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Báleyr

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Todo lo publicado por Báleyr

  1. Báleyr

    Nigromancia

    Báleyr observaba en silencio el trabajo que llevaban a cabo sus nuevos pupilos. Dos de ellos, el más nuevo y el que llevaba más tiempo parecían haber desistido de seguir con aquello, pues no habían proseguido con lo que el Arcano les había solicitado. Aún así no era algo a lo cual darle muchas vueltas, la Nigromancia no era para todos, era totalmente consciente de ello. El silencio en el cual se había sumergido el ambiente sólo fue roto con una pregunta lanzada al aire por uno de ellos. ―¿Querrías tu saber lo sucedido? ¿Estarías preparado para afrontar su pasado? ―respondió con otra pregunta― Deben ser conscientes no sólo de las almas que forzarán a traer de regreso, sino de ustedes mismos, a fin de cuentas ustedes son quienes emplearán su propia magia para lograrlo. Y junto a ello, parte de su energía vital y mental. No entró más en detalles, la última oración dicha dejaba en claro a lo que se refería. En su lugar prefirió observar y evaluar lo que habían logrado hacer con los cuerpos. Habían hecho lo mejor posible dentro de sus posibilidades, excepto el muchacho, quien aún no se había atrevido a ponerse manos a la obra, tal vez por el dilema moral planteado anteriormente. Se limitó entonces a asentir con la cabeza a las dos mujeres para darles a entender que lo habían hecho bien. ―Una de las primeras civilizaciones de las que se tiene conocimiento empleó este tipo de magia fueron los egipcios a través de la momificación. Basados en la historia en la que Anubis, Isis y Neftis reconstruyeron el cuerpo de Osiris para revivirlo, los antiguos egipcios utilizaron el mismo método. A pesar de la creencia que se trataba de ritos de purificación para el cuerpo y, por ende, el alma, la verdad es que los magos de aquel entonces recurrieron a la nigromancia, con todo lo que ello implicaba. Hizo una breve pausa, moviendo la varita y haciendo aparecer doce objetos, de las cuales consistían todas en cuatro tipos: tres dagas, tres balanzas de oro, tres plumas y tres recipientes llenos de agua, a los cuales se encargó de repartir, asegurándose que todos tuvieran uno de estos objetos. ―Este paso sólo debe llevarse a cabo si se ha realizado una buena limpieza del cuerpo a utilizar, de otro modo resulta imposible. Aunque os advierto, incluso a un nigromante experimentado puede costarle la unión de cuerpo y alma, por lo que no espero que lo logren a la primera. Nuevamente silencio, esta vez para meditar brevemente al respecto. Ellos estaban listos a pesar de las dudas que en sus mentes circulaban. Todas y cada una serían respondidas una vez tuvieran su primer intento en traer de regreso al alma, sabiendo que fallarían. Todos fallaban, incluso él, en sus años mozos de joven e inexperto, había fallado. ―¿Han oído acerca del Libro de los Muertos? En él se relatan pasajes escritos por verdaderos Nigromantes. Allí se menciona un método para poder regresar el alma de sus respectivos cuerpos, pero para ello primero deben encontrarlas, y para eso deberán presenciar “El Juicio de Osiris”. En esta ocasión, ustedes tomarán el papel de Anubis, guardián de las necrópolis, de esa forma podrán moverse entre este plano y el otro. »Deberán, primero que nada, hechizar la daga con sus propias varitas, seguido de ello utilizarán en todo momento la daga. Dibujarán tres símbolos en el tórax de los cuerpos que encontraron: un cayado, una corona Atef y el cetro uas. Luego de ello, harán una incisión sobre el cuerpo para extraer el corazón. Lo lavarán en el recipiente con el agua, y por último lo colocarán en un extremo de la balanza, mientras que del otro lado irá la pluma. Y entonces… bueno, ustedes me dirán qué sucede después. Sonrió ligeramente. El Juicio de Osiris era algo distinto para cada persona que lo experimentara, podía impresionar como perturbar, todo dependía de lo que se presenciara y del tipo de mago que observara.
  2. Báleyr

    Nigromancia

    El Arcano estaba por responder a la muchacha en el momento justo en el que un hombrecito menudo, y de pronunciadas ojeras, entró en el perímetro en el que se encontraban sus aprendices, cada uno con su cadáver. Encontró un tanto erradas sus afirmaciones, pero decidió guardar silencio y dejarlo expresarse. Primero, porque se estaba preguntando quién sería y segundo, porque -sin decir una sola palabra- fue en busca de un cuerpo en imitación de los demás. Así que esperó a que se acomodase a la tarea de cargar con uno, antes de dirigir su atención a Catherine. — ¿Es posible? Sí. Tal como ha dicho nuestro recién llegado -de quien ignoro totalmente el motivo por el que está aquí, aunque asumiré que es por la "clase", como la ha llamado-, el cuerpo humano es un recipiente vacío. —no se molestó en esconder la irritación que le provocó que alguien llamara "clase de nigromancia" a lo que se hacía allí.— Una vasija que puede ser colmada con lo que a usted se le ocurra. Mas hay que tener mucho cuidado, llegados a este punto, pues aunque quieras bendecir cualquier otra alma con la vida, hay que tener en cuenta de que ésta no se quede a menos que lo desee. Baléyr ladeó la cabeza mientras observaba los escrutinios del nuevo aprendiz. Pudo ver que tomaba nota, así que fue acercándose poco a poco, al proseguir con el monólogo. — Lo que nos lleva a la siguiente pregunta. Déjeme que se la devuelva, ¿forzaría a un alma a volver al cruel mundo de los vivos? De no querer regresar con nosotros, debe ser por un fuerte motivo, ¿no le parece? Nuestro es el poder, eso seguro, ¿pero qué nos lleva a pensar en que podemos perturbar el descanso de un muerto a menos que éste así lo quiera? —se rascó la barba, mientras elegía sus siguientes palabras— Si forzamos a un alma a volver, pueden pasar dos cosas. La primera es que rechace el cuerpo que se le da, deteriorándolo por completo, de adentro hacia afuera. De ese modo se aseguraría de quedar sin 'vasija' y poder regresar a su descanso eterno. La segunda cosa que podría pasar, es que desgastemos nuestra propia esencia en nuestro intento por 'obligar' a que dicha alma se quede. Miró a cada uno de sus alumnos, para asegurarse de que estaba haciéndose entender. — De cualquier modo, perdemos. Ya sea en eficacia 'mágica', física o mental. Por eso pido a todos mis aprendices que utilicen su criterio, su juicio sensato, al momento de ejercer ésta habilidad. No todas son almas que desean regresar a ésta parte del mundo. Y no todas son almas que deberían hacerlo. Se acercó, entonces, al último muchacho y cruzó ambas manos a su espalda. — Dígame, ¿qué ha encontrado con éste cuerpo y qué haría para devolverlo a la vida?
  3. Ah, Baléyr tenía muchas ganas de ver cómo se las arreglaban sus alumnos en un mundo que estuviese totalmente fuera de su alcance. Donde sus habilidades incluso podrían ser mermadas por el poder de la Muerte, pues la curiosidad natural que los chicos mostraban también la había tenido él en algún momento de su juventud. Más, en ese entonces, contaba con la guía de un maestro. Y fue por esa razón que decidió sacar a ambos, antes de que sus pasos los perdieran. Además, si llegaban más allá de los límites de las habilidades del viejo Arcano, éste no tendría otra opción que dejarlos allí, pues correría el riesgo de atraer 'algo' más en caso de que intentase salvarlos. De modo que se quedó con su decisión primera y los contempló con una expresión enigmática. — Lo han hecho bien. —masculló, aunque sentía cierto alivio— Bastante, diría yo. Mas deben recordar que su prueba no termina aquí, apenas ha iniciado. Y depende ahora de ustedes, y sin mi guía, el llegar hasta el final del camino. Tocó los anillos que les había dado en un principio y selló el poder la habilidad de la Nigromancia en ellos, de modo que fuesen permanentes. — Felicidades, ahora son Nigromantes. —entrecerró los ojos para simular una mueca sonriente y, a continuación, les hizo a ambos un gesto con la mano, como para que retiraran.
  4. Báleyr

