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.: Castillo Triviani :. (MM B: 78361)


Mentita
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Perro insolente. Se atrevía a reírse de mí creyendo que nuestro parentesco me impedirá cometer filicidio. Apreté los labios para no soltar un improperio o una provocación, y así me mantuve incluso cuando preguntó por Alyssa. No podía dejar caer delante de mi hijo que su tía se encontraba fornicando cual conejo en celo con todos los mortífagos que se encontraba. Para ser justos, sólo habían sido Pik y Lacrimosa. De igual modo, tampoco podía comentar lo de su embarazo, pues aún no se había decidido exactamente cuál sería el futuro de aquel vástago non grato.

 

... un favor — mi atención, totalmente dispersa, volvió a centrarse con total intensidad en Alexander.

 

Torné el rictus en un gesto serio y prudente, pues ni yo era dada a ofrecer ayuda ni era habitual que él la pidiera. Distraída, me di cuenta de que los ojos azules de Alexander eran casi idénticos a los de mi gemela, mientras nuestras miradas se enfrentaban con solemnidad. El silencio se prolongó entre nosotros mientras el atardecer transformaba el cielo en un cuadro de luces rojizas y ambarinas. Era tarde, así que debíamos regresar al castillo si no queríamos morir congelados.

 

Rompiendo aquel lazo invisible que nos mantenía en una cómoda quietud, me incliné para tomar a Apocalipsis entre mis brazos, quien había estado correteando como un adolescente entre mis piernas. Acaricié el pelaje rosa del animal y besé su cabeza, sin decir absolutamente nada. Alexander seguía esperando unarespuesta, pero yo me limité a comenzar el viaje de regreso a la Triviani. Con pasos vigorosos pero no excesivamente apresurados, me dispuse a atravesar las gigantescas extensiones verdes que pertenecían a la familia. Afortunadamente, el Malfoy había comprendido la indirecta y seguía mis pasos a una corta distancia; casi podía escuchar su mente trabajando por dar posibles explicaciones a mi silencio, el cual rompí inmediatamente al tiempo que recolocaba la carga de Apocalipsis entre mis brazos.

 

¿Qué es lo que necesitas? — la cautela asomó a mi voz —. Haré lo que esté en mi mano para ayudarte, pero me gustaría saber antes si es algo serio o sólo... — fruncí el ceño, disgustada al pensar en aquella posibilidad, y giré el rostro para enfrentar a Alexander—. O sólo es una de tus bromas pesadas — un brillo de furia salvaje resplandeció en mi mirada.

Editado por Aland Black Triviani

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Comencé a seguir a Aland hasta el bastión, esperando su respuesta. Esperaba que se ofreciese a ayudarme como digna matriarca que era, siempre dispuesta a darlo todo por su familia, pero parecía vacilante, como si la simple idea de echarle una mano a su hijo le plantease más de una duda. Ausente como si volviese a estar en absoluta soledad, echó a caminar con paso firme en dirección a su hogar, acunando a Apocalipsis como si se tratase de un bebé.

 

Sí, un favor. La única broma pesada que hay aquí es eso que sujetas entre tus brazos – respondí nada más escuchar sus palabras, intercambiando mi mirada con la suya durante unos segundos –. Cuando necesite acudir a ti para que me ayudes, ten por hecho que no se trata de cualquier tontería. Puede que apenas me pase a verte por el Castillo, pero confío en ti.

 

Continuamos caminando, ambos con los ojos clavados en la hierba de los jardines, en tono reflexivo. No sabía bien cómo expresarme con lo que iba a pedir. En realidad era una tontería, algo sin relevancia que a Aland seguramente no le pareciese importante, pero ella era una de las pocas personas con las que podía compartir algo como aquello. Era una de las pocas a las que les podía ceder algo que para mí significaba tanto, aunque no siempre supiese cómo demostrárselo.

 

Espero que lo sepas.

