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Annick McKinnon

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Todo lo publicado por Annick McKinnon

  1. Otto Babbling Un hombre de cabello castaño moteado con algunas canas salió de prisa del Callejón Knockturn. Había ido ahí a buscar a uno de sus primos lejanos, quien le había hablado acerca de un lugar en donde podían ayudarlo a solucionar el problema que tenía. En la cara del mago se notaba cierto alivio al abandonar aquel callejón de mala fama, y deseó que ninguno de sus conocidos pudiera observarlo. Cuando estuvo sobre el Callejón Diagon comenzó a mirar de un lado a otro para intentar encontrar el negocio que buscaba. Las referencias que su primo le había dado eran vagas, pero Babbling no se daría por vencido. De hecho estaba tan concentrado en la búsqueda, que no prestó atención a la pelirroja que acababa de salir de uno de los locales cercanos y que caminada distraídamente mientras contaba monedas. «¡Ahí es!», pensó con cierto alivio luego de un par de minutos. Se acercó a la puerta y de inmediato el corazón comenzó a palpitarle a gran velocidad. Si no podían ayudarlo… Se detuvo. Pensar en esa posibilidad le provocaba una opresión en el pecho. Estaba tan preocupado que ni siquiera se había percatado de que sólo la mitad de su camisa iba dentro del pantalón mientras la otra parte colgaba por fuera de manera irregular, dejando al descubierto su prominente barriga. Empujó la puerta para ingresar a lo que por fuera parecía ser una simple y poco atractiva librería. Lo primero que notó fue que el negocio lucía un poco desordenado para su gusto, pero eso no importaba si podían ayudarlo a solucionar el problema que tenía. ―Bu-buenas tardes –saludó para llamar la atención de la única persona que pudo ver: un mago que parecía estar ordenando algunas de las tantas cosas que abarrotaban el sitio–. ¿Aquí puedo encontrar la solución a un… problema? Al pronunciar la última palabra, se aflojó aún más el nudo de la corbata que ya de por sí lucía ligeramente torcida. En el rostro de Otto podía observarse cierto frenetismo que se acentuaba aún más con su cabello, el cual mostraba cierto descuido, como si hubiera corrido un maratón; además, su bigote, cortado de manera casi perfecta, se movía de un lado a otro dejando entrever su nerviosismo. @
  2. Para horror de Annick, había sido Elvis quien había recibido la primera embestida. De pronto el mago había salido despedido unos cuantos metros hacia atrás, como si hubiera sido víctima de un encantamiento repulsor. Era extraño que alguien tan experimentado como él no hubiera logrado esquivar el ataque. Quizá se había distraído brevemente al escuchar lo que la rubia le decía. ―¿Te encuentras bien? ―Annick se acercó a su esposo para asegurarse de que no tuviera ninguna herida de gravedad―. ¿Y tú estás bien? ―preguntó a la joven [@@Ada Camille Dumbledore], quien había estado tan cerca de Elvis que había sido una fortuna que el animal no los hubiera embestido a ambos. Entonces la pelirroja se dio cuenta de que el temor y la preocupación comenzaban a provocar que actuara de manera descuidada, pues había bajado la guardia ante un enemigo que no podía ver. ―Por los sonidos que hace, parece que un animal nos ataca, pero es invisible. Debemos estar alerta –en ese momento deseó haber prestado más atención a las clases de Cuidado de criaturas mágicas–. ¿Alguien tiene idea de qué tipo de animal se trata? Apenas había terminado de formular esa pregunta cuando vio algo que provocó que su corazón diera un violento vuelco. En la entrada de los terrenos se encontraba una de sus hijas. ―¡Cuidado, Aitana, no te acerques demasiado, es peligroso! Como no podía ver dónde estaba el animal que los atacaba, apuntó a su hija con la varita y pensó en el único hechizo que se le ocurrió en ese momento: «Levicorpus». En un abrir y cerrar de ojos, Aitana se elevó un par de metros por arriba del suelo y comenzó a flotar en dirección a donde todos se encontraban. De pronto se escuchó otro gruñido y un rasgar de pezuñas en el suelo, como si animal estuviera enojado y preparándose para otro ataque. Fue entonces que Annick se percató de que mientras mantuviera a Aitana en el aire, ella quedaba vulnerable ante otra posible embestida. @@Aitana Koch Dumbledore @ @@Arabella Gryffindor
  3. Annick deseaba alargar aquel momento y que nunca terminara. Sentir los brazos y los besos de Elvis le brindaba una alegría inexplicable; sobre todo porque en los últimos minutos habían hablado como antes, como si no hubieran existido los meses en que estuvieron distanciados. ―Estoy segura de que haremos un buen equipo. Tal como dices, haremos todo doblemente bien y ganaremos el doble de dinero ―comentó sonriendo y aprovechando cada oportunidad que tenía para dar pequeños besos a su esposo―. ¿Recuerdas cuando trabajamos juntos en el Departamento de Aurores? ¡Tantos años de eso! Las últimas palabras de Gryffindor hicieron eco en la cabeza de la pelirroja. Ciertamente, al ir en busca del exauror, se había percatado de que el Callejón Diagon lucía menos abarrotado que de costumbre. ―Eso explica por qué algunos negocios parecen estar al borde de la ruina ―comentó―. ¿Conoces el sitio donde venden helados y otras bebidas? Vi un anuncio ofreciendo promociones, pero en el interior sólo había dos personas. Imagino que los dueños lo estarán pasando mal. En ese momento recordó su propio negocio, el cual de por sí solía tener poca afluencia. En próximos días tendría que darse el tiempo de dar una vuelta por el hotel y ver si sus empleados se encontraban bien. ―No estaría mal comprar algo en los locales vecinos. Es poco, pero para algunos quizá resulte de gran ayuda ―reflexionó; además tenía un poco de sed y hambre―. ¿Qué te parece si voy a buscar algo para beber? Un par de minutos después la ojiverde salió con paso decidido y echó a andar por donde había llegado. Mientras avanzaba, rebuscó entre las bolsas de su pantalón y comenzó a contar las monedas que llevaba. Por eso no prestó atención al mago que se encontraba a unos cuantos metros de ella leyendo el letrero de uno de los locales ubicados casi frente a Fabricantes de Mentiras. @
  4. Al escuchar las palabras de Elvis, Annick dedujo que éste había empleado la legeremancia con ella. Sin embargo eso no la molestó, porque la explicación de él logró disipar la duda que había comenzado a cruzar su mente. Pero sobre todo, el hecho de que la besara fue lo que terminó por borrar todo rastro de duda (e incluso toda la culpa que había sentido desde hacía meses debido al distanciamiento entre ambos). ―El tipo de magia que te afectó es diferente a la que conocemos –comentó más animada pero sin dejar de preocuparse por lo que su esposo le explicaba–. Juntos buscaremos respuestas. Le agradaba volver a recordar la sensación de que sus cuerpos estuvieran tan cerca y de que los brazos de él la rodearan. Sabía que definitivamente no deseaba volver a alejarse de Elvis nunca más. Escuchó con atención la explicación que Gryffindor le daba acerca de la clase de trabajos que la gente solicitaba en el negocio. En algunos casos su expresión reflejaba sorpresa y en otros interés. ―¿Alguna vez alguien te ha pedido que hagas algo ilegal? –preguntó – ¿Qué pasaría si te lo pidieran? ¿Lo aceptarías? Comenzaba a comprender el rubro al que se dedicaba, y tenía que admitir que sonaba mucho mejor de lo que había imaginado, pues le hacía recordar esos libros de misterio y aventuras que años atrás disfrutaba leer en compañía de sus hermanas Poulain. ―Creo que ya estoy entendiendo más acerca del tema. Si más adelante tengo alguna duda, te lo preguntaré –comentó luego de meditar un breve momento–. Ahora dime, ¿cuándo puedo comenzar a trabajar? Espero que la paga sea buena –agregó a manera de broma para finalmente aceptar la propuesta del mago acerca de trabajar juntos. @
