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Libro de los Druidas


Badru
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Con la última frase que le había dedicado al joven, no esperaba menos de su parte. Desde el primer hechizo hasta el último, Ishaya demostró saber dónde estaba parado pese al cansancio y logró combatir a las bestias él sólo. Badru se dedicó únicamente a repeler a los Cangrejos de Fuego que salían disparados hacia él cuando Ishaya los combatía, tragándolos con su barrera de magia o haciéndose intangible, al igual que lo había hecho su pupilo en un punto. Para cuando había pestañeado tres veces más, ya el mago había controlado la situación y el camino volvía a estar despejado. Complacido, el Nefir se cuadró de hombros y asintió.

 

—Seguimos, sí. Vamos, guíame.

 

Estando solos, era más fácil controlar la situación que con otros. Podía adiestrarlo mejor, enseñarle sin trabas o impedimentos, tratar de hacerle entender el poder de la magia que manejarían en adelante sin que su propia personalidad interfieran. Era un maestro, una enseñanza y un camino. E Ishaya lo estaba siguiendo al pie de la letra. Eso le gustaba, le hacía reconsiderar mínimamente lo que creía de los ingleses. Eso no quería decir que estuviera cambiando de opinión, por supuesto, lo único que hacía era que siguiera con ganas de enseñar pese a lo que su pueblo y sus tradiciones sugerían.

 

El túnel se hacía más grande a medida que avanzaban y dejaban tras de sí los residuos de las viejas batallas que habían tenido en el camino. Como el Tonks, Badru comenzaba a notar cómo la superficie rocosa y el mismísimo aire se tornaban un poco menos pacíficos que antes. El suelo se hacía más caliente y el oxígeno menos constante, como si algo lo estuviera consumiendo demás. Estaban cerca de la erupción y algo le decía que sería pronto si no se daban prisa. Pero cuando pretendía sugerir empezar a trotar, por más agachados que tuvieran que ir, algo resplandeció de pronto y los ojos del Uzza se vieron afectados.

 

Ahí, donde ninguno de los dos podrían verlo, habían aparecido dos figuras fantasmales que por algún motivo conservaban los poderes de su antigua vida. Mientras que uno era de un brillante blanco, el causante de la ceguera de los dos magos, el otro era completamente negro, como una bruma nocturna calgada de maldad. Un Paladín y un Nigromante. Ambos eran un obstáculo y, por mala suerte, el que más se vería afectado era Ishaya; el Nigromante lanzó un hechizo potente y molesto que haría que la garganta del Tonks empezara a cerrarse lentamente, hasta que no pudiera hablar más. Si eso llegaba a pasar, volverían a atacar. Pero de momento, aún podía hacer algo.

 

—Piensa en frío con esto, los retendré un poco —con un simple movimiento de varita, sus ojos volvieron a la normalidad gracias al poder que él tenía en su propio campo y un cerco, no tan poderoso como el Obsitens, apareció delante de los dos fantasmas.

 

La tierra se sacudió y con ella los dos brujos, razón por la que el Uzza se quedó esperando la reacción de su alumno.

 

—Falta sólo un poco más para llegar a la sala y poder hacer el portal. No dejes que esto haga erupción antes de que lleguemos.

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Fue una sorpresa el encontrarnos de repente con dos presencias fantasmales en aquel lugar, resintiendo en ese momento el efecto de las mismas en dos de mis sentidos: la vista y el gusto, por así decirlo. Por lo pronto debía de cuidar a la perfección mis movimientos frente a los peligros que estaba enfrentando en ese lugar, por ello, antes de que estuviera completamente imposibilitado de hablar, lancé un conjuro para contrarrestar aquel mal que me afectaba en esos momentos.

 

- Cantar de Eleboro...

 

Murmuré con al voz rasposa, mejorando y recuperando todos mis sentidos para que el resplandor del paladín no llegara a afectarme ni a Badru, debido a que él era el segundo objetivo de mi conjuro. Era una fortuna que aquella vibración, como si de una dulce melodía se tratara, saliera desde mi varita tomando por sorpresa a las dos presencias; por lo menos no les daría ventaja a mis enemigos, por muy simple que esto fuera.

