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•Juan Valdez Café ®• (MM B: 100831)


Tauro M.
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La Rowle soltó una risa ante el reproche de León. Últimamente tenía esos arranques por soltar bromas sin medir las consecuencias, y poco le importaba. Su suerte estaba echada hace rato como para preocuparse por la reacción de los contrarios. Al escuchar el pedido del Crowley, los ojos le brillaron, sintiéndose tentada por pedir la misma bebida, pero se contuvo. Aguardó a que se alejara la camarera mientras tamborileaba los dedos en la mesa y se volvió nuevamente a León, con una sonrisa pícara en los labios para responderle.

 

-En realidad resultó desafortunado que la muchacha no fuera sorda. -Arrancó una costrita de madera de la mesa.- Siempre he dicho que mejores son los elfos para estas cosas.

 

Volvió a sonreir y se dispuso a escucharlo, con sus ojos puestos en él, con total antención en sus palabras.

 

Su rostro se volvió serio al escuchar las últimas palabras del Crowley. Sabía perfectamente a qué se refería por lo que ladeó sus labios en una media sonrisa.

 

-Primero que nada, sabes que puedes contar conmigo. -Se acercó inclinándose sobre la mesa para tener su frente casi pegada a la suya susurrando por lo bajo, cuidando de mirar primero hacia ambos lados para percatarse que nadie escuchara sus palabras.- Y segundo, ambos sabemos muy bien que no sólo cuentas con mi apoyo. Tu sangre vale más de lo que piensas y aún no entiendo cómo no estás con nosotros.

 

Levantó la mirada y notó que llevaba un mechón de cabello desarreglado. Un tanto atrevida llevó sus dedos hacia su frente para acomodarle el peinado con una sonrisa que invitaba al juego.

 

-Si necesitas algún favor de mi parte, no tienes que hacer otra cosa más que pedírmelo, León.

 

Volvió a alejarse del Crowley, recostándose nuevamente sobre el respaldo de la silla para cruzar nuevamente sus piernas. Llevó su mano derecha al bolsillo de su saco y sacó de allí un atado de cigarros que colocó sobre la mesa.

 

-Que no compartamos "familia", no quiere decir que no tenga sed de sangre. -Lamió sus colmillos abriendo un poco la boca.- Cada raza tiene un apetito distinto ligado a uno de los siete. Y el mío es la gula.

 

Extrajo uno de los cigarros del paquete y se lo llevó a la boca argumentando con la mirada a su compañero de mesa.

 

-¿Se puede fumar aquí?

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—No creo que una elfina pelirroja en delantal, pueda atraer tanto clientes como lo hace ella —contestó León esbozando una sonrisa antes el comentario de Goshi.

 

Si bien era cierto que un elfo era mucho más practico y efectivo que esa chica, no conseguiría de ninguna forma, darle la popularidad que esa chica había logrado. Si no fuera tan moralmente incorrecto, la pondría en ese mismo uniforme, a invitar a los clientes. Pero los moralistas de la comunidad mágica no lo verían nada bien. Aparte de que también tendría que poner al favorito de Tau o no lo verían bien. Volvió clavarse en los ojos verdes de Goshi y soltó un suspiro ante su comentario. Las palabras que le dedicaba su amiga, no solo eran reconfortantes, si no que le hacían bien en medio de los problemas

 

—No creas que no lo sé. El solo hecho de que estuvieran ahí, fue de gran ayuda pese a que ya no soy uno de ustedes. Y no me malinterpretes, no creas que no lo extraño. Pero sabes las causas de mi salida y sabes también que no me quedaba de otra.

 

Hizo un pequeño silencio mientras jugaba con su mechón. Lo hizo a un lado y volvió a su sitio inicial. Miró a Marion que se acercaba ya con el pedido, justo cuando su acompañante hizo el comentario del cigarrillo. Hacía algunas semanas que no fumaba y el estar entre cuatro paredes le agobiaba mucho puesto que de inmediato se puso de pie y le indicó a la pelirroja para que esperara en la barra.

