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Oclumancia


Aailyah Sauda
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En un principio, no entiende la pregunta. ¿Qué barrera...? ¿Dónde? La respuesta le llega unos momentos después, como si se tratase de algo obvio. Se refiere a la "defensa". Aún así, no sabe qué responderle, pues no sintió haber construido ninguna barrera adrede, ni mucho menos pensó que estuviera hecha de algo. Simplemente, apartó la imagen que tan súbitamente había aparecido en su mente, como si se deshaciera de un pensamiento molesto. Lo arrojó a la oscuridad donde no podía molestarla; no es la primera vez que lo hace, después de todo. Allí es donde están muchos pensamientos sobre Catherine, sobre Pandora, sobre el propósito y la dirección de su vida... allí es donde están muchas cosas en las que prefiere no pensar.

 

Madeleine parpadea, sintiéndose extraña. No está acostumbrada a meditar tanto, a mirar las cosas sin verlas en realidad... Ni siquiera había notado que tenía la puerta de la choza, que tiene que ser la vivienda de la arcana Aaliyah Sauda, frente a ella.

 

No quiero que me llamen Maddie... Soy Madeleine. Y no tengo miedo.

 

Cuando abre la puerta, el olor a té se alza por encima del de la naturaleza. Sin embargo, no es eso lo que la abruma, sino el chillón color naranja de las paredes, que opaca cualquier otra cosa que pudiera haber en la sencilla sala. Sentada en una pequeña mesa redonda con dos sillas de madera, está la anciana morena. Extrañamente, se da cuenta de que no está sorprendida. En realidad, siente que es algo que había estado esperando, aunque no se había dado cuenta de ello. Está tomando té, pero frente al otro asiento hay una similar.

 

Sintiéndose tensa ante la mirada penetrante de la arcana, se sienta con algo de incomodidad en la silla No toca la taza de té, pues no le gusta ningún tipo de té, salvo quizás el té helado.

 

—Ehm... Bueno, me da igual quién encontró a quién. Estoy aquí. ¿Ya puede comenzar con mi entrenamiento?

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--No sé a qué te refieres con lo de tu "mariposa azul". No he visto mariposa alguna.

 

Mira alrededor ¿No son acaso las mariposas azules características de los bosques menos cálidos? Altas, formando redes en las copas, espesas, donde anidan. Tampoco es que sea una experta como para saberlo todo, debe haber otras especies...

 

Cuando vuelve la mirada, nota que la muchacha ha extendido la mano. Sin embargo, el contacto físico no es precisamente uno de sus fuertes. La observa sin reaccionar, conteniendo la respiración, pero cuando habla por fin cree entender que fue tal como ella imaginó. Es decir, que es algo más que sólo una niña perdida. La certeza, irónicamente le brinda alivio.

 

--Eso tenía entendido --replica sin apresurarse, sosteniendo su mirada unos segundos--. Por eso no comprendo por qué te encuentras aquí --vuelve a mirar alrededor--, quizá, soy yo quien necesita tu ayuda y no tú la mía.

 

Sigue con la misma incomodidad del inicio sin encontrar las palabras. Algo que no cuadra, algo que sobra o quizá que falta, mientras su mente sigue divagando pero alcanza a entender que aquella conversación, que todavía califica como tensa a pesar de que no tiene sentido tener tanta precaución con la muchacha, es mejor a seguir vagando, sola.

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Sauda miró con extrañeza a Madeleine y luego le hizo una seña para que tomara asiento frente a ella. La forma en la que la chica se movía, en la que se sentó, cómo la miraba y cómo le había puesto límites al hablarle, tanto en su mente como en su presencia, la hizo preguntarse a Sauda con qué clase de persona se iba a topar en aquella instancia. Podía descubrirlo si tenía ganas, penetrando en el pequeño cráneo de la joven frente a ella, pero eso no tenía nada de divertido y, aún para alguien tan amable y paciente como la Arcana, todo tenía un límite.

 

-¿Quiere tomar otra cosa, señorita Madeleine?- preguntó, con cortesía, mientras notaba la forma en la que miraba su casa-. No le agrada el color naranja de mi hogar- no era una pregunta, sino una afirmación-. ¿Qué cree que la hace digna de mis enseñanzas?- preguntó, mirándola de forma inquisitiva.

