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Azkaban


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La mortífaga sonrió levemente. No era la primera vez que el ser tan directa dejaba anonadado a quien tenía delante. Pero ella era así. No podía evitarlo. Detestaba perder el tiempo con formalidades y más con aquellos que ya conocía. Aunque tenía todo el día por delante, o eso creía...

 

- ¡¿Buenas tardes?¡ - repitió alarmada y miró el reloj de la muñeca derecha que no mostraba las horas, sino la luz u oscuridad del día y arrugó el ceño - maldito cachivache, se ha vuelto a romper. Cuando vuelva al callejón, ya me escuchará ese dependiente de viejas antigüedades y reliquias, de "calidad" decía... ¡será patán...! creo que esta noche me he desvelado más de la cuenta y como últimamente los días son muy grises... ni cuenta de la hora real. Pareciera que el tiempo acompaña a esta guerra, ¿verdad? la ciudad se ve tan triste y decadente...

 

Negó con la cabeza.

 

- Perdona, Aarón - lanzó unas suaves carcajadas al aire y fijó una inquisitiva mirada en la del mago, había olvidado lo atractivo que era - ¿cómo estás? aunque a juzgar por las ruedas que he ido viendo a través de "El Profeta" , muy tranquilo no...

 

El ministro le ofreció algo de beber y chasqueó los dedos, apareciendo un elfo doméstico ante ellos. La mago oscuro puso cara de desagrado cuando mencionaron la sangre como bebida y optó por una simple copa de vino tinto.

 

- Por favor... - el elfo desapareció - ¿tienes relación con los Yaxley? - preguntó extrañada, acordándose de su viejo amigo Orión, a quien conoció mucho antes de entrar en la marca tenebrosa, de hecho, como auror en los terrenos de la vieja academia - bueno, de cualquier modo, venía para saber si hay algún puesto que ocupar dentro de tu oficina. Ser rompemaldiciones está bien, sobretodo porque no tengo mucha competencia, no muchos magos tienen esta destreza pero, ya me conoces, me gustaría un puesto más acorde, algo que me de acción... o quizá trabajar de ello directamente para tu departamento. ¿Qué me dices? ¿Es posible?

 

El elfo apareció con la copa y la bruja la alzó al susurro de "salud". No esperaba que el Black brindara con ella con aquel té arriesgándose a años de mala suerte.

 

- Por cierto... qué son esas historias que hablan de líos de hijos entre t... - calló, la puerta se había abierto asomándose una bruja japonesa que reconoció como miembro de la marca tenebrosa - tranquila, pasa.

Mortífaga retirada
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Sean se había puesto entre las dos y ya no estaba tan a gusto hablando con Hayame de las cosas que no sabía... Seguro que se pensaba que era una inculta, que un poco si lo soy, pero no queria que todo el mundo supiese que no sé las cosas básicas que se aprenden en Hogwarts, que vergüenza que un desconocido como Sean para mi supiese esas cosas... No sé, llamadme loca. Nunca me importó haber dejado los estudios hasta esta situación...

 

Estaba algo retraida ahora mismo, pero si no decía nada, no iba a enterarme de nada nunca y era hora de saber qué estaba pasando en el ministerio sabiendo un poco el pasado... Era hora de aprender, aunque no me guste. Seguro que Hayame y Sean son mejores profesores que los que encontré en hogwarts cuando estuve (?)

 

--Bueno, si, cuentame un poco por encima, o si quieres con detalles, qué es todo esto de los mortifagos. Sé que eran seguidores de Voldemort. Pero no sé que ideales perseguían ni cuales eran los del señor oscuro... Sé que Harry Potter lo derrotó y se disolvió, o eso pensaba... porque sigue habíendo Mortífagos por lo que veo...

 

Según iba hablando, todo dejaba de tenerme sentido, asi que decidí dejar de hablar del tema

 

--Y me alegro que creas que la familia no corre peligro, yo tengo una mala sensación que no se me va con ese asunto.

 

Y cambiando totalmente de tema (?)

 

--Tambien debería ir al ministerio a entregarle los dibujos que hice a un superior... seguro que los están esperando... NO sé... no sé muy bien quién me ha contratado para hacer estos dibujos rápidos de acontecimientos, pero no debería quedarmelos yo aqui sin mas...

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Mansión Potter Blue

Hayame


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La bruja le vió levemente preocupada

-Tal vez si los envías vía lechuza? -comentó de forma pensativa, ya que lo que más querían era no tener que salir para exponerse debido justamente, a que con lo que acababa de contar el MInistro... bueno...