 

—Acá no, pero podemos ir al patio de atrás. Y con todo el gusto te recibo uno —tomó la caja de cigarrillos y caminó hacia el mostrador, tomando las bebidas que habían solicitado.

 

En su camino, besó la mejilla de Marión quien se sonrojó, aunque no sabía si por el beso o por la risa burlona que la vampiro hacía tras de él. Avanzaron por un corredor amplio que comunicaba con la escalera del segundo piso y el salón posterior. El pelinegro abrió una puerta de vidrio sencilla a ingresaron a un patio, relativamente amplio, que tenía algunas sillas rodeando una mesa con parasol. La tarde estaba ya cayendo por lo que el sol no dejaba mucho de sus rayos. León sacó su varita y encendió las antorchas que rodeaban el lugar.

 

Se llevó una gran sorpresa cuando vio acostado, al fondo del lugar y con el hocico sobre sus patas delanteras a un león, probablemente de unos dos años, que tenía aspecto de llevar algunos minutos allí. Se acercó tranquilamente y acarició su melena. La imponente criatura levantó la cabeza, dejándose acariciar del holandés que nunca había tenido problema con los felinos. Lo dejó en su lugar y se volvió a la puerta de cristal gritando desde allí.

 

—¡Marion! ¿Qué hace un tocayo mío en el patio?

 

—El del cliente, jefe —respondió riendo la chica desde el mostrador.

 

—Ahhh. Ok. Que por favor nadie nos moleste.

 

No esperó a que la pelirroja le respondiera y cerró la puerta con la varita, espetando uno que otro hechizo que evitara que lo que se iba a hablar en ese patio, saliera de allí y estaba seguro que el león no diría nada. Se sentó en la silla e invitó a Goshi a que hiciera lo mismo. Sacó un cigarro del paquete y lo encendió con la antorcha, invitando a la mujer a hacer lo mismo. Dio una larga calada al cigarro y respiró profundo antes de seguir.

 

—Acabas de decir que solo tenía que pedirte un favor si lo necesitaba. Y de hecho si necesito uno

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-¡Genial! - Apenas oyó de sus labios la respuesta que esperaba, se levantó de un salto de la silla con cierto entusiasmo en su actuar y en sus palabras.- Sentir el aroma a cigarro impregnado en ti me dieron ganas. -Sonrió a la camarera al traer las bebidas como en un gesto de disculpas y volvió a dirigirse al Crowley.- Y eso que estuve un tiempo sin fumar, pero supongo que hoy es un buen día para unas cuantas pitadas, ¿no crees?

 

Lo siguió con la mirada, y luego con los pies, caminando a la par. Cuando se detuvo y le dio un beso en la mejilla a la camarera no pudo contener una carcajada, agarrándose la panza con ambas manos para no retorcerse de la risa. Se llevó la mano a la boca y trató de recuperar la compostura, pero no hubiese tenido éxito de no ser por encontrarse con una enorme criatura que hizo ponerle los cabellos de punta.

 

-Eso es... un... le...

 

Se aferró al brazo del Crowley un tanto temerosa.

 

-¡Marion! ¿Qué hace un tocayo mío en el patio?

 

-El del cliente, jefe —respondió riendo la chica desde el mostrador.

 

-Ahhh. Ok. Que por favor nadie nos moleste.

 

Lo miró a los ojos con cierta preocupación y volvió a mirar al león con cierto recelo. Su gato, Dimitri, era muy pequeño, y le había costado muchísimo acostumbrarse a los tigres de su padre, Bastian. No quería saber más nada con animalejos grandes, ya tenía suficiente con los berrinches de Aura cuando se ponía un poco histérica y le rasgaba la ropa por el simple hecho de haberse olvidado de darle de comer.

