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Mansión de la Familia Potter Black (MM B: 90394)


Sagitas E. Potter Blue
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En la habitación de Hayame con @@Matt Blackner

 

Había empezado con la cura de las heridas superficiales. Me dolía verla de ese modo. No sabía porqué hablaba. ¿Estado de shock? Aunque al hablar con su elfo personal había dado las palabras justas. Cuando me acordaba sonreía de medio lado. Fui pasando un producto para limpiar las heridas y mientras iba haciendo el trabajo poniéndole apósitos para que no se infectaran. Pero aún así mientras iba sanándolas poco a poco no evitaba estar intranquila. No sabía porqué pero la visión de Lázarus en el baño venía a mi cabeza con demasiada facilidad.

 

- Sé que podría aplicar episkeys -les dije a ambos - pero así no te quedarán cicatrices y sanarán antes... Te daré una pomada especial para ellas. Y ya verás cómo en pocos días, no te quedarán rastros - le dije, sonriendo a mi tía.

 

Justo cuando estaba terminando con el proceso se apareció Harpo. La sopera que llevaba ya casi ni llevaba el líquido en su interior pero al mismo tiempo parecía que tenía un rictus de terror... Sentí que palidecía y tuve que sentarme...

 

- ¿Qué? -fue lo que conseguí decir... Carraspeé. Era mucha casualidad que, estando nosotros tres, se decidieran a atacarnos justo cuando no había tantas varitas en el interior de la casa para defenderla y eso me enfadaba y me ponía en tensión. Sabía que no debía pero era demasiado. Suspiré y reaccioné enseguida.

 

- Harpo - le dije con voz grave - avisa a mis elfos, y al resto de sirvientes, que vayan preparando una defensa. Dile a Galadriel de mi parte, que coga todas las criaturas que he comprado y ¡lanzárselas! -grité ahora, seguro que los presentes saltaban del susto- tendré que ir a nuestra habitación a coger las puertas evanescentes, si no podemos defender nuestra casa, necesitamos una salida de emergencia - susurré- o usar la red flú para ir hasta el Dragón Verde... Creo que fue buena idea solicitar esa conexión...

 

- Habrá que moverse... @@Hayame Snape Potter Black ¿te sentirás con fuerza para batallar? Toma, ten éstas pociones. Son revitalizantes, las otras sangre clonada, y bueno... tendré que usar fluído explosivo, después repararemos todo antes de que venga Sagitas -y cuando terminé de poner el último apósito cogí mi varita. La madera de álamo parecía brillar en cuánto la cogí en la mano. ¿Sentiría que pronto iniciaríamos una batalla?

 

Lázarus

 

A pesar de la oscuridad del lugar sentía la frente perlada de sudor. Tardó unos segundos en reaccionar. Le parecía casi imposible que accedieran al castillo ¿sería un traslador? y otra pregunta más importante, ¿quién lo había puesto y porqué justo ahí, en dónde vivía? No le extrañaría nada que fuese una traición de la propia Everdeen. Apretó los dientes y su rostro se transformó en rabia. Debía irse, no le quedaba más remedio. Lo último que necesitaba era enfrentarse a esa bruja que, seguramente llegaría a matar. Y, de momento no tenía tantos hombres como para enfrentarse a esa mujer.

 

- Aggggg - gritó dando una patada en el suelo, que reverberó en el pasillo de las celdas. Las gotas de humedad aún seguían repicando como si nada.

 

- Venga, vamos - le dijo al guardián. Éste asintió con la cabeza y, recordando cada una de las partes secretas de ese castillo y sin importarle para nada, el preso que estaba en una de las celdas, se dirigió hasta a una pared. No tenía nada en común con las otras. Ésta estaba a rebosar de musgo y moho, pero divisió una pequeña marca casi invisible y deshecha por el paso del tiempo. Puso el dedo índice y empujó. El acceso al túnel se abrió y se desplazó un metro y medio y accedió por él. Con su varita en ristre susurró un "lumus". Su guardián hizo lo mismo y al menos así, tenían dos pequeñas luces que podrían ver con más facilidad el oscuro lugar.

 

Se escuchó un pequeño crujido y la puerta de piedra, volvió a cerrarse. Sabía que, si lo conseguía, podía desaparecerse en los jardines. Era de vital importancia correr. Al menos, el túnel poseía un encantamiento silenciador y evitaba que se escucharan sus pasos. Él así lo había dispuesto. Le fastidiaba dejar sus cosas en ese castillo en el que había vivido durante tantos siglos y dónde constituía no sólo su hogar sino un refugio seguro, pero ahora era ya imposible. Tendría que refugiarse en otro lugar y ya sabía dónde. No iba a necesitar castillos, tenía un caserío oculto en medio del bosque y ahí iría. No sería tan confortable pero era seguro...

 

Bufaba y maldecía por el largo que era el pasadizo secreto. Su compañero iba resollando. Por poco no habían caído un par de veces por la humedad y el barro. Notaba que había más humedad a cada paso que daba. Estaba dentro de un pequeño montículo realizado de manera natural. En cuánto salieron al exterior, ambos pudieron respirar aire fresco. Al menos el bosque frondoso del jardín podía hacer que fueran invisibles a los demás. Pero sabía que no era suficiente así que, cogiendo del brazo de su sirviente se desaparecieron del lugar. Poco importaba ya, la gente que quedaba en el castillo, él tenía que salvarse.