    Nigromancia

    Báleyr era un hombre de pocas palabras en la mayoría de las ocasiones, cuando era un tema que no le interesaba o cuando las palabras sobraban, por los hechos ser demasiado evidentes como para ensuciarlos con oraciones sin sentido. En aquella ocasión, no era el caso. El hombre posó los ojos en Catherine y escuchó en silencio sus argumentos, simplemente observándola. La chica no solo parecía confundida sino realmente interesada en entender el porqué y el principio de la Nigromancia brotó de ella casi sin que ella misma lo notara. Él por el contrario, aprovechó el momento para instruirla como era debido y aprovechó, también, las palabras de Nasha. El cuerpo inerte del infante no logró espantar al Arcano, ni provocarle arcadas o incluso pena, se limitó a mirar los daños que la mujer explicaba y asintió, como había hecho con Catherine, en señal de aprobación. Las dos estaban en lo cierto, sin embargo, una tenía un dilema distinto a la otra. Mientras que la primera se debatía entre lo que tenía que hacer y lo que quería saber, la otra parecía haber olvidado por completo lo que había ido a hacer a la clase. Y ambas posturas, en una cátedra como la que él impartía, eran correctas. Las invitó a entrar con un ademán despreocupado y a su vez, movió ambos cuerpos inertes al interior, posicionándolos uno al lado del otro pero a distancia suficiente para el trabajo. ―Si usted quiere o no ser justiciera de un muerto, no es de nuestra incumbencia ―respondió al fin, a Nasha―. Lo que ha venido es a descubrir cómo hacer que dicha alma regrese a este cuerpo y la pregunta es, ¿sabe cómo hacerlo? O, mejor enfocada, ¿haría que regrese en el mismo estado en el que murió? Siendo así, haría que muriese al momento de abrir los ojos. Con cierta parsimonia, se colocó entre ambos cuerpos y posó sus ojos en Catherine, quien había acudido a él en primer lugar y que aún así había quedado en segundo lugar en su respuesta, más que todo porque la suya era la que aplicaría a las dos y serviría, por tanto, como un cierre para ambas. ―En su caso, pregunta constantemente por qué. Pero, ¿cómo podría saberlo usted? ¿Cómo podría saberlo yo? La única persona capaz de saberlo, más allá del culpable, sea humano o sea la misma naturaleza, es la persona que yace en el suelo ahora mismo ―se tomó un minuto para que las dos reflexionaran y prosiguió―. Lo primero, con un muerto, es el muerto. El por qué, el culpable, todo eso pasa a segundo plano cuando tenemos un cuerpo. En su caso, si están bien conservados, es una ventaja. Pero, aunque fuera el caso, siempre hay que dedicarle tiempo a un cuerpo para decidir qué hacer a continuación... Detuvo la conversación puesto que Matt empezó a hablar. Si hablaba con él mismo, el Arcano aún así le permitió silencio. Pensar siempre era más sencillo cuando no había cuchicheos alrededor y menos si provenían del profesor en cuestión. Con una mirada de reojo, el Arcano confirmó que el muchacho había acertado en la mayoría de los daños que tenía su cuerpo y asintió, sin saber si este lo vería o no. Sin embargo, alzó la voz en lo siguiente que agregó para que los tres escuchasen y por ende, se pusieran en marcha. ―Limpiarán los cuerpos, extraerán todo aquello que pudiera seguir provocando que el cuerpo se dañe o descomponga y curarán las heridas. De adentro hacia afuera. Una vez acabado, nos preocuparemos por las almas. Tomen su tiempo.
  5. Báleyr

    Nigromancia

    Ciertamente aquella respuesta era la que más había escuchado a lo largo del tiempo entre quienes venían con la intención de aprender, o mejor dicho poseer la habilidad de la Nigromancia. No la cuestionaba, ni mucho menos, pues es parte de la naturaleza humana el desear ampliar los horizontes; no en todos claro está, pero al menos en una justa parte. Obtener conocimiento, simplemente aprender, era pie a otro trasfondo que muchas veces no deseaban admitir. Sin embargo la segunda muchacha respondió con una sinceridad que le resultó abrumadora ¿no era por eso también que en su totalidad acudían a por él? Siempre hay alguien, o algunos, a quienes se desea traer de vuelta pero es necesario que se comprenda que ese regreso tendrá un costo, uno bastante grande. Y además la Nigromancia abarca un sinfín de cosas más, no solo de revivir muertos se habla, pero eso lo verán durante lo que se podría llamar clase, a falta de una palabra más apropiada. ―Es una misión un poco complicada si ya no tiene un cuerpo al que regresar, aunque permíteme explicarte que para un Nigromante ese no es un impedimento aunque si requiere de un dominio mayor de la materia. ―Aclaró. Antes de que pueda añadir algo más una tercera persona se une tomándose la molestia de contestar también a la pregunta. Bien, no es un grupo del todo prometedor, pero ningún pupilo lo es al inicio para Báleyr es en el trascurso de la clase que va valorando o descartando mediante las acciones que logra apreciar quienes son aptos para una vinculación con algo tan oscuro y peligroso como lo es la Nigromancia. ―No soy de dar bienvenidas, así que acepten este pasar a mi lugar como una aceptación a enseñarles. Siganme, hay bastante que deben ver, escuchar y vivir... ―Volteó y les hizo una seña con la cabeza para que tomaran el mismo rumbo que él tomaba. A paso ni apresurado, ni sereno cruzó la habitación hasta llegar al otro límite de la cabaña que le pertenecía en la Universidad. Al abrir la puerta se puede observar un jardín bastante verdoso gracias a la estación pero bastante descuidado, resaltando más por lo segundo. ―Pueden caminar por allí y fisgonear entre las matas de arbustos. Se que tendrán preguntas, pero las responderé cuando regresen aquí. De lo que encuentren, asegúrense de revisarlo bien. Porque encontrarían un par de cadáveres cuya vida había sido quitada hacía poco por terceros o arrebatada por alguna enfermedad, quién sabe con lo que se iban a encontrar. Esperaba que pudieran determinar una causa de muerte a grandes rasgos, para pequeños necesitaban algo más de familiaridad. Esperaba también que tuviesen inquietudes. Los dejo partir, no sin antes recordarles que eran trabajos individuales. No todos aprendían a un mismo ritmo, y cada uno necesitaba comenzar a expandir su mente en el campo con sus propios conocimientos. Giró entonces hacia el interior de la cabaña nuevamente al lugar en donde había dejado a su otro alumno quien parecía haber concluido por fin su trabajo. Báleyr lo observó con detenimiento, no era necesario moverlo en demasía pues un cuerpo recién "sanado" es bastante frágil y proclive a destruirse en un pestañeo; le bastaba con lo que veía. Hay cosas que no pueden cambiarse en ese estado, el olor a putrefacción y la piel demacrada y marchita, pero salvo por eso parecía haber cumplido con el objetivo. ―Como puede comprobar este es un cuerpo "sanado" pero aún le falta algo de vital importancia que podría hacer que todo su esfuerzo quede en nada. Le falta un alma, y como comprenderá eso no es algo que encontremos a la vuelta de la esquina. Tengo una misión para usted, joven. ―Extendió su vara de cristal hacia el costado y la agitó de manera suave en círculos hasta crear un portal.―Del otro lado está el lugar donde las almas "descansan", alguna de ellas le pertenece a este cuerpo, o querrá venir a él. Le sugiero que sea cauteloso con a quien decide "revivir". ―Estaba clara cual sería su siguiente tarea.
  6. Báleyr se mantuvo siempre atento a lo que sucedía con ambos aprendices de Nigromante. Las pruebas que sorteaban, más que nada la manera, era eso lo siempre terminaba captando su atención. También se mantuvo sentado sobre las escalinatas, casi no se había movido en todo el período desde que ambos tomaron la barcaza a orillas del lago hasta que el primero logró llegar a la base de la pirámide donde se encontraba. No hubieron palabras de bienvenida para ninguno de los dos, pues hasta allí solo era la mitad del viaje y ahora vendría la más complicada; pero asintió con la cabeza a modo de darles a entender que era satisfactorio su arribo. El Arcano juntó las palmas de las manos a la altura del abdomen y recitó unas antiguas pero conocidas palabras por él, mismas que debía utilizar cuando algún alumno llegaba hasta esta instancia. Un ligero calor se apoderó de ambas extremidades mientras el vínculo de su propio anillo de Nigromante se hacía efectivo con los dos nuevos entre su palmas. Estiró la mano diestra para que tanto Aries como Emmet sacaran uno y los posicionaran en alguna falange. ―Estos anillos les permitirán ingresar en la pirámide para cumplir con su meta final. La historia dentro es incluso desconocida para mí, será propia de cada uno de ustedes, toda decisión que tomen será determinante para sellar o dejar ir la habilidad de la Nigromancia. Sean precavidos y usen todos sus recursos. No podía negar que algo de ansias sentía al ver qué le deparaba a cada uno, ya que lo que ellos viesen o viviesen allí dentro él lo vería también mediante la conexión de los anillos. ―Esta es la última prueba así como la última oportunidad de retractarse. ¿Desean continuar? De ser así entren y demuestrense así mismos lo que son capaces. ―Él los esperaría en el mismo sitio.
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    Nigromancia