 

-Has escuchado muy bien mis palabras, León. -Se sacudió la ropa y se sentó en la silla que le había indicado, extendiendo un brazo para encender el puro que sostenía entre sus dedos. Cuando se lo llevó a la boca, hizo una pausa de silencio y luego de largar la bocanada de humo hacia un costado, prosiguió.- Dime, ¿a quién tengo que matar? ¿A quién le debo robar?

 

Dibujó una sonrisa de oreja a oreja.

 

-¿O con quién me tengo que acostar?

 

Soltó una risita nerviosa.

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—Vaya vaya —susurró el pelinegro con una sonrisa al ver la reacción de Goshi— la feroz mortífaga, el azote de los solteros de Ottery, la más temida de las periodistas, doblegada ante la presencia de un simple león.

 

Se sentó frente a ella y dio una larga calada a su puro que ocasionó una larga bocanada de humo que tardó un buen tiempo en desaparecer. La brisa era leve y las hojas de los jóvenes cerezos que adornaban el lugar, apenas se movían entre corrientes de aire débiles que hacían bailar las antorchas y las sombras que estas proyectaban. Aún no sabía muy bien cual era el favor que quería pedirle, ni siquiera él lo sabía. Solo tenía que buscar las palabras adecuadas que no las iba a hallar en las nubes, por más que se quedara mirándola.

 

—No podría decirte con quien te debes acostar, robar o matar. Podría ser el mismo tipo sin suerte. Aunque podrías llevarlo a la cama, drenarle la sangre y quedarte con su billetera.

 

Tomó la taza y llevó un poco de café a sus labios, dejando que el sabor le embriagara y le tranquilizara por completo, aunque no tenía razón alguna para no estarlo. Volteó a mirar fijamente a la mujer, que mantenía sus ojos verdes clavados en él. Sonrió consiente de que seguramente la mujer estaría demasiado intrigada por saber qué favor le pediría. Se acomodó frente a ella y abrió la boca simulando empezar a hablar, pero lo hizo para dar otra larga calada a su puro que ya llegaba a la mitad. Tuvo piedad de la mujer y finalmente se decidió a hablar.

 

—Averiguame como están las cosas adentro de la familia. Sabes bien que me fui sin mucho ruido, sin muchas explicaciones más que a las personas que se les debía dar. Llegaron a mi algunos rumores de que se me acusaba de traición y que mi salida fue algo extraña, teniendo en cuenta que en poco tiempo iba a ser promocionado —Hizo una pausa y dio otra calada a su puro—. Quiero volver. Tengo que volver. Y quiero saber que será seguro.

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-Pues, tendría que acostarme con alguno de mis hermanos o con mi propio padre si hablamos de quedarme con dinero que me interese.

 

Sonrió divertida con cierto tono rojizo que levaba en sus mejillas. Ya lo había hecho, lo cual no negaba, pero tampoco confesaba si no le antecedía una pregunta que lo cuestionara. Si no se enteraban por ella, los interesados sólo tendrían que preguntarle al viejo Pascual para obtener esa información arrojándole un par de monedas. Era increíble la capacidad que tenía aquel viejo por soltar la lengua rápidamente en cuanto veía oportunidad.

 

Tomó la cuchara entre sus dedos, mientras observaba cómo el Crowley degustaba de su bebida y revolvió el fondo de su propia taza, haciendo que la espuma de café se diluyera hasta quedar un líquido de color negro intenso. De un trago ingirió la bebida, cerrando los ojos al sentir el gusto fuerte y amargo, característico de la medida de café que había pedido y volvió a apoyar la taza para prestarle atención nuevamente al cigarro y sacudirle las cenizas.

 

-¿Traición? -Le dio una pitada y volvió a dejar colgando su brazo con el puro sobre su lado derecho.- ¿Quién te ha ido con ese cuento?

 

Alzó una ceja y exhaló el humo que había inspirado anteriormente.

