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.: Castillo Triviani :. (MM B: 78361)


Mentita
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Escuché cada palabra de Mizuky con atención, como si de un momento a otro fuera a decirme algo, algo que me diese alguna pista sobre todo por lo que había pasado hasta su regreso al Castillo. Como buena Triviani que era, había desaparecido durante largos meses sin ni siquiera decir adiós, para luego volver y actuar como si no hubiese sucedido nada. Caminaba por la cocina de un lado a otro buscando comida con la que saciar su hambre, y encontrando más de un licor con el que calentar su gaznate. Apenas había cambiado tras tanto tiempo, eso sí era cierto.

 

Estoy aquí para escucharte – dije al tiempo que miraba un asiento de la cocina y me sentaba segundos después sobre él, clavando mi mirada marina sobre ella, aguardando por todo lo que tenía que decirme. Abrí la boca con intención de decir algo, pero finalmente retrocedí para mencionar otras palabras totalmente distintas –, pues por mucho que te olvides de tu padre tú siempre vas a llevar mi apellido, y eso es algo que siempre debemos proteger.

 

Observé el cigarrillo que Mizuky llevaba a la boca y sentí el impulso de llevar mi mano a mi bolsillo en busca de algunas caladas, cuando en ese preciso instante recordé que aquel viejo vicio lo había dejado atrás, o eso pretendía hacer creer. Por suerte, no se hacía notar tanto como mi alcoholismo, el cual parecía volver y volver cada vez con más fuerza, como si de un día para otro desease ahogarme en un mar de whisky y dormir allí para siempre.

 

¿Y bien? – la apresuré, viendo que se tomaba su tiempo –. Yo también tengo mucho que contarte.

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Mientras sentía cómo el humo llenaba mis pulmones para después salir como finas lineas blancas por mi boca, mi padre observaba mostrando con sus ojos deseo. Él había dejado ese vicio, esa manía, ese deseo de un poco de nicotina para pudrir los pulmones. Lo miré con un poco de compasión y dejé la caja de cigarrilos sobre la mesa y junto a ella el encendedor. Después de lo que iba a contarle, no le vendría nada mal fumarse uno, lástima que no eran los cigarrillos de mandrágoras que me habían dado en Bulgaria, esos te hacían sentir literalmente en el vacío, en la nada, como si todo el mundo al rededor desapareciera. Pero me los había fumado todos hacía no más de dos semanas, quizás tres, no llevaba por completo el control del tiempo.

 

-Personas como nosotros, morimos en batalla, en misiones, en venganzas- dije con una sonrisa -No por un poco de nicotina.

 

Dicho eso, noté la impaciencia de mi padre por saber que había pasado, pues el también tenía su historia y esperaba con ansias escucharla. Le dí otra pitada al cigarrillo y me ahogué en un ataque de tos al darme cuenta que había recibido una punzada en el corazón, como si alguien metiera la mano en mi pecho y lo estrujara. >No otra vez< pensé. Bebí otro poco de sangre y empecé a contarle.

 

 

-Todo empezó una noche, como tantas otras, en que salí a matar. Bueno, a alimentarme. Antes que nada, padre, debo confesar que no sólo me atraen los hombres y esta es una historia de amor, de una vampiresa y una demonio. Ella era Celine, y aquella noche había sido mi víctima siendo a su vez la victimaria, pues al seducirla, esa misma noche la llevé a mi cama y quien iba a ser mi fuente de alimento se transformó en un amor tan intenso como el fuego.

Me enseñó tantas cosas, ella había vivido tantas vidas, tantas historias, el lazo más fuerte que tuvo fue con Lilith, no papá, no la abuela. Lilith, el demonio que fué echado del Edén, la primer mujer de Adan. Esa Lilith le dió su vida a Celin. Así como Celín me la dio a mi durante dos años, tiempo que para los inmortales es un suspiro, para nosotras fué una eternidad. Vivimos allí, entre los alpes suizos, entre el frío de la nieve y el calor de nuestros cuerpos. Y así, una noche, Lilith la demonio apareció amenazándola con poner fin a mi vida de no recuperar su amor-.

 

Dejé la colilla de cigarrillo en un cenicero y bebí un poco más.

