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Melrose Moody

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Todo lo publicado por Melrose Moody

  1. La bruja se miró largamente en el espejo, antes de retirar la luz de su rostro. No parecía tener sentido usar tales protecciones. De por sí, Melrose no entendía el contexto pasado que había obligado a tales medidas, a pesar de saber el grado de violencia ejercido y la necesidad de proteger a los suyos. La muchacha portaba la varita en la mano izquierda. No me había sido difícil engañar a los vigilantes apostados, utilizando una vieja estrella fugaz que de tan vieja hasta el ministerio le había perdido el rastro, junto a un fuerte encantamiento desilusionador realizado por Catherine. Al llegar frente a la propiedad de los Gryffindor siente un extraño cosquilleo. Es un emplazamiento con mucha magia pero es más que eso. Es que el llamado fue preciso: un buey, proveniente de Despard, que le había indicado dónde estarían los demás. Melrose observa el perfil de la edificación que solo es posible debido a la agudeza de sus sentidos. Ve algunas caras conocidas y otras desconocidas. Su vestido de lino de agita con el viento y sus gladiadoras no hacen ruido al pisar. Se acerca y se da cuenta de que al igual que ella ninguno lleva la luz. Se vuelve hacia la entrada. Es la primera vez que va a sitiar un lugar.
  2. Lowen E. Dwight (TT) Turno especial de buscador 1. Dado de Golpe. Golpe 1
  3. Lowen E. Dwight La pregunta, que rebota dentro de su cráneo mientras ella todavía analizaba su propia situación, la deja, una vez más, sin palabras. La muchacha no demora ni medio segundo en respoder. Su voz es firme. Si Greengrass le ha hecho una pregunta, por supuesto que va a responder. Si se trata de una broma pesada o de alguna clase de engaño, tendrá que aguantarse y pensar en ello más tarde. Tampoco le ha pasado desapercibido que la otra muchacha pelirroja ha declinado por primera vez esa atención agresiva hacia su otro compañero, a pesar de que sigue... bueno, en posición defensiva. Su pregunta hace eco de la de Greengrass. Por lo pronto, atina a decir: ―Lowen Dwight, golpeadora ―todavía dudando, extiende la mano. Si la deja colgada, en el aire, bien podría ir a esconderse debajo de una piedra o en los baños por el resto de la fiesta. Decir que toma ese riesgo, es apenas una manera superficial de expresarlo―. Fuerza. Esa es mi especialidad. Piensa en la potencia de sus ataques, por supuesto pero está hablando con Greengrass, así que no necesita aclararlo. Sus ojos también se posan fugazmente en la otra muchacha, pensando en que eso le da esperanzas. Su reacción parece genuina, lo que querría decir que Greengrass no suele bromear con esas cosas ¿o sí?
  4. Un traje de cortesano. Sí, de la corte de sus épocas humanas. Richard ahoga un suspiro mientras avanza a través de la hilera de butacas. Ha notado la presencia de los otros asistentes y no podría haberse encontrado con un grupo peor. Había estado tentado de ingresar por una puerta trasera, intentar explorar por primera vez los secretos de la troupe. Al final, se había decidido por no hacerlo, por no asesinar la magia de la puesta en escena. Él, que había contemplado un espacio muy similar en el año mismo de la conclusión de la segunda guerra mundial, observa ahora las butacas con nostalgia. No tiene ganas de discutir con Evans McGonagall o ser evaluado por Crouch. Su postura es bona fide, sus pasos con casi staccato. Quiere que sepan que se encuentra allí pero no desea ser increpado. No esta allí por eso, si no para disfrutar de aquello que se viene... sea lo que sea. El brujo no está seguro de qué esperar exactamente. Han pasado varios años desde que contemplara esa última puesta en escena y una eternidad desde que, en su vida humana, se preocupara por las conspiraciones de la corte ¿debería hablar con ellos? Observa a Evans McGonagall increpar, lanzarse sobre un sujeto que no conoce e increpar otra vez. No está seguro de si debería hablarles. Todavía no recibe seña alguna de parte de la puesta en escena. Se mantiene a dos hileras de distancia, detrás del sólido grupo Ollivander pero sus sentidos y su cuerpo se encuentran alerta. Bajo la piel, puede percibir la cantidad de magia invertida. Su cuerpo ¿será capaz de aguantarla? @ Rory Despard @ Hessenordwood Crouch
  5. Lowen E. Dwight La mano que tira de su brazo hace que desperdigue el contenido de su bebida por el piso pero, si tiene que ser honesta, a Lowen le importa tan poco como a la mujer que la lleva hacia las cocinas. El sonido del vidrio rompiéndose todavía resuena en sus oídos mientras se deja llevar sin oponer resistencia. Ella se había sentado en el extremo de la habitación para no ser notada y para no sentirse incómoda ante los jugadores de los equipos (ya que ella no había formado parte del campeonato) pero de alguna forma, una miembro del equipo ganador había tirado de ella. Luego de trasponer un par de puertas, se encuentra ante otros dos miembros más del mismo equipo, estupefacta. Compone el gesto enseguida pero no es como si el par de segundos de descuido no hubiesen sido suficientes para que viesen su cara de idi***. De todos modos, si no entiende lo que está pasando ("si no entiendo lo que está pasando..." empieza a decirse a sí misma intentando mantener la calma), no hay motivo para intentar mostrarse por encima de la situación. Extrae su varita en respuesta a la pregunta de la guardiana de los Tornados y se yergue en toda su estatura. No, la verdad es que ni siquiera sabe por qué están peleando, así que tomar partido suena poco apropiado. En lugar de eso, lanza varios encantamientos convocadores, de forma que cuatro copas se alzan de las bandejas que se encuentran listas para ser servidas: una para Darla, otra para Jeremy, la tercera para Maida y la última para ella. Toma su copa con la mano libre, da un trago y habla por primera vez. Sus ojos hazel, clavados en ambos para mantenerse alerta en caso alguno tenga una reacción desfavorable: —Es una velada hermosa. No la desperdiciemos en peleas. Una sonrisa, un gesto sutil e interrogativo, ladeando la cabeza. Alza su copa y da otro trago ¿por qué estaban peleando? Y, sobre todo ¿decidirán ignorarla o atacarla? ¿Y por qué los elfos parecían observarlos con gestos tan alarmados? ¿Acaso era porque no era correcto que los invitados a la celebración estuvieran allí? @ Maida Black Yaxley @ Jeremy Triviani @ Darla Potter Black
