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.: Castillo Triviani :. (MM B: 78361)


Mentita
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Todo a su alrededor se eclipsó, quedó únicamente en punto de enfoque la figura de Aland, aquella chica que en tiempo pretérito fuera su amada, aunque de aquella época los recuerdos eran inciertos y hasta podía ser mentira que alguna vez hubo relación alguna entre ellos.


Lo que tenía más veracidad eran las palabras que la Triviani exclamó, palabras que inevitablemente y desgraciadamente le hicieron recordar a su esposa; Beltis.


¿Había llegado a aquel lugar a buscar a su esposa?, ¿acaso aquella era la razón por la que Cubías decidió regresar a Ottery?, ni siquiera él podía dar respuesta a esas preguntas.


-No, no me he equivocado de dirección (la verdad es que sí, se había equivocado, pero nadie se enteraría que erró sus pasos intentando dar con el castillo, de todas formas ese era su destino desde el inicio y fue por culpa de ir con la cabeza gacha que se perdió), es aquí exactamente a donde quería venir- respondió el exmortifago al tiempo que se percató como la chica se ruborizaba, si acaso ese era el adjetivo correcto, pues Aland estaba más roja que las nalgas de un babuino.


Cubías le sonrió maliciosamente al verla, no podía evitarlo, era inherente a él portarse de esa forma, como si su misión fuera la de seducir a cada mujer.


El eclipse terminó cuando escuchó el aberrante tono de voz de Danyellus, después de tanto tiempo el tipo no aprendía modales y el Malfoy le dedicó una mirada acusadora, pues sus palabras provocaron que se hiciera la imagen de él siendo devorado por quién sabe qué criatura.


Y si acaso faltaba un familiar (ya que esa noche parecía que todos los astros se alineaban para que los Trivianis aparecieran en el sitio de la nada), Alyssa había llegado en el momento justo -Vaya, vaya, vaya…. ¿Cubias? ¿De verdad eres tú? – dijo la bruja. El exmortifago guardó silencio, aunque pudo haber respondido aquello haciendo gala de sarcasmo, pero no lo estimó conveniente.


-Soy yo- se limitó a responder –para mí también es una sorpresa estar aquí, pero no existen las casualidades…- añadió el Malfoy, sus palabras escondían algo más, pero aquella bruja no le dio mucha importancia y enseguida se metió en sus asuntos apartándose de la vista.


En cambio Cubías permaneció ahí, en el lugar donde había aparecido y de donde no se había movido. Todo a su alrededor parecía un alboroto y aquella sala estaba muy concurrida, tanto que él no supo qué era lo siguiente que debía hacer, se mantuvo perplejo y pensativo, tratando de ordenar sus ideas y observando de reojo a quienes estaban cerca, en su mayoría mujeres, era como si de pronto se hubiese congelado.

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Por alguna razón me resultaba en extremo difícil creer las palabras de la Malfoy ¿Qué no tenía que disculparme? Malentendido o no nadie que hubiera terminado molido a palos en una taberna estaría en tan buenos términos con su atacante, esa simple iniciativa me bastó para sembrar sospechas. A pesar de lo que ella creía no era su trabajo en el profeta lo que a mí me perturbaba sino más bien el verdadero motivo de su visita, el cual aún me era desconocido; afiné la vista y comencé a prestar atención a los pequeños detalles de su comportamiento, desde gestos hasta el matiz de su mirada.

 

- Vaya… - aun así me aseguré de la mortífaga no pudiera notar mis dudas – Admiro tu madurez, lo has tomado demasiado bien, no muchos son capaces de dejar de lado algo como lo sucedido del modo en que tú lo estás haciendo.

 

Serví un poco de café y dejé ambas tazas sobre la mesilla que nos separaba, finalmente hice caso a su sugerencia acomodándome en una de las butacas del salón mientras que notaba la mirada de la bruja siguiendo cada uno de mis movimientos. Mi rostro simulaba las emociones perfectamente, eran años de entrenamiento, pasaba de la sorpresa e incredulidad a la inocente sinceridad de manera tan convincente que solo aquel que realmente me conociera sería capaz de notar la falsedad en mis facciones. Sonreí ligeramente ante su comentario final, triunfante, ahora por fin creía saber por dónde iban sus intenciones.

