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Mi Edén Salvaje (MM B: 103988)


Melrose Moody
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Porque todas las criaturas de la luna

habrán un día de cantarle a la madre

y al perecer,

caer sobre la tierra.

Así se generan las maldiciones,

que corren por miles de años,

heredadas en la sangre

de los que antes nos miraban con añoranza.

Mel contemplaba el estrecho sendero del Edén con ojos líquidos y oscuros. Es más acertado decir que se trataba de la bestia y no de ella pero por cada día que pasaba, ambas se iban fundiendo y convirtiéndose en uno. La bestia ordenaba y Mel alzaba la cabeza de hocico alargado, para espiar en el aire el olor de un tebo que le habían predicho que jamás atraparía. Su lado razonable deseaba crear una trampa o negociar. El lado más bestial, sólo hacía caso de sus sensaciones: algo jugoso, dulce y que se podría comer tierno para llenar un estómago famélico, sin importar si luego terminaba vomitándolo.

 

Luego, la sensación de haber perdido algo de nuevo y el recuerdo de los colgantes que jamás utiliza. Sus patas empiezan a acelerar a medida que atraviesa la arboleda a la carrera. Aúlla a la luna y sigue recordando pero Mel dentro de la bestia es un ser agazapado, que intenta no ver aquello que sucede a su alrededor, no pensar, intervenir o siquiera tener opinión. Hay cosas de las que prefiere no hablar.

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  • 4 semanas más tarde...

Viajes en el tiempo~

 

 

"¡Episkey! ¡Vamos, vamos! ¡Maldición!" Nunca antes un encantamiento se había demorado tanto para actuar. Las heridas cerraban con una lentitud tortuosa mientras él se arrastraba hacia la pared más cercana y se recostaba con una mueca de dolor. Cada músculo de su cuerpo parecía latir en protesta. Era una sensación intensa, tanto que su mente había comenzado a apagarse. Sus ojos se cerraban lentam- "¡Crucio!"

 

El est****o animal cayó soltando un alarido que probablemente recorrería todo Diagon. Mala noche para ser un gato de calle. Aún peor para ser tomado por un enemigo. Un breve destello de verde acabó con su agonía. Solo aquellos tontos que se hacían llamar mortífagos mataban al instante. Siempre es preferible inmovilizar primero y extraer cuanta información sea posible.

 

Ahora debía levantarse. Había consolado la idea de descansar en aquel rincón mugriento hasta recuperar energías, pero ya no era posible. Ponerse de pie le llevó varios minutos y más de un intento. Había perdido mucha sangre. La mitad izquierda de su cuerpo y una buena parte de su rostro estaban cubiertos de ella.

 

No había logrado dar el segundo paso cuando un relámpago reveló su destino. Cuatro largas sombras se extendían sobre los adequines frente a él.

 

"Maldita sea." Suspiró más para sí mismo que para los presentes. Manteniéndose perfectamente estático y con la mirada fija al frente, sonrió. "¿Caballeros? Sería correcto asumir que convirtieron mi conjuro de curación en tabú?"

 

"Arroja tu varita y aún puedes salir vivo, Gryffindor." La voz profunda de Williams lo irritaba. Él sería el primero en caer.

 

"¿Y si utilizo una capa de invisibilidad por suficiente tiempo, engañaré a la muerte?" Rió por lo bajo. "Ya estamos algo crecidos para los cuentos de Beedle, ¿no lo creen?"

 

Un millón de astillas volaron por los aires cuando la ventana del negocio directamente a su izquierda explotó. Al parecer el cuarteto no sería fácilmente distraído de los movimientos de su mano. Sólo necesitaba llegar a su pecho. Por ahora no habían intentado desarmarlo y su varita se encontraba firme en su mano derecha, pero no se atrevía a atacar primero hasta tener "eso" en la izquierda.

 

"¡Ya fue suficiente!" La voz autoritaria de Johnson se impuso ésta vez. "¡Gryffindor! Tienes cinco segundos para entregarte o llevaremos de vuelta lo que quede de tu cadaver."

 

Cinco segundos son una eternidad.