  5. La rapidez con la que Elvis había hecho el encantamiento había evitado que algunos trozos de piedra cayeran sobre los presentes. Aunque el mago dijo que había algunas protecciones, todo parecía indicar que no eran suficientes y que algo o alguien se había infiltrado en los terrenos. ―¿Creen que sean muggles? –repitió Annick con el ceño fruncido. La sospecha de su prima Granger le parecía un poco descabellada; pero tiempo atrás también le hubiese parecido imposible que los muggles robaran bebés de San Mungo y, por lo que Polo había dicho, ese hecho acababa ocurrir–. No se ve nadie en los alrededores. La pelirroja miró hacia varios lados de los terrenos, incluso al cielo, pero no logró observar a nadie. Volvió a posar la mirada en donde antes había estado la estatua que ahora estaba esparcida en el suelo. ―¿Ya lo notaron? –preguntó en voz alta para que todos la escucharan. Hablaba sin apartar la mirada de lo poco que había quedado de la estatua, y dio unos cuantos pasos para apreciar los restos desde un mejor ángulo–. No parece haber marcas visibles de magia. ¿Qué la destrozó? Annick estaba replanteándose la teoría de los muggles cuando de nuevo se escuchó el inconfundible gruñido de un cerdo muy cerca de ellos, el cual casi de inmediato fue sustituido por otro agudo chillido acompañado del sonido de un correteo de pezuñas. El ruido indicaba que un animal de gran tamaño estaba a punto de embestir contra el grupo, sin embargo no se apreciaba nada a simple vista. ―¡Algo se acerca! ¡Protego! –era demasiado tarde. En un abrir y cerrar de ojos se escuchó un golpe seco y un grito de dolor que indicaba que algo había golpeado contra alguien. ¿Qué los estaba atacando y por qué no podían verlo? @ @ @@Ada Camille Dumbledore
  6. La pelirroja escuchó con atención la explicación del mago acerca del motivo que lo había conducido a adentrarse en la nigromancia. Tardó un poco en responder mientras meditaba. Finalmente dejó escapar un pequeño suspiro antes de hablar. ―Puedo entender la necesidad y el deseo de volver a ver a nuestros seres queridos, especialmente en los momentos de dificultad –dijo en tono comprensivo, pues ella también pensaba en muchas personas con las cuales le gustaría volver a hablar–; pero ¿qué pasa con ellos? Me refiero a… –en realidad no sabía cómo plantear la duda porque sabía muy poco acerca de la nigromancia y sus implicaciones–. ¿No sería mejor dejarlos descansar en paz? Comenzaba a entender los motivos por los cuales su esposo había decidido involucrarse con aquel tipo de magia, pero había muchas cosas que iban más allá de su entendimiento y en verdad deseaba que Elvis la ayudara a comprender. ―Sólo necesito que me asegures que nada de esto pondrá tu vida en riesgo… en más riesgo del que ya de por sí corremos –puntualizó con una triste sonrisa. Confiaba en su esposo, y si él le daba su palabra, ella le creería–. Y si vamos a trabajar juntos, tendrás que explicarme a detalle el rubro del negocio, porque hay cosas que no me quedan claras –confesó. Le agradaba tener una plática normal como antes de que se distanciaran. Entonces volvió a confirmar algo que hacía mucho tiempo había comprendido: toda su vida y su mundo giraban en torno al patriarca Gryffindor, y sólo a su lado se sentía completa y segura. ―Sí, me parece que podemos ir a un mejor punto –coincidió esbozando una sonrisa que era una mezcla de alegría y coquetería. Esas simples palabras y la sonrisa de Elvis habían bastado para dejar atrás el frío reencuentro de hacía horas–. La verdad es que te extrañé mucho. Annick entreabrió los labios y se inclinó ligeramente con la intención de besar al mago, pero algo la hizo dudar en el último momento. Llevaba un rato pensando en por qué la herida del pecho se le abría y sangraba como si fuera reciente, y se preguntaba si ella tenía algo que ver con el asunto. @
  7. Elvis se encaminó en dirección a la chica rubia para recibirla y aprovechó para cerrar la gran verja de hierro. A pesar de que el patriarca Gryffindor parecía otra persona, había algunas actitudes que recordaban al hombre que siempre había sido. Eso confundía un poco a Annick, pero se reservó ese pensamiento para analizarlo en otro momento. Mientras el mago y la recién llegada se acercaban al resto de los presentes, la pelirroja prestó atención a los rasgos de la hermosa joven y rebuscó en su memoria, sin embargo no recordaban haberla conocido antes; estaba segura de que no olvidaría un rostro tan bello como ese. Supuso que era conocida de su esposo y que la presentaría al resto de la familia. Sin embargo, antes de que tal cosa sucediera, fue evidente que había algo extraño. Las estatuas que estaban dispuestas en los jardines comenzaron a brillar, señal de que corrían peligro. Los ojos verdes de Annick se encontraron con los de Elvis. Era evidente que ambos tenían la misma duda y buscaban una respuesta en el otro. ―No lo sé –aferró la varita con fuerza y observó alrededor. Todo parecía normal, sin embargo las estatuas no podían equivocarse–. No puedo decir si lo que se escuchó era un chirrido metálico o alguna otra cosa. Fue muy breve –explicó en voz alta para que todos los presentes escucharan–. ¿Alguien más lo escuchó? –preguntó a todos. Agradecía no haber llevado consigo a Elros, pero entonces recordó que había otros menores presentes. ―Deberían entrar a la casa –dijo en dirección a Arabella moviendo la cabeza para señalar a Zahil y Aranel–. Lamento que llegues justo en un momento así, linda –dijo en dirección a la rubia–, pero creo que será mejor que preparemos nuestras varitas. De pronto volvió a escucharse el mismo sonido que momentos antes la pelirroja había percibido, y en ese momento sí logró distinguirlo: se trataba del peculiar gruñido de un cerdo. Frunció ligeramente el ceño. No había ningún cerdo a la vista; pero, sobre todo, no entendía qué relación tenía eso con que las estatuas anunciaran peligro. Y entonces sucedió. Se escuchó un agudo chillido seguido del resquebrajamiento de uno de los ornamentos de piedra. Los trozos volaron en varias direcciones, como si una maldición hubiese dado de lleno en él. ―¿Qué fue lo que le dio? –Annick levantó la varita, pero no logró observar a nadie en los alrededores. ¿Acaso estaban bajo el ataque de mortífagos? @ @@Ada Camille Dumbledore @@Arabella Gryffindor @@Arcanus @ @
  8. La bienvenida que le habían dado Lunática y su prima Granger compensaba solo en cierta forma el parco recibimiento de su esposo, pero Annick sabía que no era momento de dejarse llevar por ese pensamiento. Además tenía que hacer un esfuerzo por intentar comprender toda la situación en la cual se encontraba sumido el mundo mágico desde que ella había emprendido el viaje en busca de su hermano. Estaba intentando procesar lo que Lunática y Elvis habían explicado acerca de la necesidad de reforzar las protecciones de la mansión cuando sucedieron varias cosas a la vez: la mismísima Arabella Gryffindor y sus dos hijas acababan de hacer acto de presencia en la mansión después de varios años de ausencia; y casi en seguida un mago de cabello castaño también se unió para saludar. La pelirroja se preguntó si el joven había llegado acompañando a Arabella, pero dedujo que no luego de escuchar cómo le daba la bienvenida. ―Vamos a saludar –les comentó al resto de las presentes y se encaminó a saludar a los recién llegados–. Bienvenidos todos –dijo esbozando una sonrisa, aunque aún no estaba del todo segura si debía permanecer en la mansión y actuar como si el tiempo y las circunstancias no hubiesen pasado–. Niñas, qué grandes y hermosas están. Apenas tuvieron tiempo para saludarse unos con otros cuando Elvis comenzó a hablar acerca de la necesidad de reforzar las protecciones de la mansión. Como Annick no terminaba de comprender del todo lo que sucedía, supuso que lo mejor era imitar a los demás y hacer lo que le indicaran. Cuando Elvis terminó de hablar y propuso dirigirse al interior de la mansión, a la pelirroja le pareció escuchar un amortiguado sonido similar a un chirrido. ―¿Qué fue eso? –aguzó el oído para detectar la procedencia, pero lo único que se escuchó fue un golpeteo metálico que indicaba que alguien se encontraba llamando en la verja de la entrada principal. A lo lejos distinguió la silueta de una joven rubia a la que no reconoció. Miró a Elvis y a Lunática para ver si ellos conocían a la joven. Entonces recordó que el patriarca Gryffindor acababa de decir que la mansión se convertiría en un refugio para quien lo necesitara, así que sacó la varita y dio una pequeña sacudida para que la verja se abriera de par en par y la chica se sintiera con la plena confianza de pasar. Mientras esperaban que la recién llegada se acercara a donde todos se encontraban, Annick se preguntó si los demás también habían escuchado aquel sonido; incluso ya estaba pensando que quizá se había confundido con el chirriar de la verja de hierro.
