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Mackenzie Malfoy
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- Si gritas así los reporteros caerán como buitres sobre nosotros –musitó Russell, utilizando un cierto tono de voz que podría haber llegado a pasar por irónico, pero que lejos de serlo era. Últimamente se veían acosados por los enviados de El Profeta cada vez que contaban hasta tres- . Dime, ¿Fueron detectives privados o lo averiguaste por cuenta propia? Tendré que ver aquellos agujeros por donde se filtra la información por estos lados si es que quiero mantener lo poco que queda de imagen pública decente –aclaró, remarcando esta última palabra- de los Malfoy.

 

Conocía a Alicia Spinnet de hace tiempo. Creía que en algún momento hasta habían llegado a ser buenos amigos… Aún guardaba un gran afecto por la bruja, pero se habían ido distanciando por el tiempo por razones que nunca había podido acordar; ni tenido el valor de preguntarle. Había veces que hasta a él mismo le fallaba la memoria cuando intentaba recordad cosas de su pasado, como si hubiese pasado una temporada en una incubadora y perdido noción del tiempo. Sin embargo no venía al caso, ambos estaban allí por cuestiones de trabajo, claro era.

 

- Me alegra verte por aquí, aunque más me hubiese alegrado que me hubieses informado qué sabias de su paradero –agregó, esta vez con una sonrisa en los labios que dejaba entrever su impecable hilera de dientes blancos- ¿A qué vienes igual? ¿Planeas llevarla a algún otro lado? Tengo que hablar seriamente con la señorita Malfoy… Hay que poner fin a los disparates que dice la prensa, y necesito la información de su misma boca para poder hacerlo; no puedo correr el riesgo de llevarme por el comentario de terceros que poco tienden a limitarse a la verdad de los hechos.

 

Al decir aquellas palabras agradeció internamente una vez más a Ishaya, quien le había dado el paradero de la bruja en cuestión de horas tras habérselo pedido en su encuentro aquella misma mañana. Solamente necesitaría un par de minutos para esclarecer la historia, presentarse a sí mismo, ofrecerle su ayuda como correspondía, e intentar solucionar todo lo que aquél extraño suceso había ocasionado, revolucionando la comunidad mágica como hacía mucho nada lo había logrado. Debían, de alguna forma, llegar un acuerdo entre ambos, estar en una misma página.

 

- ¿A dónde ibas? –inquirió esta vez, reparando en donde se encontraba su compañera. Observó el cartel sobre la puerta y leyó “Sólo personal autorizado”- ¿A la cocina? ¿La sala de limpieza? Mujer, que si Mistify se encuentra aquí, tiene que estar en la Suite Presidencial… Ya sabes que los Malfoy no van de camas cuchetas, y menos que menos dormir con el staff del complejo. Vayamos por las escaleras, así podemos ir revisando los pisos en el ascenso; lo único que me falta es que los demás huéspedes del hotel anden de curiosos, ¿No?, y a tí encontrar un grupo terrorista alojado aquí dentro.

 

Dio media vuelta y encaró la escalera de piedra, típica del estilo medieval, para comenzar a subir lentamente por los escalones. No estaba hábido de ejercicio físico, y fue entonces cuando supo que si había algo que la magia tenía de malo, era que la gente se olvidaba de caminar y esforzarse físicamente; no había nada que un movimiento de varita no pudiese solucionar. Pero todos aquellos pensamientos quedaron rezagados al encontrarse con la siguiente imagen que el Rider tuvo presente: Sagitas Potter Blue, escudriñando como Mistify Malfoy se escurría hacia el piso superior.

Editado por Russell Rider

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La habían descubierto. Malditos retratos en cuanto tuviera tiempo les iba a enseñar a mantener las bocas cerradas. En el cuadro del rellano se había congregado una multitud de personajes que intentaban permanecer en primer lugar para ver el desarrollo de la escena. Si Mistify no se sintiera en peligro aquello le hubiese resultado gracioso, los de mas atrás se encaramaban sobre los de enfrente, pisando faldas, desmadejando pomposos peinados y casi se sintió satisfecha al ver a la señora que le había hablado en el piso con un gato anaranjado a modo de sombrero. Si no fuera por esa mujer no la hubiesen descubierto.