 

Uno...

 

Se llevó la mano izquierda al pecho, tomó su amuleto y, mientras giraba para desaparecer, lo pasó frente a su corazón una vez. Reapareció en el mismo instante justo frente a Wilson. El último lugar donde cualquiera de los cuatro se atrevería a suponer.

 

Dos...

 

La cara de sorpresa del gordinflón fue exquisita. Ojalá hubiese tenido un par de segundos extra para ver cuál sería su expresión mientras los adoquines a sus pies se convertían en afiladísimas estacas y se elevaban, atravesando su cuerpo, para bloquear los ataques de los otros tres. Uno menos.

 

Mientras tanto, el lugar donde había desaparecido un instante atrás, volaba por los aires creando un enorme cráter en medio del callejón.

 

Tres...

 

Su truco de desaparición no funcionaría otra vez. Tendría que recurrir a métodos algo desagradables si quería salir vivo de allí.

 

Mientras las estacas desaparecían dejando una nube de restos y polvo, una especie de distorción transparente surgía de su varita y envolvía a Johnson, quien era el siguiente en la fila. Su existencia se extinguió en menos de un instante. Ya era la segunda vez que se veía obligado a utilizar ese conjuro. Los efectos en su mente comenzaron de inmediato.

 

Cuatro...

 

Permitió que el próximo rayo lo golpeara en el pecho, abriéndole heridas que lo adornarían aún más con su propia sangre. A cambio, logró pasar la mano izquierda por su corazón una segunda vez y levantar una barrera de protección contra el último maleficio.

 

Cinco...

 

"¡Caudex!" La luz proyectada por el amuleto tuvo dos propósitos. El primero, convertir a Williams en poco menos que una rata. La segunda, cegar a Davis de manera que su encantamiento hiciera implosión a varios metros de distancia de su objetivo.

 

Los cinco segundos se habían acabado, pero la batalla ya había sido ganada. Williams agitaba su varita desesperado como un mono. Davis...

 

"¡Confringo!" Siempre le gustaron las explosiones.

 

"Al parecer somos solo tu y yo, mi estimado John." Williams había quedado completamente paralizado al ver el destino del último de sus compañeros. "¿Serás un buen perdedor y me dirás el contra-maleficio para tu conjuro, o tendré que librarte de brazos y piernas además de tu magia?"

 

"V-Vulnera Sanentum." La voz del pobre infeliz era casi inaudible.

 

"Muchas gracias." Las heridas cerraron de inmediato y sin necesidad de recurrir al tabú. "Avada Kedavra."

 

Incluso los squibs podían utilizar un método de comunicación o transporte para solicitar refuerzos.

 

Ésta vez había alcanzado el límite. Su cuerpo no resistiría mucho más en aquellas condiciones. Rebuscó sus recuerdos rápidamente y encontró que Catherine poseía un negocio a solo unos pasos. Tendría que funcionar.

 

Encontrar la entrada al condenado lugar fue más difícil que luchar contra otros diez magos. Concentrarse para contar los cien escalones era una tarea titánica. Su olfato estaba impregnado del hedor de toda la sangre derramada, por lo que aún así no podía estar seguro de que se encontrara en el lugar correcto. Su visión se nublaba debido a la enorme pérdida de sangre que había sufrido.

 

"Deliciosa manzana." Fueron necesarios tres intentos hasta lograr dar con el ladrillo correcto, pero el portal finalmente se abrió.

 

Retocó su rostro con la punta de su varita y limpió cuanto pudo de la sangre que se había secado allí.

 

"Bienvenido a... Por las barbas de Merlín! ¿Qué le-?" Aún tenía poder para eliminar molestias. Era bueno saberlo.

 

La otra no tardó en aparecer. Su fastidiosa sonrisa de anfitriona se borró en cuanto notó el cuerpo de su compañera adornando el suelo del jardín con una expresión vacía.