  6. Cuando Madeleine la aparta, Catherine no se centra en el sentimiento de rechazo si no en los ojos de la muchacha. Vacíos, como los suyos, hacía varias lunas. Recuerda a Armand, recuerda cuando la acompañó a esa habitación que desprendía tonos rojizos debido a las cortinas color borgoña. El sonido de su voz, que susurraba instrucciones o intentaba calmarla, consolarla, darle sentido a las cosas que giraban en una cabeza corrompida por la maldición de Kaiser. Piensa, una y otra vez, en cómo esa inducción de cordura no fue efectiva, no la hizo volver a estar cuerda pero el sentimiento reconfortante nunca abandonó su cuerpo. Todavía lo recuerda con vividez. ¿Es acaso el rechazo el sentimiento que Madeleine desea mantener vívido en su cuerpo, en su mente? Catherine intenta sondear en sus ojos pero no encuentra nada. Piensa, otra vez, en aquello que ella entregó en el mundo de los muertos: el rostro de Pandora, diciéndole que lo sentía, que había impuesto una carga demasiado pesada en ella pero que ya no pediría disculpas, que había parado, que ese era el fin de la línea y a partir de entonces, ella tendría que lidiar con todos esos sentimientos sola. El caudal de sus recuerdos quedó en el inframundo y una vez más, fue solo una humana, con sus recuerdos humanos. Esa afirmación, le había dolido pero ¿acaso no había sido el sello de su propia libertad? Cuando Madeleine habla, su voz destila desdén. Eso podría haber engañado a cualquier otra persona, Catherine está segura. No a ella. Esta vez, no está dispuesta a callar lo que sabe, no está dispuesta a ceder. Hace, lo que no hizo hasta entonces, porque sentía que no podía hacerlo, que si lo hacía eso la convertiría en una ser humano despreciable: se rinde. —Oh, Madeleine... —no la toca, ni se acerca, tampoco se aleja. Su mano se encuentra colgando a los lados. No desea arruinar la velada de nadie. Está cansada de guardar luto. Por Kaiser, por sus relaciones fallidas, por el lugar que dejó Pandora y que ella nunca fue capaz de llenar. Por esa vida, que en realidad nunca fue suya ¿acaso no se había recluido con los talamasquin para recordarse quién era? Y ahí estaba otra vez, intentando conseguir el perdón de una muchacha que estaba tan vacía como ella a causa de la nigromancia ¿Tenía Madeleine consecuencias físicas al igual que ella? ¿O ella había pagado un precio mental, espiritual, todavía más alto? Aún peor que eso, en el fondo, Catherine se dio cuenta de que no importaba. Porque a Madeleine no le importaba. —No necesitas mentir —sus ojos, igual de vacíos, parecen desprender un brillo débil, como una brasa moribunda que se niega a apagarse del todo—. Esta bien si no te importo. Eso no te hace mala persona. Sí, está bien. Ella puede decir mil cosas más pero eso no cambiará la realidad. No va a juzgarla por el proceso que decida seguir. Solo está cansada de disculparse. No vuelve a tocarla, porque ella prácticamente se lo ha pedido, así que se limita a alzar una mano, que nunca llega siquiera a acercársele. Luego, se vuelve y decide acercarse a Richard otra vez. Es en ese preciso instante, en que decide perdonarse: por haber sido un error en la vida de todas esas personas, por no haber sido suficiente. Por haber sido débil, por no ser capaz de encontrar una solución, por haber perdido sus sueños. Decide perdonarse y empezar de cero, aunque sea una treintona loca, una bruja que abandonó todo ideal, una vida que no desarrolló una importante carrera mágica ni se abrió al mundo jamás. Amó lo mejor que pudo. Sí, se dice a sí misma, eso nunca es suficiente para el mundo pero por una vez, decide que fue suficiente para ella misma. Quizá no sería mala idea tomar una copa de vino, cantar alguna canción, saludar viejos amigos ¿qué otras cosas más era que podía hacer? Inició tomando una copa de vino de la mesa y acercó a Richard ¿debía haber esperado las palabras de Madeleine, de vuelta? "Esta bien. No eres lo que ella necesita".
  7. Catherine no tiene oportunidad de decir nada, en lo absoluto, antes de que sus ojos recaigan en Madeleine. Es como una vieja herida, que se empecina en auscultar con los dedos y por tanto, nunca cierra. Solo que ella sabe que no quiere convertir eso en cicatriz: quiere revertirlo todo y no sabe cómo y, en realidad, tampoco es posible. Así que, en lugar de apartar la mirada, en lugar de bajar la vista como siempre hacía cuando la tenía delante, decide encarar por fin su propia culpa. Se vuelve hacia Jank, que por algún motivo tiene a Melrose encaramada como si fuera un monito. Decide ignorar ese hecho, le da un abrazo, un beso en la mejilla. Sujeta un lado de su rostro con la palma de la mano, mientras lo observa por unos segundos, antes de volverse hacia Madeleine. Sabe que también le hizo daño a Jank. No está segura de dónde le viene la certeza, lo peor es que ni siquiera es capaz de recordar con claridad qué es lo que hizo mal, además de echarse a perder, despedirse y abandonarlos... bueno, tal vez sí es consciente. Es solo que Madeleine estuvo allí, observando hasta su penoso final, hasta que no hubo más rastro qué seguir, más trozos que levantar. Catherine no se detiene a saludar de forma extensiva, solo hacer gestos de cortesía, con Hannity, Bel, con Lillian, Kutsy (a la que le entrega un regalo de cumpleaños, sangre O negativo) y Scavenger. Nada de eso hace que se distraiga. Se queda parada frente a ella, sus ojos muertos, fijos en ella, que por un instante parecen dotarse de la energía de los carbones encendidos. Entonces, alarga un brazo y luego el otro. Le da el tiempo suficiente para que pueda apartarla, antes de envolverla en un abrazo ¿Qué hay, pues, para decir? ¿No intentó acaso decir mil cosas sin que ninguna de ellas pareciera tener sentido o efecto? ¿Y qué es lo que esto podría desencadenar ahora? Tal vez, ella crea que no es nada, más que un gesto vacío. El hálito de la muerte, también puede sentirlo en Madeleine. La conexión con el inframundo, el consumo de la energía vital. Sin embargo ¿por qué no la culpa? Debería sentirse enojada, traicionada pero ¿Acaso tiene el derecho? ¿La moral? No. Así que no dice nada. @ Ellie Moody
  8. Lowen E. Dwight Había estado a punto de no llegar a esa reunión. ¿Qué estaba haciendo después de todo? Bueno... observar. Porque es una ocasión especial a la que había querido asistir desde hacía muchísimo tiempo. Debido a los conflictos, una celebración semejante no se había llevado a cabo en mucho tiempo y, de hecho, quizá de haber sido por el gobierno inglés podría no haberse concretado. Lowen dirige la mirada hacia el cielo con agradecimiento, mientras piensa en el confeti, las risas, los gritos, el anhelo y el triunfo. Se embriaga de ellos, aguardando, con esperanza vana quizá, el momento en que ella también pueda formar parte de ello. Transcurre un buen rato antes de que se decida a hacer otra cosa. Su cabello rojizo, recogido en una trenza, parece moverse como un péndulo cuando camina hacia la zona indicada para tomar un trago. Es penosamente consciente, de que no es tan joven como la mayoría de los jugadores presentes y, de todos modos, ella todavía no juega en la liga... pero no le hace ningún bien pensar en eso. Lowen sigue disfrutando de la bebida, de las risas, de la algarabía. Está sola, había acudido casi a escondidas, porque su familia no había obtenido el permiso o los medios para salir del país. Así que gira el contenido de su copa solo para distraerse, antes de darle otro trago. La ceremonia continúa, ella sigue sentada sola en esa mesa, en silencio. Sí, no se arrepiente de haber venido. Piensa en casa: Cornwall y sonríe para sí. Cree oír una voz que dice su nombre pero eso es imposible. Nadie allí la conoce, ella no conoce a nadie y eso está bien, así que ¿quién podría ser? Toma otro trago de su copa y piensa en qué debería hacer a continuación.
