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Edmund Browsler

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Todo lo publicado por Edmund Browsler

  1. Edmund Browsler Una vez que entró al local observó una amplia sala con algunos asientos dispuestos ordenadamente para una espera parcial y en el centro una mesa redonda con un llamativo arreglo floral fresco iluminado por una enorme lámpara araña dorada que colgaba del techo. Aquello le parecía bastante normal, él se había esperado unos espacios más oscuros y lúgubres. Aunque Helena era sumamente astuta, aquella sólo debía ser una fachada para cuando el Departamento de Seguridad Mágica realizara las inspecciones de rutina. Browsler saludó a Lyra, quién iba de salida en aquel momento. La bruja no estaba sola, por su puesto, su compañero encargado la estaba acompañando para despedirse de ella. ¿Qué habría encargado? ¿Acaso también estaría implicada en aquel negocio? — Edmund Browsler —se presentó el mago y extendió una mano para estrechársela a Zack. Su compañero era alto, aunque no más que él, y delgado, mientras que Edmund era más corpulento por los años en los que había jugado profesionalmente como golpeador en la Liga de Quidditch de Gran Bretaña e Irlanda. A simple vista no parecía ser un mago tenebroso, Browsler dudó, ¿acaso estaba a equivocado y todo había sido un sueño tal como decían sus compañeros? Estaba a punto de reconocerlo, pero decidió esperar y darle tiempo al tiempo. Aún no conocía a Ivashkov y a partir de aquel entonces pasarían más tiempo juntos. — Asumo que ya estás enterado de todo lo que va el trabajo. ¿Me muestras el lugar? —Zack asintió y lideró la marcha. Habían dos oficinas, cada una con el nombre del socio encargado. Se dirigieron hacia la oficina de Zack. El mago sacó un catálogo y se lo mostró. Browsler lo leyó con atención un momento. Asesorías, financiamientos, préstamos… Todo aquello estaba muy bien, pero había crup encerrado. Aquello no podía ser todo a lo que se dedicarían, después de todo ese trabajo lo podría hacer cualquier mago o bruja de la sociedad. ¿Qué le estaba ocultando Helena? ¿Acaso sabría Zack algo más? Edmund estuvo a punto de indagar más pero observó que su compañero se disponía a salir de allí. — ¿Vas de salida? Helena Browsler — Sygerrik, detente. Helena tanteó con su delicada mano de niña la pared, cerró sus ojos un momento y sonrió satisfactoriamente, mostrando sus grandes colmillos blancos. — Sí, es aquí, has hecho un trabajo excelente Sygerrik —comentó Helena, lanzándole una bolsita de piel de moke llena de monedas de oro—. ¿Qué sabes de él? Sygerrik bien sabía a quién se refería. Él. Ese hombre moreno, fornido y de gran altura, quien procesó todos los documentos legales de manera que pudiera actuar como persona natural dentro de la comunicad mágica londinense, y de esta forma, se le permitiera la apertura del negocio. — Debe estar por venir, señora. Helena frunció el ceño. Más le valía apurarse pues a ella no le gustaba esperar por nadie y ciertamente aquel negocio tampoco podía esperar. Bajo las calles de Londres, más específicamente bajo Charing Cross Road, en el sistema de drenaje de aquella ciudad se encontraban Helena, Sygerrik y una hilera de incontables criaturas mágicas, todas dopadas, silenciadas y amordazadas. Aquellas bestias habían sido robadas del Magic Mall. Sygerrik se había encargado de desviar aquella mercancía para la Agencia Browskov. Unos millones de galeones tenían en sus manos y no permitirían que se les escaparan. La “niña” vampira se cruzó de brazos y esperó que llegara su socio para meter todas aquellas criaturas al sótano de la agencia por medio de un pasadizo secreto. @@Zack Ivashkov
  2. Edmund Browsler

    Animagia

    Las expectativas aumentaban palatinamente a medida que esperaba afuera de la humilde morada. Edmund juntó las palmas de sus manos detrás de su espalda y aguardó pacientemente lo que le pareció una eternidad. Al parecer no había nadie adentro. Cuando se disponía a avanzar por los alrededores de la vivienda, una voz familiar llamó su atención. ¿De quién se trataba? En cuanto volteó encontró el propietario de aquella voz. Su compañero Ishaya se encontraba allí y no estaba sólo. También estaban Niko, otra bruja y una anciana que debía ser la vieja amiga de Aldair. El mago estrechó las manos de sus compañeros y los saludó amigablemente. Suluk habló. ¿Clase? ¿Acaso había dicho que se iban de viaje? Él no creía estar preparado, pero entonces recordó las palabras que le había dicho el viejo consejero «No necesitarás ninguna de esas cosas…». Sólo tenía su varita, Ddraig Goch, una parte del mítico dragón rojo galés siempre le acompañaba. En aquella oportunidad era todo lo que necesitaba. — Mi nombre es Edmund Browsler —se presentó el mago—. Hace unos días llegué de un viaje a Asia, allá me logré transformar en un leopardo. Debo decir que fue algo un tanto involuntario…—«Y supongo que estoy aquí para dominar la animagia, reciente habilidad que adquirí» pensó Edmund, pero no fue capaz de decirlo en voz alta—. Ya ha sucedido en un par de ocasiones, de igual manera sucede involuntariamente. Edmund quería preguntarle a Ishaya o a Niko a donde se dirigían pero no tuvo la oportunidad puesto que en ese momento la arcana había abierto un portal que los llevaría hacia otro lugar. Browsler cruzó el portal hacia una zona más fría, justo después de Ishaya. — Estamos en el Lago Moraine y nos rodea el Valle de los Diez Picos Así que se encontraban en Canadá. El frío en aquel valle era moderado afortunadamente, tal vez era porque se encontraban a mitad del verano. Agradecía que estuviesen allí y no en la Antártida, por ejemplo, aunque si estuviesen en este último lugar tampoco habría problema pues recientemente Edmund había tomado conocido todo sobre meteorología y estaba preparado para lidiar con aquella clase de clima. Edmund se cruzó de brazos bajo su capa de color azul. Su vestimenta gris y su capa hacían un contraste interesante con el color lago y del valle. — Como pueden darse cuenta es una zona fría y perfecta para sus transformaciones, bueno espero que sea así para todos. Ciertamente para él no sería una experiencia nada agradable. Es decir, ¿un leopardo en aquel hábitat? Inconcebible. Edmund comenzaba a evaluar sus opciones cuando encontró otro problema a su situación en el momento en el que Ishaya se transformaba en un hermoso cisne. No le había costado nada, pero Niko aún no se transformaba. ¿Le costaría a él hacer lo mismo? No dominaba su habilidad natural… ¿acaso iba a quedar en ridículo frente a la arcana? ¿Qué iba a decir Aldair si él se podía transformar a voluntad propia después de todo? Edmund avanzó y se ubicó al lado de Suluk y esperó a su lado, después de todo, ella no le había ninguna orden a él.
