado. Era patético, ¿así terminaban aquellos que se atrevían a oponerse a ellos? (? Para su suerte la Cardenal de la Morgue se hallaba allí para repartir katanazos a diestra y siniestra si hacía falta (?

 

―Lucifer, vámonos ― le susurró a su dragón, el cual agachó la cabeza y colocó una de sus patas cerca ella para entonces darle acceso a que la montara.

 

Se subió sin problemas y pasándose los dedos por los cabellos dorados una última vez, le dio la orden al animal fantástico de que montara vuelo y sin más, se alejó, para dirigirse a otro destino con tal de seguir con la matanza donde sea que lo requiriera.

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Konnio Sacrosanto

 

--Pasa que se rebajan por un poco de poder --suspiró con fingida tristeza Konnio, porque obviamente su expresión no delataba para nada sus verdaderos sentimientos de burla y sensación de superioridad, sin importar si no era necesario porque llevaba la máscara y absorbía la bebida de la pajilla por una rendija a la altura de la boca-- qué podemos hacer, no todos tienen las enseñanzas del señor tenebroso para señalarles el camino.

 

Se incorporó con rapidez de su silla, tan rápido y con tal elegancia que cualquier ser humano normal se habría mareado y habría hecho el ridículo. Sin embargo, no era esa la situación se Konnio, quien a la par asintió con aprobación hacia las uñas de Dalek. De pasada, sólo se detuvo unos instantes para llevar consigo a Patito de hule que había quedado rezagado en el terreno. El hipogrifo no dejó de abanicarlos hasta la salida aunque desapareció poco antes de que se perdieran más allá de la verja destruida.

 

Pero él no era un mago que dejara las cosas inconclusas así que giró sobre sí mismo para desaparecer en una bruma de humo negro junto a Patito, notando que Dalek tomaba el camino habitual.

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  • 5 semanas más tarde...

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El sonido seco de sus pasos aplacaba el rumor de los animales con cada metro que avanzaba, un pie delante del otro marcaban la marcha firme y decidida hacia su hogar, un hogar del que habia partido sin decir adios y sin finalizar ciclos que ahora debian tener un inminente fin.

 

una inmensa cantidad de recuerdos pasaban por su mente mientras acortaba la distancia que la separaba del castillo. ¿Cuantos meses habian pasado? ¿seguiría todo como ella lo recordaba?, sabia que su ausencia habia sido larga y no esperaba menos que una reprimenda por parte de su madre, ya que no habia dejado ni siquiera una nota de despedida, aunque siendo sincera consigo, su madre muy poco se preocupaba del andar de sus dos hijas mayores.

 

Muchas cosas habian pasado durante su ausencia, y de todas aquellas situaciones las mas notables yacian allí, frente a ella, durmiendo placidamente como si el mundo se fuera a detener a su paso, con tanta calma que provocaban envidia. Annabeth y Elizabeth no sabian el futuro que les aguardaba al cruzar esa puerta.

 

Toco dos veces esperando con ansiedad hasta que la misma se abrio regalando a su olfato aquel aroma caracteristico de su hogar. Entro empujando con calma el coche mientras las miradas dilatadas de los elfos del castillo la detallaban como quien mira a un muerto regresar de la tumba.

 

-Id a decir a mi madre que su hija a venido a verla, pero omitan mi nombre deseo ver su expresion-

 

Su orden fue acatada de inmediato y justo allí fue donde Sintio que podia volver a respirar. Camino hasta el salon llevando a sus hijas y sin pensarlo dos veces sirvio una copa de anjejo el cual apenas si saboreo, necesitaba de aquel escosor para sobrevivir a lo que le aguardaba.

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Mansión Macnair | Horas antes.


¿La ama Juliette se irá?

La criatura seguía a la castaña de cerca mientras intentaba atrapar los pliegues de la túnica platinada que se arrastraban por el suelo de mármol, la joven seguía ensimismada en sus pensamientos, repitiéndose a si misma una serie de posibles diálogos que podía entablar con su madrina antes de que la agobiara con tantas preguntas; ¿era posible que Leah supiese todo sobre el Black y nunca se lo mencionó a Juliette? ¿había sido una idea en común con el castaño el robarle la mayor parte de sus recuerdos? Pensar en eso le removía el estómago.