 

Se irguió cuan alta era, elevando el rostro con superioridad, tal como había visto lo hacía Gatiux. Con sus manos alisó inexistentes arrugas de la túnica de un esmeralda suave, a juego con la brillante y altiva mirada que dirigió entonces a los dos funcionarios ministeriales.

 

- No tengo tiempo para jueguitos - la Malfoy enarcó una ceja, sus ojos se desviaron hacia la tercera bruja que aún no atinaba a subir. - Señorita Potter Blue... - le dijo pasando en medio de Alicia y Russell como si ambos tuvieran poca importancia. Esperaba que su actuación diese resultado, apenas podía contener el agitado ritmo de su respiración y se la jugaba por completo, cabía la posibilidad que la bonita joven al pie de las escaleras no fuera quien Alfred le había dicho. - ... Alfred me ha dicho que estaba aquí y quise bajar a verla ¿Cómo está? - No la recordaba en absoluto. Era una muchacha elegante, de mirada soñadora y casi inocente. O eso se le antojó a la matriarca.

 

- ¿Ese elfo vago ya ha traído algo para almorzar? - su sonrisa casi se desdibujó del rostro, la chica parecía desconcertada. ¿Sería porque no era quien ella pensaba? ¿Habría sido demasiado brusca? ¿Demasiado amable? ¿Cómo era Mistify Malfoy en público? Deseo que su esposo estuviera allí, con tanta intensidad que la marca del anillo en la mano izquierda destelló. No lo notó, la alianza matrimonial en la que Crazy había echo engarzar una rara piedra azulada descansaba en la habitación de la pareja. Símbolo de su unión, el objeto tenía la cualidad de hacerle saber al otro en qué estado se encontraba. Con las palabras correctas incluso podían aparecerse en el lugar exacto en el que se encontraba la pareja. Eso, entre alguna otra propiedad oscura. Pero la esposa del Ministro de Magia no lo sabía, o mas bien, no lo recordaba.

 

Aferró la pasarela de piedra con la mano izquierda y alzó su mirada hacia Sagitas, fue una mirada suplicante, asustada. Por algún motivo se veía dada a confiar en ella. ¿Se habría equivocado con la mujer?

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En realidad —dijo a Russell, que acababa de llegar— yo soy la que se pregunta cómo es que tú sabes que la primera dama está aquí. Esa es información que sólo el Gabinete de Seguridad debe manejar. No todo el mundo debe saber dónde anda la familia presidencial, de otra forma se tumbaría el sistema —alegó.

 

Y era cierto. De hecho empezó a preocupar a Alicia el cómo es que más de una persona, aparte de ella, sabía dónde andaba la primera dama de buenas a primeras, parecía abuso de rol (WTH xDD). Sin duda había mucho entretelón en todo aquello, y pensó que luego de salir de aquel problema se dedicaría a poner las cosas en orden, pues no podía correr más riesgos como ese.

 

Se había detenido un segundo antes de cruzar la puerta cuando él la alcanzó. A diferencia de ella, Russell no parecía haber tenido un viaje dificultoso para llegar allí. Cuando le habló luego, reclamó el no haber sido informado, lo que extrañó a la bandida.

 

¿De qué hablas? Yo ni siquiera sabía que habías regresado de tus vacaciones, llevo varias horas sin descansar persiguiendo a esta mujer y nadie me dijo que habías vuelto, ni que estabas tomando ya cartas en el asunto con respecto a estas tontas publicaciones de El Profeta. De todas formas si quieres saber el paradero del Ministro, la primera dama o los Wizengamot, debes solicitármelo, no esperar a que te de la información que es tan delicada. Pero en fin, dudo que la Primera Dama en estos momentos se encuentre en condiciones de declarar, ha perdido la memoria y sólo agravará las cosas si alguien logra entrevistarla. Te sugiero que mantengas al margen a los reporteros hasta que ella se recupere, o si prefieres hacer las declaraciones con otro miembro del tribunal, puedes decírmelo.

