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Les antiquités de Cathecir~ (MM B: 106590)


Circe Atkins C.
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Se quedo esperando una respuesta, por lo que él entendía, el anticuario podría tener mayor idea sobre objetos antiguos y fuera en este local u otro, y quizás hasta le diera una referencia certera que le quitará de ir a lugares inciertos perdiendo tiempo.

 

Algo así iba él chico pensando, porque debía salir de dudas y tener bien sabido, el momento, día y hasta el horario en que pudiera regresar para consultar al anticuario.

 

Como un local con objetos antiguos, necesariamente tendría que que haber un experto, aquel que diera fe de su autenticidad y valor, al menos eso era lo pensaba el chico.

 

Pero para su desilusión, la respuesta que le dieron fue ambigua:

 

-- No se encuentra en este momento, Pero puede volver cuando quiera.

 

Ya no le quedo al chico, más que dar las gracias y salir del local para ir a alcanzar al otro mago que s encontraba esperandolo para marcharse a la librería.

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  • 4 semanas más tarde...

Era inevitable no pensar en dar una vuelta por el callejón Diagon. La mañana perfecta; el sol radiante, la brisa fresca, el perfume dulce de los pastelillos en las panaderías, y por supuesto, el encanto de las callejuelas adoquinadas que serpenteaban entre los pintorescos alrededores. Así que, después de debatirme a dónde ir, tomé el abrigo y caminé calle abajo hacia el lado mas calmado.

 

Observando las vitrinas y los pecualiares letreros, me acerqué hacia uno en especial, sus amplios escaparates exhibían los adornos mas increíbles que haya visto antes, entre ellos, había una lámpara preciosa y otros objetos de valor artístico. Con su ingreso enmarcado por puertas labradas y el inequívoco olor a madera antigua y tinta, me asomé al portal.

 

-¿hola? -pregunté avanzando al interii, sintiendo el agudo sonido de la campanilla anunciarme- ¿hay alguien?

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Richard Stark


No cayó en cuenta de la muchacha si no hasta que sonó la campanilla. Acababa de ganarle la partida al repartidor, así que tuvo que guardar el maso disimuladamente. De momento, no iba a poder dejarle sin cejas; no era adecuado hacerlo delante de los clientes.

-Buenas sí -saludó Richard con un ademán, sus dedos índice y medio sobre su frente para luego alejarlos hacia ella como en una especie de saludo militar demasiado informal. Estaba sentado sobre su taburete, intrigado, mirando a la muchacha recién llegada con evidente interés- ¿Busca algo en particular?

Aquel día no había habido mucha clientela así que Richard estaba de buen humor. La copa de vino aún reposaba con algo de contenido a su lado y llevaba puestos los pantalones negros y la chaqueta de cuero. Tenía el cabello suelto y milagrosamente recortado, de forma que los bucles aureorojizos caían de forma desordenada sin ocultar los ojos castaños de la vista. Llevaba una polera de estampados negros en fondo gris y una cadena gruesa, con un relicario de plata, como el que había tenido su hermana aunque a diferencia del de la bruja, el de él era redondo y sin adornos.

En el preciso instante en que iba a preguntarle su nombre, Catherine bajó del segundo piso con un cofre de apariencia antigua y gastada, aunque evidentemente caro. Richard la observó de refilón preguntándose de qué podría tratarse hasta que la propia Catherine cayó en la cuenta de que tenían clientela y se limitó a dejar el cofre en un lugar apartado del mostrador luego de dedicarle una breve sonrisa a la muchacha.

@ Editado por Catherine Stark

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Estaba tan perdida entre los objetos, que no noté cuando mis pies ya giraban en círculos imperfectos, maravillada con la mercancía, y atontada con la abrumadora cantidad de artículos de colección. Fue entonces que lo escuché, sorpresivo y tan natural, que debía haber notado que estaba ahí desde antes. No se veía como los demás magos, que habían adoptado estilos más «recatados o extremadamente modernos», sino que, el era una especie de chico rockero de aspecto Brandon Boyd que me intrigaba.

 

Sin embargo, antes de poder responderle, una misteriosa mujer apareció desde el fondo del salón. Me rasqué detrás de la oreja intentando centrarme en la situación. La bruja que acaba de aparecer tenía algo perturbador en su mirada, quizás demasiado inquisidora o la extraña familiaridad que me provocaba, pero… «¿Dónde la había visto antes?». Guardé mis manos en los bolsillos de mi abrigo azul, que contrastaba con el color ámbar de mis ojos, para evitar seguir viéndome insegura. No era un pasatiempo mio aventurarme en los demás negocios de Diagón.

