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.: Castillo Triviani :. (MM B: 78361)


Mentita
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Etoile Fiamma Triviani ~

Profundo y poco iluminado era aquel pasillo, tenían que doblar a la izquierda y caminar un poco más para llegar al final, dónde una puerta de madera de alzaba. Al abrirla, un salón con luces tenues, suelo de madera, grandes espejos, ventanales y un piano se alcanzaban a visualizar.

 

Unos pasos corridos se hicieron presentes en aquel inmenso silencio, no era una presencia maligna como el resto de los Triviani, sino al contrario, era un alma llena de luz, amor, tranquilidad y pureza que había entrado al salón. Se trataba de Etoile, quien había ingresado a ese espacio para invocar a su padre.

 

Sobre el piano yacía una copa de oro añejado, la familia la usaba para llamar a los cabezales de los Triviani, los patriarcas. Las reglas decían que con tan solo invertir un poco de vino en ella y unas gotas de sangre el poder comenzaba a surgir, acto seguido tendrían que pronunciar aquella frase que adornaba una orilla de las paredes del salón. Por lo consiguiente, Etoile prosiguió.

 

De la falda de su vestido sacó una daga plateada, se la colocó en la palma de su mano y tiro de ella con gran brusquedad, haciéndose una cortada. La sangre fue invertida en la copa y acto seguido invirtió el vino, revolvió de ella y sonrió ladinamente. Asentó nuevamente la copa en el piano, dejando a un lado la daga y jaló del banquillo, tomando asiento delicadamente.

 

Una melodía comenzó a escucharse, su principio era tranquilo pero luego se volvía nostálgico, levantó la mirada y se enfocó en leer detenidamente la oración. - Virtute duce legionum nomine Asmodæus Danyellus praecipio meam quocumque spiritus tuus. Quod iubeo pensamoentos Etoile meæ iuvet tua voluntate, uidero cadaver suum animum et cor meum mecum, et gaudium vestrum sit ac me esse meus. Ipse enim ex omnibus legionibus Asmodeus feci hoc ... – La melodía continuaba y el salón se llenaba de una neblina oscura.

 

Sin miedo, Etoile cerró los ojos y escuchó las palabras claras de su padre, aquietó sus manos decorando su rostro con una sonrisa. – Cuanto tiempo sin verlo… - Comentó la pelirrubia levantándose del banquillo y caminando hacia el hombre. Sus ojos mostraban ese brillo de extrañeza combinado con amor. -¿Cómo has estado? – Preguntó rodeando el cuello del demonio con sus brazos y acercándose a su rostro.

 

En aquel momento la puerta de la habitación se abrió y la posición en la que los Triviani se encontraban era algo comprometedora. Sin embargo no se dio cuenta de quién era y al momento de la distracción del patriarca le dio un beso en sus labios.

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La sangre era dulce; un olor ferroso que se prendía a sus labios, a la piel de sus manos, a sus anticuado ropajes, como miel. Danyellus se encontraba en éxtasis, regodeándose en las almas que consumía para Artemisa, cuando sintió un tirón de algún lugar en la lejanía, sangre que llamaba a la sangre; un cántico mal hecho pero cuya urgencia era lo suficientemente fuerte para funcionar. Odiaba ser invocado como si se tratara de un diablillo más, así que no hizo el menor esfuerzo por ponerse presentable, sino que simplemente desapareció, embadurnado de escarlata de pies a cabeza y con un gesto agrio en el rostro.

 

*****

Los espejos de la habitación se opacaron con zarcillos de una niebla oscura que envolvió el lugar de repente, en torno al complejo círculo de invocación que se había trazado en el suelo y de donde, con toda la teatralidad del caso, surgió el demonio Triviani para encontrarse con los ojos de aquella muchacha cuya madre él apenas si recordaba. De hecho, Danyellus a veces albergaba dudas de que la chiquilla fuera hija suya realmente aunque ella tenía pruebas sobradas de serlo.

 

La pálida rubia se acercó al ojiazul con todo descaro antes siquiera de que la invocación terminara y le rodeó el cuello con los brazos en un arranque de coquetería incestuosa que, de alguna forma, no resultaba incoherente entre los Triviani. Acto seguido, la chica lo besó y él, sin reparo, le devolvió el beso. En otro tiempo se habría cortado de hacer una cosa como aquella, pero había pasado tanto tiempo entre demonios, que todo le daba igual.