Estaba casi segura de que muchos magos iban a comenzar a tomar represalías por recordar perfectamente bien cómo se suponía que eran los mortífagos; ya se estaba oliendo las campañas y grupos de vecinos andando por las calles, deteniendo gente y forzándola a alzarse las mangas para revisarles los brazos y darles tratamientos de hechizos si pensaban que se estaban cubriendo los tatuajes de alguna manera para no ser descubiertos

Lo peor que pasaría sería en todo caso, si se topaban con un mortífago de verdad la vampiro dudaba que este fuese a tomarse el tiempo de dejarles ver o tratarle con semejante menosprecio sin haber matado en un solo movimiento a la mayoría de ellos

Al menos a la mayoría de los que conocía, los veía muy capaces de hacer algo así

-Bueno, por lo pronto no es algo de lo que debas de preocuparte -le dijo a la chica intentando darle ánimos al respecto -tampoco te preocupes mucho sobre si los mortífagos o los ideales del Señor Oscuro, podemos dejar eso para otra ocasión en que te sientas más cómoda y que tengamos toda la información bien asegurada

Le dijo

Unos momentos después, la radio mágica sobre el sillón comenzaba a sonar de nueva cuenta dejando escuchar lo que enviaban los magos a través de sus estaciones ilegales:

-Y parece que ni bien el nuevo Ministro ya se ha declarado parte de ese grupo que todos hemos conocido por la crueldad con la que tratan a sus opositores, las desapariciones han avanzado y se han vuelto más intensas, apenas media hora después... ya están desapareciendo personas! lo mejor será que se encierren en sus casas o salgan rápido de Gran Bretaña a los países que estén más alejados de toda la conmoción de la guerra porque evidentemente, ni aquí estaremos seguros...

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Llevaba la blanca carpetilla apretada contra su pecho, como si la más mínima atenuación de su fuerza fuera a desencadenar una lluvia de papeles que blandiéndose en el aire terminarían por caer al suelo. El porfolio cumplía la función de contener y separar, mediante una sucesión de compartimientos internos, un interesante número de documentos: balances, información de cuentas, proyecciones financieras, bocetos y apuntes personales, donde dejaba relucir la delicadeza de su elegante letra. En su superficie podía observarse, justo en el centro, el reconocido emblema de Banco Médici, compuesto por dos imponentes y bien detallados leones sosteniendo con sus garras un escudo en cuyo interior podía observarse otro felino de similares características sobre el que se imponía una corona real.

 

Lucrezia también portaba en sus brazos un ejemplar de El Profeta emitido por sus oficinas aquel mismo día, en dónde se anunciaba con letra de molde la intención que de la boca del Ministro había emanado sobre reabrir la prisión de Azkaban. La noticia era acompañada con una dinámica fotografía, impresa hacia la mitad del cuerpo de la noticia, en donde se apreciaba la ruda expresión en las facciones de Aaron Black Lestrange. Aquella era la primera oportunidad en la que la aristócrata se había encontrado de lleno con el rostro del recientemente elegido cabeza ejecutiva del Ministerio, pero poca atención le concedió a sus rasgos. Lucrezia había ido más allá: no solo el anuncio denotaba a la vista de la opinión crítica la línea de pensamiento del Ministro sino que escondía entre sus líneas, para quien las supiera leer, una oportunidad de negocios única. La pregunta que se desprendía era de una simpleza casi obscena ¿Quién reconstruiría la prisión?

 

Sabía la Médici, pues estas cuestiones beneficiosas para su patrimonio rara vez escapaban de su radar, que Gringotts era una institución autárquica y no financiaría lo que sería un complejo trabajo de reparación y reestructuración luego de la ya inevitable caída en el abandono. Los fondos del gobierno iban más que seguro a reservarse para ser ejecutados en un eventual recrudecimiento de los actos terroristas de la renacida Marca Tenebrosa y la guerra que amenazaba con cernirse sobre cada rincón de Gran Bretaña. El nicho potencial estaba vaciado de competencia, tanto así que Lucrezia había dictaminado que sería el Banco Médici quien le ofrecería a Aaron Black una salida airosa a unas declaraciones carentes de respaldo. Aquella oportunidad sería perfecta para presentarse ante la figura que ostentaba el poder desde su despacho de Londres.

 

Lucrezia había logrado convencer a los aurores que custodiaban el pasillo, mediante artilugios verbales sopesados previamente y la inevitable belleza de su sonrisa, que la dejaran avanzar hacia las oficinas del Ministro. La labia era una de sus características más cultivadas por su experiencia: si se había criado en un ambiente de familias nobles con los que debía valerse solo de su ingenio para engañar y sacar provecho económico, más preparada aún estaba para enfrentar la tontería de dos hombres promedio. La falsedad casi obscena del “Gracias” que susurró al pasar a su lado le provocó un repentino nudo en la garganta, pues temía que ese detalle enseñara sus verdaderas intenciones allí. Sin embargo, la única reacción que percibió de la custodia ministerial fue un vistazo rápido a la zona baja de su espalda cuando ya se encontraba a mitad del pasillo.