  3. Edmund Browsler

    Animagia

    El temible leopardo andaba en la oscuridad y sus ojos azules se movían extrañamente de un lado a otro como si pudiera apreciar lo que se encontraba su alrededor. Cualquier persona que lo hubiese visto se habría percatado de que no se trataba de un felino normal, era un mucho más grande que un leopardo adulto y sus ojos eran sombríos y redondos, como los de un nundu. Claro que en Aokigahara no había nadie a aquellas horas de la noche, ni siquiera de día se divisaría algún transeúnte por allí, todos evitaban aquel lugar por alguna razón, desde los muggles más débiles hasta los magos más poderosos. Aquel animal no se encontraba en su hábitat natural y eso debía incomodarlo pues se notaba en cada paso que daba. El leopardo se detuvo frente a un cartel que no le daba la bienvenida a nadie en aquel lugar, por el contrario, advertía claramente que toda persona debía alejarse de allí. Se sentó en el suelo frío del sendero y observó con atención el letrero escrito en japonés. Esa escena si que era extraña, un animal salvaje en uno de los sitios más peligrosos del mundo y leyendo un cartel. ¿Quién en su vida habría creído tal cosa posible? ¿Y que ese animal jamás entendería el japonés? Cualquiera habría pensado que alucinaba en ese momento pero el leopardo en realidad sí entendía lo que estaba escrito, y una vez que acabó de leerlo, se encaminó al interior del bosque de los suicidios. Las patas del felino no se veían en la oscuridad pues corría muy rápido y su torso apenas se apreciaba como una sombra negra, se movía como el viento, rápido y silencioso. La escena a su alrededor habría aterrado o cualquiera, habían cadáveres en el suelo, hombres y mujeres colgados de las ramas de los árboles, cráneos y restos de animales. El lugar desprendía un hedor a sangre podrida según olfateaba el animal. Era tan extenso que el leopardo tendría que haber corrido unos tres días sin detenerse para poder recorrerlo completamente. Se detuvo en seco al percibir a alguien cerca. Salió del sendero y se dirigió cuesta abajo sin hacer ruido alguno pues se movía sigilosamente en la oscuridad. Sus ojos habían divisado a un objetivo que estaba sobre una de las ramas de un gran árbol sin hojas. Aquella mujer no había observado al leopardo. De haberlo hecho se habría alarmado. No obstante, todo era al revés. Parecía que la fiera estaba acechando a su próxima presa. Pero él se había convertido en la presa. La mujer se giró y soltó un grito aterrador. Estaba toda vestida de blanco, y tenía una mancha de sangre a la altura del vientre. Era temible y parecía flotar en el aire. Su cuerpo raquítico y traslúcido llamaba la atención del recién llegado, quién ya no era un leopardo, sino un mago. Un mago que desde aquel día ya no iba a ser el mismo. El sol estaba a punto de ocultarse por el oeste cuando las nubes del invierno formaron una pequeña bóveda en el cielo iluminando a grandes rasgos la nieve esparcida en el suelo. El horizonte se cerraba con un aire tenebroso, el cielo comenzaba a oscurecerse mientras que el suelo continuó iluminado unos momentos más. El sol se ocultó y todo cayó en tinieblas. No había ni una sola estrella en el cielo y la luna fue ocultada en el momento en el que las nubes se arremolinaron a su alrededor. Un señor viajero quedó oculto en las tinieblas, antes de que el sol se ocultara se hubiera podido avistar que rondaba los cuarenta años, aunque en realidad era una década más joven. En todo el mundo no se podía haber visto un hombre con un aspecto más miserable. Tenía el cuerpo entero marcado de moretones, cortes y golpes que eran muy notorios, y la piel cubierta de una pequeña capa de mugre que no era visible en aquella noche oscura. El hombre desprendía un olor nauseabundo pues no se había bañado en muchos días y vestía una túnica negra que estaba raída y sucia; mostraba gran parte de su pecho y espalda, y su brazo estaba descubierto al caerse una de las mangas. Este hombre se llamaba Edmund Browsler. Edmund había viajado cinco jornadas a pie y desde hacía una no probaba bocado. Había descansado muy poco, por lo que estaba de mal humor, y se moría de frío a causa del invierno. Durante las primeras tres jornadas miraba cada diez pasos un objeto que le colgaba del cuello, este consistía en un medallón dorado que no hacía nada, lo cual debía significar un buen presagio pues el hombre suspiraba de alivio cada vez que lo observaba. Desconocía cuanto había avanzado desde que había aparecido en aquel lugar montañoso tras haber efectuado una mala desaparición gracias a su dañada varita. Esta se había terminado de partir en dos partes iguales tres jornadas atrás. Hasta su propio padre lo hubiera negado en aquel estado. Edmund parecía estar loco, y en cierta forma lo estaba pues lo que había vivido lo había dejado fuera de quicio, tenía las ojeras bien marcadas, la piel más pálida que un fantasma y los ojos a punto de salirse de su rostro. Tres o cuatro meses atrás se había lanzado en una gran aventura que pudo haber terminado en una desgracia. Pero había vencido. Tras toda aquella facha miserable se escondía un espíritu orgulloso de su victoria tras haber sobrevivido con valentía. Aunque el hombre no tenía idea de que su época de gloria había concluido sin que él estuviera presente. Al fin veía la luz al final del túnel. Había llegado a un pequeño pueblo que le resultaba vagamente familiar, como si en algún momento lo hubiera visitado, y por sus ornamentos sabía que estaba época de Navidad. Se escuchaban villancicos en la lejanía por lo que supuso que debía de haber una plaza por allí. Edmund ascendió por un sendero pequeño colina arriba, no tenía idea de adonde se dirigía pero el primero que conseguía en casi una semana de viaje. Comenzaba a sentirse como un muggle, tenía varita pero de nada le servía y por alguna extraña razón no podía hacer magia sin ella, a pesar de haber recuperado sus poderes. El sendero principal era mucho más grande y abría paso a mansiones y castillos que se divisaban a lo lejos. Dio cinco pasos más y se detuvo en seco. Una sonrisa se asomó en su rostro, que parecía más bien una mueca desesperada. Ya sabía en donde estaba. A pesar de estar cansado, famélico, sediento y muerto de frío; Edmund corrió lo más rápido que pudo con desesperación, varios magos lo miraban intrigados y muchos otros lo señalaban mientras cuchicheaban entre sí, pero él no lo noto. Un hombre desesperado y con una pizca de esperanza en su interior no suele prestar atención a su alrededor. Y entonces vio lo que había buscado con tanto ahínco, un lugar oculto para muchos magos pero que para él era visible. Se sintió victorioso. Recordaba sus mejores momentos mientras observaba aquella estructura de madera con un sinfín de habitaciones yuxtapuestas a la estructura principal y que sólo se sostenía gracias a la magia. — La madriguera te da la bienvenida a casa, Edmund. Era libre al fin. — ¿Aldair? Sí, era él. Edmund reprimió las ganas que tenía de abrazar a su anciano consejero y lideró la marcha hacia el centro de reunión de la Orden del Fénix. Aldair no movió ni las pestañas. — No es allí a donde debes ir, Edmund —dijo y extendió su mano. La Universidad Mágica era un sitio que había visitado frecuentemente durante los últimos años. Edmund no entendía por qué Aldair lo había llevado hasta allí, ya había realizado todos los cursos sobre conocimientos que quería y aún no se encontraba preparado para avanzar en la magia de los Guerreros Uzza. Mientras caminaban por los terrenos, el mago se preguntaba por qué el anciano le había dicho que no iba a ser necesario llevar ningún objeto con él. Edmund se sentía desnudo sin todas las cosas que guardaba dentro de su monedero de pie de moke. ¿Adónde se dirigía? — Hasta aquí te puedo acompañar —indicó Aldair al detenerse en seco—. Allá te esperará mi vieja amiga Suluk Akku. Edmund asintió. No entendía nada lo que estaba sucediendo pero tampoco preguntó pues sabía que Aldair tampoco le respondería.Siempre le decía que él tenía que aprender a descubrir las cosas por sí mismo. Aldair desapareció y Edmund suspiró. ¿Qué iba a encontrarse cuando se adentrara un poco más? Antes de llegar a la Universidad Mágica habían pasado un momento por el Castillo Dumbledore. Edmund había aprovechado aquel momento para asearse. Estaba impecable bajo aquella túnica de color gris oscuro pero sus ojeras eran notables y también algunos aruños en su rostro y cuello. Había logrado ocultar las verdaderas heridas en su pecho, brazos y piernas, las cuales ya estaban sanando. Cuando por fin el mago tuvo el valor de avanzar se encontró con una cabaña muy humilde, esta tenía un jardín y se encontraba en los límites de los terrenos de la universidad, allá donde el río delimitaba aquella zona en una circunvalación. El mago se acercó a la pequeña vivienda y tocó la puerta, esperando ser bien recibido.