 

-¿Qué es lo que quieres traidora?- La saludó. Y antes de que la chica pudiera hacer otra cosa que abrir los ojos ante la acusación, él siguió con la perorata -Si, aunque me haya marchado tengo información sobre lo que ocurre en este pueblo abandonado por la mano de dios y no me gusta nada lo que ha llegado a mis oídos sobre vos, Etoile-

Mientras lo decía, empero, la puerta del salón se abrió, interrumpiendo la conversación, y dando paso a una muchacha que no le era en absoluto desconocida a Danyellus; una niña llamada Leah que era precedida por uno de los Chucks del castillo. Los ojos de ambos se desorbitaron de terror al ver al patriarca pero mientras el Chuck palidecía, el rostro de la chica se tornó color granate.

 

-Etoile... Señor Triviani...-

 

¿Señor Triviani? ¿Quién era ese? Debía suponer que semejante apelativo se refería a él mismo, dado que no había nadie más en la habitación salvo las mujeres y el elfo pero rayaba en lo ridículo. Estuvo a punto de echarse a reír como el desquiciado que era, y lo habría hecho sin la menor compasión, de no ser porque las palabras se agolpaban en la boca de la joven Leah y salían a borbotones de sus labios, ajena a la comprometedora posición en que se encontraban Etoile y Danyellus, envueltos en un abrazo que tenía bastante poco de filial... o mucho, según cómo se tradujese el término.

 

― Quería pedirle su aprobación para casarme con su hija y, si es así, me gustaría saber si te gustaría casarte conmigo, Etoile.-

 

En aquel punto, el demonio no pudo contenerse más y sus carcajadas reverberaron por la habitación. No pretendía ser cruel en realidad, pero tanto la propuesta de la chica como la petición de mano eran tan inocentes, tan sencillas y tan pudorosas, que eran risibles.

 

-¿Y por eso tanto escándalo? ¿Por esto me has convocado de tan grosera manera, Etoile?- preguntó, soltándose del agarre de su hija -Sabes que no necesitas mi aprobación para casarte con quien te de la gana; y esta chica tan pudorosa no merecía que la hicieras pasar por semejante cosa. Pero me gustan estas formalidades anticuadas así que responderé a ello como se debe. Chuck, trae de inmediato algo de té y ofrécelo a las señoritas.

 

El elfo desapareció y apareció casi de forma instantánea, con una bandeja de té y galletas muy inglesas, mientras el demonio trocaba su ropa y aspecto por algo pulcro y limpio; algo que habría venido mejor en una corte del siglo XVIII que en la actualidad, como era su costumbre.

 

-Miss Leah- se dirigió a la chica siguiendo las respetuosas formas con que ella había iniciado la conversación, -Por supuesto que cuenta con mi aprobación para casarse con la chica pero, le advierto si no lo sabe, que no sólo está loca como corresponde a su estirpe, sino que muy probablemente no ha de ser la esposa más ejemplar que haya-

 

Tales palabras le valieron un buen pisotón, muy mal disimulado, de parte de Etoile pero ¿qué importaba? Al menos esta vez había sido convocado para algo divertido.

Patriarca Triviani |

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Etoile Fiamma Triviani ~


 

Tras haber sido correspondida en su beso los regaños no pudieron faltar, sin embargo no fue por el incesto de ese momento, si no por el cambio de bando. ¿Quién había ido de chismoso con su padre?, ¿Había sido el famoso espía que hasta el momento existe en la Orden? O quizá el comunicado de los líderes hacia el bando Mortífago. Sea quien fuese, no cabía duda de que llevaba una lengua muy larga en su boca.

 

En el momento en que la puerta se abrió, la mirada de los Triviani se posó en aquella visita. Extrañada, Etoile aflojó sus brazos en el cuerpo de su padre y quedó en silencio. ¿Era en serio esa propuesta?, ¿Boda?, ¿Leah y Etoile?, ante la escena Danyellus soltó en risa y se lograba entender el por qué a pesar de sus seguidas palabrerías.

