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Báleyr

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Todo lo publicado por Báleyr

  1. Baléyr había perdido de vista unos momentos a su alumna, se había quedado contemplando las gotas que iban cayendo en forma de lluvia. Pero el Arcano sabía que no era sólo eso, algo más se escondía en ella y quizás tendría que enfrentarlo dentro de la pirámide. Ensanchó los hombros por la soltura con la que Helike pasaba la segunda etapa de su prueba, una muchacha muy perspicaz, pensó. También escuchó la respuesta a una pregunta no formulada y encontró normal el espíritu ansioso de la muchacha. Tantos tropezones no eran buenos para la voluntad, aveces se quiebra. Pero ella tendría que aprender a superarlos si quería alcanzar la vinculación con el anillo. ― Entra, pues. Si crees que eres capaz de salir ilesa. ―le dio el anillo de la habilidad. No era el definitivo, por supuesto, era sólo una representación que ayudaría a que la Muerte la tuviese en cuenta como una potencial adversaria. El portal se abrió y el anciano señaló dentro con su diestra. ― Recuerda que no puedes usar tu magia cuando estés allí. Y estarás sola, no puedo acompañarte. Quiso decir "no quiero", pero no era lo ideal sonar tan borde. Además, tampoco es que haya estado acompañándola durante todo el trayecto desde que hubo ingresado a su choza. Así que no podría decirse que la dejaba sola en ese momento, si siempre lo había estado.
  2. Tuvo la imperiosa necesidad de acudir en su ayuda, pero una vez más, ¿qué pasaba si la sacaba de esa situación complicada y ella no aprendía a valerse por sí misma? Aveces creía que que, conforme avanzaban sus alumnos, adoptaba cierto espíritu protector con ellos. Se rió de sí mismo al pensar que, quizás, debía ser por la edad. Baléyr estaba al tanto de la charla que la señorita Rambaldi mantenía con los no-muertos, no era la primera vez que uno de sus alumnos acudía a la parte social de los espíritus, claro que no. La anterior hizo algo parecido, y la que estuvo antes que ella. Pero les funcionaba, a su manera. ― Podemos llevarnos algo más que un alma. Tenemos siglos, de estar aquí. Planearlo ha sido todo nuestro pasatiempo. Uno de ellos terminó la amenaza para Helike, con ese matiz tenebroso, pero para infantes, que sabía tener de vez en cuando. El anciano hasta se preguntó si la Parca se estaba tomando todo esto en serio. Quizás intentaba quitarle un poco la severidad en su tono, como para que ella se confiase. Así pues, el Arcano cruzó las manos hacia adelante, y siguió a la espera. A su aprendiz todavía le quedaba el paso por el laberinto.
  3. ― Demasiado rápido, quizás. ―resonó una voz a través de la neblina. El coro de risas, cual hienas hambrientas, se hizo escuchar después de que la Muerte hablase. En el momento en el que Helike había puesto un pie fuera de la barca, estaba medio sumergida en el lago. Se había confiado demasiado en quien la guiaba y no había sido la mejor elección. Por supuesto, la orilla y la hierba húmeda, había sido todo un espejismo creado por la Parca. ― Creo que ahora tendrás que vivir con todos nosotros. ―el efecto que causaba escucharla, era como aquel chirrido de las uñas en el vidrio o el metal con metal. Ese que hacía que rechinaras los dientes desesperadamente. El arcano de Nigromancia respiró hondo. Se tuvo que debatir durante un instante si debía acudir o no en ayuda de su aprendiz; pero, si lo hacía, ¿qué efecto o lección tendría sobre ella? No era una opción, entonces, intervenir en ese momento y menos cuando apenas era el inicio de la particular aventura. No, Helike tendría que arreglárselas sola. Después todo, si caía durante la prueba, lo único que él podía hacer, era devolverla a la vida, mas no aprobarle la habilidad. << Piensa, muchacha, piensa. >> fueron las únicas palabras que elaboró en sus pensamientos para su alumna.
  4. Baléyr observó los relámpagos con la impresión de que algo malo se estaba acercando, los truenos vaticinaban no sólo una tormenta, sino un "algo" que traería consigo. El trabajo del Arcano era guiar hasta allí a su aprendiz, pero la prueba por la que pasaría estaba ideada, única y exclusivamente, por la mismísima Muerte. Por lo tanto, al anciano le quedaba confiar en ella y esperar a que saliese con vida. Después de todo, esa era la meta final. El camino era el mismo que para anteriores aprendices: Lago, laberinto y pirámide. Nada había cambiado desde que hubo aceptado hacerse cargo de impartir sus conocimientos, y el pacto con la Parca, realizado muchos años atrás, seguía siendo él mismo. Baléyr disponía el mapa y, la muerte, los obstáculos. Allí, donde las esperanzas se reducían a la nada, sólo existía una pequeña luz que le podría jugar a favor o en contra. Todo dependía de las decisiones que tomase Helike. El lago, cuya superficie estaba llena de no-muertos, la atraería segundo a segundo, al más remoto pasaje del que no podría jamás escapar. A menos, claro, que de entre todos esos semi cadáveres, lograse escoger sólo a uno para que la guiase a través de la neblina para llegar hasta la otra orilla. Para esto, era obvio que la Rambaldi debía subirse a la barca en el muelle e iniciar su travesía. Pero la Muerte había dispuesto una trampa en todo este plan, así que tenía que elegir muy bien para poder navegar sin complicaciones. El viejo Arcano acarició su anillo y acomodó su sombrero, ese que usaba sólo en ocasiones especiales, más que nada para observar las pruebas de sus alumnos. Sacó la vara de cristal y golpeó el suelo con ella. El suelo del laberinto empezó a llenarse de runas que brillaban cada vez que una gota de agua caía sobre ellas. Curiosa forma de preparar esa parte del reto, las nubes dejaron de amenazar para pasar a la acción. ― Lluvia... ―murmuró Baléyr, y sonrió. Con la ayuda de las runas, Helike tendría que encontrar a vagabundo dentro del laberinto. Este vagabundo sería parte de su ya practicada, devolución a la vida. Mas había un problema, el vagabundo no querría volver a ella. No tenía ganas, ni sentía la necesidad, de volver a una vida a la que él mismo renunció. Y he allí la complicación, algo que, Baléyr esperaba, Helike notara; pues un alma hecha alma por decisión propia, dificulta cualquier intento por resucitar. Además, habría alguien más para trabarle el paso y el trabajo. El Arcano esperaría allí, al pie de la pirámide.