  4. http://i.imgur.com/uUSU79R.png Edmund no era una persona religiosa, ni mucho menos. No podría decirse que creyera en un "dios" particularmente... a no ser que este dios se llamara "justicia" y lo manera él mismo. Con todo este escepticismo, aún así respetaba mucho las creencias de los magos y brujas. Muchos de ellos se hacían llamar a sí mismos "sacerdotes", como su padre adoptivo, por ejemeplo. Y la verdad es que estos podían emplear una magia mística que él desconocía. Y ciertamente que tampoco quería aprender. Desconfiaba de ella. La respetaba, sí, pero desconfiaba de ella tanto como desconfiaba de los misterios de la adivinación. El Confesionario de las Lamentaciones era un sitio que nunca había pisado. Hasta aquel día de verano, claro. Se encontraba allí, frente a la pequeña y humilde edificación. Vacilaba. ¿Se animaría a entrar? Cualquier que lo hubiese visto, pensaría que tenía miedo. Pero Edmund no era un mago que se asustara tan fácilmente... No, miedo no era. Entonces, ¿qué sentía? ¿Por qué estaba allí parado como un idi*** sin querer ingresar a la ermita? Entonces los recuerdos fueron llegando poco a poco a su mente... Una pequeña capilla, un ángel, una cruz... ¿Qué estaban murmurando aquellas personas? ¿Por qué Aldair lo había llevado hasta allí? Muchas preguntas sin respuesta. Y sus padres... A partir de aquella noche no sabría más nada de ellos. El mago se animó y dio un paso tras otro. Caminó por el ala central y se sentó sobre una de las butacas en espera de ser atendido. Sus ojos no alcanzaban a ver a nadie. ¿Dónde estarían las sacerdotisas? @@Reena Vladimir
  5. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había pisado un estadio de quidditch? Poco, lo sabía, pues su retiro no alcanzaba aún el año, pero le parecía que habían pasado siglos desde entonces. Edmund observó como la lona que se sostenía mágicamente se movía lentamente para formar una especie de techo que cubría casi en su totalidad aquel estadio. Aquel día el clima era inclemente, pero el movimiento de la lona mitigaba un poco la sensación térmica e impedía el paso de los rayos ultravioletas. El mago se limpió la fina capa de sudor que se había formado en su frente y avanzó para dirigirse hacia los vestidores. Todavía no concebía cómo había logrado erigir aquella magnánima estructura. Claro, sin la ayuda de Goderic y Stephanus habría sido del todo imposible. Se sentía satisfecho todo lo que habían logrado: aquel perfecto estadio de quidditch, la tienda de artículos calidad, el hall de la fama y el salón de eventos. Todo un complejo que se centraba en el más afamado e importante deporte mágico. Pero, ¿volvería a jugar para un equipo de quidditch? ¿O a pertenecer en la comisión de arbitraje? Por ahora se sentía tranquilo en el Departamento de Transportes y Deportes Mágicos. Browsler había sido el primero en llegar, por lo que había dado el tiempo suficiente para recorrer todas las instalaciones. Aquella había sido la última y esperaba disfrutarla aún más. El mago se cambió su vestimenta y se colocó encima los protectores de quidditch, tomó la Saeta de Fuego, una caja de color gris metálico y su bate de golpeador para salir de nuevo al campo. Al abrir la caja metálica observó que dentro habían tres pelotas, todas iguales, pues era su kit de golpeador profesional. Edmund vaciló y quitó las cadenas a una bludger. Esta salió volando por los aires y regresó a por él cual bumerán. Una sonrisa se dibujó en su rostro y liberó las otras dos pelotas. Se lo pasaría muy bien aquel día. El mago se montó en la saeta de fuego e inició el raudo vuelo justo antes de una bludger le impactara el cabeza, por suerte esta sólo le había rozado la coronilla de su cabeza. Edmund voló por los aires esquivando y bateando bludgers durante un buen rato, se mantenía en buena condición física, pero sabía que necesitaba practicar o perdería el buen toque. Edmund observó unas figuras avanzar por el campo de quidditch por lo que frunció el ceño, ¿quiénes serían? ¡PAFF! Una de las bludgers impactó en su mano izquierda, quebrando la muñeca. El dolor era insoportable por lo que Edmund descendió en picada rápidamente. El llegar al suelo preparó su fornido cuerpo para recibir la colisión de las bludgers, una por una, para encerrarlas y encadenarlas dentro de la caja metálica. Por suerte tenía los protectores de quidditch encima, de lo contrario las heridas hubiesen sido mucho más graves. — ¿Estás bien? —preguntó Goderic mientras se acercaba hacia él. — Sí, tranquilo —respondió mientras tocaba con su mano sana la otra muñeca que se encontraba quebrada. Esta sanó al instante gracias al amuleto de curación que le colgaba del cuello. Una vez que se incorporó, Edmund observó que Goderic no estaba sólo—. ¿Fabían? ¿Lily? ¡Qué grandes están! Seguro ya ni se acordarán de mí, eran tan sólo unos bebés. Vengan, vamos adentro, el tío Edmund tiene unas cosas que les gustarán. @@Goderic Slithering
  6. http://i.imgur.com/uUSU79R.png La bruja parloteaba sin cesar y Edmund intentaba captar cada una de las ideas que mencionaba continuamente para no perder el hilo de la conversación pues no quería parecer maleducado. — Perfecto, entonces la esperaremos por allá para que actualice sus servicios y pueda gozar de la seguridad que le proporciona nuestro departamento. El mago recibió la documentación del autobús mágico y la leyó minuciosamente... Todo parecía estar bien, aparentemente. En cuanto a la bruja mencionó sí quería verlo personalmente sopesó que algo extraño sucedía. Edmund miró inquisitivamente a la bruja por unos segundos y luego volvió sus ojos azules hacia el documento. En ese momento ingresó un cliente al local y la dueña había tenido un momento oportuno para escaparse de allí. — Adelante. Mientras la mujer atendía al recién llegado, él se terminó se tomar el café y de leer los documentos propios del vehículo. Estaba muy cansado. — Disculpe —interrumpió la conversación de los presentes—. Todo esta en orden y confío en que el autobus se encuentra en óptimas condiciones para su uso.—Entregó los documentos a la bruja y realizó una breve reverencia—. Que tengan un feliz día. El mago salió de allí y la campanilla sonó al cerrar la puerta. La motocicleta estaba allí dónde la había dejado. Edmund deshizo la maldición fragante y luego se montó sobre la moto voladora. Tomó el volante con ambas manos y giró su muñeca derecha para acelerar. Una vez que la moto tomó la potencia suficiente, se elevó por los aires hasta desaparecer de allí.
  7. Nick: Edmund Browsler ID: 64963 Habilidad (en caso de que se trate de la habilidad de Animagia, especificar preferencia de animal): Animagia (leopardo) Rango Social: Dragones de Oro Nivel de Magia: 15 Fecha aproximada de aprobación EXTASIS o de salida de la Academia (versión anterior): Abril 2010 Nº de conocimientos que se poseen: 7 Link a la Bóveda: http://www.harrylatino.org/index.php?showtopic=81154 Link a la Ficha: http://www.harrylatino.org/index.php?showtopic=80927 @
  8. Zack Ivashkov. ¿En qué había pensado? ¿Por qué no se había negado? Edmund tocó con la punta de varita los ladrillos del muro que daba acceso al Callejón Diagon. No recordaba haber caminado por Charing Cross Road o haber ingresado al Caldero Chorreante, durante aquel tiempo sólo pensaba en qué haría una vez que tuviese a aquel mago frente a él. Sabía que podía dominar la expresión de su rostro a la perfección, ¿pero iba a poder ser capaz de no matarlo una vez que lo viera? «... ¿Y juras trabajar en equipo con el otro encargado con lealtad y disciplina? ... —Lo juro. » No podía matarlo, no, sino él también moriría. Edmund podía afirmar que Zack era un mortífago, ¿acaso no lo había escuchado utilizando su anillo de la escucha? El recuerdo venía a su memoria y parecía tan real... Tan pronto como llegó al Callejón diagon, Edmund activó su anillo de la escucha al girarlo tres veces en su dedo anular. Este emitió una tenue luz. —Lo del juicio es reciente, quita esa cara. La voz de Zack Ivashkov se escuchaba claramente, como si estuviese a unos cuantos pasos de Edmund. Afortunadamente, no había nadie más en el Callejón Diagon, exceptuando la interlocutora del presunto mortífago. —Hace poco fueron del cuartel de Aurores al castillo. Una vez ahí aprovecharon de robar mi Katana durante la revisión que solicitaron y nosotros, amablemente, le concedimos. » Igual sé que el Ministerio planea reformar los juicios nuevamente. Si esto es cierto quizás se tarden un poco más en tramitarlo todo. ¡Ah! Y Leah también está involucrada en este paquete. Él mismo lo había confirmado. Era su katana, una de las armas más poderosas que utilizaban los mortífagos. Él lo sabía bien, más de una vez le habían proyectado un corte con la misma en su cuerpo. No obstante, su recuerdo no era suficiente para que el Cuartel General de Aurores pudiera hacer algo por enjuiciar a aquel mago y a Leah. Y, además, Edmund sentía que muchos de sus compañeros de la Orden del Fénix -incluyendo sus actuales líderes- no le creían del todo. ¿Y cómo creerle si después de aquello él había llegado al Centro de Comercio Universal medio muerto y por poco habían logrado salvarlo? Hasta él mismo dudaba a veces. Aun así, aquel "sueño" siempre regresaba a su mente y parecía ser tan real... Edmund avanzó por el Callejón Diagon mientras su mente divagaba en estas pesquisas. Al final concibió que sería mejor mantener a Zack cerca. Si lograba conseguir una prueba suficiente... Sí, eso era lo que haría. Con el tiempo había aprendido a mantener a sus amigos cerca, y más cerca aún a sus enemigos. «Y si he de trabajar con el mismísimo diablo para desenmascarar a los mortífagos, lo haré con lealtad y sacrificio» pensó antes de llegar a la agencia. Era tal cual como la había descrito Helena en su anterior entrevista. El mago tocó la puerta corrediza con su mano derecha y una voz mecánica de mujer dijo: — Edmund Browsler, encargado. Bienvenido a la Agencia Browskov. Y la puerta se abrió de par en par.