 

<<Todos sentimos miedos, Madeleine. Usted, yo... todo el mundo. Es el sentimiento más antiguo y más humano que conoce el ser, así que no intente decirme que no tiene miedo... porque no necesito sus palabras, sino una mirada a su interior>> le aseguró la Arcana y no era una frase hecha, sino un aviso de lo que iba a pasar en poco tiempo. La forma en la que iba a aprender sobre protección era estando indefensa y las personas que se saben indefensas sólo sienten miedo. Puede que no sintiera miedo a su voz o al bosque o al verse atrapada en un lugar desconocido, pero sí le temía a algo y Sauda usaría eso contra ella.

 

 

La mente de la Arcana vuelve hacia Catherine y la figura de la niña entorna los ojos e inclina la cabeza hacia un lado.

 

-Sí, creo que necesitas mi ayuda... Pero para eso tendrás que preguntarte...- la figura de la niña cambia y surge una mujer adulta, morena, de ojos almendrados y vestimentas llamativas. Es la propia imagen de la Arcana pero en su estado de treintañera, como le gusta mostrarse normalmente-...Si vas a continuar con mis enseñanzas, Catherine. Tu tiempo de respuesta no ha sido el adecuado y me temo que tendrás que hablar con los directores de la Academia si deseas continuar con el aprendizaje de la Habilidad- movió una mano y la mariposa azul que había mencionado la niña apareció en la palma de su mano. La soltó y la hizo volar hasta la joven bruja-. Si decides que deseas aprender conmigo, regresa con la Mariposa Azul. Sino, no lo hagas.

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La mariposa tardó un rato en posarse en su hombro. Sobrevoló alrededor de ella y Catherine se quedó contemplando sus alas frágiles, que le recordaban las de otro insecto, antes de caer en cuenta del error. Por supuesto, aquella era la arcana y debía haberlo adivinado desde un inicio pero ese no era el problema. El error era la propia Catherine. Miró sus manos a la par que la mariposa se posaba al fin y vio que traía la varita en la mano izquierda, lo en sí mismo era imposible porque Catherine no tenía varita.

 

Se había roto y despedido ella de la magia con su último patronus.

 

Tomó a la mariposa dentro de su mano derecha con un manotazo, cerrándola en un puño apretado para no dejarla escapar. La criatura no se debatió lo suficiente, antes de que ella sintiese la estructura del insecto aplastarse y morir. Fue como si su visión empezara a desmenuzarse en pequeños pedazos que ni siquiera así eran capaces de conformar un cuadro fragmentado. Un grito y el recuerdo de muchas más cosas sucedidas en un pasado todavía no muy lejano: ella, ante un árbol que brillaba, invocando por última vez su patronus. No fue su libélula, la criatura de alas resquebrajadas que representaba su mundo interno, roto y desgastado, si no un quetzal y su varita se abrió por la mitad dejando a Catherine con la certeza de que no podría ir más allá. De que había algo que se había perdido de manera irremediable. Por eso había enviado su adiós a Madeleine. Por eso había partido. Por eso, había estado entre sueños, despertares y hasta cierto punto desquiciada y necesitaba la estabilidad que sólo un control regular de su propia mente podrían conseguir. Defenderla a su vez para que algo como eso jamás volviera a ocurrir. Nunca dejar que su mente fuera invadida por alguien como Káiser.

 

Cuando abre los ojos se encuentra exactamente en el mismo punto que antes de cerrarlos. Trae la misma indumentaria y está en todo sentido en las mismas condiciones pero no lleva varita alguna. Le cuesta todavía un buen rato asegurarse de que es capaz de oír sonidos que su mente no habría podido fabricar, de que de alguna forma está fuera de ese extraño trance (pues de momento no comprende del todo cómo podría definir de otra manera lo que acaba de sucederle) y abre la mano para comprobar que no lo ha soñado, viendo los restos del insecto muerto, con alas de vívidos tonos azules que contrastaban con su cuerpo negro, desprovisto de belleza.

 

Sin saber qué más hacer, se concentra en el único pensamiento que importa en esos momentos, proyectándolo, deseando que llegue a la arcana con quien sabe que necesita comunicarse si quiere tener alguna clase de paz:

 

—No se trata de querer aprender —su rostro está demudado por la ansiedad—. Yo necesito esto, necesito... entender. Es decir, defender mi propia mente.

 

>>Sauda —agrega entonces en voz alta a la par que se repite lo mismo, como un eco en su mente— ¿qué tengo que hacer para llegar hasta ti?<<.