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En busca del tío Adrian, con Sagitas y Jack:

 

Definitivamente, aquella no era la tía Sagitas. Entendía muy bien lo que decía y supe que aquella máscara férrea ocultaba mucho dolor. Se refugiaba en aquella frialdad para no demostrar el miedo y el daño que había sufrido. Saber que aquel hombre, ahora muerto ante nuestros pies, era uno de los que la habían mancillado hizo que sintiera pena por ella, por él, por todos los implicados. ¿Qué pensaría el tío Jack de lo que la Tía Sagitas acababa de hacer?

 

- La venganza no es buena consejera, tiita. - No era quien para recriminar sus acciones, yo misma no sabía qué podría hacer si me pasara lo mismo que a ella. Sólo quería aconsejarla porque notaba que sufría. - ¿Cómo puedes decir eso, tía? No voy a irme. Voy a ayudarte a buscar al tío Adrian Wild.

 

Pero no le iba a ayudar a matar a nadie.

 

Ella se fue con aire altivo aunque sabía que lo sentía muy adentro. Es difícil querer aparentar firmeza cuando por dentro estás rota. Era un momento de debilidad que ella no reconocería. Era vulnerable. La acompañaría. No iba a permitir que perdiera su alma por un momento de flaqueza. Sagitas era Sacerdotisa.

 

Me paré a rezar una oración por el alma de aquel indeseable. Aunque se mereciera la muerte por sus actos, que eso no lo iba a negar, que fuera la misma tía quien lo había matado me producía desazón. No tardé apenas pero sentí lucha en el pasillo. Salí con la varita en alto y contemplé la espalda de la tía al lado de otro hombre. Sus palabras me hicieron daño a mí así que entendí bien que Sagitas reaccionara rematándolo. Pero no la apoyo.

 

- Esto es asesinato, tía - intenté que sonara duro, para hacerla reaccionar. No lo hizo y eso aumentó mi tristeza. Tendría que llevar a la tía Sagitas al confesionario para que espiara todo lo que había sucedido hoy. - ¡No, tía! Al próximo lo detenemos y no lo matas. ¡Prométemelo!

 

Esta vez me adelanté. Me arrepentí en cuanto un grupo numeroso de atacantes nos esperaban delante de una puerta tenebrosa. Los ruidos que llegaban de allá abajo no prometían nada bueno. Sagitas y yo respondimos a los ataques. Yo procuraba no matar pero noté que ella no era tan puritana como yo. Me di cuenta que uno de ellos parecía esconderse detrás de los otros. Supe al instante que era el tercero que faltaba.

 

- Por favor tía...

 

No sé si me oyó. Seguí usando la varita. Parecíamos buenas porque pronto conseguimos ganar aquella batalla.

 

- ¿Dónde está Adrian Wild?

 

Preguntaba a todos los heridos. Uno de ellos nos señaló aquella puerta. Intenté que la tía Sagitas me siguiera pero noté enseguida que tenía algo pendiente. No podía permitirlo.

 

- Tía, vamos... Aquí, por esta puerta, vamos... ¡Por favor, vamos!

 

Abrí la puerta y sentí gemidos. Alguien gritó de rabia y sonó un golpe fuerte. Alguien hablaba abajo. Un golpe de aire mohoso me golpeó en la cara y me aparté de la puerta. Parecía que alguien hubiera abierto algo allá abajo, una puerta o una ventana y la corriente me había golpeado con tal fuerza que el olor nauseabundo me provocó nauseas. No tardé en volver a asomarme

 

- Hay unas escaleras. Bajemos, no me dejes sola, tía.

 

Invoqué un Lumus y empecé el descenso. Aquello eran las mazmorras del lugar. Levanté la varita para ver mejor el contenido.

 

- ¿Tío Adrian?¿Estás aqui?

 

¿Por qué tardaba tanto la tía Sagitas? ¿Se habría entretenido a ...?

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En la celda del castillo,

Rumanía

 

 

Cuando el cuerpo ya no responde a la conciencia, es presa de los impulsos nerviosos que el cerebro envía como reacción a lo que los sentidos captan del exterior. Y cuando varios de esos sentidos han sido mutilados, anulados o simplemente se han apagado por exceso, se llega a un estado de aparente muerte en vida, en la que ya ni siquiera la saliva surge de las entrañas para ayudar a la garganta a emitir el más mínimo sonido.

 

Es curioso cómo, aún en ese estado, los olores permanecen. Hacía tiempo que me había acostumbrado al hedor de putrefacción que impregnaba cada milímetro de aquella estancia, a esa humedad que penetraba en los pulmones y vegetaba en ellos, agarrándose y prolongando sus ramas hirientes en el interior. Había incluso percibido mi propio hedor, aquel que tras tanto tiempo allí me había sumado al resto, me había vuelto invisible. Cada vez que la puerta, el único acceso a la libertad, siempre vigilada, se abría, un nuevo olor llegaba. A veces era el olor de la desesperación, intranquilo y profundo; otras el de la sangre, férreo e intenso, que me llevaba a la locura, provocando fuertes descargas de impulsos nerviosos que atacaban todo mi cuerpo; otras, era el olor del metal, frío y cortante, que hacía días había dejado de dolerme. Pero aquel día, el olor que invadió la celda cuando Lázarus entró solo a ella, jamás lo había percibido antes. Era un olor oscuro, perverso, mucho más que el que traía consigo normalmente, mucho más rancio, más amargo.