 

-Hubo muchos cambios dentro de la familia, espero que no te hayas topado con las personas equivocadas. -Apagó la colilla en el cenicero y sonrió de lado.- Ya sabes... cosas de familia. Nuevos miembros, miembros que se van... Miembros que los hemos hecho ir. No es más ni menos seguro que ningún otro momento. -Soltó un suspiro.- Todo sigue igual que siempre.

 

Alzó la mirada hacia el Crowley y el pie de la Malfoy se acercó a su tobillo para acariciarlo de forma juguetona.

 

-Dile a Goshi que volverás... ¡Anda!

 

Pestañeó varias veces y soltó una carcajada de vergüenza desviando la mirada hacia otro lado.

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  • 2 semanas más tarde...

—No fui exactamente el mejor de los compañeros, pero no tuve problemas con casi nadie— susurró el pelinegro antes de dar larga y profunda calada al cigarro que se terminaba de consumir. Apagó lo que quedaba de la colilla contra el cenicero y volvió la mirada a la ojiverde—, y si, traición. A mis castos oídos llegaron comentarios grotescos sobre mi repentina partida. Supongo que Pascual tendrá algo que ver. Ya arreglaré cuentas con él.

 

Su mano derecha se deslizó al bolsillo y de inmediato sacó otro cigarro que no tardó en prender y recomenzar así el vicioso ciclo que consumía sus pulmones. El café ya no le hacía efecto y necesitaba algo más fuerte. Debía aprovechar que el intenso de Arthur no estaba cerca y podía darse gusto con algo de licor. Se puso de pie y pasó la mano por el hombro de Goshi muy suavemente que acababa de rozar su tobillo con el pie bajo la mesa..

 

— ¿Te gustaría algo un poco más fuerte? —indagó levantando la ceja izquierda y con una sonrisa a medio dibujar en los labios—, de tomar por supuesto.

 

La brisa apenas ondeaba de un lado a otro la copa de los pocos abedules que rodeaban el local y arrastraba a su paso una que otra basura que había quedado del turno anterior. El oscuro cabello del joven bailaba al son del viento mientras se acercaba a la puerta y hacía una seña a Marion para que se acercara un poco. La aún sonrojada pelirroja hizo lo propio y acercó su esbelto cuerpo hasta la puerta de vidrio. Fue imposible para León no contemplar su fino y elegante caminar, haciendo que cada paso que la pelirroja daba, valiera la pena el sueldo que devengaba.

 

— ¿Necesita algo jefe? —indagó la mesera con las mejillas coloradas.

 

—Tráeme una botella de vodka de la bodega por favor, un par de copas y algún pasabocas. Muero de hambre.

 

—Enseguida.

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  • 2 semanas más tarde...

La sola idea de mojar sus labios en alcohol hizo que me saltara el brillo en los ojos de felicidad, aunque su doble chiste me habría entusiasmado un poco más. Ya conocía a León lo suficiente como para atajar esa clase de bromas, aunque quizás, con un poco de alcohol a veces las bromas terminaban en...

 

-Claro que sí, sabes bien que no puedo negarme a una copa. -Chasqueé la lengua.- O dos... ¿O tres?

 

Solté una carcajada mientras el Crowley llamaba a la pelirroja y realizaba el pedido. Me quedé pensando un segundo en sus palabras, pero por sobretodo en aquella única palabra. Traición. Tenía tanto como tan poco significado al mismo tiempo. No sabía el significado de aquella palabra por sí misma, pero si tenía muy en claro lo que era por quienes la rodearon a lo largo de su vida. Era incapaz de cometerlo, pero había estado mucho tiempo rodeada por la palabra traición a raíz de sus lazos familiares.

 

Volví a poner los pies en la tierra y bajé la mirada que había desviado inconscientemente hacia el cielo para encontrarme con los ojos del Crowley. Supe que era la persona que más lo entendía en aquel momento, o al menos así me creía yo. ¿Importaba la diferencia? Le sonreí.