 

- Creciendo – respondí llanamente – Fuerte y sano, aunque se cobra un buen precio en mí…, mi cuerpo es un solo revoltijo de hormonas – carraspeé, aquello no me hacía falta simularlo, de verdad estaba molesta por todas las incomodidades que mi condición me estaba ocasionando.

 

Como cabecilla de una familia tan “prospera”, por decirlo suavemente, a mis pocos años ya era bisabuela; curiosamente mi bisnieta era en estos momentos no solo mi jefa de departamento sino también mi líder de bando, y por lo que me había enterado recientemente ella ya me había dado tataranietos… Sabía cuál era el meollo de aquella visita, o al menos lo intuía, se podría llamar “instinto materno” tal vez ya que de ser su hijo es lo primero que pensaría de aquella que viniera con la noticia de un bebé.

 

- Y si es de Pik, de eso puedes estar segura – agregué tras un suspiro mientras que ponía cubos de azúcar en mi café – Para cuando pasó lo de Lacrimosa yo ya tenía una semana de embarazo, nada más que aún no lo sabía…

 

La tristeza embargó tanto mi voz como mi rostro, no quería hablar del tema, no quería hablar ni pensar en nada que me recordara a la horrible situación que englobaba mi relación con el Macnair; no solo era doloroso sino que además resultaba chocante, sobre todo ante la determinación que había tomado de dejarlo fuera de todo esto.

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Por un momento, la oscuridad de la noche se confundió con esas pequeñas ramificaciones que se deslizaban por todas partes sobre el suelo. Entre los muebles, bajo las alfombras, por las paredes inclusive. Todas, con direcciones diferentes, que buscaban a la misma presa al final de la estancia del Castillo.

 

Detrás de la mujer, la ventana que daba al jardín, revelaba esa luz que escapaba desde las aguas de un lago aledaño. Dentro del perímetro también se encontraba el reflejo de la luna que coronaba el mar de estrellas empotradas en el mar negro que se alzaba a través de las nubes morbosas.

 

La mirada color oro del Cardenal de la Muerte fulminaron los ojos rojos de la gitana. Relucían en un carmesí galante, que recordó a Patrick Colt todos los litros de sangre que había visto correr a lo largo de sus años. Incluyendo la suya propia, que ahora corría por sus venas con adrenalina evidente.

 

— ¿Tatuaje? — la sonrisa bajo la máscara de Colt era visible. Las carcajadas que se abultaron en su pecho escaparon con gracia por las fauces del demonio — ¿Crees que la tinta china que tienes en la nuca es bonita?

 

Le preguntó desafiante mientras la Triviani sufría una transformación. Los ojos de Patrick Colt se abrieron de par en par a través de las rendijas de su máscara observando el fenómeno.

 

— Eras fea… pero… — y la vio desaparecer justo en el momento en que los dedos de oscuridad se acercaron a la silueta de la mujer, y las que se convirtieron en jirones de humo negro al intentar zarparse alrededor de esa demonio que ya no estaba — te iba a devolver la compostura.

 

Culminó, bufando de cansancio y chasqueó sus dedos en cuanto varios personajes empezaban a invadir el vestíbulo, quizás, buscando respuestas a todo ese alboroto. La oscuridad de su invocación se retrajo y fusionándose con su cuerpo desapareció.

Ex-Líder de Bandos | Ex-Wizengamot | Ex-Orden de Merlín 1ra Clase
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¿Acaso eran cumplidos lo que escuchaba de aquel idi***? Candela se irritaba sólo de verlo, pero ¿qué podía hacer? Uno no elegía a la familia que le tocaba, lamentablemente. La zingara le dio la espalda y se fijó en alguien más que la nombraba, su tía Alyssa.

