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Yaxley Manor (MM B: 109997)


Orión Yaxley
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La tarde era helada, los fríos de otoño avisaban que pronto estaba cerca el invierno y Londres estaría aún más congelada que ahora. Le gustaba más el calor que e frío que callaba hasta los huesos, pero hoy tenía que estar abrigada y hasta un gorro se había puesto el día de hoy.

 

Llegaba hasta la verja de la mansión de los Yaxley, no sabía que hacia ahí la verdad. Después de la ceremonia de iniciación con el nuevo líder Aaron no lo conocía en realidad y le había dado mucha curiosidad platicar con el fuera del bando o del Ministerio.

 

Cruzó la verja y los jardines de afuera para llegar a la puerta de entrada. Después de unos largos segundos y de pensar que excusa inventar para estar ahí ese día, por fin tocó a la puerta de la inmensa mansión, esperaba que se encontrará el mago en su casa si no todo habría sido en balde.

 

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La manor de los Yaxley tenía una genuina particularidad- quizás era por eso que jamás me había acostumbrado del todo- en ella no habían sirvientes, mucho menos elfos, pues y a pesar de lo que nos contó mi padrino, había sido un punto de encuentro escondido de los radares ministeriales, fuera del control mágico y muy lejano a la vista de los muggles. Los Yaxley jamás quisieron que su gran pero sencilla mansión, fuese del voz populi, mejor aún, intentaron mantenerse en el anonimato lo máximo posible cuando Lord Voldemort cayó; hasta que una hija y un hijo de Fernando Black, la reclamaron como suya y dieron vida a quienes clamaban la "Noble y Salvaje Libertad".

 

La infraestructura estaba sumida en un bosque pincelado por el Otoño. Las copas de los árboles degradaban entre amarillos, anaranjados y rojizos, acolchando una tierra fértil y curiosamente alegre; debía de ser por la relación cálida y duradera entre Orión y Gatiux, ¡un amor!, una magia incomparable; aunque ello no me hastiaba en lo absoluto, pues también escondía un sentimiento similar con una bruja que custodiaba parte de mi alma. ¡Debilidades que debían mantenerse ocultas!...

 

De pronto, se oyó el golpeteo de una puerta. Yo me encontraba recogiendo algunas astillas para atizar el fuego de la chimenea, así que el mismo llamado se repitió otro par de veces; rodeé la cabaña con una pila de maderas en mis brazos, camisa blanca arremangada y el rostro manchado con algo de tierra, hasta divisar a una bruja a quien no respondí sino hasta acercarme a un par de metros. Dejé los leños en el suelo y desenvainé mi varita para elevarlos frente a mí, mientras volvía a acercarme otro tanto hasta girar el picaporte y dirigir ligeramente cada palo hasta el costado de la chimenea.

 

-Malachai ¿verdad?, o debería llamarle de otra forma, señorita Macnair...- sostuve al fin, extendiendo la invitación para que entrase al hogar de los Yaxley antes de mí. Acomodé las mangas con otra vueltecita y peiné mi cabello hacia un costado con la diestra-...¿bebe té, café o alguna otra cosa?...

 

La pregunta había roto el silencio tras habernos encaminado hasta la estancia que pretendía abrigar, mientras destapaba una botella con un licor ambarino para cubrir un centímetro del vaso que tenía frente. Bebí el contenido de una sola vez, mientras la bruja articulaba alguna respuesta.

 

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Tocó una vez a la puerta y contempló el fabuloso paisaje que creaban los árboles que crecían en aquella propiedad, sin duda eran hermosos y daban a la mansión una fabulosa vista y además escondía un poco la casa de los ojos ajenos a ella.

 

Nadie parecía estar viniendo a abrirle, por lo que ddecidió tocar una vez más y esperar, tal vez Aaron estava muy lejos y no la estaba escuchando. Segundos después de haber tocado escucho pasos en dirección a la puerta y un sonriente mago salio a recibirla, se le hacia extraño que fuera el personalmente el que le abriees la puerta y no un elfo, pero le resto importancia y lo saludó.

 

—Ariadna está bien, dejemos las formalidades para cuando no estemos solos señor Yaxley...— respondió con una sonrisa y se adentro a la estancia cuando el mago se lo indicó —el café suena maravilloso para esta helada tarde, muchas gracias—

 

Después de haber respondido a su pregunta, se quitó el abrigo que traía encima. La cada estaba cálida y no necesitaba estar más abrigada, y mientras hacia eso y dirigía su mirada alrededor se daba cuenta que es un hogar acogedor —Se preguntara, cual es el motivo de mi visita señor Yaxley, aunque antes debo decir que su casa es encantadora y muy agradable— comentó la Macnair mientras lo miraba dirigirse hacia la cocina por el café.

 

—Pues estoy aqui más que nada para estrechar lazos, se que soy nueva entre las filas, así que me eh decidido a conocer más a mis compañeros y no sólo dentro de misiones o con máscaras. Me agradaría conocerlos aún más, y que mejor opción que venir a sus casas y entablar conversaciones amenas— inquirió la bruja y se tocó los dedos de una mano con la otra mostrando su nerviosismo, a pesar de estar ahí, aún aque mago le inspiraba un poco de temor y no sabía cómo iba a reaccionar —Aunque pensándolo bien, tal vez debí avisar antes de autoinvitarme a su casa—

 

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  • 2 semanas más tarde...