 

Llevé mi mano al bolsillo y recogí algo de él, retirándolo para mostrarlo ante sus ojos. Era un frasco de cristal de tamaño diminuto, impoluto y con algún decorado elegante propio de un Malfoy. Hacía ya mucho tiempo que lo había recogido de alguna recóndita cámara de la Mansión, donde mis familiares guardaban viejas reliquias como aquella que nadie echaría en falta en caso de que un ladrón la tomase para sí.

 

Es un recuerdo, uno muy especial. Quiero que lo cuides – se lo tendí con intención de que lo tomase para sí. Mi mirada expresaba todo lo que no necesitaba decir, aclarando su gesto que era algo privado y personal a lo que sólo yo podía tener acceso –. Escóndelo, protégelo como si se tratase de la vida de tu hijo. Aunque no sé si eso quiere decir algo.

 

Miré a Apocalipsis, el cual me fulminaba con aquella mirada animal y salvaje, lanzando amenazadores mordiscos al aire. Estaba seguro de que si Aland lo soltase saldría correteando a morderme los dedos del pie.

 

Aléjalo de él. No me gustaría que se atragantase.

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Ya sólo quedaban los vestigios de lo que había sido, o quizá ni eso, y es que seguramente sólo fue su cabeza obstinada la que alguna vez le hizo pensar que era alguien -no, no solo fue su cabeza-, pero lo cierto fue que al fin y al cabo lo olvidaron, lo humillaron y lo hicieron a un lado. Para él fue increíble la manera en que le pagaron sus años de servicio, de sacrificio, de gloria... Cuando se fue, nadie preguntó adónde iba y mucho menos si algún día iba a regresar, -ingratos- de haber preguntado tampoco hubiesen encontrado respuesta alguna, y ahora que decidía volver mucho menos dispondría explicar o hablar del tiempo pasado y perdido, eso era cuestión suya, suya y de nadie más.

 

Caminaba con la cabeza agachada, pasos lentos, manos en los bolsillos y cientos de pensamientos moviéndose a la par suya entre las sombras, las sombras de las oscuras y tétricas calles de Ottery, un lugar que no lo esperaba, y él tampoco esperaba estar ahí, pero ahí estaba. La capa sobre sus hombros se arrastraba hasta el piso, era increíble que no estuviera rota con el roce que esto generaba, más bien estaba impecable al igual que su pantalón gris y camisa blanca abotonada hasta el cuello. Siguió andando durante varios minutos sin alzar la cabeza, no necesitaba ver su camino, él sabía para donde iba y cómo llegar ahí, lo que no sabía era por qué necesitaba ir a ese lugar, pues podía simplemente llegar a su destino final y reclamar lo que era suyo –pero esa idea es muy est****a- y él era todo, menos tonto, y su regreso a aquel lugar no era un simple capricho, tenía que medir y elegir muy bien sus pasos.

 

Pero por alguna razón su instrumento de medida estaba defectuoso, pues cuando pensaba que había llegado al sitio al que se dirigía, se dio cuenta que estaba en otro totalmente distinto. No le quedó de otra que dar marcha atrás a sus pasos y buscar el camino correcto, esta vez prefirió alzar la vista, de manera que las luces de los faros lograron iluminar su rostro; un tipo apuesto, un tanto demacrado y con visibles ojeras negras bajo sus parpados, aún así cualquier tipa necesitada no dudaría en “quererlo”, y él no ofrecería resistencia, estaba más que dispuesto, después de tanto tiempo…

 

El haber recorrido el doble de camino que se suponía que debía hacer, le permitió a al menos pensar con más tiempo y claridad las cosas, su plan, su objetivo. Dobló una esquina y avanzó al menos tres cuadras más, giró a la izquierda y siguió recto unos metros hasta que logró ver el imponente castillo Triviani, en donde esperaba ser recibido, o por lo menos no echado a patadas.

