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Les antiquités de Cathecir~ (MM B: 106590)


Circe Atkins C.
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-Oh...

 

Había estado esperando la réplica de la muchacha cuando un hombre ingresó al local, seguido de una mujer. Richard se colocó entonces un dedo en los labios al sonreír, para indicarle que esperara. Al parecer los visitantes se conocían el uno al otro y Richard los miró con ojos escrutadores sólo un par de segundos después de darles un formal "bienvenidos" con la sonrisa ya olvidada. Luego, supuso que se acercarían a preguntarle sobre aquello que deseaban o sobre lo que tenían curiosidad, así que no dijo nada. Sin embargo, poco después llego una chica, al punto del desvanecimiento y cayó rendida apenas atravesar las puertas del local.

 

Richar miró de reojo a la muchacha y le preguntó en voz baja su nombre. Esperaba que la respuesta que le dio fuese verdadera pero de cualquier forma salió de detrás del mostrador y se acercó al grupo que se había conformado allí, con la muchachita a las puertas apenas a un metro de la mujer y el hombre. Richard no se inmutó ante el desfallecimiento si no que se aproximó hasta estar junto a ella y luego de echarle otra mirada a las dos personas allí presentes, además de la muchacha que había llegado antes, se acuclilló y colocó suavemente la mano sobre la garganta de la muchacha, descendiendo lentamente hasta su pecho.

 

-No es la garganta, ni tampoco los pulmones -murmuró para sí ensimismado. Parecían estar en perfecto estado, sólo presionados por un enorme esfuerzo. Luego, apartó la mano y aún acuclillado se volvió hacia las personas que se encontraban tras él para hablarles desde abajo-. Esta chica ¿la conocen? -preguntó con expresión enigmática.

 

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Llevaba un rato dando algunas vueltas por el local, aunque hasta el momento solo había hablado con el dependiente que le atendió con un leve "bienvenido" que el joven mago respondió con una sonrisa, quizás tendría que comprar algo y marcharse de vuelta a su negocio, esperando que a su socia le gustase, no solía escoger mal las decoraciones, pero aún no conocía del todo bien los gustos de Evarela, igualmente la librería tenía una forma, y lo que pegaba ahí...estaba claro, solo faltaba encontrarlo en aquella fiesta de estanterías y artículos antiguos.

No encontraba nada que le llamase especialmente la atención, por lo que pensó en moverse por el resto del local en busca de algo que pudiera quedar bien en su negocio, algo de época pero bien cuidado. De pronto notó como alguien se le aproximaba por la espalda acercando la boca hasta su oído, aquel olor, aquel tono de voz...solo podía ser una persona, su amor Valentina Ricci.

- ¡A ti! - contestó rápidamente antes de girarse y contemplar a su pelirroja particular - ¿qué haces por aquí? ¿Pensando en comprar algo para tu habitación o tu negocio? Hay muchas cosas interesantes, aunque por ahora no he visto nada para Sage - añadió soltando todos los pensamientos que había acumulado hasta el momento en aquel lugar - bueno, cuéntame que me atolondro y no paro de hablar, ya me conoces - terminó sonriendo y acercándose a la chica para besarla como acostumbraba a hacer cada vez que se encontraban, le gustaba sentirla cerca.

Interrumpiendo la situación llegó otra persona más a la tienda de antigüedades, parecía que había abierto la veda y comenzarían a gotear clientes poco a poco, eso era buena señal, el negocio podría ir bien. Aunque en aquella ocasión parecía que la chica no estaba buscando comprar nada, pues nada más entrar cayó al suelo con un golpe seco, parecía que se había desmayado, por lo que ambos salieron corriendo en su dirección para intentar ver que había ocurrido e intentar ayudarla.

El que parecía ser el encargado de aquel local salió de su posición para ayudar a la chica, llegando al mismo tiempo que la pareja, aunque directamente se acercó a la chica desplomada y comenzó a murmurar algunas palabras de las que solo logró comprender "garganta" y "pulmones", esperaba que no fuera nada grave...¿qué sabría aquella persona de medicina?

- Eh...no, la verdad es que no la había visto nunca, ¿tu ,cariño? - comentó despistado, no sabía quien era aquel hombre, ni quien era la desplomada - ¿usted es? - terminó mientras observaba como aquella persona continuaba examinando a la desconocida.