  9. http://i.imgur.com/uUSU79R.png — Muchas gracias. El mago observó cómo la bruja se acercaba nuevamente hacia él. Esta vez llevaba en sus manos una bandeja con lo que él había pedido. Edmund no tocó la cafetera. En ese momento estaba intentando recordar algo que se le había olvidado casi por completo. Y su inútil recordadora no le diría qué sería. — Desde mayo sino me falla la memoria —respondió Edmund. Se había publicado un artículo en el profeta al respecto y también un comunicado en el atrio del Ministerio de Magia, ¿cómo era posible que aún hubiesen personan que no estuviesen enteradas de aquella noticia?—. Y está en lo cierto, no los ha renovado. Aquella bruja era en cierto sentido un enigma. Edmund no lograba comprender todo el concepto de la mujer que tenía frente a él. Al parecer estaba hablando con la dueña del local. — Para renovar sus servicios debe dirigirse hacia la ventanilla única para trámites ubicada en el atrio del Ministerio de Magia y llenar el formulario respectivo. —La voz del mago resultaba mecánica, cómo si se supiera todo aquello de memoria—. El precio de los servicios es el mismo. No se les cobrará ninguna multa al respecto. El descuento lo hacen directamente los duendes del Banco Mágico Gringotts. Actualmente no contamos con ningún tipo de descuento, los duendes son muy tacaños como ya sabrá. » ¿Me faltó responder alguna pregunta? Al parecer la bruja tenía unas cuantas preguntas más por hacer. — Sí, todos los servicios caducaron al mismo tiempo. Puede renovarlos todos juntos o uno por uno, como usted prefiera. Sólo debe ser cuidadosa al llenar el formulario, no lo aceptamos si tienen errores o tachaduras, y contar con los respectivos galeones en su bóveda de Gringotts. ¡El café! Edmund dio un sorbo y dejó nuevamente la taza sobre la bandeja. Ya había recordado por qué otra razón estaba allí. — En los formularios leí que la agencia tiene un autobús mágico certificado por el departamento —empezó Edmund, sacando una nueva carpeta de su monedero de piel de moke—. Y debo revisarlo para certificar que está en buen estado.
  10. http://i.imgur.com/uUSU79R.png Edmund aceptó la sonrisa de la bruja con cordialidad, como bien diría Charles: los buenos modales primero. — Correcto —respondió afirmativamente a la mujer de pelo violeta. Esta parecía estar un tanto nerviosa por eso, ¿acaso ocultaba algo? Los sentidos de caza de Edmund se agudizaron un poco, aunque sus intenciones no fuesen multar o acusar a nadie de algún delito, de eso se encargaría el Departamento de Seguridad Mágica—. Está bien, donde usted decida. El mago se encaminó hacia el mostrador y aceptó la invitación de su interlocutora. — Un café estará bien, hoy me toca un larga jornada laboral. ¿Alcohol? ¿Acaso estaba bromeando? Edmund sacudió su cabeza con gesto de negativo. Le encantaban los licores... pero por las noches y tal vez alguna copa de whisky de fuego por las tardes, nada más. Sin decir nada al respecto, el mago se sentó en la silla que se le había indicado y continuó hablando. — Según he revisado en los archivos, los servicios ministeriales de la agencia de viaje han caducado. —El mago sacó una carpeta de color marrón y leyó el comunicado en voz alta—. El Departamento de Transportes y Deportes Mágicos anuncia a toda la comunidad mágica que los servicios ministeriales correspondientes a la conexión red flú, trasladores y hechizo antiaparición han expirado. Por lo tanto, se invita a los patriarcas de las familias que habitan Ottery St. Catchpole y a los propietarios de los negocios ubicados en el Callejón Diagon a renovar su servicios. » Es importante que renueve sus servicios, especialmente el hechizo antiaparición en estos tiempos tan peligrosos. La conexión de red flú y la adquisición de trasladores queda a su criterio. ¿Alguna pregunta? El mago le entregó el folleto explicativo de los pasos a seguir para la actualización de servicios ministeriales.
  11. http://i.imgur.com/uUSU79R.png — ¿Disculpe? —espetó el mago, sintiéndose un poco ofendido. Era cierto, tenía mal aspecto. Aún así, ¿cómo podía confundírsele con un vulgar ladrón? — No estoy interesado en sus galeones, muchísimas gracias —dijo fríamente sin dejar que la bruja se excusara. Aunque mentía, claro, el saldo de su bóveda en Gringotts se encontraba cayendo en picada. Los números rojos no le agradaban pero no por eso se iba a dedicar al vandalismo. Edmund se aclaró la garganta y trató de calmar sus facciones cuando notó que la bruja que se encontraba frente a él estaba más dormida que despierta. Su primera impresión era que se trataba de una bruja irresponsable, ¿cómo podía dormir en el trabajo? No le sorprendía en absoluto que los servicios de aquella agencia de viajes hubiesen caducados, si así eran los empleados que tenían, no se imaginaba cómo serían sus propietarios. — Mi nombre es Edmund Browsler —se presentó con voz solemne y realizando una breve reverencia—. Y soy uno de los jefes del Departamento de Transportes y Deportes Mágicos. — Tuvo que parpadear un par de veces y actuar con normalidad al reparar en el color de cabello de la bruja, ¿era cierto lo que veía? La bruja tenía el pelo de color violeta, intenso y brillante—. ¿Tendrá unos minutos para conversar sobre algo importante? —Edmund esperó, aunque le parecía una ironía aquella pregunta, es decir, la bruja tendría que tener todo el tiempo si dedicaba las horas de trabajo a dormir—. Se trataba sobre los servicios ministeriales de la agencia. @
  12. Muchos pensamientos pululaban por su cabeza una vez que concibió que se encontraba dentro de la base rusa de Vostok . El primero era cómo rayos había llegado hasta allí si tan sólo segundos atrás se encontraba sumergido en las gélidas aguas de la Antártida rodeada de una decena de inferis que querían matarlo. Recordaba una puerta. Sí, una puerta, la pregunta era ¿qué hacía una puerta en el fondo de aquellas aguas? Edmund observó a su alrededor. El mago desconocía prácticamente todas las cosas que estaban en aquella estancia, ¿por qué nunca se había enfocado en realizar estudios muggles? En aquella oportunidad le habrían servido de mucho. De su monedero de piel de moke sacó su varita mágica y encendió la punta de la misma para iluminar un poco más aquella especie de oficina. Estaba en uno de los containers de oficinas provisionales principales de la base rusa, aunque no lo sabía. Y alguien lo estaba observando, aunque tampoco lo sabía. El mago se acercó hasta una ventana para observar cómo estaba el clima allá afuera. Parecía que alguien había controlado el viento, pero que una gran tormenta se les acercaba, ¿acaso podría ser capaz de detenerla? Edmund puso los ojos en blancos y su rostro se tornó sombrío. La tormenta era tan sólo una de las pocas cosas de las que debía preocuparse. En aquel momento una enorme bola de fuego descendía desde los cielos y acercaba hasta la posición. Horrorizado corrió en busca de una salida y unos segundos después encontró una. Cerrada. — ¡Alohomora! —conjuró envainando a Ddraig Goch— ¡ALOHOMORA! —El hechizo parecía no surtir efecto alguno. Edmund perdió la paciencia y decidió hacerle caso a sus instintos—. ¡REDUCTO! La explosión dio lugar y el mago tuvo la oportunidad de salir del container segundos antes de que otra explosión –diez veces más fuerte- destruyera aquellas oficinas de la base rusa. Edmund salió volando por los aires y rodó unas cinco veces sobre el suelo cubierto de nieve. El mago se llevó los ojos hasta los oídos y se mordió la lengua al sentir un terrible dolor en su pierna izquierda. Una vez que recuperó el valor, se sentó y observó la herida que tenía en el muslo. De su monedero sacó un frasco de esencia de díctamo y se aplicó unas gotas allí a la espera de que el dolor mitigara. Edmund observó al cielo. Ya no sólo tenía que preocuparse las bajas temperaturas, la altitud, la falta de oxígeno, la virtual ausencia de humedad, la falta de dióxido de carbono que trastorna la respiración, los fuertes vientos, la radiación ultravioleta debida al agujero en la capa de ozono, el aislamiento de la base rusa dada su ubicación extremadamente lejos del mar, y en invierno, la larga noche polar. Ahora también tenía que dedicar su atención a unas cuantas esferas de fuego que caían desde el cielo. ¿Cómo rayos iba a poder controlar aquel fenómeno desconocido? Suponía que tendría que ver con la maldición que tenían que descubrir sus compañeras de clase. Para poder frenar todo aquello, primero tendría que encontrarlas. — ¡Periculum! —exclamó Edmund, apuntando con su varita al cielo para lanzar chispas rojas.