 

Al llegar al área limítrofe de aquel hogar siguió andando con paso sigiloso hasta la puerta delantera, llevó su mano derecha hasta su varita –por si acaso- pensó, y se sentó a esperar afuera. Decidió no entrar, en algún momento lo haría, pero no era ese. Por alguna razón pensaba que lo mejor en ese instante era aguardar junto a la puerta, a pesar que tenía tanto derecho como cualquiera sobre ese lugar, o eso era lo que él pensaba. –El tiempo ha llegado-, susurró casi sin mover sus labios.

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La noche era fría, se sentía como la brisa silenciosa movía los árboles en una suave danza. No había casi nieve, el invierno se iría pronto dejado un suave rocío de gotas en la hierba. Afrodita caminaba tranquilamente por la zona, normalmente eso lo hacía para reflexionar cuando su mente se encontraba en un torbellino de pensamientos e ideas, no sabía realmente que hacer con todas las cosas que le estaban sucediendo últimamente y había un sentimiento extraño y particular que no reconocía, era cálido e inusual.

 

-¿Qué piensas Afro?- Susurró para sí misma, negado con la cabeza, fuera lo que fuera iba ignorar aquello. Se recostó a un árbol, observado las estrellas hasta que una en particular le llamó la atención, sacó un cigarrillo del bolsillo de su túnica azul y lo encendió, comenzó a fumar sintiendo como todo su cuerpo se relajaba por cada calada que daba. Le encantaba el clima de esa noche, su mirada se dirigió hacía los alrededores, fijándose realmente en cuanto había caminado, el Castillo Triviani se encontraba frente a ella y ni se había dado cuenta.

 

Se preguntó como estaría la situación de Alyssa y Pik actualmente o si Danyllus estaba ahí haciendo de las suyas. Iba a irse cuando tiro el cigarro y lo aplastó con sus botas altas cuando observó una silueta extraña. Se quedó un rato mirado pero la persona estaba ahí en la entrada, no le iba el rostro así que no tenía idea de quien se trataba, pero había algo en ese chico que le parecía realmente conocido a la Malfoy.

 

Comenzó a moverse poco a poco hacía la entrada del castillo, su mano derecha fue directamente hacía el bolsillo, agarró su varita con firmeza, no sabía realmente de quien se trataba pero no le daba buena espina. Cada vez que daba un paso tenía un presentimiento, ese típico donde te das cuenta que las cosas van a dar un giro repentino.

 

-¿Quién rayos eres?- Susurro al oído la banshee llegandole por la espalda, presionó su varita en el cuello del hombre. Su mirada se fijo en el tipo bien y un sentimiento que hace mucho no experimentaban revivió, esa fragancia y esa contextura solo era de una persona. Bajo la mano donde tenía la varita y se movió frente al subjeto, sus ojos se abrieron de pura sorpresa.

 

-¡Tú!- Fue la simple palabra que salió de los labios de la Mortífaga, fueron pocos segundos hasta que reaccionó, levantó su mano derecha y con todas sus fuerzas le dio una cachetada que resonó, dejándole la mejilla marcada -¿Que rayos haces aquí?-Le preguntó, sus ojos mostraban la rabia y enojo que sentía. En ese momento Afrodita Malfoy quería matar a la persona que se encontraba frente a ella, su hermano.

Editado por Afrodita Malfoy
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El drama parecía llamarla con una voz susurrante de forma constante, como si el aroma de la manzana prohibida la llevara de las narices a donde no debía entrometerse. Sin embargo Goshi tenía cierto apetito por aquellos lugares inciertos, que sabía que no debía pisar. No de esta manera, pero no podía vivir con la angustia que le provocaba aquel enrosque trabándole la garganta.

 

Se adentraba en el castillo Triviani, sabiendo muy bien que a Alyssa no le resultaría muy agradable su visita luego de semejante episodio en la fortaleza. Pero los pensamientos le carcomían la cabeza cada noche, cada día que pasaba, pensando en aquel vientre que seguramente no dejaría de crecer bajo la culpa del engaño entre dos amantes. Ella también era madre, y comprendía que no estaría viviendo un momento muy feliz. No podía ella también cargar con esa culpa.

