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La maldición de las flores negras.


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Aún seguía sentada encima del baúl de madera, puesto que en el despacho de La Marca apenas quedaban muebles, leyendo el pergamino de ayuda que me había mandado una amiga. A estas alturas, ya daba por perdido el liderazgo que aún ostentaba de un bando cuarteado por el deseo del poder. Sí, bueno, en teoría debería haber cedido "buenamente" el cargo más o menos por septiembre del año pasado, pero nadie puede culparme. Al fin y al cabo, ciertos pequeños incidentes y sucesos inesperados había ido retrasando el tiempo, desconcertándonos a todos ante la imposibilidad de realizar las elecciones acostumbradas.

Estaba demasiado pensativa en la lectura y no sentí los pasos de aquellos elfos que se llevaban mis pertenencias hacia el desván de mi mansión. No, no se me ocurriría nunca llevarme recuerdos de mi paso por el despacho de los líderes mortífagos. Sólo... hem... recogía lo que era mío por derecho (y tal vez por algún izquierdo que no podía justificar), por compra o por regalo. Si algo que no fuera mío caía en aquellos baúles sería un error que se podría arreglar si alguna vez un futuro líder aparecía para guiar el bando y se atrevía a reclarmarme algo.

Me levanté para que se llevaran el último cofre que quedaba, aún con el manuscrito en la mano. Algo me preocupaba y por eso no maldije a los elfos que dejaron caer mi equipaje al suelo, con un enorme ruido de metal. En otro momento, seguro que hubiera contestado un improperio digno de los Potter Black, por dejar entrever qué podría esconderse entre los ropajes que se suponía portaban entre las manos. Pero no, esta vez no. Esta vez pensaba en aquella maldita carta que me habían enviado, explicándome que varios compañeros de mi facción amiga (puesto que La Marca estaba ahora dividida entre los que aconsejaban medidas implacables para hacerse con el título de Líder y entre los que preferían seguir métodos igual de duros aunque más disimulados, pero evitar levantar sospechas entre los habitantes que aún quedaban en el pueblo de Ottery) habían recibido ramos de flores oscuras, sin remitente ni explicaciones, cuestionando si habría alguna animosidad en ello o sería meramente... decorativo.

Observé la habitación prácticamente vacía. Por la ventana, una luna llena, hermosa y fulgurante, lucía en un cielo negro como si las estrellas se hubieran ido. Me asomé un poco, lo suficiente para contemplar el páramo en el que La Fortaleza Oscura se hallaba enclavada.

Decorativo...

Sólo a ella se le podía ocurrir que aquello era decorativo... Una hoja de "aguileña negra" acompañaba el texto, una flor que servía para muchas cosas en el mundo de la herbología, aunque pocos la usaban para fines que no fuera beneficiosos para la salud, por su poder cicatrizante. Sin embargo, en algunos almanaques antiguos aún recordaban su capacidad de producir envenenamiento cardíaco, un letargo similar al del Sueño de las Mil Noches, provocando una muerte lenta pero implacable según la dosis y la forma en que fuera administrado.

Decorativo... 

-- ¿Este ramo también se lo llevamos a su casa o queda aquí?

La voz impertinente del elfo desvió la atención de mi mente hacia sus manos. Casi parecía que volvía a la tinieblas, después de estar contemplando el esplendor y belleza de aquella enorme luna que lucía en el exterior. Apenas pude distinguir lo que se esforzaba en restregar bajo mis narices, extendiendo los brazos muy por encima de su cabeza. Reaccioné bruscamente, poniendo el codo por delante de la nariz, como si así no pudiera oler el aroma de aquellas tan hermosas como tenebrosas flores.

-- ¡Pensamientos negros! -- murmuré. Escupí por si acaso algo se me había pegado en la lengua. Aquellas flores te ayudaban a respirar en casos de ansiedad, aunque tenían la pega de que podían arrancarte pedacitos de pulmón si te pasabas en la dosis.

En mi caso, sí había una misiva, corta pero elocuente: alguien se había tomado una peligrosa molestia para avisar que pasaría algo en San Valentín este año, cerca del Hospital de San Mungo.