  9. —Bueno Evans, lo que pueda o no tener inflado, es algo que te aseguro que no es de tu incumbencia y me causa preocupación que intentes averiguarlo. La mujer al menos podría haber intentado disimular que no le importaba insultarlo abiertamente. Ella sabía que Richard era capaz de oír sus susurros ¿Sería que tendría que contestar puyas de la vieja squib toda la noche? Se sentía muy tentado de decirle que ciertas arrugas de su cara ya estaban bastante notorias pero no era parte de su estilo dar una respuesta tan vulgar. Después de todo, había cosas mucho más emocionantes con las cuales burlarse de ella. Su sobrina había llegado justo en ese momento y, si bien se había acercado directamente a saludar a la pelirroja, seguía siendo su sangre, directa hija de Pandora. Alzó la copa hacia ella y dio un trago luego de dirigirle una sonrisa, a su salud y a la de la celebración que Bel Evans acababa de proclamar. Sí, era agradable poner a Evans en su sitio pero ¿evadir funcionarios sobreexplotados que trabajaban a regañadientes en horario nocturno sin paga extra por un edicto de la ministra chiflada? Cien veces mejor. Así que, cuando abrió la puerta por segunda vez, ni siquiera se molestó en bajar la copa o cambiar de expresión. El casco le impidió ver el rostro de la persona que había tocado pero le pareció familiar. Otro pariente suyo ¿quizá? Richard inclinó la cabeza hacia un lado antes de sonreír por inercia. Fue entonces cuando oyó la voz de Mel a espaldas del chico con el casco. —Si sigues sonriendo así vas a asustarlo en serio. Richard soltó una risotada genuina. Por supuesto, tendría que haber adivinado que Catherine enviaría a Melrose, la muy vieja aburrida. La muchacha llevaba un vestido de lino beige, de corte sencillo, casi raso, con gladiadoras. Su cabello era un revoltijo y sus ojos, fijos y grandes, lucían algo acusadores ¿por qué? Richard desvió la mirada de forma que Melrose no empezara algún reclamo, sea cual fuere el motivo. —De todos modos... —dijo, pero se dio cuenta de que ella no le prestaba atención. Melrose había vuelto con curiosidad hacia el muchacho del casco y se había colgado de él como si quisiera ser llevada a caballito. Richard tiró de su brazo para que ambos pudieran entrar al interior y él pudiera cerrar la puerta. Melrose entonces hizo algo que Richard no se había esperado: le arrebató el casco al muchacho, y hundió la nariz en su coronilla. Richard fue capaz de oír una respiración profunda, antes que Mel agregara: —Richard, este chico huele a viento a pesar de que llevaba casco. Su rostro no demostraba que acababa de hacer algo sumamente impropio. Richard se quedó estupefacto, sin saber qué decir por una vez en su vida, viendo como Melrose seguía aferrada al chico ¿Qué le pasaba? Sí, ella siempre había sido rara pero eso estaba a un paso de lo inverosímil. Además, se suponía que era una reunión y... ¿Qué modales, actitud o estilo eran esos? El pelirrojo decidió rendirse. Intentar entender a Melrose era un esfuerzo inútil y ese día, había decidido pasársela bien. Bel todavía seguía tomada del brazo con Lils así que Richard se volvió, les dijo que había bebidas para ambos así como comida y que ya habían tomado su primer brindis. Con un poco de suerte, si él no decía nada, nadie más intentaría señalar lo raro del asunto. —De todos modos... bienvenidos, siéntanse como en casa. Al volverse, se dio cuenta de que Madeleine le devolvía la mirada desde el otro extremo de la habitación... aunque quizá decir que se la devolvía era una exageración. De hecho, parecía tener una expresión algo perdida ¿o era su imaginación? Entonces, se escuchó una vez más un par de golpes en la puerta. Richard abrió por enésima vez y en aquella ocasión, sí era Catherine. @ Lillian Potter Evans @ Ellie Moody @ Rory Despard @ Hannity Ollivander Evans @ Jank Dayne
  10. quiero darle a todas las reacciones pero me tuve que conformar con una :c ;_;

  11. —Mucha gente paga montañas de oro para oírme cantar, Evans —señaló Richard con un gesto desdeñoso de la mano— y tu crees que lo haría gratis por ti. Richard guardó silencio al ver entrar a la muchacha vampiro y, apenas acababa de trasponer la puerta, la siguió Weatherwax. Sentía una sana curiosidad, así que no deseaba que viese sus est****as discusiones con Evans McGonagall. Además, tenía planes para esa noche. Se quedó un buen rato mirando a la otra muchacha, que no reconoció y que acompañaba a Scavenger, antes de servirse un trago de vino. Nadie estaba bebiendo todavía pero su tolerancia al alcohol era ridícula y, por una vez, no quería tan solo quedarse riendo de los demás ¿hacía cuánto que no bebía en serio? Había pasado demasiado tiempo ya... Estaba, de hecho, tan cerca de la puerta cuando la cerraron, que escuchó con claridad tres golpes afuera, a pesar de que todos los demás todavía seguían saludándose. Él se había librado de la formalidad repartiendo venias aquí y allá, así que tiró de la puerta con soltura, solo para ver que no le había parecido oír cosas si no que la heredera Ollivander estaba parada afuera, con una mano todavía en alto pues acababa de realizar el gesto. —Bienvenida, Ollivander —dijo Richard entonces con una sonrisa ladeada—. Su señora madre ya se encuentra dentro. Se volvió hacia la mesa y tomó asiento ¿a qué hora era que llegaba Catherine?