 

Todo mi cuerpo tembló, preso de impulsos involuntarios, de él, de su acción. Tembló, gimió, se retorció, no tenía ningún control sobre él. Sólo podía sentir hielo extendiéndose en mi interior, millones de cristales rompiéndose entre mis piernas, ardor y, finalmente, vacío. Fue un vacío en el que todavía resonaban los ecos de quejidos que parecían haber venido de lejos cuando en realidad habían estallado entre mis labios, un vacío atroz donde el silencio parecía asustarse de sí mismo. No pude siquiera escuchar la voz que mencionaba mi nombre con una calidez que creía olvidada, no pude hacer el más mínimo movimiento, gesto o sonido para que aquella voz salvadora me localizara.

 

Ya no tenía fuerzas. Ya no tenía nada.

 

Ni entrañas.

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✤ Viajero de la noche ✤

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Asesina.

(Rumanía)

 

Sabía que Xell no me entendía. Aunque suene muy bruto, me era igual. Aquel día no era el que había cambiado. Lo había hecho hacía mucho, en aquella celda, en aquel pozo, en aquella semana de recuperación atada a la cama, en aquel acto cruel que cometí en la librería, en aquel ritual en el que planté una semilla en los jardines de la "Ojo Loco"... Yo no era la misma desde el mismo día en que fue secuestrada de la cama con mi marido por una maldita familia que sólo quería matar la rama que había creado con tanto cariño en Ottery.

 

Así que me era igual que Xell dijera que la Venganza no era una buena consejera. No la había buscado yo. No la había provocado yo. No me merecía lo sucedido, ni mis hijos, ni mi futura nieta. No... Pero sí podía acabarlo. La venganza llegaba contra los que habían jugado conmigo. Así de simple.

 

Por eso ni la contesté. Ella no podía juzgarme. Cuando hubiera pasado por lo que yo, entendería que ser asesina no es fácil, ni la solución pero sí un medio para acabar con una situación anómala que otros habían empujado hacia mí. Si Everdeen no hubiera intentado matarme sólo por dinero, un dinero que no me hacía falta ni que conocía ni quería, no estaría allá, en aquel castillo, matando a los que me habían herido, forzado, casi matado física y psíquicamente. No había lugar a quejas ahora.

 

Pero Xell no había pasado por eso y le di la oportunidad de irse. Sin embargo, reaccionó como la buena chica que era, quedándose a mi lado y buscando a su tío. Sé que para ella era duro. Seguramente, para Jack también lo era, no lo sé porque estaba callado pero sabía que nos seguía. No le prometí nada a la muchacha. Ya había cruzado aquella línea.

 

Y en cuanto vi a quien faltaba, mi cabeza tuvo un punto de mira que no cejó a pesar de los ataques del resto de los que defendían aquel castillo. En realidad, nosotras éramos las asaltantes pero, si valorábamos lo sucedido, habíamos sido traídos allá a la fuerza, con engaños...

 

Primera campanilla de alarma con aquel pensamiento. No le hice caso. Mi mente sólo quería alcanzar a aquel nauseabundo ser que atacaba y se escondía detrás de otras personas. Moví tantas veces la varita para librarme de los que se interponían en mi camino que la muñeca empezó a dolerme. No hice caso a la señal de alarma. Xell estaba a mi lado y también consiguió abrirnos camino en aquel pasillo. Ella, tan dulce, preguntaba por Adrian y le buscaba. Yo... Quería atrapar a aquel rufián.

 

Xell consiguió una confesión de alguien, quien le indicó el lugar donde estaba mi hermano. Bien por ella.

 

-- Ahora voy, sobrina.

 

Iría, claro... Pero cuando alcanzara mi meta.

 

-- Baja tú primero, no te dejaré sola. -- No seguí diciendo que aún no iba a bajar.

 

Me acerqué al hombre herido. Xell era tan buena persona que sólo lanzaba hechizos aturdidores. Supongo que no se daba cuenta que aquello era una guerra. Si volvían pronto en sí, volverían a ser soldados que nos atacaran de nuevo.

 

Me acerqué despacio y le desarmé de una patada en la muñeca. Su varita salió resbalando por el suelo y se trabó en una mancha de sangre. Aquello era mío, yo tiraba a dar sin contemplaciones.

 

-- Me acuerdo de tu cara, -- le dije, casi sin pestañear. Un movimiento de varita y una herida violenta se reflejó de forma sanguinolenta en su pecho. -- Fuiste el último en forzarme. Te reías. -- Apliqué un Absorvere en una de sus costillas y sentí el estruendo del hueso al romperse. -- Después, fuiste tú quien me tiró al pozo. -- Otro de sus huesos se rompió con fuerza. El dolor se reflejó en su cara pero no soltó ningún quejido. -- Mientras caía, observaba tu rostro alejarse del agujero de la entrada de aquel sucio pozo. Cuando quedé inmóvil contra las piedras del fondo, vi tu cara riendo. Cuando cerrasteis el pozo, tu cara fue lo último que vi.

 

Mi varita se movía más rápido de lo que yo podía pensar. Sendas heridas aparecían cruzándose unas con otras, produciendo borbotones de sangre que salían al exterior. Ni las veía. Me senté encima de él, manchándome del líquido que se le escapaba, con la mirada ida.

 

-- ¿Dónde... está... Everdeen?

 

Se moría. Era consciente y, sin embargo, sonreía. Segunda campanita de alarma... Esta vez sí que me paré a escucharla. No era normal que sucediera eso, uno no se ríe cuando se está muriendo. ¡No era justo; yo quería mi venganza!