Ignoró al elfo como hacía siempre cuando se encontraba ensimismada en sus pensamientos, se acercó a la mesita de noche que había al lado de su cama, abrió el primer cajón con la llave y lo sacó en su totalidad; papeles, lápices y otros objetos volaron a la cama hasta que no hubo nada en el interior del respectivo cajón, Juliette agarró los bordes de la delgada madera que había en el fondo hasta alzarla y encontrarse con el fondo falso que ella misma había inventado. De ahí, sacó una brillante y pequeña piedra preciosa de color zafiro, la cual alzó hasta tenerla a la altura de sus ojos y, enseguida curvó sus labios a modo de satisfacción.


¿Alguna vez te hablé de mi madrina, elfo? —murmuró mientras deslizaba una cadena muy delgada por uno de los agujeros de la piedra, para luego colgarse aquella en su cuello.— No, por supuesto que no sabes nada. se contestó a ella misma al mismo tiempo que se alzaba de su cama para poder ordenar el pequeño desorden; caminó en dirección al espejo alargado de su habitación, en donde repasó sus facciones, acomodó la túnica y luego se hizo unas tiernas trenzas que simulaban ser una corona en su cabeza. Estaré fuera, no se por cuanto tiempo. Draekh.se dio vuelta y le apuntó con el dedo índice. Si alguien osa a tan sólo tocar los suelos de mis aposentos, te arrancaré la lengua ¿entendiste? Très bien. fingió un aplauso y le guiñó el ojo izquierdo antes de salir por la puerta.



Castillo Ivashkov.

Apareció en los jardines del inmenso y majestuoso castillo que protegía a una familia caracterizada por el poder y el misterio. Caminó a paso apresurado mientras descubría su terso rostro, dejando que su piel sintiera la gélida brisa que parecía aumentar en aquellos terrenos, en cuanto se vio frente a las enormes puertas, agarró una de las manillas colgantes y con ellas tocó tres veces, dio un paso atrás y esperó.

Luego de varios minutos ambas puertas se abrieron, dejando ver a un ojeroso elfo de ojos profundamente azulados, casi te devoraban con aquel peculiar brillo. Al principio éste pareció dudar de quien tenía frente a sus ojos, hasta que Juliette bajó suavemente hasta quedar ligeramente a su altura, curvó sus labios en una amplia sonrisa y en cuanto el elfo reconoció las facciones enmarcadas por esa esmeraldina mirada, chilló.

¡Señorita Rosi..! la castaña le cubrió la boca antes de que revelara su apellido y cerró los ojos para que este se calmara. Macnair, ahora soy una Macnair. luego de aquello comenzó a quitar lentamente su mano hasta encontrarse nuevamente con el pequeño amigo que muchas veces le vio correr por los jardines o al menos eso recordaba, pues ahora dudaba de la procedencia de la mayor parte de sus memorias almacenadas en su frágil cabeza. ¿Qué hace aquí? Hace años que no le veía, está tan grande y se parece tanto a su madre.

La castaña deslizó una de sus manos hasta acariciar con las yemas de sus dedos la cabeza del elfo, para luego sonreírle con más dulzura y comenzar a contarle alguna historia rápida para que dejara de hacer preguntas incómodas; al cabo de unos minutos ya se encontraba en el interior del gran castillo, aún con el pasar de los años la joven Macnair seguía embelesada con la infraestructura, no podía evitar imaginarse como aquellos salones se llenaban de gente con vaporosos vestidos y peinados elevados. El jalón del elfo en la parte baja de su manga, hizo que la ojiverde volviera a tierra y rápidamente alzó su mano derecha hasta llevarla a la altura de su frente, casi olvidaba su propósito.


¿Mi madrina se encuentra en casa? la criatura asintió. Llámala, dile que su ahijada ha llegado.—Y luego de esa pequeña orden, vio como el elfo corría escaleras arriba con sus largas orejas meneándose de manera divertida ante los saltos.