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    ― La muerte puede jugar muy sucio, señorita Rambaldi. Baléyr habló pausado, como si tuviesen una eternidad para charlar. Pero lo cierto era que el tiempo apremiaba y, mientras más se tardase, menos posibilidades tendría su aprendiz de tener una prueba fácil. ― Debe tener en cuenta que, una vez inicie su prueba, le parecerá un camino largo y escabroso. Pero me remitiré a mis propias palabras, la confianza en nuestro poder y en lo que somos, puede hacer una enorme diferencia. El Arcano caminó hasta la puerta y tiró de la perilla de ésta. Afuera se había llenado de niebla, el cielo oscuro y plagado de nubes por las que se avistaban relámpagos acompañados de estruendos que amenazaban con una inminente tormenta. Así pues, se quedó bajo el marco de ésta y señaló la dirección por la que debía ir, con una de sus manos. ― Recuerde: Sólo puede confiar en usted y en su juicio. Y con sus últimas palabras, desapareció. Quizás a otro árbol cercano, uno que le brindara la comodidad que estaba buscando desde hacía varios días y que, por la contínua llegada de sus estudiantes, no lograba encontrar.
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    El viejo Arcano observó la situación que estaba viviendo su alumna, como si tratase de un ente más. Pero no se sentía un intruso, no. Más bien sentía que había sido convidado a una reunión de viejos amigos, únicamente como un invitado más. Claro que no diría una palabra a menos que fuese estrictamente necesario y, aunque creía estar viendo la debilidad con la que se habían disfrazado aquellos fantasmas, no bajó la guardia ni un solo momento. Giró el anillo en el dedo corazón y acarició su espesa barba, quizás se había equivocado con su aprendiz, tal vez sus pensamientos la juzgaron demasiado pronto antes de que actuase siquiera. Por supuesto, eso era algo que mantendría para sí mismo, como un pequeño secreto interno entre él y su propia conciencia. ― ¿Qué tal lo hice, señor? ―la pregunta de Helike lo privó de ese desliz momentáneo en el hilo de su pensamiento. Baléyr se limitó a estudiar silenciosamente al nuevo no muerto e hizo una mueca, que podría haberse confundido como desaprobatoria. ― Yo diría, señorita Rambaldi, que es hora. Sacó ambos pies de la estrella que la aprendiz había hecho, ritual terminado, y estiró los brazos, como desperezándose. ― Una prueba se está armando, ¿cree estar lista para superarla?
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    Inusual. Esa podría ser la palabra que Baléyr tenía en mente mientras observaba a su alumna mientras se acariciaba la barba. Había visto a muchos magos y brujas pasar por esa vieja cabaña suya y ninguno de ellos había utilizado tal método para llamar la atención de las almas que dormitaban en el limbo, aquel puente que conectaba el mundo de los muertos con el de los vivos. Le sorprendió, aunque lo disimuló bastante bien, la facilidad con la que hacia uso de elementos bastante poco comunes en la comunidad londinense; mas sonrió, casi con satisfacción, al escuchar la sugerencia de la bruja. De alguna forma, el viejo Arcano estaba disfrutando esa clase y se permitió crearse un poco de expectativa sobre la futura nigromante. Sin embargo, su rostro se puso de piedra cuando empezó una inusitada actividad en el portal que había abierto la Rambaldi. No apareció un alma, la que ella quería convocar, sino un grupo de ellas que observaban con ojos de gran fascinación. Dos de ellas se adelantaron un paso más cerca y se detuvieron al ver la figura del Arcano a muy corta distancia. ― Hemos sido llamados... ―sonó el grupo de voces, aunque parecía que sólo hablaba uno. Baléyr observó a Helike y esperó, de forma calmada, a que ella se hiciera cargo de la situación. Después de todo, estaba a punto de tener que continuar haciendo elecciones. Sí, aveces para un principiante, podría ser un poco difícil decidir lo bueno, lo malo o lo peor. Y aquellas almas representaban eso. La aprendiz tendría que decidir cuál de todos esos entes sería el más apto para el cuerpo que se había reconstruido. Y la pregunta crucial, ¿por qué?
  8. Baléyr murmuró para sí mismo alguna cosa sin sentido. Tenía las reglas claras de que no podía entrometerse con la prueba de la Triviani. Sólo podía estar expectante a lo que ella pudiera decir, o hacer. Pensar, capaz, sobre la realidad de la misma prueba. A veces, eran todos juegos mentales, a veces la misma magia de la pirámide doblegaba las leyes de la realidad. Y así, es como estaba parado sin decir nada, acariciando su barba. Aquellos que buscaban la Nigromancia, necesitaban estar en conocimiento que podían tener más poder del que ostentaban. La posibilidad era lo que se obtenía con la habilidad. El precio, la pérdida de huamnidad. Es más, Baléyr era prueba de ello. Una persona, qué aun planteándole pelea a la muerte misma, tomándola como amiga, estaba golpeado por la misma habilidad. Sus ojos se entrecerraron al ver el portar de la prueba brillar con cierta intensidad tétrica. La muerte estaba reaccionando. Capaz, reconociendo a un nuevo nigromante. Candela salió por el mismo portal. Baléyr sintió un poco de orgullo. - Felicidades.
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    A Baléyr le costaba un poco entender lo que su aprendiz se traía entre manos. A momentos le parecía una muchacha bastante determinada, con espíritu de decisión inquebrantable, y al momento siguiente resultaba comportarse de manera insegura, indecisa, sin carácter. No le gustaba. Tenía la sensación de que, si la ponía cara a cara con la Muerte, titubearía y no por el respeto que decía sentir por ella, sino más bien por ese peculiar cambio de ideas que tenía. El anciano acarició el anillo en su anular una vez, mientras observaba a su alumna con una creciente curiosidad. ― La tarea de un Nigromante, ―empezó el viejo Arcano― es saber tomar decisiones sobre la marcha, analizar los factores que tenemos a nuestro alcance y los que no, y accionar conforme a ellas. Las variables existirán siempre, señorita Rambaldi, pero debe confiar siempre el poder que tiene y en el alcance de éste. Con una mano le indicó que debía empezar con el escrutinio y la reparación del cuerpo. Era esencial que la joven entendiera el proceso, mas el método corría por cuenta de ella misma. ― Quiero que sea usted quien elija el método de cura para nuestro amigo y quiero que usted quien elija si el alma a la que convocará es la adecuada. Vamos, sin miedo. ―Baléyr hizo un leve asentimiento con la cabeza y la instó a ponerse manos a la obra― Sólo debe recordar que, mientras más dañado esté el cuerpo... Más se resistirá el alma a volver.