    Los había despedido un poco apresurado, de Aries dudaba un poco hasta qué punto llegaría por poseer la habilidad. Quizás fuese capaz de hacer cualquier cosa y eso, en mayor o en menor medida, resultaba peligroso. Haughton parecía un poco más prudente, pero la prudencia en su totalidad no era muy buena compañera en situaciones de riesgo que implicaban a la Nigromancia. Sí, sí, era todo un lío con la habilidad. Al cabo, y porque la piedra ambarina sobre su mesa de pociones estaba parpadeando, supo que había gente en su puerta. Le intrigó el hecho de que no hayan entrado ya, considerando a los últimos alumnos que había tenido, que entraban como perro por su casa en busca de sus enseñanzas. Se quedó de pie, tratando de decidir si era propicio hacerles esperar un poco más. Mientras tanto, guardó los libros que había usado el muchacho que se descompuso mientras examinaba un cadáver. Limpio los calderos que había utilizado en unas cuantas pociones y sacudió su sombrero, que tenía rastros de polvo de su última excursión. Cuando abrió la puerta, se fijó primero en el muchacho pelirrojo. Sus ojos le recordaban de algo, aunque prefirió hacer la vista gorda en ese momento. Entonces se fijó en los desordenados bucles de la muchacha y ese rostro anguloso. Una pareja curiosa, pensaba Baléyr, tanto o más como los que ya habían pasado por allí. Hizo caso omiso al aura que emanaba la mujer, aunque por dentro moría por colocarla en la mesa de análisis y experimentos. ― ¿Sí? ―preguntó al cabo de un momento.― No tengo registro de nuevos alumnos y estoy a punto de ir de paseo. ¿Qué los trae por acá?
  8. Baléyr los esperaba al pie de la pirámide. Se había puesto la única túnica decente que tenía, pues una prueba no era poca cosa, y portaba su Vara de Cristal lista para ser utilizada, una vez más. El camino que habían recorrido sus alumnos hasta ese momento, no había sido nada fácil. El hecho de haberlos enviado a un plano astral en busca de una copia de su arma, tampoco había ayudado mucho. Pero esperaba, al menos, que les haya servido de lección con la habilidad. Ambos aprendices tendrían que cruzar el lago que bordeaba la isla en donde se encontraba la pirámide, ayudados de las barcas que los esperaban en las orillas. Una para cada uno pues, si bien habían hecho la clase juntos, la prueba de habilidad era bastante más personal que cualquier clase compartida. Por esa razón, tendrían que enfrentarse a la misma por separado. Sin varitas, sin amuletos, sin anillos de otra índole, más que el anillo que los esperaba en el interior de la barca. Un anillo que los mantendría unidos a la habilidad y, además, serviría como un medio de comunicación entre ellos y el viejo Baléyr. El lago estaba atestado de semi cadáveres que se levantarían apenas sintieran el movimiento en el agua, cuando ellos empezaran a cruzar. Más no podrían avanzar a menos que lograsen convencer a uno o dos de aquellos no-muertos, para que los ayudasen. Los cuerpos, por supuesto, se las apañarían para intentar, por todos los medios, hacerlos quedar en el fondo del lago, junto con ellos. Ya en la orilla, se toparían con la entrada de un laberinto cuyos obstáculos deberían sortear, con prudencia y con astucia. Para adentrarse a él, tendrían que pagar una cuota de sangre, pues el laberinto utilizaría sus conexiones sanguíneas, además, para que se perdieran dentro y no saliesen nunca. De ellos dependía salir ilesos de allí y llegar con el Arcano. Mas en su paso por aquellos caminos tan enredados, tendrían que enfrentarse al peor de sus temores. Sumado a eso, encontrarían un cadáver en el centro del laberinto, al que tendrían que analizar y encontrar la causa de muerte. Sólo de ese modo podrían llegar a Baléyr. El anciano los observaba, con gesto impasible, sentado sobre unas escalinatas. @ @@Emmet Haughton Gaunt
  9. Cuando por fin apareció la segunda alumna, la miró con aprehensión. Había calculado el tiempo justo en el que aparecería y, aún así, se sorprendió un poco al verla llegar. En las pruebas podrían encontrarse con un sinfín de situaciones, muchas de ellas llevaban a los aprendices a sus recuerdos más profundos y dolorosos, incluso a aquellos a los que, conscientemente, no tendrían acceso. Baléyr se había encontrado con una situación parecida en la montaña, y de cierta forma podía entender el por qué de la duda y alternativas limitadas de sus alumnos. Si el pudiese traer a su maestro de regreso... ― Sí, también puede hacer que te pierdas. ―sentenció el Arcano y fijó la vista en el suelo. Levantó su Vara de Cristal y golpeó el piso con ella, de modo que el siguiente escenario era la propia mazmorra del anciano. Todo se encontraba tal cual lo había dejado, pero sentía que le faltaba algo al ambiente. ― Ah, sí. ―murmuró y selló de forma permanente, la magia vinculada a la habilidad en el anillo de Rouvás.― Ya es una Nigromante. Espero que vayan por la vida sin ánimo alguno de hacerme quedar mal. ―les hizo un gesto con la mano, como si los estuviese echando.
  10. De alguna forma, y sin permitir revelarse, Baléyr se sentía satisfecho con la prueba realizada por su alumno. No le era indiferente el hecho de lo que había tenido que sacrificar para poder superarla, y aquello que le generaba dolor, sobre todo. El anciano se cuestionaba, minutos atrás, antes de que pasara lo que pasó, si Thomas podría llegar a mostrar fortaleza psíquica con la Nigromancia. ― Es dolor es parte de nosotros, señor Gryffindor. Es parte de lo que somos, es lo que, al fin y al cabo, determina quiénes somos. Depende de nuestro dolor, los caminos que elijamos. No podemos cambiarlo, no podemos eliminarlo. Necesitamos superarlo. ―el Arcano se rascó la barba, su aprendiz no lo había decepcionado del todo. Desvió por un segundo la mirada, hacia el portal, aún le faltaba la muchacha. Sin embargo, no podía detenerse allí hasta que Athena no saliera por sus propios medios. No podía intervenir a menos que viese que la vida de su alumna corría peligro. Bueno, y hasta en ese caso tenía sus propios límites. ― Lo felicito. ―dijo al fin e hizo un movimiento con su mano, vinculando definitivamente el anillo de habilidad con Gryffindor.― Ya es un Nigromante. Y se quedó vigilando el portal, a la espera de Rouvás.
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    El anciano sintió movimiento nuevamente en la primera sala, de donde habían desaparecido sus dos primeros alumnos. Eso sólo podría significar dos cosas: éxito o fracaso. Siempre era alguna de las cosas, como el blanco o negro. No podía existir el gris, el tono intermedio de la vida era una utopía. Al menos, en los años que llevaba como Nigromante, cada paso te inclinaba hacia algún lado de la balanza y el equilibrio que, se suponía querías mantener, se iba al muelle. Contempló con curiosidad al muchacho que tenía frente a sí, quizás porque el aspecto de su rostro no era el mejor y la descompostura que le estuviese afectando le impedía responder al viejo Baléyr. ¿Qué podría hacer en esas situaciones? Nada más que enviarlo a casa, que se recupere y que regrese cuando tenga un estómago más duro. Así pues, materializó su Vara de Cristal y, con ella, hizo desaparecer a Ishaya de su mazmorra, fuera del perímetro de la Universidad. Cuando salió hacia la pequeña sala, se encontró con la figura del más joven. Baléyr vio la Vara de Cristal en sus manos y luego le dirigió una rápida mirada a la que tenía Aries, se acercó con cautela, no daba la impresión de que el chico la usaría en su contra, pero el Arcano había aprendido a ser bastante desconfiado con esos temas. Lo cierto era que, aunque quisiese, el Ivashkov no podía hacerle nada. Aquella vara era sólo una copia. ― Vives. ―no era una pregunta, ni siquiera era una palabra dirigida directamente a su alumno. Más bien era una confirmación de lo que acababa de ver a través de él. Si su presencia suponía otro tipo de "vida", tendría que matarlo.― Eso quiere decir que, es posible, estés listo. ¿Estás listo para tu prueba? ―inquirió mientras ladeaba la cabeza y se dio cuenta de que le faltaba un aprendiz. Podría haberle preguntado por el joven Haughton. Podría haberle hecho los cuestionamientos de rigor que, se supone, tendría que hacer cualquier maestro preocupado por su alumno. Podría haber dicho algo más, pero decidió que no era el momento. Además, usaría su propia vara para asegurarse de que Emmet no se hubiera extraviado en el plano astral al que lo obligó ir. << Alguien lo está llamando. >> pensó, cuando usó la vinculación de la habilidad con ese otro mundo.<< Te están llamando. >> esa vez le habló al propio Emmet.<< Tuya es la decisión: Escuchar o no escuchar. Seguir o detenerte. Creer o dudar. Tuya es la opción: Llamar o ser llamado. Cuando lo tengas resuelto, háblame. Cuando confíes, vuelve. >>
