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Castillo Ivashkov (MM B: 106154)


Leah Snegovik
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Ella era ajena a lo que sucedía. No escuchaba a Sísifo y sus ojos estaban cerrados, así que no pudo ver el gesto de Oniria. Pero cuando él estuvo cerca su cuerpo reaccionó de inmediato, otra vez con aquella sensación magnética. Sentirlo contra su espalda le erizó la piel, provocó que se incendiara y se redujera a cenizas mientras renacía una y otra vez en los labios de Oniria. A ella la besó con más intensidad, anhelando más. Tenía el corazón a mil por hora, los sentimientos a flor de piel, una necesidad arrolladora de que los dos la hicieran suya.

Sus manos trazaron todas las curvas de Oniria hasta llegar a su cuello, la separó de sí apenas unos milímetros. Quería respirar, quería dejar de hacerlo. Quería a Sísifo. La miró a los ojos, casi pidiendo aprobación y luego, con sumo cuidado, se giró para enfrentarlo. Todas las sensaciones volvieron a dispararse en la situación inversa. Oniria a su espalda, ella acoplándose a la altura de Sísifo y sus ojos tan iguales a los de ella. Besarlo impregnó sus poros de deseo, no había lugar en la habitación que no estuviese marcado por ello.

Era demasiado, para ella, para ellos, para cualquiera. Abrió los ojos apenas un segundo, llamada por algo silencioso, y lo vio con los ojos abiertos. No la miraba, miraba a Oniria. Enarcó una ceja muy lentamente y dejó de besarlo. De pronto todo su calor parecía haberse multiplicado, como una fogata a la que se le arroja combustible. Enrojeció.

-Necesito un trago -murmuró muy por lo bajo, deslizándose entre ellos. Al hacerlo, los cuerpos de los dos vampiros chocaron apenas por lo inesperado de su movimiento.

Ella no perdió detalle de la reacción que tendrían. Se estremeció.


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Sísifo:

 

 

 

Sentí cómo el calor ascendía vertiginosamente. Hasta mi piel parecía arder. Nunca había tenido una experiencia como aquella, y ni siquiera sabía cómo había llegado hasta allí. Pero empezaba a gustarme. Era consciente de que una vez me dejase arrastrar por mi lado impulsivo, no habría vuelta atrás. Ni remordimientos, ni culpa. Simple y llanamente: deseo. Sentí en mi cuerpo la rabia de Oniria, y me regocijé con aquella conexión, saboreando la ira ajena. Leah se giró, enfrentándome, y me besó apasionadamente. La atmósfera era muy distinta a la de la biblioteca, más íntima, reservada y dulce. En esta habitación corríamos el peligro de incendiarnos.

 

Cuando Leah se deslizó con la excusa de ir a por un trago, quedé a centímetros de Oniria. Mis brazos rozaron los suyos. Su presencia era como una poderosa fuerza de gravedad que me atraía a su centro. Colosal, desmedida.

 

 

 

Oniria:

 

 

¿Me había resignado o estaba disfrutando del momento? A juzgar por las reacciones de mi cuerpo, era lo segundo. Cuando Leah se volteó para atender a Sísifo, me apreté contra su espalda, dejándome traspasar por su calor. Arañé los pliegues de su túnica con desesperación. Nunca había sentido esa necesidad animal de llevar algo a cabo, como si de alguna forma no hubiese escapatoria y mi carne lo supiera antes que mi mente. Quizá a eso se refería Abasi cuando escribió en sus cuadernos de estudio que nos haría complementarios.

 

Cuando Leah fue a por la bebida, se hizo el silencio. Podíamos matarnos o amarnos dolorosamente. Clavé la mirada en sus ojos grises, gélidos. Me abalancé sobre él, sosteniéndolo nuevamente del cuello, pero esta vez también lo derribé. Parecíamos dos bestias salvajes. Ahora, sobre su abdomen, sentía el hormigueo de un poder renovado. Sonreí. Los ojos rojos, mis colmillos afilados. Lo besé con violencia, sin cesar en mi agarre, tirando de su camisa hasta escuchar cómo crujían los hilos.