 

Ambos cuerpos fueron soltados en ese momento y la única acción por de parte de Etoile fue el cruzar sus brazos sobre su pecho. Una bandeja de té y galletas se hicieron presentes gracias a la esclavitud de un elfo, por lo que no dudó en tomar algo de ello, quedando a un lado de su progenitor para quedar atenta a cualquier acto que este haga indebidamente con la Atkins.

 

Ese momento no tardó en llegar, la palabrería del hombre estaba siendo grosera ante la imagen de la rubia, por lo que un pisotón se dejó a notar en ese momento. – Gracias por limpiar mi imagen – Soltó un tanto enojada – Creo que ella sabe a lo que se está enfrentando conmigo – Completó apoyándose en una de las paredes.

 

<< Es increíble que lo esté haciendo, ni siquiera se puede comportar ante estas circunstancias, ni se toma la molestia de preguntarme… solo me regaló así como así >> Los pensamientos de Etoile se encontraban alterados y se podía notar en su mirada ida, no quería explotar en contra de su padre frente a Leah, entonces si iba a ser una locura.

 

- ¿En serio quieres casarte conmigo, Leah?, mira el padre que me mando, se burló de la forma en la que llegaste y de tu petición, no te pareció grosero? – Preguntó retomando su postura a un lado del Patriarca. – Lo que puedo decir… es que no estoy segura de mi respuesta, a pesar de que él me está vendiendo a ti en estos momentos – Finalizó mandándole una mirada de enojo al hombre.

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~Leah Atkins






Ella también se hubiera reído de su arranque de sinceridad. En otro momento y, quizás, bajo otro concepto, le habría enojado semejante recibimiento. Pero cargaba con más preocupaciones aparte de la petición como tal y ahora no tenía mucho que ver con Danyellus, que la había invitado a sentar y le hablaba cordialmente, respondiendo a sus últimas palabras.

Sin embargo, la Atkins no tomó asiento inmediatamente como lo habría hecho de seguir bajo el mismo efecto de nerviosismo, sino que lentamente giró el cuello para mirar a Etoile. Tenía la mano estirada aún, con la cajita en ella que dejaba a la vista la cosa más pequeña y costosa que había comprado en su vida y por supuesto, lo único que solo podía mostrar estando realmente segura de lo que iba a hacer.

Estoy segura, no creo haber sido capaz de venir a menos que estuviera segura de ello —sus ojos estuvieron dirigidos por un par de segundos a Etoile para luego posarse de nuevo en Danyellus—. Y por supuesto, estoy al tanto de su estado mental, señor, ¿qué puedo decir?

Logró esbozar una sonrisa al enderezar su rígida postura y cerró la mano alrededor de la caja del anillo, la cual hizo un sonido seco al cerrarse. Acto seguido tomó una taza de té que el Chuck había llevado a petición del hombre y se sentó frente a él tratando de pensar que la situación era normal. No estaba de acuerdo con la respuesta de Etoile y a pesar de ello, se mostraba relajada después de un pequeño momento de reflexión.

La última vez que había visto a aquél hombre, ese cabello blanco, escuchado esa risa y percibido una mirada fría que solo le pertenecía al Triviani, había estado en una camilla de tortura. No sentía el más mínimo rencor hacía él, todo lo contrario, todo había creado la extraña e inexplicable sensación de que había sido necesario y había marcado el respeto que podía sentir hacia ella misma y su interlocutor.

Si me permite, me dirigiré a su hija ahora —le dijo al hombre tras dar un silencioso trago a su bebida y finalmente, acabó por mirar a la chica—. No vine a comprarte, como dices, vine a pedirte que pases el resto de tu vida a mi lado.

Calmada, como estaba, se podía percibir cierta ofensa en el tono que había usado. Había ido hasta aquél sitio esperando una respuesta un poco más significativa por parte de quien, a aquellas alturas, ya debía ser su prometida. El recibimiento de Danyellus no le pareció una burla, todo lo contrario, le parecía incluso cálido. Tomó un segundo trago de té, se excuso con el hombre con un movimiento de cabeza y se levantó, acercándose a Etoile en dos pasos largos.

No esperaba tener que pedirlo dos veces pero, ¿por qué no? —movió la mano y la cajita se abrió de nuevo—. ¿Quieres casarte conmigo?

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  • 7 meses más tarde...

Tanis, elfo doméstico.