 

"Antes de que comiences a gritar. Permíteme solicitar que llames a Catherine y le informes que Pakami Gryffindor se encuentra en el local y necesita hablar con ella urgentemente. Si mencionas lo que acaba de ocurrir, te torturaré antes de asesinarte. ¿Entendido?" Hablaba con rapidez y dudaba que hubiese podido ocultar la urgencia detrás de ella. Aún así, la empleaducha asintió e hizo lo que le había sido solicitado.

 

"Fue una actuación aceptable. Buen trabajo. ¿Hay alguien más aquí?"

 

La jovenzuela temblaba de pies a cabeza y su mirada se desviaba una y otra vez hacia el cadaver.

 

"Crucio." La maldición impactó con especial potencia gracias a la irritación que estaba sintiendo.

 

"¡N-no hay nadie más!" Había caído junto al cuerpo de su hermana y se retorcía junto a éste. Un contraste casi poético.

 

"Eso no fue difícil." El distintivo rayo de luz verde iluminó la noche por cuarta vez y acabó con la agonía de la joven de la misma manera que lo había hecho con aquel gato callejero. Tenían el mismo valor, era comprensible que sufrieran el mismo destino.

 

Con un último esfuerzo, agitó la varita y la tierra se abrió para devorar ambos cuerpos. No debía quedar rastro, se aseguró de ello. Una vez estuvo listo, se recostó sobre la hierba mientras la lluvia comenzaba a caer. Solo era cuestión de esperar.

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Cuando Catherine se acerca hacia el terreno frente al establecimiento, sus cejas se juntan para dar paso a una expresión a medio camino entre el desagrado y la decepción. Posa una mano sobre la tierra fresca, ya que fue hace poco removida, no porque espere encontrar algo, si no casi por puro instinto. Sus dedos, sin embargo, se topan con una mancha de sangre apenas visible al extenderlos sobre el terreno y un mechón muy delgado se desliza fuera del moño delicado que lleva, cayendo al costado de su rostro cuando inclina la cabeza. No es suficiente para ocultar sus facciones angulosas, pues no ha conseguido ganar peso en los meses transcurridos desde que visitara las mazmorras de Báleyr; sus ojos están vacíos y miran fijo cuando los vuelve hacia el joven que la observa, demasiado encendidos, sin guardar concordancia con su cara desencajada, como la de un cadáver.

 

—Pensaba que era la única que se había tomado algunas licencias.

 

Por dentro, guarda alguna clase de luto por las gemelas pero no titubea al dirigirse a él. La mano que todavía tiene dentro del bolsillo de la capa, aprieta el amuleto de resurrección que de nada va a servirle. Ni siquiera de detiene a pensar en otras opciones. Tan sólo vuelve a erguirse y a mantener la vista fija en él luego de apartarla tan sólo un instante, para no perder detalle. Su postura altiva no es producto del desprecio, si no de la negación a ser invadida por el pesar de otra despedida.

 

—¿Sólo vas a quedarte allí sin decir nada?

 

No es que lo conociera a profundidad. De hecho, se cuestiona en silencio cuánto puede saber él de ella. Sólo saca la mano del bolsillo de su capa para volver a colgarse al cuello la magia de los Uzza y pone fuera de la vista dicha simbología bajo la túnica de corte sobrio. Sus ropas y botas oscuras, lucen impecables, como si no hubiese tenido que recorrer todo el camino lleno de tierra y lodo desde la entrada del establecimiento hasta la fachada de la posada.

 

—Yo conocí a esas niñas desde que tenían ocho años.

 

No es una acusación. Ni siquiera es una lamento, tan sólo, una afirmación concisa y desapegada. Su rostro muda de color pero no es porque se sienta enferma de pronto, si no porque un viento húmedo empieza a correr en el exterior. Es extraño, pues el clima es siempre bueno en el Edén. Sólo que ese día no es ni de lejos común y pareciera como si la magia de todo el espacio reaccionase a los acontecimientos.

 

Incluso la propia Catherine. Es como si no hubiese hablado tanto por años y los cuestionamientos no parecen terminar.

 

—¿Qué es lo que haces aquí y qué quieres de mí?

 

Hay más cosas agolpándose en su cabeza pero decide ignorarlas de momento. Está segura de que necesita oír respuestas a eso que ya ha dicho primero, antes de seguir llenando el silencio que él se niega a romper.