 

—ehmm… si —dudé en responder, era como si por dentro, estuviera eligiendo la palabra de entre una nube de opciones, «como si hubieran más opciones» pensé con sarcasmo— estoy buscando… —titubeé otra vez, buscando algo interesante alrededor, una excusa tal vez— un espejo. Un espejo antiguo.

 

«¿Un espejo? ¿Es en serio?» yo odiaba los espejos. La sola idea de contemplar la extraña apariencia que tenía, cabellos plateados, ojos raros, piel tan pálida que hasta los vampiros sentían pena; me producía una opresión dolorosa sobre las sienes, esa sensación que los mortales llamaban estrés. Sonreí ampliamente, cruzando los dedos, como si ocultara alguna travesura. Y al notar que seguramente se notaba mi sonrisa nerviosa y casi fingida, viré mis ojos y mis manos hacia un extremo, para observar… algo.

Editado por Fengari Naberrie Black

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Richard Stark


<<Vampiro... no>>.

 

Richard miraba a la muchacha con descaro, aprovechando que había apartado la mirada. Había ocasiones en los que detestaba a los portadores de varita pero ésa no era de aquellas ocasiones. Su instinto le decía que aquella mujer era una vampiro y que no lo era. Su instinto le decía que podía ver en sus ojos y que no podía. Se sentía graciosa y felizmente intrigado como no lo había hecho en mucho tiempo.

 

<<Albina>> concluyó, más convencido, intentando descifrar más allá.

 

-¿Un espejo? -preguntó simplemente.

 

Era bueno adivinando las mentiras; decían que no había mejor persona para descubrirlas que el mentiroso y, al menos en su caso era totalmente cierto. También, había aprendido que habían dos tipos de mentiroso: los que mienten con motivos y los que mienten por deporte. Se preguntaba cuál de los dos sería ella... parecía más de los primeros que de los segundos.

 

-Quizá, si conocieses la época de dónde proviene podría ayudarte un poco más -replicó con tranquilidad, apoyando su barbilla en su palma y a su vez posando el codo sobre el mostrador-. Como puedes ver aquí... hay mucho para ver o es que quizá... ¿te intriga alguna otra cosa que veas?

 

No había podido dejar de notar que, quizá de forma consciente o inconsciente, la muchacha había terminado observando el cofre que, en esos momentos, Catherine se afanaba en limpiar, como si se tratase de una vieja avara y maltrecha. Richard se limitó a esperar la respuesta de la muchacha... para en todo caso, actuar a consecuencia.

 

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Estaba vacilante, tocando los diamantes de una lámpara de araña, cuando noté en el reflejo de sus pequeños espejos, la mirada analizadora del chico. Giré rápidamente como cazando un ratón, encontrándolo descarado, con esa actitud fresca que me era difícil de asimilar. Parpadeé varias veces y me aparté de ahí hacia otro lugar de la tienda, donde habían muchas joyas y ornamentos de plata. «Un broche de rubíes» cogí el pasador para colocarlo a mitad de la larga trenza, admitiendo que se veía bien en contraste.

 

Mejor un broche —respondí distraída, admirando las piedras rojas del broche de plata envejecida, arrastrando mi vista nuevamente hasta la bruja, que aun limpiaba el cofre— aunque tal vez un cofre me pueda servir —admití acercándome lentamente al mostrador, sabiendo que ese camino me llevaría a un lugar sin retorno— ¿cuál es la historia de ese cofre?


Había algo en la extraña cajita que llamaba mi atención, y es que siempre tuve cierta debilidad por el arte; la pintura, la escultura, el labrado… aquella obra de madera era más que hermosa, era peculiar. Tal vez solo guardaba las cartas de alguien, o quizá sellaba su interior con una pócima secreta. Tantas opciones, tantas explicaciones, y era aquello lo que más amaba, descubrir el por qué de las cosas, su legado, lo que había tras de, su historia.

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-La historia... bueno...

 

Miró de reojo a Richard en busca de ayuda, pero él aún se encontraba apoyando la cara plácidamente en su palma, observándonos con expresión enigmática. No parecía tener intenciones de ayudarla en lo más mínimo así que Catherine se resignó a andar a la deriva.

 

-Necesitaría primero echarle un vistazo por dentro, para datarlo.

 

Evaluó la cerradura y terminó por extraer su varita. El cofre era de madera pulida, con un pesado cerrojo de plata bañada en oro. Al acercar su varita, sintió un extraño calor en los dedos pero hizo caso omiso del asunto. Se limitó a observar alternativamente a Richard y a la muchacha por un momento fugaz antes de agitarla. Al instante, desapareció, como si nunca hubiese estado allí.

 

Richard soltó una carcajada.