 

-Celine no pudo corresponderle, dijo que su amor me pertenecía y le pidió que se largara, que intentara ser feliz, que no le destruyera lo que más amaba que era yo. Sin embargo un demonio tan viejo y testarudo no escucha de razones y ese era el caso de Lilith. Ella se arrancó un pedazo de su corazón con sus propias manos, un corazón negro si me permites aclarar, y lo puso en mi haciendo un hueco en mi pecho- Desabroché unos botones de mi camisa, un poco más abajo de mi clavícula iniciaba un circulo en el cual había una estrella, una especie de pentagrama de demonios- Y se marchó. Celine intentó quitarme ese corazón pero era imposible, si lo sacaba corría el riesgo de perderme y decidió cerrar mi pecho con este dibujo. Lo cerró con una magia que sólo los demonios conocen. De todos modos el sello no importa, es fácil de romper. Pero el corazón... Intentamos ignorarlo, sin embargo al estar con Celine el corazón de Lilith reaccionaba y de alguna manera me controlaba, incontables veces traté de matarla, incontables veces le hice el amor siendo mio el cuerpo pero no mi alma quien la tocaba. Y por eso me fui de su lado, para que no salga lastimada por culpa de esta maldición.

 

Encendí otro cigarrillo.

 

-El corazón aún me controla, no siempre, pero de a momentos cobra vida y al sentir sus latidos me controla, a veces para matar, a veces para tener sexo, a veces para intentar acabar con mi vida.

 

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Escuchaba con suma atención el relato de Mizuky, en el cual se condensaba demasiada información como para no perderse en aquellos cinco minutos que había durado la narración. Siempre que regresaba al Castillo tenía algo nuevo que contar, una nueva anécdota llena de sangre, pasión y desenfreno, y por eso lado mi hija no me había decepcionado en absoluto.

 

Por un momento dudé sobre la veracidad de sus palabras. Demasiado fantasiosas, como si se hubiera inventado toda aquella historia de la nada con tal de llamar mi atención. La miré extrañado pero en completo silencio, pero fue entonces cuando me mostró la cicatriz de su espalda, la cual era totalmente real y desde la lejanía se podían palpar sus cortes.

 

¿Y qué es lo que te ha traído aquí, Mizuky? – le pregunté con frialdad, alargando mi mano para tomar uno de sus cigarros y prenderle fuego, llenando mis pulmones con una primera bocanada de veneno en nicotina –. No creo que encuentres lugar por aquí, hija mía, ni tampoco sangre de la que beber. Deberías volver a los Alpes, y no traer contigo el mal que llevas dentro.

 

Si todo lo que contaba era cierto, exponía a la familia entera a un gran peligro, y eso es algo que no podía permitir. No importaba que compartiéramos unos lazos, pues había más con quien también me sentía unido por ellos. Quizás Mizuky debería volver a su vida llena de independencia y soledad, lejos de los Triviani, y cuidarse como siempre lo había hecho. Si de algo podía presumir, era de haberse criado ella sola sin necesidad de un férreo referente paterno.

 

Dime qué es lo que sientes ahora, entonces – le cuestioné nada más oír sus referencias a la muerte y al sexo, conceptos que iban fuertemente unidos en su ser –. Dímelo.

 

Pegué una nueva calada y estremecí de gusto. Había olvidado aquel sabor que me inundaba por dentro y me liberaba de la tensión, y estaba seguro de que por mucho que me resistiese no podría escapar a él, al igual que nunca podría huir de mi hija.

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  • 3 semanas más tarde...

Pik Malfoy Macnair

 

Se mordió el labio inferior, mostrando un gesto lleno de preocupación en su rostro, ¿estaba haciendo lo correcto? suponía que sí, pero no tenía idea si Alyssa lo quería ver. Cosa que no le importó tanto como pensaba, siendo una total sorpresa para el Macnair. En los últimos meses había cambiado bastante, recuperandose de los últimos encuentro con la Triviani. Quería saber como se encontraba ella, pero más que la propia Alyssa, quería saber como iba su embarazo. Su próximo hijo.

 

No podía negar que aun la amaba, pero los sentimientos del Ángel Caído habían cambiado en respecto a la mujer. La traición era algo que no soportaba al igual que ella, era un punto en el cual los dos estaban al corrientes y lo sucedido, aunque quisieran cambiarlo, era algo casi imposible para ambos magos. Soltó el agarre de su labio al sentir el sabor metálico en su boca y cruzó el camino que lo separaban del Castillo Triviani. El camino era amplio, por lo que pudo seguir meditando sobre lo que estaba por hacer.