 

-Pascual es un viejo cretino que debes tener de tu lado siempre o te hará la vida imposible. -Tamborileé los dedos sobre la mesa cual marcha militar.- Estos meses casi ni he pisado la Taberna por su maldita culpa.

 

Sacudí la cabeza.

 

-Pero por él no debes preocuparte, ya casi todos desconfían de lo que dice. Generalmente una sarta de mentiras o rumores que nadie termina por comprobar. -Frunció el entrecejo.- Los más peligrosos somos nosotros mismos León.

 

Resopló.

 

-Lamentablemente hay que andar con los ojos y los oídos bien abiertos a todo momento. O, ¡zas! -Golpeó la mesa divertida, provocando un pequeño salto en la postura del demonio.- Te toman desprevenido y eres carnada para el pez gordo.

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Arthur Smith

 

Arthur Smith. Un chico delgado lo suficientemente guapo como para llamar la atención mientras va caminando por las calles. Es un rubio europeo con ojos celestes como el cielo, tiene una cara fina sin imperfecciones, boca y nariz pequeña, y con el cuerpo demuestra que pasa mucho tiempo ejercitándose. Nació en la ciudad de Boom en Bélgica, pero a los siete años de edad inmigró a Londres con su madre Katherine y su ya difunto padre, Michael.

 

_____._____

 

Era media noche y Arthur estaba saliendo de un bar después de un encuentro entre amigos. Ahora su única compañía era la luna, o al menos eso creía. Subió a su auto que estaba aparcado unos pocos metros del bar pero al girar la llave para arrancar el motor, su única respuesta era un fuerte ruido proveniente seguramente del motor. Hizo varios intentos para arrancar y hasta revisó dentro del capó de su coche pero no pudo solucionar nada. –Caminaré- dijo con su voz grave y empezó a caminar.

 

Las calles estaban silenciosas, probablemente porque las personas preferirían quedarse en casa antes que salir con este frío. Arthur levantó la cremallera de su sudadera y se puso la capucha dejando al descubierto solo sus ojos y la nariz. Pensó un acortar camino, pero para eso debería cruzar un peligroso callejón donde ya han ocurrido varios crímenes.

 

-Las calles están vacías, no pasará nada- se dijo a sí mismo y cruzo la calle hasta llegar al callejón. Siguió caminando por unos minutos hasta escuchar un ruido en los basureros de metal. -¿Quién anda ahí?- dijo Arthur sin obtener respuestas. Siguió caminando con el pensamiento de haber sido solo un gato hasta que se detuvo en seco y vio a un hombre con una capa negra que le cubría todo el cuerpo y su capucha le cubría toda la cara parado justo en el medio del callejón. Eso fue lo último que vio Arthur hasta caerse desmayado al piso.

 

Arthur se levantó un par de horas más tarde, pero él no tenía ni la mínima idea de cuánto tiempo se había quedó dormido. Se levantó del piso y empezó a caminar. -¿Qué mi***a es esto? ¿Dónde estoy?- dijo en susurros al ver ese extraño lugar con extrañas personas vestidas con extraños atuendos. Todo era extraño ahí. El lugar una larga calle sin fin llena de tiendas y solo había personas vestidas con un extraños atuendos. Seguramente todos ya se dieron cuenta de que Arthur era el único “normal”

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Molly Lancaster

 

De bucles pelirrojos que apenas pasan sus hombros. Piel blanca, tan blanca que hace resaltar las pecas que pueblan sus mejillas, ahí debajo de dos ojos oscuros y expresivos. Sus labios son finos, tiernos, rojos, ocultan casi siempre a sus dientes blancos y rectos. A pesar de su juventud una línea ya ha sido marcada en su frente, producto de la preocupación que le causa el Ministerio de Magia y los continuos trabajos sobre desaparecidos.

