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Campus Universitario


Cissy Macnair
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La razón para encontrarme el día de hoy en las instalaciones de la Universidad parece un tanto curiosa. Había escuchado tantas anécdotas de otras personas sobre su paso por las aulas, adquiriendo más y más conocimiento del mundo mágico, ampliando su entendimiento del mismo. También, algunos se habían sometido a rigurosos cursos, aprendiendo técnicas aún más complejas. Pero, en mi caso, aún pasaría considerable tiempo antes de que asistiera a profundizar en mi adiestramiento en el ámbito de la magia.

 

-Vamos, vamos...Vas tarde. -susurro para mí, deslizándome con rapidez sobre el suelo de los pasillos. Aunque no habíamos definido un horario para encontrarnos, el llegar tarde era descortés. Al menos ese es mi punto de vista. Procuro no hacer demasiado ruido, pues algunas aulas tienen la puerta abierta, y dentro de ellas veo incontables alumnos y profesores desarrollando sus clases, la mayoría ignorando lo que sucede en el exterior.

 

Una vez lejos de los salones, me detengo para apreciar el impresionante escenario que se extiende frente a mí. Los jardines del campus ofrecen una curiosa, pero agradable, combinación de distintas comunidades del globo terrestre. El choque cultural, sumado a la diversidad de especies silvestres sería un recuerdo preservado para la posterioridad. Sacudo mi cabeza, saliendo del ensimismamiento.

 

-Bien, al menos aún no llega. -me dirijo hacia un pequeño grupo de palmeras, situadas a la orilla de aquellas lagunas que, si bien había escuchado que eran artificiales, ante el brillo del sol pasaban como cualquier otro entorno natural. Pienso en las razones de mi presencia aquel día. La había conocido de una manera extraña. La correspondencia era algo común entre los magos, pero jamás esperé que llegáramos a ese nivel. La situación parecía tranquila, hasta que una de sus últimas misivas me alertó.

 

Se marcharía pronto de Inglaterra, y se trataba de una decisión definitiva. Un encuentro que sería inicial y final, pues no tenía la certeza de cuando se marcharía. Apenas llego al punto de reacción, me quito la capa, de tono marrón, y la doblo sobre mi brazo, revelando mi vestimenta. Pantalones azabache un tanto ajustados y una playera gris de manga larga, a juego con unos tenis ligeros del mismo color. Mi cabello, como siempre, un desastre, por lo que no me había molestado en arreglarlo mucho.

 

-A esperar. -meto las manos en los bolsillos, observando de vez en cuando la superficie de la laguna, cautivadora sin duda debido a la sensación de frescura que emanaba, alcanzando incluso los confines de la Universidad.

 

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Andrómeda paseaba con calma por los pasillos del campus mientras leía un libro con suma atención. Sus cabellos castaños cobrizos caían rebeldes por su espalda y ocultaban parte de su rostro, el cual poseía una fina arruga entre medio de sus cejas delatando su concentración. Era cierto que hacía poco había tomado una de sus clases allí, no obstante, su conocimiento no seguiría creciendo por aquellos terrenos.

 

Con pereza, al terminar la oración levantó la vista, como si despertara de una larga siesta. Miró a su alrededor, intentando ubicarse entre el barullo de las clases, los alumnos que se movían de un lado a otro y quienes se encontraban disfrutando del cálido sol de aquella tarde. Suspiró con calma, abarcando cada detalle y formación de aquel lugar. La nostalgia se había instalado en ella durante los últimos días, y casi sentía que no conocía otro estado de ánimo desde hacía semanas.

 

<<Pero es la decisión correcta.>> Se repetía incansablemente. Debía regresar a donde todo había comenzado. Ahí, en aquel primer pueblo en el que su memoria se había activado, donde recordaba haber dado sus primeros pasos.