La uniformidad azul del cielo nocturno se vio interrumpida por una fina línea negra cuyos bordes emitían una extraña luz verdosa. El aire se volvió pesado, maligno, era como si pudiera olerse que algo dañino se avecinaba. Olía a azufre mezclado con algo más. Los lobos se pondrían a aullar en algún lugar del bosque y las presas menores correrían hacia sus madrigueras. La línea dibujada en el cielo primero fue haciéndose más gruesa, y luego comenzó a abrirse en mitad del manto azul, como una boca gigante que bostezaba. Una boca cruel y llena de líneas picudas. El sonido que produjo esta apertura fue similar al de un trueno especialmente grave sostenido durante varios segundos.

- Has tenido suerte, deberías darme las gracias. No todos los días devuelvo a aquellos donde pertenecen.

La misteriosa figura encapuchada tiró de la muñeca de quien arrastraba y la echó desde la grieta hacia fuera. El cuerpo de la mujer rodó por el césped como una marioneta desmadejada. Si hubiera tenido el valor de mirar más arriba de la altura del corazón habría visto unos ojos negros como el azabache, una sonrisa odiosa y el cabello oscuro como el ala de un cuervo. Sin embargo no tuvo el valor, temía que cambiara de opinión en el último momento, ya conocía sus giros caprichosos carentes de sentido, por lo que asintió cabizbaja, de forma temblorosa, mientras una lágrima se caía hacia el césped.

-Espero que no te olvides de mí, querida. -prosiguió la figura- Yo no me olvidaré de ti.

Los lazos azules que rodeaban las muñecas de Gatiux cayeron a la hierba, convirtiéndose en ceniza. La risa de la mujer de cabello oscuro llenó el aire, como si aquella muestra de poder hubiera sido divertida. La dueña y señora de Gatiux durante los últimos dos años la dejaba libre de nuevo, en el jardín de su casa, con el recordatorio de que en cualquier momento podría volver y adueñarse nuevamente de su ser. No miró hacia arriba cuando el cielo comenzó a cerrarse con el sonido de un trueno. Ni siquiera diez minutos después. Siguió mucho tiempo después sentada sobre el césped, con la cabeza gacha, juntando entre los dedos la brizna de hierba. Y lloró. Lloró con desconsuelo y rabia, gritando desde lo más profundo del alma. No le importó la imagen que estaría dando, con toda la cara manchada de churretones, mocos y lágrimas. Le costaba respirar. Miró en derredor, le costaba creerse que había vuelto. Allí, a su casa. El viejo manor seguía en pie, aunque todas las luces estaban apagadas. ¿Qué hora sería? Tal vez bien entrada la madrugada.

A duras penas reunió fuerzas para levantarse, tambaleándose cuando echó a andar. Por la ropa manchada y raída podría parecer una sucia vagabunda que había acabado allí por casualidad. Un hechizo de aparición que se imagina mal y acabas perdida en cualquier sitio. Tropezó sin llegar a caer, valiéndose del marco de la puerta trasera de la cocina. Al prestar atención Gatiux se dio cuenta de que no se escuchaba nada. Aquel ruído debería haber despertado a alguien por lo menos, pero allí no zumbaban ni las moscas. La Yaxley estaba completamente abandonada. O todos dormian a prueba de terremotos.

Subió las escaleras dejando que la luz de la luna le guiase el camino. Arrastraba la mano por la pared, en parte necesitaba cierto apoyo para caminar, pero también que aquello era real y no uno de tantos sueños en el que volvía casa. Ahora se arrepentía de que su habitación estuviera en lo más alto del torreón, un lugar magnífico para ver las estrellas pero no tan bueno cuando te pesan hasta los párpados. Tuvo que sentarse a medio camino para recuperar el aliento. Físicamente se sentía como alguien mucho más mayor, alguien cercano a la muerte. En realidad casi habia podido tocar a la parca con sus propios dedos, ella le ofrecía la mano y a ella le gustó aquel gesto en la desesperación de su celda.

Gatiux por fín llegó al último tramo de escaleras. Su habitación estaba como la recordaba, minimalista. Avanzó hasta la cajonera y la abrió. Allí, debajo de sujetadores y bragas estaba su varita mágica. El instrumento más importante que tenía un mago. Hacía dos años que no la veía, le habían desarmado antes de llevársela, la varita rodó por el suelo y alguien decidió que ese era un buen lugar para guardar aquello, el lugar donde la banshee acudiría alguna vez si es que estaba viva. Acercó una mano temblorosa y la cogió. Esperaba fuegos artificiales y la varita apenas vibró, fue un tanto decepcionante para la mujer.

Se situó frente al marco de madera de cuerpo entero junto a la cajonera. El espejo le devolvió una imagen conocida y al mismo tiempo odiaba. Era el rostro de aquella mujer, su cabello negro como el ala de un cuervo y sus ojos oscuros llenos de maldad. La nariz pequeña y los labios bien formados. Si no hubiera deseado la muerte con tanto ahínco de aquella mujer podría haber dicho alguna vez que era hermosa. Volvió a llorar, pero esta vez fue algo silencioso. No no era ella, ella había sido su doble, a quien ponían en situaciones comprometidas para hacer cosas. Si alguien le mataba a ella no mataría a la verdadera. Empezó a hiperventilar de nuevo, con las lágrimas corriendo por sus mejillas, mientras hacía un esfuerzo enorme por cambiar el color de su pelo, la forma de su cara, el tamaño de su cuerpo. La imagen conocida de ella misma en esa parte del universo.