 

Le preocupaba encontrarse a los demás miembros de su familia, sobretodo a Danyellus, quien había perdido el control. No pudo omitir una leve risa gutural al pensar que su hijo seria hermano de Danyellus. Pik sabia que, tarde o temprano, la tortura que el Triviani le hizo hace bastante tiempo lo pagaría y, ¿qué mejor forma que esa? Nunca lo tuvo en mente, pero la naturaleza actuó a favor del Malfoy y se lo agradecía, era una manera excelente de como pagarlo. Y agradecía a Danyellus, aunque nunca lo dijera en voz alta. Gracias a él, el Macnair había mejorado y llegó a donde se encontraba actualmente.

 

Antes de llega a la puerta de la edificación, un elfo salió de esta y con un mal gesto, invitó al Macnair a pasar.

 

—Chuck —dijo en forma de saludo, mirando con poco agrado a la criatura.

 

—La señorita Alyssa no lo desea ver, Macnair —cortes como siempre, Chuck respondió al mortífago.

 

Pik sonrió ante la evidente respuesta. Hizo un amplio movimiento de mano que desconcertó al elfo, dejando sus ojos en blanco y sin vida. La katana de plata se había materializado en su mano y degolló a Chuck con rapidez, dejando la cabeza de la criatura a unos cuantos metros separado de su cuerpo.

 

—¡ALYSSA! —espetó el Macnair, cerrando la puerta tras él.

 

Caminó directo hacia las escaleras y se dirigió al cuarto de la Triviani. Conocía el camino y sabía que seria cuestión de segundos para encontrarse con la Matriarca de la familia.

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Habían pasado cinco meses ya, quien lo hubiera dicho, a pesar de lo tortuosas que habían resultado aquellas últimas semanas seguía sorprendiéndome lo rápido que había pasado el tiempo. Mi vientre ya sobresalía ligeramente y no había prenda alguna que pudiera ocultarla, pero según el médico aún faltaba por crecer varios centímetros más; mi mano voló hasta el pequeño bulto, un gesto que se había tornado constante, y lo acaricié distraídamente. Había alcanzado el punto en que no toleraba absolutamente nada ni a nadie, el embarazo más que una gracia resultó ser una de las experiencias más molestas e incómodas que me había tocado vivir, desde mi cuerpo hinchado hasta la descompostura crónica que me acompañaba a todos lados.

 

Estaba harta de los sínicos idi***s que no paraban de mentirme a la cara con aquel cuento de que me veía radiante y más hermosa que nunca, aquellos que me conocen saben bien que no hay nada que me disguste más que la falta de honestidad, aunque para ser francos cada vez que Aland me llamaba “gorda” rompía en lágrimas y me confinaba en mi cuarto por horas. En resumidas cuentas aquello había concluido en mi aislamiento, ya casi no salía del castillo, pero el tema es que ahora tampoco soportaba el estar encerrada y detestaba aquel lugar con todas mis fuerzas; mi madre llevaba meses instándome a que me mudara a Italia, por lo menos hasta que naciera el bebé, lo negué rotundamente desde un principio aunque últimamente resultaba ser de lo más tentador.

 

- ¡ALYSSA! – el rugido proveniente del vestíbulo retumbó en los oscuros pasillos del castillo.

 

Salté de tal forma que por poco pierdo el equilibrio, me arrepentí tan pronto como sentí la punzada de dolor que atravesó mi espalda de principio a fin. Maldiciendo entre dientes salí de la habitación y me apresuré hasta las escaleras, unos pocos pasos a decir verdad, iba dispuesta a descargar toda mi frustración sobre aquel pobre imprudente que osaba alterar mi calma pero en su lugar no hice más que quedarme dura como una piedra. Sentía mi corazón desbocado golpeando mi pecho a toda velocidad, la sangre se agolpaba en mis mejillas más rápido de lo que me costaba respirar, y mis ojos parecían a punto de salirse de su órbita. Mi mente comenzó a nublarse ligeramente, pero lejos de preocuparme por ello me dejé llevar por la creciente ira que burbujeaba desde lo más profundo de mi ser.

 

- ¡TÚ! – era tal la fuerza con la que me aferraba del barandal que mis nudillos perdieron el poco color que tenían, temblaba violentamente de pies a cabeza y en mi garganta se enfilaban una sarta de improperios - ¡Te atreves a venir aquí, maldito hijo de…!

 

Lamentablemente no llegué a terminar la frase ni ninguno de los astutos comentarios que tenía preparados, mis rodillas fallaron y mi mente simplemente colapsó, tal vez debería de haber prestado más atención a las recomendaciones del médico acerca de mantenerme lejos de situaciones estresantes.