 

Siempre me había sentido afortunado de ser un alto rango en la Orden de la Mano de Plata, el clan al cual pertenecía y del que durante mucho tiempo fui su comandante general, sin embargo lamentaba ahora el hecho de que tenía estrictamente prohibido realizar dichos poderes fuera de los terrenos de la Orden del Fénix, sobre cuando cuando me encontraba con una presencia rival (como se consideraban a los Uzza y a los Aracanos); y el problema recaía en que tenía varios conjuros especiales que me ayudarían contra ambas escencias al utilizar la energía del trueno como principal arma de ofensa y defensa...

 

Comencé a correr directamente contra mis nuevos contrincantes, sin demostrar ningún tipo de debilidad, esto con la plena intención de que me atacaran de imprevisto, es decir, tomarlos por sorpresa; algo que funcionó hasta cierto punto debido a que salieron dos rayos de cada esencia, uno blanquecino y el otro rojizo, ambos dirigidos directamente a mi persona por ser la amenaza más latente en ese lugar.

 

Un simple salvaguarda mágica me ayudó a liberarme de ambos rayos, por haber sido lanzados al mismo tiempo, lanzando un grito al tiempo que creaba un obsistens al llegar frente a los dos entes, creando mi barrera mágica para que absorbiera cualquier tipo de ataque.

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Como una gacela, el Uzza se colocó de cuclillas y saltó hacia delante a la carrera junto a Ishaya. Sabía que él se ocuparía de los fantasmas, así que sólo se preocupó por no correr demasiado rápido. Cuando el Obsitens se deshizo de los entes, ya Badru estaba junto a su pupilo y lo tomaba de un brazo para guiarlo a la salida. Estaban literalmente cerca y por las constantes sacudidas que daba la roca volcánica, tenían menos de un minuto para que el magma los alcanzara. Él podía controlar ciertas cosas, menos a la naturaleza en sí y sus reacciones comunes.

 

Por suerte el joven que estaba bajo su tutela no era muy pesado. Los pies del hombre se adherían a la superficie como si no estuviera descalzo y sus músculos se tensaban cuando era necesario, haciéndolo esquivar pequeñas rupturas a cada paso o agacharse a tiempo. No le había prestado atención a lo que Tonks hacía, aunque esperaba que en realidad no lo hubiera hecho colisionar contra alguna roca, descabezado no le servía de mucho. Sin embargo, pudo comprobarlo cuando la luz de pronto los recibió a ambos con el ensordecedor sonido de algo que ha explotado. Apuró el paso.

 

—Escúchame bien, porque si fallas tendré que hacerlo yo y todo perderá sentido —dijo con voz grabe, reclamando atención y seriedad—. es momento de hacer el Haz de la Noche.

 

La lava, muy atrás, donde habían llegado, había empezado a ascender a gran velocidad. Pronto alcanzaría el hoyo y, por ende, el túnel que ellos habían recorrido. Y los mataría, si Badru no intervenía. Donde estaban ahora era una especie de tragaluz, con un agujero tan arriba que sólo un halo de luz se podía ver ahí donde se había detenido en conjunto a Ishaya. La misión era sencilla: usar el portal para poder salir los dos. O lo hacía él o el maestro intervendría, cosa que lo retrasaría en su aprendizaje.

 

—Concéntrate mucho ahora mismo, no saldrá bien a la primera pero tenemos escasos minutos antes de que seamos convertidos en carbón. Inhala, concéntrate en tu propia magia y corta el aire con los dedos cuando estés listo, desde lo alto de tu cabeza hasta tus pies. Fulgura Nox es el hechizo, lo conoces.

 

Los ojos negros del Nefir se fueron de forma automática al túnel y comprobó que un resplandor se alejaba en la lejanía. Mala señal. Volvió a mirarlo.

 

—Desde tu cabeza hasta los pies, el portal nos llevará justamente a donde necesitamos ir.

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Llegamos hasta la cámra lo suficientemente amplia para poder crear el portal que nos ayudará a salir de ese sitio, aunque sabía perfectamente que a mi primer intento no me sald´ria correctamente por el poco conocimiento que tenía sobre el conjuro. Sí, era cierto que ya había leído con anterioridad el libro de los druidas pero como todo bune guerrero sabía, una cosa era la parte "teoórica" del conocimiento y otra muy diferente era llevarlo a la práctica.

 

Uno de los elementos principales de aquel conjuro, el haz de la noche o fulgura nox, era la concentración con tiempo; a pesar de ser paladín y que parte de mi entrenamiento era la meditación, la cual me ayudaba a concentrarme de manera rápida, resultaba complicado bajo presión al estar frente a mi entrenador.

