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^ High Flights ^ (MM B: 87651)


Mackenzie Malfoy
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La pelirroja escuchó atenta las presentaciones que Antara realizaba. Algunas eran esperadas por ellas, conocidos los nombres, conocidas las relaciones. Otros en cambio resultaron inesperadas no tanto por la persona que daban a conocer sino por la relación de la misma con su abuela. Los ojos de la vampira lanzaron un leve destello rojizo mientras inclinaba la cabeza en señal de saludo general. La Dama tenía una copa de champang en sus manos y la ocasión merecía un festejo, solo por su presencia. Pero Darla no podía evitar sentirse inquieta, era como si todo su ser estuviera gritando en su interior. ¿Todo su ser o era Scarlet la que se revolvía en su interior con algunas presencias?

 

Respiró profundamente. Y como si fuera un milagro salvador la presencia de Matt en el lugar relajó un poco la tensión del momento. Sin saber aún el por qué de sus sentimientos, decidió ocultarlos a los presentes. Aunque era consciente que Lucho había en varias ocasiones logrado quebrantar sus barreras, ella había fortalecido sus capacidades oclumánticas. No sabía si serían lo bastante efectivas, era como tener una biblioteca con compartimentos estancos y ella estaba dispuesta a cerrar cada uno de ellos, ocultando en los más profundos lo que menos deseaba que saliera a la luz.

 

Una sonrisa dulce y divertida se había dibujado en sus labios cuando volvió a alzar la cabeza. ¿Había sido un nuevo juego de sombras lo que había engañado su mirada o realmente había notado un extraño gesto en la antigua matriarca de la Potter Black? Siguió sonriendo mientras se acercaba a Matt y le saludaba afectuosamente.

 

- Hola Matt, me alegro verte, la última vez apenas pude saludarte a tu "regreso". Espero esta vez podamos disfrutar de una más agradable reunión familiar

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Noté qeu alguien me llamaba la atención, y cuando fui a mirar, vi a Sagitas, qeu hablaba con Antara. Ella misma se me acercó para darme la bienvenida.

 

- Hola mamá. Claro qeu puedo venir, aunque casi ni me entero

 

Quise protestar, casi escaparme, pero me dio la mano y eso de algun modo me dio más confianza. QUe demonios, eran familia, amigos, y mi abuela. Porque no iba a poderme quedar?

 

Antara también se aproximó a nosotros. De repente uise desaparecer, pero me abrazó fuertemente, y me hizo sentir bien. Sentía en ella calor, una gran felicidad que me lleno a mi también, pues alli se reunía la familia, aquellos que significaban algo para ella.

 

Asentí levemente, mientras la abrazaba, incluso sonreía. Me dijo que podía acercarme a tomar algo y ponerme cómodo, asi qeu al separarnos, me acerqué al grupo.

 

Me acerqué al grupo, y enseguida reconocí a Darla. La saludé y por su forma de hablarme, supe a que se refería. Aunque no sabía que ocurría en la POtter Black mientras yo estuve en el infirerno, ella había ayudado a traerme de nuevo.

 

- Hola Darla, yo tambien esperoq eu esta vez podamos reunirnos sin incidentes en esta ocasión - corroboré

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  • 4 semanas más tarde...

-- ¿Sin incidentes? ¿Qué pasó la otra vez?

 

Y mientras le saludaba por el valor a venir allá, con lo tímido que era, recordé a qué se referían los dos. Era cierto, la última vez que Darla, Matt y yo estuvimos juntos pues... la situación se fue un poco de las manos.

 

-- Ah, sí, pero conseguimos salvarlo. Mira qué buen mozo que ha vuelto, sin problemas. Bueno, creo que violamos unas cuantas leyes sobre la entrada al infierno y eso sin llevar los papeles y permisos validados, pero conseguimos sacarle.

 

Y es que había sido un trabajo en equipo, toda la familia Potter Black unida para salvar la vida (y el alma) del patriarca. Por eso estaba orgullosa de la familia y por eso, a la vez, me alegraba mucho de ver a mi madre por allá. Volví a mirar a mi madre, tan hermosa, tan elegante, tan... oscura y altiva...