  13. Después de haber realizado aquella sugerencia, Edmund se sentó nuevamente en la silla que estaba detrás de su escritorio y alzó las cejas para prestar atención a la clase de transformaciones que se estaba llevando a cabo en la misma sala hexagonal. Blackner parecía ser un erudito en la materia según lo que decía, aunque Edmund confirmaría una vez que viera con sus propios ojos los resultados de aquellas transformaciones. Esperaba las escobas, de lo contrario no podría avanzar con su clase. También desconocía las Leyes de Gamp, tal vez las hubiese escuchado alguna vez en Hogwarts pero ahora no recordaba nada al respecto. Edmund escuchó atentamente a las cinco leyes que mencionó Matt y trató de memorizar cada una de ellas. Estaba seguro de que podrían servirle en un futuro. Keaton, por su parte, tampoco las conocía. Aunque cuando había llegado el momento de realizar la práctica, este se había desenvuelto bastante bien. El primero en efectuar aquel hechizo fue Matt, creando una Saeta de Fuego perfecta a simple vista. El segundo en realizar aquel encantamiento fue su pupilo, quién transformó dos objetos pequeños en dos escobas de carreras más. Ahora Edward tendría varias escobas para escoger, ¿cuál tomaría? El joven había decidido optar la Nimbus 3000. Edmund sonrió con nerviosismo. Aquellas escobas parecían estar en perfecto estado, pero, ¿funcionarían igual de bien? El mago no había tenido tiempo de realizarle una inspección a la nimbus puesto que Edward la había tomado con rapidez y había desaparecido con prontitud a través de la puerta indicada. «Éxitos» fue lo que surcó el pensamiento de Edmund al acercarse al umbral de la puerta abierta que sólo esperaría unos tres minutos. Browsler observó con avidez cada una de las hazañas que Edward había efectuado para poder hacerse con el snidget dorado, pero ya el tiempo se le estaba acabando, ¿acaso podría lograr cumplir con su cometido? Edmund se alejó de la puerta para dejarle el acceso libre a su pupilo, quién había ingresado a la sala giratoria tan sólo un segundo antes de que la puerta se cerrara. Nuevamente la estancia hexagonal giró. Edmund tomó el snidget y dejó en una pequeña jaula de hierro. La profesora de Cuidado de Criaturas Mágicas se lo había pedido para dar una lección en su asignatura. Luego se lo llevaría. — Muy bien, Edward —dijo Edmund para felicitar a su pupilo y continuar con la clase—. Regresando el tema, las escobas voladoras suponían un gran avance como transporte mágico. Sin embargo, resultaban muy incómodas, especialmente para viajes largos. Esto fue hasta que en 1820 Elliot Smethwyk se creara un conjuro que evitaría estas molestias, ¿podrías decirme cuál es? » Como veo lo mucho que te gustan la Nimbus 3000, ahora visitaremos a la Nimbus Racing Broom Company para aprender los métodos de fabricación de estas escobas. Ven, mi gran amigo Devlin Whitehorn nos está esperando tras esta puerta. Y sin decir nada más, ambos magos abrieron otra de las puertas para desaparecer de allí. @@Syrius McGonagall
  14. Todo se tornó oscuro. Edmund sabía que si quería vivir tendría que moverse rápido. No había tiempo para meditar. No había tiempo para pensar. El poco aire que había logrado inhalar se le estaba acabando a una velocidad alarmante puesto que el mar gélido de la Antártida no colaboraba. Por instinto, Browsler comenzó a mover sus brazos y patalear para subir a la superficie y así poder ubicar algo de lo que aferrarse. Iba muy bien hasta que algo lo detuvo. O, más bien, alguien. Un cadáver lo tomaba por su talón izquierda e intentaba arrastrarlo hacia el fondo. Edmund le pateó con fuerza el cráneo e intentó avanzar, pero otro inferí lo interceptó. A estos se sumaron unos cuantos cadáveres. El mago no pudo contarlos. Eran muchos y ya lo dominaban. El pánico se apoderó de sí mismo. Iba a morir, no tenía salida. Sabía que la debilidad de los inferis era el fuego, pero no sabía cómo rayos podía invocar un fuego que no se apagase por acción aquellas aguas heladas. Browsler estuvo a punto de rendirse a la muerte hasta que le ocurrió una idea. Una espada mágica legendaria se invocó en su mano izquierda. Edmund asestó un mandoble a un inferí y decapitó a un par de ellos. Con las pocas fuerzas que le quedaban los descuartizó a todos y por fin quedó libre, aunque pensaba que ya era demasiado tarde. Estaba muchos metros por debajo de la superficie y ya las fuerzas se le habían acabado. No sólo las fuerzas, sino también el poco oxígeno que tenía. Su varita estaba en algún lugar de su monedero de piel de moke pero sus manos ya no le reaccionaban como debían, parecía estar paralizado. ¿Acaso aquel sería el fin? El cuerpo inerte de Edmund chocó contra algo. El golpe había sonado como si de un pedazo de madera se tratara. Era una puerta. ¿Acaso estaba soñando? ¿o ya había muerto? Edmund intentó abrir aquella puerta pero esta no cedía a sus intentos así que trató por la fuerza. Dio varios golpes y nada, asestó otro mandoble con la espada y nada. Su vista se nubló. El mago dejó posar una mano sobre la puerta y las corrientes de agua hicieron que esa se moviera suavemente sobre la madera, como si Edmund estuviese acariciando la puerta. Entonces la puerta se abrió y el mago no supo nada más. Cuando abrió los ojos sintió que tenía el mundo encima. El dolor de cabeza era prominente, el frío le calaba hasta los huesos por lo que estaba tiritando, se sentía exhausto, inestable… sólo después de unos cuantos minutos el mago había podido incorporarse. Estaba frente a una puerta abierta, idéntica a la que había visto en su ¿sueño? Así lo calificaba. El mago cerró la puerta y al instante esta desapareció. No había sido un sueño. Edmund se quitó sus ropas mojadas y se las cambió por unas que tenía dentro de su monedero. Una túnica negra y un abrigo del mismo color. El mago se sintió mucho más aliviado cuando por fin sentía un poco de calor en su cuerpo. Mientras se vestía, Browsler pensaba que sus compañeros ya debían de haberlo dado por muerto. Es decir, debía haber pasado mucho tiempo desde que él había caído hacia las frías aguas de la Antártida y él no les había dado señales de vida en ningún momento. El mago se encogió de hombros. Esperaba encontrarlos pronto para que así pudiesen terminar con la misión que se les había encomendado. Hasta ese momento no se le había pasado por la cabeza dónde se encontraba. Aquella estancia estaba parcialmente oscura puesto que la única luz provenía de una lámpara de color verde que se ubicaba en el centro. El mago avanzó y dio con un escritorio. Registró cada una de las gavetas pero no entendía nada de lo que allí estaba escrito y eso que era un erudito en el tema de los idiomas. Aquello parecía estar escrito en clave. Entonces lo comprendió. Estaba dentro de la base rusa de Vostok.