 

-- Madame Everdeen sabe que le soy fiel hasta el final. Madame Everdeen confía en mí. Has caído en la trampa...

 

Tercera campana, no una campanita, no... ¡Un repique de campanas resonaron en mis oídos y me levanté tan deprisa que me crujieron las tobillos!

 

-- Madame Everdeen sabía que eras la más peligrosa de la mansión así que tuvo que alejarte para matar a la heredera. Ella supo jugar contigo. Te atraíamos aquí con los huesos de tu tía Marjorie y la promesa de encontrar a tu hermano. Abandonaste la Potter Black, Sagitas... Has abierto una puerta, Sagitas... Tú eres la culpable de la muerte de tu nieta no-nata...

 

-- Yo... no... -- Estaba tan aturdida que empezaba a justificarme, con la varita en alto, vigilando posibles ataques... -- Hice el portal fuera de los terrenos...

 

Lo supe... Había abierto la ventana y había dejado entrar a la mariquita. Xell lo supo enseguida. Aquella mariquita era una trampa. Me había avisado. Le amenacé de nuevo con la varita.

 

-- ¿Dónde están los huesos de tía Marjorie?

 

El hombre habló, aunque escupía sangre por la boca y no fue muy entendible.

 

-- Madame Everdeen los incineró y con ese polvo hizo el conjuro para atraerte. -- ¡Nigromancia! Mi prima era nigromante.

 

-- ¿Dónde está mi prima? -- grité. El hombre pareció sonreír de nuevo pero se ahogaba.

 

-- Cerca... Vigilán... do...t...

 

Sus ojos se vidriaron y se quedó quieto. Por mi mente, una imagen de una elfina con una bandeja de plata y un montón de pociones en ellas. La había visto al entrar en aquel lugar... ¡Everdeen era quien necesitaba esos cuidados! Corrí en busca de aquella criatura y abrí mil puertas antes de dar con ella. La habitación estaba ricamente adornada. Una enorme bañera de pociones especiales para quemaduras eternas, vendas en el suelo, sucias, llenas de piel muerta. El hedor era asqueroso pero lo reconocí.

 

-- ¿Dónde está? -- La elfina tembló al ver que la amenazaba.

 

-- Se fue... Desapareció rumbo a...

 

-- ¿A...? -- la amenacé acercándome más. Sabía que sería fiel a la familia y no me contestaría. Sin embargo, lo hizo.

 

-- A la Potter Black.

 

Temblé. ¡Maldita yo!

 

-- ¿Y mi hermano Adrian?

 

-- El Señor Lazarus se encargó de él. Acabó con ese gusano en las mazmorras.

 

Me sentí mareada y el negro ocupó mi mente. ¿Lazarus había matado a mi hermano, al final...? Entonces, una luz consiguió frenarme de ceder al impulso de arrasar aquel lugar. Xell. Xell estaba conmigo. Tenía que ayudarla. Tenía que volver a la PB, tenía que evitar... si estaba a tiempo...

 

Corrí por los pasillos hasta encontrar la puerta por la que había desaparecido mi sobrina, sin importarme los cuerpos caídos que pisaba a mis pasos. Casi resbalé en la escalera hasta que me di con ella. Llamaba a Adrian en voz alta.

 

El silencio era aterrador. Tragué saliva y recorrí una a una aquellas celdas mohosas. Sangre, sudor, lágrimas, muerte... Ese era el hedor que despedían. Me cubrí la nariz con el codo del brazo izquierdo y seguí buscando, mientras informaba a Xell.

 

-- Es una trampa. Atacan la Potter Black. Tenemos que irnos...

 

Pero no podía irme, no hasta encontrar su cuerpo, darle sepultura en el túmulo de nuestra madre Antara. No podía dejarle allá. Y, entonces... Le vi.

 

Un cuerpo derrumbado en la más profunda de las miserias pero vivo. ¿En realidad estaba vivo? Corrí hacia él y no era él. Su cuerpo sí. Estaba vacío. Su alma había huido. Entonces, entendí lo que había dicho la elfina: Lazarus se había encargado de él.

 

-- ¡Xell, ayuda! ¡¡Hay que llevarlo a la Potter Black!! Mano, mano, estamos aquí. Estamos contigo. ¿Nos oyes? Te llevamos a casa. En casa volverás a ser tú. Mano, por favor, di algo. ¡mi**... Xell, hay que sacarlo de aquí! Te llevamos a casa, Adrian. Estás... a salvo...

 

Me di cuenta que lloraba. Pero no lloraba por mí, por la asesina en que me había convertido. Lloraba porque reconocía el vacío de Adrian y me preguntaba si tendría fuerzas para sobrevivir a ésto. Yo las tuve en la venganza y el resultado era... Sí, asesina. Era una asesina.

Editado por Sagitas E. Potter Blue

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Salí de la habitación de la tía @@Hayame Snape Potter Black para dejarle un poco más de intimidad y que @ pudiera realizar las curas que considerase oportunas a la vampiro. Me apoyé contra la pared y respiré hondo para tranquilizarme, mientras me quedaba embobado mirándome la mano que poco antes había descansado sobre la zona donde la niña se movía. Recordé la sensación, el hormigueo, y eso me hizo sonreir de nuevo.

 

Pero la forma en que Harpo apareció ante nosotros, tenso, rígido...