Estuvo una hora metida en la bañera. Tuvo que cambiar el agua hasta en tres ocasiones porque se teñía de marrón al estar en contacto con la piel sucia. Frotó con ganas y con mucho jabón, eso sí, a oscuras porque demasiada luz dañaría sus ojos poco acostumbrados a no estar en penumbra.

Crack.

- ¿Necesita algo?

No hubo reproches, tampoco preguntas innecesarias que no estaba preparada a responder, tan solo una verdadera preocupación por hacerla sentir cómoda en su casa. El pequeño elfo debía de haber estado observando desde las sombras desde que le dejaron caer en el césped de la Yaxley, pero le había dejado espacio suficiente para que pudiera llorar y calmarse. Le había traído un mullido juego de toallas blancas para cuando decidiera salir de la bañera. También un cómodo pijama de manga larga y un conjunto de ropa interior que dejó al lado del lavabo.

- ¿Qué s-sabes de O...? -Gatiux temía pronunciar su nombre en voz alta- Bueno, de él.

- Hace mucho tiempo que no se le ve por aquí.

- Hmm, entiendo...

Se quedó taciturna, mirando a la pared blanca pero sin ver. El elfo entendió que no iba a arrancar muchas más palabras de aquella garganta y que si lo necesitaban sería llamado. Desapareció sin decir nada más. Gatiux mientras tanto pensaba en el pasado, en lo feliz que había sido justo antes de que la arrancaran de su hogar. Y en que después de dos años sin dar señales de existencia alguna no tenía derecho a reclamar nada en ninguna parte, se conformaría con que no le tiraran piedras simplemente. Quería dedicarse a existir, aunque ahora fuera una cáscara vacía, estableciendo unas rutinas de higiene, alimentación y algunos paseos que fortalecieran su musculatura. Recuperarse.

Suspiró. ¿Podría dormirse sin sentir el peligro en cualquier momento? Fue una pregunta totalmente absurda que cruzó la mente de Gatiux mientras apoyaba la cabeza en la almohada, antes de dormirse casi al instante. Después de dormir en el suelo durante algún tiempo, aquel colchón con su edredón nórdico era como dormir al abrazo de las nubes más esponjosas del cielo.

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¿Hasta dónde puede llegar la desesperación de un hombre enamorado? Para aclarar, esta no es la historia de un joven hegemónico rescatando a una doncella ¿vieron? Esas presas en una torre, custodiada por un dragón. No que eso esté mal, obvio, no estoy criticando ese tipo de narrativas. Es más, la princesa no tiene la culpa, las circunstancias de la vida llevaron a que justo esté con las incapacidades de salvarse a sí mism… Esperen, me estoy yendo por las ramas. O sea, el punto es que Orión ya estaba viejo y cansado.

 

Y que Gatiux lo había rescatado a él, principalmente.

 

Ahora era su turno de buscarla. Le pidió a la verdadera reina de Inglaterra que cuidara su corona, emancipó a una comunidad de elfos y elfas en uno de los departamentos del Ministerio y se puso las pantuflas para salir. Todo listo, se paró en el marco de la puerta. Inspiró, como si estaba por embarcarse en una gran aventura. Fue a la mitad del camino a la Manor que se paró en seco, entrecerró los ojos y murmuró:

 

- ¿Y por dónde mie*** empiezo? -No tenía un plan específico, su soon-to-be esposa había desaparecido sin ninguna notita en la heladera. Puso los nombres de todos los países en una bolsita negra, los mezcló y sacó una tarjeta. Rumania. Una sensación de vergüenza ajena lo inundó y con pesar metió una estaca, un collar con ajo y una cruz en su bolsa-. De todos los países del mundo…

 

Así su viaje empezó con el pie izquierdo. Era el peor lugar del mundo: porque odiaba la realeza sin sentido (como él, que era reina de Inglaterra sólo porque podía serlo), porque nadie sabía qué sucedía específicamente en Rumania pero todos eran de ahí y bueno, vampiros. Sumale a que, por alguna razón, la videncia no lo podía ayudar (típico) y no porque estuviera bloqueada (otra vez) por algún proceso subconsciente estacando. Parecía que Gatiux realmente estaba en otro plano.

 

Cada domingo junto con su té de media tarde, enviaba un pajarito de papel con una nota a la Manor con algún mensaje preguntando sobre el retorno de ella. Capaz había vuelto a la casa y él todavía estaba por ahí, en países incómodos como… Rumania. O Francia. O RUSIA. ¡O BULGARIA! La mitad de los pajaritos no llegaba a destino: se los comía un gato, los partía un rayo, se ahogaban en el Canal de La Mancha.

 

Hasta que un día, uno bastante agitado y con una manchita de té inglés llegó a la puerta de la Manor. Y sólo tenía dos palabras: ¿Estás ahí?

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Gatiux parpadeó con cierto grado de confusión, como si no pudiera creerse la cantidad de luz que entraba por la ventana, o que realmente estuviera arropada en su propia cama. Temía que fuera un sueño del que despertaría en cualquier momento. Se miró las manos, asomándolas por encima del edredón, las volvió y apretó los puños varias veces. A ella le parecieron muy reales, ya se sabe lo que dicen que en los sueños no te puedes ver tus propias manos y que si te las miras te acabas despertando, pero la escena no cambió.