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"Me sorprendes. Ya conocía sobre tu talento con una varita, pero es remarcable que encontraras mi pequeño... accidente... tan rápido." No se puso de pie. No era necesario ni tenía la energía para hacerlo aunque quisiera. "Sin embargo la magia de este apestoso lugar es ridículamente débil."

 

Con un gesto de dolor y algo de esfuerzo, levantó sus brazos y los colocó detrás de su cabeza para ver a la bruja a los ojos vacíos.

 

"No voy a decir que lo lamento. Solo que fue un sacrificio necesario." Hizo una larga pausa antes de continuar. "Necesito dos cosas de ti. Una, es esa magia extraña que sé que llevas encima. Como verás, he perdido mucha sangre y temo que no me queda mucho tiempo conciente."

 

Admitirlo ante ella era, a la vez, una demostración de vulnerabilidad y una afirmación de poder. Le quedaba poco tiempo, pero en esos momentos aún era lo suficientemente poderoso para enfrentarse a ella si era necesario. Por eso admitir su debilidad era una cosa supérflua y de poca importancia en realidad.

 

"Además necesito viajar en el tiempo." Dejó que las palabras resonaran en el aire antes de continuar. "Conozco sobre la existencia de tu tetera mágica. La necesito."

 

Suspiró. Su rostro aún impasible.

 

"Mira Catherine, puedes negarte y ambos moriremos aquí o puedes hacer lo que te pido. Como habrás notado con la ausencia de tus niñas, no estoy dispuesto a negociar."

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—Mandaste a llamar por mí —replicó con voz neutra, retirando la mirada e intentando ver más allá, alrededor del claro, por si había algún ser vivo próximo. Se preguntó si habría mentido a las gemelas para que lo hicieran antes de matarlas ¿qué les habría prometido?—, no necesitas fingir sorpresa.

 

>>Este apestoso lugar tiene muchos más años que tu. Deberías mostrar un poco de respeto<<.

 

En aquella oportunidad, su voz sí se vio teñida de desaprobación. Sus labios se cerraron y fruncieron con la misma naturalidad con que avanzó hacia él. Tomó una de las cuerdas de su cuello y sacó a la luz el amuleto de curación, un topacio amarillo que no proyectó ningún color, pues allí abajo, la luz era artificial y no verdaderos destellos del sol. Éste sólo se balanceó un poco de un lado al otro, antes de que Catherine cerrara su puño en torno a él y se lo sacara del cuello.

 

Empujó a Gryffindor para que se sentara y luego colocó suavemente las manos sobre su cabeza. La sangre que teñía sus facciones, su ropa y cuerpo no desapareció pero dejó de manar y en realidad, su complexión quedó libre de heridas y daño. Ésto sólo había sido posible debido a los conocimientos de primeros auxilios que Catherine había adquirido en la universidad. Sin embargo, nunca se fiaba tan sólo de eso.

 

—Bebe.

 

Al alejarse de él, con pasos cortos y mesurados, había dejado atrás un vial transparente, dentro del cual había suficiente poción herbovitalizante como para un individuo adulto. Eso haría la magia, supuso. Sin embargo, era todo cuanto podía hacer por él.

 

Catherine se acercó a la fachada de la posada, pensando en por qué le había ayudado, aún sabiendo que sus palabras sonaban más a imposición que a solicitud. Además, también se cuestionaba sobre las gemelas todavía. Vagos recuerdos sobre sus personalidades, la forma en que las había visto crecer y las sonrisas con que la habían recibido en innumerables ocasiones ¿Era acaso Catherine un ser tan mezquino?

 

—La tetera no es mía —incluso sin que él dijera nada, Catherine pudo percibir el cambio en su tono de voz. Un sonido hueco, resignado—. Pídesela a su poseedor.