El lugar idóneo si, como pensaba, aquello se trataba de la Maldición de las flores Negras

 

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Cepillo mi cabello mientras pienso en como es que Anthony me enseñó a vivir en la comunidad mágica... Soy una bruja, pero que por decisión propia, elegí una familia que solo ha estado en el bucle mágico donde quedaron aislados de otros magos y brujas, además de estar bajo una loca maldición que les provocaría la muerte en cuanto se atrevieran a salir de ahí... Es como una jaula pero no de una mala forma (si es que se puede considerar que su físico es el de niños que han estado por un centenario en la cabaña de ese bosque... Sobreviviendo a ese modo raro).

En la mansión hay bastante tranquilidad, los miembros de la familia siguen ocupados y no he hablado por ahora con ellos pero me siento bien recibida y mi alegría es grande.

Las fiestas decembrinas fueron poco satisfactorias, pero muy pronto será nuestro aniversario, una doble celebración muy significativas... El día de San Valentín y es algo muy importante para lo que hay que hablar para elegir el modo de festejar.

Será mejor si comienzo a buscar que opciones hay en la ciudad, creo que siempre hay grandes sorpresas...

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Prácticamente, en toda la Comunidad Mágica inglesa...

... la luna pareció oscurecerse y el halo blanquecino desapareció de forma súbita. Su luz que, momentos antes, se cernía sobre las casas, los jardines de los pueblos y  las ciudades donde la Magia se extendía entre los habitantes dormidos, abandonó todos los rincones, sumergiendo en sombra la superficie. Multitud de contornos blanquecinos llameantes se esparcieron por el aire,  revoloteando como alas de ave mutiladas de sus dueñas, moviéndose con fuerza por aquel firmamento oscuro sin estrellas, hasta perder fuerza y flotar, siguiendo el movimiento del leve aire que las esparció por todas partes.

Al amanecer, la leve luz del sol luchó contra la niebla que invadía la zona de Ottery y, cuando lo consiguió, aún se veían hojas semiquemadas diseminados por encima del césped, tejados, estatuas, bancos... No había quedado ni un sólo hogar sin uno de ellos, por lo que pronto, la población del pueblo supo que habría una ¿gala? frente al Hospital de San Mungo.

¿Sería una buena o una aciaga noticia? Eso, cada vecino se lo tomó a su manera. Sobre todo, los que también se habían encontrado en sus entradas con miles de ramos de flores negras como regalo adicional.

 

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Aquella había sido la primera noche en tiempo que Sagitas y yo habíamos pasado en la Potter Black, compartiendo habitación, tranquilos...bueno, más o menos.

 

Hacía tiempo qeu debió de dejar el cargo como Líder de la Marca, pero por cosas, había mantenido el cargo. Al fin, había traido sus cosas a la Potter Black y pasamos la noche allí, en vez de en la fortaleza de la marca, donde me había hecho un habitual, por más que se quejasen...no pensaba dejar a Sagitas sola entre posibles enemigos. La única persona en quien confiaba para protegerla era yo mismo.

 

Me había contado lo sucedido con aquel ramo de aguileña negra, pero optamos por pensar qeu no tendría por qué ser nada malo...hasta que la voz del chico nos despertó. A voces, desde la entrada.

- De quién habrá sacado esos pulmones? - murmuré, adormilado, besando la espalda de Sagitas. - ignorémoslo - murmuré a su oído, enterrando la cara en su cuello, abrazándola. - tal vez asi se olv...

 

- Quién querría llenar la Potter Black de flores negras? - volvió a gritar Matt. - Y qué se supone que va a pasar en San Mungo?

Gruñí. Al final, tendríamos que bajar.

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Sagitas:

Creo que era la primera noche que conseguía dormir de un tirón y sin pesadillas. Había llegado a la mansión con el último baúl muy de madrugada y el cansancio había podido conmigo. Es cierto que la presencia (material, además) de mi maridito, me permitió tomar un ratito para estar con él y disfrutar de su compañía física, algo que pocas veces se producía. Aunque pensé que era algo raro y no habitual, esta noche no lo había cuestionado, para poder sentirme arropada por sus brazos y para olvidar, al menos durante un breve instante, todos los problemas que inundaban el caos de mi cabeza. Por supuesto, le hablé de las flores negras, de aquellas aguileñas negras y de los pensamientos del mismo color, hasta que el sueño reparador me alejó de todas aquellas preocupaciones que me acompañaban en la vida diaria.

No sé cuando amaneció ni si llevaba mucho tiempo en la cama. Sólo el roce de unos dedos amorosos en mi espalda me alejaron del confort del sueño para girarme hacia la piel cálida de Jack. Sí, cálida. Puede que eso confunda a los inexpertos en el trato con fantasmas, pero la piel de mi fallecido marido era todo menos fría. Su tacto era tan suave que extendí la mano para acariciar su pecho y rezongar en falso por despertarme.