  10. Pasó sus dedos por su larga barba, mientras se regocijaba (a su manera claro) de la victoria reciente de Candela. En sus años, como Nigromante, había visto pasar a muchos ansiosos de poder, morir si quiera en el lago de los muertos, por haber hecho un trato equivocado. Sin embargo, la Triviani había cumplido. Un poco tarde para la muerte, pero cumplido al fin. Y el sacrificio, correcto. En realidad, todo ritual necesitaba un objetivo exacto y, cruzar la barca para realizar un ritual para cruzar con la barca, generaba un bucle bastante interesante. Gruñó. Le gustaba usar más su inteligencia en los libros. Materializó su vara de cristal, de un color azabache y opaco. Era larga y afilada, brillante ante la luz de la sala del portal. Canalizó levemente su concentración y materializó el anillo de Nigromancia en su mano, que salía de la esencia del anillo original. El poder de la mutabilidad, era lo más imp¿ortante. A diferencia del cambio comunicacional, éste se centraba específicamente en las relaciones de la vida y la muerte. Dicotomía regente y suprema, donde el resto de los conceptos humanos giraban alrededor. Golpeó el suelo con la base de su vara y abrió un portal carmesí. Carraspeó cuando vio la silueta de Candela en la puerta de la sala, en aquella fatídica pirámide. No estaba impresionado. No. Pero, si reconocía el mérito de la Triviani. - Allí está el portal de la habilidad. Recuerda que una vez dentro, si no superas la prueba, no podrás volver a intentarlo ¿de acuerdo? Caminó hacia donde estaba su alumna y le entregó el anillo. - Allí podré ver tus acciones, pero, estarás sola.
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    ― Diría, más bien, satisfecho. ―Baléyr le dio la espalda y se acercó a una de las estanterías y tomó una bandeja de plata que contenía tres tipos de dagas y bisturí― Elige la que mejor creas que se adapte a tu mano. A la edad de Baléyr era difícil sentirse avasallado por algo o por alguien y con la infinidad de sucesos en su larga vida, le resultaba agotador encontrar nuevos pasatiempos. Disfrutaba de una buena lectura, y de investigar más hechos referidos a la magia en la que se creía dueño y señor, pero también solía deleitarse con el mal genio de sus aprendices. Al fin y al cabo, todos tenían las mismas reacciones. ― Espiritismo, mediums... Puede llamarlo como le guste, es todo parte de la Nigromancia y en función a ésta. Tu principal tarea, como futura Nigromante, será de actuar como nexo entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Mi tarea hoy, es ayudarte a diferenciar ambos. La muerte es siniestra, traicionera y muy ambiciosa. No hay forma de escapar de ella, y aunque creas que lo has logrado, estará siempre persiguiéndote para cobrar esa cuota que debió cobrarte y que sorteaste con "efectividad". Sin embargo, primero a lo primero. Intentaremos darle un alma a este cuerpo, pero para ello necesitamos encontrar lo que está mal en él y solucionarlo. ―se detuvo un momento y se dio cuenta de que estaba hablando demasiado al azar― Encontrar la cura, reparar el daño que hay en él. ¿Por qué? Porque el alma no puede regresar a un cuerpo tan dañado. En este caso llevamos ventaja porque no son muchas horas desde su muerte, ¿cierto? Y mientras menos daño tenga el cuerpo, menos se resistirá su alma a volver. Eso sí, la decisión de devolverle a un cuerpo su alma, siempre era la del Nigromante. Pero claro, Baléyr sólo debía enseñarle cómo, por ahora. ― Hay un dato muy curioso que ha obviado usted, señorita Rambaldi. Y es que usted también está muerta. La diferencia entre usted y este cadáver, es que él ha perdido la totalidad de su alma. Usted sólo la tiene fraccionado y ha conservado, para mí, la parte más importante: la del cerebro. El alma, como debe saber, es lo que determina cuando un ser está vivo o muerto. En el caso de los vampiros, como el suyo, es natural que, una vez procesado el veneno en el organismo, el humano ser convierta en uno de ellos. Mas su alma queda fraccionada y, justamente la de su corazón, queda inerte, muerta o desaparece. Respiró profundamente. ― Aunque claro, imagino que eso también ya lo sabía. La observó con curiosidad unos instantes, luego le dedicó una mirada que indicaba que debía apresurarse con el cuerpo que tenían frente a sí.
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    Baléyr observaba a la muchacha sin perderse ningún detalle en sus movimientos, ni alguna palabra de lo que ésta decía. Sí, era normal ver actuar como forenses a los magos y brujas, mas el Arcano esperaba otro tipo de estudio respecto al cuerpo. Le parecía que algo tan básico podía hacerlo cualquiera, pero bueno, no le dijo nada a la bruja en cuanto a ese tema y sólo se limitó a asentir a alguna de sus palabras y hacer un gesto curioso en otras. -- Es de sabios sentir respeto por la muerte. --coincidió el anciano mientras se paseaba alrededor del cuerpo tendido en la mesa-- Los hombres temen a la muerte, por encima de todas las cosas. Algunos se aseguran de tener una prolífica descendencia para que su linaje continúe; en el pasado, reyes, emperadores y faraones, erigían gigantescos monumentos, para que las generaciones siguientes los recordaran aún después de muertos. Se detuvo a la altura del pecho del cadáver y, con una fina daga de plata, abrió el abdomen de éste. -- Otros, sin embargo, se ocupan de asegurar su presencia al paso del tiempo, con el oscuro arte de la Nigromancia. --sonrió de lado, muy imperceptiblemente-- No es el objetivo hoy en día. Pero le sorprendería saber la necesidad de "control" sobre la muerte, que tienen unos cuantos. --pasó un dedo por el corte y lo saboreó-- La Nigromancia, señorita Rambaldi, no es sólo devolverle la vida a un muerto. Créame, sé perfectamente lo que puede llegar a pasar si lo hago. También es comunicarnos con los espíritus, con nuestros antepasados... Mostró prudencia. Tal vez, a su alumna no le hiciera mucha gracia saber todo lo que Baléyr sabía y podía hacer y se sorprendería si descubriese que el Arcano percibía ciertas cosas y veía también. Pero, ¿qué podía hacer? Ya estaba viejo para andar ocultando su cara. -- Ahora, siguiendo con el examen físico de nuestro amigo. --señalo con su derecha al muerto-- Dígame, por favor, las diferencias -además de las notorias- entre nuestro amigo "bien muerto" y usted. Ladeó la cabeza y la miró con curiosidad. Había pasado mucho tiempo desde que el Arcano se parara frente a un vampiro. Se había topado con demonios, las dos últimas lo habían sido y, evidentemente, la experiencia que se vivía de paso del mundo de los muertos a este, difería bastante de la experiencia que podría llegar a tener la Rambaldi. -- Oh, y también me gustaría que me explique la relación de horas que hace al decir "no más de doce horas, al menos" y "un día como máximo" --sonrisa.