 

Ante la sugerencia de Russell, Alicia se encogió de hombros y le siguió por el camino de las escaleras. Avanzaron en silencio por unos momentos en los que Alicia le echó miradas furtivas. ¿Qué le había sucedido? Hacía meses que se había esfumado sin decir nada, incluso pareciendo olvidar que compartían un negocio (y por tanto las ganancias) o que habían pasado gloriosos momentos como compañeros. Quizá al abandonar el lado oscuro también había abandonado todos aquellos recuerdos, lo cual Alicia lamentó, pues siempre le había visto como un elemento valioso.

 

Pero, ¡¿qué diablos...?! —se llevó las manos a la cabeza (como tantas veces ese día).

 

Apenas habían ingresado en la habitación, una figura se deslizó para ocultarse. Sin duda alguna, se trataba de Mistify. Alicia apretó los labios y quiso volver a gritar (aquella mujer tenía una facultad especial para hacerle gritar), pero notó que no estaban solos. Aparte de Russell y Misty, había una extraña mujer que Alicia reconoció de inmediato, pues habían trabajado juntas por largo tiempo.

 

¿Potter Blue? ¿Qué está haciendo aquí? No me diga que...

 

Pero no terminó la frase pues la Primera Dama pareció tomar nuevos aires y se deslizó por en medio de Alicia y Russell, ignorándolos e intentando imponer presencia, dirigiéndose amablemente hacia Sagitas. Alicia se desconcertó, pues pensó que en su sano juicio, Misty no se pondría en ese plan.

 

Por un momento quedó boquiabierta observando a las mujeres con incredulidad. Russell permaneció cerca pero su expresión era un tanto diferente. Alicia se aclaró la garganta para hacerse notar y avanzó algunos pasos hacia Mistify.

 

Señora Malfoy, por favor... —dijo abriendo los brazos indignada, y luego serenó el rostro—. Creí que no hacía falta, pero veo que tendré que presentarme y aclararle bien algo. Mi nombre es Alicia Spinnet y trabajo en el Gabinete de Seguridad del Ministerio. Me encargo de la seguridad del Ministro, su esposo, así como la suya, la de los miembros del Wizengamot y de coordinar la seguridad en todo el Ministerio. Si aún guarda recelos le sugiero que indague, incluso la señora Potter Blue o el señor Rider, acá presentes, podrían dar fe de mi palabra.

 

»Gracias a su repentina y aún inexplicada pérdida de memoria, es que le he venido siguiendo para llevarla a San Mungo. San Mungo es el hospital donde le atenderán y le ayudarán a recuperar sus recuerdos, y así se evitará de todos los problemas que ha tenido en el transcurso del día. No tengo la más mínima intención de hacerle daño (al menos mientras estoy de servicio —murmuró más para sí—), porque es mi obligación asegurarme de su bienestar, así que de una vez por todas, ¡colabore, señora Malfoy! —concluyó exasperada.

 

Avanzó unos pasos más hacia ella, con la intención de tenderle el brazo y desaparecer de allí.


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Sopesó la idea de informar a Alicia sobre cómo había ido a saber el paradero de la Malfoy. Sospechaba que Ishaya tendría que responder demasiadas preguntas si le comentaba que había sido él, mediante una nota, quien le había informado del local respondiendo al pedido personal del Rider… Que justo, para coincidencias del destino, se trataba de una propiedad de Mackenzie, hija de la malaventurada. Hablarían de ello más luego, cuando pudiesen relevar el asunto una vez todo bajo control, intimar en detalles y evaluar qué puntos habían estado bien; y cuáles no.

 

- Doy fe de las palabras de Alicia, Madame –informó Russell, volviendo a la realidad de aquél instante- , aunque a decir verdad, a mí no me parece que la señora tenga que ir a ningún hospital… ¿Me engaño o acaso no parece más saludable que nunca? –agregó, observando detenidamente la deslumbrante figura de la bruja, coronada con unos labios que se inclinaban a una sonrisa y unos ojos radiantes de vida… Era como si hubiese vuelto a apreciar todas las razones para vivir, como si volviese a nacer en aquél mundo- ¿Así que por qué no nos tomamos un té aquí, y vemos qué tenemos que resolver?

