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Keaton Ravenclaw
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Luego de una extensa sesión de lujuria y pasión la extenuación al fin se hizo presente en ambos dos. Sin embargo aquel acto no consistió únicamente en saciar el apetito sexual, había algo más allí camuflado entre todo ese placer mundano. Un sentimiento de amor de hacía tiempo, cuya existencia era negada por el Lovegood y justificada como sí de un simple amor fraternal se tratara.

 

 

Ambos hermanos permanecieron en la cama descansando, abrazados el uno al otro, reponiéndose del agotamiento generado. La Banshee dirigió su atención a la venda que llevaba en sus costillas, él simplemente se limitó a asentir mientras una mueca de dolor se manifestaba en su rostro al momento en que se deshacía de la gasa. Había estado ocultando la molestia que tenía a causa de la herida desde su llegada, luego por la adrenalina vivida se le había olvidado prácticamente. No obstante su preocupación retornó ante la expresión de su hermana y su posterior pregunta.

 

 

Hubo una pausa por parte del Myrddin, dudaba si contar el verdadero motivo o no, se suponía que era información clasificada del ministerio de magia francés. Pero se trataba de su hermana, quizás la única persona en quien confiaba a pleno actualmente. Dio un pequeño suspiro para empezar a hablar.

 

 

-En los Países Bajos al parecer había... mejor dicho hay un laboratorio secreto donde realizan experimentos con criaturas, experimentos que rompen con toda ética- comenzó a relatar el castaño -, están queriendo desarrollar alguna especie de arma de guerra, no se bien qué... haber firmado un tratado no significa que se hayan solucionado los conflictos entre Gran Bretaña y la Triple Alianza, todavía están lejos de eso y el tratado es tan frágil que puede romperse en cualquier momento. Además, aparentemente estas investigaciones clandestinas datan de comienzos del enfrentamiento- continuó explicando -. Yo tenía que ir a comprobar si las coordenadas con las que contábamos eran ciertas, bueno resulta que esa información era genuina. En ese mismo instante debería de haberme ido, ya había cumplido con mi propósito... pero no pude, no podía irme sabiendo que allí donde me encontraba estaban torturando y experimentando quien sabe con cuantas criaturas, así que intenté infiltrarme y ver que podía hacer al respecto. Como verás no funcionó bien eso último- terminó diciendo esa frase final con una pequeña risa intentando disimular la decepción que tenía para consigo mismo por haber fallado, y a su vez tratar de minimizar su actual estado para no preocupar a su hermana.

 

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Pretendió torcer un gesto para ocultar la sonrisa que se le había formado en el rostro al ver como un gesto de dolor se apoderaba de las facciones de su hermano cuando ella le quitaba la venda, pero no lo había conseguido. —No hagas eso —. Se quejó al mismo tiempo que una pequeña risa se le escapaba de entre los labios la cuál inmediatamente fue amortiguaba por la palma de su mano para que no la oyera. —No puedo concentrarme en mi trabajo si te pones a hacer esas muecas —. Aquella costumbre no se le iba por más que los años trascurrieran, apreciar el dolor y el sufrimiento reflejado en los rostros de sus compañeros era lo que más disfrutaba de su trabajo como Medimaga, sin olvidar aquellos alaridos que sabían soltar cada vez que la poción crece huesos le era suministrada.

 

Aún mantenía aquella expresión aniñada en su semblante, aquella que solamente el Lovegood era capaz de robarle en su intimidad; en donde solo existían el uno para el otro, desnudándose por completo a tal punto de llegar a confesarse sus más íntimos y profundos secretos; pero aún ella no había sido capaz de sincerarse completamente con él y esperaba jamás tener la valentía para declarar lo que ocultaba detrás de esa cara angelical que le dedicaba cada vez que la miraba; porque Isabella Hawthorne era mucho más despiadada y cruel de lo que su gemelo podría llegar a imaginar.

 

No podía permitir que Franck se enterara de todos los actos de malicia que era capaz de cometer- y que había cometido en el pasado-; porque aunque lo negara tenía miedo de que él se terminara alejando de ella, después de todos eran caras diferente de la misma moneda, completamente opuestos, pero por alguna extraña razón se complementaban a la perfección y justamente por eso habían recibido el apodo de gemelos, además del parecido físico y el mismo acento francés con el que hablan.

 

Definitivamente él era todo lo que ella podía necesitar en ese momento; el tiempo que había pasado lejos de su familia la había obligado a olvidar aquella gratificante sensación de pertenecer a un lugar fijo, de tener a alguien con quien compartir la simpleza de una taza de chocolate caliente al lado de una chimenea estando al resguardo de la feroz tormenta. Anhelaba profundamente aquella sensación de paz que le había sido arrebatada hacía ya mucho tiempo.