@ @@Luna Sofia L.M @ Editado por Mr Zurin

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Richard Stark

 

-Richard Stark -contestó él de forma parca, apartando apenas unos segundos la vista de la muchacha para observarlo una vez más.

 

Lo normal habría sido hacer un ennervate o algo así pero Richard no podía hacer ese tipo de cosas. Sin embargo, eso no podía mostrarlo frente a un par de perfectos desconocidos y encima clientes de la tienda, por lo que se volvió hacia el mostrador y tomó de la parte trasera del mismo un vial con un poco de poción herbovitalizante. Con aquello debía ser suficiente para restablecer los sentidos y energía de la muchacha de forma que pudiese explicarles qué había sucedido y qué hacía allí.

 

-Yo tampoco la conozco -añadió, mientras le daba de beber la poción. A pesar de que no decía mucho, su lenguaje corporal era natural y desenfadado.

 

La había levantado del suelo y había apoyado su espalda en su rodilla, mientras se mantenía acuclillado. Una vez la muchacha terminó de beber el contenido, volvió a depositarla con cuidado en el suelo. Esperaba por otro lado que su primera cliente ( @ ) no hubiese muerto ya de aburrimiento puesto que de haber estado en su situación él mismo lo habría hecho. Richard no era de las personas más comunicativas pero si se trataba de vender algo de allí siempre haría un esfuerzo y podía pasar por una persona sumamente encantadora.

 

-¿Puedes oírme? -soltó finalmente, en aquella oportunidad en dirección a la muchacha ( @@Luna Sofia L.M ).

 

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—Qué sucede

 

El local era nuevo para Binny, no estaba en ninguno de sus recuerdos y descartó la idea de solo haberse borrado de su mente. No, el negocio debía ser nuevo. Y la situación al entrar también fue como un puño a sus sentidos. Una jovencita estaba inconsciente, tendida y rodeada por los magos y brujas del lugar.

 

—¿Qué le sucedió? —insistió, acercándose más para verle el rostro. Se notaba completamente sana y en paz, como si tuviera un sueño feliz— Quizás debamos llevarla a San Mungo —se atrevió a murmurar, pese a ser la última en llegar.

 

Su rostro se marcó con una sombra de preocupación y desconcierto. No era como si supiera de primeros auxilios, pero empezaba a creer que debía tomar una clase de eso y pronto. Se limitó a observar lo que hacía Richard y ver el efecto de la poción en la jovencita.

 

«Si tan solo hubieras tomado esa clase...» se reprochó, todo hubiera sido diferente y no estaría de pie siendo una observadora más.

 

Dejó escapar un suspiro hondo. Sus manos se movieron con nerviosismo pero agregó dirigiéndose a todos— ¿Y si la llevamos a un lugar más cómodo? ¿Hay algún sillón o una cama que pueda usar?

 

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Los ideales son solo palabras hasta que luches por ellos.

 

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No había caído en la llegada de Evans McGonagall al local, hasta que terminó de darle la poción a la muchacha. No era para menos, de hecho le sorprendía su buena memoria. Sólo se habían visto una vez en una fiesta en la Evans y en otra oportunidad en el ministerio o algún evento similar, si no recordaba mal.

 

-Llevó sus pulmones hasta el límite de la extenuación -replicó simplemente Richard mientras la observaba, aún en el suelo, preguntándose cuándo se levantaría-. No es buena idea llevarla a menos que ella quiera.

 

Le irritaba tener que explayarse en dar explicaciones tan básicas pero suponía que era su culpa por haber estado allí, atendiendo el negocio, en lugar de haberle dejado el trabajo al repartidor, que de seguro estaría ya en el piso de arriba disfrutando del vino que habían dejado por la mitad. Sin embargo, no todo lo que decía Evans McGonagall era malo; tenía razón, debían llevarla a un mejor lugar de reposo para su recuperación.

 

El problema era que la única cama estaba en el piso de arriba, subiendo a través de las escaleras hacia la habitación instalada allí arriba para las dueñas. Se preguntaba si era adecuado dejar pasar a los clientes a ese espacio privado pero el lugar de por sí no era muy espacioso, atestado como estaba de objetos. Richard entonces miró a la chiquilla y notó que parecía estar abriendo los ojos, aunque no podía asegurarlo con certeza.