  15. http://i.imgur.com/uUSU79R.png Era la primera vez que Edmund utilizaba aquella moto voladora. Y conocía poco o nada sobre artefactos muggles. Especialmente sobre aquel. Pero aún así había decidido comprarla en el Magic Mall por lo que bien que se veía. Además, era fanático de los transportes mágicos ¿y cómo podía perderse de una experiencia cómo aquella? El mago había tardado unos minutos en encender la moto pero un par de horas para comprender como esta funcionara. Tenía que ser precavido o sólo se ganaría un viaje directo y gratis hacia el Hospital Mágico San Mungo. — Creo que ahora así —comentó Edmund para sí mismo al tiempo que se ubicaba sobre el asiento. Edmund colocó ambas manos sobre el volante y colocó su pie sobre el pedal de aceleración. Avanzó sobre el pavimento unos metros antes halar el volante en su dirección para elevarse unos metros. Volar sobre aquella moto no distaba mucho de volar sobre escoba. Claro, las escobas de carreras eran mucho más rápidas pero la moto era más cómoda. El mago disfrutó el viaje hasta Londres aquella tarde. Afortunadamente, hacía mal tiempo, pero aún así había decidido aplicarse un encantamiento desilusionador sobre sí mismo y sobre la moto. Al llegar al Callejón Diagon, el mago dejó la moto aparcada afuera de la agencia de viajes "El fénix aventurero" y le aplicó maldición fragante para que evitara que esta pudiese ser robada. Ya el encantamiento desilusionador había culminado cuando el mago entró al local. Tocó la campanilla y esperó a ser atendido. @
  16. Edmund se levantó al tiempo que lo hicieron sus demás compañeras y se dirigió hacia la biblioteca que se encontraba al fondo del salón. Tomó un ejemplar de Principios de Meteorología, otro sobre Meteorología y Climatología, y uno último llamado Meteorología Avanzada. Los tres los había leído una vez a regañadientes, así que prefería mantenerlos consigo en caso de que necesitara recordar algo de lo que había aprendido. Ishaya sacó un báculo y se los mostró. Browsler los conocía bien. El departamento para el cual trabajaba había creado unos cuantos para la Universidad Mágica. El mago escuchó con atención a la explicación de su profesor y asintió una vez a lo que este le indicó. — Un punto o polo de inaccesibilidad es el lugar a mayor distancia de cualquier punto de acceso. Generalmente el término se usa como el lugar sobre la superficie de un continente o un océano que está a mayor distancia de la línea de costa. Este punto o polo debe ser equidistante de tres puntos sobre la línea de costa. —El mago hizo una pausa y abrió el ejemplar de “Principios de la Meteorología” para leer textualmente—. Como línea de costa debe entenderse la de los océanos o la de mares conectados con el océano abierto. El polo sur de inaccesibilidad se encontraba a una altura de 3.718 m.s.n.m., ocupado por la base rusa Vostok, era el punto del continente antártico más alejado del océano. Este punto era más difícil de alcanzar que el polo sur geográfico, del que dista 878 kilómetros. A causa de la dificultad de establecer la línea de costa de la Antártida, debido a las placas de hielo que circundan el continente, existía una controversia sobre donde se encontraba este punto y se daban varias coordenadas diferentes según los criterios para hallarlo. Edmund esperó por sus compañeras. Heliké tenía conjeturas muy interesantes, pero no había tenido tiempo para comentar alguna puesto que en ese momento el báculo se activó y tuvo que tomarlo rápidamente antes de que fuera demasiado tarde. El frío le caló hasta los huesos a pesar de ir ataviado con unas cuantas capas y abrigos gruesos. Edmund asintió ante la indicación de Ishaya. «Placidium ventis» había pensado mientras colocaba su brazo a 50° con respecto a la verticalidad de su cuerpo. Así fue como comenzó a controlar el viento, su muñeca giraba lentamente indicándole a este fenómeno natural que curso debía tomar. El tiempo transcurría mientras ellos caminaban y su brazo comenzaba a dolerle por mantenerlo mucho tiempo en aquella posición. Afortunadamente él era ambidiestro, por lo que cambió la varita de mano y continuó con aquel hechizo un tiempo más. Sus compañeras parecían no haber tenido éxito alguno con su hechizo. La base rusa Vostok todavía se encontraba muy lejos y el cielo se comenzaba a llenar de nubes grises. Ishaya, Revi y Heliké estaban intentando descifrar algo, ahora proponían dirigirse hacia la cadena montañosa que se erguía a su derecha. Edmund no mencionó nada al respecto. El clima empeoraba cada vez más y eso hacía más difícil que él pudiese ejecutar correctamente aquel encantamiento junto con Ishaya. Controlar el clima no era tarea fácil, ni de un solo mago, y aquella no era la excepción. Edmund sentía como sus fuerzas disminuían y las piernas comenzaban a fallarle. Una explosión en el horizonte captó la atención de su profesor y sus compañeras justo cuando el hielo que Edmund pisaba se resquebrajó. El mago desapareció de la vista de todos sin que estos pudiesen notarlo.
  17. La primera impresión que Edward había dejado en Edmund era que se trataba de un alumno excelente, responsable y con iniciativa. Y aquello le gustaba. Edmund prefería a la gente con iniciativa propia, que no había que empujarla, que sabían lo que tenían que hacer y que lo hacían. — Como dices, la Nimbus 3000 es la escoba más veloz en la actualidad, esto es porque el mango no es de caoba como su predecesora, sino de abedul —afirmó el mago mientras se colocaba de pie nuevamente—. Además dispone de un encantamiento de frenado inquebrantable, estupendo balance y precisión, cosa que no se había visto antes en ninguna escoba. —Edmund hizo otra pausa mientras miraba a Edward—. Aunque no debes confiarte. Estas especificaciones están dadas en términos generales pues dependen mucho de la habilidad del mago que las utiliza. Si eres un buen piloto, podrás correr más que con una saeta de fuego. Si no lo eres, correrás menos que con una Estrella Fugaz. Sí, el cobertizo se encontraba vacío. — Al parecer las especificaciones que envié a los directores de la Universidad no les llegaron —respondió a la pregunta de Matt—, pues las escobas de carreras no están aquí. Edmund negó con la cabeza ante la pregunta de Edward. — No, no pueden desaparecer sólo porque sí —respondió—. Supongo que nunca las colocaron aquí. Espera, Edward... Su alumno se dirigía hacia otra puerta para intentar buscar las escobas justo cuando alguien más entró en la estancia y entonces las puertas se cerraron para girar nuevamente en torno a ellos. Edmund tuvo que sujetarse del escritorio para no caer al suelo. Esperaba que no llegara nadie más a su clase, de lo contrario terminarían mareados y posiblemente no encontraran nunca más la salida de allí. El mago ahora entendía por qué la leyenda decía que muchos magos y brujas habían perecido allí mientras intentaban buscar la salida una y otra vez, sin éxito alguno. — ¿Será posible que puedas proveernos unas escobas de carreras, Matt? —preguntó. Aquella idea había llegado a su mente más rápido de lo que tardaban los huevos de un ashwinder en quemar una casa. Blackner era un erudito en el arte de las transformaciones por lo que aquello no supondría ningún reto para él. Es más, resultaba ser un ganar-ganar pues así el podría enseñar a su recién llegado pupilo. El profesor de transformaciones pareció estar conforme con aquello por lo que Edmund asintió y decidió continuar con su clase—. Muy bien, Edward. Una vez que Matt nos provea las escobas, escogerás una y atravesarás aquella puerta. —Browsler señaló la puerta con su dedo índice—. Allí deberás encontrar el snidget dorado que se encuentra en peligro, sorteando cada uno de los obstáculos que se te presenten en el camino, y luego traerlo. Deberás ser rápido pues sólo tendrás tres minutos para hacerlo. En caso de no lograrlo, la puerta se cerrará permanentemente y te quedarías encerrado de por vida.
  18. Wendy Wendy sonrió ante aquella pregunta mostrando una sonrisa amplia y sus dientes amarillentos. — El crucero por el Triángulo de las Bermudas será entonces —afirmó y con un ademán de mano llamó a su hijo—. Warren, ven acá, dos contratos. De las sombras salió una figura esquelética que se acercó hasta ellos. La bruja pareció contener un grito. El rostro de Warren parecía una calavera y su cuerpo lucía como un cadáver, era raquítico y se movía con la lentitud que caracterizaba a los zombies. El squib desapareció nuevamente entre las tinieblas y se hizo un silencio que parecía ser eterno. Los clientes parecían impacientarse por la demora mientras Wendy miraba con nerviosismo hacia atrás. Un fuerte golpe contra la puerta del baño que se encontraba a la izquierda de los presentes, seguido de un grito desgarrador de mujer que erizaba hasta la piel del más valiente. Alguien arañaba la puerta intentando escapar, golpeaba una y otra vez la misma con desesperación, otro grito y luego se hizo un silencio sepulcral. Los rostros de los clientes se crisparon y Wendy los miró con una expresión tranquilizadora mientras se colocaba de pie. — No han de preocuparse, a los fantasmas de Terrortours les gusta jugar esas bromas —mintió al tiempo que se cruzaba de piernas para ocultar el tic nervioso de una de ellas—. ¿Warren? — Aquí están los contratos, madre. El joven raquítico dejó los formularios sobre la mesa y Wendy le hizo señas para que se alejara -aunque en realidad sólo quería que se ocupara de quién había causado aquellos sonidos perturbadores-. El squib asintió y desapareció nuevamente. — Firmen acá —indicó Wendy señalando con el dedo—. Y acá .—Nuevamente señaló el lugar con su lardo dedo índice—. No deben preocuparse por el resto de los trámites. Nosotros nos encargamos con los trámites del pago en Gringotts y del viaje con el Departamento de Cooperación Mágica Internacional y el Departamento de Transportes Mágicos. Aquí tienen. —Les entregó una bota vieja—. El traslador se activará en cinco segundos. ¡Disfruten su viaje! Y recuerden... No nos hacemos responsables de muertes y heridas. @ @@Little G.
  19. Después de realizar aquellas compras en la primera planta del Magic Mall y de indicar que se las enviaran al Castillo Dumbledore, Edmund se dirigió directamente escaleras arriba para acceder a la segunda planta. Las bóticas no le gustaban mucho y el arte de crear pociones tampoco, pero en aquella oportunidad tenía que buscar unas que le resultarían muy oportunas en caso de contar con su varita mágica. Edmund abrió la puerta de cristal y de madera y la cerró sin hacer ningún ruido. Fueron sus zapatos los que anunciaron su llegada por el sonido que producían mientras caminaba sobre el mármol negro. El mago se detuvo a mitad de la estancia, justo encima de una araña de plata cuyas velas se encontraban encendidas mediante fuego eterno. Las pociones encerradas en los frascos de todos colores se encontraban dentro de las vitrinas altamente protegidas. Aquellos encantamientos habían sido realizados para evitar accidentes. — Buen día —saludó al empleado, indicándole cuáles eran las pociones que quería comprar aquella vez. ID: 64963 Nick: Edmund Browsler Nivel Mágico: 14 Link a la Bóveda Trastero: enlace Link a la Bóveda de la cual se hará el descuento: enlace Fecha: 2016-06-09 Nombre del producto: Esencia de Díctamo Objeto, Criatura, Poción, Consumible o Libro de Hechizo: Poción Catalogación: AAA Puntos por unidad: 40 Precio: 2000 G Nombre del producto: Poción Reabastecedora de Sangre Objeto, Criatura, Poción, Consumible o Libro de Hechizo: Objeto Catalogación: AAA Puntos por unidad: 40 Precio: 2000 G Precio total: 4000 G Total de Puntos: 80 puntos.