 

Una risita se oyó entonces desde los bosques y un muchacho rubio salió de su escondite entre los árboles. Catherine lo miró tan sólo unos instantes, antes de agachar la cabeza a modo de saludo, colgarse de vuelta el amuleto de curación y tomar un poco de poción herbovitalizante ella misma. El asunto que vendría a continuación a ella en nada le incumbía así que extrajo una pipa de su bolsillo y empezó a hacer anillos de humo con expresión vacua. Utilizar la magia taumatúrgica que los Uzza llamaban imposición de manos siempre resultaba agotador.

 

El muchacho por otro lado, hizo una reverencia burlona ante el mago recién llegado.

 

—Mucho gusto, mi nombre es Hydel —explicó, a la par que hacía las veces de presentador, como si estuviese a punto de introducir el número especial de algún show importante— y éste es mi maestro, Richard.

 

Por supuesto, Catherine sabía que el término "maestro" no era más que un pobre disimulo para obviar la palabra "amo". Richard parecía estar llegando también, quién supiera cómo se había enterado, aunque Catherine sospechaba que había sido debido a que había visto su reflejo a través del espejo comunicador, cuando ella misma ingresara al local y descendiera las incontables escaleras. No se habían visto desde la última vez que volviera a Louisiana y no había querido topárselo.

 

Su porte era el de siempre, sus ademanes arrogantes tan sólo soslayados por sus rizos aureorojizos y sus ojos castaños en aquella oportunidad fijos y aburridos. No parecía tener ánimos de negociar aunque sin duda para eso había venido. Cuando alcanzó el espacio en dónde ellos se encontraban parados ante la posada, hizo un ademán a Hydel para que éste se retirara y el muchacho rubio se replegó tras él. Richard se cruzó de brazos observando al mago que tenía ante sí, como si esperara a que él hablase.

 

Catherine no tuvo ni siquiera la intención de saludarle. Se estaba preguntando más bien de dónde Richard había sacado a ese demonio rubio y qué relación tendría eso con la tetera de la que Gryffindor había hablado ¿viajes en el tiempo? Todo el asunto sonaba de lo más turbio.

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No hubo nada que decir mientras la bruja realizaba los procedimientos necesarios para la curación. Parecía que sabía lo que estaba haciendo. Él no la interrumpiría, pero tampoco bajaría la guardia. Cuando aquella mujer posó las manos sobre su cabeza, una intensa sensación de calor inundó su cuerpo, como si fuego líquido lo estuviera recorriendo. Sintió sus heridas cerrarse y su cuerpo sanar. Era una magia extraña que escapaba su conocimiento. Tampoco podía encontrar rastro de ella cuando rebuscaba en las memorias. Sentía curiosidad pero no lo admitiría.

 

Observó con desconfianza la botella que la bruja le extendía.

 

"Maledictarum Revelio." Conjuró las palabras con suficiente potencia en su voz para alcanzar los oídos de la mujer. Era necesario dejar en claro que no eran amigos. Independientemente del pasado.

 

El líquido no reaccionó ante el encantamiento. De manera que se trataba exactamente de lo que parecía ser. Él se llevó el recipiente a los labios y consumió la poción herbovitalizante de un solo trago.

 

"Mucho mejor." Suspiró mientras las fuerzas volvían a sus músculos y sentía una energía renovadora inundándolo. Se puso de pie inmediatamente, sintiendo cómo sus sentidos volvían a la normalidad. Justo a tiempo para oír las palabras de Catherine.

 

"Curioso. Los recuerdos que poseo me aseguran que pertenecía a ti." Se pasó una mano por el cabello endurecido por la sangre mientras reflexionaba. "En fin, te daré las mismas opciones que le di a tu empleada: dime quién es el dueño de la tetera y te mataré sin sufrimiento. O puedo extraer la información a la fuerza. Es tu elección. No es nada personal."

 

Al mismo tiempo que levantaba la varita en actitud de amenaza, un extraño sonido emanó del bosque. Girando sobre sus talones, inmediatamente cambió la dirección en la que apuntaba mientras aún vigilaba los movimientos de la bruja con su mirada periférica. De entre los árboles surgió una criatura con aspecto de humano. Eso lo irritó. Aún con sus sentidos afectados por lo que había sucedido antes, debería haber sido capaz de sentir una amenaza semejante. Su irritación creció aún más cuando la criatura presentó a una segunda amenaza.