 

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Antes había presenciado cómo lo atacaba, había sentido un miedo irracional por los dos, sintió ganas de interponerse y evitar, aunque le costara algo a cambio, que se hicieran daño. Pero cuando Oniria le saltó encima a Sísifo esta vez, sintió algo totalmente distinto. Muy distinto. Observó con fascinación lo que sucedía ante sus ojos, asida al borde del bar al que había llegado por puro milagro, apretando con fuerza la madera porque si se mordía el labio se lo iba a seccionar. ¿Cómo podía explicar lo que estaba pasando entre los tres? Sencillamente no podía. Y lo que menos, explicar cómo era que aquello le estaba pareciendo la cosa más atrayente que había visto nunca.

Sus dos amantes fusionándose en uno solo. Para estar con ella.

Esta vez fue ella a quien se le hizo la ropa pesada. Se olvidó del trabajo, del trago, de cualquier cosa que no estuviera relacionada a las dos personas que más amaba tendidas en el suelo. Oniria ya sin la colcha, que se había delizado en algún punto, Sísifo con su pecho descubierto con un salvajismo que antes no habían compartido. Avanzó hasta ellos arrojando la ropa por todos los lados y quiso, por un momento, clonarse. Miles de veces. Que todas sus partes pudiesen vivir lo que ella vivía. Se removió impaciente junto a ellos. Extrañamente, no había hecho algo así antes.

Se arrodilló junto a Oniria y pasó los dedos por su columna, esparciendo besos por su espalda desnuda mientras buscaba la mano de Sísifo. Antes habían sido tan románticos que no había quedado espacio para que demostraran lo que en realidad despertaban en el otro, no en su totalidad. Y ella necesitaba, con todas sus fuerzas, que lo hiciera. Lo guió por su piel al mismo ritmo en que buscaba el cuello de Oniria, la mordió despacio justo cuando la caricia de Sísifo pasaba lo superficial.

-Creo que al final sí van a matarme -murmuró en el oído de Oniria.


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Sísifo:

 

 

 

De repente, me había deshecho de casi toda mi ropa. Oniria había perdido la sábana que la cubría. Contemplé su cuerpo cada segundo que mis ojos se abrían durante aquella tormenta. Aquella palidez, los tatuajes, sus curvas poco pronunciadas. La delgadez. Parecía una sombra de algo vivo, pero terriblemente hermosa. Era tan distinta de Leah... y tan similar a mí. Todo aquel desenfreno sólo podía explicarse a través del odio. Odio y atracción titánicos, inseparables.

 

Leah se arrodilló junto a nosotros. Se había desprendido de su túnica de Warlock y nos observaba con deseo. Cuando rozaba a Oniria, era como sentirlo en mi propia piel. Aquellos dedos incrustados en el tuétano de los huesos. Me pregunté si estaríamos intercambiando nuestras sensaciones sin saberlo, o si sencillamente era físicamente placentero ser testigo de aquella situación. Acaricié a Leah sin un sólo rastro del romanticismo de la cita que habíamos compartido. Conseguí colocarme sobre ella e inmovilizarla por las muñecas. Miré a Oniria.

 

 

 

Oniria:

 

 

Ya habría tiempo para preguntas. Ahora sólo...

 

Los besos de Sísifo eran similares a la sensación de acercarse a la leña hirviendo. Quería arrancarle la cabeza, morderlo. Era como si mi cuerpo necesitase del suyo para existir. Leah clavaba sus dientes en mi cuello. "Hazme sangrar", pensé. La intensidad de mis emociones sólo podría expresarse con un sacrificio de sangre.

 

Sísifo se tumbó sobre ella, así que yo aproveché para hacerme un hueco y acariciarla mientras él mantenía sus manos ocupadas sujetando sus brazos. Intermitentemente, alzaba la cabeza para besarlo con violencia. No podía saberse si era un beso o un mordisco.

 

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Estaba inmovilizada, desde ahí las cosas parecían más inalcanzables. Sísifo y Oniria estaban tan cerca que dolía no poder alcanzarlos, le dolía en los labios, en los huesos, le dolía en el alma. Verlos sobre ella era lo mejor que le había pasado en mucho tiempo, incluso mejor que haberlos encontrado por separado, pero era tan desgarrador como descubrir la inmensa dependencia que estaba generando en cada caricia que le otorgaban. Se sacudió con el latente desespero naciendo en lo interior de su cuerpo, alcanzó el pecho de Oniria y suplicó en voz baja para que la besara. Quería esa violencia para ella.