 

La respuesta, por supuesto, es casi inmediata. La mariposa empieza a agitarse. Componerse, como alguna clase de mutante que reacomoda por sí sola sus partes destruidas en espectáculo espantoso antes de dar un último sacudón a sus alas y empezar a volar de nuevo. Catherine tarda en reaccionar; primero un paso, luego el otro y finalmente está siguiéndola con pasos de autómata. No hay sendero qué seguir pero eso no parece importarle. Sin embargo, la sensación de encontrarse en camino de alguna forma la reconforta, aunque sepa que nada ha empezado todavía en realidad.

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—Un poco de café no estaría mal —suspira Madeleine, intentando relajarse y tomarse aquello con calma. Sentada tan cerca de aquella anciana, de aquellos ojos penetrantes y de aquellas paredes de color tan chillón, no puede evitar estar tan tensa. En un intento de distraerse, hace que su dedo índice recorra el borde de la taza de té servido para ella, no ignorando lo maleducado que es jugar con la comida—. Ehm, si me dice donde guarda el café, puedo prepararlo yo misma —añade, pues no se siente cómoda haciendo que la anciana, de apariencia tan frágil, complazca su capricho. Y, en realidad, ni siquiera sería un sacrificio que valga la pena, pues un café no la tranquilizaría. No, lo que le ayudaría a calmarse sería un trago... quizás whisky de fuego, o una botella de hidromiel. Maldición, incluso una poción antigripal.

 

Sin embargo, se obliga a querer aquella taza de café. Está esforzándose por mantenerse sobria. Quiere mantenerse cuerda, real, y sabe que el alcohol no sólo nubla el juicio, sino la habilidad. Sí, quizás ella sea una persona más agradable de llevar cuando está tomando (o, bueno, eso piensa), pero aquello sacrificaría el logro que es estar frente a la arcana de Oclumancia. Quizás, INCLUSO, sea buena para esto, y eso me arruine...

 

—Sí, una taza de café.

 

Se le hace extraño estar con una persona desconocida que la trata con tanta cortesía, pero atribuye eso a lo alejada que está aquella cabaña del desastre de Devon y Londres. Aquí todo debe ser tan tranquilo... no parece real. Por eso, se siente un poco mal de ser de la forma que es. De rechazar la cortesía de una taza de té e incluso de odiar el color en las paredes, que la hace sentir encerrada. Sin embargo, aún si aquella mujer se traga sus mentiras, no intentaría engañarla. En ocasiones Madeleine puede comportarse de forma muy impropia, todavía más en situaciones tan extrañas y nuevas como aquella, pero aquellas es una de las cosas que no cambian. Es incapaz de pretender ser otra persona para agradarle; prefiere el rechazo.

 

—Simplemente me pone incómoda, eso es todo —murmura—. Es sólo que, bueno... ¿ese color tan brillante no la abruma, a veces? —pero ella no le responde, sino que vuelve a atacar. Madeleine resiste el impulso de encogerse en la silla, de echarse hacia atrás contra el respaldar.

 

>>Bueno, pensé haber demostrado que valía la pena tenerme como aprendiz, cuando caminé a ciegas por un bosque que ni conozco y encontré esta cabaña... pero, en fin... No le voy a decir que soy una bruja extraordinaria, que tengo algún talento innato, porque no es así. Sólo soy una bruja promedio. Pero de verdad quiero ésto, ¿sí? Y sabe, ser una Oclumaga. Una decente. Cada vez, estoy más convencida de que necesito... no sé, tener más control sobre mi mente, o se va a... a romper. Y estoy dispuesta a entrenar lo que sea necesario, a soportar lo que tenga que soportar, hasta lograrlo. Aunque tenga que recluirme en este lugar todo un mes.

 

>>Pero, ¿sabe qué? Yo puedo decir misa. Comencemos, y se lo demostraré.

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Aailyah entornó los ojos hacia Madeleine y frunció los labios.

 

-Un café... no hay problema- dijo con tranquilidad, moviendo una mano para que el contenido de la taza frente a la joven estudiante mutara en un poco de café caliente. Pero sus ojos seguían escudriñando el rostro de su nueva pupila y su mente estaba ya conectada a la de la chica, sintiendo la tormenta de ideas que iban y venían, subían y bajaban en un torbellino que azotaba su propia mente.