 

-Bienvenida al negocio, Evans McGonagall.

 

Sabía lo serio de la situación y aún así su voz destilaba cierto tono de burla. Le hacía gracia que Evans hubiese llegado justo para presenciar todo eso.

 

@@Binny Evans

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—Pobre criatura, se ve tan frágil —Binny sostuvo la respiración para contener una marea de tristeza e impotencia. Veía el rostro de Luna, sus ojos aún estaban cerrados pero daba la impresión de que se abrirían en cualquier instante. Quería cargarla y darle reposo en un lugar más cómodo pero Richard tenía razón, no era correcto moverla en una situación como esa.

—Buenos días, Richard. Gracias, me alegra verte —aunque fue sincera no era la mejor circunstancia para una plática cotidiana. Se volvió hacia el grupo de magos reunidos y dijo— ¿Alguno es médico?

Alguien debía hacer algo. Si no es que era demasiado tarde. La estancia empezó a parecerle muy pequeña, incluso oscura, como si su anhelo desesperado por ayudar y no poder hacer nada le carcomiera el alma y le gritara ¡Eres una inútil! Acorralándole en la estancia y enjaulándole lejos de su querida libertad. Y aquello no podía permitirlo.

Necesitamos un medimago —susurró como dándose fuerza para despegarse del suelo. Y la idea brotó en su mente, necesitaban a @@Groter Shulton Granpié Shulton Granpié

 

Binny tomó a Dúnedain del hombro y le pidió que trajera a Groter. El elfo que había aparecido junto a Evans segundos antes, aún desconcertado, desapareció en busca del hijo de Binny. Aquella era la única solución lógica en la cabeza de Evans que aún seguía sintiendo los gritos en su interior: ¡Eres una inútil!

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Los ideales son solo palabras hasta que luches por ellos.

 

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Groter Shulton Granpié

 

- Ajá... ajá... Vámos ve por Kronoterun y dile que cuide a Alicia mientras no estoy, yo me dirijo para allá... - Le contesté al elfo de mi madre. En realidad era de lo más extraño, además el elfo acababa de decirme que requería mis servicios como medimago, lo cuál hacía que me preocupara mucho mas, aunque ya había dejado claro que no era su madre quién necesitaba los cuidados mágicos de sanador, así que me tranquilizaba, tomé el maletín con cosas de pociones y desaparecí rumbo a donde me esperaban.

 

Al llegar puedo ver la escena, la gente al rededor de una figura, una mujer parece, pero ¿quién es, por qué decidieron llamarme a mi en lugar de llevarla a San Mungo como solía hacerse? Llegué por detrás y poniendo la mano en la espalda de mi madre le pregunté. - Madre, ¿estás bien, qué pasa? - Le pregunté, parecía contrariada y algo trabada en sus acciones, así que decidí que podía escucharla mientras revisaba el estado de la mujer.

 

Comencé por checar si tenía pulso y sí que era así, después por escuchar sus latidos, corroborando todo, el color de la piel, los ojos, cualquier cosa que me diera pistas de lo que estaba pasando. - ¿Quién es? Necesito un poco de información para saber cómo actuar y por favor, den un paso atrás que no puedo ni moverme. - Dije moviendo los brazos, era cierto las figuras tan cercanas no dejaban que pudiera realizar bien mis movimientos, ahora hacía falta esperar la información sobre la joven para poner manos a la obra.

 

@@Binny Evans

"Si no quieres entender que hibernando están las brujas, amarrate a una escoba y vuela lejos... "


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@

 

 

En cierto momento estaba hablando con el cautivador pero oscuro muchacho que se encargaba de la tienda, exhudaba sarcasmo y problemas. Y cada vez que lo atrapaba mirándome, sentía las mejillas quemarse por la ira. Mis pestañas se abrían como abanicos contra mis parpados, y mis ojos podían rodearlo como al cazar un ave y encerrarlo en una caja. «¿Pero qué haces aquí Fengari?» me pregunté chupándome los labios mientras veía al «mago» deslizarse por el mostrador a recibir a… tantas personas que no había notado llegar.