 

-- Ese cambio no me gusta mucho... -- susurré.

 

Pero fuera lo que fuera que pasara, ahí estaría, como buena hija, esperando a su lado a que tomara la decisión correcta.

 

-- ¿Un tentempié, hijo? Aquí hay mucha gente, aunque parece que algunos ya se han ido. Por cierto, que dejé a tu hermano y a Akira en la tienda de campaña con una elfina. Habrá que ir a mirar si no la han vuelto loca.

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Es hora...

el momento ha llegado y Antara lo siente en su interior, nuevamente los ojos le destellan en un intenso negro.

Era verdad, era una realidad, Antara Black había cambiado, no volvía igual. Su escencia era otra y solo aquellos que la conocían a la perfección podian sentirlo.

 

No era algo externo, no era el hecho de que ahora vistiera de negro en lugar de vestir de blanco, era mucho más.

 

Un eléctrico escalofrío recorrió a Antara, el aire en sus pulmones se sentía mucho más libre y ligero, unido a un sentimiento oscuro y fuerte en el centro del pecho.

Había conocido la muerte y regresado de ella, ahora era capaz de provocarla y no lo dudaba. El conocer la escencia de la vida en el jardín de los dioses la hizo comprender que el mundo es mucho más que blanco o negro, que hay miles de tonos en gris, que no todo es bueno o malo y que la lucha era más allá del bien y el mal.

 

El equilibrio y la fuerza de su propio ser ahora tenían una visión distinta.

Era un hecho que las cosas cambiaban y ella lo había hecho para adaptarse a un nuevo mundo.

 

Pero ¿cómo lo haría?

¿Cómo informaría de su nueva condición a sus familiares ahí renunidos?

 

Lo pensó por un segundo, sin duda era el momento de hacerlo... era el momento de gritar al mundo su nueva condición, su decisión y sobre todo su nueva esencia.

 

Miró a los ojos a Leis, sus miradas se fundieron y brillaron en ese intenso chispazo de oscuridad. Ambas sonrieron.

 

Con un ágil movimiento la varita de Antara se elevó en su mano para hacer una extraña floritura mientras de sus labios salía un sonoro:

 

- Morsmorde

 

Entre las nubes se comenzó a formar elegantemente la Marca Tenebrosa.

 

Eso lo decía todo, eso lo explicaba todo...

 

Antara había anunciado al mundo que ahora era Mortífaga.

En el sonido del silencio, tu voz escucharé
Antara

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Y lo vi venir aún antes de que mi madre lo hiciera. Sentí la vibración, sentí el cambio espiritual que, a pesar de que ya se venía gestando en el ambiente, aún no era claro. Pero ahora sí, Antara, mi madre, la creadora de la familia, había marcado una diferencia importante en ella.

 

Era visible. No sólo en el aspecto de su ropaje, e incluso en los gestos que hacía; la comunicación no verbal de su semblante, de sus manos, de su avance seguro, de los cuchicheos con los presentes…

 

No… Antara había regresado. Madre estaba allá, con nosotros, con los que compartíamos la dicha de verla viva y con todos los que la queríamos. Pero ella había cambiado. Aquel tiempo en el mundo de los muertos había supuesto una revolución interna.

 

La conocía. Tal vez algún presente lo hacía más que yo, tal vez tuviera alguna conexión más fina con alguien de la familia. Yo, al fin y al cabo, había llegado de forma más reciente en su vida. Pero, aún así, lo vívido de nuestros dos últimos años me daban pie para notar que, para bien o para mal, Antara no era la misma. O lo era, tal vez con el matiz que la hacía más oscura, pero Antara al fin y al cabo.

 

-- Madre… -- susurré, temerosa, al notar que sacaba la varita.

 

Como sacerdotisa intuí lo que significaba; la Dama del Lago tenía ahora otra misión y su decisión me llegó aún antes de verla invocar aquella imagen en el cielo de la isla del negocio.

 

La miré unos instantes, sin respirar, conteniendo el aire en los pulmones, como si intentara detener el tiempo. Después lo solté de nuevo y avancé un par de pasos hacia ella.