Retorció las muñecas, no buscando zafarse de Sísifo, más bien buscando su atención. Hundió las uñas en sus manos cuando sintió el corte en el labio por los colmillos de Oniria, apretó hasta que sintió que lo había cortado. Una gota de sangre descendiendo por su barbilla, despacio. Quería su enfado, ese que le había demostrado al abrir la puerta. Estaba loca y perdidamente enamorada de los dos. Los sentía como parte de sí o, tal vez, era parte de ellos.

Estaba vulnerable y sometida a ellos en una atadura del destino, un hilo rojo que había soltado una hebra, hasta formar el más extraño pero hermoso lazo que había existido jamás.


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Sísifo:

 

 

 

Oniria la besaba, yo la sujetaba. Nos retorcíamos. Era salvaje, violento... pero hermoso. Olí la sangre de Leah y sentí cómo mis colmillos se afilaban, próximos a la perdición. Ella apretaba mis manos, me clavaba las uñas fuertemente, como si quisiera desgarrarme. Hasta que consiguió cortarme. Gruñí. El placer y el dolor era una buena combinación. La miré a los ojos. Aquellas esmeraldas encendidas. El hilo rojo descendía por su barbilla y era lo único en aquella habitación que parecía no tener prisa. Lamí aquel trazo de sangre lo más lentamente que pude, disfrutando cada centímetro de líquido cálido en el paladar. Leah sabía a lavanda, a música clásica, al tacto del teclado de un piano. Sus arañazos escocían. Me estremecí.

 

La liberé para descender, sin separar los labios de su cuerpo, primero por el cuello, siguiendo por el esternón, su vientre que se contraía.

 

 

Oniria:

 

 

La besé. Quería que Leah me suplicara. Quería que los tres nos envolviésemos en aquella espiral de dolor extraordinario. Mis colmillos quebraron su labio. Contemplé ensimismada cómo Sísifo limpiaba aquella gota de sangre. Era una imagen que rozaba lo artístico. Antes de que comenzase su tortuoso descenso por el cuerpo de Leah, mordí su hombro con fiereza. Volví a besar a Leah. De vez en cuando se apartaba para respirar. Cogía el aire como si se agotase. En contraste con nuestra noche romántica de cariño y frases dulces, aquello era exhibición de lo grotesco, lo inmoral.

 

Apenas podía pensar en lo que estaba sucediendo... Sísifo y yo. El primer día que nos conocíamos. No podía ser casual. Aquella atracción debía de tener una naturaleza mística.

 

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Lo vio acercarse y supo lo que iba a hacer, un sonido casi animal empezó a retumbar en lo más profundo de su garganta. Oniria había probado su sangre, él no, y la idea de que lo hiciera era algo que no se había planteado, pero le encantaba. Estaría dentro de él, de Oniria, ahora era parte de los dos. Sintió los brazos débiles cuando la soltó, quiso decirle que no lo hiciera, pero Oniria llegó antes de poder decir algo. Sus labios, sus preciosos labios tan iguales a los de Sísifo eran una agonía prolongada. Arqueó la espalda, ella la dejaba sin aliento y él la obligaba a exhalar el poco oxígeno que conseguía.

Había estado al borde de la muerte en repetidas ocasiones, incluso había muerto una vez. Le habían dejado cicatrices que aun con magia no habían desaparecido, que se disfrazaban en su piel como los pliegues de una vida violenta. Y siempre había regresado, en busca de más. Pero nada se comparaba a la destrucción que estaba experimentando. Ningún dolor podía compararse a lo que los dos le estaban otorgando, un placer que superaba lo lógico, lo normal. Estaba muriendo después de todo, como la estrella de la que tanto se había acordado durante los días que llevaban juntos y los necesitaba a los dos para morir en paz.

Se preguntó cómo se vería de lejos. Si se vería tan hermoso como ella lo hacía. Aquellos destellos de invierno sobre su cabeza. El reflejo de sus ojos, el cariño que sentía por ellos por debajo de toda una vida de cosas sin descubrir. Descubrió que ella también quería llorar, como Oniria y como Sísifo. Moriría constantemente, por la eternidad, si podía renacer con ellos una vez más.