 

Entre tantos pensamientos, casi se olvidaba para qué estaba allí. Recordándolo de golpe, miró su reloj de muñeca y se dio cuenta que, a pesar de haber llegado con una hora de anticipación, ahora estaba tarde. Intranquila, movilizó sus pies para meterse de lleno en los jardines. La vegetación, variada y exótica en algunos lugares era el centro de atención de todo visitante, pero Andrómeda no les prestaba atención. Rodeó el lago con apremio pero a la vez tranquila. No deseaba llegar alborotada, y menos sabiendo que aquella sería la primera impresión.

 

<<Y la última.>> pensó poniéndose triste momentáneamente. La montaña rusa de sus sentimientos era una constante que, desagradablemente, no cambiaría nunca. Luego de girar un poco sobre sí misma, mirando extrañada a su alrededor, identificó a quien buscaba por sus ropas. Se encontraba mirando en dirección contraria, y aquello la alivió. Al menos no se sentiría tan nerviosa bajo la presión de su mirada.

 

Fue acercándose lentamente mientras su capa ondeaba con suavidad, dejando ver el vestido color negro, largo hasta sus rodillas y de mangas largas, que había elegido usar para la ocasión. Pensó que podría decir, sonando en su cabeza las palabras est****as y extrañas. Se repetía mentalmente que quedaría como una boba. A veces, aquello le ocurría a menudo: por escrito podía explayarse y escribir a su antojo, pero en persona era demasiado brusca e incluso, patosa.

 

¿Eobard? preguntó suavemente cuando estuvo cerca del muchacho. Nerviosa, apretaba con fuerza el libro que llevaba entre las manos para que la tensión quedara allí acumulada. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro a modo de saludo. —Soy yo… de las cartas. Andrómeda. — se quedó expectante mirando la reacción de su interlocutor.

 

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Ante la quietud ofrecida en los jardines, decido descansar mi vista por un breve instante, ocultando mis ojos bajo los párpados. Para efectos de un mejor descanso, retiro mis lentes, pues al no estar haciendo uso de mis globos oculares, el portar dicho aditamento parece un tanto innecesario. Eso, sumado al hecho de que la chica podía aparecer en cualquier segundo, y quizá se llevaría una idea de desconcierto al verme en ese estado.

 

-Y, ¿qué puedo esperar de este encuentro? Sé, por experiencia propia, que cuando se trata de una situación peculiar, generalmente he tenido gratos momentos de esparcimiento...Pero, tengo una curiosa sensación acerca de esto. -pienso, casi deslizándome hacia el mundo de los sueños, gracias a la parsimonia con la que algunas pequeñas aves realizaban sus cantos. El día se presentaba como aquellos acontecidos hace años, esos de los que es raro experimentar.

 

Una vez más, el punto del encuentro era la principal determinante de cómo percibí alrededor. A pesar de tener una idea del aspecto físico de la joven, lo más seguro es que no podría reconocerla tan fácilmente, y ante el riesgo de ponerse en ridículo al confundirla con otra persona, fue que acordamos aquella palmera como el sitio para conocernos, quizá sólo de forma física, ya que a través de la correspondencia habíamos hablado un poco de cada uno.

 

-Demonios. Está aquí. -una voz externa a mi mente me saca del éxtasis. Abro los ojos lentamente, intentando enfocar a la persona que ha pronunciado mi primer nombre. Por el tono de voz, se trata de una mujer, no hay duda de ello.

 

Sin tener los lentes como ayuda, balbuceo inútilmente algunas palabras, comenzando a ponerme nervioso. Pésima primera impresión. Los saco del bolsillo, acomodándolos rápidamente sobre mi nariz. Por fin logro visualizar a la persona que se ha dirigido a mí. Se trata de Andrómeda, pues ha sido ella misma quién aclaró su identidad al hacer referencia a las cartas mientras yo quedaba como un tonto que no pudo verla gracias a una traición por parte de su vista.

 

-Esto...Sí, soy yo. -esbozo una sonrisa nerviosa, que más bien parece propia de un sádico. Sacudo la cabeza, apenado. -Una disculpa por mi evidente descuido. Pensé que tardarías un poco más.