  9. Durante un momento, Annick no supo qué decir ni qué hacer. Se quedó pasmada al percatarse de que la camisa de Elvis comenzaba a teñirse de rojo sobre el pecho. ―¿Sucede muy seguido? Tenemos que averiguar por qué… Aunque él le restó importancia, el intenso color de la sangre preocupó mucho a la pelirroja, sobre todo al saber que no era la primera vez que sucedía; sin embargo, apenas estaba procesándolo cuando escuchó algo que la dejó aún más atónita. ―¿Has dicho… nigromancia? –por un momento creyó que no sus oídos la habían engañado, pero luego miró la seguridad con la que Elvis hablaba y supo que no había ningún error. La nigromancia siempre le había parecido una rama oscura de la magia, sobre todo por el uso que le habían dado antiguos magos tenebrosos. Sin embargo conocía bien al mago para saber que no bromearía con un tema como aquel; y si seguía siendo el mismo hombre del cual se había enamorado, seguro aquella elección tenía que ver con fines diferentes a los de un mago tenebroso. Pero en medio de la nueva maraña de dudas y pensamientos que comenzaban a formarse en su cabeza, vio que el patriarca Gryffindor le sonreía por primera vez desde su reencuentro. Ver esa sonrisa que tanto amaba, despejó su mente como si se tratara de rayos de sol que se abren paso entre unas arremolinadas nubes oscuras. Escuchar que no había dejado de amarla era el motivo más fuerte por el cual había ido a buscarlo. Todo lo demás le parecía poco relevante. ―¿Entonces todo está bien entre nosotros? –murmuró–. Creí que después de mi ausencia, no querrías saber nada de mí, pero me alegra darme cuenta de que estaba equivocada –ella también sonrió, como hacía mucho tiempo no lo hacía–. Hay cosas que quizá me tomará un tiempo comprender, pero no quiero que eso afecte nuestra relación. @
  10. La pelirroja aún intentaba procesar lo que su esposo estaba diciendo cuando sintió que sus manos se posaron en sus brazos. Su piel reaccionó de inmediato al reconocer aquel tacto; pero no dijo nada, principalmente porque su cabeza era una maraña de pensamientos que intentaba hilar. La idea de un bien mayor le recordaba demasiado a Grindelwald, uno de los magos tenebroso más famosos del mundo; por eso le resultaba difícil comprender y aceptar todo lo que Elvis le decía. Entreabrió ligeramente los labios cuando vio una nueva cicatriz que se sumaba a las que ya tenía el exauror. Aún recordaba lo de su mano. En aquel episodio él había perdido los poderes del clan paladín y estos habían pasado a ella; pero ahora ni siquiera estaba segura de que algo de la energía de Uther siguiera circulando en su cuerpo. Mientras escuchaba todo lo que su esposo decía, Annick comprendió que ambos se habían dejado dominar por el mismo miedo; y tuvo que reconocer que él aún luchaba por lo mismo, pero desde otro ángulo. ¿Acaso ella no se había dejado llevar por algo similar la última vez que había regresado a la Orden? ―Comprendo que tienes miedo de perdernos; pero no puedo comprender el hecho de que veas el amor como una debilidad –mientras hablaba, comenzó a acortar la distancia que los separaba–. Nadie sabe lo que sucederá mañana, y no puedo garantizarte que no sufriremos alguna otra pérdida; pero cuando decidimos tomar este camino, lo hicimos precisamente por amor a nuestra familia y amigos, porque deseábamos algo mejor para ellos, y ese deseo debería ser nuestra fortaleza, nuestra luz en la oscuridad. No un peso ni una debilidad. Annick estaba plantada frente a él. La distancia que los separaba era muy poca. Pensó en la oferta de que trabajaran juntos, pero antes de responder, quería dejarle claro otro asunto. ―Dices que temes perdernos y por eso prefieres distanciarte; pero si te distancias de nosotros, entonces nos estás perdiendo por voluntad propia –una vez más tomó el rostro de él entre sus manos y lo miró directo a los ojos–. No nos alejes de ti, por favor –aquella frase la dijo en un susurro cargado de súplica. Se preparó para que él rechazara su tacto, pero antes de que algo sucediera, agregó: ―Tienes razón, si me hubieras dicho no hubiese permitido que lo hicieras –aceptó con voz apagada–. ¿Pero sabes por qué? Porque también temo perderte, y no sabría qué hacer si… –tragó saliva, ni siquiera podía pensarlo–. Te amo demasiado. @
  11. Elvis señaló unos sillones ubicados a la derecha de Annick, y ella tuvo que controlarse para evitar decir que no había ido a tomar el té; por eso se limitó a ignorar la invitación a sentarse. Mientras escuchaba a Gryffindor, el ceño de la pelirroja se frunció ligeramente; pero no lo interrumpió. Por fin había logrado que expresara lo que se había estado guardando, así que lo dejó hablar. Sin embargo se quedó helada cuando Elvis mencionó la desaparición de decenas de niños. La pelirroja no quería aceptar ante él que no había leído las noticias desde hacía muchísimo tiempo, porque su obsesión por encontrar a su hermano Salazar había consumido todos sus pensamientos, y eso la hacía sentir mal. ―¿Estar dentro para conocerlo? ¿Entonces tratas de decirme que no te importaría ir en contra de tus principios y valores con tal de conocer cómo funciona ese lado contra el que hemos luchamos durante tantos años? –no podía (o quizá no quería) dar crédito a lo que estaba escuchando. Siempre le había parecido que Elvis era la bondad y la justicia personificadas, pero ahora él parecía capaz de olvidar todo eso con tal de cumplir su cometido–. Así no es el hombre del que me enamoré… –tragó saliva para intentar deshacer el nudo que se le estaba formando en la garganta. Escucharlo hablar sobre todas las pérdidas que había padecido a lo largo de los años provocaba que el corazón de la pelirroja se encogiera de dolor. ―¿Crees que a mí no me afectó lo ocurrido con la Orden? ¿Crees que eres el único que ha perdido a sus seres queridos? –su tono de voz expresó el dolor que sentía–. Pregúntate qué dirían esas personas que has perdido si supieran que ahora no te importa ir en contra de tus principios por un poco de dinero. Ella también había perdido a mucha gente en el camino, personas que en su mayoría habían desaparecido de un día para otro; y durante años había estado viviendo con la duda de si seguían con vida: Salazar, Regina, Paige, Elizabeth, la misma Elodia y un sinfín de amigos y familia que ya no estaba. ―Dices que te has quedado solitario... ¿Acaso te olvidas de tus hijos? ¿De mí? ¿O ni ellos ni yo somos suficientes para ti? El exauror habló de tener marcas que ella ni siquiera imaginaba, y nuevamente la consumió la duda de si era responsable por haberse distanciado de él. ―¿Cómo esperabas que supiera todo eso si no te acercaste a mí para compartir tus pesares? ¡No domino la legeremencia como tú, Elvis! ¿Por qué no me contaste sobre tus angustias? ¡¿Acaso no confías en mí?! –conforme hablaba iba elevando un poco el volumen de la voz hasta llegar a aquel último reclamo. Le dolió que hablara sobre sus promesas a los Cuatro Espíritus. Aquel había sido uno de los días más felices de su vida, así que recordaba cada detalle. ―No me he olvidado de las promesas... –murmuró con voz temblorosa–, pero a mí también me dolió que traicionaras tus principios y tus valores a cambio de dinero; y, sobre todo, me dolió que lo hicieras a mis espaldas –una delgada lágrima rodó por su mejilla, pero de inmediato la secó–. Dices que me amas, pero ¿acaso la confianza no va unida al amor? El recuerdo del motivo por el cual se habían distanciado aún le dolía. Durante los últimos meses no había parado de darle vueltas al asunto para tratar de entender las acciones de su esposo, y aún no estaba segura de poder lograrlo. @
  12. Elvis salió de la parte trasera del negocio, y Annick se desconcertó un poco con la manera en la que se dirigió a ella. La pelirroja se había preparado para un recibimiento cortante, incluso frío y tenso; pero él actuaba como si hablaran del clima en una de esas escuetas conversaciones que solían entablarse entre desconocidos. Eso la molestó un poco. Definitivamente no era el hombre que ella conocía; pues en otros tiempos él hubiera sido más amable, más efusivo y, sobre todo, más cariñoso. Aunque, ya que lo pensaba, no podía esperar tales muestras de afecto si llevaban un tiempo distanciados. ―¿A qué te refieres con que no era como imaginabas? ¿Al aspecto del local o al rubro al que se dedica? –antes de hablar, intentó serenarse para modular el tono de su voz, pues su última intención era provocar otra discusión como la que habían tenido tiempo atrás; sin embargo no había podido evitar impregnar la última frase con cierto tono mordaz. Al momento se dio cuenta de que debía hacer un mayor esfuerzo para dominarse. No deseaba deteriorar aún más la relación con su esposo, a menos hasta saber si continuarían juntos o no. Últimamente la pelirroja perdía la paciencia con suma facilidad y no lograba entender por qué. Incluso había llegado a pensar que quizá había sido así desde siempre, pero que había sido Elvis quien con su carácter bondadoso había influido positivamente en su personalidad. Y ante tal pensamiento, se odio por eso. ―La última vez que hablamos me pareció que estabas muy seguro, incluso complacido de trabajar aquí –no iba a permitir que Elvis se desviara del tema y la tratara como si fuese cualquier vecino o cliente–. Vine que hablemos sobre nosotros –el problema, pensó Annick, era que no sabía si aún existía un nosotros–. Aunque ya que lo pienso, tu negocio está estrechamente relacionado con el tema, ¿no? Era mejor así. Debía tomar el toro por los cuernos, como solía decirse, y no aplazar más esa charla que se debían desde hacía tiempo. Después de todo, Annick no tenía a dónde ir. Los únicos hogares que había tenido habían sido con los Poulain y los Gryffindor; y para su mala fortuna, los Poulain se encontraban lejos y dispersos por el mundo, y los Gryffindor eran la familia de Elvis, no de ella. Y si iban a separarse, no tenía motivos para alargar su estancia en Inglaterra ni un día más. Ante tal pensamiento apretó los puños y respiró profundo para no permitir que las lágrimas anegaran sus ojos. Lo último que quería era demostrar debilidad; y, desgraciadamente para ella, en los últimos meses tenía la susceptibilidad a flor de piel, sobre todo porque llevaba tiempo temiendo que se quedaría sola. @