  12. Solo vengo a decir que Syrius Leonid es un malagradecido *-* (?

  13. Apenas escucha la nueva voz dirigirse hacia ella, se vuelve hacia Blackfyre con una acción que es más que un reflejo, sus músculos se contraen listos para actuar y amusga los ojos al analizar a ese nuevo intruso. El arma, que sale volando de sus manos es atrapada por la criatura de Darla y transportada hacia ella. Melrose observa a la criatura, con la que no se puede comunicar: es más como una máquina que un ser vivo, siempre escuchando las órdenes de su dueña, sin procesar la voz de nadie más, los ojos vacíos. Solo atina a dar unos saltos hacia atrás por precaución. Por supuesto, no tiene idea de quién es el recién llegado. No le cuesta imaginar por qué esta allí, lo mismo que aquella desconocida pelirroja, que había intentado sujetar al muchacho rubio cuando la fuerza de repulsión todavía estaba en marcha. No es una experta pero hay algunas cosas que ha aprendido de los mortífagos, debido a su permanencia en la Orden del Fénix. Tiene la certeza de que podrían seguir llegando, uno tras otro, debido a la presencia de la marca en el cielo. Antes de que Melrose decidiera actuar, ya estaban peleando de nuevo y... ¿Realmente había dicho travesuras de chico? Melrose sintió un escalofrío subir por su espalda, uno que no tenía nada que ver con la pelea o el peligro, lo que la hizo sentir avergonzada, porque por un instante, consiguió que olvidara que estaba en medio de un lío y que volviera a sentir piel de gallina por razones infantiles. Como una niña que se asquea al ver el cadáver de un bicho. La sensación de terrible incomodidad y pánico que uno sentía cuando veía a un sujeto sospechoso pasearse por un parque de diversiones para niños. Esa incomodidad se tradujo entonces en rechazo. ¿A qué se refería con "dame al chico"? El chico no era un paquete, pensó Melrose. Podía hablar y moverse por su cuenta, lo que, de hecho, no tardó en hacer y Melrose casi deseó que fuese un paquete de verdad porque en aquel mismo momento, la sed de sangre la golpeó con fuerza. Su atención se desvió una vez más hacia el chiquillo rubio. Su rostro tranzado en una mueca. ¿Qué había esperado exactamente, que le agradeciera? Quería creer que no pero tal vez si no gratitud, había esperado cierto constreñimiento de su parte. Sí, alguna clase de decoro, que detuviera las cosas tal cual ella había deseado. Nada de eso había sucedido y la persona que había apartado, incluso a costa de poder causar emociones negativas en sus compañeras de bando, acababa de pedir su muerte. Sus ojos se clavaron en los de él pero no había rencor en ellos. En lugar de eso, estaban cargados de lástima, asco: decepción. Pensó en las escenas en rápida sucesión que acababan de desarrollarse. Por un momento, se cuestionó otras cosas que también había observado, como por ejemplo ¿Quién era ese hombre que le causaba un desagrado parecido al que sentía por el hombre que le había atacado y que había intentado disimular el envío de un mensaje a través de un patronus? ¿Debía acercarse y noquearlo? Podía hacerlo: la velocidad y la fuerza física otorgada por el dios del trueno podían dejarlo fuera de combate en segundos y su mente estaba protegida ante cualquier invasión. Escuchó entonces el cuchicheo de la gente que lo rodeaba, llamándolo perro. Funcionario de la ministra, tradujo entonces Melrose mentalmente. Sin embargo... Su cuerpo no conseguía relajarse ni decidirse, sus ojos buscando otras cosas. El anarquista, seguía su discurso, como si todo el estallido no hubiera ocurrido. Se dirigía a la gente, tranquilizándola, ordenándole que se mantuviera organizada y en filas, para abandonar esa zona del evento. Los ojos se dirigían hacia él con fruición a pesar del "espectáculo" y de que un vitae había atacado de lleno armando alboroto. Melrose lo admiró y deseó una vez más haber podido preguntarle cosas. Ahora, esa posibilidad parecía haber muerto. Entonces, actuó por fin. Sus piernas se clavaron firmemente en tierra para cubrir una distancia larga, una delante de la otra, y su partida dejó atrás una marca astillada en el suelo del estrado, debido a la presión del impulso que acababa de utilizar a través del fortress. De un tirón llegó al final de las escaleras, se aproximó desde atrás al funcionario ministerial y, con un golpe seco del dorso de su mano, lo noqueó al suelo. Era un golpe medido, cuidado al máximo para no matarlo, pero resolutivo. Lo último que necesitaban era que ese hombre se nutriera de historias. Ya era más que suficiente con que el anarquista hubiera anunciado a Rory como líder de la Orden. Una vez se hubo asegurado de que estaba inconsciente, dejó que la muchedumbre que lo había estado rodeando lo engullera, cubriera su visión (no suponía que fuesen a ahogarlo porque había sido cuidadosa) y justo en el momento que se volvía para echar una mano con los nuevos ataques, notó el dedo admonitorio que la incluía en la afrenta que Goldor remitía. Goldor. Bueno, ahora sabía su nombre. ¿Cuál era el nombre del muchacho rubio? Seguía sin saberlo aunque ¿era importante a esas alturas del partido? Melrose nunca había soltado una sonrisa amarga pero tal vez esa ocasión ameritaba una primera vez. Richard, resguardado a la quietud del pasto que no había sido alcanzado por la "acción" dejó su espacio alejado y se aproximó apenas el haz de la noche se hubo cerrado. Empujó con un pie el cuerpo del funcionario ministerial, para asegurarse, antes de apartarse del grupo de gente y tomar unos chicles magentas de su bolsillo ¿qué se suponía que pasaba ahora?