 

—Te extrañaba— Le declaró, dedicándole una sonrisa sincera para luego inclinar ligeramente su cuerpo hasta su mejilla para depositar un suave y dulce beso. Se sentó sobre sus rodillas, buscando la varita de ébano que seguramente había quedado perdida entre las sabanas azuladas, hasta que finalmente la encontró. Sus dedos rozaron la madera tallada hasta llegar al mango en donde estaba incrustado aquel cristal místico que reflejaba sus colores favoritos, se aferró a ella y le conjuró un Episkey; inmediatamente la apariencia de la herida mejoró, disminuyendo su tamaño, pero eso no la dejaba del todo conforme sobre todo porque mantenía aquel aspecto oscuro e inflamado.

 

La sangre se le heló por completo, uno de sus mayores miedos había sido mencionado por el castaño; sus obres platinados se abrieron más de lo normal seguido de aquella espeluznante sensación de desesperación que rápidamente consiguió apoderarse de cada musculo de su cuerpo para dejarla rígida y estática como una estatua de cera. <<Imposible>> su propia voz chocó contra las paredes de su cerebro haciendo eco, se mordió el labio inferior evitando soltar la primera palabra que se le había venido a la mente ya que de otra manera debía darle más explicaciones de las que su gemelo necesitaba escuchar.

 

-Si no se entera, no le duele- intentó brindarse un poco de consuelo - ¿pero si llegaba descubrirlo? - se cuestionó una milésima de segundo más tarde, aquella incógnita la dejó sin aliento por un instante; una gota de sudor frió recorrer su columna vertebral obligándola a trabar la mandíbula mientras observaba con detenimiento la herida supurante, tratando de mantener su atención en aquel punto fijo para que el Lovegood no se percatara de todo aquello.

 

—¿Experimentando con criaturas? ¡Que terrible! —Mintió exagerando un poco las facciones, intentando sonar lo más crédula posible para que no desconfiara de ella si llegaba a faltar alguna criatura en los terrenos del Castillo. Agradeció al Señor Tenebroso por haber tomado la decisión de colocar el armario evanescente que se comunicaba con el Laboratorio clandestino, en el cual donde trabaja, en su escondrijo en las profundidades del callejón Knockturn y no en su habitación como lo había planeado en un principio; de otra manera él ya hubiese descubierto la verdad al momento en el que se le ocurrió meter todas sus pertenencias dentro de cajas, en un intento por remodelar aquel viejo dormitorio.

 

No quería profundizar más sobre ese tema, no en ese momento, pero estaba segura de que debía poner en alerta a sus compañeros de todo aquello.—Necesitaré prepararte un ungüento especial para curarte eso, la varita no es suficiente, te lo hicieron con magia muy poderosa y la mía… — dejó la frase en el aire torciendo un gesto de fastidio, después de haber pasado cinco años conviviendo como una simple y repugnante muggle el conjurar hechizos no se le daba del todo bien, debía de admitirlo. — Vamos a las mazmorras.

 

Se levantó con la agilidad de un lince, dando un brinco pasando casi por encima de él para aterrizar justo en frente del ventanal. Bastó tan solo una floritura de su varita para que las prendas se materializaran sobre su cuerpo con aquella típica gabardina encampanada de cuero, dejándola lista para enfrentar el frío húmedo del subterráneo.

 

 

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Editado por Isabella Hawthorne

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Después de voltear en todas posiciones el mapa del pueblo que había adquirido al llegar a Ottery por fin había dado con la dirección del castillo de su familia, y aunque le costaba orientarse creía que podría llegar sin problemas si sabía seguir en la orientación correcta. Danny llevaba un largo rato caminando y no precisamente por lo lejano de la casa, sino porque se detenía en cada fachada de vivienda que le parecía interesante.

 

No deberías perder el tiempo ―pronuncia en voz baja para sí mismo, se reprendía pero continúa su camino. Debido a su incapacidad auditiva no era capaz de modular su voz para no llamar la atención a los transeúntes.

Danny no hace mucho caso y continúa su recorrido con las manos en el interior de los bolsillos de su pantalón de mezclilla gris. Aquella tarde que le parecía fresca, había decidido llevar también una chamarra sobre su camisa de algodón para cubrirse del frío, sin embargo después de un rato de caminata se la había quitado para amarrarla alrededor de la cintura por el calor que le había causado el recorrido.