 

Al llegar a la entrada del despacho del Ministro frenó en seco y apretó con fuerza sus labios, en un intento vano de hacer aún menos ruido. Alguien no había empujado la puerta con la fuerza pertinente para cerrarla y ésta quedó ligeramente entornada. La joven se acercó lo suficiente, encorvándose apenas para poder contemplar con mayor espectro el panorama dentro de la habitación. Logró reconocer al menos tres siluetas, cuyas sombras se reflejaban en las paredes debido a la proyección de las luces en su interior, y acumuló sus identidades en su cabeza: Aaron Black Lestrange, el novel Ministro; Ashura Lestrange, a quien había visto recientemente en la mansión Triviani y una tercera figura femenina a quien desconocía por completo. La sorpresa invadió a la Médici como consecuencia de aquellas presencias inesperadas. Se apartó del estrecho espacio entre la puerta y el marco, por donde había espiado segundo atrás, y se quedó quieta a unos pocos centímetros de la pared. Desde su posición lograba inferir todo lo que adentro se decía. Aquella reunión había logrado llamar su atención.

 

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-Estoy como me ves ...- sostuve enseñándome ahí sentado, con una pierna sobre la otra y los brazos abiertos en júbilo, sonreí y borré la curvatura de inmediato; apoyé ambas manos sobre el borde del escritorio y me acerqué con decisión para afianzar la conversación-... ¡quiero liberar a éste pueblo ingenuo de los sangres sucias y los traidores!, desde los tiempos de Tom Riddle que nadie hace nada por querer avanzar un poco con la comunidad mágica, ¿qué es eso de que casi tengamos a una dueña de circo aquí, presidiendo al ministerio? o que se atente contra la bruja y el mago que expresa la grandeza de la pureza...

 

-Señor, su té...- me informó la criatura que aparecía con la taza humeante y una copa de vino para Felicity; hizo levitar la copa hasta las delicadas manos de la bruja- madame. Con permiso...-desapareció; no lo tomé en cuenta.

 

-Ya nadie habla de los sagrados veintiocho, ¡pareciera que un squib tiene más voz en las calles!...-dí un puño sobre el escritorio- ¿con qué clase de gente estamos lidiando hoy en día Felicity?...¡no debemos tener temor de expresar nuestros ideales!... quiero que la comunidad mágica se retire del pacto del estatuto secreto ese...

 

Al parecer me habían soltado la lengua, pues hace bastante tiempo que quería hacer mención a los cambios del mundo mágico, nuevas eras donde los mestizos estaban adquiriendo más derechos que nosotros, magos puros, ¡genuinos al poder por orden natural!. Malfoy era de aquellas brujas, que a pesar del tiempo se merecían mi confianza, aunque de cualquier otra forma, siempre estaba la varita para enfrentar las traiciones.

 

-Disculpa rubia...- hacía tiempo no le decía así, aunque a juzgar por el tono ceniza de su cabello, me hacía recordar más a Poppy que a la propia Felicity Malfoy - te ofrecería un salud, pero no soy de esos mal educados que festejan con una taza de té- comenté con una sonrisa sincera- ¿con los Yaxley? ¡claro!, Orión Yaxley es mi padrino de nacimiento, no lo supe hasta los dieciséis, cuando visitó el solitario castillo de los Black junto con sus hermanos. Es hermano de mi madre, Mahía Black, que como bien sabes nunca se hizo cargo- me encogí de hombros de forma indiferente; si eso había hecho de mí ciertas trancas pues qué importaba, al menos me había enseñado a no requerir de nadie y tal vez por eso mi carácter- allí fue cuando el viejo Yaxley me invitó a vivir con él y otra tía, Luisa Black... primos, familia, en fin- no le dí mucha importancia, aunque para mí la familia lo era todo. La cuestión estaba en que no me gustaba enseñar mis debilidades- ¿conoces a algún Yaxley?, aparte de mí claro...

 

A lo que me respondía, saltó el comentario de que hacía poco tiempo me había puesto de portada en ese famoso y amarillista vuelapluma- ¡Ni imaginar quién fuera ese mago o bruja que se dedicara a difamar cuestiones en el mundo mágico! (no sabía que era mi querida prima, Maida Yaxley)- de hecho, se comentaba sobre un tercer hijo ¡al que ni conocía!...