 

Fué en ese instante en el que el mago observó la mirada suplicante en los ojos de quien habían estado buscando. Reconoció que, por más fuerte que pareciese su temple, tal vez era verdad que necesitaba de ayuda. Sin embargo, ¿Cómo ayudar a alguien que no quiere ayuda de nadie, que cree que está bien por su cuenta, o que necesita solamente a una persona para volver a la vida? Además, no entendía el papel de la Potter Blue en todo aquello… De alguna manera siempre parecía estar en el lugar indicado, en el momento indicado, ¿O la había llamado Mistify a su socorro?

 

- Dios, me olvidé de presentarme… Creo que me perdí en mis pensamientos nuevamente, se me está haciendo costumbre últimamente, y no quiero ahondar en malos hábitos –comentó, ahogando una risa que se le escaba de su boca- . Soy Russell Rider, Jefe de Prensa y Protocolo… Y me encargo de que usted, su marido, y varias personas más tengan una buena imagen pública básicamente. Ahora, sé que podrá parecerle un disparate tener que ocuparse de esto ahora, pero le aseguro que es más importante de lo que cualquier persona puede llegar a creer.

 

>> Alicia, si tienes los mismos ojos que yo, verás que lo que Mistify necesita no es ir al hospital; sino que alguien que le explique bien las cosas. Su salud no está tan mal, ¿Es así señorita Malfoy? Tal vez podríamos hacer que algún sanador la examine aquí, para que haga un diagnostico... Aunque la verdad, todo depende de lo que ella quiera, si no desea ser atendida, entonces no podemos forzarla a que lo haga. Por eso, tomemos un té, bajemos las revoluciones y hablemos del tema… Sagitas, ¿Quieres tener algunos minutos a solas con ella mientras asentamos las cosas? No sé que tendrán que hablar, pero si es necesario…

 

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Demasiado deprisa, todo iba demasiado deprisa...

 

Demasiado inconcreto, todo era demasiado inconcreto en las palabras de todos.

 

Demasiado... ¡Jo, todo era muy raro! Lo que sucedía en ese momento en aquel tramo entre el recibidor y las escaleras del hotel de Mackenzie Malfoy. Pero si algo tenía era mi intuición, la que me dictaba un camino a seguir cuando no entendía nada o cuando la situación se salía del guión marcado. Era la que me salvaba cuando una criatura del Circo hacía algo que no concernía en un número y ponía en peligro al staff o al público.

 

Y fue esa intuición la que mi hizo actuar de una forma que no hubiera previsto nunca.

 

-- Lady Malfoy... Estoy... encantada de verle y comentar con usted las travesuras de Ithilion -- avancé unos pasos, con mirada sonriente y confiada. -- El elfo ha dejado un servicio de té encima de la mesa. Me temo que si no pasamos pronto tal vez... se nos enfríe.

 

Con la mano derecha hice un ademán hacia la sala que acababa de abandonar y me hice discretamente a un lado para dejarle hueco para que entrara en ella. Mi mirada cambió ahora hacia la mujer que conocía ya que había sido mi jefa durante un tiempo. Su voz estaba siendo dura y agria, como la había visto en aquel tiempo. Mantuve mi sonrisa a pesar de que notaba su enfado y su voz mandataria pedía, exigía, a la Primera Dama a que volviera con ella.

 

Después miré a Russell. Sus ojos me confirmaron que en cierta manera había visto el desasosiego en ella y pareció autorizarme a quedarme con ella a solas. No sabía bien qué podría hacer yo que no pudieran hacer la Jefa de Seguridad o el Jefe del Gabinete de Prensa.

 

-- Buenas, Srta. Spinnet, no esperaba verla aquí. Y sí, Russell, gracias por entenderlo. Si nos dan unos minutos... Misty y yo tenemos que hablar de detalles íntimos. Somos amigas y os ruego nos permitáis cinco minutos para hablar de la familia. Si nos disculpáis...

 

Noté sorpresa en la cara de ellos. ¿Tanto se notaba mi mentira? Pero no les di tiempo a protestar y giré mi cuerpo para encararme con la perdida mirada de la Primera Dama.

 

-- Mist, ¿conseguiste que aquel elfo arreglara la mancha en el vestido rojo? Recuerdo que te llevaste un gran sofocón cuando se te cayó el borgoña encima...

 

Y mientras hablaba le puse la mano en la espalda y la empujé ligeramente hacia el interior. Tras cruzar el dintel cerré suavemente la puerta. Inmediatamente quité la mano de su espalda.