 

La gemela de su madre encabezaba también la lista roja de Candela, roja por la sangre que derramaría de aquellos cuyos nombres estaban anotados. Sin embargo, sus ganas de estrangularla se veían siempre mermadas por la constante presencia de su madre, Aland, en su cabeza.

 

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Al verla marcharse con Goshi, buscó con la mirada al Chuck que siempre andaba de fisgón por los rincones del castillo. No fue difícil ubicarlo, sus orejas puntiagudas sobresalían detrás de la cortina a la que fingía limpiar.

 

— Tienes trabajo que hacer —inquirió cuando se le hubo acercado.

 

El elfo se mostró sorprendido, como quien no sabe de qué le están hablando, por lo que la brujo tuvo que hacer uso de su método más efectivo: una sola patada y el bicho estaba ya caminando hacia la cocina seguido por su ama.

 

Las cosas se iban a poner feas en cuanto se sirviera la mesa, nunca una cena en la familia había terminado bien, y mucho menos si se encontraban en ella Danyellus y Candela. Quizás ahora el drama lo representen otros protagonistas, Aland y Cubias parecían ser muy buenos candidatos, sobre todo si la hija de ambos llevaba a cabo la idea que había cruzado por su mente en cuanto Alyssa le encomendó la misión de la cena.

 

Para nadie era un secreto que, si Aland tenía un plato de comida frente a sí, los demás perdería importancia. Pero la gitana no estaba muy convencida de querer darle comida precisamente a su amada madre... Chuck se puso a protestar hasta el cansancio, pero lo que Candela quería, lo conseguía.

 

Al cabo de unos minutos, los invasores y miembros de la familia seguían mirándose con recelo. La madre de la zingara estaba al borde de un colapso y Cubias continuaba observándola con lujuria.

 

— Por favor... —los deleitó con la más dulce voz que hayan escuchado, además de amable, claro— La cena está lista.

 

Candela se dio media vuelta y se encaminó hacia el comedor, donde seis Chuck esperaban la llegada de los invitados, uno de ellos no dejaba de tocar una pequeña campana que irritaba los oídos de la zingara.

 

La gran mesa rectangular era un espectáculo de la decoración, los veleros y candelabros de plata eran los centros de mesa; y el mantel, de un gris claro, se lucía perfectamente con sus detalles en oro viejo.

 

— Los lugares están asignados —anunció antes de que se adelantasen— Madre, padre... —les indicó ambos asientos del lado derecho de la mesa, juntos.

 

Alyssa se ubicaría, por supuesto, en el asiento principal, a la cabeza; a su izquierda, Danyellus le haría compañía. Sólo faltaba Candela para que los demás pudiesen terminar de ubicarse, su lugar estaba a lado de su primo, como matriarca, pero prefirió hacerse lugar en la punta extrema de la mesa, frente a Alyssa. O al menos, ese era su plan.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Se limitó a andar por las sombras del castillo, recorrer los jardines que tantas alegrías y tristezas le habían traído. Se limitó a pensar en lo extraño que era todo aquello. Volver... ¿En qué estaba pensando? La última vez que salió por aquellas puertas juró no regresar hasta encontrar lo que buscaba afuera pero ¿Lo había encontrado?

De todos modos se encontraba allí, de pié frente a la puerta principal del castillo Triviani.

 

Su cabello continuaba siendo de aquél borgoña intenso, con esos rulos alborotados que caían sobre su espalda. La mirada seguía siendo azul, de aquél azul que sólo al océano se asemeja. Su piel aún era tan blanca y fría como la nieve, tan dura como una piedra y tan suave como la seda. Aún aparentaba ser una mujer de 25 años aunque la realidad era otra. El tiempo no la había cambiado por fuera, aún no escuchaba su corazón como era de costumbre, aún estaba muerta en vida.