Ya se había tardado lo suficiente en llegar a la casa mientras que su maleta le seguía medio metro detrás de él, impulsada por medio de la magia. Ser mago le traía muchas ventajas como por ejemplo el no tener que cargar su maleta gracias a la magia, y poder permitirse curiosear sin cansancio. Por ese motivo no terminó tan acalorado cuando llegó por fin a la fachada del castillo Ravenclaw. Danny volvió a sacar el mapa y la dirección anotada en un trozo de pergamino: no había duda, era ése.

Ah... tranquilízate ―se dice a sí mismo nuevamente al acercarse y tocar la puerta sin dudar, ya que si se detenía a pensar se habría puesto más nervioso y podría regresar por donde había venido.

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El vampiro suspiró al verse en el espejo.

 

Aquello era una especie de sueño; la vida en el Castillo estaba volviendo, su esposo estaba allí, con él, en su hogar; el lugar parecía más cálido de lo que hacía mucho no se sentía (añoró entonces los tiempos de Galedra, los mellizos, la planta carnívora, el auto rojo aquel, a todos sus hijos perdidos...), y no pudo evitar sentir un escalofrío recorriendo su espalda. Estaba contento, muy contento, su vida parecía, después de mucho, llegar a un pico después de mucho de estar en valles tan profundos.

 

―Bueno, va siendo hora de bajar a ver qué demonios están haciendo esos dos gemelos ―Dijo al aire y abrió la puerta de su habitación dejando visible el pasillo.

 

Caminó por un par de minutos hasta llegar al vestíbulo, donde unos hermosos tulipanes azules decoraban unas mesillas para colocar cosas que se usaban al ir venir de las visitas. Los enormes ojos del retrato de Rowena le guiñaron y una sonrisa se dibujó en la pintura; parecía que la fundadora también estaba feliz de que el hogar estuviera tan movido. Le devolvió la sonrisa y, justo cuando iba a virar hacia las cocinas, alguien llamó a la puerta. Normalmente uno de los criados se hubiera encargado de abrir, pero ya que él estaba allí, ¿qué demonios?

 

―Vaya, vaya, vaya, si es nada menos que la señorita Lady, ¿qué le trae por aquí a mi sobrina favorita? ―Preguntó mientras con un gesto la invitaba a pasar ―Hacía mucho que no nos veíamos, ¿cómo va todo? ¿ahora en qué andas metida? Espero me lo cuentes todo. Iba a las cocinas a ver Matthew, ¿me acompañas? ―Le dijo y camino hacia la izquierda del vestíbulo donde traspasaron una puerta hacia el antecomedor.

 

El muy sinvergüenza estaba recargado en una de las barras tomando una taza de café. Keaton, al observarle, no pudo evitar sonreír por enésima vez en aquel día. Se veía radiante, el gitano más guapo de todo el mundo, y era su marido. Se acercó, lo abrazó con dulzura, y le besó la frente. Le quitó la taza de café tenía en la manos y le dio un sorbo él también. Si algo debía de aplaudirles a los elfos, eran las maravillas de bebidas que hacían.

 

―Amor, nos vino a visitar Lady. Hacía mucho que no la veía, ¿se te hizo complicado llegar? ―Dijo primero a su amado y luego a su sobrina

―Creo que nunca habías venido a mi Castillo, ¿o si? ―Dijo mientras miraba al techo tratando de hacer memoria.

 

Justo en ese momento, pudo notar el aroma del pecado. Si, pecado porque eso era lo que eran sus dos vástagos, un pecado juntos. Los amaba, a su manera, pero Franko, sobre todo, era un dolor de muelas constante, no entendía cómo no lo había botado en algún orfanato... aunque la verdad igual podía ser así, el ojiverde pocas veces recordaba qué había sido de la infancia de sus hijos. Éstos solían llegar ya creciditos al Castillo (sospechaba que por la fortuna familiar), y de allí iban y venían. Alzó su varita mágica y la puerta que deba a la entrada de las mazmorras se abrió y allí vio a sus dos hijos.

 

―Pero miren nada más lo que trajo el viento, nada menos que a mis dos hijos más amados ―Ironizó ―¿A dónde creen que se dirigen? ¿con el permiso de quién piensan entrar a la mazmorras? Bien saben que es un lugar prohibido si yo no autorizo la entrada ―Dijo inventando esa regla justo en ese momento ―Además, me van explicando que fue ese escándalo que se traían hace rato. Uno haciendo el delicioso tranquilamente en su habitación y ustedes interrumpiendo con su ruidero ―Los sermoneó ―Espero sus respuestas, por favor ―Dijo en modo padre on.