 

Abrí los ojos y entré en la habitación tras el elfo, observando a la tía Hayame, apenas recuperada como para estar sentada. Y a Helike, que había tenido qeu sentarse. No me hacía falta sentirla para saber qeu aquella tensión no iba a ser buena para ella...

 

ME apresuré hacia la cama y ayudé a la tía a levantarse. Luego, tiré de la vampiro hacia mi mujer.

- No, el dragón no. El dragón verde está a tu nombre, si atacan aqui, podrían buscarte alli. Necesitamos un lugar donde no figuren nombres, que no... - una idea se me pasó por la mente. La imagen de la cabaña, perdida en el bosque prohibido, en aquel pequeño claro junto al lago....el lugar donde habíamos concebido a la pequeña.... - Creo qeu la cabaña es mejor idea. Nadie sabe de ella.

 

Ayudé a Helike a ponerse de pie

- Os alejaré para que podáis ir hasta alli. Pero necesito que te calmes, Helike...Esta tensión no es buena para ninguna de vosotras

 

Asi qeu caminando delante, recorrí el pasillo en sentido contrario, no por donde las escaleras bajaban, en busca d elos agresores como me gustaría, sino buscando subir, alejarlas y descender desde otro lugar.

 

 

 

JACK

 

Xell era una gran sacerdotisa. Había sido capaz de seguir el rastro de la desaparición, hasta donde habían llevado a Sagitas. La joven, aunqeu asustada (quien no lo estaría?) se sobrepuso a la imagen de una Sagitas fuera de si, torturada, para ayudarla no solo a salir del estado de trance, sino a acabar con los que alli se encontrasen, para asi, dar con quien era su último captor.

 

Debo decir que tal vez en otro momento me hubiera escandalizado o preocupado, pero en este...no, el hecho de que Sagitas diera muerte sin pestañear a esos tres tipos me satisfizo, aunqeu lamentara no hacerlo yo mismo. A veces no coincidíamos, pero la venganza era, en contadas ocasiones, la mejor manera de calmar el alma y pasar página.

 

De no ser porque Everdeen no solo no estaba alli, sinoq eu la elfina nos dijo que estaba atacando en la PB, habríamos celebrado una victoria. De no ser porque aquel guiñapo en la celda más oscura era mi cuñado, Adrian, habría propuesto una noche de bebida y vigilia para disfrutar.

- Chicas, no quiero ser aguafiestas. - dije - Pero deberíamso volver a casa. Además....creo qeu a ellos no les gusta que estemos aqui - comenté. Las sombras se arremolinaban a la espalda de las chicas. Una Aparición se hizo presente, con su estridente y chirriante risa, dispuesta a matarlas. - No podemos arrastrar a esas cosas con nosotros a la casa.

 

Aun asi, permanecí al frente. Contra aquellos seres, almas corruptas de brujas caidas en la desgracia, podría ayudarlas. Al fin y al cabo, no estaban muertas, pero tampoco vivas.

- Si os acercais, desapareceran. Pero si me dais ventaja, os ayudaré a acabar con ellas.

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¡Pobre tío! ¡Pobre tía!

 

Nadie contestó a mi pregunta. Si el tío Adrian estaba allá, no era consciente de que le buscaba. Eso me aturdió un poco, ¿estaría...? ¿Estaría bien? ¿Estaría vivo? Como nadie parecía contestar mis preguntas, me adentré más en aquel lugar, a pesar que mis sentidos me aconsejaban una huida. Unos pasos muy rápidos me obligaron a girar sobre mis pies y encararme con quien bajaba. Era la tía. Parecía muy agitada.

 

- ¿Tía Sagis? ¿Qué...?

 

Gritaba que era una trampa, que atacaban la mansión. ¿De dónde venía tan sucia de sangre? Estaba horrible con ella en la ropa, parecía que acababa de asesinar a alguien. Temblé un poquito ante esa idea. La Sagitas que yo conocía no se hubiera atrevido. Esta, la que había entrado en este castillo, sí, podría haberlo hecho.

 

- ¿Qué has hecho, tía? ¿Qué...?

 

La tía no me hacía caso, buscaba algo. Dije que no porque no era posible que esto estuviera sucediendo. Pero gritó pidiendo ayuda y acudí, a pesar que mis pies se pegaban en fluidos extraños del suelo. No quise comprobar qué eran, algunos sólidos, otros líquidos secos hacía mucho tiempo, Levanté los zapatos con cuidado esperando no perder ninguno. Cuando pude mirar lo que había encontrado, la tía Sagitas estaba arrodillada en el suelo sin importarle la mugre, la suciedad prendida en el tiempo, acurrucada junto al tío Adrian.

 

Tenía que ser el tío Adrian. Era un cuerpo hinchado por la tortura, agrietado y roto, lleno de sangre y moraduras. ¿Cuánto tiempo llevaban atormentándolo? Sagitas estaba histérica y yo me sentía culpable por pensar más en mis zapatitos que en buscar al tío. Me arrodillé e intenté no pensar en el asco que sentía por aquel cuerpo mugriento. ¡Era el tío! ¿Cómo esperaba encontrarlo? ¿Bañado en agua de rosas y rasurado por un barbero? Estaba mal, su aspecto desaliñado era normal. Necesitaba caricias, demostrarle que le queríamos, que le habíamos estado buscando. Yo sólo quería vomitar. Sagitas lloraba e imploraba que le ayudara a sacarlo, llevarlo a la mansión.

 

Hubiera vomitado del asco, del mal olor, de la putrefacción que se respiraba en aquel lugar, si el tío Jack no hubiera interrumpido mis nauseas con una afirmación aún peor que mi malestar.