  13. Para los ojos de cualquier persona, Candela estaba hablando sola. Cualquiera que la conociera, e irónicamente no supiese de la situación, diría que estaba exteriorizando la locura que cargaba encima. Báleyr en cambio, experimentó intriga. Luego alivio. Haberle preguntado a Candela si estaba lista para la prueba era señal de que él creía que estaba preparada. Que haya superado el ritual sin volverse realmente loca en el proceso, confirmaba esas “sospechas”. Desvió su mirada hacia su puerta. El lugar donde se abriría el portal. Volvió hacia la pequeña bruma que le mostraba todo lo que sucedía. Los cuerpos, a la orilla del lago, comenzaron a vibrar. La paciencia no era una virtud de la tierra de los muertos. Ella les había prometido una vida y no estaba cumpliendo específicamente con la promesa. Es decir, sí, el conejo era lo que se pedía. Sin embargo, ese diálogo con la muerte estaba atrasando demasiado las cosas. Capaz, la Triviani no estaba tan consciente del tiempo que había pasado. Pero entre la preparación del ritual, el cántico y la pequeña demostración de fortaleza como futura Nigromante, había pasado tiempo. El Arcano también se estaba impacientando. - Será mejor que te apures. La noche parece más larga de la que realmente es. Quedaba resolver su temilla con el lago, terminar el ritual y enfrentarse ante las causas de una muerte.
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    Después de que la alumna se hubiese marchado, Baléyr permaneció en silencio sentado al pie de un árbol atrás de su cabaña. Estaba disfrutando de la tranquilidad y aprovechó para meditar en muchas de las cuestiones que le daban vuelta a la cabeza. El primero de ellos había sido la confesión que le hicieran a la señorita Malfoy, aquellas almas, en su prueba. Naturalmente, todo lo que se decía en ese mundo podía ser tomado con pinzas, pero no por eso podía uno bajar la guardia. Ya en la segunda cuestión se detuvo. El Arcano se apoyó en su bastón y caminó hacia la entrada trasera que tenía su cabaña, ya estaba viejo para tener que dar la vuelta entera e ingresar por la entrada principal. En sus años de juventud, hasta saltaba por la ventana. Tantos años habían pasado ya de eso, le parecía todo muy lejano. Llegó a su cabaña y esperó, sabía que en cualquier momento recibiría una visita. Baléyr acarició su canosa barba cuando vio a la chica entrar, la observó, deteniéndose en los detalles que la hacían peculiar. Pero no era el aspecto físico de la mujer lo que captó la atención del viejo Arcano, sino la esencia que ésta traía consigo. Era distinta a la que había sentido con sus dos últimas alumnas, eso era obvio. Y era más alta también que la muchacha Triviani. -- Sea bienvenida, señorita Rambaldi. Tengo entendido que ésta no es su primera habilidad, así que imagino que no nos será tan dificultoso. --acarició el anillo en uno de sus gordos dedos y entrecerró los ojos-- Claro que la Nigromancia es distinta, como todas las habilidades entre sí. Veremos qué tal nos va. Se dio media vuelta para buscar uno de sus libros, mientras que, en el centro del lugar, aparecía una mesa con un cadáver sobre ella. -- Oh, sí, acá está. --agarró un tomo de "Mil formas de morir bien muertos", y le echó una ojeada. El cuerpo sobre la mesa apenas despedía un mínimo hedor, pero se sentía. Tenían que apresura un poco esa parte para poder deshacerse del cadáver. -- Dígame qué ve y qué encuentra en este, nuestro querido amigo, muerto. La muchacha tendría que hacer uso de, absolutamente, todos sus sentidos, para ver si había alguna anomalía con el cadáver que le presentaba. O simplemente para decirle lo que todo el mundo podía decirle.
  15. Báleyr miró extrañado. Se llevó la mano al mentón y suspiró levemente. Había algo en Candela que le extrañaba. Más aún cuando miraba todo en perspectiva. Es que, se suponía que había un estereotipo de Nigromante que más o menos se respetaba. La clave ahí era justamente “estereotipo”. Pero no era por un cliché, propiamente dicho, sino porque había algo en la necesidad de controlar la muerte que era inmanente a la búsqueda de poder de todo mago o bruja. Candela, se lanzaba a un lado más social. Y claramente le estaba sirviendo de ayuda. Una herramienta más para poder enfrentarse a la prueba de la habilidad. Los muertos, ante la propuesta, comenzaron a murmurar entre ellos. Tener que ayudar a un vivo, iba en contra de todos sus ideales. Hasta de su propia escencia, si nos permitimos exagerar un poco. Porque la fina línea entre la vida y la muerte, era también aquella que le daba la rivalidad más grande. - Curioso –soltó levemente. Un cuerpo sumergido comenzó a flotar. Con una suavidad desesperante. Completamente quieto. Rígido y a la vez pesado. Un golpe seco indicó el choque entre la barca y este cuerpo. Candela avanzó un poco. No era la acción más específica esta de empujar la barca, pero algo sucedía, que con el contacto del muerto, una cadena invisible que imposibilitaba la movilidad, se soltaba un poquito. Candela tendría que redoblar la apuesta. Pero otro cuerpo flotó Y otro más. Se escucharon otros murmullos bajo el agua. Ahora, entre ellos estaban discutiendo. El Arcano no sabía si era por pura ambición, o si los muertos comenzaban a tener un pensamiento crítico. A veces, hablar con muerte era más difícil que conectar con los vivos.