 

Mientras tanto, en la entrada del Castillo, alguien más llegaba a la residencia de los Ravenclaw. Pastelero, uno de los elfos domésticos del lugar, fue el que abrió la puerta y, haciendo una reverencia muy pronunciada, saludó al hombre que estaba frente suyo,

 

―Bienvenido al Castillo Ravenclaw, ¿nombre y motivo de la visita? ―Dijo la criatura cuan secretaria de oficina.

 

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Danny había tocado lo suficientemente fuerte como para que se dieran cuenta con facilidad que alguien acababa de llegar, obviamente el autor de los golpes no se daba por enterado como siempre. No pensaba que le fuesen a abrir tan rápido, por lo que mientras esperaba voltea a su alrededor para curiosear el paisaje, la fachada, el decorado de la puerta... Realmente al chico le gustaba mucho observar, quizá la vista era hasta ese momento su sentido más fuerte.

 

La maleta seguía junto a él, siguiéndolo sin alargar ni acortar la distancia de su dueño mientras éste comienza a caminar de un lado a otro con inquietud. Comenzaba a ponerse nervioso, a restregarse las manos entre sí y a tronar sus dedos para relajarse. En eso estaba cuando se da cuenta con sorpresa que la puerta se abre. Al no mirar a nadie a su altura, va bajando lentamente la mirada y ladea la cabeza ligeramente al descubrir al elfo que estaba frente a él.

 

Oh, hola ―le responde el muchacho fijando muy bien la mirada en los movimientos de los labios del elfo. Las bocas de los elfos no eran iguales a las de las personas, y por esa razón tenía que estar más atento para no malinterpretar nada al leerle los labios ―soy Danny Lestrange y... bueno, soy parte de la familia ―responde más rápido de lo normal después de aguantarse la risa por la forma en que el pequeño elfo le había recibido ―¿Sería posible pasar?

 

Danny esperaba que no fuera problema puesto que había viajado desde muy lejos dejando la ciudad donde había vivido durante toda su vida, para ahora mudarse ahí así que sigue mirando al elfo con clara expresión interrogante, mientras que en sus adentros rogaba por que le dejara quedar.

 

@@Keaton Ravenclaw

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Editado por Danny Lestrange
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Aquel beso quedó grabado a fuego sobre su mejilla y esas palabras no dejaban de resonar en su cabeza. El corazón del Lovegood comenzó a palpitar nuevamente en ese preciso instante. No podía ser cierto, aquello que venía negando desde hacía tiempo ahora estaba puesto en duda. El cruzar la línea con su hermana había desencadenado un centenar de emociones, poniendo en jaque todo lo que creía en un principio. Pero de lo que si estaba seguro es de la felicidad sin límites que lo invadía en ese momento.

 

El dolor punzante comenzó a apaciguarse en gran medida una vez que la Hawthorne intervino con su varita, sin embargo la herida no sanó por completo. El castaño asintió ante la sugerencia de ir a las mazmorras del castillo, al parecer necesitaba preparar un ungüento cuya aplicación era de vital importancia para su recuperación, por lo que no tardó en volver a vestirse y seguir a su hermana hasta las habitaciones subterráneas. Tenía entendido que había varios niveles, o por lo menos sabía de la existencia de unos cuatro subsuelos, que abarcaban no solo el perímetro del castillo en sí, sino que se extendían por debajo de los terrenos incluyendo el pequeño bosque y el lago, éste último únicamente con los niveles más bajos

 

Una vez transitadas las escaleras de piedra se toparon con la puerta de entrada a las mazmorras, permitiendo el ingreso a la recámara principal. Una muy amplia habitación, cuya iluminación escaseaba, que servía como punto de partida de aquel laberinto subterráneo. Con un leve movimiento de varita las antorchas repartidas por todo el sector se encendieron. Sin perder más tiempo comenzó a ayudar a su gemela con la búsqueda de los ingredientes necesarios, para luego observar como ella los trabajaba.

 

Ya preparada la crema se desprendió de la camisa para que la banshee pudiera aplicarla apropiadamente sobre la herida. El frio contacto del ungüento le generó un leve gesto de incomodidad al rostro del ojiazul -Gracias Isy- se limitó a decir de manera sincera mientras observaba aquellos orbes plateados tan de cerca. De nuevo esa palpitación en el pecho se hizo presente, el Ravenclaw instintivamente fue acortando la distancia de sus rostros, sin pensarlo estaba por unir sus labios con los de su gemela una vez más, había algo que lo incitaba a más, que le pedía que siguiera. Sin embargo, se llevó un pequeño sobresalto al momento en que las puertas se abrieron de par en par. Escupió un insulto por lo bajo ante la inoportuna interrupción, nada más ni nada menos que del patriarca de la familia.