 

-- Perdone mi atrevimiento, Lady Malfoy. No era mi intención excederme en mis palabras ni hacerle creer que somos íntimas. Pero creí entender que necesitaba mi ayuda -- le pedí disculpas también con la mirada.

 

Me apoyé en la puerta, como si con ese gesto inútil pudiera impedir que los de fuera, sobre todo Alicia, entraran en la habitación.

 

-- No creo que les haya detenido mucho tiempo. ¿Qué necesita de mí? ¿Qué quiere que haga?

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Suspiró ante las palabras de los funcionarios. Quizás tenían razón y en ese lugar podrían hacer algo por ayudarla a recuperarse, pero... ¿y si veían el tatuaje de su antebrazo? Eso era algo de los mortífagos, algo que debía permanecer oculto, que muchos magos y brujas no veían con buenos ojos. No tenía idea de cómo, pero recordaba eso. Había regresado a su memoria junto con otras partes sueltas de su vida pasada.

 

Siguió a la muchacha. Era realmente agradable, le inspiraba confianza. ¿Sería uno de sus mortífagos? ¿Cómo sabría cuando estuviera con alguno de ellos? ¿Se lo dirían?

 

Su porte altivo se relajó en cuando Sagitas cerró la puerta.

 

- Gracias - se dejó caer en uno de los sillones. El cabello rubio se deslizó sobre el rostro afilado que las manos cubrieron segundos después. - Solo quiero regresar con mi esposo y ver a Mackenzie - apenas murmuró - ¿Es tanto pedir que me dejen en paz? - alzó la mirada, un océano de emociones la embargaba - Solo quiero tranquilidad, estar con mi familia ¿Porqué debo ir con gente rara que no conozco, que ni siquiera me inspiran confianza? -

 

Se puso de pie. La túnica esmeralda envolvió sus piernas al rozar la pequeña mesa en donde el elfo había dejado unas bandejas con refresco y unos bocaditos de colores suaves. Cuando nuevamente miró a Sagitas la expresión de dolor había desaparecido, solo se podía leer una fuerte determinación.

 

- ¿Sabes como desaparecerte? - le preguntó volviendo sus ojos hacia la puerta temiendo por un instante que el mago y la bruja la abrieran - ¿Podrías llevarme con él? ¿O con Mackenzie? ¿Sabes como llegar al Ministerio de Magia? - se acercó a la Potter Blue - Te prometo lo que quieras, lo que sea, si me sacas de aquí -

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Salir del Ministerio sin ser vistos no había sido taréa fácil, pero Mackenzie estaba segura de que nadie los había podido seguir o rastrear. Cuando había creado su nueva oficina, no se había olvidado de dotarla de un par de recursos para situaciones complicadas. Entre ellos, un pasadizo secreto en el que la magia no podía ser rastreada y que sólo se abría con su propia moneda de Wizengamot. Nadie más podía atraversarlo, pero a ella le servía para tener una comunicación con el exterior, exenta de los controles ministeriales y muy útil en casos de emergencia. Además, acababa de añadirle un encantamiento adicional. Nadie que lo hubiera atravesado recordaría haberlo hecho.

 

Alfred todavía se sentía un poco aturdido, por lo que podía apreciar la bruja. Suponía que trataba infructuosamente de rellenar el pequeño hueco en su memoria.

 

- ¡Vamos Alfred! -Le apremió la joven- No sé porqué hemos tenido que aparecernos a esta distancia del Parque.

 

El mago había preferido ser previsor y evitar aparecerse tan cerca que no tuvieran tiempo de reaccionar ante cualquier imprevisto. Confiaba en que Sagitas hubiera podido estar al tanto de Mistify, pero no sabían dónde se encontrarían en aquellos momentos. Era mejor informarse de la situacíón antes de acceder al Parque. Mackenzie no tardó en comprobar que tenía razón.

 

Turku, el elfo del Parque se apareció junto a ellos jadeante.

 

- Ama Mackenzie, amo Alfred -inclinó varias veces la cabeza en señal de respeto, mientras hablaba de forma atropellada- funcionarios, hay funcionarios del Ministerio en High Flights. Turku no los dejo entrar. Ellos no han pedido permiso a Turku, no señor, ni siquiera han saludado.