  12. El Arcano asintió a la llegada del primero de sus alumnos y murmuró un pequeño cántico con las palmas juntas, a la altura del ombligo. Notó las manos ligeramente calientes, el vínculo que había creado entre su propio anillo y los que tenía en las manos, había sido efectivo. Ahora sólo restaba entregarle a cada uno, una copia. Al cabo, se percató de la llegada de la segunda, la muchacha parecía más insegura que Thomas, pero decidió guardarse el comentario de momento, hasta que terminara con el pequeño ritual que había empezado con los anillos. Cambió los de la barca con los nuevos y se los entregó. ― Con estos nuevos anillos podrán entrar a la pirámide y cruzar el portal a su propia historia. Pero tengan cuidado, la puerta que decidan cruzar será determinante en esta parte de la prueba. Las decisiones que tomen allí, serán la razón y el argumento a favor o en contra, en cuanto a la resolución de su vinculación absoluta con la habilidad. Los miró con las ansias reflejada en su azul mirada. No tenía prisa por enviarlos a morir, o a vivir, lo que ocurriera primero. Quizás estaba esperando demasiado y saldrían de allí con menos consciencia de la que eran dueños antes de entrar. De cualquier modo, ¿cuánto podría alargar ese momento? ― Les preguntaré una vez más. ¿Están seguros de continuar con esta prueba? ―inquirió con suma calma― Si es así, entren. Yo estaré aquí para cuando regresen. ―<< O quizás no.>> Quiso agregar, mas se calló.
  13. Baléyr los esperaba al pie de la pirámide. Se había puesto la única túnica decente que tenía, pues una prueba no era poca cosa, y portaba su vara de cristal lista para ser utilizada, una vez más. El camino que habían sus alumnos hasta ese momento, no había sido nada fácil y los había hecho tropezarse con muchos baches. Sin embargo, era momento de que se probaran a sí mismos de que realmente merecían ser llamados Nigromantes. Ambos aprendices tendrían que cruzar el lago que bordeaba la isla en donde se encontraba la pirámide, ayudados de las barcas que los esperaban en las orillas. Una para cada uno pues, si bien habían hecho la clase juntos, la prueba de habilidad era bastante más personal que cualquier clase compartida. Por esa razón, tendrían que enfrentarse a la misma por separado. Sin varitas, sin amuletos, sin anillos de otra índole, más que el anillo que los esperaba en el interior de la barca. Un anillo que los mantendría unidos a la habilidad y, además, serviría como un medio de comunicación entre ellos y el viejo Baléyr. El lago estaba atestado de semi cadáveres que se levantarían apenas sintieran el movimiento en el agua, cuando ellos empezaran a cruzar. Más no podrían avanzar a menos que lograsen convencer a uno o dos de aquellos no-muertos, para que los ayudasen. Los cuerpos, por supuesto, se las apañarían para intentar, por todos los medios, hacerlos quedar en el fondo del lago, junto con ellos. Ya en la orilla, se toparían con la entrada de un laberinto cuyos obstáculos deberían sortear, con prudencia y con astucia. Para adentrarse a él, tendrían que pagar una cuota de sangre, pues el laberinto utilizaría sus conexiones sanguíneas, además, para que se perdieran dentro y no saliesen nunca. De ellos dependía salir ilesos de allí y llegar con el Arcano. Mas de camino dentro de aquellos caminos tan enredados, tendrían que enfrentarse al peor de sus temores. Sumado a eso, encontrarían un cadáver en el centro del laberinto, al que tendrían que analizar y encontrar la causa de muerte. Sólo de ese modo podrían llegar a Baléyr. El anciano los observaba, con gesto impasible, sentado sobre unas escalinatas. @@Thomas E. Gryffindor @@Athena Rouvás
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    En la mazmorra Baléyr observó a su nuevo aprendiz con un gesto de curiosidad en el semblante. Casi todos llegaban allí con sus propios motivos personales y tuvo que reconocer que, el hecho de que el Triviani se ofreciese por el mero hecho de tener en su poder aquella habilidad y el conocimiento que brindaba, le sorprendió un poco. Aún así, guardó la compostura y se paró frente al chico, con el cadáver entre ellos. ― Muy, bien. El conocimiento gusto del conocimiento puede ser una buena razón. ―mintió. En realidad, todas eran buenas razones para obtener su habilidad. Es que el Arcano era bastante orgulloso con su cátedra y le daba gusto ver a tanta gente por allí. Ya si ellos aprendían algo o no, lo vería con el pasar del tiempo. En eso pensaba, cuando se le ocurrió echarle un vistazo al avance de Aries y Emmet. Aún nada. ― Volvamos al cuerpo. ―ladeó ligeramente la cabeza y contempló al fallecido― Me has hablado de la maldición asesina. ―enarcó una ceja― Pero me gustaría saber el por qué de esa seguridad. ¿Qué tal si fuese otro tipo de maldición? ¿Alguna que tenga otro tipo de efecto pero que, al igual que el Avada Kedavra, no deje señales? ―otro truco. El Arcano colocó una mano sobre el cuerpo inerte y cerró los cortes, uno a uno. Apenas se vislumbraban cicatrices que quedaban en la piel. Una vez que hubo terminado, volvió a abrirlos y le hizo una seña al mago para que lo intentara. ― Hay que tener en cuenta que la curación completa de un cuerpo sin vida es... Compleja. Pero todo está, de momento, en el poder de la mente. Inténtelo. Athena y Thomas El anciano puso los ojos en blanco. Esas muestras de afecto le parecían una cosa, por demás, banal. Prestó especial atención a lo que había hecho Rouvás para "devolver" a la vida a Thomas. Había sido efectivo, por supuesto, pero le dio la impresión de que la muchacha había olvidado una parte del hechizo que había recitado. Si bien, la modificación funcionaba, no creía que ese "regreso" también fuese permanente. ― Dichoso, usted, que entiende ahora la necesidad de un alma por volver al mundo de los vivos. ―apoyó su palma derecha en el pecho del Gryffindor y empezó a recitar, muy lento y en un susurro "Spiritus mundi mortuos suscitate". El efecto que provocó entonces fue determinante. Daba la sensación de que intentaba extraer algo del cuerpo de su alumno. Así que repitió el cántico tres veces, cada efecto más fuerte. Hasta que por fin, Baléyr dio un suspiro amortiguado. El regreso temporal del muchacho ya no lo era, ahora sí había vuelto verdaderamente. ― Señorita Rouvás, señor Gryffindor. ―empezó mientras simulaba acariciarse la barba, sintió un tirón en la mandíbula. Probablemente se le hiciera un cardenal más tarde.― ¿Creen que están listos para iniciar con su verdadera prueba?
  15. Báleyr