 

Sombras nos observaban.

 

- Vamos, tía, saquemos a... - eso - al tío Adrian. Lo llevamos a casa y lo cuidamos.

 

Tuve que decir todo muy despacito. Me sentía mala persona por querer huir de allá; ni siquiera en mi posición de sacerdotisa podía obligarme a reaccionar con amabilidad. En mi juventud inocente, había vivido escenas que yo había considerado malas, ataques de mortífagos a la mansión, matanzas de inocentes pero... ésto... Habían destrozado tanto al tío Adrian que no sabía reconocerlo. Ni en su cuerpo ni en su alma. No la sentía.

 

Me sentía fatal por no saber reaccionar como me correspondía, ocupándome de ambos. Ambos tíos necesitaban ayuda que yo no podía, ahora mismo, proporcionar. Sólo quería huir, huir de la Maldad con mayúsculas que se respiraba en aquel lugar.

 

- Hagamos caso al tío Jack. ¡Vámonos, tía! Tú puedes sacarnos. - Le zarandeé un poco y retiré la mano, asqueada. Olía a Adrian, olía a muerte, olía a putrefacción, olía a...

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*¡Qué gran rol, Xell, no me lo esperaba que tú también sufrieras con lo sucedido! ¡Felicidades!*


¿Por qué no podía dejar de llorar? Adrian no me respondía. Adrian no estaba allá. Adrian parecía (¡no, lo era!) un muerto en vida y se dejaba quitar las cuerdas y cadenas que le ataban sin dar ni un gemido de dolor, de asco, de rabia, de pena, ¡de algo! Mi hermano no correspondía a mis abrazos, a mis besos en su carne lacerada, a mis intentos nulos de arrancarle un reconocimiento.

@@Adrian Wild no estaba.

Creo que Jack tuvo que insistir mucho antes de que me diera cuenta de que nos estaba hablando. Sus palabras llegaban ahogados como un eco a través de mis sollozos que apagaban todo lo que sucedía a mi alrededor. Yo sólo tocaba el cuerpo desnudo de mi hermano (?) para hacerle entrar en calor, para sanar heridas externas que sabía que no sanarían. El Mal estaba dentro y no sabía sacarlo.

-- ¿Cómo...?

Me di cuenta que Xell también estaba diciendo algo y no la sentía. El golpeteo de la sangre en mis oídos me impedía oír nada. Sólo entendí que hablaban de la Potter Black. Negué, no quería moverlo, quería que Adrian me hablara. Lo envolví en mi abrazo de nuevo y le susurré al oído que estaba bien, que todo había pasado, que sintiera mi voz, que era Sagitas. Sagitas. ¡Por los Dioses! Tenía que reconocerme. Era su hermana.

Pero no obtuve respuesta y el dolor me hizo ceder a un nuevo sollozo que pareció limpiar un segundo el muro en que me había envuelto. Fue cuando noté la preocupación de Jack y el miedo de Xell. Fue cuando vi las sombras. Intenté ponerme en pie.

-- ¡No os lo llevaréis! ¡Malditas Parcas! ¡Malditas Sombras del Averno! ¡Adrian es mío! ¡Mi hermano está vivo! ¡Está aquí dentro todavía! ¡Lo encontraré!

Resbalé y me puse de rodillas. No cedí y tironeé de él. Me arranqué mi camisa sucia de suciedad y sangre algo fresca aún y se la puse. Me paré a pasar con cuidado sus brazos por las mangas y a sacarle un remolino de pelo en uno de los ojos cerrados, para que no le molestara cuando los abriera. Después, en un gesto demasiado rápido para todos, apareció mi Daga del Sacrificio en la mano, invocada por mi pensamiento. Con ella, me corté mi mano y corté la suya y las uní.

-- Immolo ad protegendum -- dije en voz alta. Al instante, sufrí en mis carnes el último daño que Adrian acababa de sufrir [espero que no sea ese el último, improviso, Adrian] y gemí del dolor en el brazo. Alguien, ese tal Lázarus seguramente tal como había dicho la elfina, le había rajado de alguna manera de arriba a abajo. Apenas sangró, tal vez porque Adrian ya no tenía apenas sangre que perder pero el dolor fue agudo. -- Ahora tendrás menos dolores, mano. Aún puedo usarlo dos veces más antes de que no funcione, ya verás como vuelves... ¡Alejaros, Bestias!

Pero no podía pararme a más. Xell y Jack tenían razón. Teníamos que salir de allá ¡ya!

No sé los hechizos protectores que había en aquel castillo, seguro que no podría burlarlos ya que habíamos entrado por un traslador hecho por los habitantes. Pero yo podía hacer un Portal, tenía el poder mágico suficiente para hacerlo y era la Matriarca de la Potter Black. Así que agarré a mi hermano, protegiéndolo entre mis brazos, reposando su cabeza sobre mi hombro, protegiéndolo de aquellas sombras que se acercaban demasiado. Miré a Xell para que se agarrara a mí e hice mi último esfuerzo, mirando a Jack , a mi guerrero Jack, a mi esposo querido, defendernos de ellas, dándonos un segundo de ventaja para escapar.

Abrí el portal y con gran esfuerzo rodé hacia él, usando a la vez mi deseo de aparecer en la Potter Black, dentro. A salvo. ¿Lo conseguí? No sé, el grito de mezclar ambas magias salió de mi alma herida y me golpeé contra un duro suelo, dejándome ver las estrellas bailar ante mis ojos y soltando del golpe a Adrian. Sólo sé que no estábamos en aquel antro.