 

Regresé a mi forma original, desactivando, por decirlo de una manera, la habilidad de metamorfomagia y dejando que no existiera otro tipo de magia afectándome en ese momento, aumentando las posibilidades de un riesgo mayor en dichas circunstancias; sumando los temblores, las ráfagas de calor que comenzaban a llegar y la iluminación del magma que venía persiguiéndonos desde el túnel en el que llegamos, las cosas no eran lo más sencillas para mi en ese momento.

 

Rerpiré con tranquilidad mientras dejaba mi mente en blanco y comenzaba a realizar el movimeinto con mis dedos en el aire, desde la cabeza hasta los pies, cubriendo a la perfección toda el área de mi cuerpo. Abrí los ojos y noté con cierto enfado que no había sucedido nada. Intenté nuevamente, implementando la imagen del último lugar que había estado con Badru, mi entrenador en aquella ocasión, debido a que no quería utilizar el conocimiento de videncia en esos momentos para adelantarme en mi entrenamiento yendo hacia el futuro... aunque tal vez eso era lo que quería y no podía conectar con el ojo interno para saber su reacción, debía de utilizar todas mis energías en abrir el portal.

 

Una vez más hice el ademán con mis dedos mandando toda mi energía mágica invocando el haz de la noche para crear un portla lo suficientemente amplio para que pudiéramos pasar los dos, teniendo éxito en aquella ocasión justo cuando un enorme rugido se escuchó desde las entrañas de la Tierra debajo de nosotros. Sin pensarlo demasiado, tomé el brazo del guerrero Uzza para atravesar juntos el portal.

 

...

 

...

 

...

 

Abrí lentamente mis ojos para acostubrarme a la luz del sol que me golpeaba con toda su fuerza, sintiendo la aspereza de la arena debajo de mi antes de que una sombra apareciera en mi campo visual. Badru. Me levanté de inmediato para estar a su nivel, esperando que los movimientos que había utilizado estuvieran dentro de su rango de aprobación o, al menos, que mi movimiento para jalarlo fuera de aquella caverna no hubiera sido demasido agresivo.

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Reapareció allí, en la Plaza del Árbol de Fuego, donde todo había comenzado. Parpadeó varias veces, sintiéndose mareada y los labios secos debido al calor que había tenido que soportar por tanto tiempo y sin probar una gota de agua en harto rato. Se acomodó sobre el suelo, cruzando las piernas y tratando de recordar lo que había sucedido, el por qué estaba allí y por qué le dolían tanto las articulaciones.

 

Ah, sí…

 

La batalla contra Thomas, se había dejado vencer, un poco a propósito realmente, más que nada para ayudar al muchacho. Ella podría haber tenido oportunidad de defenderse y evitar ser consumida por el veneno en su interior, pero en su lugar atacó, teniendo sus propios motivos. Luego de ello, el veneno la había consumido por completo y había perdido el conocimiento. Tal vez por eso le dolían las articulaciones, debía ser un efecto secundario del veneno a pesar de que ya no lo tenía en sangre, aunque eso sí, no sabía quién la había revivido.

 

Maese Báleyr… – susurró, pero pronto agitó la cabeza, descartando la idea.

 

Miró de un lado al otro. Si se encontraba allí era porque no había pasado, o eso suponía. El por qué, no estaba segura, pero sencillamente lo atribuyó al hecho de no salir con vida de aquel combate.

 

Soltó un largo suspiro y cerró los ojos por un momento. No estaba frustrada, no se sentía molesta ni nada semejante, sencillamente tenía su consciencia tranquila con lo hecho. Aunque, en cuanto reabrió los ojos, sus ojos color chocolate demostraron una determinación casi palpable, esta vez no sucumbiría, no perdería ante nadie ni dejaría que se atravesaran en su camino para obtener aquellos nuevos conocimientos en magia.

 

Y esperó, hasta que el Uzza apareciera, sabiendo que tarde o temprano lo haría, pero mientras esperaba, lo haría en aquella posición, tratando de subsanar las secuelas del encuentro y todo lo sucedido en aquellos días interminablemente largos.

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—Lo logró... a medias —soltó el Uzza, con los ojos entrecerrados.

 

¿Cuántos días había estado sin dormir?