  13. ―Sí Lunita, Elros está bien. Está en buenas manos –lanzó una mirada fugaz a Elvis, pues los Poulain eran la familia que los había mantenido unidos desde muy temprana edad, y ahora ellos se hacían cargo del menor de los Gryffindor–. Yo también los extrañaba mucho a todos ustedes. Le dedicó una sonrisa y una caricia a Lunática, quien era una de las personas más cariñosas y puras de corazón que conocía. No obstante, para Annick había resultado claro que Elvis había evadido responder su pregunta y sospechaba que se estaba limitando a expresar lo que le diría a cualquier otra persona que acabara de llegar de visita. Aun así, se sintió aliviada al escuchar que la mansión no había sufrido ningún ataque. Eso le daba bastante tranquilidad. Tampoco pudo evitar notar que de vez en cuando Lunática miraba de reojo a Elvis. ¿Su hija se habría dado cuenta de que la relación entre sus padres estaba un poco fría? Como la bruja no deseaba que la familia se enterara de sus problemas maritales (ya que ni ella misma los tenía claros) decidió disimular un poco y fijar la atención en otra cosa. ―¿Quieres entrar? Ya casi terminamos con Luna –había dicho su aún esposo, pero la pelirroja declinó la invitación y dijo que prefería esperarlos. ―¿La mansión ya no goza de las anteriores protecciones? –preguntó en parte extrañada y en parte como una estrategia para disminuir un poco la tensión que sentía. Sin embargo, tenía claro que tarde o temprano tendría que hablar con el mago sobre su situación. Por lo visto, Elvis y Luna ya se estaban haciendo cargo de colocar protecciones en los terrenos de la mansión, así que Annick ni siquiera hizo el intento de sacar su varita para sumarse a ellos; de cualquiera manera, les ofreció ayuda. ―¿Hay algo más en lo que pueda ayudarles? –también miró a su prima Granger, quien al parecer se hacía cargo de arreglar el jardín–. Prima, ¿necesitas ayuda?
  14. Habían pasado unas cuantas horas desde su regreso a Inglaterra y el reencuentro con los Gryffindor. Sin embargo, a pesar del cansancio, Annick no se había reinstalado en la mansión. La perturbaba el hecho de no saber en qué términos se encontraba su relación con Elvis; sobre todo ahora que él lucía como una persona totalmente diferente. Además, él se había retirado de la mansión alegando que tenía algunos asuntos que arreglar; pero la bruja intuía que en realidad sólo había buscado un pretexto para alejarse de ella. Annick recorría el Callejón Diagon a un ritmo que le permitía examinar atentamente las fachadas y los nombres de los negocios. Media hora antes, había pedido a Tanis que le indicara cómo llegar al negocio del patriarca Gryffindor, y el servicial elfo no había podido negarse ante tal petición; su naturaleza se lo impedía. Mientras andaba, no podía dejar de pensar en el mago. Aunque se había mostrado amable ante su llegada, Annick intuía que esa fingida amabilidad se debía a la presencia de sus hijas y prima. Elvis siempre se había caracterizado por su personalidad cariñosa y protectora; pero en el breve reencuentro que habían tenido, lo había notado distante, incluso diferente. Sin embargo, no podía reprochárselo. La última vez que se habían visto habían discutido como jamás lo habían hecho; y ella había optado por alejarse. Ante tal pensamiento, el aire de sus pulmones pareció congelarse y tuvo la sensación de que su corazón estaba siendo oprimido por una fuerte mano invisible. ¿Cuán responsable era ella del estado en el que se encontraba Elvis? ¿Qué sucedería entre ellos ahora que el mago parecía otra persona? Tales dudas le habían impedido volver a tomar su lugar en la mansión de la familia; por eso había decidido ir en busca de su aún esposo para determinar lo que haría. Al fin ubicó la librería que le había descrito Tanis. La fachada de renegridos ladrillos y el falso nombre del local coincidían con lo que el elfo doméstico le había indicado. También, por aviso de él, sabía que era probable que alguien estuviera montando guardia para evitar la intromisión de extraños; sin embargo parecía que la pelirroja estaba de suerte, pues nadie le impidió el paso. Abrió la puerta y se adentró con lentitud. El interior lucía como una anticuada librería; el tipo de negocio en el que muy poca gente podía interesarse. De hecho el local lucía solitario pero, dado que la puerta estaba abierta, la pelirroja dedujo que debía haber alguien en el interior. ―¿Elvis? –su voz sonó fuerte y clara, sin embargo no recibió respuesta de inmediato. @
  15. El corazón de la pelirroja se aceleró al ver al patriarca de los Gryffindor, y por un instante sólo tuvo ojos para él. Su mirada recorrió el semblante de su esposo. A pesar de los cambios, aún era posible reconocerlo bajo las canas que poblaban su cabeza y las arrugas que se extendían en su rostro. Por instinto, Annick quiso acercarse al mago, pero notó que él daba un par de pasos hacia atrás, como intentando alejarse de ella. La bruja se preguntó si la barrera que parecía haberse elevado entre los dos no se derrumbaría nunca… Entonces una conocida voz la hizo volver a ser consciente de que no estaban solos. ―¡Prima, qué alegría que estés bien! –dijo en dirección a la matriarca Granger–. Me alegra que todos estén bien –puntualizó observando a los demás y esbozó una tímida sonrisa. No sabía qué decir, así que se dejó llevar por lo primero que le vino a la mente–. Supe que Bulgaria… Temí que… –se detuvo. El simple hecho de recordar el temor que había sentido al recibir aquella noticia, la paralizaba de nuevo–. Lamento haberme ausentado durante tanto tiempo… Se acercó a su prima Granger con la intención de abrazarla, pero temía que ella hiciera lo mismo que Elvis e intentara alejarse. Luego se dirigiría a Lunática, a Hilary y a Helen para hacer lo mismo. Un nudo en la garganta le impedía articular más palabras, por eso se limitó a que su cuerpo expresara lo que su boca no podía decir. Al separarse de Hilary, la pelirroja se dio cuenta de que la distancia entre ella y Elvis se había acortado. Notó un pinchazo en el pecho, como si su corazón se debatiera entre detenerse o latir a toda velocidad. Pero haciendo caso omiso a la sensación de asfixia que le producía la tensión, se acercó y tomó el rostro del mago entre las manos. ―¿Qué te ha sucedido? –murmuró mientras intentaba evitar que las lágrimas volvieran a brotar. Ambos tenían mucho de qué hablar. La pelirroja ni siquiera estaba segura del estado en el que se encontraba su relación. Durante el tiempo en que habían estado distanciados, había analizado cientos de veces el motivo por el cual habían discutido la última vez que se habían visto; y cada vez estaba más convencida de que quizá había sido muy dura con él. Sin embargo no estaba segura de que ese fuera el mejor momento para abordar el tema. ―¿Hay alguien más en la casa? ¿Todos están bien? –observó que su prima tenía la varita en la mano–. ¿Qué hacen aquí afuera? @ @ @ @@Hilary J. Gryffindor. @@Helen Evans @