  16. - La prueba está lista, Candela. Báleyr acomodó su anillo y suspiró un poco cansado. La noche antes de cualquier prueba de un alumno era complicada para él. Ni hablar del día. Era un tipo exigente. Quería que el desafío que tenía para consigo mismo, se viera reflejado en las cosas que tenía que superar Candela. Para eso, había agrupado en tres desafíos, los vértices más esenciales para un Nigromante. Nada de magia, sólo técnica rigurosa, y un potente uso de la cabeza. Carraspeó. Su gorro no se movía de lugar. - Esta… Es tu primera habilidad ¿verdad? La prueba es muy sencilla. Solo tienes que llegar a la pirámide. Llevaba su vara de cristal en la derecha. Golpeó su base dos veces contra el suelo y se desapareció. La sala de ouroboros sería el recinto desde donde acompañaría a Candela. Como toda prueba de Habilidad, la noche se dividía en tres partes. Cada una tenía que ser superada para que el camino se abriera frente a ella, hasta llegar a la pirámide y poder cruzar por el portal, para la demostración definitiva. Primero debía pasar por el lago atestado de muertos en vida. La Triviani tenía que cruzarlo con una barca que estaba a la orilla. El problema, era que los cuerpos desmembrados no intentarían hundirla, ni llevársela con ella. Sino que huirían de su presencia. Por primera vez, rechazaban el contacto con lo vivo, sólo por la misma razón que tanto lo anhelaban: para ver morir a su presa. El lago, no permitiría que la barca se moviera, por eso la estudiante tenía que lograr la confianza con lo muerto, y que sean los cadáveres la que impulsen la barca. En la playa de la isla, se encontraba una mesa de piedra, alrededor de tótems de igual material, con una estrella de seis puntas dibujada en el medio. Candela tenía que preparar un ritual para lograr un pacto con la Muerte. Tenía que invocarla, solo con sus propias manos y el cuchillo de plata que tenía a un lado. Un conejo, como ser vivo. Por último, cruzar el laberinto, donde se toparía con un joven que no pasaba los diecisiete años. Él, llevaba una boina marrón, unos pantalones de la misma tonalidad y una camisa blanca. Todo sería normal, de no ser porque estaba bañado completamente en sangre. Candela, entonces, tenía que descubrir cómo fue su muerte. Y usar su cuerpo, sangre, entrañas, órganos, usar su muerte, para abrir la pequeña reja que se imponía como único obstáculo entre ese espacio, y la tan ansiada pirámide.
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    Baléyr la observó impasible, mientras soltaba su mano y acomodaba de forma innecesaria su anillo. Tenía la certeza de haber tomado una decisión respecto a su alumna y, aunque era primordial pasar ese pequeño obstáculo, creyó conveniente que ya estaba preparada para una prueba mayor. Se puso entonces su sombrero y le dio la espalda para iniciar una marcha de regreso a su mazmorra. ― Ven conmigo. Iba arrastrando su túnica de forma casi imperceptible, nadie lo hubiese notado de no ser porque provocaba un ligero ruido por las hojas secas al andar. Cuando estaban cerca del árbol en el que solía tomarse un descanso, se giró para encarar a la joven bruja y mirarla con el único ojo bueno que tenía. ― Considero que tu aprendizaje debe ser puesto a prueba. ―sentenció con calma.― ¿Crees, tú, que estás lista para darla? El Arcano esperaba que dijese que sí, sería una pena que en el momento justo se echase para atrás. Tanto esfuerzo y peligro de muerte por nada. Pero también esperaba un poco de sensatez por parte de su alumna, después de todo, no tenía nada de malo en temerle a la muerte. De hecho, era un sentir hasta sabio el hacerlo. Así pues, aguardó su respuesta.
  18. El Arcano hizo un gesto leve y en su mano apareció su vara oscura como el mismo Fin. ¿Era un reto hacia la mujer que se recuperaba de su Prueba? La observó jadear y sufrió el dolor de ella. Aunque la mujer aún no lo notaba, estaban unidos por el anillo vinculado que estaba en el suelo, junto al resto de cachivaches de los Uzza que habían vuelto con ella. El antiguo anillo de Novicia se había moldeado y había tomado la forma del suyo propio, siendo casi dos en uno. El del Arcano y el de Ella estaban unidos ahora porque el Portal así lo había decidido. A partir de este momento, compartirían los momentos de gloria en el Más Allá pero también las penas, siempre más numerosas de lo que podrían soportar. Levantó poco a poco la barbilla para contemplar aquel rostro que reflejaba todo lo sufrido para adquirir aquel Aro de Habilidad de la Nigromancia. - La Muerte siempre se cobra un precio. Creo que no lo olvidarás nunca. Aceptar tu suerte y no querer recobrar lo perdido demuestra que eres inteligente. Y cauta. Puede que algún día seas capaz de enfrentarte a un reto mayor y, tal vez, seas capaz de recuperarlo pero... Siempre perderás algo más. A veces, lo que se pierde es tanto que se olvida uno de que es humano y se convierte en... Báleyr guardó silencio un momento. ¿Convenía decirle eso ahora? ¿Es que creía que ella no era consciente de eso? Asintió brevemente y decidió que era hora de volver a casa. Dio media vuelta y avanzó, sin apoyarse en el bastón oscuro. Era mayor pero era fuerte, aún no necesitaba apoyos. - No, no te he aprobado. Se giró un poco, lo justo para verla recuperar sus objetos y ver como se ponía el Anillo en la mano. Brillaba. - Has aprobado tú sola. Has sido valiente. Has demostrado tu valía. Has conseguido los méritos necesarios para poseer el Anillo de Nigromancia y puedes lucirlo con orgullo junto a tu cicatriz. Ambos los tendrás de por vida. Cuando mueras... Será mío. O de mi sucesor. A saber... El Destino no está escrito. Tal vez algún día volvamos a vernos. Ahora descansa. Necesitarás recobrarte de la dura experiencia de ser Nigromante. Bienvenida. Y adiós. Báleyr volvió a caminar hacia la salida de la Pirámide, dejando que su figura se difuminara al recibir los rayos del sol del amanecer, desapareciendo de su vista. Normalmente no hablaba tanto con los nuevos miembros de la habilidad. Era casi inhumano pertenecer a ella y a él no le gustaba hablar en vano.