  14. ¿Por qué tenían que ser sirenas? La mujer permaneció imperturbable ante las declaraciones de Eitʃ. Era parte de su actitud habitual, un entrenamiento que le habían martilleado hasta lo más profundo de su inconsciente, de forma que pudiera ejecutarlo a ojos cerrados. -Oh... qué infortunio. Alzó su propia copa de vino mientras un par de criados se apresuraban a servir a los invitados acorde a lo solicitado. No había en su voz ni un atisbo de arrepentimiento o sombra del sentimiento que debería haber acompañado a esas palabras pero tampoco debía arriesgarse a ser grosera. Después de todo, si estaba allí, era sin duda para negociar. Le sorprendió darse cuenta de que cuando había dicho que quería saber sobre asuntos presentes lo decía en serio. Había esperado una persona encerrada en afrentas pasadas, mezquina. Era evidente que se había equivocado. Movió el vino dentro de su copa. Lamentó no haberse preocupado por disfrutar del bouquet. -Lastimosamente, en estos momentos, el encargo de sirenas ha sido demorado. Los asesinos se habían equivocado de bastardo y no habían llevado a cabo su encargo con Richard Stark. El muy i****** seguía interfiriendo con la captura de la última comunidad de sirenas al sur de Italia ¿por qué? Le hubiera gustado saberlo, al menos, para poder susurrarle cuán equivocado había estado de pensar que podía salirse con la suya interfiriendo con los Diallo, antes de matarlo. -Es el único cargamento que tendría demora en la entrega -le aseguró con frialdad-. Justo ahora, tenemos a disposición, todo lo demás. Sí. Después de todo, ellos también tenían su propio interés en el mundo del espectáculo ¿lo sabía Eitʃ? ¿Y estaría ella interesada en ver la mercadería? ¿Y qué había de su compañero, que no hacía más que fruncir el ceño? @ Hessenordwood Crouch
  15. Los Evans no se caracterizaban por encontrarse siempre al pendiente de la ley. No eran una familia de quebrantadores de reglas. Era solo que andaban a su aire. Siempre intentaban contactarse, así estuvieran en distintas partes del globo. Buscaban en todos los lugares a los que iban esas conexiones que les permitían mantenerse a flote, que era una forma coloquial de decir que muchos de ellos eran sociables y, los que no lo eran, tenían habilidades que solían hacer que se mantuvieran próximos a aprendizajes que no cualquiera hubiera podido seguir. Caminos difíciles resueltos con talento, en sus respectivos ámbitos. Eso se había cumplido para casi la mayoría de sus miembros. Los duelos eran el campo de Jank. Siempre se podía contar con que Dayne Evans McGonagall estaría cerca de alguna clase de situación peligrosa, tanto si quería como si no. Aún, en sus momentos de retiro y ocio, siempre terminaba metido hasta el cuello, envuelto en un súbito entrenamiento o salvándole el trasero a alguien. Luego estaba Catherine, por supuesto. Desde que había perdido por completo el control y la cordura a causa de su matrimonio fallido, había abandonado por completo la intención de vivir en el mundo de los mortales, magos y muggles por igual. Vivía casi en un espacio propio, siempre con un ojo puesto en el mundo de los muertos. La nigromancia le consumía la salud, lo mismo que las entrañas, pero no moría. Siempre, estaba metida en alguna situación extraña u oscura, si no es que pasaba el tiempo observando la naturaleza y haciendo viajes en donde buscaba apartarse del todo de la humanidad, a pesar de seguir siendo por completo humana. Oliendo a tierra, hojas, sangre, pociones o brisa. Bel Evans McGonagall era una squib que, aún con esa absurda limitación, de todos modos se las había arreglado para traer del exilio de cabras y margaritas al nuevo líder de la Orden del Fénix. Lillian Evans McGonagall era una adecuada dama de socialité, con un hálito agradable y el adecuado candor, que se vinculaba estrechamente en ámbitos extranjeros y criaba a la nueva (y más fuerte hasta la fecha) generación de Evans McGonagall. Una muchacha que, a pesar de la viudez y la maternidad, irradiaba la energía de la flor de la juventud. Ania Evans McGonagall viajaba por el mundo cuando no estaba explorando cada pequeño detalle de la naturaleza y los entornos que la rodeaban, compartiendo experiencias y risas con nuevas personas cada vez. Nicole Evans McGonagall era la lidereza nata que había llegado incluso a llevar en sus hombros a la familia por un largo período. Había un nuevo miembro en el castillo, también, aquel extranjero que Richard había alcanzado a vislumbrar y que poseía dones específicos y claramente de inclinación a las sombras. Richard sonrió, estrechando contra su pecho la botella de vino que había extraído de su cava personal. De Elessar no se había sabido nada en mucho tiempo, pero era poco probable que hubiese dejado de ser ese excéntrico seductor de mujeres que detonaba trampas con una sonrisa. Hannity, la heredera de los Ollivander que ocultaba con habilidad y encanto su verdadero poder, también había mostrado cierta preferencia hacia la familia de los Evans McGonagall, visitando el castillo con frecuencia y estaría ese día allí. Laimi Evans McGonagall continuaba siendo un completo y absoluto enigma a pesar de las averiguaciones de Richard, lo que con su mundo y contactos no era poco mérito. Albus Evans McGonagall brillaba en los ámbitos sociales, Scavenger Weatherwax perfeccionaba cada vez más sus habilidades de investigación, de artículos mágicos e historia, además de una serie de otras habilidades que la convertían en un peligro si se trataba de averiguar los planes de Richard; era una suerte que estuviera demasiado concentrada siempre en su constante búsqueda de respuestas, una incógnita a la vez. Eileen y Madeleine. Sí, las dos, el poder balanceado de ambas, en pelea y técnica, concentración y práctica, conocimiento y carácter. Madeleine, por supuesto, tenía más experiencia, y dominio. Finalmente, Kutsy Stroud Lenteric Evans McGonagall. La nostálgica, el alma trágica y sensible, aquella incógnita que no tenía nada que ver con el poder. La única, de todo ese castillo, que le hacía recordar a la vampiresa italiana que había despreciado su mano en matrimonio. Sí, a veces las cosas eran así de imprevisibles. La persona que apenas había vislumbrado y a la que nunca se había aproximado de verdad por un temor que no tenía nada que ver con nervios pero que, adivinaba, tenía una hebra rota quizá ¿tan amplia y desolada como la suya? No, tal vez no. De todos modos, era la persona que sentía más afín, aún si no compartía su desilusión. Suspiró. Ese día, mientras transitaba por las calles de Londres, disfrutando de salir