 

Todo su cuerpo se tensó en cuanto oyó el nombre del mago. Sus sentidos se agudizaron y sus movimientos se volvieron calculados. Ahora entendía la razón por la que no los había sentido.

 

"Señor Richard. He oído hablar mucho de usted en mis recuerdos. Es un placer finalmente conocerlo. Lamento que deba ser en medio de éstas... desafortunadas circunstancias." Su varita se mantenía firme apuntando al mago en el pecho. No podía bajar la guardia.

 

El viento se intensificó de repente. Las nubes oscurecieron y pronto comenzó a llover. El choque de energías era demasiado para aquel lugar, la magia se estaba resquebrajando.

 

"Iré directamente al grano ya que no tengo mucho tiempo." Afirmó con pragmatismo. "Me encuentro en necesidad de la tetera que, asumo por la puntualidad de su aparición, se encuentra en su posesión."

 

Calculaba que si tenía algo de suerte, le quedarían unos diez minutos.

 

"Apreciaría que se apresure. Si éste lugar se derrumba, mis perseguidores no tardarán en encontrarnos. No son una verdadera amenaza, pero sí una enorme molestia." Su mente había comenzado a calcular las diferentes maneras en que un duelo entre él y Richard podría terminar. No se veía bien.

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Richard suspiró.

 

¿Cuántas veces ya? Había perdido la cuenta del número de ocasiones en que, a lo largo de los siglos, había tenido que encarar a alguien que buscaba sonsacarle algo suyo por la fuerza. Rara vez funcionaba y de las pocas veces en que lo habían conseguido, había sido en el remoto pasado, excepto por los gemelos... de cualquier forma, eso no era lo que sucedería ese día. Richard no había venido a tener un enfrentamiento, de otro modo no habría llegado. Richard quería negociar.

 

—Hydel... —susurró entonces y el muchacho alzó el rostro claro y delgado con expresión divertida— el pergamino.

 

El demonio le dio entonces un documento. No era la gran cosa en realidad. Eran propiedades abandonadas que le pertenecían a Gryffindor por llevar ese apellido en particular. Cercanas a los puertos británicos. Richard suponía que no era una cosa de importancia para él ahora.

 

—Dos propiedades —precisó con calma, mientras tomaba a su vez una pluma también de manos de Hydel— y una muestra de sangre.

 

Alcanzó ambos objetos a Gryffindor que se encontraba todavía ensangrentado y apuntaba su varita directo a su garganta. Lo miró sin siquiera molestarse en fingir temor. Hydel le entregó a su vez un vial, para que pudiese depositar una muestra de su propia sangre. Luego, apartó la vista y Hydel no tardó en alcanzarle unos guantes negros de cuero cuya parte superior alcanzaba a cubrir con las mangas del gabán. Una vez se los hubo puesto, soltó un segundo suspiro y volvió a mirarlo.

 

¿Cuánto había sido capaz de notar Gryffindor de la constitución de Richard Moody en esos momentos?

 

La lluvia había mojado su cabello y hecho que gruesas gotas chorrearan desde su frente y los bucles que se habían tornado pesados pero él no se inmutó. En su lugar, hizo una señal hacia Hydel. Los poderes constreñidos del demonio, muchos más fuertes y controlados que los suyos por raza y por su singular procedencia, pronto empezaron a hacer efecto. La lluvia amainó, el encantamiento se restableció y por fin, terminó vinculándose a una maldición: para aquel cuyo poder intentase quebrantarla. Era más que suficiente para hacer que soportase el poder de Gryffindor que, desde el punto de vista de Richard, no lucía muy inestable. Era sólo que su magia era más poderosa y venía en ingentes cantidades de forma innata a diferencia de otros muchos magos.

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Por primera vez aquella noche, sonrió. No por diversión ni porque la situación le pareciera entretenida, sino para ocultar su preocupación. El ser rubio que acompañaba a Richard era un monstruo. Con solo un gesto y sin aparente uso de una varita, había reestablecido la energía del lugar que el choque entre ambos magos había producido. Éstos no eran oponentes a los que uno se pudiera enfrentar y salir solo con una pequeña pérdida de cordura.