  19. Báleyr no vio la entrada de la Novicia, quien había tomado el anillo en su mano, en el Portal abierto. Su único ojo miraba hacia las estrellas, leyendo el destino de ella, de él, de todos los que conocía... Un Arcano es hábil en todas las Habilidades, es Maestre de una pero conocedora de todas. Puede sentir el poder de todos los anillos juntos en manos de sus compañeros y, sabía, pronto tendrían que unirse ante un Mal Mayor. Los Arcanos habían cedido a estar allá, en aquel lugar europeo. Él era noruego, sabía muchos de sus costumbres; para muchos de los poseedores de los Anillos de los antiguos inmortales era el primer contacto con el viejo continente. ¿Se unirían para salvar a aquello magos y hechiceras de lo que estaba por venir? El Arcano elevó su mano y, en ella, apareció su vara, un sencillo cristal oscuro con el que era capaz de vislumbrar el Más Allá. El Peligro estaba allá, cerca, demasiado cerca. Se volvió bruscamente para ver como la luz del Portal desaparecía. Intuía que su alumna, la señorita Malfoy, conocía también que había un gran peligro en ciernes. Hacía tiempo que no le sorprendía la vida cotidiana pero el carisma de aquella mujer le hacía titubear sobre los conocimientos que deben adquirir los pupilos. Era sabia. Era poderosa... ¿Sabría corresponder como debía ante la adquisición de aquella Habilidad? Le haría invencible, demasiado fuerte para el resto de los magos de aquel país. En cierta manera, sentía admiración por sus logros, que intuía, y por sus esfuerzos, que ya había visto durante las clases que había seguido a su lado. No lo tendría fácil allá dentro. Tal vez no volviera. O no volviera del todo... A veces, la Muerte exige un precio. Siempre se paga un precio. La Vida era una terrible parodia a la que todos regresaban, a veces no enteros. Báleyr deslizó su mano arrugada por la cicatriz de su cara. Guardó silencio. Siempre guardaba silencio cuando no había nada que decir y éste era un momento en que era mejor respetar la prueba por la que pasaba la mujer de ojos grises. Permaneció allá, de pie, esperando... El Portal decidiría si estaba preparada para volver con los Vivos. No supo cuanto tiempo estuvo allá, con el ceño fruncido a medida que las estrellas desaparecían y el manto nocturno se hacía más liviano. La luz empezó a iluminar la estancia cuando la sintió. Báleyr contempló aquel cuerpo, sintió el dolor de ella al sentir la luz en sus ojos y el aire en los pulmones. Sin embargo, resistió porque ella resistía, valiente. Sólo entonces, Báleyr habló. - ¿Mereció la pena conseguir la Nigromancia? - Guardó otra vez silencio, pensativo. Después bajó un poco la voz, en respeto a lo que ella había conseguido. - ¿Quieres volver a por lo perdido? ¿Crees que podrías recuperarlo? Y volvió a reseguir su cicatriz, parándose en el ojo que no tenía desde hacía mucho tiempo. ¿Se atrevería ella a recobrar lo que él no quiso hacer? ¿Admitiría vivir sin lo que había quedado en lo profundo de la Pirámide? - Podrías hacerlo. Venciendo al Arcano que domina el Anillo. Algún día... Báleyr miró a la mujer, considerando que, tal vez, había encontrado una digna sucesora de su puesto. Algún día...
  20. Báleyr

    Nigromancia

    El Arcano de Nigromancia permanecía sentado, impasible, observando sus manos de persona mayor, observando aquella piel ajada que había pasado por muchas experiencias. Esperando... Esperando a que la pupila reaccionara. O muriera... Lo que ella decidiera... La creía preparada pero ella tenía que estar convencida. Tenía que saber que podía superar lo que pudiera ocurrir en el Mundo de la Nigromancia, tenía que creer en su propio poder. Por ello, impasible, contemplaba su lucha contra el ser que la asfixiaba. Parecía absorto en sus manos y las historias que escondían pero su ojo (el que le quedaba) vigilaba lo que sucedía en el lugar en que Candela Triviani estaba muriendo. Apenas parpadeó cuando ella se zafó de las garras que la mataban ni apretó los labios cuando la escuchó librarse de la Muerte. Pero no lo había conseguido. No del todo. La alumna estaba muy preparada para pasar la prueba pero... Debía regresar del mundo de los Muertos y, para ello, debía recordar sus palabras, las palabras con las que el propio Arcano le había hablado antes de entrar en él: << Bloquea tu mente a cualquier influjo externo... >> Báleyr se levantó y extendió su mano hacia adelante, hacia un punto inexacto de la realidad presente en la que él se encontraba. Cualquiera que le viera entendería que era una persona mayor que hablaba al aire. Sin embargo, nadie creería que el Arcano hacía algo fuera de lo normal, entendiendo la Habilidad que dominaba. Daba su mano a alguien, a quien quisiera cruzar los dos mundos, quien quisiera estar vivo en éste. Báleyr no corría riesgos, sabía quien agarraría su mano. << Ven. Estás preparada para cruzar. Pero hazlo sola o tendré que mataros a ambos. >> El Arcano estaba más que dispuesto a cumplir su amenaza. En estos días de líneas frágiles que se quebraban con facilidad, cuando la celebración de Halloween se acercaba, no podía dejar entrar a nadie que no perteneciera a este Mundo. Debía mantener el Equilibrio, aunque tuviera que justificar ante el Ministerio la muerte de una alumna. De ella dependía, entonces, seguir con vida. No le ayudaría en ello.
  21. Báleyr no se esperaba (o tal vez sí, en un fuero interno que no quería reconocer) que la Señorita Malfoy decidiera solucionar sus problemas hablando con los habitantes que le rodeaban. Sólo era un grupo de cinco o seis personas pero a cualquiera le hubiera puesto los pelos de punta. Sin embargo, ella razonó con ellos con una indolencia ejemplar, como si no le afectara el encontrarse con aquellos seres. Era un buen paso a su favor, lo tenía que reconocer. Ahora le tocaba vencer uno de los pecados capitales que más afectaba a todos los Nigromantes del mundo (quisieran o no decirlo en voz alta): la Codicia. Esa prueba era una tentación casi imposible de superar. Pero todo aquel quisiera vincularse al Anillo de la Nigromancia debería resistirse o quedarse dentro del Portal, quien se cerraría para siempre, dejándolo encerrado durante toda la Eternidad. El Arcano contempló a la muchacha. No había equivocado sus sensaciones sobre la fuerza que le movía. Fuera verdad lo que les dijo o una mentira encerrada en una poderosa mente, Beltis Malfoy soportó aquel sentimiento y derrotó a las Sombras que pretendían convencerla y vencerla a la vez. Cuando osó preguntarle si podía pasar la prueba, alzó su barbilla en tono altivo ante su atisbo de superioridad, algo que le molestaba mucho de sus pupilos. Levantó una mano y un anillo, muy similar al suyo pero que sólo era una copia sencilla para la Malfoy, levitó, brillante, delante del Portal. Su ojo vacío y el otro, frío como el hielo de las estalagtitas de invierno, se posaron en ella, valorando lo que había visto. Después sonrió en un gesto que hacía de su faz una mueca horrenda cercana a una calavera. -- Si te crees preparada... Si quieres pasar la Prueba, sin ninguna duda, sin sentirte obligada por nada o por nadie... Si realmente eres tan insensata de contestar sí a esas dos suposiciones... Ponte el anillo y cruza... Si eres valiente... Pasa el Umbral y enfréntate a la Muerte. Busca tu destino más allá de la luz. Le dio la espalda para que escogiera entrar o irse.