 

Sus pies recorrieron el camino que atravesaba los jardines, buscando al final del mismo la puerta que ya había cruzado una vez, y le atemorizaba un poco volver a hacerlo. Era el hogar de una familia de locos, que quizás fuera de su territorio hasta parecían ser personas normales, pero dentro de su madriguera, eran conejos enloquecidos con sed de sangre y una mente retorcida. Aún recordaba el olor de la sangre de aquel elfo que había muerto en sus manos, y el dolor de cabeza provocado por el golpe de la mampostería que se había derrumbado encima suyo.

 

Era imposible no sentir un poco de miedo.

 

Respiró profundo, exhalando el aire con mucha fuerza y continuó caminando.

 

El aroma de los pinos y frondosos árboles que provenía del bosque colmó sus sentidos, experimentando una frescura que la hizo sentir más relajada, aunque por momentos hasta le parecía que podría llegar a tratarse de una vieja trampa de aromas somnolientos a prueba de extraños. Sacudió la cabeza. No podía estar delirando tanto en tan poco tiempo.

 

Cuando volvió la mirada hacia el castillo, notó que no era la única que se encontraba allí. Rápidamente cubrió su cabeza con la capucha de su abrigo y se apartó del camino lo más sigilosa que pudo para esconderse detrás de uno de los árboles que lo circundaban. Con paso ligero y silenciosa como el viento, atravesó el bosque de puntillas, procurando no pisar ninguna rama seca para averiguar de qué se trataba aquel encuentro.

 

Una sonrisa se le dibujó en los labios al notar que se trataba de una mujer, acompañada de una sombra contorneada por una capa oscura, y una varita que los separaba a ambos.

 

Al escuchar la voz de la Malfoy, los ojos se le desorbitaron.

 

"¿Qué? ¿De nuevo, ella? ¡¿Qué rayos hace aquí?!"

 

Hubiese deseado gritar, pero no era momento, ni lugar. De lo único que estaba segura, era de que la presencia de Afrodita no haría más que empeorar las cosas. Se llevó los nudillos a la boca para apretarlos con sus dientes y maldijo por dentro, quedándose allí a esperar, con una mano en el bolsillo donde sostenía la varita, como si aquella sirviera realmente de algo en caso de emergencia.

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¡Pero vaya que hay cotillas en un pequeño pueblo! Al menos así había sido como May se había enterado de que uno de sus hermanos había regresado a casa y estaba ahí para quedarse. Bueno, decir "que había vuelto a casa" era mucho, el ingrato de su hermano mayor ni siquiera había tenido la decencia de pararse en el Mansión Malfoy para anunciar su regreso, mucho menos para mandarle una mugrosa lechuza con una nota mal escrita. ¡Pero qué cosas pedía aquella mujer!, ¡seguramente estaba loca! Pedirle a su hermano que le avisara sobre su estado era mucho, seguramente el tenía mejores cosas que hacer que acordarse de la menor de sus hermanas... ya verían si eso era cierto.

 

Conocía el castillo Trivini, quizás había estado ahí en un par de ocasiones pero ahora su memoria poco recordaba de aquella residencia. Obviamente conocía a las matriarcas, una de ellas por casi nada había sido su hija, lo cual hubiera sido más que problemático para esas alturas del partido; sin embargo, al final, la boda jamás había ocurrido y ella podía decir que el único parentesco que la unía con los Triviani era el cariño incondicional a las matriarcas y la irracional atracción que habían vivido sus dos hermanos favoritos por ellas. Sí, tanto Blake como Cubias habían tenido algo más que una simple relación cordial con las matriarcas y ahora la bruja se encontraba ahí por uno de ellos; a pesar de la fuente de la llegada de Cubias, ella simplemente tendría que verlo con sus propios ojos.