 

-Ya hablaremos de eso, si quieres paso por ti cerca de las veintiuna horas, ¿te parece?. Podríamos cenar o algo...- comenté rápidamente mientras la inquisidora, miembro de mi élite de confianza, entraba en el despacho ministerial- ¡Ashura!, que gusto verte... - me puse de pie como todo un caballero inglés y le ofrecí asiento justo al lado de Felicity, esperando que no se sentara sobre su sombrero- Malfoy, te presento a Ashura Black Lestrange, representante oficial de la comunidad nipona- dediqué una penetrante mirada a la bruja asiática- ya hablaremos al respecto señorita, pero bueno, Ashura, Felicity Malfoy...una buena amiga... asiento, asiento

 

Dentro del círculo de confianza que me rodeaba en el ministerio estaban Ashura, Grelliam Ollivander, Akiza Ravenclaw y Maida Yaxley, cuerpo inquisitorial que me había sido fiel, ¡sobre todo en éstos días! en que la guerra era una cuestión del diario vivir. Ni imaginar que uno de ellos traicionara mi confianza, vendiendo información ¡o a saber qué cosas! (off:aunqueesoesperoyaselodijeagarrycofcofparacrearjuegoydramacofcof)

 

-¡Qué bueno tenerlas aquí reunidas! justo en el momento en que la señorita Malfoy, requería algo de trabajo...- sostuve ansioso mientras terminaba la taza de té, ¿de dos sorbos? ¡eran tazas pequeñas!, ya hablaría con administración sobre eso- ¡Hay que restaurar un Wizengamot!, constituir una sociedad para dictaminar quienes son familias de derecho aquí en Reino Unido, ¡Los Sagrados Veintiocho!...¿qué me dicen?...

 

Agarré la varita y con elegancia dibujé una floritura para que apareciera un eslogan mágico que dictaba lo que acababa de mencionar en letras doradas con luminiscencia rojiza. Alguien más entraba a mi despacho, ¡¿dónde estaban los inquisidores que debían controlar la entrada?!, ¿Akiza había vuelto ya de Azkaban o aún estaba liada con un par de dementores?... rasgué con mi varita al vacío para deshacer lo que acababa de mostrar a Malfoy y Lestrange.

 

-¡¿Quién anda ahí?!- exclamé tras ponerme de pie con el arma mágica apuntando a la puerta para abrirla de par en par con una ráfaga mágica. Una mujer de prendas victorianas, cabello rubio y profunda mirada azul quedó al descubierto en una pose que le culpaba de haber estado oyendo la conversación, esperaba que sus intenciones fuesen claras y sin rodeos, pues no me limitaría a hacer uso de un par de imperdonables si fuese, no estrictamente, necesario- ¿quién es usted y qué ha hecho con los de la guardia?...

Editado por Aaron Black Lestrange

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Maida se demoró demasiado para su gusto en recoger los archivos del nuevo Ministro, bufó justo antes de emprender camino a las nuevas oficinas. Había guardado papeles confidenciales en un file negro, y este mismo puesto en el fondo de la caja. Se arrepintió de haber dejado a su elfo doméstico porque no era precisamente fuerte y con dos pasillos a cuestas, sentía sus antebrazos adoloridos. Se le prendió el foco unos segundos después y hechizo los bultos para que los pudiera tener en el bolsillo guardado, ¿cómo es que no se le había prendido el foco antes? Ser la asistente de Aaron cuando este era un simple politólogo era una cosa, pero serlo del Ministro era otra. El Ministerio aún estaba en transición y salvo sus antiguos compañeros de Internacional o de Inquisidores, no confiaba en muchas más personas para tener en el círculo laboral de Aaron, lo que si esperaba, era que su primo confiara en su criterio y compromiso. Cuando giró hacia el pasillo que separaba las oficinas del Ministro del resto del edificio pudo observar el nerviosismo en uno de los guardias.


Maida enarcó la ceja, pero no dijo nada, continuó avanzando.


A escasos metro de la oficina, descubrió a una figura desconocida. Y de momento, las figuras desconocidas no estaban en la lista de permitidos por la señorita Yaxley.


— Me temo que si no me dice quién es y qué pretende fisgnonear, entrará a la lista de candidatos para primer recluso de Azakabn, ¿señorita...? —la bruja no era particularmente intimidante y jamás lo había pretendido, sin embargo, ahora contaba con la protección de propio edificio, nadie que el Ministro no quisiera podía estar por los pasillos como Pedro por su casa, ni siquiera la propia Anne—, pero, si no ha sido esa su intención, acceda a la oficina del Ministro, yo misma la escoltaré.


Y con cierta delicadeza avanzó hacia ella, obligándola sin tocarla a ingresar a la reunión que Aaron sostenía con Felicity, y ahora descubría Maida, también con Ashura. Apenas ingresó, le sonrió a su antigua compañera de Inquisidores, y recostó la espalda en la puerta. Carraspeó dejando notar a su reciente invitada.