Sus pequeños pasos habían llegado entre aquellos árboles que mantenían resguardado el Castillo Triviani. Desde épocas inmemorables, los elfos domésticos habían sido subestimados en su poder y siempre habían podido atravesar las barreras mágicas que se ponían entre los hombres. ¿Sino como realizarían todos los quehaceres en el lapso de pocos segundos? La magia dentro de la comunidad, para los elfos, era permitida. No los controlaban mediante varitas.

 

Por eso Elvis había mandado a su elfo personal, a que lo ayudara a repartir aquellos folletos que el Departamento Auror había hecho. Habían discutido durante horas que seguramente no era la mejor medida que podían llevar a cabo pero no era para poner en contra de los delincuentes con los que vivíamos hoy en día, sino que las personas siguieran unos ítems que les recomendábamos para que pudieran vivir más tranquilos. El Elfo salió de su escondite y con paso apresurado se detuvo delante la fachada. El castillo era más grande que su hogar pero eso no lo detuvo, llevo sus manos hacia una bolsita donde tenía todos los pergaminos enrollados.

 

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Cuando lo desplegó, chasqueó los dedos que tenía libres y el papel se envolvió en una niebla color morada y desapareció, rumbo al medio de la sala que estaría en vista de todos los Triviani que se encontraban en casa. Ese folleto debían verlo todos por más que luego no siguieran los consejos, pero también los Aurors debían repartirlos si querían demostrar que si les importaban las personas. El Elfo ató la bolsita y con otro chasquido, desapareció.

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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  • 1 mes más tarde...

Las ventajas y contratiempos de vivir tantos años es que, por un lado, te sobran los días de tu vida para hacer lo que te dé la gana, pero por otro lado eventualmente acabas por aburrirte. Meses viajando por el mundo, buscando tal vez lo que todavía no he encontrado, una razón para quedarme; al final siempre es lo mismo, siempre regreso… El viejo castillo, solitario y con un dejo de abandono en sus oscuras ventanas, se irguió ante mí con tan solo un eco de su antigua gloria. Camine por el sinuoso sendero marcando mis huellas en la espesa capa de nieve, con calma y sin prisas, dejando que los recuerdos se agolparan en mi mente mientras que tarareaba despreocupadamente. Ya no me hacían daño, los recuerdos, pues ahora los atesoraba como una de mis mejores épocas; había asumido, tarde pero al fin, que como todo en la vida aquello tampoco duraría para siempre.

 

- ¡Chuck! –por lo menos las mañas y costumbres siempre perduran. -¡Tráeme un café!

 

Ya no era sorpresa para los elfos vernos llegar como si nada, después de meses de ausencia, de algún modo aquello se había transformado en un patrón los últimos años. Me quité la pesada capa y la deje caer, acomodé mi traje frente al espejo asegurándome de que todo estuviera en su lugar antes de continuar mi camino hasta la sala de estar. Una vez allí me dejé caer en el sofá con un fuerte suspiro, estiré los pies y me quedé con la mirada perdida en la nada, pronto entre el suave chisporroteo del fuego y las horas sin dormir mis parpados comenzaron a pesar hasta finalmente caer en un profundo sueño.

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-¡AMO! ¡Mi Señor Danyellus! ¡La Ama está de vuelta en Ottery!-

 

-¡Crucio!- bisbiseó el demonio dirigiendo la varita hacia el feo Chuck que acababa de aparecer ante él, en la oscura sala de estar de sus dependencias, en el antiquísimo Castello di Triviani -Y como seguramente ya ha enterrado sus tacones en la cabeza de algún Chuck, vienes a buscarme ¿no? Te ordené encontrarla hace meses, criatura buena para nada-

 

Viéndolo agitarse entre espasmos, sin embargo, el demonio notó que el elfo intentaba decir algo más mientras babeaba y bizqueaba así que espero paciente, disfrutando del espectáculo con una sonrisa sardónica y trenzándose el largo y platinado cabello.

 

-Cas...tillo... Black-

 

El gesto de Danyellus se trocó en una mueca de fastidio. Odiaba ir a ese lugar así que, antes de desaparecer, pisoteó los dedos de ambas manos del Chuck. Con algo de suerte, partiría seis o siete de ellos.