Se incorporó hasta quedar sentada, con la almohada en la espalda. Sus ojos amarillos recorrieron la estancia, embebiéndose de la belleza de la escena cotidiana ante sus ojos. Algo presente y lejano al mismo tiempo. Si aquello era un sueño tenía demasiados detalles, como el polvo en suspensión que se veía cayendo por la luz solar o las arrugas del bajo de las cortinas. Suspiró bajito. Faltaba algún reloj que la situara en el tiempo, que le dijera si era más de mediodía o cuanto llevaba allí.

- Arthur, quiero desayunar.

Todo el mundo pensaba que en la Yaxley no había elfos domésticos, no se le veían de aquí para allá sirviendo y complaciendo a sus amos, pero si que había un elfo. Tras unos años de investigaciones y diversos conjuros, Gatiux había logrado meter a uno, pero era un pequeño secreto: le había hecho prometer que no serviría a nadie más, que no se dejaría ver, y que se encargaría prioritariamente de mantener alimentadas y con salud a sus mascotas. Además el elfo se encargaba de que las pertenencias de su dueña nunca estuvieran fuera de lugar.

Se levantó y fue hacia su maleta-armario. Al descender las escaleras lo encontró todo tal cual lo había dejado, el ambiente luminoso y la ropa bien ordenada. Dentro de un cajón encontró varias cajas con diferentes ornamentos, abrió una: contenía colgantes de todo tipo ordenados con pulcritud y esmero, en otra encontró anillos. Tocó anhelante el más brillante de todos, un bonito diamante engarzado en un anillo de oro blanco. No se atrevía a lucirlo, no sabía que había pasado con Orión en los últimos dos años, quizás ahora lo acompañara alguien más en sus andanzas. En la caja siguiente encontró varios relojes, todos daban la misma hora: 15:27. Escogió un reloj de acero pensado en el día a día y lo puso en su muñeca izquierda. Cerró todas las cajas y el cajón mismo. Eligió también un pantalón de chandal y una sudadera ancha de color rosa palo.

Al subir de nuevo arriba encontró una bandeja de madera con patas encima de la cama. Tenía zumo de naranja, café, tostadas con mermelada, incluso unos trozos de bacon. El pequeño elfo que le había llevado todo aquello estaba ahora abriendo la ventana para que la habitación se airease. Gatiux se sentó en la cama como un indio y empezó a picotear de su desayuno. Estaba todo delicioso. Gimió al saborear las tiras de bacon, no las comía desde hacía una eternidad.

De pronto el elfo chasqueó la lengua con fastidio, lo que captó la atención de Gatiux, mirando en la misma dirección que lo hacía el pequeño elfo. Por la ventana se había colado un pequeño pájaro de papel que revoloteó por toda la habitación, huyendo del alcance del elfo. La banshee sonrió, era muy bonito.

- Arthur, ¿quien envía este pájaro de papel?

- Arthur no lo sabe -respondió el propio Arthur- Llegan de vez en cuando, algunos domingos. A veces Arthur sufre para capturarlos porque se posan en vigas y ni con la escoba llega. Algún mago que se cree muy gracioso ha decidido enviar estos pajarillos sin remitente.

El pájaro dio un par de vueltas por el techo y fue a parar a la cabeza de Gatiux, intentando picotearla sin fuerza ninguna. La mujer se rió mientras lo agarraba con sus propias manos. El pájaro tenía una mancha de té o café en una de sus alas y una pregunta escondida en la misma. Sintió que el corazón se le agolpaba en la garganta. Reconocía la letra. Era una sencilla pregunta. Era su letra. La de él. Las manos empezaron a temblarle y se le humedecieron los ojos. De la mesilla de noche sacó un bolígrafo y extendió el ala contraria del pajarillo.

<<Sí>>. Dibujó un pequeño triángulo invertido y tres líneas laterales a cada lado.

Puso bien al pájaro y luego lo acercó ella misma a la ventana, donde lo lanzó al aire. El pájaro remontó el vuelo y ella deseó que el viaje le fuera propicio. Se arrepintió un poco del dibujo infantil que había enviado junto a la respuesta, pero ya no tenía remedio. Él no había firmado la misiva, tal vez por si era interceptada o se perdía por el camino. No debía hacerse ilusiones, quizás se estaba engañando a sí misma y aquello no significaba nada, o no era el presagio de algo bueno, pero no podía calmarse en aquel momento.

Terminó el desayuno y decidió que debía explorar el Manor. Se vistió y empezó a bajar los escalones de dos en dos, cosa de la que se arrepintió enseguida al quedarse sin aire. No estaba en su mejor forma física, tenía que acordarse de ello, pero no había podido evitar el impulso. Para recuperar la respiración se paró en mitad de las escaleras y se sentó en ellas. Rascó distraidamente la costra de una picadura que tenía en el tobillo. La coleta alta de pelo violeta le caía por un hombro. Mientras recuperaba el aliento pensó en un plan, debía de enterarse lo que había sucedido en los últimos meses en el Mundo Mágico. Seguro que tenían ejemplares atrasados del Profeta en la biblioteca, al menos los de esta semana.