    Nigromancia

    En la mazmorra Asentía a las palabras del Haughton sin decir mucho. No quería repetirse, tantas preguntas en un solo minuto lo ponían de mal humor. Le gustaba, más bien, ser él quien hiciere las preguntas. Pero puestos en escena, se tenía que conformar con las curiosidades latentes de sus alumnos. Además, no sería un buen maestro si no respondiese a sus dudas, ¿cierto? Ah, pero lo ideal en su tipo de enseñanza era la independencia. Sí, así le gustaba que todo funcionara. — Explore, señor Haughton. Nútrase de la sabiduría que puede llegar a brindarle lo que hay detrás de esta puerta. Quizás considere que no le ha servido de nada, a su regreso, pero tendremos tiempo para debatirlo para entonces. Baléyr asintió, casi satisfecho, por la iniciativa de su otro aprendiz. Se había marchado sin decir ni una sola palabra. Ladeó la cabeza para observar al que le quedaba y le dio un pequeño empujón cuando hubo puesto un pie en el borde del portal, éste se cerró en el instante en el que Emmet lo cruzó. Minutos después, negó con la cabeza en señal de desaprobación, la mente del Ivashkov estaba medio verde. <<Podrían empezar a buscar una réplica de mi Vara de cristal>>, habló a través de los mundos, de modo que Aries y Emmet lo escucharían sólo en sus cabezas. No quería arriesgarse a que el resto de almas se enterara de lo que planeaba hacer con sus alumnos.<<En algún lugar, allí, existe. Y podría ser utilizado, por los entes que los rodean, para volver a este plano. No quisiera tener que dejarlos, a ustedes, allí para siempre, si algún alma lograse cruzar.>> Sí, los había amenazado abiertamente. Pero las cosas claras ante todo. En ese momento abrió la puerta por la que había hecho entrar a su más reciente alumno y se encontró de cara con él. El anciano se preguntaba si el ceño marcado en su rostro se debía a la concentración del análisis del cadáver, o si era sencillamente por estar pensando en la respuesta a su pregunta. Decidió no recavar en los pensamientos de su aprendiz, quizás más adelante. — ¿Y bien? —preguntó cerrando la puerta tras de sí— Quiero saber qué ha encontrado de interesante en este cuerpo. Si no ha tenido nunca contacto con este tipo de cosas, es normal que no haya encontrado nada. Pero me basta con los detalles "superficiales" que haya notado durante su observación. Por ahora. —le instó con una mano a empezar.— ¿Ya pensó en por qué quiere ser Nigromante, señor Triviani? En el otro mundo El Arcano rodó los ojos y resopló, molesto. No era la primera vez que algún ente del inframundo interfería con las excursiones a las que enviaba a sus aprendices. Baléyr era de la creencia de que, para aprender algo, debes vivirlo. Pero no todos pensaban como él y, sobretodo, Lune el que menos. Sin embargo, no tenía tiempo de ponerse a debatir con aquel tipo, su prioridad estaba en regresar a Rouvás. Por ahora. Levantó una mano, abriendo un portal que conectaba el mundo donde se encontraba y el limbo en el que permanecían Athena y Thomas. Tenía claro lo que estaba pasando y no se arriesgaría más a otro error.— <<Cruce de inmediato, señorita Rouvás, traiga el cuerpo de Gryffindor con usted. Pero será lo único que pueda transportar.>>Entonces le dio a su voz un tono más amenazante y definitivo.<<Mas si algo cruza antes que usted, o con usted, me veré obligado a dejarla donde está. Lo primero, es preservar el equilibrio en este mundo y aquel.>> Y lo que decía era cierto. Baléyr no lo pensaría dos veces si tenía que deshacerse de dos aprendices. Le importaba bien poco lo que la Universidad tuviese que decir respecto a ese asunto. Los alumnos deberían saber a qué se enfrentaban cuando decidían aprender habilidades nuevas.
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    Nigromancia

    En la mazmorra Baléyr escuchó al joven Ivashkov y vio rastros de ansiedad en su semblante. Torció el gesto en señal de contrariedad, pero les dio una respuesta ambigua a ambos. ― Sí y no. ―rascó su nariz mientras intentaba ordenar sus palabras para explicar― Sí, la voluntad es una de las diferencias que tiene un vampiro y un No muerto. Aunque, seamos claros, ambos son No muertos. Es verdad que éstos últimos están más predispuestos a ser "controlados" por una fuerza exterior, y creo que para nadie es desconocido el hecho de que, aquellos mortífagos, hagan una burda imitación de esta habilidad. ―hizo un gesto con la mano para restarle importancia al hecho― Por supuesto que el objetivo de ellos no es el de un Nigromante. Se dio la vuelta para encarar al recién llegado y le señaló una angosta puerta de metal, a la izquierda. ― Señor Triviani. ―arrastró sus palabras, como si le pesara nombrarlo― Detrás de aquella puerta se encontrará con un cadáver. Me gustaría que lo examine, mientras piensa la razón por la que ha decidido presentarse a mi humilde morada. Le dio la espalda y se volvió hacia los otros dos muchachos. ― La principal diferencia entre un vampiro y un No muerto, es que éste último está a la espera de un alma. Es una vasija vacía que ansía la vida, y para tener vida debe contar con un alma. ¿Cierto? Un vampiro, por otro lado, no tiene alma, pero no la espera. Su cuerpo está ya lleno de otro tipo de esencia que simula una. Y sí ―apuntó con un dedo a Emmet―, la inmortalidad es relativa. Yo no diría que usted es inmortal, sólo que tiene un tiempo indefinido. Hay mucha diferencia. Los miró con curiosidad, tratando de decidir su próximo paso. Le dio a cada uno, una de las botellitas que tenía en sus manos. Y abrió un portal. ― Vayan. Usen lo que les he dado sólo en caso de extrema necesidad. Observen. Nada más. ―estaba enviando a sus aprendices a una exploración a través del terreno astral. Estarían como ánimas e interactuarían con ellos. En el otro mundo ― ¿Qué haces aquí? Fred repitió su pregunta al Gryffindor. Pero no parecía él mismo desde que hubiesen saltado en aquel monte. Tenía un corte en la frente, producto de haberse golpeado con uno de los filos de una roca, y manaba sangre que se deslizaba por el lado derecho de su cara. Otra figura lo seguía de cerca, mientras que otros tres cargaban a Thomas lejos de la orilla. ― No importa. Él nos llevará con los vivos. Él puede. ―El que lo seguía sonrió abiertamente, como si fuese un hecho. Fred se estremeció. **** Pero Rouvás no iba mejor, ni mucho menos. Había encontrado la orilla en donde cayó Thomas y lo vio poniéndose en pie. De hecho, hasta había hablado con él. Pero Athena no sabía que no era Thomas Gryffindor. No realmente. ― Yo creo que debemos salir aquí. ―masculló el supuesto Gryffindor.
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    Nigromancia