 

Aquellas fueron algunas de las razones por las que una mujer no mayor al metro setenta caminaba por las calles de Ottery; envuelta en un capa oscura como la noche se movía velozmente entre callejones para acortar su camino hasta el destino que buscaba. No tardo mucho en llegar, realmente cuando ella quería algo no había poder humano -o sobrehumano- que pudiera interponerse entre ella y su objetivo; aquella noche el objetivo era el Malfoy. Tenía largos meses, por no decir años, sin saber más que lo elemental de él, es decir, que él seguía vivito y respirando en algún punto de planeta, ¿dónde? ¡sólo él sabía!, aunque para ese momento tampoco es que a ella le interesara mucho; si él no se lo había dicho por algo sería, pero si algo jamás le perdonaría era que él desapareciera tan cruelmente de su vida, pues Cubias era el único recuerdo -vivo- que ella tenía de Blake.

 

Sus mejillas estaban ligeramente sonrosadas cuando se detuvo en los límites del castillo, ¿qué rayos le diría? ¿Y si no estaba? ¿Y si al final todo era un chisme para que ella fuera a hacer el ridículo? ¡Pamplinas! Ella jamás haría el ridículo; además, estaba segura de que una de las figuras, que estaban frente a la puerta, era Afrodita. En efecto, los rumores volaban. Nuevamente apuro el paso, sí ya estaba ahí, ¿qué caso tendría hacerlo esperar? Además, estaba segura de que su hermana acababa de cachetear a alguien y si aquel no era Cubias, ¡qué la ahorcaran por curiosa!, pero ella quería saber a quien acababan de abofetear.

 

—¿Goshi? —preguntó la bruja cuando se encontró a la mujer en el camino al encuentro de sus hermanos, desde aquel lugar ambas permanecían ocultas por algunos árboles, no sabía si la reconocería pues tenían meses sin verse pero seguramente no cualquiera le hablaría con tanta familiaridad— Son... mis hermanos, ¿verdad? —añadió muriendo de vergüenza, sólo aquellos eran capaz de hacerla pasar penas en casa ajena—. Este... ¿me acompañas o quisieras evitar este drama?

 

Las últimas palabras las había soltado justo cuando ya había dado el paso; estaba segura de que ella la seguiría. No tardó mucho en llegar hasta la puerta donde se detuvo en seco haciendo a un lado la capucha que le cubría el rostro. Su cabello estaba suelto y sus rizos despeinados por la rapidez del trayecto; sus mejillas rojas por el frío y sus ojos miraban a Cubias con un brillo asesino. Ahora entendía porque Afrodita lo había golpeado; incluso ahí, teniéndolas enfrente de él, Cubias parecía ajeno a la presencia de sus dos hermanas, probablemente las que más lo quisieran. Era un insensato, siempre lo había sido.

 

—Así que es cierto... —murmuró la castaña antes de acercarse a su hermano dejando caer una de su zapatillas sobre el pie de él. Era un gesto bastante infantil, es cierto, pero sumamente placentero.

Editado por May Malfoy

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Por un instante Cubías pensó que era una mejor idea entrar sin preámbulos al castillo, pero aquella tentativa se desvaneció tan pronto cuando éste advirtió la llegada de alguien al lugar. A esa hora de la noche y con el frio que penetraba hasta la capa más robusta, era inusual que alguien deambulara sin razón alguna por las calles de Ottery. –Será alguna de las matriarcas, ojalá así fuera, con las ganas que tengo…- pensó.


Pero al mismo tiempo reparó en que aquel lugar no era precisamente un sitio seguro, podría tratarse de un bandido – ¡ja bandido!- repitió en su mente conteniendo una sonrisa burlona y recordando su pasado, un pasado que no podía borrar. Se distrajo un momento pensando en la marca que seguía impregnada en su brazo izquierdo, cuando de pronto aquella presencia irrumpió en el lugar y cuestionó con tono amenazante incluida una varita apuntando a su cuello.


Cubías no se inmutó, desde que había llegado él tenía su varita preparada y pudo haber proferido cualquier hechizo en contra de aquella mujer que ahora lo amenazaba, una floritura hubiese bastado para tumbarla al piso, pero por alguna razón Cubías no realizó movimiento alguno y en cambio fue sorprendido por una cachetada, esa no la vio llegar.