Cuando llegó al salón escuchó una conversación que provenía de la cocina y olor a café recién hecho. Dejó que sus zapatillas de deporte se encaminaran hacia allí. Allí se encontraban Aaron y otra mujer, ¿sería una cita? ¿estaba fastidiando el encuentro entre los dos adultos? Se sintió un poco cohibida en aquel momento.

- Hola Aaron, cuanto tiempo. -dijo Gatiux esbozando una leve sonrisa, luego dirigió sus ojos amarillos hacia la mujer- Hola, espero no estar interrumpiendo nada.

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- ¿Seguro que no la viste? Es como que un poquito más baja que yo –dijo, golpeando su pecho con rapidez, marcando la altura de la desaparecida, sacó una fotito doblada y la extendió con cuidado de no romperla-. Pelo violeta, ojos amarillos.

 

El mago se encogió de hombros. Orión chasqueó la lengua con resignación y le tiró una bolsita con oro. Capaz no entendió inglés, o le estaba mintiendo. En esos casos realmente le hubiese gustado ser Legilimante Fue justo cuando pasaba por la torre Gálata que comenzó a llover torrencialmente. Después del fracaso de Rumania, esto no era nada. Apresuró su paso hacia un café que estaba cerca y se refugió bajo el alero. Ahí sacó un mapita mundo de su bolsillo, uno donde sólo los Balcanes estaban en brillante. Manejaba la búsqueda con cautela y un poquito de improvisación. Al mismo tiempo, entre tanta lógica e indagación, había una cuota de intuición en todo esto. En un país que no era, no era.

 

Entró a la cafetería y le señaló la tetera al empleado. Pensaba que el té turco lo podía ayudar a pensar mejor o al menos hacer tiempo hasta que el clima mejore. Se desplomó en una silla que crujió con su peso. Metió la mano en el bolsillo del saco y colocó la foto en la mesita. Sonrió ante el recuerdo de su entradera a la Malfoy para robar una foto de Gatiux. Recibió el té con una sonrisa y moviendo su varita por debajo de la mesa logró que el mesero se olvidara completamente de su orden. Y bueno, de cobrarle.

 

Se quedó mirando por la ventana, todo un videoclip de una canción triste. Salvo por el hecho que… bueno, una sombra lo espiaba del otro lado de la calle.

 

 

****

 

 

Se despertó un poco sobresaltado. Estaba rojo, todo transpirado y con las pupilas completamente dilatadas. Se sentía encandilado por la luz por la precaria ventana, tapada con un retazo de tela que apenas ondeaba. Cuando se acostumbró, se desencadenó una catarata de descubrimientos de su situación. Primero notó las motas de nieve que entraban por la ventana y, casi instantáneamente, el frío de la montaña penetrando su desnuda piel. Luego se vio en una especie de catre, con el torso descubierto y con todas vendas en el pecho. Se tapó con el edredón que llevaba encima y se incorporó como pudo.

 

Estaba bien, pero tampoco tan bien. Decidió accionar. Reconoció su bolsito-mocke y sacó su varita. Luego se hizo de unas pantuflas que estaban a un costado de la cama y así, todo tapado de pies a cabeza (como si fuera un fantasma con exceso de color), salió de la tiendita donde estaba.

 

El Himalaya le dio los buenos días con una corriente de viento que le congeló desde los mocos hasta las ideas. Murmuró un par de blasfemias y entrecerró los ojos buscando algún ser vivo que le explique qué diablos estaba haciendo perdido en el monte y casi sin recordar nada. No, esperen, recordaba algo. Un ritual, un sacrificio. Se llevó la mano al pecho.

 

En su algo larga vida entendió que no había que preocuparse por cosas que no eran tan claras en su momento. Se dio cuenta, que el tiempo también iba acomodando las cosas en su debido lugar: devolver lo que alguna vez se fue o, bueno, volver a casa. Y todo ese remolino de recuerdos, sentimientos encontrados, Gatiux desaparecida, la falta de su manada y la Manor se deshizo en seco cuando reconoció uno de sus pajaritos-notas.

 

Volaba como podía azotado por el viento de la montaña. Orión extendió la mano como refugio para la notita animada. Se posó y como si hubiese sido su último aliento, el pajarito se desplomó abriéndose y revelando el mensaje. El sí, con la carita no reanimó un remolino, hizo explotar el volcán. La sangre le hirvió. Observó los rincones de ese pequeño asentamiento buscando un escape. Se quitó la manta, que ahora le pesaba y le daba demasiado calor.

 

Ni siquiera se detuvo a pensar si alguien le estaba haciendo una broma o si era una trampa. Para Orión no había dudas. El amor de Orión no dudaba.

 

Pensó fijamente en la entrada de su hogar. Como si fuera una cámara aérea, recorrió imaginariamente el camino que daba a la entrada. Vio la Manor en su totalidad. Enfocó la atención en la torre, en la alcoba, la los dos. Extendió la mano e intentó abrir un portal. Falló. Necesitaba llevarse al límite para usar la poca energía que, ahí se dio cuenta, le quedaba. Resultados drásticos necesitaba medidas drásticas. Se acercó a uno de los precipicios y miró por debajo. Muerte segura si no se salvaba. Volvió a enfocarse y chispas nacieron de sus dedos. Como si fuera dibujando un gran círculo ovalado el portal se abrió, rasgando el tejido espacial. Del otro lado, oscuridad. El portal comenzó a caer por el vacío. Orión miró el horizonte como cansado de que le pase siempre estas mismas cosas. Dio un paso resignado y se dejó caer.