 

Ella era Mizuky Aneris Triviani y estaba de vuelta. Con su vieja varita envainada en una cinta de tela de encaje que estaba sujeta a unos 20 cm sobre su rodilla, un short negro, camiseta negra, campera de cuero y botas.

 

Miró de reojo el farol que opacaba el brillo de las estrellas. Deseaba tener un desiluminador, quizás compraría uno más adelante si es que lograba conseguirlo en el marcado, o se lo robaría a algún est****o mago que ande por ahí encendiendo y apagando luces, después de todo tenía que alimentarse. No alcanzó a golpear la puerta cuando la misma se abrió de par en par bañándola con la luz del interior, un elfo menudo y anciano apareció ante ella para recibirla a regañadientes. Mizu se limitó a ingresar pero el elfo doméstico la retuvo al instante.

-Limpia las suelas de tus botas- dijo.

Miré el suelo, las baldosas estaban llenas de barro, quizás había pisado un charco por los jardines y no lo recordaba. Tomó la varita y con unos suaves movimientos las botas y las baldosas volvieron a estar relucientes.

 

-Busco a Alexander- dijo.

La criatura asintió dio media vuelta y la dirigió con pasos ligeros hacia el Hall principal.

Allí lo ví, charlando con varios miembros de la familia. Me sentí un poco ajena por el tiempo que pasó. Me sentí algo fuera de lugar. Pero aún así, los observé uno por uno hasta que mis ojos encontraron los de Alexander y mi corazón dio un vuelco, o al menos así me pareció ya que no tenía corazón.

 

Sin embargo retuve mis sentimientos, quería gritar que lo sentía pero sabía cómo terminaría aquella confesión. Por otro lado, mantuve mi postura firme, mi rostro congelado y mis deseos escondidos en un baúl de recuerdos.

 

-Parece que llegué justo para la cena- fue lo primero que se me ocurrió decir.

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Aquel parecía el día de los encuentros, encuentros que todos habíamos perdido la esperanza en que se fuesen a dar en alguna ocasión. Muchos habían vuelto al viejo hogar cuando menos se los esperaba deambular por allí, mientras que otros, como yo, nos habíamos dejado caer por los jardines en busca de algún favor. Aún así y a pesar de que me costaría reconocerlo, ver tantos rostros conocidos a los que guardaba cierto aprecio me reconfortaba, viéndolos allí sanos y salvos.

 

Entonces vi una figura a lo lejos que clavaba su mirada sobre mí. No podía ser ella, que tantas veces había perdido pero que siempre terminaba volviendo. Aquella maldita vampiresa se había dejado ver una vez más, para luego quizás desaparecer como al final ocurría siempre. Se parecía tanto a mí, con aquella mirada celeste y un comportamiento tan escurridizo, que hasta me sorprendía.

 

Mizu – alcancé a susurrar, más sorprendido y complacido de su presencia de lo que mi frialdad me dejaba mostrar. Di un par de pasos en su dirección, y esbocé una pequeña sonrisa de satisfacción en mi rostro –. ¿Qué haces aquí?

 

Recordaba nuestro último encuentro, de los más extraños que habíamos tenido nunca, pero toda aquella historia había quedado atrás y por fin tenía a mi hija delante de mí. Seguí caminando, ahora ya liberado del shock inicial que me había producido el verla a ella también allí, entre tantos extraños y conocidos, y una vez la tuve delante la recorrí con la mirada.

 

Pensé que nunca volvería a verte – reconocí, mirándola a los ojos.

 

Quizás ella era una vampiresa y yo un licántropo, pero eso era lo único que nos diferenciaba. Estaba orgulloso de ella, a pesar de que siempre se perdía en sus propias locuras para regresar muy de vez en cuando. En aquello se parecía a Aland, pero un escalofrío recorrió mi espalda cuando reconocí una expresión en su rostro que cualquiera diría que pertenecía a Alexander Malfoy, y no a aquella bruja de cabello borgoña.