 

Suspiro con gran pesar. Estaba dando todo un discurso para justificar mi falta de atención ante su llegada, lo cual no me parecía para nada justo. Los nervios no ayudaban en nada, pues ocasionaban que toda palabra de mi boca saliera con tal velocidad, que dudo mucho la joven haya entendido la mitad, por lo menos, de lo que le he dicho. Aprovecho un breve lapso de silencio para poder examinar a mi acompañante. El largo cabello castaño le llega a la cintura, haciendo juego con sus ojos marrones. Su vestimenta me parece un tanto curiosa, pues no había avistado un diseño similar de vestido en otro lugar. Con todo, le confería un aura de seguridad pero, también, de pesar. Tal vez se debía al por qué nos encontrábamos en dicho lugar.

 

-Bien, ya he respirado suficiente. -dirijo mi mirada hacia sus orbes oscuros, que me recordaban a la tierra. Pero no una descuidada, árida, sino aquella en la que puede florecer un jardín, similar al que se cernía a nuestros pies. -Andrómeda, es un gusto conocerte al fin. Creo que ambos hemos esperado este momento por considerable tiempo.

 

Sin más, le extiendo mi mano izquierda, mientras que dirijo la otra, con la palma hacia arriba, hacia sendero que lleva al Estadio de Quidditch, invitándola a un pequeño paseo en el que, si seguíamos el camino trazado, podríamos maravillarnos un poco con la vegetación y fauna localizados dentro de las instalaciones.

 

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Andrómeda dibujo una sonrisa divertida en su rostro al observar lo despistado y nervioso que se encontraba su amigo. Su rostro se ruborizó levemente al darse cuenta como la examinaba con la vista, y rascó levemente su cabeza para quitar la incomodidad producida por el silencioso escaneo. Quiso poner sus ojos en blanco al oír con la pomposidad que hablaba, pero se contuvo.

 

Finalmente. Las descripciones que me diste, no hacen justicia a la realidad. comentó divertida observando el aspecto de su acompañante. El que usara lentes, lo hacía verse un poco mayor y serio. Aquello le causaba gracia, teniendo en cuenta las charlas que habían mantenido por correspondencia, que eran de los más inmaduras y graciosas posibles.

 

No sabía exactamente qué harían a continuación. No había pensando en nada para hacer aquel día, simplemente, en su cabeza sólo estaba pasar una amena tarde con Eobard, pero no había pensado en los pequeños planes para pasar el rato. Por ello, cuando le tendió la mano, lo miró confundida.

 

¿Debía tomarle la mano? <<Qué está queriendo decir con ese gesto>> pensó alarmada mirándolo. Tal vez, simplemente, se estaba confundiendo, pues no todos eran como ella, que expresaban sus emociones por medio de gestos. Tal vez, simplemente, él sólo lo hacía por cortesía.

 

Su mente iba a una velocidad que no podía controlar. Seguramente en su rostro se reflejaba la lucha interna que estaba llevando adelante. Desesperada, miró al Black Lestrange, en búsqueda de una solución. Finalmente, al ver que su expresión era calmada, se decidió y agarró su mano, apretando brevemente. Dejó que un primer instante la guiara hasta que, al ubicarse a su lado, se desprendió con suavidad del agarre y siguieron caminando a la par.

 

Varias aves iban y venían por los árboles, una brisa suave hacía mover sus cabellos levemente, y el ruido de su capa susurrante se mezclaba con sus respiraciones y pasos. Se movían con calma, sabiendo que tenían toda la tarde por delante y que, en todo caso, debían aprovechar cada segundo para divertirse al máximo.

 

Entonces, ¿Cómo te encuentras? preguntó luego de unos momentos de silencio en el que descubrió que se dirigían hacia el estadio. — Sabes… nunca me dediqué a pasear por el campus. Solamente estuve en la Universidad para estudiar. Muy nerd. — comentó burlándose un poco de sí misma.