  16. La grava dispersada en el suelo crujió bajo los pies de Annick. Un par de ramas secas se habían atorado en su capa cuando pasó junto a un pequeño matorral cerca del portón de la mansión Gryffindor; y, sin darse cuenta, quebró varias ramitas más al pasar. El viento alborotó ligeramente su rizada melena que ahora lucía más corta y le llegaba a los hombros. Se detuvo frente a la verja de entrada y contempló la fachada. De repente sintió que el aire comenzaba a faltarle. En el exterior, la mansión lucía intacta; aunque era evidente que la maleza había comenzado a apoderarse de ciertas zonas. Una parte de ella tomó aquello como una señal de que su familia se encontraba bien, pero casi de inmediato la culpa le oprimió el corazón: se había ausentado durante mucho tiempo y no había tenido contacto ni con su esposo ni con ninguno de sus hijos. La búsqueda de Salazar, su hermano, había absorbido todo su tiempo y pensamientos. En sus pronunciadas ojeras podía apreciarse el cansancio y las noches de desvelo; eso sin contar el enojo y la frustración que aún sentía a causa de los últimos acontecimientos surgidos dentro de la Orden del Fénix hacía más de un año… Se preguntó qué haría y qué diría al ingresar y reencontrarse con la familia, y entonces los ojos se le anegaron de lágrimas. Aunque no pudo evitar que rodaran por sus mejillas, de inmediato se enjugó con las palmas de las manos. Respiró profundo y tomó el valor suficiente para ingresar a los terrenos de la mansión; sin embargo, avanzó con lentitud y con menos determinación de la que hubiera deseado. La pelirroja aún se preguntaba qué diría a su familia; por eso su corazón se aceleró más cuando vio que varios de los Gryffindor salían hacia los jardines. No había esperado toparse con ellos tan rápido, y nuevamente el peso de la culpa le oprimió los sentidos; sobre todo al reconocer a su querida prima Zahil, a sus amadas Lunita y Hilary, a Helen y a… ―¿Elvis? –susurró casi sin aliento, y en sus facciones se reflejó la extrañeza que sentía. Sabía que se trataba de su esposo, pero lucía muy diferente a como lo recordaba.
  17. Otto Babbling y Debbie Higgs Empleados Una fuerte explosión hizo vibrar las ventanas de la recepción del hotel. Las lámparas de araña oscilaron peligrosamente y uno de los cuadros colgados a la pared, cayó al suelo. ―¡Pero qué demonios…! –el gerente se apresuró a levantar la pieza de arte que había caído. En ella se apreciaba a una mujer cuyo peinado se había estropeado un poco debido a la caída. La dama, cuya vestimenta indicaba que había sido retratada durante la Edad Media, lucía un poco atribulada mientras intentaba recuperar el aspecto elegante que la caracterizaba. ―¡Ay, nos atacan! ¡Nos atacan! –gritó Debbie Higgs, la camarera, mientras corría a ocultarse detrás del mueble de la recepción. Llevaba las manos sobre la cabeza como si intentara cubrirse de algo; y en el camino tiró el plumero con el que solía sacudir el polvo de los cuadros. ―¿Qué? ¿Qué? –Otto también corrió tras ella por si las dudas y se cubrió la cabeza con ambas manos–. ¿Cómo que nos atacan? ―¡Sí, sí! ¡Eso seguro fue un dragón quemando todo el castillo! –exclamó Debbie al punto de la histeria–. ¡Ay, por Merlín, vamos a morir quemados! Babbling la miró con extrañeza, y después de unos segundos comprendió que en realidad la camarera no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo y simplemente se estaba dejando llevar por el pánico. ―¿Cómo que un dragón? Seguro ha sido sólo una explosión provocada por Uric. El gerente no sonaba muy convencido, pero aun así se reincorporó y se encaminó hacia la entrada del castillo, de donde había procedido el sonido parecido a una explosión. En realidad sentía menos valor de lo que demostraba; pero en ausencia de Annick y Elizabeth, él era el responsable de mantener el hotel en orden y funcionando con normalidad. ―¡Pero qué…! –Otto contempló con ojos desorbitados el origen de todo el alboroto: parte del puente que conducía a la entrada, estaba destruido, y en medio de la polvareda pudo distinguir la figura del guardia, quien sostenía la varita en alto y tosía sin cesar–. ¡Waldo! ¿Qué hiciste?
  18. Si de desaparecidos hablamos, a los que más gusto hubiese dado ver era a ustedes, administradores (y digo hubiese, porque evidentemente las circunstancias son otras). No intenten venir ahora a dárselas de activos e interesados por el foro cuando, para no ser tan exhaustivos, antes de la larga caído del foro pasaron semanas (incluso meses) sin que ustedes se dignasen a pasar por acá. Guárdense, pues, su sarcasmo, porque es una mala carta de presentación para el cargo que ostentan y para lo que intentan venir a mostrar. Aunque uno de los dos tiene más talento para ocultar su verdadero sentir, aún es posible detectar entre líneas el resentimiento y el hartazgo que los agobia. Ya varias personas han hecho un análisis magistral de las inconsistencias que colman sus posteos, así que no tiene caso repetirlas. Si ustedes se niegan a verlas y a aceptarlas, les deseo suerte en sus intentos por manipular y dividir (más) a los usuarios. Creo que no me equivoco al decir que no soy la única que ya se ha cansado de ver que lo que han hecho es, por un lado, señalar (primero de manera sutil y ahora de manera directa) a un par de personas, y, por otro, defender a una pobre mártir temerosa de las represalias (aquí permítanme tomarme un breve momento para limpiarme una lágrima… de risa). Quizá lo ignoran, pero Elodia y Mei no jugaban solas (los invito a leer el subforo de la Orden y los topics que han sido abiertos en Hogsmeade por exfenixianos). Ellas representa(ba)n a todo un bando (ustedes pueden consultar el total de integrantes… integrantes que por algo continúan apoyándolas); y ese bando en conjunto era el que de vez en cuando replanteaba la continuidad de la huelga. ¿Acaso nunca se pasaron a leer? Disculpen que lo dude, pero si no se conectaban en meses… Como sea. Pareciera que Elodia y Mei son un par de tiranas represoras que durante dos años sometieron a una sarta de chiquillos inmaduros, temerosos y manipulables para declararse en huelga (por favor, muchos de nosotros tenemos más edad que ellas, y muchos de nosotros llevamos en el juego más tiempo que Mei). NO. Ambas representaban (y defendían) lo que el 99% de la Orden (descontemos a la mártir reprimida) exigía y continuaba exigiendo hasta que ustedes decidieron, sin miramientos, ponerle un alto de la manera más vil y cobarde. Y seamos honestos. Cerraron los bandos no por querer resanar el juego sino porque temieron que el asunto –y su cargo– se les escapara de las manos. ¿O acaso es coincidencia que decidan aparecer y tomen una medida tan drástica justo un día después de que la discusión interna sobre la huelga se renovara y alguien planteara que exigiéramos cambio de administradores? Permítanme dudarlo. Ya no les creo nada. Sean claros. ¿Qué están defendiendo?, ¿el juego de bandos o a una persona que lloriquea porque no tienen la suficiente madurez para respetar el acuerdo de más del 90% de un grupo, ni la suficiente sensatez para pedir baja del bando si se siente tan temerosa? Y no me digan que le tiene amor al bando. Hace años demostró que el bando le vale un comino si no se hace su voluntad... Y ya que estamos en eso, ¿por qué no le ponen nombre a esa persona? De todos modos es un secreto a voces. Pero en fin, supongamos que Mei y Elodia son la clase de caprichosas opresoras que ustedes están desenmascarando, y dado que los bandos han sido disueltos para reconstruir todo, me uno a la petición de que hagan visible la oficina de líderes. Desenmascaren por completo a Elodia y a Mei. Demuéstrennos que son las culpables de que la nivelación se estancara. Hagan que nos sintamos avergonzados por apoyarlas. Ni ustedes ni el bando mortífago tienen nada que perder. Al contrario, llevan las de ganar. Porque les aseguro que si todas las pruebas están en contra de Elodia y Mei, varios (o quizá todos los) exfenixianos reconoceremos –con desazón– el error en que hemos incurrido y nos disculparemos públicamente en caso de ser necesario. ¡Pero háganlo! ¡Fulminen nuestros argumentos! ¡Destrocen nuestra unión y lealtad! Y antes de despedirme, no puedo evitar dejar de señalar la diferencia entre boicot y huelga: Boicot es una “acción que se dirige contra una persona o entidad para obstaculizar el desarrollo o funcionamiento de una determinada actividad social o comercial”. ¿Cuál es, según ustedes, la persona o entidad contra la que dirigimos una acción para obstaculizar su funcionamiento? La única respuesta lógica es la Marca. Bueno, pues les informo que no les atamos las manitas a los mortífagos. De hecho hay muchas pruebas (regadas por todo el foro) de que a lo largo de dos años ellos postearon en su papel de antagonistas en negocios y familias fenixianas. Siendo así, no les obstaculizamos la actividad, simplemente no la secundamos; y entre secundar y obstaculizar hay una gran diferencia (ahí está el diccionario por si tienen dudas). Por su parte, huelga es una “interrupción colectiva de la actividad laboral por parte de los trabajadores con el fin de reivindicar ciertas condiciones o manifestar una protesta”. Antes de la explicación, he de dirigirme a mis compañeros exfenixianos, ¿ven que ni siquiera hicimos bien la huelga? Todos los que trabajan en el MM continuaron posteando, y la actividad en otros subforos de rol continuó desarrollándose… sin embargo nuestro objetivo estaba claro: “reivindicar ciertas condiciones”, y bajo este propósito lo que hicimos fue una huelga. A medias, pero huelga. Así pues, antes de recurrir al léxico con la intención de envilecer algo y confundir a la gente, al menos háganlo de manera adecuada.