 

-¡Padre querido!- exclamó con una falsa sonrisa y mucho sarcasmo de por medio, claramente su presencia allí no era de su agrado -, que alegría volver a verte- mintió extendiendo los brazos a ambos lados a modo de recibimiento, fue allí cuando se le “escapó” un hechizo de su varita e impactó en las cercanías de los pies del vampiro -. Lo siento tanto... esta varita no funciona bien últimamente- expresó con una cara de lamento muy sobreactuada -No es de tu incumbencia- respondió en un tono airado ante la pregunta de su padre, dejando de lado ya el sarcasmo y volviendo a la normalidad, aún sin percatarse de las presencias que lo acompañaban.

 

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Pastelero. En la entrada con Danny.

 

El elfo no pudo evitar bufar por lo bajo. ¡Genial! Ahora tendría a uno más al que servirle. Estaban mejor cuando no había ni pizca de movimiento en el Castillo, los elfos andaban por todos lados sin preocuparse por nada, pero no, el amo Keaton tenía que regresar y con ello traer a su esposo, a sus desquiciados hijos, a una invitada extraña y ahora, a un sobrino. Aquello era fabuloso. La criatura, sin embargo, debía de resignarse, aquel era su destino, servir a una de las familias más antiguas de Ottery y, con ello, la de gente que podría, o no, venir cada día.

 

―Un amo nuevo, a Pastelero le alegra mucho este nueva noticia ―Dijo con una falsa pero convincente alegría ―Desde luego que puede pasar, en estos momentos el amo Keaton, y los amos Franko e Isabella están en las cocinas. Deme unos segundos y voy a anunciar su llegada, espere aquí ―Añadió y desapareció con un chasquido de dedos.

 

Al reaparecer en las cocinas, el elfo ignoró por completo a los presentes, se dirigió exclusivamente a Keaton con una mirada emprobecida, sabía que aquella interrupción le iba a costar, pero debía de anunciar al recién llegado.

 

―Amo, en la entrada está un tal Danny Lestrange, que dice es miembro de la familia. ¿Lo traigo aquí o sencillamente lo paso a sus aposentos? ―Preguntó el elfo y esperó la respuesta del vampiro.

 

Keaton Ravenclaw. En las cocinas con Matthew, Lady, Franko e Isabella.

 

Ante las manera tan sarcásticas de contestar de Franko, el Ravenclaw tuvo la excusa perfecta para poder jugar un poco con sus hijos. Se la habían pasa haciendo escándalo mientras él disfrutaba de una mañana a lado de Matthew, interrumpiendo, rompiendo aquella burbuja en la que se habían metido ambos después de tanto tiempo de no estar juntos, lo cual iban a pagar, seguro. El Mago Oscuro extendió la diestra y en ella apareció Santa Teresa, su varita mágica de cerezo, con elegancia, apuntó al pecho de su hijo más odiado y exclamó:

 

―¡Crucio! ―Y una luz de color verde salió de su varita en pos del pecho del Lovegood. Al instante, éste se empezó a revolcar como lombriz con sal del dolor. El ojiverde sonrió de felicidad, tenía muchísimo de no emplear las imperdonables, y el poder que recorría en sus venas era frenético ―El día que aprendas a respetar a tu padre, asquerosa alimaña, será el día en el que se acabe el mundo, me queda claro, pero me puedo regodear al hacerte sufrir un poco ―Dijo burlonamente mientras observó a Isy ―Algo que, desde luego, no tenga que emplear en tu, Isy querida. Espero me puedas decir qué escándalo fue el de hace rato y qué hacen aquí ―Dijo con una voz más tranquila en pos de su hija favorita.

 

Para acabar de amolar la cosa, Pastelero, uno de los elfos domésticos del Castillo, se apareció en medio de aquella escena sin mediar palabra con nadie mas que con el patriarca, anunciándole de la llegada de un integrante más de la familia. El vampiro interrumpió el conjuro hacia Franko y lo redireccionó a la criatura.

 

―¿Quien demonios es Danny Lestrange? ―Pastelero rugió de dolor ―Ve y hazlo pasar, tarado. De verdad no sé qué diantres le pasa a esta servidumbre ―Ordenó y el elfo desapareció.

 

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Los dedos delgados y blancos tapados de tinta se deslizaron lentamente por el tafetán celeste del sillón donde se encontraba sentado, con la otra mano sostenía una taza de café colombiano a la que segundos atrás, le había dado un sorbo, el dulce sabor inundaba su boca pero en su mente había un agrio recuerdo, tan agrio que ni todo el azúcar del mundo podría endulzar; primeramente sus planes se vienen posponiendo desde un año atrás y eso le hacia sentir ansiedad y por consiguiente estaba de un humor de perros después de una cacería frustrada.