 

Estar libre me descoloca. Principalmente porque pienso demasiado. A veces me gustaría hundirme en un pensadero en el que sólo se vea oscuridad. Así no pensaría en nada… — un suspiró se escapó de su boca cuando llegaron finalmente a su objetivo. No pudo evitar recordar la época en la que trabajó allí tomando exámenes de vuelo, cuando se encaminaron por los pasillos del estadio y posteriormente, por las gradas.

 

Se dirigieron hacia el sector más alto, donde se tenía una vista privilegiada tanto del campo de juego como de la universidad. El día estaba tan calmo que provocaba inquietud en la Lenteric, erizando su piel con el pensamiento de que en cualquier momento algo podría pasar. Se apoyó con cuidado sobre el borde, produciéndole la altura un poco de vértigo.

 

Nunca me había percatado de la buena vista — comentó sorprendida. Los edificios se erigían majestuosos y la vegetación estaba en su expresión máxima, dado las buenas temperaturas y el meticuloso cuidado que se le otorgaban. — ¿Has trabajado en algo? — preguntó aún pensando en el pasado.

 

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La primera impresión ha sido un completo desastre. Al menos desde mi punto de vista. He sido más descuidado de lo usual, hecho que me resulta preocupante, considerando la cautela con la que solía proceder ante la mayoría de las situaciones. La castaña encontró gracioso todo el asunto de mi pésima vista, ya no digamos, mis titubeos previos a entablar conversación.

 

-Nunca termino siendo lo que esperan de mí. Salvo algún detalle, excesivamente pequeño, soy una decepción. -conjeturo con una media sonrisa, intentando pensar en todas mis decisiones recientes. Cuando uno pasaba del plano escrito al físico, generalmente se presentaban diferencias, una más notables que otras. -En tu caso, puedo decir que mi imaginación no me ha fallado del todo.

 

El trayecto hacia el estadio tomaría tan sólo unos breves minutos, obra de la excelente planeación durante la renovación de la Universidad. Aquel día, las aves habían decidido mostrarse entre los estudiantes, por lo que en cuestión de minutos nos encontramos bajo lo que parecía un desfile de distintas especies, tanto muggles como mágicas. Para mi gran deleite, un azor batió sus alas con rapidez, cruzando la parvada para desaparecer tras una de las paredes del campus.

 

-El lugar es un recinto para ampliar nuestro entendimiento, según lo que alcanzo a percibir. No lo veo nada de malo a querer profundizar en cierta disciplina. -le dedico una sonrisa a Andrómeda, negando con la cabeza. Tenían en común el hecho de que quizá preferían las actividades escolares antes que un encuentro social. pero esta ocasión era distinta.

 

-Por cierto, me encuentro bien... Un poco hecho pedazos, pero a decir verdad no me he tomado el debido tiempo para descansar. -suelto una breve risa irónica ante mi propio comentario. Comenzaba a sonar como un anciano, siendo que era relativamente joven, y más aún, infundía esa sensación de madurez física ante los demás. -¿Qué hay de ti, todo... bien?

 

Llegamos al estadio en menos tiempo del previsto, quizá éramos bastante veloces, o simplemente habíamos dejado de prestar atención a nuestro alrededor y nos centramos en el objetivo final. Su comentario sobre la libertad parece dolorosamente acertado, sobre todo por el hecho de que en ocasiones no podía encontrar bien cómo lidiar con la total libertad de mis actos. Aunque hasta ahora no me había arrepentido, mientras no consiguiera que me mataran, todo estaba bien.

 

-Es una vista magnífica. -sentencio, echándole un vistazo a todo el campo de Quidditch. El césped, perfectamente recortado, reluce bajo la luz de sol, acentuando su tono verdoso. A pesar de ser la sede de los exámenes de vuelo en escoba, por el momento se encuentra vacío, salvo por nuestra presencia. -¿Trabajo? Bueno... Si ponerme en riesgo cuenta, entonces he estado bastante ocupado.

 

Miro a la joven antes de dar la respuesta adecuada. A pesar de que se trata de un encuentro un tanto tenso, por así plantearlo, por todo el tema de la partida, intento que sea lo más ameno posible. Durante nuestras innumerables cartas nos la pasábamos riendo de banalidades, y no tenía por qué quedarse en el papel, no perdíamos nada con intentar.