 

<<¿Prefieres whisky? Las pociones antigripales no son lo mejor... pero si deseas un calmante, debes empezar por figurarte qué fue lo que hiciste antes cuando apartaste mi imagen de tu mente, en el bosque, momentos atrás>> le dijo de mente a mente. <<El color de mis paredes te pone incómoda porque tu cerebro no puede asimilarlo, porque le causa alguna especie de... ansiedad, ¿cierto? Qué tal sin en vez de enfocarte en el color chillón de mis paredes piensas en el suave y puro color del café que tienes frente a ti>> le propuso.

 

Luego, tomó la taza de té que estaba frente a ella y le dio un largo sorbo, mientras los pensamientos de Madeleine seguían agolpándose contra su cráneo, creando bandadas de recuerdos, temores y pensamientos que golpeaban una y otra vez contra la parte posterior de los ojos de la chica. Su forma de enfrentar las cosas era dañina e, incluso, Sauda diría que aquella mujer era de las que se lamentaban mucho tiempo por muchas cosas, sin poder dejar ir los malos momentos.

 

-Venir a ciegas a mi casa no es una muestra de merecimiento de aprender a ser una Oclumaga, señorita Madeleine. Venir a ciegas sólo demuestra lo desesperada que está por conseguir una guía para apaciguar aquello que la atormenta- dijo a viva voz, inclinando la cabeza hacia un lado.

 

<<El primer paso para poder ser una Oclumaga "decente" como usted clama, es buscar la fuente de sus temores, sus dudas y abrirse a ella. Porque una vez que pueda identificar eso que a usted le molesta, podrá transformarlo, cambiarlo, moverlo a su gusto y notará que ya no lo verá de la misma forma. Pero no se engañe. La Oclumancia no le ayudará a ordenar su mente si usted no encuentra el camino para hacerlo y, por sobre todo, la Oclumancia debería ayudarla a no demostrar sus temores o confusiones a los enemigos...>>

 

<<Volvamos a lo anterior. ¿Qué hizo para "descartarme" de su mente momentos antes?>>.

 

**

 

Una parte de la mente de la Arcana había concluído su estadía en la Gran Pirámide con Cye y Bodrik, pero seguía esperando a Anne con ansias. Sabía que la otra directora de la Academia estaba lista para pasar la prueba, pero por algún motivo ella dudaba de sus propias capacidades justo en aquel momento decisivo. Decidió dejarla de momento, pues ya se encontraría con ella cuando llegara a la Gran Pirámide y, en cambio, volvió al bosque circundante a su vivienda, donde Catherine parecía salir de una especie de ensueño y la mariposa parecía guiarla hacia ella.

 

<<Ha tenido su primer intento fallido en mi habilidad y espero que no vuelva a tener otro, porque si bien estoy obligada a enseñar por un contrato con la Vice Ministra de Magia, puedo negarme a enseñarle mi habilidad luego de tres intentos fallidos. Así que no vuelva a perderse...>> dijo la voz de Sauda en la mente de Catherine, por primera vez.

 

Antes le había hablado con la figura de una niña, pero ahora no necesitaba representar ilusiones, pues Catherine parecía no poder distinguirlas del todo. Una incursión un poco más profundo de su mente reveló pequeños detalles de alguna especie de trauma, pero deambular en torno a ellos parecía un lugar peligroso, como alguien que entra en una oscura cueva y se encuentra con grietas en el camino. Definitivamente Catherine necesitaba un poco más que una guía para crear barreras y desafiar sus límites. Ella necesitaba límites.

 

<<Debes creer que estás lista para esto y entonces me encontrarás. Estoy sentada en mi propia casa con una humeante taza de té y te espera una igual si es que llegas hasta a mi. Ahora dime, Catherine... ¿Qué es lo que ha causado esa ruptura entre ficción y realidad en tu propia mente?>> porque Sauda no había creado más que una ilusión indolora y simple de ella misma para hacer el primer contacto, pero parecía que aquella pequeña incursión había causado estragos más grandes en la mente de la chica.

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En un intento de aplicar los consejos de Sauda, mantiene la mirada en el café que bebe a pequeños sorbos, por lo caliente que está todavía. Intenta, también, escuchar lo que considera regaños, sin cerrarse a ellos y lo que intentan hacerle entender. Aquel es uno de esos momentos en los que tiene que tragarse el orgullo y abrir su mente. El color oscuro de la infusión, en el que no puede distinguir su reflejo, la tranquiliza. También lo hace su fuerte sabor, su amargura, la calidez que se extiende en su pecho. Poco a poco, tiene la sensación de que el naranja se apaga y su abrazo se afloja. Puede respirar con normalidad, porque el color chillón no la abruma. Sin embargo, no pierde la concentración en las palabras de la anciana.