 

Necesitaba incrementar sus ganancias pero no tenia idea de como hacerlo, ya que si traía oro del que dejo su abuela al no ser acuñado por Gringotts le podría ser confiscado, cosa que no estaba dispuesto a dejar pasar, el tramite engorroso para dar por finiquitado el problema con las bóvedas y su contenido ya había sido resuelto, con mas facilidad de lo que supuso con anterioridad, sin embargo después de la adquisición, se había quedado al limite; no pudo recordar si alguna vez su familia se vio obligada a trabajar como él, seguramente no, pero su padre le había enseñado lo suficiente como para comprar un continente. Pero era adquirido de manera ilegal, fundido y acuñado después con su imagen en una cara y en la otra, el símbolo de los Black. Esas monedas las había venido vendiendo en sus viajes a Rumanía entre él y Patricia, la vieja bruja que aun vivía en las afueras del castillo Triviani en la cúspide de los Cárpatos, no podía disponer de grandes cantidades o por ejemplo, traer sus bestias a Ottery, ya que la regulación ministerial ponía muchas trabas sobre las pertenencias de los magos, muchas veces lo pensó como hoy, las leyes de Ottery eran castrantes.

 

Tendré que hablar con mi maldito padre. se quejo y dio un sorbo a su café.

 

No le parecía demasiado correcto recurrir a su padre, el ministro de magia para sus negocios ilegalmente legales, preferia no ensuciar la imagen de un hombre tan importante, al cual respetaba y malamente quería -chistó por su pensamiento- hizo un ademan de su mano cuando Keaton le hablo sobre Lady.

 

>>Amor, nos vino a visitar Lady. Hacía mucho que no la veía, ¿se te hizo complicado llegar?<<

 

-¡¿Acaso le importaba si llego viva!?-

 

se reincorporo del sofá que se encontraba en la cocina, una nueva adquisición por parte de Black. Con su mano en la cien, observo a Keaton, tenia demasiada ropa para su gusto, mientras que Matthew se levantaba, tenia una camisa de color azul eléctrico, boxers y medias negras. Realmente le gustaba andar sin pantalones por su hogar, o el que ahora consideraba parte de él.

 

Sus hijos, su sobrina, y ahora una persona desconocida. ¿Acaso no contemplan la paz en esta familia? estaba tan acostumbrado a los Black, donde cada uno estaba sumido en sus propios asuntos, que no daban lugar a molestias, entes eran lo que recorrían los pasillos con auras oscuras, como si fuera un velo que los dividía del mundo exterior.

 

>>soy Danny Lestrange y... bueno, soy parte de la familia<<

 

Su desarrollada audición habían captado al voz de un mago joven, Lestrange... Recordaba aquel apellido, ¿parte de la familia? -resoplo-

 

Sus vástagos habían ingresado a la cocina, ahora parecía toda una reunión familiar, dio un pequeño recorrido por el flotante de la misma y con su varita se coloco pantalones, no le molestaba para nada permanecer de aquella manera, pero lo creyó conveniente. El aroma dulce de su esposo había cambiado repentinamente, cuando observo su muñeca Teresa había aparecido, sus ojos se entrecerraron pensando que estaba por hacer, una persona tan volátil jamás haría algo bueno... Pero lo sorprendió.

 

Jamás pensé que podría presenciar ésto, la tortura de tu primogénito... sonrió y busco en la alacena un vaso cuadrado. ¿Ahora le toca a ella? saco la botella de Ginebra, y duplico los vasos para que todos pudieran servirse si deseaban , oh por favor, Keaton... ¡No tienes las agallas! gritó reprochandole, mientras materializaba a su varita por debajo del flotante.

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Asiente de buen humor al descifrar con dificultad el movimiento de los labios del elfo, y se queda en el mismo sitio esperando que volviera con la indicación del patriarca de la familia. Mientras tanto, mira a su alrededor, como siempre prestando atención al decorado, a los muebles, a todo el interior del salón en el que estaba. Luego deja la maleta a un lado para no entorpecer el paso y comienza a caminar con las manos a la espalda. ¿Así que ese era el lugar en el que iba a vivir?

 

Demasiada elegancia, Danny no estaba acostumbrado. Se notaba al instante que aquella era una familia realmente distinguida y por un momento la preocupación lo deja pensando, él no sabía si podría acostumbrarse pronto a un lugar como ese, y no sabía si los familiares sentirían agrado al verle vistiendo como un chico muggle. Sacude un poco la cabeza, no podía pensar en esas cosas ahora y debía concentrarse en ser amable con su familia.