 

-Recién me presenté en busca de un trabajo en el Departamento de Criaturas... -asiento, sonriendo ligeramente. -No soy un as lidiando con los entes mágicos, pero espero poder estar a la altura. -me encojo de hombros ante la incertidumbre que implicaba mi situación laboral actual. Giro mi mirada una vez más hacia el verde césped. Un par de escobas descansan sobre la superficie de éste, como incitando a que alguien las utilice. A pesar de ser exclusivamente para los exámenes, la soledad y la curiosa disposición de algunos elementos para jugar al quidditch parece tentadora.

 

-Debes creer que estoy loco. -susurro, mirando a la Lenteric a los ojos, aquellos orbes marrones que reflejaban la luz solar.

 

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La charla se hizo placentera, y el tiempo comenzó a correr sin que los muchachos lo detectara realmente. Cada palabra que intercambiaban incrementaba la curiosidad por seguir conociéndose, especialmente en Andrómeda, dado que aquel muchacho le llamaba la atención.

 

Las criaturas no son mi fuerte, debo decir. En mis primeras clases en Hogwarts, fue un total desastre mi relación con las mismas. respondió a su amigo, recordando aquel encontronazo con una criatura en las aguas revueltas del lago. —Desde entonces, trato de evitarlas. Claro que me llaman la atención, pero prefiero verlas de lejos agrega divertida. Trata de obviar unos segundos más la primera pregunta que realizó el mago, pero luego de unos segundos ya no puede ocultar más lo que piensa.

 

Me siento… extraña. No lo sé. Siempre fui de enredarme con mis emociones, ¿Sabes? Y ahora… ahora están más alborotadas que nunca. Pocas veces conseguí domarlas. Pocas veces… me sentí en paz.

 

El sol comenzaba a caer lentamente por el horizonte, y sus rayos ya no pegaban con tanta fuerza como en las primeras horas que pasaron juntos. El cielo se tornaba lentamente de un color naranja que contrastaba con los colores verdes de la vegetación.

 

Es… sorprendente. A veces, siento que la naturaleza me susurra… como si me llamara explica al Black Lestrange. Hacía poco que se había enterado de algo que la sacaba de balance (como para no hacerlo) y era de su afinidad con determinados elementos naturales. Lo que, bajo su perspectiva, explicaba tantas cosas. — Es como si percibiera una música que nadie más se atreve oír….

 

Andrómeda se calló justo a tiempo, temiendo decir algo más y que su acompañante comenzara a mirarla raro, temiendo por su salud mental. Cruzándose de brazos, inclinándose sobre la barandilla del estadio, miraba hacia el horizonte, viendo como la noche comenzaba a competir con los últimos vestigios de luz para ganar su espacio. No obstante, sabía que aún le quedaban una hora de día, por lo menos. Eobard habló, y sus palabras causaron sorpresa en la joven bruja.

 

¿Loco? repitió divertida mirándolo directo a los ojos, mientras una sonrisa se esparcía por el sector derecho de su mejilla —No creo que exista alguien cuerdo en esta tierra. De hecho, quienes tildan de locos a los demás, lo hacen porque le temen a la diversidad. Gracias a Dios no soy de las que creo que haya que clasificar a la gente. Pero dime, ¿Por qué estarías loco?

 

 

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Quizá por el hecho de que, si tuviera que describirme a mí mismo, la primera característica sería la inminente locura. La gente le teme al cambio, a lo nuevo. Al menos la mayoría que conozco.

 

Sentencio, mirando a la joven. Aún en nuestras breves charlas a través de la correspondencia, siempre intentaba no mostrar patrones que denotaran un comportamiento inusual. Una vez más, las diferencias radicales no siempre eran bien aceptadas en la sociedad mágica, ni siquiera con tantas reformas, permitiendo el libre tránsito de razas antes consideradas como letales.