 

- ¿Funcionarios? -Mackenzie se alarmó y miró al elfo, que asentía con la cabeza, tratando de obtener algo más de información.

 

- ¿Han dicho que quieren? -Preguntó Alfred.

 

- No, amo. Ellos no le han dicho nada a Turku. Turku no sabe, aunque los ha visto hablando con las señoras y ellas se han metido en la salita. A las señoras no parecen gustarles esas personas del Ministerio.

 

- Si nos aparecemos allí, los funcionarios tendrán medios para rastrearnos. Por las cuadras. ¿Lo recuerdas, Mack?

 

La bruja asintió despacio y echó a correr detrás de Alfred, igual que habían hecho tantas veces de niños. Por entonces, cuando el Parque era una reserva natural en un paraje perdido de las Highlands, el castillo había sido tan sólo una fortaleza medieval en ruinas. El padre de Alfred era el guardabosques y su familia atendía a los ocasionales visitantes de la reserva y se encargaba de vigilar la zona y las criaturas que en ella vivían. Alfred había nacido allí y su padre había nacido allí, así como el padre de su padre y casi todos sus antepasados. Conocían las viejas historias, las leyendas escocesas que habían sido trasmitidas de padres a hijos, generación por generación.

 

Una de esas leyendas hablaba de una gran guerra entre dos clanes enemigos. Los MacDougalls habían sido sitiados en la fortaleza por los MacEwen. Cuando creían que tendrían que rendirla al enemigo, un mago se apareció en el castillo y les ofreció construir unos pasadizos que los llevarían fuera de la fortaleza salvando el cerco enemigo, a un lugar desde el que podrían atacar su retaguardia y pillarlos desprevenidos. Mackenzie y Alfred habían inventado mil historias acerca de lo que los MacDougalls le habrían dado al mago como recompensa por salvar la plaza. Un día decidieron emprender la búsqueda de aquellos pasadizos que, según decía Alfred, su familia afirmaba que debían de seguir existiendo, aunque nadie había sido capaz de localizarlos.

 

Y los encontraron. Les costó varios intentos durante un caluroso verano, pero finalmente dieron con un laberinto de pasadizos subterraneos que partía de las cuadras y llegaba hasta las principales estancias del castillo. Por supuesto, cuando Mackenzie transformó las ruinas medievales en el hotel que eran ahora, había dejado aquellos pasadizos intactos. Siempre venía bien tener a mano una salida de emergencia. O, como en este caso, una entrada.

 

La bruja sonrió al introducirse, después de tantos años, en aquel laberinto de pasadizos subterraneos. Después de todo, Alfred debería haber adivinado la forma que ella había utilizado para salir del Ministerio.

 

Alfred pronunció un conjuro que sólo ambos conocían y una trampilla se abrió, silenciosamente, junto a la chimenea de la sala de estar en la que se encontraban Sagitas y Mistify. Fue un alivio para Mackenzie ver que su madre estaba bien y, aparentemente, a salvo de los entrometidos funcionarios. Mientras Alfred pronunciaba varios encantamientos para proteger la estancia de escuchas indiscritas y de apariciones indeseadas, ella corrió hacia su madre y la estrechó en sus brazos.

 

-¡Mamá! -La besó en la frente y en las mejillas mientras la abrazaba. -Estaba tan preocupada. ¿Qué ha pasado?

 

Viendo a su madre allí, sana y salva, y tan bella como siempre, a Mackenzie se le olvidaron sus preocupaciones. Unas horas antes, su mente había estado enfrascada en sus propios problemas y en urdir un plan que le permitiera librarse de cierto inconveniente. Pero ahora ya no le importaba. Lo primero era su madre.

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firma
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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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Vale, ahora sí que estaba sorprendida. Si irse con él era ir a ver a Crazy Malfoy..., sabía que no podía llegar a él. ¿Cómo iba a entrar en el Despacho del Primer Ministro si eso era imposible? Y sobre Mackenzie... Bueno, era la Viceprimerministro o Vicepresidenta, o Vicealgo... también de las plantas superiores, así que también tenía el acceso vedado... La había visto hacía poco pero... casualidades son pocas y era poco probable que volviera suceder que tropezaran en Londres...