Me temo primo, que tendremos que cambiar a las guardias, si van a dar acceso fácil a todos los escotes y curvas de Ottery, tu seguridad estará en riesgo —dijo con una sonrisa—, me temo además, que al menos en los últimos diez minutos, tu reunión dejó de tener privacidad. Es un gusto volver a verte, Ashura —saludó al fin, y sonrió a Felicity—, Maida Yaxley, tú debes ser cercana a Aaron omitió colar tu nombre en su agenda.


Tener a Ashura cerca le recordó el tema aún no solucionado de los registros de inmigrantes, pero no se dejó inmutar. El rostro debía ser inescrutable, al menos hasta que pudiera salir de la oficina en mejores condiciones. No importaba si la lista de pendientes seguía aumentando, lo primordial era asegurar el perímetro del Ministro, colocar sólo gente de confianza y averiguar exactamente de qué lado iban a posicionarse. Sonrió a la mujer que había burlado la seguridad del Ministerio y le señaló una silla.


Descansa, contarnos tus motivos puede llevarte mucho tiempo y tenemos oídos para que comiences a hablar en cuánto te sientas a gusto —exclamó en un tono amable—, lamento tener mala memoria para los rostros, pero sinceramente no creo haber visto el tuyo, ¿me dices tu nombre?

Editado por Maida I. Yaxley

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<Yaxley> fue la primer palabra que la aristócrata aprehendió en su mente, sin desatender el devenir del resto de la charla, de la cual se desprendieron datos como la desconocida siendo una autoplocamada rompemaldiciones de “gran destreza”. Lucrezia se preguntó con honesta curiosidad si un apellido de poca monta como aquel llegaría a ser nombrado de forma tan privada dentro de la oficina del Ministro o si, por el contrario, se trataba de una familia de sensible importancia para la comunidad mágica cuya existencia desconocía. Sea como fuere la Médici archivó esa palabra en un recóndito lugar de su mente con la firme consideración que podría ser de interés en el futuro. No era de su gusto aceptar que ignoraba varias cosas.

 

Apoyó su mano izquierda en los fríos azulejos de la pared para sostenerse y adoptó una postura mucho más encorvada, facilitando la llegada de las voces hacia su posición; el casi imperceptible viento que recorría el lugar al ras del suelo amenazaba con cerrar por completo la puerta en cualquier momento. Lucrezia percibía con claridad el sonido de copas y utensilios varios ¿Acaso estaban tomando un té? Al hacerse esa pregunta la invadió el prematuro deseo de imitar a sus espiados pero en la tranquilidad de su mansión, al calor de la chimenea y lo más alejada posible de aquella gélida atmósfera. Sin embargo, su objetivo allí ganaría una y otra vez la batalla interna contra sus caprichos personales. Una aristócrata no había sido criada para fallar miserablemente ante la ilusión de una deliciosa merienda.

 

Aunque en Inglaterra las horas de té parecían ser eternas y aburridas, aquella escapaba perfectamente a la norma. Cuando quien alzó la voz fue el Ministro, logrando acallar el chirriante sonido de las cucharas golpeando los bordes de la tasa, Lucrezia dio un ligero respingo como consecuencia de la sorpresa, que logró contener y sostener así su silenciosa presencia. De la boca de Aaron Black Lestrange fluyó una perorata de afirmaciones, como mínimo controversiales, que de ser difundidas por algún avispada alma horrorizarían a la volátil opinión pública y harían agua la boca del periodismo amarillista. Sin embargo, aquella no era ni de cerca la intención de la bruja, que prefirió contener un gesto de aprobación.

 

La Médici no compartía con sus pares de La Marca Tenebrosa la dura opinión sobre los sangre sucia que tendían a compartir, como un mandato implícito dentro del bando, la gran mayoría de sus miembros. La aristócrata había heredado de su familia una escala de valores y una visión de los escalafones sociales que resultaba anacrónico a la actualidad; la sociedad no se dividía en un patrón signado por la pureza de la sangre, sino en uno que ponía en mayor valor los títulos, la fortuna y los apellidos. Las diatribas del Ministro contra los sangre sucia no fue, por lo tanto, el motivo de su sorpresa sino su expectativa de un discurso moderado.

 

Lucrezia se tomó unos momentos en los que la charla se direccionó hacía entramados familiares que desconocía para acomodar los pliegues de la falda de su vestido y respirar con mayor libertad, pues el nivel de sus voces se había elevado por la confianza que allí imperaba. Una sucesión de nombres que ignoraba llegó a sus oídos ¿Orion, Mahia?¿Quiénes eran esos? Si reconoció con suma facilidad el apellido Black, pues era consciente que se trabaja de una de las familias con mayor renombre en Ottery St Catchpole. Algo sobre la Segunda Guerra Mágica, según le habían contado al llegar al pueblo.