 

¿Me contarías esa anécdota referente a las criaturas mágicas? Nunca está de más llevar ventaja en cuanto al trato que se les debe dar. río ligeramente, recordando la mención que la joven había hecho sobre su experiencia con los entes reconocidos por los magos. Además, estoy casi seguro de que, viniendo de ti, indudablemente se trata de un recuerdo memorable.

 

Para mi gran sorpresa, he sido más honesto con ella de lo que normalmente me mostraba ante los demás. ¿Cuál era la razón? Ni siquiera podría concretar a qué se debía, ya que al ser la primera vez que la Lenteric y yo hablábamos de frente, habría esperado que fuéramos un tanto cerrados el uno con el otro. Me da gusto que no haya sido así, pues toda aquella correspondencia compartida estaría un poco fuera de lugar, considerando el trato con el que habíamos iniciado.

 

El ocaso del día avanza con mayor rapidez a cada segundo, dejando los alrededores del estadio en razonable penumbra. A lo lejos, se puede observar el sendero que previamente habíamos recorrido para llegar a nuestra ubicación actual, donde los postes, situados a ambos lados del camino, reciben una tenue iluminación gracias al fuego mágico que se aviva dentro de las lámparas.

 

La naturaleza... Fascinante combinación de elementos, ¿no te parece? comento, girando mi mirada hacia Andrómeda una vez más. La creciente oscuridad comienza a dificultar el poder distinguirla, por lo que podríamos considerar movernos a un lugar más iluminado. Aunque la Universidad era segura, no podíamos arriesgarnos a vagar a campo abierto durante la tarde-noche. O sí.

 

Es como si cada uno de sus componentes dirigiera un fragmento de canción, si es a lo que te refieres.

 

Continuo, metiendo las manos en los bolsillos. Podía entenderla de cierta forma, pues mis estudios sobre una de las fuerzas más vitales en la naturaleza, la velocidad, había sido una de las causas que me trajeron finalmente al mundo mágico. De no ser por ello, quizá ni siquiera estaríamos teniendo esta conversación.

 

Sin prohibición alguna para vagar por los terrenos del campus, y ante la extraña ausencia de pruebas de vuelo en escoba, señalo con la cabeza aquellos artefactos voladores que reposan sobre el césped, en desuso. Hay, por lo menos, cada modelo, desde el más elemental, hasta el más veloz, utilizado en la práctica profesional.

 

Ahora sí estarás en todo el derecho de decirme loco, Andrómeda. musito, un tanto inseguro de cómo podrá reaccionar ante mi sugerencia. ¿Qué tan familiarizada estás con el Quidditch? Me refiero al ámbito práctico, desde luego.

 

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La castaña sonrió, recordando sus años de estudio en Hogwarts. En el tiempo que había pasado allí, vivió una aventura en cada una de sus clases.

 

Creo que fue en quinto año. La actividad había sido organizada en las afueras del castillo… no recuerdo muy bien. Fue hace poco, pero siento que pasó una eternidad desde aquella vez… dijo. Su memoria era un caos de recuerdos, en la cual imágenes de rostros se mezclaban, y nombres revoloteaban sin poder ubicarse en alguna cara.

 

>>No éramos muchos, pero fuimos los suficientes como para molestar a algo que dormitaba en las profundidades del lago. Debíamos encontrar rubíes y terminamos peleando por nuestras vidas. Nos enfrentamos a una criatura mítica, no puedo decirte con exactitud cuál, lo he olvidado. La cuestión fue, que casi terminamos todos ahogados.

 

Se encogió de hombros mientras colocaba un par de mechones que caían por su rostro, molestando su visión. Al mirar al cielo, se topó con algunas estrellas que tímidamente se asomaban, indicando que no faltaba mucho para que oscureciera y que la universidad terminara con sus clases diurnas.

 

La voz del joven Black la sacó de su observación, al realizar este un comentario sobre la naturaleza. Asintió levemente, de acuerdo con lo que decía y no pudo hacer otra cosa que no fuese sonreír. Le sorprendía lo mucho que podían tener en común en la forma de pensar, incluso a pesar de que claramente eran dos personas completamente distintas. Además, le llamaba la atención con la facilidad con la que podía charlar de tantas cosas, que iban de lo más trivial a lo más profundo.