  19. Para ninguno de los presentes pasó desapercibido el cisne de piedra que se posaba en el jardín. Elvis se encontraba de pie a lado de la figura, y Annick intuyó que había sido él quien lo había creado. La pelirroja recordaba haber visto aquel animal en forma de patronus, así que comprendía muy bien el significado. Poco a poco más personas llegaron a la Hacienda Tonks, entre ellos Mei, quien portaba la vestimenta del Clan Paladín. En ese momento Annick recordó que Adriano Wallace había sido, junto a Aberforth Dumbledore, uno de sus mentores dentro del clan; además también lo recordaba como antiguo líder de la Orden del Fénix. Mientras pensaba en eso, notó un leve cosquilleo cerca del hombro derecho, justo donde tenía grabado el tatuaje en forma de martillo que revelaba su pertenencia a la Orden de la Mano de Plata. Los pensamientos de la pelirroja continuaron proliferando mientras observaba el fuego eterno que Elodia había creado bajo el cisne, y las palabras de la líder fenixiana hicieron eco en su mente: «Fuego eterno… como el recuerdo de quién nos deja». ―“Cuando la muerte se precipita sobre el hombre, la parte mortal se extingue; pero el principio inmortal se retira y se aleja sano y salvo” –murmuró, más para sí misma que para los presentes, pero era muy probable que más de uno de ellos hubiese logrado escuchar sus palabras. Tomó la varita y realizó un par de florituras para cambiar sus ropas. De un momento a otro portaba una blusa beige y un pantalón blanco bajo una capa larga de color marrón oscuro e interior color oro. Para ese momento no sólo Mei sino también Dennis vestían el atuendo de los paladines. La ojiverde miró al resto de los presentes: ―La muerte no nos roba a los seres amados sino que los guarda y los inmortaliza en el recuerdo y en el corazón, ¿no les parece? –respiró profundamente antes de continuar, y aprovechó el momento para convencerse de que lo que harían era lo adecuado–. Adriano Wallace dejó una importante huella en la historia de… –se detuvo justo a tiempo antes de mencionar la Orden del Fénix– muchos de los aquí presentes, y sus aportes a la comunidad mágica son innegables. Por eso y más, un mago de tal renombre merece una despedida a la altura. Posó la mirada en cada uno de sus hermanos paladines. No eran necesarias las palabras para invitarlos a hacer lo mismo; y mientras ellos comenzaban a cambiar su atuendo, la pelirroja elevó el brazo derecho en dirección al cenit y pensó en su fiel corcel mientras lo invocaba: «Summon Warhorse», susurró. A la distancia surgió un fugaz destello blanco acompañado de un trueno, y un fuerte relincho se escuchó en medio de los terrenos de la Hacienda. Al instante surgió un sonido de cascos, y de entre los árboles apareció la imponente figura de un caballo de pelaje y crin tan negros como la inescrutable oscuridad. En la frente sólo tenía un lunar blanco en forma de rombo, y sus ojos destellaban con su andar. Mientras Annick recibía a Maeglin, su fiel corcel, escuchó cómo el resto de los paladines hacían lo propio para invocar a sus compañeros de batalla. De un momento a otro, el cisne de piedra se encontraba rodeado de personas y de hipogrifos y caballos. Entre los presentes se encontraban miembros de la Orden Oscura y de la Orden de Avalón, así como civiles que no tenían nada que ver con ninguno de esos grupos; no obstante todos ellos estaban ahí reunidos por un mismo motivo, así que la pelirroja entreabrió los labios para invitarlos a unirse al homenaje que la Orden de la Mano de Plata haría al difunto Adriano Wallace. Sin embargo, antes de emitir alguna palabra, los corceles e hipogrifos comenzaron a emitir relinchos y a piafar y batir las alas con fuerza. Parecía que todos deseaban transmitir un mensaje, y no era necesario pensar demasiado para darse cuenta de lo que querían: también ellos deseaban despedir a sus camaradas. Corcel y paladín conformaban un solo ente y, como tal, esa noche debían despedir a dos seres... ―Creo que quieren invocar al corcel de Adriano –Maeglin relinchó con fuerza y alzó las patas delanteras haciéndolas caer con fuerza–. Se supone que sólo el dueño del corcel puede hacerlo, pero quizá… –se detuvo y dudó un poco; no obstante, casi de inmediato supo que debían intentarlo–. Quizá si todos los presentes unimos nuestra energía, podríamos hacerlo. ¿Lo intentamos? –miró en particular a aquellos que no eran paladines, pues con ayuda de la energía de todos era probable lograran lo imposible.
  20. Annick permaneció a lado de Elizabeth y Elodia, pero se mantuvo en silencio durante el encuentro de varios integrantes de la familia Tonks. Aquel, sin duda, se trataba de un momento íntimo en el cual ella no deseaba ser imprudente; no obstante, bastó que transcurriera un rato para que otros magos y brujas ajenos a la familia llegaran a dar sus condolencias. Varios de sus amigos y camaradas de la Orden del Fénix acudieron al llamado, y entre ellos la pelirroja percibió una energía bastante familiar en los alrededores. Aunque no lograba verlo, estaba segura de que su esposo se encontraba en los jardines de la Hacienda. Bajó un poco la mirada y emitió un suspiro casi inaudible, pues acababa de percatarse de que también Elvis estaba resintiendo la pérdida de Adriano Wallace, su compañero de bando y hermano de clan… ―¿Les parece si despedimos a nuestro padre? –la voz de Elizabeth pareció llegar de lejos, pero logró sacarla del ensimismamiento. ―¿Por qué no salimos a los jardines? –propuso–. Es un buen sitio para honrar su memoria, ¿no les parece? –en el tono de su voz se notaba que deseaba ser respetuosa con todos los desconsolados. Elizabeth y Elodia fueron las primeras en mostrar su aprobación asintiendo con la cabeza, y Annick intuyó que también Dennis y su prima Zahil se sentirían más cómodas en los terrenos de la Hacienda. Poco a poco los presentes comenzaron a salir. El horizonte empezaba a teñirse con tonos rojos y naranjas, y el viento mecía las copas de los árboles y arrastraba la hojarasca con doliente parsimonia. @@Elizabeth Tonks, @@Elodia Riddle, @@Dennis Delacour, @, @@Shena Cindy de Ryvak M., @, @@Niko Uzumaki, @
  21. Annick apareció a las afueras de la Hacienda Tonks, y con paso apresurado se adentró en los terrenos de aquel conocido lugar. Había transcurrido mucho tiempo desde la última ocasión en que había estado ahí, y el sitio aún la hacía evocar viejos recuerdos. No obstante no permitió que la nostalgia la distrajera, y enfocó la mirada en el cachorro de tigre blanco que corría con gracilidad delante de ella. El patronus de Elizabeth atravesó la entrada principal como si se tratara de un fantasma. Annick sacudió la varita para abrir la puerta. En ese momento no tenía tiempo para formalidades ni reglas de urbanidad. No esperaría a que alguien la atendiera. Su amiga la necesitaba y eso era lo único que importaba. La puerta se abrió justo a tiempo para que la pelirroja lograra ver que el cachorro subía las escaleras. Ella aún llevaba la varita en la mano y, mientras continuaba avanzando, conjuró su patronus para enviar un mensaje a sus amigos y a sus hermanos paladines: ―Nos ha llegado la noticia de que Ishaya ha fallecido… En su cuerpo alguna vez vivió Adriano Wallace, reconocido exlíder de la Orden. En memoria de ese destacado paladín, rendiremos homenaje en la Hacienda Tonks. Varias águilas reales emprendieron el vuelo en diferentes direcciones para llevar la noticia de la cual ella se había enterado hacía poco tiempo. Mientras tanto, el patronus de Elizabeth guió a la pelirroja hasta la tercera planta, donde se escabulló dentro de una habitación que hasta ese momento ella no había visitado nunca. Annick abrió esa otra puerta con sumo cuidado, y sintió una punzada de dolor en el corazón al ver que su amiga estaba al borde de la cama. En el rostro de la castaña se apreciaba el rastro de silenciosas lágrimas. ―Lo lamento –dijo en un susurro mientras se sentaba a lado de su amiga y le daba un fuerte abrazo–. Él vivirá siempre en tu corazón. La pelirroja sabía la muerte de Ishaya representaba la desaparición del último rastro mortal de Adriano Wallace, el padre de su querida amiga; pero no supo qué más decir, así que se limitó sólo a continuar abrazándola en tanto el silencio las conectaba de una forma en que las palabras nunca podrían hacerlo. Luego de un momento, una conocida silueta se dibujó en el umbral de la entrada...