a respirar aire puro, esquivando funcionarios que vigilaban que se cumpliera el edicto de inamovilidad con la misma facilidad con la que tiraba de la palanca del inodoro, Richard tenía una sonrisa en los labios. Se deslizaba casi con elegancia, de una sombra a otra, pensando en lo molesto que era no poder confrontarlos. Sí... en realidad, era más complicado que eso. Tal vez, por eso, más interesante y divertido. Cuando llegó a la puerta designada, madera negra pulida bajo una terraza georgiana, propiedad de los Evans por generaciones, sus manos delicadas tocaron tres veces sin contenerse por la bulla. Sus ojos, concentrados en la luz de la calle, supieron enseguida que había alguien adentro pero que nadie lo vigilaba allí afuera. El encantamiento fidelio había sido confiado a los invitados, aunque Bel había luchado para que Catherine no viniese acompañada por él. Por supuesto, había perdido. Era Bel después de todo. -Evans McGonagall ¿Por fin conseguiste salir embarazada o lo que veo es solo una exagerada protuberancia? Su sonrisa era deslumbrante. La pelirroja que le había abierto la puerta, no parecía ser la única que ya se encontraba allí. Richard entró con rapidez y la puerta se cerró tras él. Catherine vendría más tarde por su cuenta. @ Kutsy Stroud Lenteric @ Rory Despard @ Syrius McGonagall @ Jank Dayne @ Lillian Potter Evans @ Ania Evans Weasley @ Boss Elessar @ Hannity Ollivander Evans @ Ellie Moody @ Albus Severus Black @ Scavenger Weatherwax @ Laimi Evans @ Nicole Evans Crowley
  16. Donaciones desde y hacia Bóvedas Personales Nombre con link de Bóveda Familiar que permite la donación: Familia de Bando Nombre con link a la Ficha: Melrose Moody Bóveda con link de la que se extraerá la donación: 90471 Cantidad total de Galeones de la donación: 10000 Beneficiario de la donación: Nick del usuario con link a ID (perfil): Hannity Ollivander Evans Relación Familiar con Donante: Miembro de Bando (Familia Potter) Nombre con link a Ficha: Hannity Ollivander Evans Número con link a Bóveda Personal: 111473 Cantidad de galeones: 10000
  17. -Oh... bueno, la verdad no soy muy buena con las palabras -masculló Mel de vuelta hacia Rory luego de esa cálida bienvenida, sin atreverse a agregar nada respecto al "amor libre" ya que de eso poco o nada sabía. Tanto Mel como Richard tomaron entonces los panfletos, sin más. No era que Mel estuviese menos interesada en acercarse al anarquista, si no que a pesar de haber llegado con apuro, se daba cuenta de que tendría que esperar ante tamaña lista de actividades. Prefería pasar desapercibida mientras tanto, para que no intentaran llamarla para que "diera unas cuantas palabras". Así que se dedicó a explorar el papel con genuina curiosidad. Tenía unas letras coloridas y daba razón de aquello que se haría en el evento; Mel nunca había escuchado nada que se pareciera a "poesía antisistema" así que decidió que tal vez daría una vuelta para echar un vistazo. Richard la siguió. Apenas acababan de volver luego de observar una carpa en donde hacía fila un montón de gente para entrar en parejas, globos de colores, muchachos con pipas psicodélicas que descansaban sobre el pasto y un montón de puestos de comida y venta de curiosos artículos cuando las cosas se salieron de control deprisa. Estupefactos ante el anuncio realizado por el anarquista, delatando a Rory como líder de la Orden del Fénix, ambos se echaron una mirada antes de dirigirla hacia el dubitativo pelirrojo que se dirigía al estrago. Ya no estaba muy lejos, cuando Mel decidió que quizá debía prevenirlo, cuando notó que Luna se echaba sobre el hermoso muchacho rubio que vieran antes, debido a que éste parecía haber hecho o dicho algo hacia Rory. Mel nunca la había visto tan enojada. Sus ojos redondos y enormes quedaron pasmados de sorpresa. Richard tenía reacciones rápidas y se había dado perfecta cuenta de todo pero no había querido intervenir. Se veía como algo que iba a desencadenarse de mal a peor y, efectivamente, así fue. ¿Acaso realmente el anarquista había anunciado que Rory era el líder de la Orden del Fénix y había Lunita reaccionado ante la proximidad del mago rubio con Rory de una manera tan confrontacional? Por supuesto, Mel y Richard se habían perdido parte de la acción entre ellos antes así que eso no parecía encajar con Lunita para nada. Lo que ese muchacho podía haber dicho para que Luna reaccionara de esa forma era algo que Mel no alcanzaba a imaginar. La bruja se aproximó decidida a parar el asunto, antes de darse cuenta de que Darla también se salía de control ¿cómo era posible que todos montaran en cólera? ¿Y acaso realmente ese mago había usado un cruciatus? Melrose apenas podía creer cómo se iban desenvolviendo las cosas. Richard la tomó del brazo para detenerla pero ella se soltó con rapidez y se deslizó por un lado de forma rápida para que no pudiera volver a hacerlo. En el ínterin, Luna había mordido al rubio y Darla también había saltado para defender a Luna de la maldición que éste le lanzara. Mel no sabía qué hacer, así que solo atinó a correr hacia ellas, sin estar del todo segura. Cuál no sería su sorpresa al ver al muchacho con rostro angelical retorcido por la rabia, invocar la marca tenebrosa. Las personas alrededor no eran est****as. Empezaron a escucharse murmullos y algunos gritos. Algunos parecían haber consumido demasiado de las pipas como para moverse o darse cuenta de lo que estaba pasando y muchos otros estaban encerrados en carpas pero varios ya empezaban a correr para poder desaparecer en dirección a sus casas y no pocos se habían quedado boquiabiertos ante la señal en el cielo. Incluso, cierta cantidad de curiosos habían asomado sus cabezas, desde escondrijos de lo más inesperados o desde dentro de las propias carpas. Los ojos de Mel, sin querer, se desviaron por unos segundos hacia el anarquista. Éste, al igual que ella, parecía estar evaluando su siguiente movimiento, con una precisión que casi salía a flote en su mirada. Al alcanzar a Darla y Luna, Mel pasó de largo, directo hacia el muchacho mortífago. Con un movimiento preciso, invocó su Tambō, de forma que sus dedos fuertes no tardaron en girar la bara de metal sagrado ante ella. Enseguida, la muchacha aprovechó los campos magnéticos que el bastón generaba (y era prácticamente la tercera vez que el hechizo funcionaba - lo que era una suerte- pues no había ensayado lo suficiente, ni de lejos) para atraer al muchacho rubio hacia ella y repeler a Luna y Darla al lado de Rory. Sabía que Lunita, una persona normalmente sosegada y pacífica, no habría reaccionado de esa forma sin motivo