-Afrodita- susurró al verla, no le complacía verla, después de todo ella tampoco había hecho el intento por saber de él en todo ese tiempo que estuvo ausente. –No creo que sea de tu interés qué hago acá-, respondió de forma tajante el hechicero a la bruja, intentó disimular una sonrisa burlesca pero no pudo.

En seguida, y sin tiempo a que su hermana dijera otra palabra, Cubías giró levente el cuello al advertir la llegada de otras dos figuras. –Esto es raro-, pensó el ojinegro, y es que minutos atrás aquellas calles y avenidas parecían desiertas, ¿cómo era posible que la tranquilidad aparente del lugar fuese perturbada de manera tan rápida?.


No pudo responder aquella pregunta pues pronto sintió una pisada sobre su pie. –Que bien, es perfecto, todo este tiempo sin impórtales mi paradero y ahora las tengo a las dos acá, como si nada…si no tienen nada importante que hacer es mejor que se larguen- , dijo Cubías ahora enfocando la mirada hacia May, su otra hermana.


Estuvo a punto de decir algo más, pero su atención fue atraída por la tercera mujer en el lugar, la observó de pies a cabeza sin poder recordar quién era. Por un momento sintió temor, temor de haber perdido parte de su memoria, a lo mejor era eso, pues no podía saber quién era la otra ¿acaso otra hermana?, Cubías mantuvo fija la vista en aquella dama, no le importaba ser muy obvio al observar también sus pechos.

Editado por Lord Cubias

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—¡¿Pero que diablos estás diciendo?! —gruñó la castaña mientras encaraba a su hermano.

 

Se encontraba a centímetros de él, de no ser porque era su hermano y por lo furiosa que acababa de ponerse la mujer, cualquiera podría pensar que ella estaba a punto de besarlo. Sin embargo, aquello era lo más lejano a lo que ella tenía pensado en ese momento; una parte de ella quería asesinarlo de inmediato, otra estaba tentada a reactivar los calabozos de la familia Malfoy y recordar porque había sido mortífaga. Un par de rasguños no le harían daño, además en San Mungo siempre necesitaban sangre y seguramente la de su hermano no sería tan mala, pesada seguro, pero no podía ser de tan mala calidad, al fin y al cabo, era su hermano y la sangre era lo único bueno que tenía.

 

—¿Sabes que eres un tonto verdad? —preguntó aunque no necesitaba la respuesta— Además, ese reclamo puede hacerse por los dos lados. ¿Por qué no me buscaste? Se supone que eres el mayor, se supone que tú debías cuidarme a mí; al menos eso siempre le dijiste a Blake que harías —dijo sin importar que aquello pudiera herirlo más a él que a ella. Sí, Blake había sido hermano de ambos pero Cubias siempre había sido inseparable de él y todo se había complicado después de la muerte de éste, de hecho, eso era algo que aún no habían logrado esclarecer.

 

Los ojos de su hermano parecían irse hacia los atributos de Goshi, podía ser un tonto pero seguía siendo su hermano; sus debilidades no habían cambiado y ella lo aprovecharía. Con un suave movimiento sacó de su bolsillo interno la varita sosteniéndola a su lado, no lo había amenazado, esperaba que él rectificara sus palabras, realmente quería que lo hiciera. Incluso que se disculpara por lo de Blake. Afrodita siempre lo había culpado -junto con Ludwig- por la muerte de su adorado hermano, y si ella lo hacía era porque había gato encerrado, al fin y al cabo, ellos habían heredado todas las acciones del casino. ¡Esa parte era de ellas!

 

—No cambias, ¿verdad? —murmuró golpeando su barbilla con la varita— ¿No reconoces a Goshi? Es obvio que no, si no la miras a los ojos no creo que logres hacerlo.