 

Completamente de acuerdo. Es todo un misterio. Por más que creamos que en algún punto llegamos a controlarla y conocer las especies y su funcionamiento interno, la misma muta y de pronto ¡Plaf! Debemos comenzar de nuevo. Es por eso que respeto a la misma.

 

Unos minutos de silencio prosiguió a sus últimas palabras, y una suave brisa nocturna alborotó levemente sus cabellos. Lo que Eobard dijo a continuación la sacó de balance, pero se repuso de inmediato para responder.

 

¿Volar?¿Bromeas? respondió totalmente seria. Compuso el mejor rostro que pudo demostrando que las palabras que acababa de decir la incomodaban, y cuando vio al muchacho titubear, no pudo más que reír con fuerza. —¡Tendrías que haberte visto! ¡Claro que quiero volar! Por favor, ¡Si casi que nací con una escoba entre las piernas!... Oh.. uhm, eso sonaba mejor en mi cabeza respondió, tornándose su rostro de un color rojo furioso al tiempo que reía torpemente. Tomó la mano de Eobard y bajaron juntos hasta el campo, donde el estadio se veía con mayor inmensidad que desde las gradas.

 

Sabes, las charlas en el aire son las mejores que he tenido. comentó mientras dejaba su capa en el suelo y elegía una bonita Saeta de Fuego. La movió de mano a mano, evaluándola, y finalmente se montó sobre la misma. Su vestido subió levemente unos centímetros sobre su pierna, revelando un poco más de su muslo. Pegando una patada en el suelo, se elevó por los aires. —¡Pero me han tenido que alcanzar para tenerla! dijo riéndose, al tiempo que disparaba por los aires en dirección al pulmón verde del campus.

 

 

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Toda aquella reacción por parte de la chica me había tomado desprevenido. Incluso, desde que aceptó a acompañarme en ese pequeño paseo al estadio, sabía que el encuentro era algo fuera de lo común, pues uno normalmente no accede a tal cosa, mucho menos cuando se trata de una instalación donde frecuentemente se hacen actividades ministeriales. Con todo, ahí nos encontrábamos, quizá haciendo uso no autorizado del material que el Ministerio de Magia había dispuesto para que se realizaran los exámenes de vuelo en escoba.

 

¡Qué buen despegue! vocifero, colocando ambas manos a los lados de mis labios, para así magnificar el alcance de mi voz, aunque algo me dice que Andrómeda no me ha alcanzado a escuchar.

 

Acto seguido, deposito la capa sobre césped, a un lado de la suya, para así no perderlas de vista. El viento era calmo, pero en cualquier momento podría suscitarse un vendaval, y la idea de regresar al campus sin una protección adicional contra el clima no era una opción. Mientras la Lenteric aprovecha para dar un par de vueltas a toda la cancha, me planto frente a la fila de escobas disponibles.

 

Diablos... Esto es aún más difícil que conjurar un patronus.

 

Rasco mi barbilla suavemente, alternando mi mirada entre los medios de transporte. Dos Nimbus 2000 en cada extremo, seguidas de una Barredora 5, que estaba más desgastada que nada, y tres Saetas de Fuego, consideradas un modelo bastante rápido. Junto a éstas, más discreta y, extrañamente elegante, la única Flecha de Plata descansa, impasible, sobre el césped.

 

Me acerco con cautela, extendiendo mi brazo derecho para poder tomar la escoba. Sentencio el ya conocido "¡Arriba!", y el mango lentamente asciende hasta alcanzar mi mano. Monto el medio de transporte, intentando acomodarme, pues no estaba del todo acostumbrado a volar en dicho objeto. Finalmente, doy una patada para poder elevarme.