 

Atravesar un portal ajeno había bajado sus energías ligeramente y ya empezaba a pasarle factura la falta de descanso. Había salido del portal de Ishaya como disparado, cayendo como un predador en la arena, deteniendo su avance veloz con manos y piernas. Pronto se irguió de nuevo y se quedó mirando hacia el desierto, la infinidad que había entre él, la arena y el volcán que había visitado hacía unos cuantos días. Era un lugar hermoso e inexplorado por muchos, así como incomprendido. Era lo más cercano a su hogar que tenía y sin duda era lo único que lo mantenía con ganas de seguir cumpliendo con el pacto que su pueblo había hecho con Merlín.

 

Inhaló el aire caliente con ganas y fue entonces cuando la misma tierra le avisó que había alguien más en sus terrenos, alguien que él ya conocía. El segundo intento de Delacour se hacía esperar. Se movió hacia la plaza del Árbol de Fuego, hundiendo los pies en la arena a medida que se acercaba, el calor lo reconfortaba. La vio desde lejos y una expresión de preocupación se dibujó en la única parte visible de su rostro, los ojos, donde las cejas fruncidas se unieron un poco más en una línea negra poblada. Recordaba el transcurso del duelo y aunque admiraba su quietud, la tranquilidad posterior a los ataques que había recibido, no dejó pasar el momento para ayudarla.

 

—Ten.

 

Habían pasado unos largos minutos en su andar y en ese momento se las había preparado para preparar un cuenco con una bebida extraña. No tenía mal aspecto, pero no era común. El líquido oscilaba en silencio dentro del cuenco después de que el brazo de Badru se estiró hacia Mei. Consistía en una mezcla homogénea de una tonalidad ámbar, con brillos dorados que desprendía debido a los rayos del sol; el olor era curioso de igual manera, dulce, agradable. Una poción de su pueblo, con el dulzor necesario para rebastecer la energía y algo extra que había agregado, similar a lo que usaban para la Amortentia, para que sintiera ganas de beberlo sin quejarse con sólo olerlo.

 

El Nefir se había agachado ante ella, para mirar un poco más de cerca su color. No estaba bien, no a simple vista. Ladeó la cabeza, pensando, analizando tanto la situación de su alumna como la suya. Quizás habían tenido demasiado por un día. Fue por ello que de pronto, con una sacudida ligera de la tierra, dos carpas salieron de la nada y empezaron a armarse una junto a la otra. La tarde empezaba a caer una vez más en el desierto y pronto el sol se escondería, mejor seguir la manañana siguiente. Una era negra, la suya, y la otra era roja, ambas con todo lo necesario para descansar y sin comodidades extremas.

 

—Descansaremos esta noche y retomaremos en la mañana. Una vez que repasemos los puntos débiles, volverás a intentar la prueba. Ahora bebe y entra a la tienda, al alba estaré esperando junto al Árbol de Fuego y un par de calderos, es tiempo de que hagamos esa poción que dejamos a medias antes.

 

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La cabeza entre las piernas, escondiendo su rostro de la brisa que arrastraba partículas de arena, evitando que la rasparan aún más de lo que ya la tenía. Aspiró fuertemente, el aire seco le gustaba, no tenía real amor por los lugares húmedos, ¡vaya que no! Pero su cuerpo comenzaba a pasarle factura y la deshidratación comenzaba a ser inminente.

 

El sonido de unos pasos amortiguados le avisó que alguien se acercaba, por lo que levantó la cabeza al fin. Parpadeó un par de veces para acostumbrar la vista a la luminosidad y, cuando pudo enfocarla, notó que Badru le extendía el brazo, acercándole algo. Apretando fuertemente los dientes debido al doloroso pellizcar que sentía cada vez que movía alguna de sus extremidades, recibió el cuenco y lo inspeccionó levemente, olfateando y verificando el color del líquido.

 

Fuese lo que fuese se lo tomó de un solo trago, sintiendo que su cuerpo entero chillaba de alivio al recibir algo de líquido revitalizante y que poco a poco hizo que algo del agua perdida en su anatomía regresara. Soltó un largo suspiro en cuanto pudo volver a respirar, pues había bebido sin detenerse a respirar prácticamente, y cuando reabrió los ojos, notó que tenía al Uzza frente a ella, mirándola de forma calculadora.

 

De haber sido otro momento, le habría dicho algo, provocándolo, pero en aquel momento su actitud anterior había pasado a otro plano, la verdad era que no tenía ganas de pelear de forma verbal, sencillamente reservaría todas sus energías para el momento de la verdad, donde no dudaría ya más, ni dejaría ninguna debilidad a la vista, nada que pudiese hacerla trastabillar nuevamente.