 

El pasado de aquella generación parecía haberse escrito en una montaña rusa, tenía tantas vueltas y altibajos que simplemente estaba muy enredado pero todos habían aguantado, como podían pero lo habían hecho y ahora Cubias le echaba en cara que la culpa era de ellas por no haberlo buscado. Imposible, sencillamente imposible. La castaña miró a su hermana buscando refuerzos, sabía que Afrodita no se andaría con nimiedades, mucho menos con palabras tan ligeras como las que ella había dicho; no, Afrodita era la gemela de Lilian y si algo les gustaba a ambas eran los cuchillos, quizás hasta ella se les uniría. Cubias se lo había ganado.

 

—Dame una buena razón Cubias... sólo una para no lastimarte, hermanito —musitó al tiempo que apretaba su varita contra el estómago de su hermano, un movimiento en falso y adiós sobrinos. Probablemente él odiaría haber sido uno de los maestros de duelos que ella había tenido, pero si ella había aprendido -y vaya que lo había hecho- Cubias tendría que tratarla con más cariño.

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Cada palabra que había dicho Cubías fue un cuchillo en su interior que se incrustaba de una manera que desgarraba, su mano se volvía puño, sentía las enormes ganas de golpearlo, cortarlo, torturarlo y matarlo; no le importaba el orden pero estaba segura que si seguía diciendo palabras así estaría en graves problemas porque ni el diablo lo salvaría de lo que le esperaba. Era un inconsciente inmaduro que solo pensaba en sí mismo, no podía creer que alguien como él fuera depresivo y solo supiera lamentarse ¿Sera que fue una falsa que alguna vez fue un Ángel Caído temido por la comunidad mágica? Porque la persona que se hallaba frente a ella no era ni la cuarta parte del ex Mortífago con quien se crió.

 

-Seguramente vienes aquí para ver si te consigues una cama caliente ¿O me equivoco? - La voz de Afrodita salió fría y distante, no necesito mucha prueba a lo que decía cuando vio como se comía a Goshi con la vista. Ya estaba viendo rojo, no era tan paciente como May, quería darle otra cachetada y tirarlo a los calabozos de la mansión Malfoy, ahí Ares haría un buen trabajo comiéndoselo, así su lengua ácida se callaría por una vez y dejaría de decir tantas tonterías. Había tantas cosas que olvidaba y una de las tantas era Blake Hanzo y su muerte misteriosa; que su hermana pequeña se lo hubiera recordado fue como un balde de agua fría, no lo considero precisamente como hermano, tuvieron una relación bastante peculiar pero le había dolido mucho y aún no sabía realmente que sucedió.

 

-¡Claro! Todo siempre se trata de tí y tus mil dramas, ¿Estuviste alguna vez pendiente de nosotras realmente? ¡Ni siquiera una carta diciendo que estabas vivo! Es más fácil huir porque no te gusta algo y echarle la culpa a los demás, parece que se volvió tú hobby favorito-

 

El tono de la Mortífaga se fue elevado cada vez más, hasta llegar a un punto donde eran puros gritos. Sus mejillas se encontraban sonrojadas pero no precisamente de timidez; aquella mirada azulada cada vez era más opaca, volviéndose un celeste frío como el hielo. Lo odiaba, en ese preciso instante lo destetaba de una manera que le causaba asco, solo se había aparecido para causar problemas, para tirar veneno por la boca y querer lastimar, no parecía el hermano cariñoso que la cuido y protegió cuando estudiaba, ni siquiera el chico maduro con aspiraciones de grandezas, lo que veía frente a ella era un viejo amargado con la vida.

 

-Dinos Cubias.... ¿Qué hiciste cuando desaparecí? ¡NADA! Estaba enterrada bajo el agua y tú lo que andabas era acostándote con lo primero que consiguieras. ¿Qué nos olvidamos de tí? Tú eres el único de este lugar que se olvido de nosotras, te buscamos como unas est****as por todos lados pero ni siquiera en el infierno estabas- La respiración de la banshee era irregular, había perdido el control desde hace rato, la consumía la rabia.