 

A pesar de que en el castillo estaban ocurriendo muchas cosas extrañas, el chico no se daba cuenta de nada, no poder escuchar tenía su ventaja en ese momento ya que si Danny hubiese escuchado los horribles gritos profiriendo la maldición torturadora, se habría quedado petrificado de la impresión. Quizá creyendo que se estaba llevando a cabo una especie de asalto a mano armada.

 

Cálmate, Danniel Lestrange ―se dice a sí mismo a pesar de no poderse oír. Y como siempre el volumen de su voz había sido lo suficientemente alto como para ser escuchado por las personas que se encontraran más cerca del salón.

 

 

 

 

 

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Recorrieron cada rincón del castillo, compartiendo aquel silencio en complicidad para no llamar la atención de las personas que andaban deambulando por las diferentes habitaciones, había olvidado por completo a su amiga Emilia, la joven bruja para ese entonces probablemente ya habría abandonado su morada pero eso realmente no le importaba demasiado; después de todo no estaba sola, la había dejado con aquella asiática que decía ser su hermana, que de parecido con los Ravenclaw’s no tenía nada. A veces los exóticos gustos de su padre en las mujeres llegaban a desconcertarla por completo y llegó a agradecer que saliera del closet y optara por los hombres, de esa manera no traería más hermanos indeseados para ella.

 

Una gélida oleada chocó contra su cuerpo cuando las pesadas puertas de metal se abrieron, emitiendo un sonoro rugido provocando que el piso de piedra vibrara a sus pies. El hedor a humedad y encierro penetró sus fosas nasales al mismo tiempo que en su semblante se dibujaba una sonrisa cargada de satisfacción; aún era capaz de recordar el habitual olor a sangre fresca en combinación con el de las pociones más insólitas que solía preparar en su propio castillo. Se deslizo escaleras abajo, escuchando el eco que producían sus botas de tacón al impactar contra la superficie rocosa. Avanzó un par de metros hasta el centro de la habitación en penumbras, giró sobre su propio eje admirando cada rincón de aquel sombrío lugar al cual nunca había ingresado con anterioridad.

 

La habitación se iluminó escasamente gracias al hechizo conjurado por su acompañante, el fuego de las antorchas ondeaba sus sombras dándole a aquel lugar un aire aun más espectral. Estaba fascinada contemplando cada rincón, reprimiendo el deseo de escullirse hasta el lugar más inhóspito al que aquellos pasillos podrían llevarla, pero aquello podía esperar; ahora lo más importante era no perder un minuto más de tiempo, o la salud de su gemelo podía verse afectada.

 

Con una ligera y sutil floritura emitida con su brazo izquierdo, una maleta de cuero marrón apareció en el piso junto al caparazón de un cangrejo de fuego, el mismo seria utilizado por la bruja como caldero para la preparación del ungüento que curaría la herida del castaño. Se arrodillo sobre la fría y polvosa superficie para poder extraer del interior del maletín un pesado y gordo libro de pociones, la dura tapa de éste estaba completamente maltratada por el paso de los años, pero para ella no había otro tomo mejor que aquel, el cuál había robado de la sección prohibida en la biblioteca de Hogwarts cuando estaba en quinto año.

 

Hojeo las amarillentas páginas hasta llegar a la mil doscientos cuarenta y seis, pasando su dedo índice sobre las anotaciones en tinta negra a un costado de la receta intentando memorizarla. Sin que ella se lo pidiera, Lovegood sacó los pequeños frascos de vidrio que estaban dentro de la maleta, dejando todos los ingredientes alrededor del cuerpo de la banshee, quien colocaba veinte gotas de esencia de díctamo, tres flores de Moly previamente machacadas y seis cucharadas al ras de moco de gusarajo. Movió su varita de ébano por encima del caldero, haciendo que los ingredientes se mezclaran y formaran un ungüento color amarillento.

 

Se colocó el guante de látex en la mano izquierda, el chasquido de la goma contra la piel de su muñeca detonó recuerdos dentro de su cabeza, volvió a sonreír con nostalgia poniéndose de pie para acercarse a su gemelo, quien ya se había desprendido la camisa para dejar aquella zona expuesta. Tomó la pomada con la punta de sus dos dedos, el índice y el mayor, para luego aplicar la espesa crema sobre la herida. —Esto te va a ayudar a aliviar el dolor de forma instantánea, la herida tardará tres días en cicatrizar por completo por lo que deberé repetir la aplicación — Se quitó el guante y lo aventó hacia un costado.