 

-----------------------------

 

Despertó temprano, como de costumbre. Obligándose a abandonar su cómoda cama y preparando un café fuerte, para despejarse y olvidar el cansancio. Todas sus pertenencias estaban en su lugar aquella mañana, como siempre debido a su excesiva costumbre de dejar todo en su sitio. Sin embargo no importa lo ordenado que esté su hogar, si es que algo le faltaba para satisfacer sus necesidades, debería ir hasta un negocio adecuado para la compra.

 

Por eso fue que esa mañana se vistió rápidamente con el vestido violeta que le cubría todas las partes de su cuerpo, a excepción de las manos largas y blancas. Era una prenda ajustada en el torso y levemente suelta a medida que iba bajando. De confección simple, pero hecha de una tela bastante resistente y bonita. También llevaba puestas sus botas negras de cuero, que no podían faltarle un solo día, pues eran sus favoritas.

 

Salió entonces de su casa llevando unos cuantos galeones y su varita. Apareció en cuestión de segundos en una calle muy transitada a pesar de ser las primeras horas de la mañana, cuando todo estaba fresco todavía y el sol luchaba por hacerse notar. Caminó erguida por el Callejón Diagon, buscando el sitio donde conseguía las mejores plumas de toda Inglaterra, cuando vio a un hombre vestido de muggle.

 

Miró fijamente al chico rubio, dándose cuenta de que había acertado bastante bien con el atuendo, pues normalmente los magos de Gran Bretaña no lograban parecerse a las personas sin magia cuando lo intentaban, sino a payasos. Le llamó mucho la atención, tanto que se acercó a él para observarlo mejor. Pronto se dio cuenta de que no solo era diferente en el atuendo, sino que se veía confundido y miraba a todos lados.

 

—Oye, tú. ¿Quién eres? —preguntó aflojando el ceño—. ¿De dónde vienes? ¿Quién te ha traído aquí?

 

¿Quién se vestía de muggle cuando se encontraba en un lugar enteramente mágico? ¿Qué mago con la edad que asemejaba el chico se mostraba confundido en el Callejón Diagon? Él no podía ser más que un muchacho perdido en el peor lugar donde pudo haber llegado. Y ella lo encontró. Molly, la mujer que no toleraba ningún tipo de delincuencia. Justamente traer a un ser sin magia al mundo mágico era parte de la lista que ella dedicaba a “delito”.

 

—Dime qué haces aquí —dijo más seriamente, acercándose a él tanto como pudo.

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Arthur Smith

 

Arthur observo como una linda joven pelirroja se acercaba a él y no dudaba en pedirle ayuda para que lo quitara de ese extraño lugar, pero antes de que el rubio pueda hablar, la pelirroja se le adelantó y le hizo unas cuentas preguntas a medida que se acercaba. —Yo...yo soy Arthur... ¿Tú quién eres? ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?— dijo Arthur llenando de preguntas a la extraña chica que se le acercó. —¡Sácame de aquí— concluyó con un tono nervioso poniendo sus ambas manos sobre los frágiles hombros de la muchacha.

 

Por más de que intentara, Arthur no podía hacer nada para recordar lo que había sucedido aquella madrugada. Recordaba que estaba en un bar... normal, nada parecido a las tiendas extrañas que veía ahora. Después volvió a casa caminando porque su coche no arrancaba y en un callejón vio a una persona que llevaba una capa negra que le cubría el cuerpo y gracias a eso, Arthur no podía distinguir el sexo de esa persona, ni siquiera podía estar seguro si eso era una persona.

 

Le irritaba todo eso de no recordar nada. Tenía un pensamiento borroso donde veía un letrero que decía "Juan Valdez" y estaba seguro que había mas una palabra que comenzaba con "C" al lado de esas palabras pero sus pensamientos se perdían justo ahí. —Oye, ¿Sabes qué es Juan Valdez y lo que sigue?dijo refiriéndose a la palabra que debería estar al lado del "Valdez" ¿Sería el otro apellido de esa persona? ¿Sería Juan Valdez el responsable de todo esto?

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