  22. Luke Al salir del Museo Night, Luke miró a ambos lados del Callejón. Cerca del inicio de la adoquinada calle, observó un grupo de personas junto a la zona donde estaba el cadáver del empleado ministerial que lo había estado siguiendo durante los últimos días. Lejos de preocuparse por el revuelo ocasionado con el hallazgo, esbozó una sonrisa. Su plan estaba funcionando tal como lo había pensado: mientras los transeúntes y las autoridades prestaran atención al asesinato, muy probablemente él pasaría desapercibido. Aún con un rictus en el rostro, avanzó hacia el lado contrario de donde se localizaba el tumulto. A unos metros de él, un niño y su extravagante madre ingresaron a una guardería. Ni siquiera le cruzó por la mente la idea de buscar en un sitio como ése, así que continuó su camino. Frente a él avanzaba una chica castaña de llamativa camiseta roja, quien justo en ese momento se desvió hacia la derecha, y con eso la atención de Luke fue capturada por el sitio a donde la joven ingresó. ―¡Pero qué demonios…! –Luke sonrió sin dar crédito a lo que veía: un barco encallado en la acera. Colocó los brazos en jarras y rió entre dientes. Los magos comenzaban a agradarle, ya que estaban resultando más peculiares e interesantes de lo que había imaginado. Su pícara mirada recorrió la forma del bergatín, y por un momento se detuvo en el nombre: Stormride Ghost Ship. Tales palabras le parecieron interesantes y su curiosidad salió a flote. Se preguntó por qué una nave como ésa se encontraba encallada en un callejón del mundo mágico. Como era de esperar, terminó cediendo ante la curiosidad y optó por pausar momentáneamente la búsqueda del illithid. Se dijo a sí mismo que sólo se tomaría diez minutos para recorrer la embarcación. Con una sonrisa comenzó a ascender por la escalera de madera, y al llegar a la cubierta se congratuló por su suerte, ya que observó una exposición de artículos en venta. ―Uy, qué aroma tan… peculiar –inhaló profundamente colocando los brazos en jarras una vez más y echando la cabeza ligeramente hacia atrás–. A Barbanegra le hubiese gustado, supongo. La chica de camisa roja examinaba algunos de los artilugios en exhibición y, un poco más allá, un grupo de magos intercambiaban palabras entre ellos; iban vestidos de la misma manera que el difunto empleado ministerial. Supuso que a lo largo del día habría rondines por todos los negocios como medida de precaución. ―¡Un Kraken! –exclamó con deleite al notar el tatuaje más sobresaliente de un joven alto cuya vestimenta delataba que no pertenecía al Ministerio–. La criatura que devora marineros –hablaba con tal soltura que más de alguno supondría que no era la primera vez que intercambiaba palabras con Axel–. Va muy a tono con el barco. Supongo que no es casualidad. Sus pícaros ojos brillaron mientras sonreía. Pensó que la mejor manera de no llamar la atención era mostrarse como un simpático cliente.
  23. Luke. Luke aún mantenía en sus labios el rastro de una traviesa sonrisa, como si encontrara un detalle divertido en todo lo que lo rodeaba. Al ver su alegre semblante, resultaba imposible siquiera imaginar que acababa de asesinar a alguien y que tras él había todo un historial de sangre. Además a simple vista parecía tener mucha habilidad para vestirse a la usanza muggle, lo cual ayudaba a no atraer la atención. Apenas había atravesado la entrada al museo cuando se detuvo. Su pícara mirada recorrió el vestíbulo. Ignoraba si la urna había sido adquirida para revenderla o para exhibirla. La última opción se le antojaba improbable, ya que –a pesar de nunca haberla visto– suponía que el único rasgo especial que poseía era que estaba hecha de plata... y que en su interior contenía un illithid, claro; pero sospechaba que ninguno de los anteriores dueños conocía ese detalle (a excepción del infortunado Ian, quien había sido uno de los protagonistas en la captura del monstruo). De cualquier manera, Luke estaba decidido a revisar todos los negocios donde existiera la mínima posibilidad de que estuviera la urna. Era una lástima que el penúltimo dueño no hubiese podido brindarle el nombre del mago al que había revendido el artilugio. Sólo esperaba que éste no hubiese encontrado un nuevo comprador. Comenzaba a cansarse de sentir que la urna estaba a su alcance sólo para descubrir que había pasado a manos de otra persona, lo cual representaba una nueva labor de rastreo. Se acercó a la recepcionista, saludó amablemente y preguntó si el sitio estaba dividido en zonas. Decidió recorrer sólo el segundo piso, pero pronto fue evidente que no encontraría objetos antiguos sino sólo obras de arte. Por un momento se detuvo a examinar un cuadro donde se apreciaban dos mujeres de piel oscura y un perro color naranja. De pronto se percató de que alguien lo observaba. Volteó la cara y vio a una chica de ondulado cabello castaño. ―¡Hola! –saludó con alegría y mostrando una amplia sonrisa. La joven dio un respingo. Al parecer la tomó por sorpresa el saludo de Luke. El hombre rió entre dientes y la siguió con la mirada. De pronto cayó en la cuenta de que hacía varias semanas que no se divertía, y entonces sus ojos brillaron con picardía. Nunca antes había empleado sus poderes con magos y brujas, y se preguntó si caerían en sus juegos con la misma facilidad que lo hacían las personas comunes. Vio que la castaña a la que había pillado observándolo entró a una oficina donde se encontraban otras dos mujeres. Una de ellas se acercó al dintel de la puerta y lanzó una mirada hacia el pasillo antes de cerrar para tener privacidad. Luke sonrió. Era su oportunidad para jugar un rato: chascó los dedos y los pasillos del museo sufrieron algunas torceduras como si estuvieran hechos de material moldeable. Cuando las tres jóvenes abrieran la puerta, se toparían con la novedad de estar atrapadas en medio de una ilusión óptica que las haría sentirse en un laberinto cuyos intrincados caminos lucían como los pasillos del museo; pero la apariencia distorsionada les provocaría mareo, lo cual haría un poco más complicado el encontrar rápido la salida. Cualquier persona normal tardaría horas en recorrer el laberinto, pero ignoraba de qué eran capaces aquellos que podían emplear magia. Como solía hacer cada vez que algo lo ponía alegre, hurgó en los bolsillos de su pantalón en busca de un dulce. Encontró una paleta y sin dudarlo rasgó la envoltura. De inmediato atacó el caramelo, no sin antes tirar al suelo la basura como solía hacer de manera despreocupada y distraída. Aunque le daba curiosidad observar lo que harían, supuso que lo mejor era inspeccionar otro negocio y regresar más tarde a ver qué había sucedido con las tres jóvenes que aún estaban encerradas en la oficina. Así que se encaminó hacia la salida...