 

El otro lado del portal se abrió en la fuente de la Manor. Tal fue el impulso al momento de cruzarlo que el cuerpo de Orión, para nada liviano, salió volando por los aires estallando contra la puerta de entrada. Rodó por la sala enrollándose con la alfombra y terminando desplomado justo frente el arco que daba la cocina.

 

- Ahhhhhhh voy a tener que arreglarla… -se quejó mientras se sobaba la cola.

 

Se quitó como pudo la alfombra y levantó la mirada. Abrió los ojos como platos. Era ella… ¡¡Era ella!! Y se levantó como pudo, rápido, torpe. Y tropezó, porque era obvio que se iba a dar la cabeza con una de las maderas, por atolondrado. Y porque bueno, se le había enganchado la pollera tibetana de piel de yuk con un tornillo suelto del suelo. Se volvió a poner de pie casi con un salto, rasgando parte de la prenda. Casi que queda desnudo si no fuera porque justo la sostuvo con la izquierda.

 

- Estás, estás bien.

 

No había lugar para reproches o preguntas innecesarias, (o necesarias, porque quería saber que pasó). Ahí, sólo en ese momento, se necesitaba estar. Sólo había espacio para quererse. Quererse de a dos.

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Cuando la bruja entró en la casona de los Yaxley, nos dirigimos hacia la cocina, estancia donde los leños se apilarían ordenados e irían entrando al fogón para alimentar la combustión y poner las mil y un teteras a hervir. Bastó que dejase el vaso sobre un estante para que un paño de cocina- bordado con una "G" color lila en una de sus esquinas- me diese un latigazo en el dorso en señal de reproche; bufé desinteresado mientras el mismo pañito se enroscaba por el vaso y lo llevaba hasta el lavavajillas para limpiarlo por arte de magia.

 

-Agradezco sus halagos hacia éste hogar. Le pertenece a Orión y Gatiux...¿les conoce verdad?-comenté al tiempo que buscaba el frasquito de café haciendo amague de alcanzar el azúcar y otra botellita que parecía frasquito de pociones. Una cinta pegada en diagonal rezaba "Endulzante de Maida"- ¿azúcar o endulzante?... aunque le recomendaría el azúcar; Mi prima suele esconder ciertas intenciones en sus soluciones mágicas...- sostuve adelantándome a su respuesta.

 

Le invité a tomar asiento frente a mí, en una mesa pequeña de tres anchos tablones y unas cuántas sillas a su alrededor- todo muy campestre- para chasquear los dedos y observar que la tetera roja de Evedhiel no quemara a Macnair mientras rellenaba su tacita con agua hirviendo. Yo me serví un poco de té inglés; viejas costumbres de un culto arraigado. Destapé un frasco con grajeas y le ofrecí a que sacara con total libertad, a fin de cuentas, los sabores eran toda una ruleta.

 

- Las alianzas que he mantenido con la familia Macnair han dado más fuerza al bando, Ariadna. Sin duda alguna es un gusto que se haya acercado hasta acá...-le dije al tiempo que enseñaba parte de la estancia con total gracia-... es una vía de escape para mí. Al mundo mágico le acechan guerras terribles; ya tomó conocimiento de lo que puede lograr un demente como el Inquisidor, atacar niños en un colegio no es un buen precedente ¿verdad?. Muchos me culpan de haber levantado el velo mágico, desconocer el estatuto, ¡me vinculan a ese loco desquiciado!, pero pocos son los que han comprendido la verdadera intención de mis actos...los muggles jamás reconocerán una fuerza superior, nos cazaron en un pasado y lo harán ahora...- afirmé llevando la tacita humeante hasta mis labios; sonreí y bebí.

 

La plática cobraba sentido, al menos para mí, sin embargo tampoco dudaba de que la bruja estaba allí para demostrar una lealtad, un reconocimiento que no se debía solamente a mí, sino al legado del mago tenebroso más grande de todos los tiempos. Fue entonces que se oyeron los pasos por la escalera, o eso intuí sin percatarme que alguien ya se acercaba hasta la cocina. Bebí de golpe un tercer sorbo que acababa de asimilar y me puse de pie al instante para acercarme a la recién llegada.

 

-¡Gatiux!...- exclamé tomándole por el brazo para ayudarle a sentarse junto a nosotros. Lucía demacrada y simple vista, algo débil- ¿qué te ha pasado?, mi padrino...¿él está bien?...

 

No alcazaba a terminar de interrogar cuando un estruendo en la entrada aumentó las tensiones. Un tipo envuelto entre capas de polvo y una alfombra, rodaba sin control hasta el umbral de entrada; desenvainé la varita y le apunté... ¡era él!, sin duda era él. Agilicé la muñeca para soltar la gruesa capa que el envolvía y observé absorto la escena del reencuentro.

 

-¿Dónde estaban ustedes dos?, ya creía que la guerra había terminado con sus vidas...- sostuve aún de pie, para observar a Macnair y presentarle a una parte de mi familia, instando un gesto de discreción, pues los recién llegados no sabían que aún formaba parte del culto tenebroso y mucho menos, que era uno de los que dirigían su actuar- Ariadna, ellos son Gatiux y Orión...padrino, ¿madrina?... Ariadna Macnair.