    Mazmorra — Bueno, al menos ha notado el sentido de mi pregunta, señor Haughton. —la respuesta de Baléyr fue corta, y con su mano libre le animó a continuar hablando. Hizo bailar la botellita en sus manos, expectante a las palabras de ambos muchachos. No podía juzgar a ninguno en la primera impresión. O bueno, de poder, podía. Ya lo había hecho. Mas se quedó contemplando sus rostros, lo que duró sólo un instante, pues inmediatamente la puerta se abrió una vez más. Se extrañó, no había sido notificado de otro aprendiz y, aunque poco probable, podría tratarse de un error. El Arcano se rascó la barba, pensativo, mientras observaba al recién llegado instalarse -como perro por su casa- en la pequeña estancia. Elevó una de sus pobladas cejas, formando un arco casi perfecto, cuando el mago tomó asiento. — Quiero creer que se ha equivocado de clase, señor... ¿? —fingió desconocer el nombre del hombre.— A menos, claro, que esté aquí como voluntario para autopsias y extracción de órganos. En el otro mundo El murmullo de voces se iba haciendo cada vez más fuerte, conforme ambos aprendices mantenían su discusión. La advertencia de Fred sobre un posible ataque había sido ignorada. Y como no quería quedarse allí para ser -quien sabe qué- por parte de las almas que los habían empezado a rodear, se lanzó junto con el Gryffindor a aquel agujero de almas perdidas. Cuando Rouvás se quedó en aquella superficie, ya no eran murmullos lo que se escuchaban, eran alaridos. Todos gritaban a viva voz, el júbilo en sus semblantes, de haberse encontrado con una bruja. Pues ella tenía magia y podría devolverlos al mundo de los vivos. No creían que existiese otro motivo, otra razón. Entre ellas, Artemisa observaba al grupo de almas, acercarse a la muchacha. — No creo que estés en tu camino. —le dijo a Athena, con el ceño ligeramente fruncido. Por otro lado, al Gryffindor no le estaba yendo mejor que a la joven griega. Los susurros invadían sus oídos, las voces se confundían unas con otras, mientras arrastraban los pies para acercarse al cuerpo del chico. Podían oler la magia en él y, seguramente, querrían lo mismo que las almas que habían rodeado a Rouvás. — ¿Qué hace aquí? —preguntó uno. — No es sitio para uno de ellos. — ¿Y a quién podría importarle? — Tiene magia. Él puede. Y así, la lluvia de preguntas, respuestas y opiniones, continuaba. — ¿Qué haces aquí? —esta vez era Fred quien preguntaba. Aunque no se parecía en nada al Fred que había estado con él hasta antes de lanzarse al vacío.
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    Mazmorra. Aries y Emmet. ― ¿Ha escuchado de los planos astrales, señor Haughton? ―Baléyr se fijó un momento en el otro muchacho, luego devolvió su mirada a quien había hablado― Imagino que sí, creo que es lo primero que empieza sabiendo un niño. Cuando una persona cruza el velo de la muerte, el cuerpo físico queda en este mundo y el alma es llevada al más allá. Hay versiones que nos dicen que permanecen en el limbo, esperando la hora, ¿de qué? Según la religión, la hora del juicio final. Pero no vamos a meternos a en ese tema, ¿cierto? Aunque muchos sí coinciden, y yo también coincido con ellos, en que este mundo, con nosotros, es su limbo. >> La mayoría de ellos olvidan los motivos por los que dejaron de existir en el plano terrenal, como seguramente confirmarán ambos, cuando se encuentren con uno. Algunos otros tienen vivo el recuerdo de sus ambiciones, de sus metas sin cumplir y, quizás, ellos sean los más peligrosos. Un alma con recuerdos y que anhele volver, es un alma con un propósito marcado. Con un fin planeado. ¿Es seguro? Sólo lo podremos saber en el momento en que lo enfrentemos. Pero, volviendo a su inquietud, ¿cómo podemos estar seguros de que es su abuela, la que lo llama? ―entrecerró los ojos y observó con viva curiosidad a su nuevo aprendiz― Lo primero que hay que aprender, es a desconfiar de todo lo que ves y de todo lo que escuchas. La Muerte, como repito a todos mis estudiantes, es muy traicionera. Él lo sabía. Había aprendido esa dura lección hacía muchos años, y aún conservaba los recuerdos frescos y vivos en su memoria. Sus acciones habían tenido consecuencias, por supuesto, y se habían llevado partes de su propia esencia como pago por sus decisiones. El Arcano contempló sus manos, lo que duró una milésima de segundo, y observó las arrugas que surcaban su piel. Regresó el azul de su ojo bueno al muchacho que aún aguardaba por sus palabras y se ajustó en anillo en el dedo corazón. ― Vamos a jugar a un juego. ―dijo y se acercó a la mesa para tomar los pequeños frascos de vidrio.― Pero antes, señor Ivashkov, ¿me diría cuál es la diferencia entre su compañero, el señor Haughton, y un no muerto? ―repiqueteó los largos dedos sobre la madera y esperó por su respuesta.― La mayoría de mis estudiantes fallan en el análisis o me dan una respuesta incompleta. Aunque usted también podría competir. ―señaló a Emmet― Les diré qué, el que me de la respuesta más acertada, se ganará una botellita de éstas para la próxima actividad. ―agitó el frasco de vidrio en su mano y torció el gesto, algo que intentaba ser una sonrisa cargada de malicia. En el bosque. Thomas y Athena. Sentía el tirón de su larga barba, atada a la cintura, por lo que se puso de pie y la aflojó un poco para estar más cómodo. Aprovechó ese momento para inclinarse y estudiar el cuerpo al que le habían dado un alma. Esperaba, con poca paciencia, a que el alma de Fred saliese disparado. Tendría que, era la lección que necesitaba enseñar en ese momento pues, ese cuerpo, no le pertenecía. El anciano chasqueó la lengua y dio un profundo suspiro. Tal vez debía atribuirle al hechizo que habían utilizado; al ser temporal el vínculo, probablemente no exigía algo tan estricto. Sin embargo, si hubiese usado el hechizo de resurrección permanente, entonces habrían visto cómo cuerpo y alma se repelían. ¿Hacía cuánto que no usaba la vinculación temporal? Llevaba más de un siglo sin pronunciarlo, quizás se debía a eso. ― Señor Weasley, ¿está con nosotros? ―más que a pregunta, su voz sonó imponente, fuerte. Como si le estuviese dando una orden. El aludido abrió los ojos y miró con fijeza al Arcano, al cabo de unos segundos, hizo lo mismo con Thomas y Athena. Se incorporó con lentitud, como si le pesara mover cada músculo, y comprobó rápidamente los movimientos de sus extremidades. Estiró los brazos, primero a ambos costados y luego sobre la cabeza. Se encorvó ligeramente para eliminar la rigidez que le quedaba y, de pronto, se sacudió. Aunque fue un movimiento casi imperceptible, apenas visible para el viejo Baléyr. ― Excelente. ―el Nigromante se colocó nuevamente el sombrero y materializó su vara de cristal.― Entonces, es hora de dar un paseo. Con la varita abrió un portal y le indicó a sus aprendices que pasaran a través de él. ― Pero... Pero creí que me quedaría... aquí. ―protestó Fred con un dejo de miedo y rabia en la voz. ― Oh, verá, señor Weasley, le dije que esto sería temporal. Y tiendo a cumplir mis promesas. ―seguido, se dirigió a Thomas y Athena:― Irán a explorar el otro mundo, sólo un poco. Pero tengan mucho cuidado. Desconfíen, incluso, de sus sombras. No se queden mucho tiempo en un mismo lugar y no acepten nada, absolutamente nada, de lo que se les ofrezca. ―miró con severidad a al Gryffindor, aunque el consejo era para ambos por igual― Y, por sobre todas las cosas, la razón será su mejor aliado. Actúen con prudencia, efectúen con justicia. Y no olviden llevar con ustedes a su nuevo amigo.
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    Nigromancia