Olía a limpio.

Olía a hogar.

Olía a familia.

¡Olía a quemado!

-- ¿Qué demonios...? -- susurré, sin entender todavía nada. El esfuerzo de cerrar el portal antes de que nada más cruzara, fue demasiado y dejé de ver, quedando todo oscuro y en silencio.

Editado por Sagitas E. Potter Blue

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¡Gracias!

 

Estaba muy asqueada y no quería que se notara. Sabía que era imposible, me notaba mareada por el inaguantable hedor que estábamos soportando y tocar al tío, ahí, sin ser él, me daba una total aprensión. Es por ello que volví a zarandear a Sagitas para que saliera de ese bucle en el que había entrado, abrazando a su hermano y sollozando con él.

 

- Tía, por favor... Hagamos caso al tío Jack.

 

Ella saltó de repente con violencia y caí hacia atrás. Mi espalda se pegó en el suelo y sentí la presión del enganche al intentar levantame. Me sentí sucia, mis pantalones mugrientos, al igual que mi blusa en su momento de color blanco. Abrí la boca tanto que un poquito de baba resbaló por la comisura de los labios. Me limpié con el dorso de la mano, si eliminar el asco que sentía. El olor, la podredumbre que exhalaba todo el lugar.

 

Empecé a sollozar.

 

- Vámonos, por favor, vámonos.

 

La tía Sagitas le gritaba a las sombras y pensé que se había vuelto loca. Conseguí incorporarme de nuevo pero sentía mi cuerpo pringoso, sucio. Todos estábamos enguarrados en la misma suciedad.

 

- No te lo quitarán si nos vamos, tía - la animaba para salir de allá.

 

No podía aguantar más. Iba a vomitar. Ahora se añadía el aroma ferruginoso de la sangre. Sagitas se había vuelto loca, sin dudar. Se había cortado la mano con una daga que no tenía un momento antes y después la mano del tía. Me imaginé la suciedad entrando en las venas de ambos, recorriendo su cuerpo por dentro y las naúseas me atormentaron de tal manera que no pude ni hablar. Aquella sensación viscosa parecía que trepaba por mi cuerpo, aferrándose a él, sin querer abandonarlo.

 

La tía hizo algo que no entendí, sorprendente, su blusa se impregnó de sangre mientras una herida del Adrian desaparecía. ¡Era magia de la buena! Con tanto asombro, se me olvidó que tenía el estómago revuelto. Después, hizo algo que ya había visto una vez. Lo reconocí enseguida, un portal para salir de allá. No lo pensé ni un segundo.

 

- Me agarro a ti, tía. - Esas sombras se acercaban tanto que sentí el contacto mucilaginoso de una mano sobre mi hombro. Grité de horror, de asco, de miedo...

 

Después, salimos. No pude evitarlo esta vez. Vomité y noté un tacto suave, de pelo que se enredaba entre mis dedos. Era una alfombra cara que reconocí de la sala de la Potter Black.

 

- Lo siento - dije, despacito.

 

Nadie contestó.

 

En el suelo, el cuerpo desnudo de Adrian. Parecía muerto. Tal vez lo estaba. Al lado, Sagitas hacía leves movimientos como si quisiera levantarse pero no lo hacía. No podía. Me acerqué a ambos para ayudarles pero retrocedí un paso en cuanto los vi.

 

- Mugrientos. Estáis mugrientos.

 

Me puse a llorar, enfadada conmigo misma, incapaz de acercarme más.

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tanto el rol de Sagis, como el último tuyo Xell, sublimes *-* disfruté muchísimo leyéndoos! Eso sí es rol!

 

- ¡Me cagon en todos sus muertos! ¡Justo ahora! - exclamé llena de rabia. Teníamos que movernos, a veces maldecía el estar embarazada. Quería luchar con mi marido, codo con codo, todos juntos y defendiendo la mansión para cuando viniese Sagitas. Sentía que la ira se me agolpaba en las mejillas, las notaba tan coloradas como si tuviese una fiebre repentina. Entonces, a pesar de que no era bueno para mí ni para la niña, puse a temblar por la furia que sentía. Agarré rápidamente mi varita y la apreté con tanta fuerza que temí partirla, además de que se me habían puesto los nudillos blancos a causa del esfuerzo. Recordar el nombre de mi antiguo mentor y pensar en todo lo que nos había hecho, olvidaba a veces que era un ser humano o casi, sólo quería arrancarle el corazón helado del pecho, y que sufriera horribles dolores antes de morir... Y no era tan descabellado... Los antiguos pueblos precolombinos, lo hacían como sacrificios de sangre a sus dioses, aunque para mí, era un sacrificio para saciar mi propia venganza y la de mi familia...

 

-¿Estás seguro cariño, tendremos víveres y todo lo demás para aguantar aunque sea unos días? -comenté preocupada- habrá que moverse y rápido. Antes de que lleguen hasta aquí.