 

-Bueno, aquí tienes una mejor adivinanza que ninguna otra -soltó, bajándose del taburete para acercarse hacia el cofre y ella con tranquilidad, como si acabase de desaparecer un vaso de agua o un cesto de frutas- ¿Qué te parece qué acaba de suceder? -sus ojos destilaban una curiosidad salvaje, ávida y deseosa de ponerse en acción. Alzó la vista y sus ojos almendrados se posaron entonces en ella de forma directa y escrutadora- ¿Crees que pueda revertirse?

 

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Una de las cosas que más apreciaba del país en el que se encontraba era la cantidad de negocios que podían encontrarse en el Callejón Diagon. Siempre que tenía una tarde libre aprovechaba para darse una vuelta y descubrir novedades, lugares que abren donde otros cerraron antes, cambios que se producen en los negocios más antiguos...en definitiva, le gustaba sorprenderse con lo que pudiera encontrar allí, aunque en otras ocasiones iba directo a los negocios que ya conocía, incluso el suyo propio.

 

Aquel día llevaba su típico atuendo muggle formado por una camiseta oscura, unos pantalones vaqueros y sus deportivas blancas, muchos ya le conocían por su ropa, pues no solía cambiar mucho el estilo, excepto cuando se trataba de alguna ocasión especial. Llevaba el cabello recogido en una cola, también clásico en su persona.

 

- ¿Es esto una tienda de antigüedades? No me había fijado nunca en que estaba justo aquí - comentó el mago en voz alta al pararse frente a la puerta del establecimiento - quizás pueda encontrar aquí algo bonito para adornar la librería - pensó ya para sí mismo antes de adentrarse entre las estanterías que adornaban la primera habitación a la que podía accederse, aunque parecía que el negocio estaba formado por alguna que otra planta más, quizás tendría que darse una vuelta.

 

Por todas las estanterías podían verse multitud de artículos de diversas épocas, probablemente algo de allí le serviría para su propósito, adornar un poco más la librería con objetos de una época anterior. También esperaba poder encontrar alguien con quien charlar sobre aquellas piezas, no era demasiado común encontrar gente interesada en las antigüedades, que mejor que una tienda de estas para encontrar alguien afín a sus gustos.

 

@@Anne Zsyvack

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Así que una tienda de antigüedades en pleno Callejón... —murmuraba la pelirroja mientras observaba detenidamente la entrada del local que tenía ante sus ojos.


Nunca se sabe lo que te puedes encontrar por allí. Para la joven, era como si día tras día esa amplia calle fuera creciendo en longitud, abarcando cada vez más y más negocios. No parecía que aquel fuera nuevo, puesto que normalmente se formaba cierto ajetreo a las puertas de un negocio en sus primeros días de apertura, pero tampoco se había detenido a mostrarle atención anteriormente.


Caminaba sin rumbo fijo, volviendo de supervisar su propio negocio de aguas termales. Todo tranquilo, como siempre. Los jefes de cada sección trabajaban seriamente, al menos mientras Valentina permanecía en el edificio. Ella sabía que muchos de ellos estarían con sus cosas durante la jornada laboral. Eran jóvenes al igual que ella, por eso se podía presuponer en qué ocupaban la mayor parte de su tiempo. Al menos, contaba con la ayuda de su elfina para ponerlo todo en orden en el caso de que empezara a cundir el caos.


Finalmente, decidió abrir la puerta e ingresar al local. Un tintineo prodecente de una campanilla hizo notar su presencia. Primero, visualizó el entorno por encima. Los escaparates mostraban numerosos objetos, desde lámparas hasta juegos de té. Al parecer, todo relacionado con la decoración del hogar.


Dirigiendo la vista un poco más al frente, pudo distinguir cierta melena negra y larga que caía por la espalda de la persona en cuestión formando ondulaciones. Sigilosamente, la chica se acercó por detrás, colocó su boca cerca del oído del muchacho y susurró:


¿Desea comprar algo?




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-Estoy cansada...-decía yo mientra corría a toda velocidad,de repente me empezó a faltar el aire-No...puedo...respirar...-cada vez más me sentía peor solo veía su al mi rededor todo borroso y oscuro.

 

Sentí que estaba más lenta y oscurecía cada vez más y más-Ya no...puedo más...-me sentía débil casi moribunda,con lo poco que veía observé una puerta al frente mio y con la poca fuerza que me quedaba aumenté mi velocidad y casi al llegar ahí ya no aguantaba así que me dejé caer chocando automáticamente abrí esa puerta que sonó una campanilla sentí que había personas pero no pude saber quienes era porque cerré mis ojos.

 

Todo se volvió más oscuro...

 

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