 

-- ¿Estás loca?

 

Miré alrededor, a los que, como yo, miraban aquella estela verde formándose entre las nubes, unos con rostro complacido, otros con horror en sus miradas, pero nadie indiferente ante lo que había hecho Antara.

 

-- ¡Estás en un terreno de la viceministra! ¿Crees que no va a mandarte apresar por lo que has hecho? ¡Has invocado La Marca ante un grupo de personas a cara descubierta!

 

La tomé del brazo y sentí la decisión de su mirada Bajé la voz, nadie debía sentir lo que le decía a mi madre.

 

-- No me importa lo que seas, Antara. Pero… No puedes anunciarlo ante quien no comprenda. Has puesto en peligro a los que hoy están aquí. Si no te denuncian, serán considerados integrantes de ese… tu grupo. Y aunque lo sean, hay demasiados miembros ministeriales aquí como para que pongas sus cargos en peligro con esta demostración.

 

Aún así permanecí a su lado. Fuera lo que fuera, era mi madre, mi apoyo, la dueña de mi mansión. No la abandonaría. Y no pensaba denunciarla a Aurores. Siempre podía alegar que estaba demasiado bebida por la fiesta como para fijarme en más luces en el cielo de las que ya veía.

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Antara sonreía casi esquizofrénicamente, ser descaradamente una mortífaga ponía en peligro su seguridad, pero tampoco era algo que le importara demasiado.

Ser cazada por los aurores, no era su preocupación, sin embargo Sagitas tenía razón y no debía poner en peligro a los presentes, asi que mirándo a cada uno y analizando su reacción...

sonrió

 

Hija... sabía que tu me entenderías, Todo es uno y lo mismo, pero la esencia se modifica.

 

el brillo negro intenso en la mirada apareció nuevamente,

 

sabrás donde encontrarme, veremos quien de los presentes, me denuncia... así sabré como andar de ahora en adelante, las pruebas son parte del entendimiento de la lealtad...

 

Con la varita en una floritura y un susurró desapareció la marca tenebrosa y con ella tras un destello plateado, lo hizo Antara.

En el sonido del silencio, tu voz escucharé
Antara

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  • 2 meses más tarde...

¿Por qué la distancia había vuelto entre mi madre y yo? Meses había entre aquel encuentro multitudinario en el que ella se descubrió como miembro de aquel bando prohibido por el Ministerio. No había oído nada, ni siquiera había recibido una citación para declarar sobre la Marca Tenebrosa en el cielo de aquel negocio. ¿Es que querían taparlo? Sería una medida lógica, después de la gente que se había concentrado en el lugar y que podría ser sospechosa.

 

Sonreí.

 

No me importaba, echaba de menos a Antara y necesitaba verla, hablarle, pedirle consejo. Pero ella había desaparecido y ahora no sabía dónde encontrarla. No sé qué fue lo que me animó a venir a aquel hotel donde había tantos animales sueltos. Tal vez el recuerdo que allá la vi por última vez.

 

Sonreí al viento.

 

-- Si ella está en algún lugar, sabe que la quiero.

 

Volví a sumirme en mis pensamientos. Antara algún día daría señales de vida y nos demostraría que, a pesar de lo revueltas que eran sus ideas, aún quería a su familia. Estaba segura de que nos protegería. Nos unía un vínculo fuerte y extremos, el sacerdocio de Avalon no se olvida. Y yo aún tenía en custodia la espada que un día le perteneció. Seguro que algún día, más remoto o tardío, volvería a buscarla.

 

Seguro que pronto daría señales de vida.

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  • 9 meses más tarde...

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Alfred viera las altas cumbres que rodeaban el Parque Natural de High Flights. Respiró profundamente el límpido aire matinal y tiró de las riendas de Aldebarán hacia la derecha, emprendiendo el vuelo hacia la gran cascada del parque. Aquella era una zona especial del parque. Una reserva de ninfas habitaba en aquellas aguas cristalinas. No les gustaba dejarse ver por los humanos, pero con Alfred solían hacer excepción. Al fin y al cabo, Alfred se había criado allí, High Flights era su hogar tanto como el de ellas.