  20. Habían pasado unos cuantos meses desde la última vez que Edmund había pasado el Magic Mall. Los galeones de su bóveda se habían venido cuesta abajo en un santiamén y antes de que pudiera hacer algo al respecto se había quedado sin ingresos. Los negocios que Browsler tenía en el Callejón Diagon apenas iban abriendo sus puertas, por lo que las ganancias no suponían ningún cambio a su situación económica. Las clases que impartía en la Universidad Mágica y su sueldo del Ministerio de Magia no le daban abasto. Afortunadamente se había encontrado con Helena y esperaba que a partir de aquel momento las cosas cambiaran. Edmund entró en la primera planta. Los abarrotados y estrechos pasillos ya no le eran desconocidos. Sabía muy bien dónde se encontraban los objetos que había ido a buscar, pues los había visto allí la última vez. Nada. Nuevamente se habían acabado los armarios evanescentes. El mago cruzó el pasillo y se dirigió a otro, con la esperanza de encontrar por lo menos la moto voladora. Y sí, allí se encontraba aquel extraño medio de transporte mágico. Edmund se dirigió directamente hacia el mostrador con el formulario en mano para comprar aquel objeto. Una vez allí también había decidido comprar un juego de gobstones. Se había oficialmente al club que tenía el Departamento de Transportes y Deportes Mágicos por lo que era propicio ir practicando un poco. ID: 64963 Nick: Edmund Browsler Nivel Mágico: 14 Link a la Bóveda Trastero: enlace Link a la Bóveda de la cual se hará el descuento: enlace Fecha: 2016-06-08 Nombre del producto: Moto voladora Objeto, Criatura, Poción, Consumible o Libro de Hechizo: Objeto Catalogación: AAAA Puntos por unidad: 80 Precio: 4000 G Nombre del producto: Juego de Gobstones Objeto, Criatura, Poción, Consumible o Libro de Hechizo: Objeto Catalogación: A Puntos por unidad: 10 Precio: 500 G Precio total: 4500 G Total de Puntos: 90 puntos.
  21. Edmund no podía dejar de pensar en Helena desde la última vez que la había visto y muchísimo menos después del encuentro que tuvo con Aldair. ¿Por qué el anciano le había advertido sobre aquella bruja? Él no la consideraba peligrosa, era tan sólo una niña, además, era parte de su familia. Sólo sabía a ciencia cierta que Helena era una vampira también por lo que podría tener cualquier edad. No obstante, su apariencia de niña recién salida de un orfanato hacía imposible que Edmund pensara que se trataba de una posible amenaza. Los días pasaron y no lograba dar con el paradero de aquella vampira. Sus instintos de caza parecían fallarle, o eso pensaba, lo cierto era que Helena era mejor que él en este sentido y que lo estaba espiando en todo momento. La bruja quedó anonadada al enterarse que Edmund era también un Browsler, hijo de Eddard, por lo que ella sería su tía abuela. Un día de junio Helena esperó pacientemente en el Callejón Diagon pues sabía que Edmund abriría Terrortours al caer la noche. Había investigado previamente todo sobre él, su trabajo, lugar de residencia, relaciones interpersonales, todo. Tuvo que agradecérselo con galeones al tabernero del Caldero Chorreante, le había salido caro, pero había valido la pena. Edmund apareció al caer la noche frente a su local, vistiendo una túnica de color negro como la noche. El mago apuntó con su varita a la figura encapuchada que se acercaba hasta él. Helena se quitó la capucha y dejó que su rostro lo iluminaran las farolas de luz del callejón. — ¿Podemos hablar en lugar privado? —preguntó sin rodeos. No necesitó decir nada más, Edmund asintió y abrió la puerta del local para dirigirse hacia el piso superior. Una vez allí invitó a la vampira a sentarse y él hizo lo mismo, colocando su sombrero negro sobre el escritorio. — ¿Cómo me has encontrado? — No fuiste difícil de encontrar, para ser honesta —respondió, cruzándose de piernas—. Pero no te daré detalles de mis métodos. Edmund asintió por segunda vez. Él tampoco lo habría hecho. — ¿Y se puede saber por qué estás acá? ¿Por qué me has buscado? — Iré al grano. Vine a hablarte sobre negocios. Edmund puso los ojos en blanco. Helena había omitido empíricamente el lazo familiar que los unía. Había dos opciones, ignoraba aquel hecho -cosa que ponía en duda-, o había obviado aquella conversación a propósito. El mago se sentía incómodo por la presencia de la bruja y ya sabía por qué. Helena resultaba ser un enigma para él. — Te escucho. — Estoy por abrir un negocio en el Callejón Diagon junto a un socio —comenzó a explicarle Helena justo después de aclararse la garganta—. Se trata de asesorías sobre habilidades mágicas, financiamientos y prestaciones. Se te hará fácil, por allí rumorean que dominas la materia. Así que necesito a alguien como tú. —Helena se colocó de pie y caminó por la oficina hasta colocarse detrás de él para masajearle los hombros con sus manos frías—. Fuerte y robusto… Alguien que inspire respeto y temor, alguien en quien yo pueda confiar mis finanzas y que esté dispuesto a custodiarlas cueste lo cueste. — Yo no soy un asesino —aclaró Edmund colocándose de pie y alejándose de ella. — Sé que no. No te estoy pidiendo que mates a nadie. Sólo deberás asegurarte de que mis clientes paguen sus deudas. Browsler vaciló. Sus ojos azules escudriñaban el rostro inexpresivo de Helena, intentando descifrarlo, sin éxito alguno. — ¿Cuánto te pagan en el Ministerio ese? Dime la cifra, estoy dispuesta a pagarte diez veces más —continuó Helena sin dar un paso atrás. La bruja había dado en el clavo. La bóveda de Edmund se había venido cuesta abajo después de que los mortífagos destruyeran el Castillo Batería Evans. Necesitaba galeones desesperadamente. Edmund asintió por tercera vez y avanzó para estrechar la mano de la bruja. Helena soltó una risotada y negó con la cabeza, alegando que no era así cómo ella cerraba sus tratos. La vampira sacó de su falta de colegiala una daga de plata que Browsler conocía muy bien. Era la daga del sacrificio. Antes de que el cielo se pintara de estrellas, el mago había sido vinculado a un juramento de sangre del cual no podría escapar jamás. ********************* Al día siguiente Edmund se encontró con Helena en el Caldero Chorreante. Habían unos pocos magos presentes, por lo que pudieron tener privacidad sin necesidad de dirigirse hacia ningún otro lado. Una media hora pasó mientras Helena le explicaba a Edmund los detalles de los negocios que hacían y cómo los hacían. Claro está, sólo le había mencionado el catálogo que se encontraba al público, no los negocios sucios que ella hacía con su socio. Al finalizar aquella reunión, ambos se habían tomado una botella entera de whisky de fuego. — Entonces nos vemos el lunes en la agencia —finalizó Edmund mientras se colocaba de pie. — Yo no estaré. Te esperará el otro encargado allí. — ¿El otro encargado? ¿Por qué no lo habías mencionado antes? — Lo había olvidado —mintió Helena esbozando una sonrisa de niña buena—. ¿No creías que ibas a realizar todos estos trabajos tú solo o sí? Edmund soltó un bufido. — ¿Y bien? ¿De quién se trata? — No creo que lo conozcas. Se llama Zack Ivashkov —respondió la vampira sin darle importancia. El rostro de Edmund se crispó en el acto.