 

Está bien – se limitó a decir ante las palabras de Badru y al ver que unas carpas se habían armado de la nada y formaban una sombra bendita que ya comenzaba a agradecer –. Gracias por la bebida – agregó en bajos susurros, luego de asentir firmemente ante las instrucciones de lo que sucedería al día siguiente.

 

Sin decir nada más, se levantó lentamente y se dirigió a la carpa roja. Necesitaba descansar, dormir, beber un poco más de agua tal vez ahora que tenía un recipiente donde almacenarla y tal vez aplicarse algunos hechizos para lograr calmar sus dolencias.

 

 

 

Se había dormido realmente temprano, algo atípico en ella, pero eso la ayudó a poder despertar poco antes del alba, ya recuperada, no por completo, pero sí llena de vitalidad una vez más. Aspiró profundo, preparando algunas cosas dentro de la carpa, y lo principal: llevar a cuestas el cuenco para poder beber agua cuando lo necesitara, aunque el mismo lo había convertido en otro objeto mientras tanto, en una esclava del mismo metal del que estaba hecho y puesta en su muñeca izquierda.

 

A ese momento ya se hallaba en pie y caminando en dirección al Árbol de Fuego, pasando totalmente del hermoso amanecer que se estaba dando justo a su izquierda, y centrándose únicamente en las dos figuras que se notaban: la de un hermoso árbol de color rojizo con algunas flores aún en sus ramas, y la de un hombre, que la esperaba para poder dar comienzo al hecho de si realmente merecía o no hacerse con los conocimientos. Se acercó al caldero que tenía más próximo y esperó, en silencio y observando atentamente al Nefir por las instrucciones.

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Una hora antes de que amaneciera, ya Badru estaba sentado junto al Árbol de Fuego junto a los utensilios necesarios para la elaboración de pociones y en este caso, una que requería mucho cuidado. Estaba sentado en posición de indio, con las grandes palmas apoyadas en sus rodillas cubiertas por la lona. Había colocado dos calderos exactos en paralelo, a un metro escaso de distancia, así como una pequeña mesa para cortar y los ingredientes de la poción. A diferencia de otras veces, no empezarían con la base ya hecha, sino con la poción desde el inicio. El Nefir se encargaría de que ésta vez el aprendizaje fuera correcto.

 

Y allí se quedó sin intención alguna de moverse, esperando nada más, con los ojos cerrados y la espalda erguida. Había cambiado su atuendo, donde sólo se veía menos lleno de polvo a diferencia del otro, puesto que eran del mismo color; a excepción del pañuelo, que reemplazó por uno de un color escarlata muy brillante. Parecía una estatua, hasta que los primeros rayos de sol empezaron a alumbrar la plaza y él abrió los ojos, para encontrarse con una fresca Delacour andando hacia él. Bajo el pañuelo, sonrió.

 

—La poción que haremos hoy es más bien una pomada, la misma que Thomas te dio en su momento durante la clase anterior. Empezaremos con una base típica de ungüento para las quemaduras y proseguiremos con el resto.

 

Con un movimiento de su varita de cristal, logró encender ambos calderos y señaló los ingredientes.

 

—¿Conoces la base? Es necesario mezclar todo lo de la tabla en el mismo orden en que los he colocado, cortados o triturados según convenga y con una botella de poción herbovitalizante al principio, sólo para darle cuerpo —como si quisiera demostrar su punto, vertió la poción dentro del caldero y empezó a triturar el primer ingrediente, algo muy similar a un bezoar—. Cada vez que agregues algo, mueve en sentido de las agujas del reloj diez veces y aguarda cinco minutos. El reloj de arena —señaló un pequeño reloj que casi pasaba desapercibido—, te mantendrá alerta. Una vez que termines con todos los ingredientes, pasarán diez minutos y podrás agregar los lirios de fuego, enteros, removiendo hasta obtener la pomada. ¿Alguna duda?

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Parpadeó, sorprendida con aquello. Era la primera vez que veía que se bajaba el pañuelo, o por lo menos, la primera vez que lo recordaba. Era bastante inusual ver su rostro entero al descubierto, a fin de cuentas el Uzza siempre había permanecido ocultando su nariz y boca. Movió la cabeza de un lado al otro en cuanto el hombre comenzó a hablar para despejarse y se acercó hasta el caldero que ya comenzaba a calentarse con el fuego que tenía por debajo.

 

Observó la pequeña mesita donde se hallaban los ingredientes a colocar y el orden que debía seguirse. No es que fuera una maestra en pociones, ella sencillamente siempre se había limitado a imitar lo mejor posible lo que enseñaban, pero era mejor imitando a base de observar que por instrucciones.