 

-Pero que importa todo eso, aquí tenemos al gran Lord Cubias haciendo presencia después de unos cuantos años.... ¡Hagámosle una maldita reverencia para que si se sienta cómodo y feliz en Londres! ¿Qué quieres? ¿Para que viniste a este lugar? Lárgate, tú presencia solo causará problemas - Las palabras salían de manera burlona, pero May sabía muy bien lo que sentía Afrodita en ese instante, porque era un sentimiento que ambas compartían, la diferencia es que cada una lo demostraba a su manera.

 

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Me ofende que dudes de mí — siseé —. No sé cómo ser madre, pero sí sé cómo ser leal a mi familia. Y tú eres parte de ella — clavé en él unos ojos indignados.

 

Sostuve el frasco entre mis manos, girándolo entre los dedos para observar mejor el pequeño objeto. Alexander y yo nos encontrábamos detenidos en una planicie de brillante césped verde, enfrentados y separados por apenas un metro de distancia. Había depositado a Apocalipsis en el suelo para poder examinar el diminuto recipiente, pero ignoré sus gruñidos exigentes para regresar a mis brazos.

 

Alexander, ¿qué es esto? — con la mirada agudizada, elevé el frasco para verlo al trasluz, aún intrigada por su contenido —. No, mejor no me lo digas. Prefiero no saber si se trata de algo ilegal — desapareció en uno de mis bolsillos; cuando llegara al castillo lo pondría en un lugar más seguro —. Cumpliré con mi promesa.

 

Silbé para llamar la atención de Apocalipsis y acto seguido reanudé mi marcha hacia la Triviani, seguida muy de cerca por mi hijo. El conejo se movía como una amorfa masa rosa junto a mis pies, como si separarse más le impidiera seguir con aquel ritmo tan elevado para sus cortas patas. Me pregunté en silencio cómo lograría cazar las grandes piezas que a veces traía, pues la mayor parte del tiempo parecía un animal obeso minusválido.

 

¿Quieres comer en el castillo? — rompí el silencio —. Le diré a Chuck que prepare la cena, hay comida suficiente para otra persona. Y así tal vez tengas la oportunidad de ver a Alyssa, aunque... — mis pasos se detuvieron.

 

Maldición. Había estado tan absorta pensando en la comida y en la visita de Alexander que no había percibido su llegada. El antaño patriarca de la familia, Lord Cubias, había regresado tras meses (¿años?) de ausencia. De hecho, varias mujeres lo rodeaban, recordándome a sus viejos tiempos de casanova. Probablemente habían tardado apenas unos segundos en aparecer tras él, entreteniéndolo en los terrenos Triviani. Apreté los labios hasta convertirlos en una fina línea, dividida entre las ganas de acercarme a saludar y el terror que me instaba a alejarme. Finalmente, ganó lo segundo. Sin ningún miramiento, tiré del brazo de mi hijo mientras caminaba apresurada hacia el castillo arrastrándolo tras de mí.

 

J0der — fue la única palabra que pude pronunciar. En mi mente resonaban mil insultos más elaborados —. Rápido, Alex, usa tus piernas, pareces una babosa lenta — apreté mi agarre, agachando la cabeza y acelerando el paso. El Malfoy a duras penas seguía mi ritmo, aún desconcertado por mis bruscas maneras —. Perdón. Es que quería evitar a cierta persona — expliqué cuando estuvimos en la entrada junto a un servicial Chuck que nos abría la puerta —. Soy una cobarde, soy una cobarde — murmuré, frotando las palmas de mis manos en las perneras de mis jeans —. Chuck, avisa a los patriarcas que haya por aquí — ordené con un gesto vago. Candela era un animal enfurecido con todo el mundo, Danyellus un petulante engreído y yo me moriría de la vergüenza hasta asfixiarme; Alyssa era la única que podría darle la bienvenida de un modo civilizado —. Diles que Lord Cubias ha regresado. ¡Date prisa y mueve tu escuálido trasero, maldito elfo!

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