 

Fue entonces que el Ministro hizo una pequeña introducción entre Ashura, a quien había dejado esperando unos segundos delante de la puerta, y Felicity Malfoy, que la blonda suponía era la mujer a la que no había logrado reconocer de ningún ámbito. “Una buena amiga” <¿Pero qué clase de amiga?> se preguntó la aristócrata con tono pícaro, ahogando una risa provocada por la súbita imagen que había formado en su cabeza sobre como luciría la tal Felicity junto a Aaron en la soledad de su despacho una noche cualquiera. Se incorporó nuevamente, a sabiendas de que no le podría sacar mucho más jugo a aquella charla sin correr el peligro de ser descubierta por los aurores que había dejado detrás, y se dispuso anunciar su presencia.

 

Cuando sus nudillos estuvieron a unos centímetros de entrar en contacto con la puerta, ésta se abrió de par en par sin previo aviso. El ímpetu con el que la tabla de madera golpeó la pared, escupiendo un estruendo que se proyectó por todo largo del pasillo, hizo que una Lucrezia víctima de la sorpresa retrocediera un paso y perdiera por unos segundos el equilibrio sobre uno de sus altos tacos. Inconscientemente dejó caer la carpeta al piso, provocando que un par de pergaminos se desprendan de su interior, y volvió a retomar la compostura frente a los presentes, que escudriñaban en su sospechosa figura.

 

- Mi nombre es Lucrezia Di Médici- exclamó recuperando la convicción en su voz, luego de inhalar una bocanada de aire.- Y vengo a…

 

Su enunciación fue interrumpida por otro personaje que se sumaba al ya desencadenado encuentro de personalidades, quien la sorprendió a sus espaldas. Dado que no había en ese recinto nadie que le pudiese imponer más una actitud respetuosa que el propio Ministro de la Magia inglés, la Médici ni siquiera le concedió el darse vuelta o responder a su exigencia de anunciar su nombre. Simplemente ahorró saliva al percibir cierta violencia impostada en la voz de la inquisidora y se adentró con aparente precaución en el despacho.

 

- Debo coincidir con la señorita que me escoltó hasta aquí.- indicó con sarcasmo pero cuidando de no sonar agresiva con la muchacha.- Los hombres son en general tontos y no hay nada que la belleza de una mujer joven no pueda lograr, incluso burlar protocolos de seguridad. Los aurors que los custodian son hombres…debería contratar mujeres. Solo mire la conformación de esta oportuna reunión.

 

Los azulados ojos de la blonda italiana buscó un indicio de complicidad en las acompañantes del Ministro que lograra reafirmar la veracidad de sus llamativos dichos. Con la consciencia de haber generado un ápice más de confianza tomó posición por detrás de Felicity y colocó sus manos en el respaldo de la silla. Acarició lentamente la fría madera mientras su cándida mirada volvía a clavarse en Aaron. Aquel contacto visual, que guardaba algo de tensión, serviría como una inefable lectura de sus pensamientos.

 

- Igual no lo culparía.- volvió a interrumpir, acercando con el uso de un Accio la carpeta que había dejado en el suelo- Le tocó ser el sucesor de un Ministro incompetente y claramente no hizo a tiempo a revisar la plantilla ministerial ¿Cómo suelen decir? ¿’basta de cháchara’? Como decía, mi nombre es Lucrezia Di Médici y vengo a hablar de su proyecto para reabrir Azkaban. Sin embargo, veo que las mujeres aquí tienen algo para beber, cuando yo no. Esperaba de un caballero que me ofreciera, al menos, una copa con agua.- solicitó, negando amablemente la silla que le ofrecía Maida.

 

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Felicity notó que el Black necesitaba expresarse libremente con alguien de confianza y se alegró de ser esa persona, pues se conocían de muchos años atrás. Entendía que siempre, rodeado como estaba de reporteros y otros funcionarios del ministerio de magia, le fuera difícil no sacar a relucir sus ideales oscuros como la pureza de la sangre. Aunque en las últimas semanas poco había callado el nuevo ministro, siendo fruto de la comidilla de la mayoría de reporteros ingleses pues no había costumbre de expresar ideales tan "anti-muggles" de aquella manera tan descarada. Los mortífagos ya podían estar orgullosos de ello, pues no eran pocos los ciudadanos que se habían unido a su causa, y todo gracias a la política.

 

La mago oscuro explicó que conocía a Orión Yalexy de otra época pasada, de cuando cursó la Academia de Magia y Hechicería, hacía aproximadamente diez años. Pero no dio ningún detalle de que fue en su época como auror, no por vergüenza de haberlo sido, ya que no se arrepentía de nada, sino porque le era bastante pesado tener que dar explicaciones de aquella vida anterior como miembro de la orden del fénix.

 

Cerró la cita con el ministro, orgullosa, esperando con ganas la llegada de la noche. Más tarde cuadrarían el lugar, seguramente, alguna vieja taberna.