Juliette comenzó a caminar lentamente buscando con su mirada algún ventanal en donde perderse un momento, se sentía nerviosa por muchos motivos, no veía a su madrina desde hace mucho y aún cuando había regresado a Inglaterra hace tan sólo unos meses, no había tenido la fortaleza de pisar el Castillo Ivashkov y, presentía intensamente la ofensa de la mujer; la castaña sentía mucho amor por ella, al punto de considerarla su segunda madre pero, muchas cosas habían cambiado y era tanta la lucha interna por la que pasaba constantemente, que muchas veces olvidaba a esa
Juliette Rosier. Aquella humana. Y los minutos siguieron.

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  • 3 semanas más tarde...

La vida es un instante en el mundo y el amor es efímero. En eso pensaba mientras trataba de maquillar su perfecto rostro para esconder la enorme tristeza que sentía tras colores vivos y apasionados. La noticia de su compadre había llegado hacia un día atrás pero aún repasaba en su mente las palabras de quien lo anunció; no estaba en aquel mundo, su cuerpo no existía, su alma había ascendido ¿Por qué?

 

Lloró otro poco al recordarlo y una sonrisa nostálgica se plasmó en su rostro, ya lo echaba de menos ¿entonces cómo podría seguir? Arya y la muerte nunca se habían llevado bien y ahora ésta re afirmaba la rivalidad. Tuvo que volver a maquillarse luego, pero pronto recobró la compostura y consiguió vestirse de gala.

 

Pasaporte en mano, maleta en la otra, Ámbar pasaría tiempo con Leah ya que pronto comenzaría el kinder para que ella pudiese tener su fin de semana romántico con Aries. París era la ciudad del amor, todo en ella resultaba dulce y rosado como una flor en primavera, añoraba contemplar la Torre Eiffel, pero más que nada, anhelaba dejar de sentise deprimida.

 

-¿No explotes nada,vale? Volveré el lunes.

 

Besó la frente de su hija y ésta le correspondió para despedirse de Ivashkov y aguardar en el umbral del Castillo familiar a su compañero. Juntos pasarían unos días alejados de todo problema burocrático, laboral o familiar. Resultaba importante aquello si querían llegar a algo y Macnair estaba preparada aunque temía demostrarlo aún, quería que fuese poco a poco.

 

Había reservado una habitación de hotel a unas cuadras del antes mencionado monumento emblemático, para dos personas, y los estarían esperando para la hora de la cena así que si se apresuraban tendrían tiempo de recorrer. Ha decir verdad, aquel resultaba ser el primer viaje de la pelirroja en años, no conocía París por encima, la única vez que lo hubo visitado fue de manera subterránea y por cuestiones médicas y ministeriales.

 

La bruja conocía Rusia, Suecia y América pero no mucho más, salvo por sus conocimientos sobre geografía e historia. Por todo ello nadie podría culparle si sentía cierta ansiedad infantil, la desgracia no se cansaba de punzar su estómago, era hora de un descanso.

 

-¡Ahí estás! ¿Vamos?

 

El más joven de los Ivashkov hacia acto de presencia y su alma se iluminaba ¿Qué diablos tenía ese niño que la ponía así? Había admitido que al principio era piel, se provocaban mutuamente, luego fue por ver la irritación en rostro de Leah pero sin quererlo ni planearlo se descubrió a si misma extrañandolo, preocupándose por él, disfrutando su cercanía.

 

Juntos caminaron hacia los jardines delanteros, sin tomarse de las manos aun -no frente a la niña- para poder marchar. Arya llevaba puesto un vestido color crema con enormes flores azules estampadas, unas sandalias planas tostadas y el cabello -ya largo- recogido en un moño azul.

 

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Decir que estaba bien era una mentira, sí, pero era fácil cargar con una mentira cuando no se le decía a nadie. Las mentiras a uno mismo no eran nada poco común, ni que tuviera que mantenerse oculto, todo el mundo se mentía a sí mismo. No obstante, era difícil hacer la vista gorda de su estado y mentir diciendo que estaba bien, aunque fuese a sí misma. Estaba dormida, no un sueño profundo o particularmente agradable, tenía el ceño fruncido y un puchero que estaba oscilando en una delgada línea entre el enojo y el berrinche. Pero apenas hizo un movimiento, su rostro cambió por completo a una expresión de dolor y de inmediato, aunque sus ojos se abrieron mucho después, estuvo despierta.