  24. Nueva York, año 1964. Un ensordecedor sonido amortiguó los pesados pasos de un hombre que corría con rapidez bajo la lluvia. El eco de un nuevo trueno se escuchó a lo lejos, y la blanquecina luz de un relámpago iluminó momentáneamente la calle Maiden Lane justo cuando la desgarbada silueta del hombre dobló una esquina y se perdió en las sombras de un estrecho callejón. A juzgar por un enorme charco que se había acumulado a mitad del sendero, la incesante lluvia estaba provocando estragos en las zonas cuyas alcantarillas no eran lo suficientemente grandes para dar paso a tanta agua. A pesar de eso, el hombre no titubeó y continuó corriendo. De todas sus preocupaciones, mojarse los zapatos era una situación incluso risible. Al llegar casi al final del callejón, se escabulló por una oxidada puerta de metal. De inmediato percibió un penetrante olor a deshechos humanos mezclado con suciedad y humedad. Por fortuna ningún indigente se encontraba en el edificio. Sólo había un hombre en cuclillas observando algo en el centro del amplio recibidor: a juzgar por su pulcro sobretodo, y su elegante sombrero fedora que cubría las pocas canas que salpicaban su cabeza, no se trataba de ningún pordiosero. ―¡Ahí viene! –anunció el hombre alto que acababa de entrar. Su nombre era Ian Fleet. Tenía el cabello rubio completamente empapado y pegado al cráneo; y, de no ser por la lluvia, su rostro hubiera lucido sudoroso debido al esfuerzo y la distancia recorrida. Al pisar sobre la superficie seca, sus zapatos emitieron un curioso sonido a causa del agua que se les había introducido–. ¡Está enojado! La última palabra fue ahogada por un estridente sonido justo antes de que la puerta se abriera de golpe. Una figura de casi dos metros de altura ingresó al lugar. A primera vista parecía tratarse de un enorme pulpo color malva; sin embargo, al observarlo bien, resultaba más parecido a un hombre alto y fornido con cabeza de pulpo, pues de su boca sobresalían cuatro largos tentáculos. Era un illithid. La criatura succionó aire de manera estertórea. Vestía una túnica negra que rozaba el suelo y sus ojos emitían un brillo diabólico. Se enfocó en Ian, quien minutos antes había irrumpido en el momento exacto en el que iba a succionar el cerebro de un hombre. Fleet había utilizado un aparato que emitía un sonido continuo y agudo que le había provocado dolor y desorientación momentánea. ―¡No lo mires a los ojos! –gritó Edward Hundson, el hombre que Ian había encontrado en cuclillas en el centro de la estancia; pero su advertencia fue tardía: Ian avanzaba con lentitud hacia el illithid. Sus ojos parecían vacíos, lo cual era una señal de que el monstruo controlaba su mente. Si Hundson deseaba evitar que su camarada muriera de una manera tan dolorosa, tenía que actuar rápido. Del interior de su sobretodo sacó un aparato rectangular casi del tamaño de su mano. A causa de la prisa, la grabadora estuvo a punto de resbalar entre sus dedos, pero logró sostenerla y presionar el botón de play justo cuando Fleet estaba a unos dos metros de distancia del illithid. En cuanto comenzó a escucharse un agudo sonido, el monstruo se llevó ambas manos a la cabeza y flexionó las rodillas y el cuerpo en señal de dolor. Ian salió del trance y con horror descubrió que el illithid había estado a punto de succionarle el cerebro. Debían aprovechar la oportunidad: empujó al malvado ser hacia el centro de la habitación donde Hundson había usado sangre de dragón para trazar un círculo alrededor de un pentagrama con rebuscados trazos en su interior. ―¡A spioradí an tsaoil, éistigí liom! –recitó Hundson mientras echaba la grabadora en uno de los bolsillos exteriores del abrigo. En su lugar extrajo una urna que parecía ser un antiguo alhajero de plata y la abrió–. ¡Díothaigh an fear seo! ¡Díothaigh go luaithreach é! En cuanto terminó la frase, la sangre emitió un suave destello azul y comenzó a evaporarse, al mismo tiempo que el illithid se retorcía de dolor y parecía quemarse en medio de un fuego invisible. En menos de un minuto el monstruo se transformó en humo negro y se introdujo en el objeto que Hundson sostenía, dejando tras de sí sólo el sonido de la lluvia. ―¿Todo bien? –preguntó a Ian, quien era un poco más joven que él. ―Bueno, un desuellamentes estuvo a punto de ponerme sus tentáculos encima; pero sí, todo bien –respondió en tono de broma, aunque en las notas de su voz se percibía cierto temblor–. Eres consciente de que este sello se romperá en 70 años, ¿verdad? Sin mencionar que alguien podría romperlo antes. ―Confío en que para entonces otros encontrarán la forma de detenerlo para siempre. * * * * * * * Transcurrieron cerca de 39 años desde la última vez que se había escuchado sobre un illithid. Ian Fleet casi cumplía 70 años de edad y los principios de Alzheimer comenzaban a afectar sus recuerdos sobre su ya fallecido amigo, Edward Hundson. Fue durante uno de esos episodios en los que la familia Fleet, en un intento desesperado por obtener dinero y solventar los gastos causados por la enfermedad de Ian, decidió vender viejos artilugios con pinta de innecesarios, incluida una antigua urna de plata con el que el viejo parecía obsesionado pero que ningún cerrajero había logrado abrir para ver el contenido.
  25. Luke. Callejón Diagón, actualidad. Un hombre de ondulado cabello color arena observó a lo lejos el imponente edificio de mármol que sobresalía al final del Callejón Diagón. Sabía que se encontraba en uno de los sitios más famosos entre los magos ingleses. Esbozó una media sonrisa y dio el último mordisco al chocolate que comía; cerró el puño y arrugó la envoltura vacía antes de lanzarla al suelo como si fuese lo más natural. Sus pícaros ojos recorrieron los locales más cercanos. Algunos nombres indicaban con claridad lo que encontraría en el interior, pero otros no brindaban demasiada información. Continuó sonriendo y comenzó a juguetear con los pulgares sobre la hebilla de su cinturón. Era obvio que tendría que entrar a varios sitios para verificar si tenían artículos antiguos o artículos muggles, ya que el objeto que buscaba encajaba en ambas categorías. «Lo que uno debe hacer para conseguir un illithid hoy en día», pensó mientras avanzaba hacia el primer negocio cuyo nombre llamó su atención, y sin darse cuenta dejó una pequeñísima huella de sangre justo en el lugar donde había estado parado. Semanas antes de su llegada al condado de Kent, Inglaterra, había logrado indagar sobre los Sucesores de Heracles, y luego de capturar a uno de ellos, fue más sencillo conseguir la información necesaria sobre Ian Fleet, Edward Hundson y su gran hazaña. Este último ya había fallecido pero su aprendiz continuaba con vida, y todo parecía indicar que aún custodiaba la urna con el illithid en su interior. Luego de encontrarlo le resultó complicado extraer información de un anciano que apenas recordaba su nombre; no obstante fue uno de los hijos de Fleet quien reveló que la urna había sido subastada y vendida a un inglés obsesionado con los artículos antiguos. Por un momento Luke se preguntó si el joven ignoraba la historia del illithid. De cualquier manera, fuese cual fuese la respuesta a tal interrogante, lo mejor era no dejar testigos del asunto. Así que abandonó América dejando tras de sí tres muertes: Ian y su hijo, y el desafortunado Sucesor de Heracles que lo había conducido hasta ellos. Entonces llegó al viejo continente sólo para descubrir que el objeto había pasado a manos de un nuevo dueño: un mago que poseía un negocio en el popular Callejón Diagón. Pero antes de emprender el viaje a Londres, sumó a su lista un cuarto asesinato, pues se encargó de silenciar al último dueño de la urna a pesar de que el inglés parecía ignorar que ésta contenía un antiguo y oscuro monstruo. Luego de eso, transcurrieron varios días antes de descubrir dónde se localizaba Diagón y cómo acceder al callejón; y justo cuando había logrado hacerlo, se percató de que un empleado de la Oficina de la Ley Mágica Internacional estaba siguiéndolo. Había pensado en entretenerse un rato con él, pero decidió no perder el tiempo y lo asesinó de la misma manera que a los otros cuatro: un chasquido de sus dedos y el cuello del mago se rompió dejándolo en un peculiar ángulo.

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