 

- Encantada Ashura, puede que nos hayamos visto antes - saludó la bruja, retirando el sombrero color berenjena de la silla, invitando a la japonesa tomar asiento - me encanta la idea de restaurar el Wizengamot. Es necesario y más en estos tiempos que corren - ¿estaría el ministro pensando en ella? esperaba que sí y lo miró a los ojos, un tanto curiosa - aunque no va a ser fácil. Primero, es necesario a consecuencia de esta guerra porque muchos deberán ser juzgados, y segundo, para proceder con una purga de nuestra sociedad pero habrá que camuflarla, ¡y mucho! o se nos pueden tirar encima. No sé hasta que punto volvería a sacar el tema de los sagrados veintiocho Aarón, es un tema muy delicado y ya sabes que todas las familias a día de hoy están mezcladas, han habido demasiadas manzanas podridas incluso en los árboles más respetables. Pero si que habría que poner fin a ese estatuto con los muggles acerca de...

 

De un momento a otro, lo que había empezado como una reunión privada, acabó siendo un sinfín de interrupciones: alguien les había estado espiando, una desconocida mujer de rubios cabellos y la había pillado una de las trabajadoras del ministro que Fee juzgó para sus adentros como "demasiado joven" para tener dicha ocupación. Chasqueó la lengua, un tanto indignada y miró a Aaron, a quién le susurro que más tarde, en privado, hablarían. La bruja "demasiado joven" se presentó como otra Yaxley y la Malfoy la saludó con un gesto de manos.

 

- Digamos que si, que soy cercana a Aarón de hace bastante tiempo - explicó con simpleza - Soy Felicity Malfoy.

 

Seguidamente hubieron un aluvión de explicaciones acerca de cómo aquella mujer de rubios cabellos, seguramente italiana a juzgar por su acento, había entrado hasta la oficinia del ministro sin ningún tipo de control. Felicity casi había procedido igual a diferencia de que todos en el ministerio la conocían por su larga y bastante conocida trayectoria profesional, desde jefa del consejo regulador de escobas a subdirectora de san mungo pasando por fiscal, reportera, warlock...

 

El giro de la reunión se escapaba de su competencia, por lo que se limitó a acabarse la copa de vino, coger el sombrero y ponerse en pie en dirección a la salida.

 

- Echaré un vistazo por los alrededores de Azkaban Sr. Ministro y hablaremos de esos juicios esta noche. Veré también de hacer alguna lista que nos pueda ser útil... - y calló, no quería decir nada ante Lucrezia, la recién llegada. No la conocía y no sabía siquiera de donde había salido. Ya se lo contarían en los terrenos de la marca tenebrosa al día siguiente - buenas tardes, Ashura... Maida... - se despidió finalmente saliendo por la puerta sombrero en mano, notando un ligero ardor en el antebrazo izquierdo, donde tenía la marca tenebrosa tatuada.

Mortífaga retirada
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Ramsey Brown. Inquisidor; escolta de la oficina ministerial.

 

En Azkaban

 

El inquisidor era un mago ni tan alto ni tan bajo, cabello negro rapado tanto en los costados como en la nuca, con una mechón que a veces en batalla, se le cruzaba en la frente. Vestía como todos los miembros de la entidad inquisitorial, hoy en día, la que ostentaba el poder ministerial. Túnicas oscuras con unas franjas de distintos colores que decoraban los bordes de las mangas- Azul, dorado y plateado, era el escalafón, siendo el primero solo para la escolta personal de Aaron y el dorado y plateado por rango de antigüedad- Ramsey distinguía el dorado que emitiría cierto brillo con cada movimiento de varita que realizara. Su tez blanca contrastaba al tono oscuro de sus prendas y unos ojos marrones y sombríos, enseñaban en carácter fiero de su persona.

 

Cuando la estela descendió en la isla, Ramsey se paró de frente a dos puertas gigantes y selladas por maleficios desconocidos, magia primigenia con la que ocultaron las maldiciones de la prisión mágica o el cebo para que tanto dementor la habitase. Un mar tempestivo rugía a su espalda, y una fina lluvia que parecía nunca acabar humedeció inmediatamente su figura. Varita en mano observó uno de los huecos por donde seguramente habían entrado sus camaradas hacía unas horas atrás, comandados por Akiza Ravenclaw, por lo tanto enfocó el espacio en su mente y desapareció para reaparecer en el marco de lo que parecía ser una vieja ventana.