    En la mazmorra: Aries. , Emmet. — Sí, estoy. —respondiendo saliendo de su pequeña biblioteca, aunque parecía más la habitación de las escobas— Todo depende de quién me busque. Había escuchado una sola voz y se encontró con dos rostros. Soltó los libros que llevaba en brazos y los depositó sobre la larga mesa que tenía separádolos a él y a los muchachos. Luego fue hasta una de las estanterías que tenía al lado de la pequeña ventanilla, tenía la apariencia de un respiradero, y tomó dos diminutos recipientes de vidrio, que contenían un líquido marrón. Los puso sobre la mesa, al lado de los libros. Se volvió a ambos jóvenes y los observó con una curiosidad que se reflejaba en su mirada, mas no en su gesto. Éste era más bien adusto, quizás con algo de recelo. Tenía el anillo de la habilidad girando entre sus dedos, ya se había quitado el enorme sobrero hacía mucho rato y se hubo quitado el calzado para estar más cómodo en su casa. — ¿Y bien? —instó, con el gesto inmutable— He tenido la desdicha de ver pasar a muchos por aquí, pero hacen sólo eso, van de pasada. ¿Qué los trae por aquí? En el bosque: Thomas, Athena, Jank. — No debe ganarse mi respeto, señor Gryffindor. —su voz sonó tajante— Para que yo quiera enseñarle algo, primero debe querer aprender. —suavizó las notas de su voz, apenas.— Muchos llegan aquí con la idea de complementar sus estudios, dando por hecho que, lo que creen saber, es la verdad absoluta. No digo que usted haga lo mismo, por supuesto. Pero la muerte no es cosa fácil, bien lo sabe usted. Por la mente de Baléyr, circularon muchas imágenes. Escenas de una vida que no era suya y con la cual, sin embargo, se estremecía en cada repetición en donde la Parca hacía su trabajo. — Eso es. —asintió ante la determinación de su joven aprendiz, al elegir un alma— Lo primero que debe aprender es a confiar en su propio juicio. No hay lugar a dudas con los muertos, y hay que saber convivir con nuestras decisiones. Sin embargo, tenga en cuenta que no todas sus decisiones pueden ser las correctas para la Muerte. Ella puede girar el juego en contra suya y debe saber ser más inteligente. Repito, confianza en su poder y en su juicio. Dejó de prestarle atención al camino, para fijarse en su otra alumna. Ésta tenía un poco más de problemas. — Señorita Rouvás. —canturreó como si se tratase de un infante.— Creo haberle mencionado que, a su individuo, le hace falta un alma. Él es sólo el recipiente de lo que vendrá después. Es perfectamente normal el hecho de que no aguante más de cinco minutos en pie. De no tener una, sólo dará dos pasos y caerá. Dos pasos y atacará. Dos pasos... Y así sucesivamente. Debe curarlo como cura el cuerpo de un vivo. Sigue siendo un cuerpo, aunque la esencia sea otra. Estamos hablando de lo físico. Se movió un poco en su sitio y recostó la espalda en el tronco del árbol. — Respecto a su duda, yo no he dicho que nuestro no-vivo sea el trabajo de un Nigromante. Verá, un buen Nigromante, no comete errores en la devolución de la vida. Ésto ha sido el trabajo de un mago o bruja al que le gusta experimentar. Lamentablemente, nosotros, con ésta habilidad, nos vemos en la obligación de corregir un error cuando lo vemos. —se quedó pensativo unos segundos— Bueno, yo tengo esa necesidad. Me parece abominable que se haga este tipo de cosas con los cuerpos. Espero, pues, a que Athena hiciese su trabajo. Sólo para encontrarse con ambos, Thomas y Athena, minutos después. Frunció el ceño al no ver aparecer a su tercer alumno. Estaba seguro de que había emprendido el viaje por sendero, al mismo tiempo que ellos. Quizás tendría que ir a su búsqueda, luego. Se incorporó lentamente, viendo acercarse a los dos, y estiró los brazos y el cuello para deshacerse de la rigidez de su cuerpo que había adoptado, allí, sentado. Revisó el cuerpo que le entregaba Rouvás y contempló, de manera familiar, el alma que acompañaba al Gryffindor. — Primero, —se dirigió a Fred.— Haz de saber que intentaremos conectarte a un cuerpo "vivo". —sintió en conjunto con el chico— Pero, te advierto, no será permanente. —fijó la mirada en el ánima y luego en el aprendiz que lo había llevado consigo— Y a usted, señor Gryffindor, he de advertirle una cosa. Tómelo como una lección que tuve que aprender, en mi tiempo, muy a las malas. Ya le he dicho que la Muerte juega sucio, tal es así, que cuando usted decida involucrar lo personal en sus acciones, tendrá que dejar ir algo. O alguien. Temía no estar explicándose bien, por lo que agregó: — Por ejemplo, cuando su juicio se nuble por sus vivencias personales, para devolver a alguien del mundo de los muertos, tendrá que dejar ir a otra persona. Se cobra una vida por otra. Se cobra una vida, por su propia esencia. —clavó la mirada en Athena, para asegurarse de que ella también le prestaba atención.— Cuando tome una decisión de aplicar la Nigromancia, en base a juicios errados, estará despidiéndose, incluso, de una parte de su propia naturaleza. Una parte cada vez, hasta que sólo quede un ente. Sin forma, sin consciencia, sin moral. Se quitó el sombrero y lo dejó en el suelo, para empezar a trabajar. — Muy bien, llenemos el recipiente. —frotó sus manos y estiró el cuerpo, colocándose él, en la cabeza— Si el recipiente está bien sellado, podremos depositar el alma sin problema alguno. Repitan conmigo... <<Ressurrexit a mortuis, suscitare de veritate>>
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    Intentaba comprender lo que quería hacer Rouvás. Pero se rindió cuando escuchó ese dejo de desesperación en su voz. Baléyr no era un Arcano muy fácil, y casi nunca revelaba las intenciones de sus lecciones a menos que vea casos perdidos. Le gustaba jugar con la imaginación de sus aprendices y que fuesen éstos los que resolviesen todos sus enigmas. Ah, esa vil metodología de enseñanza. Quizás pretendía ser el alumno de los suyos. Negó un par de veces con la cabeza, para sí mismo, y se acomodó mejor al pie de aquel árbol. ― ¡Oh, ya veo! ―casi se emocionó, pero claro, era imposible. Era sólo la sorpresa.― Interesante el método, quizás yo no lo hubiese pensado mejor. ―era un cumplido, por supuesto, pero ese tono que le confería a su voz cuando lo hacía, podría hacer dudar si realmente hablaba en serio.― Aunque mi recomendación, primaria sería que, en lugar de querer devolverle la vida, quizás debas empezar sanando su cuerpo. Ya después veremos el tema de su alma, porque le hace falta un alma. El Arcano lo notaba en su caminar pesado, en la mirada perdida que tenía cuando se había estado acercando a Athena y ese color pálido. Todo indicaba que, a pesar de estar "vivo", no podía existir sin un alma. ¿Y a dónde encontraría una? No es que le llovieran muchas en esa parte del camino. ― Y no podemos traer un alma, error del pseudo-nigromante anterior, en un cuerpo dañado. Verá, señorita Rouvás, si le diésemos el don de la vida a este individuo, en su actual condición, lo más seguro es que rechace todo tipo de intento por dejarlo entre los vivos. Quizás moriría, quizás aplicaría la violencia sumido en la ignorancia y en la inconsciencia. Mucho peor, tal vez otros seres vivos paguen las consecuencias. Y si llenas con agua una vasija rota, la perderás. En ese momento dejó de prestarle atención a la muchacha. Con la certeza de que sabría manejar la situación. Aún le quedaba el obstáculo al Gryffindor y Dayne parecía haberse quedado absorto en sus pensamientos. Mucho temía haberle puesto una piedra del tamaño de un itinolito. ― Pero esa perspectiva suya, ¿sería la correcta? ¿Quién nos dice que nuestro juicio no se nubla cuando intervienen ciertos factores? ¿Y si, al tratar de remediar sucesos del pasado, impides el verdadero paso al futuro? La Nigromancia es una habilidad muy complicada de aprender, señor Gryffindor. Muchas veces no vamos a hacer lo que queremos, sino lo que creemos correcto que se debe hacer. Sí, la moral apunta mucho en esta parte del aprendizaje y no todos la siguen. Supongo que están listos, o son muy ignorantes, para recibir los cambios físicos y mentales que supone el "mal" uso de la habilidad. Se detuvo al observar a las dos almas que se le habían presentado. ― Pero, de nuevo, es todo relativo, ¿verdad? ¿Cómo determinamos cuál de los dos es el más apto para regresar de entre los muertos? Si usted fuese hijo, hermano o padre, ¿cómo actuaría?. Se quedó pensativo, imaginando también la misma situación para su caso. Incluso hasta a él le tocaba tomar decisiones difíciles, con la esperanza de que fuesen siempre las correctas. Se inclinaba por lo difícil, pues decían que siempre valía la pena.
  21. Suspiró. No un suspiro forzado, ni de cansancio. De alivio, quizás. Nunca había tenido un alumno tan difícil y tan impredecible como lo era su actual aprendiz. Que le habían presentado otros desafíos, sí, pero en repetidas ocasiones había sido casi imposible leer a la señorita Rambaldi. No era su culpa, sino la del viejo Arcano. Estaba acostumbrado a lo tradicional, o mal acostumbrado era mejor decir. ― Llegará el momento en el que, tal vez, valga la pena devolverle a alguien la vida. Pero nuestro juicio, muchas veces nos puede nublar anteponiendo lo personal a lo razonable. Nunca, en todo tu camino como Nigromante, debes dejar que eso pase. Se detuvo y esperó a que ella terminase de enjugarse las lágrimas. ― Tenemos el poder de controlar a la muerte, señorita Rambaldi. Mas debemos andarnos con cuidado si no queremos que ese control se ponga en nuestra contra. Ser precavidos, cuidadosos, prudentes. Nunca está de más. ―acarició su barba con total parsimonia.― ¿Qué me diría si me negara a darle el anillo? Aunque, al cabo de unos momentos, le tendió la mano con el anillo de la habilidad en ella. Se lo había ganado, después de todo. Muchos aprendían de la manera más dolorosa, unos más que otros, pero el resultado siempre era el mismo. Baléyr esbozó una ligera sonrisa a su alumna y la ayudó a incorporarse. ― Felicidades, ahora posee usted la habilidad de la Nigromancia.
  22. A Baléyr muchas veces le costaba entender los caprichos de la muerte. Esa frase tan popular que dice "Ves pasar toda tu vida en un segundo", debía estarse haciendo realidad con su aprendiz. No entendía del todo la visión que estaba teniendo y, ese sentimiento que tenía, no le gustaba para nada. Mas se limitó a observar la escena con una mirada enigmática. Rodó el anillo de la habilidad entre sus dedos y se rascó la barbilla, curioso por esa ansiedad que presentaba Helike. Se preguntó si se trataría de lo que estaba viviendo o de si era consciente, aún en su visión, de lo que estaba pasando. Pues no muchos lograban tener despiertos el cerebro con la realidad que les esperaba afuera. Les costaba, eso sí, darse cuenta de lo que realmente era eso que veían. El Arcano quiso hablarle, pero su tiempo se vio desplazado por lo que sucedió a continuación. No había pasado mucho rato desde que Helike hubiese estado a la espera, pero todo alrededor se volvió humo. Quizás se escucharan gritos, llantos, desesperación y mucho olor a sangre. Muerte. Aún así, nada de eso le daba una pista al anciano. Ya, para entonces, frunció el ceño al darse cuenta de que aún no aparecía esa necesidad de poder sobre la muerte, que alguna vez vio. El control, la confianza. Lo veía tan claro y tan borroso a la vez, que dudaba si en algún momento su alumna de apropiaría de él. Lo tenía allí, a un paso. Bastaba con estirar la mano y tener ese control.
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    Nigromancia