  22. Báleyr

    Nigromancia

    Báleyr hizo rodar el anillo de Nigromancia en su dedo, mientras contemplaba a su alumna. El halo negro que lo rodeaba se movió en el aire, alrededor de su mano, hasta que volvió a adoptar su forma original cuando el Arcano dejó de toquetearlo. << Está viniendo. Él, ÉL, está viniendo. >> Tuvo que usar mucho coraje para impedirse ir en busca de la Triviani. Su rostro pareció arrugarse mucho más ante lo que veía pero mantuvo la calma. Era algo que tendría que solucionar ella. Si intervenía, nunca podría demostrarse que servía para moverse entre el mundo de los muertos y resistir las trampas de los que viven en él. Por ello, el semblante serio y misterioso de Báleyr siguió imperturbable ante el sufrimiento de Candela Triviani por lo que ella veía. Era de vital importancia que entendiera que el muerto que se acercaba, que le atormentaría, era real. El cuerpo que ocupara en su mente podría o no serlo pero la amenaza era real. A pesar que parecía imposible, la respuesta de la mujer arrancó una leve sonrisa en la comisura de los labios del Arcano. ¿Filosofeaba con un muerto? Eso era sangre fría; o tal vez era controlar su miedo. Cualquiera que hiciera eso ante un muerto, se merecía su respeto; por valiente o por irreflexivo. Y para él, este segundo motivo era la explicación de que la alumna estuviera muriendo. La vio jadear, la vio ponerse azul, la vio perder el aliento vivo que se le escapaba y no volvía a sus pulmones. La vio morirse. Sin embargo, aún no reaccionó. No, aún no. Ella aún podía salvar la situación sin que se viera obligado a intervenir. Candela Triviani debía hacerse cargo del odio de aquella figura muerte y retorcerlo hasta que le obedeciera. Alguien volvería a la vida en aquel lugar. A Báleyr no le importaba si era el espíritu enfadado o era la alumna que se estaba dejando matar sin utilizar todas las armas que tenía a su disposición. O dominaba a la Muerte o sufría la Muerte. El Arcano podría rehacer lo que sucediera. Pero dependía de ella. Candela Triviani debía decidir si morir o dominar al muerto que la mataba. Si él le ayudaba ahora... ¿Cómo podría superar las pruebas del Portal que tendría que vencer sin ninguna ayuda cuando llegara a la Pirámide que le alojaba. <<Piensa, muchacha, piensa... ¿Cómo puedes afrontarlo y dominarlo? >>
  23. Báleyr percibió, incluso con los ojos cerrados, como la tierra a su derredor se movía. Segundos antes se había descalzado, dejando que la arrugada piel de sus pies entrase en contacto con el frío césped, para luego agitar suavemente su báculo. De la misma tierra habían emergido una serie de columnas de humo negro que se habían arremolinado en torno al anciano y, en un último acto, se habían unificado en una suerte de nube que ahora mantenía al Arcano unos cuantos metros por encima del suelo. Mantenía los ojos cerrados, procurando no sentir las náuseas que la altura le provocaba, mientras esperaba que su alumna tomase el primer paso. La observó bordear el lago hasta que llegó al muelle donde se encontraba el bote que debía tomar. El mismo se mecía en las aguas al compás del oleaje que el viento de la tormenta provocaba. Tuvo que evocar gran parte de su voluntad al verla utilizar uno de aquellos benditos anillos que los Guerreros Uzza repartían a mansalva; de encontrarse un poco más cansado, o quizá si su dolor de espalda fuese tan sólo un poco peor, la hubiese reprendido. Suspiró enérgicamente y contorsionó su cuello hacia los lados en un vano intento de liberar un poco la tensión que el uso de aquella magia le provocaba. La emoción fue en escalada a medida que la observó aventurarse a través del lago y, sin quitarle la mirada de encima, jugó meticulosamente con su anillo de la habilidad. - ¿Pero qué? - bufó molesto al verla utilizar un segundo anillo para salvarse de las garras de los inferis. Abrió los ojos y escudriñó la distancia, como queriendo atravesar con su mirada las paredes del laberinto y los árboles del bosque y que la Malfoy notase el reproche en sus orbes. Aún más furioso, transformó su mano en un puño y atravesó la intangible nube con él al verla valerse de unos tres poderes más para asegurarse de que nada le pasaría. Negó con la cabeza, sorprendido de que la mujer utilizase semejantes recursos para deshacerse de un obstáculo tan simple como el que le tenía preparado. Agitó su báculo en el aire con más violencia de la necesaria y recitó unas cuantas palabras en un idioma arcaico. En cuestión de fracciones de segundos, el obstáculo que le tenía preparado fue reemplazado por una niñita con prendas ensangrentadas oculta en el seno de un bosque. Báleyr afinó una pícara sonrisa en su dañado rostro, allí no le servirían sus anillos. Eventualmente, y sin tener que recorrer un trecho muy largo, la Malfoy se encontró a la niña y se dispuso a ayudarla. En cuestión de momentos, nada más, las intenciones de aquel espectro multimórfico quedaron claras. Sin embargo, ya era demasiado tarde, la mujer había sido tele-transportada al mundo de los muertos. De a poco la niña fue volviendo a su verdadera forma, un anciano quien clamaba ser uno de los primeros ostentadores de la magia. Tras observarlo un poco más de cerca, y a medida que sus rasgos faciales se hacían más y más verdaderos, Báleyr creyó reconocerlo. Algo dentro de sí le decía que ya lo había visto antes, y no fue hasta que pasaron unos cuantos segundos que lo reconoció como el hombre que había visitado en una de sus tantas misiones en sus épocas de aprendiz de la Nigromancia. El arcano arqueó las cejas, sorprendido por dónde había terminado todo aquello. De un momento a otro, la escena cambió y Beltis se encontraba junto a él. Abrió los ojos súbitamente, sorprendido por que la mujer hubiese encontrado el camino de regreso tan rápidamente. Sin embargo, allí no había nadie. Báleyr volvió a concentrarse en la mujer y, efectivamente, ella se encontraba frente a una copia de él. Aquello sólo podía significar una cosa: la muchacha seguía en el mundo de los muertos y La Muerte la estaba desafiando una última vez antes de cederle los mandos al Portal. - Señorita Malfoy - resonó la voz del Arcano que estaba junto a Beltis, el falso Arcano, uno que hablaba con una voz mucho más gruesa y resonante que la suya propia. - Uno no escapa del inframundo a voluntad propia, debe tener mi permiso para ello. - agregó la voz, seguida de una risa macabra que a cualquiera le pondría los vellos de punta - Nada de usar esos anillos, o se las verá directamente conmigo. Mucha suerte. - sentenció, para el deleite del arcano, tras lo cual desapareció. Báleyr podía ver a la lejanía como el anciano con el que la muchacha había hablado minutos atrás, junto con sus demás contemporáneos, se acercaban hacia ella.