Editado por Alyssa Black Triviani

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Pik Malfoy Macnair

 

—¡TÚ!

 

Pik se quedó helado tras ver a Alyssa por primera vez luego de meses. Se sentía la furia que corría por su cuerpo, el cual estaba casi tan rojo como el cabello de la Triviani. Dio un paso para atrás, bajando un escalón para mantener la distancia con la Black, estaba furiosa y con ganas de matar al Malfoy en aquel lugar y si podía, lanzar su cuerpo en una carnicería para no verlo más nunca. Su mirada expresaba la furia y algo más, algo que no pudo descifrar ¿seria nostalgia? al fin y al cabo, ambos tenían un lazo muy fuerte a pesar de todo lo ocurrido.

 

—¡Te atreves a….

 

—…Por favor, Alyssa…

 

—…venir aquí, maldito…

 

—…déjame hablar, Aly…

 

—… hijo de…!

 

Hablaban al mismo tiempo y no se entendía lo que decían, sus palabras se mezclaban como una sola y parecería que una muchedumbre se encontraba reunida en las escaleras. Pero no, solo se trataba de una discusión entre, ¿una pareja? Un escalofrío recorrió la espalda del Macnair al ver como Alyssa vacilaba y sus sentidos se iban por un instante, sus piernas habían cedido.

 

—¡ALYSSAAAA!

 

Su cuerpo reaccionó antes que su mente, dejó caer la katana por las escaleras y, de dos grandes saltos, se lanzó hacia la Triviani para sostenerla. Su velocidad sobrenatural fue capaz de detener la caída, pero su fuerza había empujado ahora a Alyssa hacia el pasillo, junto a él. La abrazo, justo cuando un par de manos fantasmales habían surgido alrededor de ambos y lo protegieron del futuro impacto contra el piso. Pik giró en el aire con la Triviani, recibiendo el golpe del suelo de espalda y dejando a Alyssa encima de él, lo más protegida que podía hacer en aquella circunstancia.

 

—Alyssa, foder —las fantasmales manos desaparecieron y Pik se sentó en el piso, acunando a la Triviani entre sus brazos—. Alyssa, abre los ojos, por favor —alzó las manos hacia su rostro, colocando su pulgar en la mejilla de ella, limpiando una lagrima que se había escapado de los ojos de la mortífaga.

 

Los ojos le temblaban, luchaban por abrirse, ¿se había desmayado? ¿su enfado hacia él había logrado eso? un gesto de horror lo dominó, en ningún momento había deseado eso. Lo mejor era irse del Castillo, para que de una buena vez, la Triviani no sufriera más viéndolo. Se levantó, cargándola como si se tratara de un bebé y empezó a caminar hacia el cuarto de ella. Caminó en automático, mientras tenía la vista clavada en el bulto que ahora sobresalía ligeramente de su viente. Sonrió como un est****o, imaginando a su hijo. Le agradaba la idea de tener uno, pero no se veía capaz de mantenerlo si seguía empeorado su relación con la Triviani.

 

Abrió la puerta de un empujón y se adentró al cuarto, directamente hacia la cama. La dejó en ella con cuidado, arreglando la amolada para que encajara en la perfecta anatomía de ella. Se quería marchar, pero no podía hacerlo. Quería verla despertar, no era capaz de irse y dejarla ahí por si sucedía algo tras el mar de emociones que la dejaron fuera de si misma. Deslizó su mano y la colocó encima del vientre de ella, sintiendo la presencia del pequeño ser que crecía dentro de ella. Era un futuro demonio, no tenía la mas minina idea. Sentía como reaccionaba al contacto con su mano, cosa que hizo abrir los ojos de Alyssa, contemplado la escena.

 

—Hola —saludó con voz baja.

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Me encontraba terriblemente desorientada y confundida, mis parpados parecían pesar toneladas mientras que luchaba por abrirlos pero al parecer no había caso con ellos; solo había una cosa que podía sacarme de mi somnolencia, aquel ligero movimiento en mi vientre que correspondía a la única personita con la cual me sentía plenamente a gusto. Inmediatamente me topé con la imagen del Macnair, se encontraba sentado a un lado de la cama mientras que su mano descansaba sobre el pequeño bulto de mi panza. Por un momento el eco de mi rabia amenazó con salir a la superficie, pero a decir verdad me encontraba demasiado cansada incluso para eso, además no podía negar que en el fondo mis sentimientos por el Malfoy eran mucho más fuertes que el enojo que podría sentir.