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Sísifo:

 

 

 

Hice una pausa. Apoyé la cabeza en la pierna de Leah, y la miré con dulzura por primera vez en toda la mañana. Tenía la piel enrojecida, el cabello despeinado, y sudaba. Parecía un pequeño animal contorsionándose. Cogí a Oniria por el hombro, sin ningún tipo de delicadeza. Entre nosotros era forzada la brusquedad. La besé hundiendo las manos en su pelo corto. Un beso que sabía a Leah y a mí mismo. La miré, sobrecogido.

 

Me tumbé junto a Leah para morder su cuello y terminar lo que había empezado. En esas circunstancias no requería ningún permiso. Su rostro lo exigía, sus labios desencajados. Hundí los colmillos con avidez. Probar la sangre de la persona a la que amaba me parecía sobrenatural. No era el simple placer de beber, sino más bien el gozo metafórico de estar fusionándonos.

 

 

Oniria:

 

 

Sísifo me besó, dejando en mi boca un sabor que conocía bien.

 

Mientras Sísifo mordía a Leah, haciéndome añicos el pecho y liberando más si cabía mis instintos, yo la acariciaba, contemplando las contracciones de su cuerpo. Era como observar un papel que arde, y va arrugándose, plegándose, transformándose a base de espasmos imposibles. Me hubiese quedado en ese momento de bajeza y pasión por la eternidad. Con la persona a la que tanto quería, y aquel chico con el que tenía una conexión que sencillamente no podía explicar.

 

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Todo su cuerpo se desconectó cuando los colmillos cortaron su cuello, paralelos a la marca de la mordida que había dejado Oniria la noche anterior. Solo los sentía a ellos. Con una fragilidad que no le pertenecía, buscó la mano de Oniria y la apretó, la acercó para que la consolara en todo aquél torrente de emociones. Su otra mano estaba en el cuello de Sísifo, lo sostenía en una mezcla de agradecimiento y entrega, podía sentir cómo succionaba la sangre y cómo esta se iba llevando de a poco su vitalidad. Cerró los ojos y cuando todo terminó, se encontró encerrada en los brazos de Oniria, con Sísifo apoyando la mayor parte de su cuerpo en el suyo.

Estrechó más a Sísifo, como a un niño pequeño, hundió la nariz en su cabello. Olía a todas las cosas buenas del mundo. Lo amaba, tanto como en su recatada cita, con su romanticismo a flor de piel y la inocencia que habían compartido. Regresó la mirada al otro lado, a Oniria. La capa de sudor en su piel le recordaba a su piano, tan hermoso e irreal que no podía perdurar para siempre, una gota de lluvia que brilla al sol con minúsculos arcoiris antes de estrellarse en el suelo, sin que nadie la vea. Se refugió en su pecho, cerró los ojos y la sintió, sin más. Pasaría ahí el resto de su vida de poder.

-Oniria encuentra a Insomnia... los dos conectan bien -murmuró.


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Sísifo:

 

 

 

 

Sentía cómo la sangre de Leah penetraba en mi interior, bombeada por su propio corazón, que se había acelerado peligrosamente pero que ahora, paulatinamente, se ralentizaba perdiendo fuerzas. Me separé de ella con cuidado, y comprendí que en ese instante abandonábamos la violencia para instalarnos en una dulzura casi contemplativa.

 

Oniria abrazaba a Leah, y yo estaba tumbado casi sobre su cuerpo, con la boca llena de nebulosas rojas. No quería limpiármela para conservar lo máximo posible su sabor. Coloqué los labios cerca de su oído, y deletreé un "te quiero" silencioso, porque mi voz se la tragó la paz. Pasé la mano por su cintura, tropezando con la piel fría de Oniria. Así que la acaricié a ella también, como firmando una tregua definitiva, al menos de momento.

 

 

 

Oniria:

 

 

Seguía estrechando su mano. En ese momento de quietud me hice consciente de lo que acababa de suceder, pero no me asustó. En realidad, me parecía el correcto desenlace de los hechos, el más lógico.

 

––Quizás en otra vida, fueron un mismo ser... ––Respondí, en un susurro. Y aquel verso cobró todo su sentido de repente. Oniria e Insomnia, Sísifo y Oniria. El mismo ser en dos cuerpos, dos identidades seccionadas pero irremediablemente conectadas. Miré al joven fijamente, mientras su mano me rozaba. Me dio un vuelco el corazón. Cuál era la magnitud de mi descubrimiento, aún no podía saberlo.

 

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