 

@@Idylla Macnair T. @@Gatiux @Oriónelosocomilón

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Aaron tomó a Gatiux del brazo y le ayudó a sentarse junto a él y a la mujer que lo acompañaba a la mesa. Parecía realmente sorprendido de encontrarla por allí, eran inevitables las preguntas aceleradas. ¿Qué te ha pasado?. Para la Malfoy no había pasado el tiempo suficiente, tenía que procesar y masticar la experiencia vivida, quizás un tiempo después se animaría a comentar fragmentos o anécdotas con sus más allegados. No todo lo vivido había sido aislamiento en una celda oscura, también podría contar acerca de cómo timar sin magia a un irlandés que jugaba al póker de forma profesional, o cómo se falsifican documentos de forma creíble.

Mi padrino. ¿Él está bien? Gatiux frunció el ceño, tardando unos segundos en comprender que Aaron se refería a Orión. Y que no había sabido de su estado en mucho tiempo. La Malfoy negó con la cabeza mientras retiraba la mirada, el veteado de la mesa de madera se había convertido de repente en lo más interesante de la habitación. Siguió una línea con el dedo índice.

- Aaron, yo no se donde está Orión, ni cómo... -Gatiux carraspeó, intranquila y culpable- He estado... aislada.

De pronto se le ocurrió que a partir de aquel momento, en cuanto la gente se diera cuenta de las lagunas mentales que padecía, contaría una historia rocambolesca sobre que había estado en la Antártida estudiando al pingüino emperador. Era a todas luces una mentira, pero la mayoría de las personas serían políticamente correctas y asentirían mientras dejaban estar el tema. Los magos eran gente muy rarita. Debería leer algún dato estú.pido no tan conocido de esos animales, por si la gente quería hacer alguna pregunta más del tipo "¿Y que tal los pingüinos?". Al menos no tendría que revivir el tormento vivido cada vez que se encontrara con conocidos.

Un estruendo interrumpió la helada línea de pensamientos de Gatiux. Sin duda alguien había hecho saltar por los aires la puerta principal. Aaron reaccionó de inmediato, también la mujer que lo acompañaba, Gatiux fue la última y tan solo para darse cuenta de que había dejado su varita en el cajón de los sujetadores, allí donde la descubrió la noche anterior, y que se había olvidado que los magos la llevaban encima en todo momento. Esperó de pie, a unos pasos detrás de Aaron mientras envolvía (o desenvolvía?) al individuo de la alfombra. Ése que ahora se quejaba de que tendría que arreglar la puerta.

¿Es su voz?»)

Cuando el individuo se levantó del suelo resultó ser Orión Yaxley. Con un poncho horrible. Gatiux se llevó ambas manos al rostro, tapándose la nariz y la boca por la incredulidad. Había tenido tiempo para fantasear con ese momento millones de veces, pero ninguno se parecía al real que estaba sucediendo en ese instante. ¡Era él!. Notó como estaba dejando de ver con claridad, parpadeó y notó como caían las lágrimas. Tenía tantas cosas por decirle, también quería pedirle perdón por no haberle dicho nada antes de irse, preguntarle si había alguien más en su vida. Después de casi dos años y ninguna explicación él podría haber rehecho su vida y ella no tenía derecho ninguno a reclamar. Gatiux se limpió las mejillas mojadas y salvó la distancia que los separaba, adelantando a Aaron ahora que no había peligro alguno.

- Estás, estás bien.

- Estoy... aquí. -respondió Gatiux todavía con la sorpresa demudando su rostro- Estás aquí

Le agarró por los antebrazos para comprobar que era real y no alguna aparición, apretando suavemente sus dedos contra la piel de él. Los ojos amarillos de Gatiux se encontraron con los azules de Orión y avanzó otro paso, ahora poniendo las manos sobre aquella prenda estrafalaria a la altura del pecho. Ambos respiraban con dificultad mientras se miraban. Por encima de ellos flotaban muchas preguntas que no se atrevían a verbalizar. Y también otras frases que expresaban amor y anhelo. Quería que la abrazase y no la soltara jamás. Él era su lugar seguro.

- ¿Dónde estaban ustedes dos? -preguntó Aaron- Ya creía que la guerra había terminado con sus vidas...

Gatiux parpadeó varias veces seguidas. Por un momento había desaparecido todo lo demás, Aaron y la otra mujer, incluso el resto de los enseres que decoraban la casa Yaxley. Se volvió hacia el que le había hecho la pregunta volviendo a fruncir el ceño, sin soltarse del brazo de Orión temiendo que fuese a desaparecer. ¿Guerra? ¿Se refería a aquellas escaramuzas que sucedían cuando atacaban con máscaras los hogares vecinos? De aquello hacía mucho tiempo, tal vez se intensificaron en los últimos meses. A Gatiux no se le escapó la mirada rápida que le dirigió Aaron a la otra mujer.

- He estado en la Antártida, estudiando al pingüino emperador. -respondió Gatiux con la inquietud de no saber- No sé de que guerra me estás hablando... como te dije, he estado aislada del mundo mágico.