y sabía que ella estaría segura con Darla pero era preciso detener esa pelea cuanto antes. Miró de reojo al mago rubio que se encontraba compartiendo con ella su lado del campo magnético, lo que los obligaba a estar algo estar próximos. Recordó por segunda vez en la noche que ni siquiera conocía su nombre. Se preguntaba si éste aprovecharía la oportunidad para intentar hechizarla. Dejó de girar el bastón, clavándolo en tierra y notó con alivio que había logrado poner dos metros de distancia entre los dos grupos que había conformado, debido a la fuerza de los campos magnéticos (aunque todos los presentes se habían tambaleado un poco al volver a poner pie en tierra debido a la fuerza de atracción y repulsión, respectivamente, que había ejercido). Entonces, dijo: -Esta pelea se termina, AHORA. No hacía falta ser un genio para ver los rostros asustados, las expresiones alarmadas e indignadas de las personas alrededor. Mel agitó la varita algo dolida, recordando la expresión del lobo que había recibido ese hechizo cruciatus, mas no dudó cuando curó la herida de mordedura del muchacho rubio. Entonces, y solo entonces, se atrevió a decir: -Te quiero pedir, que quites ese símbolo del cielo. Ésta, es una reunión pacífica que no merece este espectáculo. Richard estaba impactado ¿qué le había pasado en el extranjero a Melrose Moody, la sosa, tragona e impulsiva Melrose Moody que se distraía persiguiendo tebos y observando aves marítimas y olfateando estupideces para que hubiera reaccionado de esa manera? Pensó en que necesitaba un poco de palomitas y estuvo a punto de atraerlas con un encantamiento convocador, pero no quería seguir aumentando la conmoción. Si luego pensaban que había sido un ratero aprovechando el pánico, sería una vergüenza. @ Cillian @ Rory Despard @ Luna Gryffindor Delacour @ Darla Potter Black
  18. Richard tenía serios problemas para tolerar al predicador ahora. -Verá señor Despard -señaló con una voz que era como la seda-. Tendrán aquellos que tengan que pagar ¿no es acaso una injusticia que el estado no se haga cargo de ciudadanos que se encuentran al día con sus impuestos y cumplen con la ley? Hasta niños Granos asintió disimuladamente ante semejante afirmación. Cuanto el conductor gritó el nombre de la parada, Richard se incorporó. No le debía ninguna explicación o disculpas a Despard. Él solo había deseado meterse en la discusión y era ridículo iniciar algo que eras incapaz de terminar. Esquivó con éxito un montón de viales de pociones que algún idi*** había regado por el piso y por poco se dio de bruces con la heredera de los Ollivander. Sus modales cambiaron entonces por completo, se inclinó con expresión serena y caballerosa para saludarla "Tenga buen día, señorita Hannity. Y tiene usted razón, ya nadie está a salvo", afirmó con expresión de contrariedad, antes de regalarle una cálida sonrisa e irse derecho hacia la puerta. Se bajó solo agitando la mano y se detuvo ante el caldero chorreante. La puerta del local estaba firmemente cerrada, con un enorme letrero que anunciaba que estarían fuera de servicio por unos días. Era la primera vez que algo como eso sucedía ¿qué quería decir? ¿Acaso más edictos en camino o solo una horrenda coincidencia? Se volvió para ver el autobús por si alguien más bajaba y podía contrabandear un viaje de vuelta pero lo cierto era que Richard sabía de antemano lo que sucedería: no volvería a viajar en ese autobús del horror.
  19. La mujer que corrió a recibir Eitʃ, había salido seguida de tres musculosos guardaespaldas que llevaban las varitas al cinto y cargaban sendos paraguas solariegos. El miembro de la seguridad que venía detrás, había echado un encantamiento atmosférico pero siempre iba bien con la imagen de la familia Diallo tener un poco de caché. -Es prácticamente una atracción para turistas, aunque a mi sobrino le guste llamarlo excavación -aseguró con vehemencia. La sonrisa en su rostro no tiraba de ninguna arruga, a pesar de que la bruja ya no era tan joven como antaño-. Sean bienvenidos a la Isla Diallo. El helicóptero había apagado su motor pero las hélices todavía giraban. A la mujer no le pasó desapercibido el último comentario que habían tenido, y esa era la razón por la cual se había apresurado a aclararlo. Desde luego, estaba casi segura de que no iban a creérselo pero no le costaba mucho delimitar una línea. Era la forma sutil de decir "no se metan con esos asuntos" en su mundo. -Demasiados periodistas y gente externa para que pudieran sentirse cómodos -agregó. Los condujo fuera del helipuerto, por un ascensor de cristalería hacia una amplia habitación con terraza. El interior estaba adornado con plantas exóticas y una enorme pecera, que, sin embargo, no eran capaces de opacar la mesa de madera antigua y labrada. Era una mesa de gran antigüedad, que el ministerio de cultura inglés alguna vez había intentado expropiar. Era la razón por la cual se encontraba en la isla, traída originalmente desde Sicilia. -¿En qué puedo servirles? Esa era solo otra formalidad. A pesar de que esas reuniones tenían un propósito, siempre se daban de esa forma. La bruja mostró a sus visitantes las sillas de madera tallada en la que podían tomar asiento y la serie de contenedores de bebidas espirituosas que tenían a disposición. La frase, como era obvio, tenía esa ambivalencia que hacía que ellos pudieran decir para qué se encontraban allí y a la par, pudieran pedir una bebida. @ Hessenordwood Crouch Dante Diallo Aún cuando Dante no había estado atendiendo a los visitantes, se le hizo extraño que enviaran a una persona directamente recomendada por Orfeo. Su primo no era la persona más brillante y, aún así, su familia parecía creer que era más digno de confianza que el propio Dante. Él mientras tanto estaba confundido ¿se suponía que eso se trataba de algún asunto vinculado a los "negocios de la familia" o qué? Se apartó entonces del clima solariego para ingresar a la tienda, a donde habían conducido al muchacho. Lo que encontró en él era totalmente distinto a lo que él había esperado, que era básicamente alguna clase de ganster o algún descerebrado. Leonid no calzaba ninguna de esas descripciones. Dante extendió la mano para estrechársela, antes de preguntar: -¿Qué lo trae por aquí? @ Syrius McGonagall Catherine Moody -Los Moody ya están aquí, señor Despard. La voz de Catherine sonaba vacía, casi aburrida y su expresión no delataba sentimiento alguno. Richard, a su lado, lucía impecable, con Armani y camisera y casi sentía lástima (si no fuera porque le resultaba hilarante) el hecho de que Catherine hubiera pescado a