    Observó cuidadosamente las elecciones de camino que tomaba cada uno y cómo deducían de lo que encontrarían. No se detuvo a contemplar las opciones que se daban cada uno, sino que le prestó atención al muchacho que tomaba el camino del lado izquierdo; no porque ese lado guardase algo especial, sino por la respuesta que le ofrecía éste. Ya sabía el Arcano que ese tipo de preguntas eran lo que menos gustaba a sus aprendices, pero él lo consideraba un mal necesario. ― La curiosidad y la avidez de conocimiento, son primordiales para sentirse listos, señor Dayne. Mas es un defecto del que sufrirán siempre los seres humanos. Es normal, por supuesto, sentirse atraídos hacia lo desconocido. Confío, entonces, en que tenga usted buen juicio para actuar frente a la Muerte. Tras sus palabras, empezó a escucharse un ligero murmullo. Conversaciones susurradas y sollozos contenidos, a poco más de 10 metros, un grupo de personas se reunían alrededor de un cuerpo. Parecía estar acostado cómodamente en el suelo, con ambas manos sobre el pecho y los pies bien juntos. Así pues, Jank tendría que sortear ese pequeño obstáculo, antes de seguir su camino. Baléyr se fijó, entonces, en la única muchacha del trío, y que ya iniciaba también en su sendero. Notó la inseguridad en sus pensamientos y la falta de confianza, quizás no con ella, quizás sí. Tal vez, incluso, la incredulidad que recitaba en su respuesta. Pues muchas veces se declara algo que no se siente, pero ella, de algún modo, creía lo que decía. ― Usted posee magia, señorita Rouvás. Uno pensaría que cualquier cosa es posible con magia. ¿No es así? ¿Qué pesa, entonces, en su conciencia? ―hizo una pausa, un silencio previsible― Los hombres le temen a la muerte por encima de todas las cosas, creen entenderla y aceptarla. Pero no es más que una ilusión que se crean desde niños, esa resignación. Pero cuando la enfrentan... Un no-muerto apareció frente a Athena, a no mucha distancia. La iba acortando, claro, con ese caminar lento y dificultoso que tenía. Sobre su hombro cargaba una bolsa de tela, sucia y llena de hilachas. A los pocos pasos de llegar con la joven, se desplomó. La tarea de la aprendiz sería, cuando menos, reanimar el cuerpo con los pocos materiales que encontrar en la bolsa de tela. Uñas y unos cuántos pedazos de madera. Una práctica de carácter "profano", para quienes no estaban familiarizados con esas artes. Al fin, pues, se concentró en la confusa mente de su tercer alumno. Un muchacho contrariado, el anciano lo sentía. Y, aunque era consciente de las habilidades del Gryffindor, Baléyr se sonrió a sí mismo cuando escuchó la respuesta a su pregunta. ― Todo tiene solución, menos la muerte. ―dijo el Arcano, adoptando la voz de quien recita un refrán.― No importa cuán duradera o longeva sea una cosa o un ser, al final, su vida llegará a su fin y morirá. Pero claro, no existiríamos los nigromantes si nos quedásemos con eso, ¿verdad? ―le confirió a su voz una nota divertida.― Sin embargo, hay quienes creen que el objetivo de esta magia es esclavizar los espíritus de los difuntos, resucitar a los muertos, y dominar a la muerte para alcanzar la inmortalidad. ¿Qué cree usted, señor Gryffindor? Más allá, a lo lejos, dos almas aguardaban a Thomas. El muchacho tendría que elegir a una de ellas, a quien, posiblemente, brindaría el don de la vida. Pero antes, debía escuchar las razones que tenía cada una para volver al mundo de los vivos.
  24. Fue víctima de una contrariedad. Estaba más que dispuesto y listo a ser un buen espectador en aquella ocasión; casi como cuando ve la escena de una película, al cerrar sus ojos. Se estaba concentrando para visualizar a su alumna siendo puesta a prueba dentro de la pirámide pero algo le cerró aquella ventana por la que pensaba espiarla. Abrió los ojos y acarició su barba. Cosa curiosa, cuando la muerte se pone caprichosa, pensó. No era una señal muy común el que fuese impedido para mantener un ojo sobre sus estudiantes, pero tampoco se puso muy nervioso. Existían otras formas de vigilar a los aprendices y, si él quería, la Parca estaba lejos de impedírselo. Sopesó la idea de hablarle a la señorita Rambaldi a través del pensamiento, pero estaba allí otra vez. Aquel bloqueo, fuere lo que fuere, lo que entorpecía cualquier intento de comunicación. Baléyr se preguntó, entonces, si no sería producto de Helike. Peor incluso, de las visiones que estuviese teniendo en ese momento a causa de la prueba en la pirámide. Tarde reparó en su vara de cristal, quizás si lo hubiese puesto como un nexo entre él y la joven, en ese momento no estaría teniendo problemas para visualizarla. Y aún así, golpeó una vez el suelo con ella. Nada. Otra vez. Nada. Al tercer golpe, porque dicen que a la tercera es la vencida, la pirámide lo rechazó; con tal fuerza que el anciano salió despedido un par de metros lejos de ella. ― Caprichosa. ―dijo para sí el Arcano, mientras se incorporaba y sacudía sus ropas. Mas cuando regresó al punto de donde había sido lanzado, no golpeó el suelo con la vara, sino más bien el muro de la pirámide. Fue entonces cuando la vio. Imágenes borrosas sobre un lienzo maltrecho.
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    Baléyr se obligó a abrir los ojos y salir de su aletargamiento. Llevaba mucho rato descansando la mente y tratando de alejar las terribles voces de sus recuerdos. Recuerdos de aquella montaña, de una cueva y de su maestro. Sacudió la cabeza ligeramente, como si fuese a disipar sus visiones con el mero movimiento. Aún le asaltaban los gritos y el olor a azufre que, aunque no los escuchara ni sintiera, los percibía vivas en sus visiones. << Veo que tenemos nuevos pupilos. >>dijo. Y su voz resonó en la cabeza de los tres aprendices que aguardaban a la puerta de su choza. <<Mucho me temo que no me encontrarán allí, he salido a vagabundear un poco en los alrededores. Quizás podrían encontrarme en el camino. Si es que no se pierden en él.>> La voz del anciano sonaba pastosa, normal para alguien que acababa de despertarse de una pequeña siesta. Pero, además de eso, la nota en su última frase tenía un matiz enigmático. Acarició su larga barba, mientras permanecía allí sentado, en el suelo. Había elegido el tronco de un árbol muy parecido al kiri, a cuyo pie se instaló y, al haber apoyado la cabeza en él, su sombrero se ladeó. <<Deben dirigirse a la parte trasera de la cabaña, allí se toparán con un camino que tendrán que seguir para encontrarme.>> Ya, pero eso no era todo. A cierta distancia del camino, éste se dividía en tres senderos más estrechos. Ninguno aceptaba más de un caminante, lo que significaba que tendrían que separarse. Las sendas tampoco aceptaban ninguna clase de calzado; así que si intentaban caminar a través con los pies cubiertos, se quemarían. Por supuesto, cuando sintiesen la tierra en la planta de sus pies desnudos, cada uno notaría una posible característica. <<Ya que vienes a mi encuentro, ¿puedo saber el motivo de tu elección?>> La misma pregunta para los tres, aunque ninguno supiese que los demás recibían la misma cuestión.

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