 

-- Sí, Lady Misty -- mi mirada se dirigió hacia la puerta, por donde llegaban ya algunos rumores y golpecitos suaves de atención. -- Se aparecerme , eso lo aprobé cuando estuve en la Academia. Y Usted también , aunque parece haberlo olvidado. No estoy segura qué usan ustedes, los de Wizengamot. Se rumorea que tienen un objeto mágico que les permite aparecerse dentro. El resto tenemos que usar otros métodos para entrar.

 

Sospesó la posibilidad de meter a la Primera Dama por los lavabos. Pero no estaba segura que no hubiera una huelga o algo que mostrara aquellos habitáculos todos sucios. No, no...

 

-- Usaremos la entrada para invitados, es más... interesante... Mire, Lady Malfoy, yo la llevo, pero vamos a estar a la vista de los muggles durante un par de calles. Me ha de prometer comportarse con propiedad. No, no quiero decir que no sepa hacerlo sino que los muggles no han de saber nunca que somos magos, ni imaginárselo; ha de comportarse como si fuera una de ellos.

 

Ella fijó sus ojos en mí y la vi decidida a irse. Proseguí.

 

-- Mire que soy Profa de Estudios Muggles, que si rompemos el Secreto Super Secreto de la Magia ante ellos mi varapalo será doble, capaz que me quedo sin empleo en la Academia... Así que usted me da la mano y se comporta como si no pasara nada. A ver...

 

Ojeé su ropa elegante. Sí, bueno, destacaría un poco en las calles muggles pero tampoco demasiado, además de que por las horas que eran seguro que no había tantos muggles en ellas.

 

-- Vale, usted tranquila. Respire hondo que a la de tres desaparecemos y nos apareceremos enteritas y sin que nos pase nada. Ya verá qué fácil es, será un tironcito de nada y allá que estaremos cerca de su esposo y su hija. Pero me preocupa que allá todos le conocen y le intentarán retener en cuanto pongamos un pie en el Atrio... ¿Ha pensado en la posibilidad de ponerse un disfraz o prefiere arriesgarse?

 

Y al sentir los golpes, cada vez más fuertes, en la puerta que nos separaba de Russell y de Alicia Spinnet, y tras el apretón de manos y el respingo de ella, murmuré:

 

-- Lo pensamos más tarde. Uno... Dos... Y... ¡¡Ayyy!!

 

Me pilló de improvisto la exclamación de alegría de una mujer en la chimenea. Y no podía arriesgarme a desaparecerme así, capaz que me dejaba media dama aquí y media agarrada del brazo. Una departición no es agradable.

 

Y Lady Misty me soltó y se dejó abrazar por una chica muy preocupada, a la que reconocí como Mackenzie Malfoy. Sonreí, algo aturdida, porque había estado a punto de llevarme a su madre.

 

-- Bien... Bueno...-- le comenté al Sr. Alfred, quien estaba reforzando la magia de aquel lugar. -- Esto... ¡Ay, vaya! Fíjate , me dejaba el bolso en el suelo, qué despistada...

 

Y me alejé para recogerlo, dejándole más espacio a ambas. Al fin y al cabo eran familia.

Editado por Sagitas Ericen Potter Blue

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- ¿Soy solamente yo, o tú también tienes la sensación de que nos están tomando el pelo? –inquirió Russell, analizando con la mirada a Alicia, a tan solo unos pasos de distancia de él con extraña mirada en sus ojos- Entiendo que haya perdido la memoria… ¿Pero acaso se sabe cómo? Porque, que yo sepa, las personas no pierden la memoria de un día para el otro. ¿Crees que habrá sido alguna poción? O tal vez el abuso de alguna de ellas, leí en el catalogo de la Tienda Ministerial que hay algunas que tienen efectos secundarios si se utilizan demasiado; como la de dormir, puedes terminar quedándote dormido todo el tiempo.

 

Mientras más lo pensaba y rodeaban los pensamientos en su cabeza, menos se explicaba cómo era que todo aquello podía llegar a pasar. Y, para sumatoria de todas las cosas que parecían estar sucediendo a su alrededor, Mistify prefería tomar un té con Sagitas a que atender los asuntos que la concernían. Apostaba a que la antigua, la “original”, no hubiese delegado tales asuntos para después. Pero la “nueva” Mistify Malfoy era, a fin de cuentas, otra persona en el cuerpo de la antigua, ¿Acaso podría, alguna vez, ser la misma? ¿Acaso quería volver a ser la misma, o no?