 

Muy bien, tal vez no fue buena idea haber ingerido alimentos antes de esto... el tono del grito es suficiente como para que la joven lo escuche, pues la potencia de la escoba es mayor de lo que imaginaba, y se ha disparado hacia una de las torres, justo como en la que nos encontrábamos hace unos instantes. Por suerte, me había sujetado a tiempo al mango, obligando al objeto a virar. De no haber reaccionado, la caída habría sido algo mortal.

 

Quinto año, ¿eh? intento modular el tono de voz para que así la chica me escuche, pues uso mis manos para asirme con fuerza al mango de la escoba, así evitaría caerme o perder el control sobre esta. ¿Y qué me puedes decir de séptimo, tu último año? Apuesto a que tu trayectoria es aún más emocionante.

 

Retomar la conversación me ha salido natural, como si estuviésemos conectados de cierta forma, aunque no fuera a través de ningún lazo sanguíneo o por el estilo. Se trataba más bien de una extraña amistad, que había comenzado en las cartas y poco a poco tomaba forma. Aunque charlar a bordo de escobas no era lo más común entre dos personas, aquello no me parecía molestar, y probablemente tampoco a ella.

 

Quizá sea hora de hacer esto más interesante, ¿no crees? dictamino, sacando mi varita del pantalón y apuntando hacia las cajas que contenían las pelotas utilizadas en Quidditch. Con un ligero movimiento de aquel fragmento de nogal negro, los seguros que retienen a las bludgers se repliegan, liberando a las peligrosas esferas, que parecían casi tener voluntad propia. ¿Y qué mejor forma hay, si no es intentando volar por nuestras vidas?

 

Río ligeramente ante mi propio comentario. Aunque era bien sabido que las bludgers podían ser letales, la confianza en que la joven y yo podríamos lidiar con tal situación se había convertido en mi principal motivación para desencadenar tales eventos.

 

Con otro movimiento de varita, el pequeño contenedor de la snitch dorada se abre, liberando la pequeña bola dorada, cuyo aleteo se podía distinguir fácilmente visto bajo la luz de la luna y las estrellas que comenzaban a coronar el cielo.

 

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Una fuerte carcajada invade el aire cuando la bruja acelera sobre su escoba. El viento le alborota los cabellos, y la altura sumada a la velocidad generan una sensación de adrenalina constante. La noche se vuelve oscura, pero a su alrededor, diferentes luces naturales iluminan para hacer de la silueta de los magos imágenes definibles. Varios de los causantes de este hecho, son pequeños animalitos luminosos que volaban en diferentes direcciones a lo largo de todo el campus.

 

Luego de un par de vueltas, Andrómeda baja la velocidad y flota suavemente, mirando a Eobard realizar lo propio. La bruja se sostenía sólo con una mano, mientras que la otra descansaba suavemente sobre una de sus piernas.

 

Séptimo… bueno fue bastante interesante a decir verdad. Viajamos en el tiempo dijo como si nada. Recordó lo poco que había vivido en aquella clase y se sintió un poco decepcionada. —tuvimos que ocultarnos la mayoría del tiempo. Había adrenalina, no lo niego. Pero esperaba más… algo más no lo sé. Pero basta de mí. ¿Qué me puedes decir de tus experiencias?

 

Pronto el simple vuelo que habían decidido realizar se tornó en un partido por obra del Black Lestrange. La Lenteric sonrió de costado, sintiendo que volvía a su salsa después de mucho tiempo.

 

Espero … comenzó a decir, pero tuvo que moverse con rapidez dado que una Bludger se disparó en su contra de repente. Se tiró en picada unos segundos para luego tirar bruscamente hacia arriba su escoba, perdiendo de vista así a la endemoniada pelota que iba a parar contra el suelo del campo. No obstante, aquello le valió un par de raspones en las rodillas.

 

…que estés listo para perder concluyó mientras que, sacando su varita de una de sus medias, realizó un pequeño movimiento materializaba un bat, con el cual golpeó a la Bludger que volvía acercarse peligrosamente hacia ella y la dirigía en dirección de Eobard. Volvió a reír suavemente, y salió disparada en búsqueda de la Snitch dorada.

 

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