-- ¿Por qué me desvelas? Soñaba con tus besos. No hace falta que grites.

Sí, una forma insinuante de manifestar el deseo que siguiera con sus labios sobre mi piel. Sé que a veces no soy directa y que pido las cosas de forma muy ambigua (al menos que grite, claro), pero sabía que él me entendería. La que parecía no entender era yo, puesto que no era él quien gritaba sino Matt. En serio, a veces me costaba distinguirlos.

-- ¿Pero qué demonios le pasa? -- pregunté, incorporándome ligeramente. La sábana aterciopelada resbaló por las curvas de mi cuerpo, provocando un ligero cosquilleo en mi cadera, donde se frenó y reposó como una mano acariciadora. Eso me arrancó media sonrisa y, aún adormilada, volví a mi situación anterior.

-- Claro que lo ignoraremos. Es mi primer día sin tener que ir a...

No acabé la frase, interrumpida por otro grito de mi hijo. Solté un bufido y metí la cabeza bajo la almohada, apretando las orejas para no sentirle. Jack preguntaba cada cosa... ¡Salía a mí, a chillona! Ese pensamiento me volvió hacer sonreír hasta que le oí mencionar a San Mungo. Grité, aunque el sonido quedó amortiguado por la almohada. Salté de la cama y me puse una bata de cama por el pasillo. Apenas sentí el calor sobre la piel, pues me sentía fría, alelada, temerosa de lo que podía encontrarme. Bajé las escaleras corriendo, aún a riesgo de tropezar y romperme algo. En los momentos de stress, prefiero (o tal vez se me olvida) usar la magia para aparecerme en el lugar de forma inmediata. Es como si el sentir el suelo en los pies (sí, iba descalza, ni tiempo de ponerme las zapatillas) me ayudara a pensar y a prepararme con lo que encontrara.

Pero no. No me ayudó mucho el que una hoja oscura se pegara en mis pies y se rompiera al seguir corriendo hacia la entrada. Murmuraba:

-- "No, flores negras no, flores negras no..."

Pero mis deseos se truncaron. El viento había empujado hojas oscuras de aquella invitación que había recibido la noche anterior, sembrando los cristales de las ventanas, casi sin dejar entrar la luz. Alguien, tal vez Matt, había abierto una de ellas y habían entrado como estampida, cubriendo la mitad del suelo. Algunas aún jugaban con los elfos que intentaban recogerlas. Harpo, mi fiel elfo personal, sostenía una de ellas y tenía la punta de las orejas dobladas sobre sí mismas, arrugadas y caídas, como si estuviera leyendo una maldición.

En el fondo, lo era.

-- Flores negras... ¡Maldita sea la Gorgona fétida! ¡¡Limpiar todo esto!! ¡¡Qué no quede ninguna!!

Miré a Matt, quien sostenía un ramo de flores y me mordí el labio inferior. Mi hijo también estaba tocado por aquella condena.

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Me aliste para salir, es muy de mañana pero cuando se me pone una idea entre ceja y ceja, no suelo detenerme ante detalles u obstáculos.

Lo que me "ronda" como cuervo que desea arrancar mis ojos para dejar  mis cuencas vacías, son los pensamientos lúgubres que tratan de darme una estocada mortal.

Sólo puedo aceptar retomar la vida que llevaba al lado de Anthony, en esta comunidad mágica que él tanto valora, a la que siente suya por ser un miembro de ella por herencia de sus padres...

Está si es vida, como me ha mencionado Reacon: "hija, la vida está llena de problemas, nunca terminan, por eso es vida, solo hay que enfrentar cada inconveniente y aprender de ello".

Siempre lo intuí, pero no es tan agradable cuando las dudas te invaden... Toque mi varita sujeta a mi liguero... Mejor estar alerta, si, no quiero ser una tonta descuidada.

Mi mente divaga al no estar tan segura en que se ocupa Anthony, tal vez continúa en esa búsqueda de conocimientos mágicos que tanto le fascina obtener para si, por el deseo de sentirse digno de ser un ser mágico.

Suspiro al deslumbrar esa meta suya que no terminará nunca, porque entre más sepa más querrá obtener.