 

Fue la escena en sí lo que pudo con mis impenetrables barreras, tener la oportunidad de verlo después de tanto tiempo, recorrer sus facciones detenidamente y notar que no recordaba la última vez que lo había visto sonreír. Lo echaba tanto de menos, tanto que a veces dolía más que la propia traición, pues hace tiempo que me había dado por vencida en mis vanos intentos por sofocar mi amor por él. Aun así también había llegado a una muda aceptación ante el hecho de que probablemente lo había perdido para siempre, sin embargo la esperanza era un virus difícil de erradicar.

 

- Hola… - mi voz sonaba áspera y ronca, tenía la boca pastosa que, al igual que el resto de mi cuerpo, se resistía a reaccionar – Le agradas – agregué fijando la vista en su mano.

 

El movimiento que me había despertado fue justamente en respuesta a su tacto, el bebé respondía ante él. Nos quedamos unos minutos sumidos en profundo silencio, limitándonos a disfrutar de la paz que circundaba el momento, cerré los ojos y en un acto inconsciente entrelacé mi mano con la del mortífago sintiendo ambos los ligeros movimientos que se daban en mi vientre.

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Pik Malfoy Macnair

 

Alzó el rostro, contemplando la tranquila mirada de Alyssa. Aun se sorprendía por sus repentinos cambios de animo, seria algo que nunca podría llegar a acostumbrarse. Y más ahora, que se encontraba embarazada. Recordaba el odio y el desprecio que reflejaba la Triviani hacia él hace tan poco minutos, pero ahora, la tranquilidad y la paz la había dominado por completo, como si la unión entre los dos hubiese logrado aquello.

 

—O los tres… —susurró para si mismo, volviendo a bajar la mirada hacia el vientre— me alegra escuchar eso, que le agrado —cruzó mirada con la Black, quien lo contemplaba—. Disculpa por no aparecer antes, estaba seguro que no me querías ver y no quería molestarte… pero quería verlo.

Más que verlo, lo podía sentir. Tanto Alyssa como él eran unos demonios, por lo que no el extrañaba que el bebé tuviera alguna esencia de demonio dentro de él, o que fuera un total demonio. Y lo sería, pero de una manera no tan literal. Sentía su reacción y la calidez que podía emitir cuando entró en contacto con él, era como si lo llamara y eso lo tenía fuera de si mismo, extasiado.

 

—Es como si intentara comunicarse conmigo —dibujó una fina sonrisa, mientras hacia pequeños movientos circulares con su indice en el vientre de Alyssa— Chuck —dijo, haciendo aparecer tras sus palabras uno de los tantos elfos de la familia Triviani— la señorita Alyssa quiere agua —indicó.

 

—Chuck no le hace caso al mocoso Macnair. El amo Danyellus lo orden…

 

—¡Chuck!

 

El tono de voz de Alyssa era tal que, el elfo, sin vacilar, desapareció y cumplió lo que habían ordenado. Pik negó con la cabeza, soltando una leve risa.

 

—¿Cómo has estado, Alyssa? —preguntó de lo más natural, pero no sabía que más decir. A pesar de la comunidad entres los dos, los recuerdos de los últimos meses aun se encontraban latentes en ellos.

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  • 1 mes más tarde...

Aysha S, Potter Black Triviani

 

El viaje había resultado muy largo, pero ya había regresado para quedarse ella suponía, así que con una maleta pequeña, regreso al castillo con cara de poder encontrarse a su fantasma y llevarselo de allí al igual que todos los animales que tenía viviendo allí. No quería tener mas las cosas regadas.

 

Al entrar al castillo, se dio cuenta que estaba algo abandonado. Nadie estaba como siempre en el recibidor, así que caracter subio corriendo hasta su habitación para meter todo lo que estaba allí y poder encontrar donde demonio estaba su fantasma. Con suerte de muerte, la fanastama de Aysha estaba sentada en la cama de la misma mirando a la nada, al darse cuenta que su visnieta estaba entrando a la recama esta se alegro tanto que cubrio de hielo todo el sitio casi congelando a la demonio de su nieta.

 

--Alma!! por fin te veo, vamos... nos vamos de aquí, esto esta demasiado solo... te llevare a un lugar lindo y silencioso.-.. No es la muerte por si acaso--

 

Suspirando al ver sus cosas, cerro los ojos y no dio pie a tristezas, solamente tomo las cosas que mas necesitaba ya que luego regresaría y se quedaría, este era su castillo, donde se había criado con su padre Ludwig el cual nunca mas lo había visto, El se había ido como su madre como todos.