  22. — Edmund Browsler, es un gusto conocerlo —se presentó al estrechar la mano del recién llegado. Matt se llamaba el profesor de transformaciones. Si Edmund lo hubiese visto en la calle, jamás pensaría que se trataba de un profesor y mucho menos un mago por como vestía. A diferencia de él, por supuesto, quién iba vestido con un elegante traje gris y una túnica azul encima. Edmund no dijo nada al respecto, Aldair le había bien sobre modales desde muy niño. Ambos profesores no pudieron comentar nada más pues alguien ingresó en la estancia, provocando que la sala hexagonal girara nuevamente. El joven se presentó como Edward Smith y era su alumno de Maestría con Escobas. Matt se despidió y se hizo a un lado para que él pudiera dar inicio a la clase. — Mi nombre es Edmund Browsler —se presentó—. Soy miembro del Departamento de Transportes y Deportes Mágicos, del Club de Gobstones y de la Unión de Quidditch para la Administración y Mejoría de la Liga Británica y sus Esforzados. —Hizo una pausa mientras se sentaba detrás de un escritorio—. A lo largo de toda mi vida he hecho uso de las escobas mágicas, tanto para deportes como para transportes, y ahora esos conocimientos te los daré a ti. ¿Llegó la carta que te envié? —Edward asintió—. Bien, porque es necesario conocer la teoría para irnos a la práctica. » Al no haberse inventado todavía ningún encantamiento que permita a los magos volar, la escoba es un objeto imprescindible en todos los hogares de magos occidentales. La escoba es el único objeto legal permitido como medio de transporte para los magos. » En el pasado, los magos eligieron la escoba como medio para volar por ser discreta, barata y fácil de llevar. Aun así, las primeras escobas, según documentos del 962 d.C., eran incómodas (llenas de astillas). En el museo de Quidditch de Londres se exhibe una escoba de la edad media, construida a partir de una gruesa rama nudosa de fresno sin barnizas, con varillas de avellano atadas toscamente al extremo. Esta escoba solo podía ir hacia delante, siempre a la misma velocidad. » Luego se fueron creando deportes sobre escobas, dando lugar a escobas de carreras, ¿conoces algunas de ellas? Si es así, mencióname las más recientes y su utilidad. Pronto deberás escoger una de ellas. También explicó a Edward que se encontraban en la sala giratoria, siempre que se cerrara una puerta, la sala giraba y cambiaba el orden. Nunca se había qué se encontraría detrás de aquellas puertas. La leyenda contaba que muchos magos y brujas habían muerto allí dentro pues nunca encontraron la salida. Edmund se levantó y se dirigió hacia una de las puertas, colocó una mano encima y cerró los ojos. La magia siempre dejaba rastros. El mago hizo lo mismo con otras dos puertas hasta que finalmente se detuvo. — Sí, esta es —indicó, girando la manilla y accediendo al interior, dentro sólo había un cobertizo vacío—. ¿Y dónde están mis escobas? @@Syrius McGonagall
  23. Una nueva aventura le esperaba aquel día. Lo supo tan pronto la lechuza de Ishaya apareció en el Castillo Dumbledore. Edmund leyó un par de veces la carta que su compañero de la Orden del Fénix le había escrito sobre un pergamino nuevo y con una caligrafía perfecta en tinta negra. Hubo una frase de aquel contenido que llamó su atención. «Lleven todo lo que crean necesario». Él siempre lo hacía, su monedero de piel de moke estaba lleno de objetos mágicos, libros, pociones, amuletos y demás. Edmund se sentía más cansado que en toda su vida, pero no era momento para desfallecer. Observó en el espejo cómo su rostro lucía demacrado y las ojeras le caían a los pies. Tenía días sin pegar un ojo, los eventos recientes lo habían alterado un poco y lo mantenían en alerta permanente. Ante la insistencia de Andrew, su elfo doméstico, había logrado dormir sólo una hora y sentía como si el Expreso de Hogwarts le hubiese pasado por encima. — ¿Adónde se dirige, amo? —preguntó su elfo doméstico una vez que el mago saliera del baño. Su aspecto había mejorado mucho después de tomar aquella ducha. Browsler vaciló unos instantes, pero al final dijo: — No puedo decirte, Andrew. Sabía que había sido un tanto brusco con aquellas palabras, pero era mejor así. Los mortífagos habían atacado a su elfo doméstico para sacarle información y habían estado a segundos de asesinarlo si él no hubiese llegado a tiempo para salvarlo. Era mejor que Andrew se mantuviese l margen para evitar el peligro. Al observarse en el espejo por segunda vez, Browsler apreció el cambio. Sí, las ojeras se mantenían bajo sus ojos y se reflejaban mucho pues hacían un contraste con su piel pálida, pero ahora lucía mucho mejor. El mago intentó peinar su corto cabello castaño, sin éxito alguno, e hizo lo mismo con su pulcra barba cobriza. Aquel día había optado por vestir un elegante traje negro y se atavió con una túnica azul rey. Edmund salió de su habitación y se dirigió hacia la morada de Aldair para despedirse, no obtsante, su mentor se encontraba dormido y prefirió no despertarlo. Llegar a la Universidad Mágica había sido muy sencillo. Edmund, por ser miembro del Departamento de Transportes y Deportes Mágicos, siempre contaba con un par de trasladores consigo. En aquella oportunidad se trataba de una bota vieja, la cual utilizó a su favor. — Buen día para todos —saludó el mago. Había sido el último en llegar, pero aun así estaba a tiempo—, Edmund Browsler. Conocía el profesor, claro estaba, pero no a sus compañeras de clase. Edmund tomó asiento y esperó, escuchando con atención cada una de sus palabras. Se levantó y tomó un par de ejemplares sobre meteorología cuando Ishaya lo indicó. Al escuchar su destino, Browser sacó un abrigo de color negro de su monedero de piel de moke y se lo colocó encima de la túnica. Una de sus compañeras no parecía estar conforme con el sitio al que irían, a él no le importaba, ya había estado allí una vez, y esta se trataba de una vampira pues ella misma lo había afirmado. Edmund la observó con interés por el rabillo del ojo sin que esta lo notara.
  24. SALA GIRATORIA MAESTRÍA CON ESCOBAS @@Syrius McGonagall TRANSFORMACIONES @@Keaton Ravenclaw La saeta de fuego se mantenía en perfecto estado a pesar de su uso regular y del pasar de los años. El manillar de ébano pulido se encontraba intacto y reluciente, al igual que el cepillo de abedul, el cual le proporcionaba más potencia a mayor altitud. Edmund observaba a aquella escoba con cierta nostalgia pues le traía innumerables recuerdos. Había sido su primera escoba. Sabugo se la había regalado cuando aún era muy joven, tiempo después de ingresar a Hogwarts. Desde entonces la conservaba como si de un tesoro se tratase. Era una de los objetos más preciados que poseía y que siempre llevaba consigo. Edmund tomó la saeta de fuego y la guardó en su monedero de piel de moke sin hacer ningún ruido pues todos sus objetos se encontraban perfectamente ordenados allí dentro. Todavía le costaba creer que se encontraba en la Universidad Mágica para impartir sus conocimientos sobre las escobas. La citación de los directores le tomó por sorpresa pero accedió sin poner ningún reparo. Además, también necesitaba los galeones. ¿Cómo había llegado hasta allí? A los trece años de edad Edmund recibió su primera escoba. Aldair, el consejero de la familia Browsler y mentor, lo había dejado allí después de la destrucción del Valle Browsler. Allí el mago creció en una familia integrada por jugadores de quidditch empedernidos por lo que a él también le apasionó aquel deporte. En su tercer año se convirtió en golpeador oficial del Equipo de Gryffindor y dos años después fue su capitán, dando inicio a una carrera exitosa en aquel deporte mágico. Una vez culminado sus estudios básicos, Edmund se integró al Ministerio de Magia, trabajando en el Departamento de Juegos y Deportes Mágicos hasta ser su director. Los años pasaron y Edmund ascendía cada vez más. Fue árbitro de quidditch y miembro de la Asociación Internacional de Quidditch. Llegó a jugar en varios equipos locales hasta finalmente hacerse con una plaza como golpeador en el equipo Tutshill Tornados de la liga de quidditch de Gran Bretaña e Irlanda, en el cual luego fue capitán. Edmund también fue bueno jugando shuntbumps, gracias a su cuerpo robusto y agilidad, aunque no le gusta mencionarlo mucho. Actualmente Browsler continua trabajando en el Departamento de Transportes y Deportes Mágicos, es miembro del Club de Gobstones y de la Unión de Quidditch para la Administración y Mejoría de la Liga Británica y sus Esforzados. Edmund parpadeó, no recordaba haber llegado a aquel salón de la Universidad Mágica, pero allí se encontraba, justo al frente de la misma. Elvis le había informado que aquella clase sería compartida, pero desconocía quién sería su compañero y qué asignatura impartiría. A su único alumno le envió una carta especificándole que era necesario que se leyera ‘El mundo de la escoba’ y el ‘Manual de mantenimiento de la escoba voladora’ antes de dirigirse hasta allá, de lo contrario difícilmente llegaría a ser un maestre aquella materia. Al abrir la puerta el mago se encontró en una estancia hexagonal, toda de piedra: paredes, piso y techo. Una puerta de madera se encontraba en cada pared, él había ingresado a través de una de ellas y una vez que la cerró todo a su alrededor se movió. Las paredes giraron de tal forma que no podía descifrar por cuál puerta había entrado. ¿Qué sorpresas estarían ocultas tras el resto de las cinco puertas?

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