 

Llevaba días así, desde que había caído en batalla y había pasado por el Laboratorio de Análisis e Investigaciones Científicas. La curación de Arya había sido excepcional pero su cuerpo se había desacostumbrado al proceso de reanimación y estaba pagando las consecuencias. Tal vez era un fantasma, una treta de su memoria para recordarle que era inmortal como las Guerreras de Artemisa, hasta que una flecha atravesara su corazón idealista. O quizás era un dolor real. Era imposible decirlo si no hacía nada al respecto y le comentaba a alguien, por ejemplo, a su esposa. Tauro había partido temprano en la mañana, lo recordaba porque la calma que inspiraba su presencia se fue con ella a la Fortaleza Oscura y desde entonces, su descanso había sido aún más inalcanzable. Así que estaba mirando la almohada gemela de la suya, con una mano ceñida a la camisa del pijama justo a la altura del corazón.

 

Ahí había recibido una cantidad de hechizos potentes que no había podido contar, después del primero, uno tras de otro hasta que su cuerpo se colapsó y sus ojos, contra su voluntad, se cerraron. Y ahí seguía sintiendo un dolor profundo. ¿O tal vez sería su ego lo que le dolía? Bufó ante su propio pensamiento y se levantó de un tirón, sin prestar más atención a ningún dolor. Que le doliera no quería decir que lo aparentara. Si alguien se fijara en ella en ese momento, pensaría cualquier cosa menos eso. Aún recién levantada seguía inspirando, poder, una inigualable arrogancia y una innegable certeza de que era consciente de todo lo anterior. Y una vez que se puso en marcha, saliendo de una habitación que había sido arreglada durante su ducha como si los Squibs tuvieran un cronómetro para saber cuándo entrar y cuándo salir, aquello era aún más resaltante.

 

Su concepto de ropa para andar en casa podía no ser el mismo que tuvieran otras personas. La túnica no era de gala, como las que solía llevar, pero era igual de elegante como cualquiera de ellas. Dentro del castillo Ivashkov no había elfos domésticos, como se acostumbraba en Londres, había jóvenes Squibs que tenían una función de sirvientes que podría ser esclavista si alguien mirara sus sueldos miserables, a excepción de aquellos que, como ella, tuvieran un par de elfos que casi no se veían. Por ese motivo le llamó la atención de forma notoria y casi molesta cuando no solo uno sino dos de sus elfos personales interrumpieron su descenso por la larga escalera que llevaba al vestíbulo. Lune, el elfo más viejo y fiel de los tres elfos que estaban a su cuidado, y Fraise, una elfina que si temblaba un poco más sería capaz de llevar el compás de una batería.

 

—Ama —recitaron los dos al mismo tiempo, haciendo una elaborada reverencia que no se quedó a ver.

 

—La busca una de sus hijas.

 

—La busca su ahijada.

 

Se detuvo como una bailarina, girando con la mano puesta en la baranda para ver otra vez al par de criaturas y con una exasperación creciente, detuvo el temblor de la elfina con un además de muñeca que, a juzgar por la expresión de la víctima, no era precisamente indoloro.

 

—Lune —el elfo movió las orejas con atención al escuchar su nombre—. ¿Las dos están abajo?

 

—Sí, ama.

 

—Muy bien.

 

—También sabemos que su hijo ha llegado, el joven Aries, junto a su novia, ama.

 

Asintió y soltó por fin a la elfina, quien dio un profundo respiro como si no hubiera respirado en los minutos en los que su compañero y la rubia mantenían su conversación, pero no se le escuchó sollozar ni una vez. ¿Frente a Leah? Ella sabía lo que le esperaría entonces. En completo silencio, ambos elfos se retiraron tras su reverencia y ella, sin verlos otra vez, ya había llegado al final de las escaleras. Los Squibs habían escoltado a sus visitas a la sala que le pertenecía a ella, un cuarto cómodo y bastante amplio que tenía una pequeña colección de libros, muebles mullidos y un bar, como muchos otros alrededor del castillo. Se enteró porque se encontró con uno y este acababa de salir de la sala tras dejarlas ahí. Lo alejó con un ademán de desdén y abrió la puerta.