 

Tomando lo que faltaba, tomando su tigre de bengala blanco, su fantasma y sus objetos personajes mas importantes salio del castillo con las manos llenas y salio corriendo para desparecer con todas sus cosas a un lugar mas lindo y lleno un poco mas de vida que ese lugar.

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~Leah Atkins

 

 

 

 

Tragó en seco. Cada vez que pensaba en lo que iba a hacer le daba un no sé qué en la garganta. En su vida había dado tantas vueltas para entrar a un lugar y aunque ya conocía bastante bien el lugar, de viejas visitas y cuando había vivido como una niña adoptada, no se hacía con la idea de que tenía que entrar a buscar a dos personas. Una la intimidaba más que otra, más que todo por la conversación que debía entablar con ella, la otra parte… Bueno, las dos eran igual de complicadas. Tragó en seco por segunda vez, pasando las manos por su vestido casi de forma compulsiva, ¿estaba sudando?

 

Con un respiro encontró la valentía necesaria para mirar la cajita que llevaba en la diestra. Pequeña, extremadamente pesada, de un rojo que le hacía pensar que estaba hechizada o algo. Era suficiente de momento, no tenía que mirarla más y mucho menos abrirla. Sus ojos regresaron a la estructura perteneciente a los Triviani y sintió como ese peso volvía a su cuerpo, uno que le hacía quedarse allí más tiempo del debido, así como una fuerza poderosa que la hacía irse hacia atrás lentamente. Cerró los ojos se concentró, inhaló, exhaló y volvió a abrirlos.

 

Maldita cobarde… ―murmuró y empezó a andar más rápido de lo que tenía en mente, era ahora o nunca.

 

Claro, que luego de casi trotar hasta la puerta, estuvo a punto de golpearse con ella. Cálmate, pensó. Contuvo el aire mientras golpeaba la puerta tres veces, primero flojo y luego lo bastante audible como para alertar a un elfo. Eso era todo. Tenía unos cinco segundos antes de que escuchara el sonido de la aparición tras la puerta: uno para pensar su huida, otro para pensar lo que iba a decirle a la criatura y tres para girar sobre sus talones e irse antes de que abriera la puerta. Y todo el tiempo lo gastó pensando en lo que iba a hacer, por lo que la puerta se abrió y se quedó mirando al sirviente mágico con la boca abierta.

 

Yo… emm… ―se aclaró la garganta―. ¿Está Etoile?

 

Que diga que no, que diga que no, que diga que no...

 

El elfo asintió mirándola con extrañez y se apartó para dejarla pasar, acción que a la Atkins le costó más que haber llegado a la puerta. Ya estaba dentro, la mitad estaba hecha. Siguió a la criatura por el lugar, aparentemente la chica estaba por ahí cerca. Hizo una mueca con los labios cuando estuvo frente a otra puerta, éstas estaban siendo los centros de decisiones, porque ahí también tuvo ganas de correr. Esperó pacientemente hasta que el elfo le indicó que podía entrar y lo hizo casi por inercia, solo era Etoile…

 

Enrojeció casi al instante cuando vio a Danyellus ahí, ahora sí se iba a morir. Sus planes estaban en ir, hablar con ella y evitar al hombre todo lo que pudiera por el resto de sus días, de hecho tenía un plan de huída a Suramérica si tenía que enfrentarse a él en serio. Vaciló un momento y al final logró dar un paso, aunque hacia atrás. Su espalda dio contra la puerta cerrada y el golpe la hizo regresar a la realidad. Estaba actuando como una idi*** y a pesar de que no había metido la pata hablando, no estaba segura de cómo empezar.

 

Etoile, señor Triviani.

 

¿Señor Triviani? ¿En serio? Maldijo para sus adentros y prosiguió intentando ocultar su saludo con el resto de la información. La valentía le bajó de golpe, miró a Etoile un momento antes de hablar, se calmó y luego miró al hombre.

 

Quería pedirle su aprobación para casarme con su hija y, si es así, me gustaría saber si te gustaría casarte conmigo, Etoile.

 

Tal vez lo dijo demasiado rápido, pero fue más sencillo de aquella manera. Alzó la mano y mostró la cajita, la cual se abrió mostrando el anillo que esperaba ver en su mano dentro de poco.

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