 

- Discúlpame, pero sinceramente me lleno de dudas. Sé que no es parte de mi trabajo cuestionar las cosas, sino que hacerlas ver como maravillas del bosque; pero necesito que me colaboren para poder lograrlo. Las maravillas no crecen en los árboles, ni tampoco las razones, excusas o lo que sea que pueda presentar ante la prensa para acabar con toda este asunto. Mientras ellas cotillean de sus diseñadores las cartas y papeles se apilan en mi oficina, esperando una respuesta que, por lo que puedo sonsacar de todo esto, difícilmente llegue algún día. Y, para colmo, sin Director del Departamento que pueda decirme qué hacer, si hago lo que creo que debo, o no.

 

El Rider estaba en aquél momento en el que no era el resto quien necesitaba respuestas, sino que él mismo. Sabía, casi con toda seguridad, que le costaría conseguirlas por el momento. Pero podía esperar, tarde o temprano tendría sus respuestas. Quienes no podían esperar estaban volando como buitres alrededor de ellos, buscando algún pedazo de carroña del que agarrarse y darse un festín. Y aquello sí que era algo que no se podía permitir. La cuestión rondaba ahora en si seguía su instinto o no, si las consecuencias de tomar, de una vez por todas, las manos en el asunto serían costeables o no.

 

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Pese a la insistencia y los continuos golpes que le daba a la puerta para apresurar a las mujeres, no respondieron favorablemente. Alicia no recordaba haber maldecido tantas veces en un sólo día. Estaba a punto de proferir palabras altisonantes, de no haber sido por Russell que llamó su atención a otros asuntos que no fueran su malhumor.

 

Sinceramente, estoy ya harta de esto —comentó bajando los brazos cuando él manifestó que parecía que les tomaban el pelo—. Si prefiere esperar a recuperar la normalidad de esta manera, allá ella —se alejó de la puerta con porte orgulloso y apretando los ojos unos instantes con furia antes de continuar hablando a su colega—. Soy desmemorizadora de profesión, he lidiado con esto en algunas ocasiones y, en este caso, me parece que sí se necesita ayuda médica, por eso es que insisto tanto —dio unos pasos en círculos—. Una poción... no lo creo, y el cómo, al menos yo, no lo sé de momento, pero eso algo que puede averiguarse si la mujer se estuviera quieta y se dejara atender por especialistas y no por familiares.

 

Echó una larga mirada a la puerta, arrugando el ceño y envuelta en cavilaciones, pero aunque los minutos pasaban, la esperanza de que la puerta se abriera se hacía cada vez más remota. Le pareció escuchar ruidos dentro, y las ganas de plantarle una patada para entrar crecían. Pero ya no estaba dispuesta a jugar aquel juego.

 

Comprendo tu punto —continuó al escuchar las preocupaciones de Russell—. Esta gente de la prensa no va a parar, siempre quieren más y más, y lo que no lo tienen lo inventan, los muy desgraciados. De momento vamos a tener que mantenerlos a raya, no podemos permitirles una declaración por parte de la primera dama en semejante situación, eso sólo pondría en aprietos la imagen de la familia presidencial, aún más de lo que ya tiene. Mientras esta mujer no se cure, y mientras se mantenga en este plan... muy poco se puede hacer —dirigió una agresiva mirada a la puerta, dio un par de zancadas para ponerse muy cerca y luego elevó la voz para hacerse audible al otro lado—. Señora Malfoy: ¡Haga lo que se le de la gana! Yo ya le advertí, ¡deje así!

 

Metió la mano al bolsillo y extrajo una moneda que traía el emblema del Wizengamot, la cual apretó con firmeza. Era la que recogió del suelo de la oficina del Ministro, cuando Mistify había aparecido desnuda.

 

Que agradezca que soy yo la jefa de seguridad. Nos vemos en la oficina, Russell.

 

Y guardándola nuevamente, salió corriendo hacia la salida para buscar un lugar desde dónde desaparecer.


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