Quizás no es tan malo pero también siento el augurio que "las cosas se van a tornar difíciles", sacudo mi cabeza como si eso pudiese alejar de mi mente todos los malos pensamientos al respecto, me detengo de forma súbita, solo entonces observo todos los ramos de las flores negras que han dejado en el jardín a modo de... Decoración?

-Qué diablos está pasando aquí?- Una furiosa pregunta que se queda en el aire sin respuesta a ella.

 

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No estaba segura de si era posible salir del trance en el que se hallaba Maida, habían pasado muchos meses desde la vez que había salido de la Manor Yaxley y fue básicamente una súplica de Nius, elfo doméstico de su primo. Tanto polvo, tanto hastío, tanto olvido habían mellado en la psique de la ojiazul. Siempre había sido la melancólica de la familia, pero de alguna manera, de esa debilidad había logrado sacar su fortaleza. Ahora mismo se encontraba en su habitación, sentada en el medio de la cama; sumergida entre el no saber si era de día o de noche, rodeada de viejas cartas, pergaminos, retazos de hojas que había machacado sin sentido horas antes. Comía, si, claro, lo suficiente para no dejarse ir por hambre. Pero había incluso dejado de redactar Vuelapluma, el último vestigio de su ingenio. 

— Señorita, Yaxley, debe darse cuenta que está sucediendo algo raro —musitó entonces Nius desde el picaporte de la habitación—, desde hace horas que llueven papeles, hay flores negras en la entrada, no es posible pasar el umbral sin siquiera pisarlas. Alguien debe tomar las riendas de la Manor y usted...usted.

— ¿...es la última que queda? —preguntó Maida sin girarse a verlo.

El elfo doméstico asintió pero fue incapaz de moverse. Tenía órdenes específicas de avisar si había algún cambio extraordinario en la Manor, aunque jamás le había dicho a Maida quién le había dado semejante encargo. Suponía que se refería a Aron o Mathew. No podía ser nadie más. Suavemente se deslizó por el costado de la cama, cortándose un mano en el proceso con el borde de un espejo comunicador roto; no logró realizar ningún gesto, pero la sangre, si que ensució la túnica que llevaba puesta. Bajó los escalones, descalza como habitualmente andaba y en el camino tomó uno de los papeles de los que elfo hablaba momento antes. ¿Para qué querría ella una invitación a qué lado? Siseó como pudo una negativa y se asomó por la ventana de la cocina. La fuente de los Yaxley estaba abandonada pero había formado una especie de camino hasta la puerta principal con las flores negras.

Salió, mejor dicho intentó salir pero tal como lo había dicho su sirviente, era imposible hacerlo sin que destrozara al menos uno o dos ramos de flores negras. La ojiazul se colocó en cuclillas y tomó entre sus dedos unas cuantas flores, los pétalos se desprendieron de su base en segundos. Era extraño, pero en aquella pequeña lluvia lúgubre, Maida encontró su primera sonrisa en años. 

— La belleza siempre viene en los pensamientos más oscuros —susurró antes de soplar una cantidad considerable de pétalos negros hacia el interior de la Manor Yaxley. 

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Sonreí de medio lado, cerrando los ojos. Suspiraba, tranquilo, relajado...un día, una mañana, donde nadie nos molestaría, donde nada más allá del hambre podría movernos de la cama. Traté de abrazarla, de acercarla, de...

 

Su bufido me hizo reír, mientras me frotaba los ojos para despertar. El chico salía más a su madre de lo que podría parecer, más allá del aspecto. Aunque toda relajación desapareció en el momento en qeu Matt mencionó San Mungo. Aquello alteró a Sagitas, que saltó de la cama y bajó corriendo las escaleras mientras se cubría con una bata. Salté de la cama, llevando el pantalón de pijama y una camiseta en la mano, que logré ponerme a duras penas mientras la perseguía descalzo, corriendo escaleras abajo, a punto de rodar en un par de ocasiones.

 

Cuando llegué al pie de las escaleras, frenando la carrera hasta detenerme junto a Sagitas. El chico estaba parado en mitad de la entrada, mirando a su alrededor con el ceño fruncido. Lo rodeaban las flores, cientos de pétalos oscuros que se habían colado por la puerta abierta. Él también parecía que llevaba poco tiempo despierto, aunqeu a diferencia de mi, prefería dormir en pantalón corto y parecía haberse dejado la camiseta en la habitación. Se giró hacia nosotros, alzando la mano izquierda, donde sostenía un ramo.