 

-Te espero allá en diez minutos, alimaña. O dejaré que Singh se divierta contigo-

 

Tras oír su nombre, la gata birmana se estiró sobre el sillón azul en el que se encontraba hecha un ovillo y ronroneó, maliciosa, en dirección al Chuck que la miró aterrado, haciendo caso omiso de la masa amorfa en la que se habían visto transformadas las falanges que ahora debía recomponer en menos de cinco minutos (si se tardaba más que eso, seguramente sería castigado de nuevo, a menos que su amo se encontrara de muy buen humor lo cual, tomando en cuenta el motivo de su visita, era muy poco probable). Mientras el Triviani enarbolaba la varita, la gata, por su parte, saltó y trepó hasta su hombro y bufó al sentir el tirón de la desaparición conjunta.

 

Continúa en el castillo Black (Error de posteo): http://www.harrylatino.org/index.php/topic/101404-castillo-black-mm-b-97834/?p=4782207

Editado por Danyellus Triviani Malfoy

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  • 3 meses más tarde...

Mucho, mucho tiempo después

 

Un ligero 'crack' fue lo único que antecedió a su aparición. Se sentía una atmósfera de abandono en el lugar; los terrenos del Castillo, aunque cuidados, tenían el césped más alto de lo que jamás se habría permitido antes, las hermosas fuentes de mármol cantaban con un eco apagado y pequeños brotes nacían aquí y allá, donde la naturaleza buscaba reclamar lo que era suyo, tanto si la magia protegía el lugar como si no. En las ventanas, aunque limpias, podía verse desde muy lejos una pátina producida tal vez por la soledad. La verja de entrada, por su parte, estaba cerrada con un inmenso candado y la sombra de varias maldiciones. Sólo quienes conocieran y fueran bienvenidos por el Castillo podrían encontrarlo. El camino que había llevado desde Ottery hasta el Castillo, en cambio, si que dejaba ver el paso del tiempo: ya no existía. Apenas era una sombra de tierra apisonada, cubierta por hojas, hierba y sobre la que hierbajos, matojos y árboles empezaban a tomar posesión.

 

Danyellus sonrió con un dejo de tristeza. Aquel lugar que había rezumado vida ahora era poco más que una hermosa cáscara vacía. Incluso el letrero que conducía hacia el Castillo había sido retirado de su lugar en el camino principal que llevaba hacia Ottery St. Catchpole. ¿Aún quedaría alguien que se acordara de los gritos que solían inundar las proximidades del lugar? ¿alguien a quien el apellido Triviani aún le hiciese recorrer un escalofrío por el cuerpo? Lo dudaba. Los magos no solían tener vidas largas a menos que como él estuviesen malditos y la mayoría de los que podían recordar casi siempre preferían no hacerlo.

 

El demonio se dirigió al edificio principal pensando en cabelleras borgoña y en ojos ora azules, ora grises. No las veía hacía mucho tiempo pero sabía que seguían allí afuera, en algún lugar. Dos Chuck le recibieron con exageradas reverencias, sin un solo dejo de sorpresa y sin mediar palabra alguna; algo que agradecía. Odiaba a esos bichos pero, ya que aquel día se encontraba de una singular nostalgia, no les hizo nada. Quién sabía cuántos de ellos quedaran. La capa de viaje se evaporó de sus hombros apenas pisó el vestíbulo. Estaba limpio, magnífico; como si no hubiera pasado un solo día en desuso, pero se adivinaba un aire pesado y herrumboso.

 

-Sinh- susurró.

 

La gata apareció entre sus tobillos con un sonido similar al de la seda deslizándose.

 

-Tengo algo para ti, hermosa-

 

Los trozos destripados de lo que parecía haber sido una pierna humana cayeron en medio del vestíbulo con un desagradable crujido, dejando una fresca y desagradable mancha carmesí sobre el enlucido mármol. Los Chuck limpiarían después. Así pues, mientras la gata se relamía y se deleitaba con el pequeño festín, el Triviani siguió caminando hacia el interior del Salón principal. Sus pasos eran sordos pero producían una ligerísima reverberación en el espacio completamente vacío. Todo el mobiliario estaba cubierto por sábanas blancas aunque no hubiese ni una sola mota de polvo en el ambiente. Retiró una con gesto teatral: la de su sillón favorito, frente al hogar que se encendió sin leña, con un fuego azul, cálido y acogedor.