Despard justo en el comentario despectivo. De entre todas las maneras de interactuar posibles, ellos dos eran una de esas dinámicas que eran incapaz de predecir. Catherine, sin embargo, luego de decir eso, no pareció tener el más mínimo interés de agregar nada. Nasha Montpellier (que Catherine conocía por su clase de nigromancia) era una de las últimas que había esperado encontrar allí pero su instinto le decía que tenía algo que ver con el ojo interior. Catherine no deseaba hacer comentarios sobre eso. Se limitó a saludar con un asentimiento de cabeza y se aproximó a su hermana talamasquin. -Siento tener que acudir a ustedes en este momento de necesidad. La mujer asintió. Catherine se aproximó para crear el portal. Entonces, indicó al resto que ya podía ingresar en él. Richard, sin esperar ni un instante lo traspuso primero. Cuál no sería su sorpresa cuando lo primero que oyó al pasar fue: "El Gobierno Británico observa las actividades de transporte de las Islas Eolias por orden del Departamento de Transportes Mágicos del Ministerio de Magia". Frunció el entrecejo ¿qué demonios significaba eso? Entonces vio la figura de Catherine y se dio cuenta de que no había contemplado nada de alrededor por culpa de esa distracción. El mensaje se repitió cuando Catherine traspasó el portal y lo mismo sucedió con todos aquellos que llegaban. Richard mientras tanto, apreciaba el paraje soleado y las tiendas de campaña que se encontraban apenas a unos metros. @ Rory Despard
  20. Sí, habría sido difícil reprimir la sonrisa si Richard fuese un mago cualquiera... pero no lo era. Permaneció impávido, primero ante la intervención del pastor y luego ante la del muchacho. Las personas empezaban a hundirse en un espiral de asombro y horror y Richard no podía negar que estaba disfrutando del asunto. No era la primera ni sería la última vez que generaba caos con apenas un par de líneas bien deslizadas. No lo hacía seguido, tenía que admitir que muchas veces no era lo más oportuno. Sin embargo, en aquella situación le venía como anillo al dedo. No dijo nada, para intentar no llamar la atención y agradeció que, a pesar de que el est****o de Despard le había devuelto la vara de madera al anciano, éste no había intentado golpearlo. En lugar de eso, el octogenario empezó a buscar tanteando bajo su cama. Richard no necesitaba buscar bajo la suya. Estaban ya apenas a una parada del caldero chorreante. El conductor había acelerado como un endemoniado, haciendo apartar granjas y casas solariegas enteras. Moody no estaba seguro de si continuar o no ¿era recomendable darle la última clavada al ataúd? No... no quería arriesgar tanto ese día. Había decidido también volver a usar los carros deportivos sin importar el costo para no volver a montarse en ese cuchitril andante pero eso ya era otro tema. En lugar de eso se dedicó a escuchar. -Entonces ¿la ministra no ha asegurado la salud integral? "¡Dios mío!" -¿Y acaso no decían que últimamente la gente transporta más animales? -Yo trabajo en San Mungo y hemos tenido más de tres casos de brote de tentáculos faciales. -¿Es eso cierto? Su trabajo estaba hecho.
  21. De entre todos los santurrones de Ottery con los que podría haberse topado, Despard estaba casi al fondo del pergamino (solo sobrepasado tal vez por Bel Evans McGonagall) y eso era bastante decir, teniendo en cuenta que Richard tenía una larga lista de indeseables; y no era que no le interesase tener el apoyo del párroco, que por una razón que a Richard se le escapaba (claro, eso solo era una forma de decir que le exasperaba) tenía cierto grado de influencia dentro de sus pares, a pesar de que él mismo no era del todo inglés y era, a todas luces, alguien que lucía poco importante. Por eso, no contradijo su afirmación, si no que explicó de manera somera: -Es justamente porque no quiero llevar esta discusión más allá que he dicho que me quiero bajar. Su expresión había pasado de la exaltación a su habitual tono sosegado que solía utilizar en las negociaciones. No era precisamente que no tuviera emociones pero estas duraban poco o nada en él. Era la desventaja de haber vivido tantas vidas en una y haber experimentado más de una vez todas las emociones disponibles en el abanico de la humanidad. -Ya le dije que no puedo hacer eso -replicó el conductor a ojos vista cada vez más incómodo señalando el cartel de los nuevos edictos-, se controla el origen y destino de los pasajeros mediante el sistema automatizado del ministerio y en la nuestra ya figura que usted se baja en el caldero chorreante. Richard había tenido más que suficiente. No pensaba ceder y si distraía al conductor de su labor al volante, tanto mejor ¿por qué no? -Y yo le digo que haga figurar en el sistema que me bajo antes y todo solucionado. -¡Pero le digo que no se puede! -¿Es que acaso usted no controla su propio bus? Silencio sepulcral. Me bastó notar cómo el conductor intercambiaba una mirada contrariada con el ayudante Granos para entender que había dado en el clavo del problema. De pronto, la atmósfera de reprobación del bus cambió por completo. Un ruido que no era más que un conjunto de cuchicheos combinados empezó a elevarse, en conjunto con un sonido que Richard conocía muy bien: la molestia, junto con la incomodidad. A la gente le encantaba el chismorreo y el escándalo cuando se trataba de hacer escarnio; en contraposición, Richard le había ofrecido a ese público inglés la única cosa que adoraban todavía más: una posibilidad de quejarse del sistema público. -¿¡Qué clase de violación a nuestra libertad es esa!? Más voces incómodas empezaron a elevarse. Richard tuvo que sofocar una sonrisa de satisfacción. Se cruzó de piernas sobre la camilla que había encantado para que se quedase pegada al suelo y se mantuvo en sus trece para observar el espectáculo. Alguien agregó en voz muy baja "¿Qué la ministra no ha tenido ya suficiente obligándonos a viajar en este circo?" y un "Ni siquiera yo que viví en la época de Cornelius Fudge viví algo semejante". La última fue todavía más allá en la ofensa, agregando "ya me habían dicho que la ministra es una ex cirquera". Cuál no sería su sorpresa al ver que el último comentario había surgido del viejo pedorro. Vaya, vaya, la cosa se ponía interesante ¿y qué tendría el párroco qué decir al respecto? ¿También abogaba por hacer el amor y la paz con la ministra psicótica? Bueno, Richard tenía que admitir que el hombre tenía disposición paciencia y estómago pero... de pronto no sentía más que curiosidad, respecto a cómo iba a devenir el asunto.

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