  24. Báleyr

    Nigromancia

    No habían sido sus acertadas respuestas, ni el hecho de que con tan pocas palabras y una semejante templanza le había mostrado que tenía una faceta de su personalidad muy distinta a la que inicialmente mostraba, lo que le había hecho sonreír de manera pícara al final de sus contestaciones. Había sido la determinación con la que había aceptado la prueba, como si no fuese más que un sencillo trámite a pesar de ser probablemente uno de los desafíos más difíciles que le tocaría atravesar en su vida mágica. Asintió levemente y, tras concretar una fecha y hora para su prueba de Habilidad, la observó desaparecer para luego concentrarse en su alumna remanente. Si los astros se alineaban, podría descansar luego de esto: trataba de ignorarlo, pero el dolor de espalda era cada vez más fuerte y se hacía cada vez más difícil pasarlo por alto. En un principio, le costó entender con claridad a donde llevaba todo esto: veía las imágenes en la misma secuencia que la Triviani pero, de alguna manera, la mujer era capaz de extraer conjeturas a partir de ellas a las cuales el Arcano no tenía acceso. Era válido decir que, como todo en el mundo de la magia, había ciertas fronteras que su poder no había cruzar y que, para serse franco, tampoco deseaba hacerlo. En ocasiones, su labor como docente implicaba infiltrar en demasía la mente de sus aprendices, una actividad que a veces se volvía no sólo tediosa sino incómoda. Sin embargo, y a medida que la mujer fue uniendo todas las ideas y que las cosas comenzaban a caer por su propio peso, la historia se puso cada vez más interesante. El muchacho no dejaba de implorar por su madre y su alumna era víctima de aquel influjo de emociones que parecía haberla desestabilizado temporalmente. << Concéntrate, Candela. >> le instó, con una voz un tanto más seria de lo intencional. No podría avanzar hasta que supiese dominar sus emociones. Báleyr necesitaba de ella que fuese más templada, incapaz de exaltarse ante las vicisitudes del comportamiento humano independientemente de lo que en verdad sintiese. La escena era un caos, y los gritos del muchacho bregaban por atraer a los no-muertos rezagados unos cuantos metros detrás de ellos. Repitió la orden a la muchacha, esta vez con un poco más de seriedad, instándola a retomar la calma. El sonido de una enorme rama al resquebrajarse reverberó a unos cuantos metros de donde estaba la Trivani y su supuesto hijo y, de pronto, una tenebrosa música comandada por un violín comenzó a resonar en las inmediaciones del bosque. El Arcano no estaba del todo seguro de qué se trataba todo aquello: una jugarreta de la magia de aquel lugar, eso estaba claro, pero la naturaleza de la conexión entre aquel bosque y el Inframundo nunca había sido del todo clara para él y, de tanto en tanto, lo sorprendía de la nada con elementos como aquel. Un último sonido se agregó a la música, un tanto más fuerte para asegurarse de ser audible a pesar de la suave trompeta que se había sumado a la orquesta. El mensaje era claro, tan claro que a Báleyr llegó a ponerle los pelos de punta y tuvo que contenerse para no salir corriendo en busca de su alumna. No. Tendría que apañárselas sola. El mensaje era claro. << Está viniendo. Él, ÉL, está viniendo. >> la voz no era más que un susurro, pero era un susurro tan grave que a cualquiera le haría flaquear las rodillas. << Está viniendo. Él, ÉL, está viniendo. >>
  25. Era hora. Le había dado suficiente tiempo a la Malfoy para alistarse y hacer cualquier preparación final que necesitase previo a la prueba. A partir de ese momento, Báleyr no podía hacer más. Todo dependía de ella y, en menor medida, del ancestral portal cuya magia terminaría por decidir si Beltis estaba o no preparada para convertirse en Nigromante. El Arcano esperaba a la mujer en la puerta de la pirámide que albergaba la entrada al portal, separado de ella por una serie de obstáculos que tendría que atravesar antes de acceder a la última instancia. Siendo que la pirámide (y por consiguiente el portal) estaban ubicados en una isla "separada" de los terrenos de la Universidad Mágica, el primer desafío de la Malfoy sería atravesar el lecho acuático que distanciaba ambos terrenos. Para los propósitos de aquel día, Báleyr había atestado aquellas aguas con seres bastante peculiares que recordaban a los Inferis que los magos oscuros eran duchos en invocar. A pesar de provenir de la muerte, ellos no tratarían de acabar con la mujer sino de poner a prueba su capacidad de actuar bajo enorme presión. Indudablemente, eran tantos que (de no poder controlarlos y guiarlos oportunamente) terminarían tumbando el bote que la mujer debía tomar en un intento desesperado de que ella se les una. Eventualmente, y si llegaba al otro lado, debía de atravesar un frondoso bosque que ocupaba una parte considerable del terreno de la isla. Casi a la mitad del sendero se encontraría con una niña con sus pies descalzos, vistiendo un camisón rosado con una enorme mancha de sangre cerca del tórax, su piel pálida y fría y una muñeca colgando eternamente de su mano izquierda. En un principio, la niña le pediría ayuda, pero si Beltis era incapaz de dilucidar sus intenciones ocultas enfrentaría un destino mucho peor que la muerte. Por último, debería enfrentarse al laberinto cuyo camino magistral la llevaría hasta Báleyr y la pirámide. ¿Qué había dentro del laberinto? Sólo la parca lo sabía. Después de todo, había sido ella misma la que se había puesto en contacto con el Arcano para diseñar aquella última parte de la "pre-prueba". El anciano sólo podía llegar a imaginar que macabro obstáculo había fijado para ella. << Bienvenida, señorita Malfoy. Mucha suerte. >> habló en la mente de la muchacha en cuanto hizo acto de presencia al borde del lago. << Está sola a partir de ahora. >> Silencio.

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