 

Al mismo tiempo, él no podía aceptar lo que le era solicitado. Era una petición imposible.

 

"Vaya, parece que nos encontramos en una encrucijada." Dijo para ganar tiempo. Aún mantenía su varita en alto y apuntaba a Richard a pesar de que, si se llegara a librar una batalla, dudaba que le fuera a servir de algo. "Verás, mi sangre es algo muy valioso para mí. No puedo simplemente entregarla al primer extraño que me encuentre por el camino."

 

Dicho eso, estrujó el vial que aún tenía en la mano, produciéndose unos cuantos cortes y arrojando los restos a un lado.

 

"Firmaré el contrato, pero mi sangre solo será derramada por mi propia voluntad y para un fin que me beneficie." Miró a los ojos a Richard, pero no parecía ser una persona que diera el brazo a torcer. Los recuerdos tampoco lo describían así. Pero sí describían algo más. "Catherine puede hacer la donación en mi lugar."

 

No se volvió a observar la reacción de la bruja. No se atrevía a quitarle los ojos de encima a Richard o a su extraño ser. No imaginaba que fuera positiva. Según las memorias, ambos no solían llevarse demasiado bien. Esperaba que aquello no hubiese cambiado.

 

"O si lo prefieres, puedo matarla y traer a mi propia mascota." Era una opción nefasta pero si el mago se negaba a la primera, sería difícil deshacerse de Catherine si él no lo permitía. "Realizaré un vínculo mágico con mi sirviente y de esa manera podrás crear tu propio vínculo de sangre conmigo. Simplemente estarías usando un tercero. ¿Tenemos un trato?"

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Richard negó con la cabeza. En realidad, lo ideal habría sido tener un trato completo pero no importaba. Además, no le agradaba la idea de traer a juego un tercero del que nada sabía, así que llamar a cualquier sirviente estaba fuera de discusión.

 

Tenemos un trato.

 

El pergamino voló hasta las manos ensangrentadas de Gryffindor pero Catherine se había acercado a él sin hacer muchos comentarios antes de que eso pasara. Le limpió las heridas con un paño limpio y húmedo, cerró las mismas y luego incendió dicho paño para evitar alguna suspicacia. Sólo entonces, el pergamino aterrizó en ellas, cuando ya estuvieran sonrosadas y sanas.

 

No tuvo ningún tipo de intervención para echarle en cara que había ofrecido matarla. Tampoco dijo nada respecto a por qué Gryffindor parecía ser otra persona, por qué estaban haciendo todas esas negociaciones. Ella no estaba allí para eso y sus pensamientos aún divagaban sobre la muerte. Sin embargo, se volvió hacia Richard y le dijo con voz serena.

 

¿Has traído la tetera?

 

Richard la observó un buen rato, antes de volverse por el camino. Al parecer lo había dejado poco antes o quizá hubo allí todo el tiempo una tercera persona sobre la que no conocían. Lo cierto, es que estuvo de vuelta cinco minutos después, con una bandeja en la mano. Era una bandeja de madera, con pocillos sencillos y una tetera grande y brillante de cobre. No se detuvo junto a Gryffindor o junto a Catherine. En su lugar, se dirigió hacia el interior de la posada y luego de dudar un instante y echarle una mirada a Gryffindor, Catherine volvió sus grandes ojos oscuros hacia él y se adentró en el local a la zaga.

 

Hydel aguardó al exterior, a que Gryffindor se decidiera a firmar y a ingresar. Al parecer, no iba a hacerlo hasta que éste lo hiciera y aunque su aspecto angelical podía decir otra cosa, Gryffindor no era ningún tonto y sin duda habría notado ya que se las había con una criatura demoníaca o, cuanto menos, con un ser fuera de todo canon o pronóstico. Él no lo sabía pero al interior había varios juegos de sillas y mesas y algo de comida caliente en la cocina. Era el lugar que las gemelas conservaban siempre limpio y fresco, era donde se repartían y comían cenas para ricos y vagabundos por igual, todos aquellos que supieran del Edén y su funcionamiento.