 

Levantó una ceja, y sin más por hacer, comenzó poco a poco luego de dejar claro que había entendido todo. O casi todo.

 

Primero vertió todo el contenido del frasco que contenía a poción herbovitalizante y comenzó a triturar el primer ingrediente a agregar. Siguiendo las instrucciones al pie de la letra, fue avanzando, luego de haber agregado aquella especie de bezoar triturado, continuó con un poco de ortiga seca a la cual en esa ocasión cortó en pequeños trozos y agregó luego de haber revuelto la poción diez veces en la dirección de las manecillas del reloj y de dejarla reposar cinco minutos. Y así sucesivamente con los gusanos de tubo, la sangre de dragón, el azarollo y por último, varios movimientos complejos de varita a los cuales acudió sólo luego de ver cómo se lo indicaba una pequeña notita como última instrucción a seguir.

 

Echó una mirada de reojo al reloj de arena, viendo que ya casi se cumplían los diez minutos y sacaba entonces de una pequeña bolsita los lirios de fuego que esta vez tenía disponibles. Sí, aquel era el último y más importante ingrediente, por lo que lanzó los cuatro que había, revolvió un poco con su varita y esperó.

 

¿Cuánto tiempo se ha de esperar hasta que esté lista la poción? ¿Media hora, una, o hasta que el fuego se apague? – eso era lo único que no tenía claro, había leído algo en el libro del Druida, que sabría cuándo la poción estaría lista ya que haría efecto de forma notable, ¿tal vez sobre el fuego o sobre el caldero mismo, haciéndolo posible tocar aun a pesar de su alta temperatura?

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Le había cogido gusto a esto de los libros. Al principio pensé que sería una pérdida de dinero y un desmesurado gasto de suerte si sobrevivía al estudio de los hechizos. Durante un tiempo creía que eso no era para mí. Pero hacía tanto tiempo que no usaba la varita para otra cosa que para sujetarme el pelo que ahora disfrutaba de todos aquellos nuevos conocimientos.

 

Por eso, sin pensarlo dos veces, compré el nuevo libro y me apunté a la clase del Libro del Pajarito. Me encantaba aquel animal, creo que similar a un búho o a un ave rapaz similar. Después supe que se llamada "Libro de los Druidas" y eso me gustó mucho más, puesto que yo era sacerdotisa. ¿Qué mal podía pasarme con aquellos estudios? Seguro que no habría nada de peligro. Además, hasta le había tomado gustito a Lisa como profa, aunque un poco retorcida en su forma de enseñar para mi gusto...

 

Así que me preparé con ropa cómoda y con bambas ligeras. Ya me había percatado que vestir de forma adecuada en aquellas clases era más apropiado, aunque nunca supieras donde podías acabar. Pero nada de ropa de noche o taconcitos. Bastante tuve con atravesar una selva amazónica con ellos la primera vez. Por eso, esta vez lucía un sencillo chandal (ropa muy muggle, pero cómoda, fácil de anudar a la cintura si hacía calor, calentita por dentro si la temperatura no era agradable) de color azul y me dirigí hacia el punto de encuentro que me habían indicado.

 

No sabía bien donde estaba aquel Árbol de Fuego, pero cuando llegó no se fijó en él; sólo pensaba que hacía calor para estar al lado del fuego, donde había dos calderos humeante.

 

-- ¡Demonios! Tengo hambre... ¿Qué estáis haciendo, chicos?

 

Sonreí a las dos figuras que había allá, puesto que a la primera que vi fue a Mei, la directora del SAW-Ministerial. Mi sonrisa desapareció al reconocer (es un decir, pero era difícil olvidar aquella figura que solía interrumpir las clases de Lisa con su presencia) y decidí ponerme seria. Aquella imponente figura imponía mucho respeto.

 

-- Perdón por interrumpir su clase de Herbología... O de Pociones... Busco a un Uzza como usted que da clases de un libro de Pájar... de Los Druidas... -- corregí inmediatamente el nombre. Los Uzza son demasiados serios para mi carácter payaso pero hay que respetarles o te hacen picadillo. -- Tal vez sepa usted indicarme dónde puedo encontrar a su compañero...

 

Después me relajé un poco e hice una señal de saludo a la muchacha. ¿Parecía cansada o eran imaginaciones mías?

 

-- Hola, Mei.

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