 

—Sólo quería mantenerme concentrada en encontrarla —musita, sintiéndose como si tuviese horas sin hablar—. Su imagen me distraía, así que sólo la aparté. No creo que sea más que eso, en todo caso.

 

A medida que el contenido de su taza baja, se siente más tranquila. Sus músculos se relajan, y su espalda se apoya contra el respaldar de la silla. Sabe que no es el café, por supuesto. Por lo menos, no el simple hecho de beberlo. Sin embargo, no se decide si es el haberse concentrado en él en lugar de en lo que la perturba, o en la simple plática, en poder hablar sin tapujos porque la arcana no la juzgará (¿cierto?) o simplemente porque la voz suave de Sauda es tranquilizante, como la de una abuela.

 

—Y... ¿cómo puedo saber cuáles son mis temores y mis dudas? Es decir, sé que existen, pero no sé si los puedo definir, ¿sabe?

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  • 2 semanas más tarde...

Una vibración en el ambiente le indicó que Catherine había optado por abandonar la habilidad definitivamente. No era la primera vez que le sucedía a Sauda, desde luego, pero siempre que aquello ocurría se preguntaba si en realidad los magos y brujas de aquellos lares estaban preparados para enfrentarse a los retos que les proponía o era puro orgullo lo que los movilizaba a ir hasta ella.

 

Sus ojos, ubicados en Madeleine pero mirando más allá, hacia el bosque dónde Catherine se había marchado y hacia la Gran Pirámide que aguardaba la aparición de Anne, volvieron un momento a concentrarse completamente en su pupila presente en su vivienda. La joven había logrado apaciguar su ritmo cardíaco hasta que su cuerpo se encontró nuevamente en armonía y el café de su taza se había terminado. Lo que le resultaba extraño a la Arcana es que, normalmente, un café aceleraba a la persona que lo bebía por su concentrado de cafeína... No era eso lo que sucedía con Madeleine.

 

-La forma en que lo hiciste, apartarme cuando mi imagen te entorpeció, no fue a conciencia. Lo hiciste como quien aparta a una mosca de un manotazo para que deje de zumbarle cerca- comentó Sauda, apreciando el poco té que quedaba dentro de su taza y apurándolo de un trago para, luego, ponerse de pie-. La primera prueba que harás será concentrarte en aquellos recuerdos que te causan temor, angustia, malestar, excitación, felicidad, tensión. Quiero que aprendas a visualizarlos, distinguirlos y separarlos, ya que una vez que puedas contemplarlos por separado, sabiendo qué reacción causan, podrás encausarlos y encapsularlos para que no te afecten tanto- hizo una pausa y luego se dirigió hacia la puerta de su vivienda-. Vamos al bosque. Hay un lugar perfecto para meditar.

 

Era un lugar que había visitado varias veces con su colega Sajag, el Arcano de Videncia. Quedaba tanto cerca de la residencia del hindú como de la de ella, así que a veces se encontraban allí, en aquel arroyo que bajaba de una catarata que parecía salida de la nada. Alguna vez se había preguntado si sería buena idea seguir el arroyo río arriba para saber dónde comenzaba. Pero hasta el momento se había limitado a quedarse en el claro del bosque por el que más claramente se lo veía, donde podía mojar sus ancianos pies y sentir la naturaleza.

 

-La Oclumancia se trata de esconder cosas, resguardarlas de miradas indiscretas y también de aprender a utilizar nuestros propios pensamientos felices para conseguir aumentar nuestra magia. Como un Patronus que se nutre de recuerdos felices, las barreras mentales también lo hacen. En mi experiencia, son más satisfactorias las barreras de recuerdos felices que las de recuerdos nefastos. Aún así, he tenido estudiantes que han creado barreras de terror para cualquier incauto que desee apoderarse de sus pensamientos- comentó Aailyah, mientras coronaba el paso hacia el arroyo.

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Madeleine se sienta frente al arroyo, en silencio, y se quita las botas de charol negras. Entonces, se alza la falda del vestido hasta por encima de las rodillas y hunde los pies en las cristalinas aguas vivas.