 

Sólo, que en aquella oportunidad se comerían la última de esas raciones y Catherine no estaba segura de cómo irían las cosas a continuación. Richard simplemente posó la bandeja en el centro de una de las mesas y tomó asiento frente a Catherine. Ambos se miraron antes de que ella agitara su varita y el té de naranja y la comida servida en platos entrara flotando.

Editado por Melrose Moody

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Su sonrisa finalmente se esfumó. Richard había accedido y eso de alguna manera lo aliviaba. Ya no era necesario esconderse detrás de una mueca ridícula. A medida que su cuerpo se relajaba levemente y dejaba ir algo de tensión, una potente sensación eléctrica comenzaba a llenarlo. Sabía de lo que se trataba. Al parecer los efectos del potente conjuro que había realizado hacía poco menos de una hora habían sido disminuidos debido al deplorable estado en el que su cuerpo había quedado. Ahora que Catherine lo había curado, su mente comenzaba a derrumbarse con rapidez.

 

La bruja curó limpió sus manos provocándole una puntada de irritación. Disfrutaba enseñando la sangre de sus enemigos y la suya propia. Era una muestra de superioridad. Una amenaza o una provocación para cualquiera que se atreviera a desafiarlo. Quizás debería volver a teñirlas. Sus ojos se dispararon rápidamente entre los presentes, pero era un idea ridícula. Aún no estaba lo suficientemente loco como para enfrentarse a un mago del nivel de Richard. O quizás si, pero no mientras él tenía un ser de inconmensurable poder a sus espaldas.

 

Mientras Catherine solicitaba que la tetera se hiciera presente, él cerró los ojos y respiró profundo diez veces. La varita en su mano, que aún apuntaba al extraño ser burlón que acompañaba a Richard, perdió el temblor que se había apoderado de ella. Lentamente recuperó el control sobre sus pensamientos. Era una tarea titánica. Si por alguna razón se fuera a ver obligado a utilizar esa potente magia una vez más, todo estaría perdido.

 

El mago regresó y Catherine lo acompañó al interior de la instalación. El ser no se movió, ni tampoco lo hizo él. Dudaba que la criatura fuera a atacarlo sin una orden directa de Richard, pero aún así era difícil convencerse a sí mismo de bajar la varita. Finalmente, lo hizo lenta y cautelosamente. Mientras firmaba el pergamino, su mirada permanecía en alerta, todo su cuerpo preparado para saltar a la acción. Ese pequeño rincón de su mente, que ahora se encontraba bajo control, se retorcía ante la idea de enfrentarse a algo tan poderoso.

 

Una vez firmado el contrato, lo envió levitando hacia la criatura. Solo por un segundo, las miradas de ambos se cruzaron. La sonrisa burlona del demonio danzaba en sus ojos provocativamente, desafiante. Una devastadora sed de sangre lo inundó por tan solo una fracción de segundo, por poco quebrando su voluntad.

 

"Quizás en otro momento, criatura." Su voz temblaba. Sus labios se habían elevado en cada esquina y sus ojos estaban desorbitados. Si hubiese podido ver su reflejo, sin duda habría encontrado una expresión despojada de humanidad. "Deja mi mente en paz. Permite que continúe con lo que me trajo y juro que mi vida será tuya para tomar en duelo."

 

Poco a poco aquella electricidad abandonaba su cuerpo. La sed de sangre lo abandonaba y su mente se serenaba una vez más. Se inclinó levemente a modo de agradecimiento y se dio la vuelta para ingresar al establecimiento junto a los otros dos magos.

 

"Lamento la tardanza." Murmuró mientras tomaba asiento y se abalanzaba sin pena sobre los alimentos que habían sido servidos a la mesa. No recordaba la última vez que había disfrutado del placer de la comida. Pero tampoco tenía tiempo que perder, de manera que, mientras devoraba todo lo que podía encontrar, habló una vez más: "¿Cómo hago que funcione? Necesito retroceder diez años."

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