 

Efectivamente, eran su hija y su ahijada. No tenía demasiadas ahijadas, por no decir ninguna, por lo que había asumido de inmediato que se trataba de Juliette. Pero en el caso de Emilia, había sido una verdadera sorpresa. Su expresión de indiferencia se borró por completo cuando las vio a las dos y una sincera sonrisa se dibujó en su bonito rostro, iluminándolo tanto como las luces que se adentraban por las ventanas hacían resplandecer los soles bordados en la tela borgoña de su túnica. Sin embargo, sus ojos rápidamente captaron algo que estaba fuera de lugar. Dos cosas, en realidad. Y el primer abrazo fue para Juliette, aunque algo opacado por la poca atención que le dio, debido a que estaba concentrada con un horror creciente en las dos criaturas que tenía Emilia.

 

¿Podía ser...? No. ¿Dos? Por supuesto que no. Se separó de la joven Macnair, aunque no del todo, porque sostuvo su rostro entre las manos para verlo mejor.

 

—Estás preciosa. ¿A qué debo el honor de tu presencia? —volvió a mirar a Emilia y la ignoró un momento más, no estaba lista para lo que fuera que tuviera que decirle, por más emoción que pudiese haber sentido en un principio—. Escuché que habías regresado, pero no he regresado a Londres hace unas semanas y mientras estuve allá no salí del Ministerio de Magia en ningún momento. Lamento no haberte escrito entonces. De verdad estás muy hermosa...

 

Se detuvo entonces porque viéndola con detenimiento, vio algo que no había visto antes y un "Click" resonó en las paredes de su cabeza. Estaba tan preciosa porque algo en su humanidad se había roto, por no decir todo. Como le había pasado a ella. Cortó automáticamente la conversación, dedicándole una sonrisa más antes de separarse, antes de demostrarle un poco más de culpabilidad en su conocimiento o algo de su preocupación. ¿En qué momento de su separación había pasado aquello? Se permitió gesticular solo cuando avanzó hasta Emilia, cuando su mejilla reveló la tensión de su mandíbula ante el pensamiento. Obvió el coche con los dos infantes y pasó directamente al abrazo, sosteniendo la cabeza de su hija entre su hombro y su cuello como solía hacer cuando era una bebé. Había varias cosas cuestionables en su personalidad, ella estaba al tanto de ello, pero su maternidad en la edad adulta era algo indiscutible.

 

—Bienvenida —besó su cabeza y suspiró—. Dime, por el Señor Tenebroso, que has dedicado tu vida en el último año a cuidar niños ajenos y no que has decidido abrir tu propia guardería. No tengo ni la voluntad ni la fuerza para ser abuela y mucho menos de dos.

 

Se atrevió a mirar el coche y pudo ver algún parecido con los chiquillos.

 

—Vale, necesito un trago. Juliette, ¿quieres algo? Tú no, estás castigada —miró con reproche a la única de sus hijas que no era rubia, sino pelirroja—. Asumo que ustedes dos se conocen, ¿o soy yo quien tiene un círculo social demasiado extenso para el escaso tiempo que se gasta? —miró las dos expresiones—. Emilia, te presento a mi ahijada, Juliette. Juliette, mi hija, Emilia.

 

Avanzó hasta el bar, sirvió un Whisky de Fuego sin dejar de ver el coche doble con horror, esperando a que Juliette dijera si quería un trago para servirlo de una vez. Por supuesto, sirvió el segundo antes de que eso pasara, porque necesitaba procesar dos noticias fuertes sin aparentar en ningún momento que estaba afectada por ninguna de las noticias. Aunque la noticia de Juliette era más fácil de ocultar que el terror que sentía por la noticia de Emilia, que no lo estaba ocultando para nada.

 

Era fácil cargar con una mentira cuando no se le decía a nadie, sí, pero algo le decía que Juliette no había ido hasta Transilvania solo para visitarla y que tenía mucho que ver con el aura de demonio que expedía de su cuerpo como el aroma de un perfume fuerte. Y lo más preocupante de todo, ¿quién demonios se había atrevido a embarazar a la menor de sus hijas? ¡De dos! Probablemente usaría la katana para cortar un miembro en lo que iba de tarde, pero pensaría bastante bien en cómo preguntarle a Emilia aquello sin que sospechara sus intenciones. Bebió, más despacio que antes, iba a ser un día difícil.

 

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