¿Habría informado El Profeta de todo aquello? El diario en muchas ocasiones estaba muy parcializado, hacia un lado o hacia el otro, a veces se escondía lo que hacían los mortífagos y otras veces se alentaba a la opinión pública en contra de ellos, pero si había sucedido algo muy fuerte no tendrían más remedio que publicarlo. Se preguntó cuantos ejemplares necesitaría para ponerse al día, tal vez una torre de periódicos más alta que ella misma. No sabía hasta cuanto podía preguntar en presencia de la mujer que ahora le estaban presentando como Ariadna Macnair, pero esbozó una sonrisa cuando dijo la palabra madrina, aunque fuera un interrogante.

- Encantada de conocerte, Ariadna. -respondió la mujer de ojos amarillos- Soy Gatiux Malfoy. Siéntete como en casa, los invitados de Aaron son siempre más que bienvenidos.

«I'm a villain, and villains don't get happy endings.»
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- Estoy… aquí. Estas aquí.

 

Obviamente le respondió con la mirada. Porque al momento de escuchar su voz, fue como si un tornado le sacara toda palabra de su ser. Y ¡paf! Alivio y silencio. A su vez, sus dedos acariciaron sus brazos y su nariz se abrió por aroma. Sus sentidos se encendieron y… lo calmaron. Lo que fue una ebullición, una efervescencia, pasó a la tranquilidad de un refugio. Su sangre fue lava. Una que se iba asentando en las grietas de su espíritu. Gatiux lo apaciguaba. Y fue en ese momento en el que Orión pudo poner en palabras lo que sentía: domesticado. Ella era su lugar seguro.

 

- ¿Dónde estaban ustedes dos? Ya creía que la guerra había terminado con sus vidas.

 

Escuchó la mitad de la oración. Ya no se asustaba por esas palabras. Había vivido varias: asaltos, batallas, secuestros. Su vida era una guerra: ellxs contra el mundo. Así mismo, limitó la expresividad de sus ojos cuando Gatiux habló de su viaje de estudio. No quería preocupar a los otros dos. Tenían todo el tiempo para hablar de lo sucedido y mejor si era a solas.

 

- Y yo en el Ártico investigando el Narwhal, ¿sabían que puede detectar cuando el agua está por congelarse al medir la salinidad del agua? Fascinante –dijo casual mientras pasaba el brazo por la cintura de Gatiux.

 

Disimuló como pudo cualquier gramo de preocupación. Ahora que hablaban del tema se dio cuenta a la vez que en el viaje no se enteró de nada del mundo mágico. Literalmente nada. Intentaba recordar por qué específicamente se había separado tanto del mundo mágico o en qué momento fue. No podía señalarlo. Había sido tan paulatina la desinformación que… nada. Pocas veces Orión se quedaba mirando al vacío, sin decir nada y había algo en la ventana de la cocina que lo llevaba a ese espacio entre el corazón y el cerebro. Parpadeó lentamente, el hilo de pensamiento dio una vuelta completa y volvió en sí.

 

- Ah… sí, Ariadna, un gusto. Espero que nuestra pequeña morada no te trate con tendencias homicidas –miró por encima de los dos y vio el set de té- ¡Té! Realmente mataría por una taza en este momento.

 

Tomó un paso mientras que, por instinto, pasó la mano por la cintura hasta tomar la mano de Gatiux. La llevó con delicadeza. Simplemente no podía separarse completamente, ahora que estaban juntxs, de nuevo. Se sirvió un poco sin importarle mucho si se quemaba. Recibió el aroma y puso cara de pocos amigos. Miró para el costado, sospechando, tomó un poco y una cara de disgusto se dibujó en su cara.

 

- No me digas que herviste el té… Si alguna vez tuvimos dudas si eras nuestro hijo, bueno, momentos como este aclaran todo. Deja que el viejo les prepare algo dignamente Yaxley.

 

Se volvió hacia la Malfoy y llevando la mano libre a su cara le dio un pequeño beso. Le acarició el rostro con el pulgar y se separó a la sección de la cocina. Se puso un delantal que estaba colgado a un costado de la heladera y fue prendiendo cada de las hornallas. Fue como si no hubiera pasado un día de estar ahí, haciendo algo tan mundano como un desayuno para su familia.

 

- Bueno, cuéntanos de esta nueva guerra entonces –levantó la voz, aún enfocado en llenar la tetera con agua para el té y el café- ¿A qué señorita el rompiste el corazón que ahora nos quiere matar? O… señor.

 

Se dio vuelta con un espátula en mano, esta vez, buscó los huevos y los embutidos de la heladera. Sabía que el elfo de Gatiux se aseguraba de que siempre haya comida en el refrigerador.

 

- ¿Qué? El muchacho puede experimentar –dijo encogiéndose de hombros para luego volver a las sartenes.- Es perfectamente normal.

 

El chisporroteo típico de los huevos fritos lo interrumpió.

 

- Salvo que a ti te hayan roto el corazón. Y ahí… uh… -se dio vuelta con la espátula con un pedazo de huevo, así apuntando de forma amenazante-. Ella… o él, si estarían en problemas. Ayúdame Aaron y pon la mesa por favor, ahora termino de sofreír el haggis y ya estaríamos.

 

Finalmente pasó el agua a punto de hervir (pero no hervida por el amor de Voldemort), tanto a la tetera con las hebras de té negro, como a la cafetera.

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