 

Así, en un silencio roto sólo por el lejano juguetear de la gata con su comida, el mago cerró los párpados. No dormía, jamás lo hacía, pero podía sumirse en la ligera quietud cargada de recuerdos que aquel lugar le producía...

Patriarca Triviani |

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La punta del tacón de sus zapatos esquivaba con absoluta precisión las grietas de las piedras, aquellas que se repartían por el suelo formando una zigzagueante estela de lo que alguna vez fué un camino. Un aire penitente, desolado y ruinoso recorría cada rincón de esos jardines; la vida, que otrora inhundaba las ventanas magnificentes del castillo Triviani, ahora se escurría en forma de ratas vaporosas, como si las propias paredes vomitaran desidia y abandono.

 

El filo de su nariz asomaba por el hueco de la capucha que envolvía su cráneo. Reflejos cuasi plateados se escapaban, acompañando el traqueteo de su andar escuálido y un tanto rengueante. Llevaba sin ingerir alimento ya hacía varias semanas por lo que su cuerpo aparentaba una debilidad preocupante. Necesitaba alimentarse y devolverle la vitalidad a su corazón penitente.

 

Llegó al portón de entrada y una huesuda mano blanca emergió de la manga; las uñas afiladas rasparon intencionalmente el hierro y aquél chirrido le dió placer.

 

—Sé que estás ahí —susurró siseante en una lengua antigüa, esperando que los oídos de aquel demonio percibieran la vibración de su voz— ábreme.

Editado por Rocío Malfoy

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Semper Fidelis http://i.imgur.com/z1Ac7.gif Mortífaga Banshee


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Nunca llegaría a saber si el agradable sopor en que se había sumido fue finalmente deshecho por la rasposa lengua de Sinh que le pringaba los dedos con la sangre humana de su reciente festín, si había sido el rasgar estrepitoso de unas uñas contra uno de los remaches de metal de la puerta principal del Castillo, o la aparición del Chuck que, inclinado, le informaba que "la señorita Rocío Malfoy" se encontraba afuera del edificio. En cualquier caso, como si de una confirmación se tratara, el demonio escuchó la voz de la mujer a la perfección, exhortándolo a abrirle.

 

-Esa chica es muchas cosas pero, definitivamente, "señorita" no es una de ellas- barbotó él entre dientes. ¿Debería levantarse para recibirla personalmente o con mandar a un Chuck bastaría? Seguramente la Malfoy se tomaría como una ofensa la segunda opción pero, dadas las circunstancias, el Triviani se sentía tentado de enviarle al elfo, con las sobras de Sinh embaladas en papel, simplemente para molestarla. ¿Hacía cuánto no la veía? El tiempo era una variable extraña para él pero tenía buenos recuerdos con aquella endiablada mujer.

 

Al final decidió apersonarse en la puerta y una vez que los elfos la hubieron abierto, miro de arriba a abajo a la banshee. Aunque más pálida y delgada que lo usual, seguía siendo tal como él la recordaba; era sin dudas una mujer hermosa aun cuando el hambre se dejaba notar en su naturaleza sobrenatural así que, como los despojos de la cena de su gata siguieran en mitad del vestíbulo, el demonio saludó a la mujer señalándole la masa de carne ensangrentada.

 

-Tienes una pinta horrorosa, Malfoy, pero puedes servirte- le dijo, mirándola con una sonrisita torcida y enseñándole los viejos colmillos de vampiro que, aunque ya no servían para su inicial propósito, aun resultaban útiles en algunas ocasiones. Eran amenazantes sin duda, y afilados como un cuchillo. Un arma de último recurso. Sin embargo, las preguntas se amontonaban en su cabeza ¿Qué hacía allí Rocío Malfoy? ¿Cómo había sabido encontrarlo si, horas antes, ni él mismo sabía que iría al Castillo Triviani? Tenía que mantener la calma. Ella no tenía nada que ver con la oscura Artemisa ¿o si? La maldita diosa los seguía a todas partes. Los músculos de todo su cuerpo estaban tensos, listo para un ataque imprevisto. Primero debía asegurarse de qué intensiones traía consigo la muchacha. Ya después podría averiguar más detalles...

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