 

Pensé en un hechizo para que la puerta no fuera forzada con magia ni ningún otro utensilio, pero quizá era una mera pérdida de tiempo. La cara de mi antiguo mentor todavía resonaba en mi cabeza. Era una especie de conexión rarísima. Había sido algún tiempo y lo había visto a él dentro del castillo, a través de sus ojos. Tenía miedo de que, si se diera cuenta de ese detalle, aprovecharse y devolver el golpe con toda la firmeza. Pero debía preocuparme más, por la seguridad de los cuatro. Sí, la niña también era muy importante. ¿Qué pasaría cuando naciera? ¿Seguirían los ataques, o podría criarla con toda la seguridad del mundo, incluída nuestra propia magia familiar? Debería invocar a los ancestros de ambas familias para que, llegado el caso, protegieran a esa pequeña por sí...No me atrevía siquiera a decirlo. Pero sin previo aviso lo sentí, era algo más fuerte que el amor hacia mi propio marido. Tenía miedo por un pequeño ser que, en esos momentos, me daba pequeñas pataditas y que, me emocionaba. No era sólo el amor hacia a un ser querido vivo, era el sentimiento de ser madre por alguien a quién todavía no había salido de mi interior. Eso me conmocionó.

 

- No... puedo... calmarme - dije a duras penas a causa de la rabia profunda. Ahora tenía ganas de matar, de sentir la sangre correr por mis manos. Sentir nuevamente el olor a muerte, con tal de proteger a mi pequeña. Podía entender las ganas de destrucción. Yo era una confesa mortífaga (hacia mi familia) pero el deber y la lealtad estaban más allá que cualquier mal que quisiera hacerles por la causa de los sangre limpia. Era de una época en dónde la traición era visto como de lo peor que se podía hacer en la sociedad, era perder toda credibilidad y casi un grimen y lo tenía tan arraigado dentro de mí, que jamás se me hubiese ocurrido atentar contra mi propia familia. Aunque a veces, discutiésemos por esas diferencias, por supuesto.

 

Tuve que sentarme nuevamente. A pesar de que las náuseas habían casi desaparecido en el segundo trimestre, sentí una arcada y que subía hasta mi boca. No podía sentir debilidad en esos momentos. No, tenía que ser fuerte, fuerte. A pesar de ello quizá la niña me infudiese un poder extra. Notaba fluir la magia dentro de mí que me ayudaba a no decaer. Pero no debía pensar tanto... Quizá fuese una mezcla de todo lo que me mareaba.

 

- Vamos, rápido, tenemos que irnos. Diré a los elfos que preparen fluído explosivo. Seguro que no se esperan que los elfos ataquen o eso espero...

 

- Rápido, rápido -dije entre susurros a mis dos familiares.

 

¿Sería la hora de la verdad? Entre tanta mezcla de sentimientos internos, también había otro que no podía evitar de sentir. Pánico.

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Tenía miedo. No podía negarlo, ni podía achacarlo a otro sentimiento. Pocas veces podía decir que lo había sentido.

 

Y ese era uno de esos momentos. Porque Sagitas y Xell estaban ve a saber donde, solas, en una misión de rescate que no sabíamos como acabaría. Porque de pronto habían atacado la mansión, y a mi cargo quedaban una tía Hayame demasiado mal como para defenderse, y una Helike que había necesitado sentarse de nuevo.

 

Aguantaría...todo aquello?

 

No me daba miedo que nos atacaran. No me daba miedo pelear. ME daba miedo lo qeu pudiera pasarle a ellas. No podían defenderse de tanto enemigo, dependían de mi...y me aterraba no poder hacer nada. Temía por una vampiro que apenas había logrado regresar viva a la mansión, por mi mujer, que aun resoplaba de furia, y por la pequeña qeu se movía ahí dentro, la más indefensa del grupo, y que comenzaba ahora a dar verdaderas muestras de vida más allá de hacer que Helike se sintiera mal, o que fuera más evidente.

 

- Tranquila. Podremos estar alli unos días, está preparada. - le dije, con voz calmada.

 

- para, ven aqui - dije a mi mujer. Frené y le indiqué una puerta con la cabeza. la abrí, revelando una pequeña habitación. Era poco más qeu un armario, pero serviría. - Escóndete aqui. No podemos seguir corriendo de esta manera. - no puedes seguir corriendo asi, hubiera querido decir, preocupado. Pero no me haría caso - Voy a dejar primero a Haya en la cabaña, y volveré a por ti. Si crees qeu estás en peligro, concéntrate en esta palabra: "criptografía" No entiendo porqué, pero si lo haces, este armario reacciona y te oculta tras una ilusión. - vale, no será la mejor de las protecciones, pero era mejor que nada. Tal vez no a largo plazo, si llegaban a hacer un registro a conciencia. Pero para un apuro...serviría. Era una de las ventajas de cuidar de Ithilion, qeu descubrías ciertos escondrijos por casa por casualidad

 

Me costó, pero cerré la puerta de aquel escondite. Aparecerse era fácil, asi qeu no tardé demasiado en encontrarme en la entrada de la cabaña. Era un lugar acogedor, aunqeu no era tal vez gran cosa...era sencilla, por eso me gustaba. Dejé a la tía Hayame recostada en una cama, en una pequeña habitación, y salí de alli, dispuesto a poner a salvo a mi mujer y mi hija.

 

Teníamos que ponerle un nombre.

 

Aparecí en los terrenos de la mansión. Percibí algunos focos de humo oscuro, y había gritos. Fruncí el ceño y aparecí en nuestra habitación, de la cual agarré mi mochila, siempre lista. Y de ahí, hasta el pasillo donde...

 

Donde tres idi***s miraban el armario, lleno de abrigos.

- Estáis en mi casa, idio.tas. - gruñí, antes de matarlos.

 

- Heli? - pregunté, preocupado.

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