- Este lleva mi nombre. Y he visto otro en la entrada que lleva el vuestro - dijo, señalándonos a los dos con el ramo. - Incluso hay uno con el nombre de @ Sean -Ojo Loco- Linmer

 

Matt miró el ramo, encogiéndose de hombros. Luego señaló a su alrededor.

- Bajé a la cocina y me encontré la puerta de la entrada abierta. La entrada ya estaba llena de estas hojas negras. 

 

Observé a Sagitas, que miraba al chico con evidente preocupación. Le pasé la mano por la cintura, intentando tranquilizarla.

- Parece que no podremos quedarnos en la cama.

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Ya en la Mansion no se podia dormir....ni siquiera bien acompañado. Y mira que uno estaba feliz, a fin de cuentas el destino nos sonreia. Ya Derhorm era un recuerdo del pasado, habiamos recuperado a los crios y el Libro de Thot dejandolo en buena custodia con los gusanos. todo ganancias. Y lo mejor habia recuperado mi cuerpo. Ya no era un poltesgeist...o algo parecido. Ahh que felicidad verme corporeo en toda la inmensidad de todas las partes de mi cuerpo. 

Y bueno....que decir...con mi cuerpo tenia muchas cosas que probar, a ver si no se habian oxidado algunas artes. Asi que en la noche anterior de esta mañana ya me habia rodeado de mas de una heredera con el  gen de veela...y habiamos pasado en mi cuerto de la mansion un bonito..sensual....y pervertido encuentro. Y cuando uno se aprestaba a dormir...ya la vieja bruja comenzaba a gritar. Asi que deje al trio de mansebas durmiendo satisfechas y poniendome una toalla en mi torso para cubrir mis partes...tome el camino para bajar por la escalera..cuando oi a alguien mencionando mi nombre.

-Oye....porque dices eso de incluso....que yo soy una figura respetable de la comunidad magica...y ahora con cuerpo...soy el alma de cualquier fiesta.- dije sanjando el asunto mientras me acercaba al grupo. Y ya cerca extendiendo la mano para tomar mi invitacion. -y por favor...algo de silencio...que las chicas de anoche aun duermen...podrian ser educados al menos por un dia.

Bien a ver como caia todo, aunque si la Sagitas unia dos mas dos ya preveia el siguiente grito. Por suerte no habia una sarten o una ballesta cerca....era eso....o tendria que defenderme de otra forma...deslumbrando a los precente con mi bella y potente carroceria oculta bajo la toalla. Mientras corria rapido a un refugio...

@ Sagitas E. Potter Blue @ Matt Blackner

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Me encontraba caminando por las calles de Ottery, en medio de la tenue noche, buscando por ahí un lugar en donde refugiarme, cuando de repente la luz de la luna desapareció y miles de sobres de color blancos y en llamas comenzaron a caer por todos lados, dejando todo rincón lleno de ellos, tanto así que parecía una escena del crimen. Tomé una de las mismas y la guardé por precaución, pues aquella situación era demasiado inusual. 

Seguí caminando un par de horas más y llegue a las puertas de la vieja mansión Potter Black. Cuando la vi mi sorpresa fue mucha, pues aquella estructura arquitectónica era demasiado hermosa por fuera (aunque no se mucho de arquitectura, para mi era increíblemente bella) y al ver con un poco más de atención, pude notar que algunas luces estaban prendidas, por lo que junté valor, subí a la acera y toque la puerta; esperaba poder quedarme allí al menos por lo que quedaba de la noche, pues afuera hacía frio y mi ropa no era la adecuada. 

Me retiré unos paso y me senté al borde de la vereda, pues no sabía si realmente habría alguien despierto que me pudiera atender, solo lo supuse por ver unas cuantas luces prendidas a estas altas horas de la noche, donde la oscuridad de las demás casas se notaba, ya que por las veredas solo alumbraban unos cuantos faroles y alguna que otra luz de algún pórtico. 

Volví mi mirada hacía la puerta de a mansión y esta vez pude notar un ramo de rosas negras, pero que antes no estaban allí; no es algo que no puedas notar a la primera, así que me acerqué nuevamente para verlas, pero algo en ellas no me inspiró confianza así que solo las empujé con mi pie por si eran peligrosas al tacto. Volví a alejarme y cuando estaba por sentarme, un ruido me desconcentró y me hizo caer. 

 

@ Sagitas E. Potter Blue

 

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