 

A pesar de que siente que se encuentra en una situación completamente inverosímil, si la compara con sus usuales andanzas, está decidida a atravesarla. Quiere ser una Oclumaga... maldición, lo necesita. Por supuesto, imaginaba un entrenamiento completamente diferente, quizás con ella atada a una silla y un Legilimago atacándola sin parar, pero si la arcana Sauda es la única que puede ayudarla y esos son sus métodos, entonces lo hará. No suena tan complicado. Tiene que distinguir qué recuerdos le provocan qué sentimientos, y quedarse con los buenos. Porque la magia alimentada con energías negativas, aunque puede llegar a ser muy poderosa, siempre corrompe. No es que ella nunca ha practicado Artes Oscuras, ni lo deje de hacer, pero una cosa es hacerlo con la varita, cuando es estrictamente necesario, y otra moldear una habilidad, que será parte de ella para siempre, de esa forma.

 

—Supongo que no podré tener nada de privacidad —musita, mientras se frota los brazos para deshacerse del frío que le provoca el agua en los pies—, ¿no es así?

 

Sintiéndose repentinamente cansada, como si todo el peso de aquella travesía cayera sobre ella, cierra los ojos. Si Sauda le da una respuesta, no la escucha, pues está concentrada en el sonido del agua que fluye por el arroyo.

 

Durante toda su vida, Madeleine intentó no apegarse mucho a nada, ni a nadie. Todavía lo intenta. Sin embargo, eso nunca termina bien... Tiene la sensación de que está maldita, pues, cada vez que ama a alguien, es abandonada. Pandora, su madre biológica, la abandonó cuando decidió morir. Cath también lo hizo, apenas comenzó a considerarla su madre adoptiva; partió su varita, y simplemente abandonó el hogar. Mikael, aunque desapareció de forma más "gradual", no fue la excepción. Las personas a las que se atrevió a amar, no lo pensaron dos veces para dejarla.

 

Decir que le da miedo amar, suena ridículo. Pero en el fondo sabe que también es incorrecto, pues no es así; sería como decir que le teme a la soledad. Pero no es la causa ni la consecuencia lo que le aterra, sino el hecho: el abandono.

 

Y sabe que no es una gran revelación, en realidad, pues ¿no ha intentado evitarlo siempre? ¿No ha intentado siempre mantener la distancia, para no aferrarse y así no sentir que la dejan?

 

Se le ocurre cómo podría usar aquel temor, tan tonto, tan débil, contra un enemigo. Sin embargo, ¿cómo puede "encapsular" todo eso? ¿Cómo la Oclumancia le puede ayudar?

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  • 2 semanas más tarde...

Sauda no respondió a lo que Madeleine le decía. En cambio, se sentó junto a ella, sin sumergir los pies en el agua y comenzó a tararear por lo bajo una melodía que le recordaba su verdadero hogar, en África. La mente de Madeleine era una puerta abierta para todo el que quisiera entrar y tan fácil de moldear y convertir en otra cosa que le sorprendía cómo había llegado tan lejos la chica. Quizá fuera que nadie, realmente, había intentado dañarla.

 

<<Reflejándolo>> respondió la Arcana, de mente a mente, mientras Madeleine se encontraba en un estado de introspección. Sabía que hablarle en voz alta no serviría porque la bruja ya se encontraba lejos en su mente, intentando retener, visualizar y separar los sentimientos que ella le había dicho que debía encontrar. <<Imagina que crearas un espejo de lo que sientes para que, cuando otra persona intentara mirar, viera eso de sí misma. ¿Qué vería?>> Sauda sabía la respuesta, por supuesto. Madeleine le temía al abandono. No a la soledad, ella podía lidiar con la soledad desde luego, pero el hecho de que alguien a quien amaba partiera, la dejara, el desapego del otro lado, eso la lastimaba más que nada y era eso lo que debía usar contra sus enemigos.

 

Por supuesto ya le había recomendado intentar encontrar recuerdos felices, que serían los que la traerían de vuelta en caso de perderse en su propia mente (o en la de alguien más). Pero si ella podía usar sus peores temores contra otros, la haría fuerte también. La clave estaba en saber cuándo, dónde, cómo y contra quién usar cada cosa. Era algo que sólo traía la experiencia pero la práctica hacía al maestro.

 

<<Enfoca esos pensamientos de abandono y tradúcelos a una forma de espejo, de modo que cuando yo entre en tu mente me vea a mí misma siendo abandonada por aquellos a los que amo. Ni siquiera es necesario que sepas sobre mí, sólo que reflejes ese temor. Mi propia mente y la mente de cualquiera que intente entrar se encargará de traducir el temor en el propio cerebro y actuar... Ya verás>> indicó la Arcana.

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