 

Despacio, se abrió paso en un sombrío salón donde el vaho podía apreciarse tan solo al respirar; los olores, ¡ni hablar!, hasta la misma roca de la pared parecía estar en descomposición. ¡Ni mencionar las telarañas! pues estaba lleno de ellas por cada rincón, enraizadas a cada objeto, mesa, incluso a las manillas de las mismas puertas. La estancia parecía estar sumida en un degradé de azules y negros por la luz de luna que vagamente rozaba la estancia. Él, solo con su varita, susurró un lumos para seguir la avanzada.

 

¡Gritos!, susurros que podrían enloquecer a cualquiera, ¡gritos otra vez! agudos, sombríos y lejanos, en un eco que erizaría la piel del inquisidor. Bastó un paso en falso para que un jarrón metálico cayera al suelo y descubriera su posición, pareció ser un ruido eterno. Rápidamente Brown salió de aquél salón, adentrándose en un largo pasillo con una baranda que lo posicionaba en un tercer piso de algún departamento dentro del mismo Azkaban.

 

-¡Ayuda!...

 

Ramsey giró sobre su eje, intentando buscar desde qué lugar había provenido el llamado de auxilio, iluminado tan solo por el mísero lumos.

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Azkaban


La antigua prisión mágica -más bien una de ellas, pues todos parecían olvidarse de Nurmengard- se encontraba abandonada; en ruinas, podría decirse. Las celdas estaban abiertas, las paredes mohosas y manchadas a causa de la humedad. Ni un solo rastro de las almas que habían sido encerradas allí, hacía varios años. Por lo que Candela decidió aprovechar el reciente caos en el Ministerio y, ya que todos los ojos estaban puestos en el nuevo Ministro y lo que ocurría a su alrededor, estaba segura de que nadie se atrevería a poner un pie por allí cerca. Al menos, no pronto.

Había algo con lo que coincidía enteramente, según rumores tras las elecciones: el Ministro de Magia anterior, Malfoy, dejó un pésimo sistema de seguridad. Incluso de unas cárceles que, aunque vacías, debieran estar completamente vigiladas. Mas ese descuido le calzaba como anillo al dedo, ya que se encontraba en una de las deterioradas oficinas, donde esperaba encontrar las viejas nóminas de reos de la prisión; la ubicación se la había sacado a Alyssa, su tía. Tiempo atrás, la Black había sido inquisidora y se conocía el lugar al derecho y al revés.

Por supuesto, Candela no estaba enterada de los planes que el Yaxley tenía, no tenía por qué estarlo. La gitana no estuvo presente cuando se hizo la conferencia de prensa de la que todo Londres comentaría luego; mucho menos podía sospechar que un grupo de inquisidores se acercaba peligrosamente hasta su posición. Claro, no lo supo hasta que su anillo de escucha se activó cuando los susodichos entraron en el rango del artefacto de la bruja. Preparada para este tipo de inconvenientes, también tenía activado el anillo salvaguarda contra oídos indiscretos, que salvaría hasta el más pequeño ruido que podría delatar su presencia.

- ¡mi****! -masculló, al tiempo que se pegaba a una pared para evitar las.miradas que, seguramente, le dedicarían si pasaban por el pasillo de esa habitación. Al igual que las demás, no tenía ningún tipo de protección en la puerta.- idi***... -se dijo a sí misma al recordar que tenía el anillo salvaguarda contra miradas indiscretas consigo.

Efectivamente, el grupo pasó corriendo por el frente de la oficina. Gritaban sugerencias y un par de amenazas, de las que Candela sólo alcanzó a entender el nombre de una mujer. Se quedó de piedra al familiarizarse con el ambiente tan helado como aterrador. Dementores.

- ¡Maldita sea, Aaron! -porque claro, todo cambio en el Londres mágico, debía ser culpa del nuevo Ministro.- ¡Fulgura Nox!

El portal de abrió de inmediato tras una floritura de su varita. Al cruzarlo, se encontró con el rostro sorprendido de Jeremy. Se preguntó si estaría afectado por lo que creaba la presencia de dementores en el edificio. Como fuere, se dijo que debían andar con cuidado por allí. ¿Cuánto tiempo llevaba sin toparse con alguna de esas horrendas criaturas?

- ¿Dónde está tu hermana? -quiso saber. Habían llegado juntos a Azkaban. Candela se había separado de ellos porque así cubrirían más terreno en la búsqueda de documentos importantes, y el ver qué Zoella no estaba con él le provocó una pesadez en el pecho que, por necia, culpó a lo que había comido unas horas atrás. Al no obtener respuesta del muchacho, se alteró.- ¡ca***o, Jeremy! ¡Siempre tienes los ojos puestos en tu hermana, ¿por qué la perdiste de vista, justo ahora?! -dio media vuelta y desapareció tras un nuevo Fulgura Nox. No sabía si su hijo cruzaría el portal con ella, le urgía más encontrar a Zoella.

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Editado por Candela Triviani

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~ Mosquito ~          Ianello 

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