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- Mujerzuelas, mujerzuelas, hay mujerzuelas por todos lados, oh, oh, ohhhh – Cantar por las calles de Ottery me causaba cierta satisfacción y mucho más si las miradas de completos desconocidos se posaban en mí, demostrándome miedo, locura y extrañeza. Lamentablemente yo no podía hacer nada respecto a eso, a menos que los hechizara de una forma divertida y poco común, pero no estaba del todo permitido.

 

La intención que llevaba ese día ir de visita y tiempo completo al Castillo Triviani, donde ahí se encontraba mi santo padre Danyellus, hombre abandonador y engreído a más no poder, quien no veía desde hacía años atrás y que por una extraña razón se me ocurrió visitarlo.

 

Tiempo atrás me enteré de que venía de una familia de buen catego, con muchos galeones en su bóveda y con una locura identificativa en cada uno de los integrantes. Si, definitivamente era hija sangüinea, puesto que padecía de ciertas enfermedades psicológicas y una posesión de familiares increíble, adueñadora en pocas palabras, ¿pero eso qué? Mucha gente podría serlo si hubiese tenido una educación como la mía. No, pretextos no eran.

 

Tras haber caminado varias cuadras, al fin llegué a los terrenos de los Triviani. – La hija favorita de Danyellus ha llegado… - Susurré. Empujé la verja de entrada y esta se abrió elegantemente de par en par. Algo llamativo para mi gusto. Caminé debidamente por el largo jardín y deseé que existiera alguna clase de animal mágico que pudiese llevarme hasta la entrada. Realmente estaba cansada.

 

Al llegar finalmente a la puerta principal, solté un suspiro. – El momento ha llegado, la tortura de los Triviani se hace presente… - Mis manos se juntaron y con cierto balanceo grité. - ¡Ay que mono! ¡Mi voz amenazadora es de lo más!. Pero ya Eto, relájate… ¿qué más te pueden hacer?. – Me había formulado una pregunta bastante mala, hubiese sido mejor “¿qué no me harán?”, ya que nadie sabía de mi hermosa llegada.

 

- Kiuksen, agarra bien mi equipaje. – Ordené al elfo que me acompañaba desde hace unos años atrás. Giré la perilla de la puerta y esta hizo un ruido lo bastante fastidioso, comencé a dar mis primeros pasos en los suelos del Castillo y al tomar aire suficiente grité. - ¡Danyellus Triviani, ven a recibir a tu hija! – Esperanzada me quede en la entrada, pero a mi desgracia había hecho un show ante unos magos que se encontraban a pasos de los mios. – Oh dios… - Fueron mis únicas palabras.

.: Familia Triviani:. - http://i.imgur.com/34tZCQr.gif - .: Familia Ravenclaw:.


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Una sonrisa se dibujó en los labios de la vampiresa enseñándole apropósito un par de afilados y desafiantes colmillos. Las personas cambian, las costumbres no. Alexander no era de las personas que demostraban sus sentimientos, podría estarse muriendo, podría estar llorando de la felicidad, podría estar al borde de la locura, pero su semblante siempre demostraba un hombre relajado a excepción de sus ojos, uno no puede engañar con la mirada y menos a su propia hija, después de todo, pese a sus infinitas diferencias, tenian lo suyo, como si agua y aceite se fusionaran para hacer de ellos una extraña mezcla. Hombre lobo y vampirersa ¿Quién diría que fueran tan parecidos?

 

¿Qué hacía allí? Qué pregunta tan extraña para recibir a una hija después de tantos años. Tomó su mano con delicadeza, era tan cálida que podía sentir cómo el frío de sus manos no penetraba en la piel lobuna de su padre. Sus azulados ojos se detuvieron en los suyos por un momento y su sonrisa se transformó en una leve carcajada.

 

-¿Es que todavía no sabes que tienes un maldito imán que siempre me atrae a ti cuando intento escapar de este pueblo del demonio?- dijo la pelirroja y soltó la mano de su padre para alborotarse el cabello -Diablos, pensé que al menos un poco me conocías, padre.