 

—Luego me devuelves el favor — <<con un poco de información>> Terminó aquella frase dentro de su cabeza, mientras le devolvía la sonrisa que él mismo le dedicaba y se acercaba para rodear su cuello y poder enredar sus finos dedos entre las hebras de su cabello castaño. Aún no terminaba de acostumbrarse a aquel color, no porque le desagradara sino porque no se veía como el Franck que ella había conocido desde que era pequeña.

 

Aquellos ojos azulados se habían perdido nuevamente en la profundidad plateada de su mirada, hipnotizándolo otra vez provocando que el joven volviera a sentir la necesidad de unir nuevamente sus labios; o al menos eso pensó Isabella, que no era capaz de sospechar que su hermano comenzaba a albergar sentimientos impropios hacia ella. Sintió la suave caricia de sus narices y el tenue roce de sus labios que ya habían comenzado a extrañarse, pero un segundo antes de que sus bocas volvieran a encontrarse, el ruido seco de la puerta que daba paso a las mazmorras volvió a abrirse.

 

Apoyó la palma derecha sobre el pecho desnudo de Ravenclaw, dándole un empujón que lo alejaría al menos medio metro de su cuerpo. Carraspeó, cruzando sus brazos debajo de sus senos para luego girar sobre sus talones, su semblante inexpresivo se topó con la mirada color oliva de su padre. —Como siempre, tan oportuno… — aquellas palabras salieron de su boca con forma cáustica.

 

—Deberías de agradecernos, somos los únicos que siempre hemos estado aquí — Un rayo salió disparado de sus espaldas, impactando junto a los pies del vampiro. Rodó los ojos con aburrimiento, esperando lo inevitable, después de todo siempre sus encuentros terminaban en una batalla que parecía jamás acabar. —Además, no puedes prohibirle la entrada a las Mazmorras a tus ¡únicos herederos! — Y no se refería puntualmente al dinero que había en la bóveda familiar, sino a la pureza que corría por sus venas.

 

Y como lo había previsto, la maldición Cruciatus salió disparada del arma mágica de su padre para impactar en el pecho de Lovegood. Sus alaridos no tararon en llenar el silencio y ella se limitó a cerrar los ojos para intentar reprimirlos dentro de su cabeza. Avanzó con lentitud, elevando el mentón con aquel porte altivo que la caracterizaba, para posicionarse justo al lado de su progenitor y poder murmurar en su oído —¿Tan relevante te resulta las est****as peleas de hermanos que tenemos constantemente? — Inquirió, intentando convencerlo como siempre lo hacía. Depositó un beso sobre su pálida mejilla y le dirigió a su gemelo una sonrisa cómplice. —Bien, te diré…— Se adelantó a pronunciar antes de que Keaton le contestara — Peleamos porque Franck destruyó mi habitación por completo, me enojé tanto que lo lastimé— retorció la verdad como solo ella podía hacerlo — y como me sentí un poco culpable por haberlo hecho decidí ir hasta las mazmorras a sanar su herida —. ¿Cuántas veces había mentido de la misma manera para ocultar sus travesuras en el pasado? Había perdido la cuenta, pero se volvía a sentir como una niña de diez años. —Pero ya nos hemos reconciliado — Le guiñó un ojo al castaño y se apartó de su padre, para percatarse de la parecencia de Matthew.

 

—Te equivocas, no tienes las motivaciones necesarias, cariño—. Chasqueó la lengua, acercándose hasta donde estaba el Triviani para tomar uno de los vasos de cristal que estaba llenando con ginebra. Los tortuosos quejidos de su hermano habían cesado, pero la calma no había prevalecido en la cocina, la maldición había sido redireccionada al flacuchento elfo domestico de su padre y los desopilantes chillidos de la criatura fueron música para sus oídos.

 

Isabella rió mientras le daba un toque a la bebida para que esta se tornara violácea, amaba con locura la ginebra de arándanos. Sus obres plateados se movieron en dirección a su hermano, invitándolo a volver a atacar a su oponente mientras estuviese distraído. <<—Cálmate, Danniel Lestrange —>>La voz masculina resonó incluso por encima de los gritos de Pastelero, anunciando la presencia del nuevo integrante de la familia.

 

—¿Otro humano? *****, Keaton, no pienso compartir la herencia con otro bastardo más — Le advirtió, llevando el cristal hasta sus labios para darle un sorbo a la sustancia morada.

 

 

 

@ @@Keaton Ravenclaw @@Danny Lestrange @

http://i.imgur.com/QF8MI.png


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