 

Suspiré y bajé la vista decepcionada, aun no tenía una respuesta y, al contrario de lo que esperaba, Richard había dejado que la bruja sea absorbida por el cofre sin inmutaciones, sin lucha pero si con mucha frescura «¿es que estaba loco? ¿Todo era una broma o una actuación para atraer clientes?» me sentí frustrada. Alcé un cáliz de plata del escaparate y empecé a analizar sus detalles, cada adorno y cada filamento. En el reflejo de la plata, pude ver como una jovencita parecía desvanecerse «¿necesitará ayuda?» me pregunté, pero al notar que tenía muchos brujos pendiente de ella, pensé en algo mejor.

 

Había llegado a aquel pintoresco lugar sin ninguna razón en absoluto, pero hasta ese momento no había descubierto que quizá estaba destinada a descubrir algo más concreto. Aprovechado que la hechicera el centro de atención, me acerqué más al cofre, curiosa y demandante, sonreí al confirmar que se veía más atractivo y misterioso de cerca. Era un objeto digno de admiración, pues el tiempo no le había quitado la magnificencia del trabajo tallado ni la atmosfera inteligente que lo rodeaba en un aura confuso «¿Qué era?» era algo que probablemente tendría que descubrir por mí misma. Me deslicé suavemente para acercarme aún más, estaba a centímetros de tocarlo, de aferrarlo a mi escrutinio.

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Richard Stark

 

De pronto, la tienda estaba llena de gente. Richard sabía que era bueno para el negocio pero aún así se sentía algo desorientado. A pesar de que solía de ir de fiesta y se relacionaba fácilmente en ámbitos bulliciosos, en el fondo, prefería la calma por encima de las multitudes. Se obligó a mantener la expresión neutra y observó a otro de los Evans McGonagall.

 

<<Ya decía que sólo era agotamiento>> pensó para sí mientras observaba la escena, con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones y expresión aburrida.

 

Agotamiento físico hasta el punto de la extenuación ─resumió con tono monocorde hacia él.

 

Se volvió entonces momentáneamente desinteresado, justo para ver a la joven con quien había estado conversando, acercándose peligrosamente al cofre. Se acercó entonces a grandes trancos y tiró de ella con fuerza desmedida, aferrándola apenas un centímetro antes de que su mano tocase la superficie del cofre. La soltó, con el ceño fruncido y evidentemente malhumorado.

 

¿Es que no viste lo que pasó antes? ─recriminó en voz baja aún hablándole desde detrás suyo e intentando, ya tarde, de que no notasen el incidente. Sólo después se volvió hacia ambos Evans McGonagall, momentáneamente, sin soltar la mano de la muchacha, como si fuese natural─ ¿No sería mejor llevarla al hospital? Allí podrán derivarla a su casa ─concluyó encogiéndose de hombros.

 

Entonces, recordó que aquella joven no le había dicho su nombre aún y le soltó la mano con la misma naturalidad con la que se la había tomado.

 

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Tras unos minutos Dúnedain regresaba con la única esperanza de Binny, y es que su hijo era medimago —aún en contra de los deseos de su propia madre—, y solo por eso le tenía en mente casi siempre. Un hijo rebelde, para una madre rebelde... Eso tenía que correr por la sangre de ambos. Groter, era su hijo y no cabía duda.

 

Estoy bien, muy bien ahora que llegaste. Pero es esta señorita... —miró con pesar a la muchacha en el suelo— es ella la que te necesita. ¡Groter, tienes que ayudarle!

 

Se apartó un poco para darle espacio a su hijo y volvió a escuchar la misma explicación de Richard. Ella asintió, convenciéndose un poco más de sus palabras, no podía ser algo tan grave o al menos no esperaba toparse con ello durante el día.

 

—¿Si está agotada no sería mejor dejarla descansar? —le respondió a Richard, pero este le sostenía la mano a Fengari— ¡Oh, Fengari! En qué momento... Hace cuánto estás... Lo siento, no te vi llegar. ¿Tú estás bien? ¿Te sientes débil? —volvió a notar la premura de Richard para no soltarla y pensó en que quizás ella también estaba enferma.

 

Sin embargo, trató de no distraerse mucho e insistió sobre la muchacha tendida en el suelo— ¿Qué deberíamos hacer, Groter? ¿Será necesario llevarla a San Mungo o crees que pueda quedarse a descansar?

 

Volvió la vista hacia su hijo y le tocó el hombro— ¿Groter?

 

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