 

Se acercó con una pícara sonrisa y besó con ternura la comisura de sus labios. Ella sabía cuanto le fastidiaban cosas como esas, pero extrañaba un poco hacerlo rabiar.

-Te extrañé- dije finalmente y apreté mi estomago -Demonios, tengo hambre -gruñí -¿Será que aún quedan botellas de muggles en el refrigerador?

 

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Desde luego, aquella chica no dejaba de sorprenderme con cada uno de sus comportamientos. Era totalmente impredecible, con una reacción diferente para cada ocasión que se le presentaba. Aún paralizado por el roce de sus labios, escuché la confesión de que me había echado en falta. Ojalá pudiera sincerarme de la misma manera con ella, pero Alexander Malfoy siempre se reservaba sus sentimientos para sí mismo. Compartirlos era una trampa, una debilidad.



Podemos ir a la cocina, si quieres. Allí encontrarás todo lo que necesites para saciar el hambre – le indiqué, señalándole el camino hasta ella. No había frecuentado demasiado el Castillo Triviani en los últimos tiempos, pero algo recordaba de él. Prácticamente había sido mi primer hogar años atrás –. Y también hallarás algo con el que aplacar la sed. No he olvidado tu devoción por los alcoholes de fuerte resaca.



La invité a pasar, cruzando algunas puertas y pasillos hasta llegar a nuestro destino. Me despedí del resto de mis familiares con un gesto de la cabeza, dedicándole una última mirada a Aland llena de significado. No olvidaba el trato que habíamos acordado apenas hacía unos minutos, y esperaba que ella tampoco lo borrase de su memoria.



Mientras Mizu buscaba todo lo que su cuerpo le pedía en las despensas del Castillo, me dedicaba a observarla desde el umbral de la puerta con mirada clínica y en completo silencio. Había dicho aquello de que siempre acababa regresando atraída por mí, ¿pero cuál era el verdadero motivo que había conducido sus pasos hasta Ottery?



Supongo que ahora es el momento en el que me contarás tus aventuras de estos meses – comenté, prácticamente exigiéndole –. No dudo que hayan sido interesantes y que hayas sabido cuidarte, pero un padre necesita saberlo todo sobre su hija.



Seguía sin apartar la mirada fría de ella, observando aquellos cabellos ardientes que tantos recuerdos me traían, cuyo fuego aún podía prender una pequeña llama en la oscuridad de mi corazón.


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  • 2 semanas más tarde...

OFF: cooolgué como la mejor! pero sé que me amas, lo sé lo sé.

 

ON:

 

 

-"Pajaritos mal paridos que se mueren y provocan una lluvia de plumas locas".

 

Empecé a canturrear mientras el mago de ojos azules, tan hermosos que me moría, señalaba el camino hacia la cocina.

 

-Claro que tengo sed- Miré por todos lados buscando un espejo, pero sólo encontré mi reflejo en el oscuro vidrio de un aparador -Tienes razón, se me está yendo el azul- dije mirando cómo mis ojos se teñían poco a poco de rojo -Ni modo que beba tu sangre lobito.

 

Con una sonrisa algo macabra lo acompañé a la cocina y con mi varita cerré la puerta detrás de nosotros para tener un poco de privacidad. Tenía que contarle, debía advertirle lo que había ocurrido en mi última travesía, tenía que hablarle de ella, de la mujer que le dio vida a mi corazón, pero que de la misma manera lo maldijo. Llevé una mano a mi pecho, por suerte se encontraba congelado, aún.

 

Me acerqué a la cocina y saqué de la heladera una botella de aquel líquido carmesí que tan loca me ponía, claro cuando era una sangre fresca, no esas cosas embotelladas.

 

-Debo hablar contigo- entonces mi sonrisa se borró por completo de mi rostro -será mejor que tomes asiento.

 

Le señalé la silla al otro lado de la mesa para que se acomodara mientras buscaba las palabras precisas para empezar. Entonces tomé asiento siguiendo mi propio consejo y encendí un cigarrillo.

 

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