 

Aldebarán ladeó la cabeza y levantó las patas delanteras al posarse sobre la suave manta de cesped. Era un abraxan joven todavía y muy temperamental. No tenía una gran alzada y probablemente no sería un abraxan muy alto cuando llegara a la madurez, pero sí prometía ser extraordinariamente veloz y de gran altura. Pocos alados lograban alcanzar las grandes alturas que Aldebarán, con tan solo 4 años, ya conseguía alcanzar.

 

- Eres bienvenido, Alfred -Saludó Nereda, la ninfa más anciana con una cordial inclinación de cabeza-. ¿Qué te trae por aquí?

 

Nereda era anciana en años y en sabiduría, pero su físico no correspondía, en modo alguno, al que cualquier humano atribuiría a la vejez. Hubiera parecido joven, muy joven, realmente, si no fuera por la profundidad de su mirada. Una mirada sabia y penetrante que dotaba al bello rostro de ojos grises y cabello casi blanco de un aire atemporal. En términos humanos, era difícil calcularle la edad. Pero Alfred sabía que Nereda habitaba en la cascada de High Flights desde hacía más de 500 años. Y también sabía que, cuando se estableció en el Parque, era ya una ninfa respetada y sabia. Tan sabia como sólo una vida cargada de años puede llegar a ser.

 

- Nereda... -Alfred se interrumpió. No sabía como la ninfa acogería su solicitud- Nereda, necesito algo de vosotras. No vengo a exigiros nada ni tengo tampoco mucho que ofreceros. Pero necesito de vuestra magia. Me estoy muriendo.

 

La ninfa miró fijamente a Alfred y extendió sus alas, deslizándose suavemente en el aire hasta posarse en una roca junto al remanso en el que caía el agua de la cascada.

 

- No nos inmiscuimos en asuntos humanos. Lo sabes.

 

Calló de pronto y sus ojos claros miraron a Alfred con intensidad.

 

- Lo sé -confirmó Alfred.

 

Ambos quedaron en silencio durante unos minutos. Otras ninfas acudieron al claro y revolotearon en torno a la cascada.

 

- Pensaba que no le temías a la muerte, joven Alfred.

 

Alfred se sentó junto a la orilla y sus ojos se perdieron en el horizonte infinito del bosque.

 

- Estuve ausente muchos meses. La dueña de este Parque me envió a Australia a ayudar en una reserva de Opaleyes que tienen allá. Se estaban muriendo y nadie sabía muy bien porqué. Así que me dirigí a aquel lugar y traté de descubrir la razón de aquellas muertes. Tarde muchos meses en lograr adivinar lo que pasaba y para cuando lo hice, ya era tarde para mi. Aquella era una tierra maldita. No en un sentido figurado, sino literal. Una maldición cubría de oscuridad aquel lugar. Tras meses de estar ahí, bajo los efectos de la maldición, una terrible enfermedad se apoderó de mi. No tiene signos visibles, apenas un agrietamiento de la piel. Se trata más bien de una enfermedad del alma. Es como si un ejército de dementores te consumiera por dentro, poco a poco, lentamente, quitándote la alegría y las ganas de vivir, eliminando tus sueños uno por uno, dejándote abocado a la desesperanza...

 

Alfred suspiró. Eran los mismos síntomas que había percibido en los dragones de aquel parque de Australia. Algunos tardaban semanas en morir, otros duraban meses, pero todos ellos morían desesperados, como si mucho antes de abandonar este mundo, el alma ya les hubiera sido arrebatada.

 

- No es la muerte lo que temo, sino vivir sin vida, morir sin alma. Temo convertirme en un engendro desalmado. Temo que la muerte no llegue a alcanzarme vivo, sino muerto mucho antes. Temo esta vida que me espera que ni siquiera es vida.

 

Alfred miró a Nereda a los ojos. Sabía que su magia curativa era muy poderosa. Era legendaria la capacidad de curación que tenían las ninfas. Sólo ellas podían salvarle.

 

Nereda no dijo nada. Se acercó a Alfred, cerró los ojos y entonó un cántico, con las manos encima de la cabeza de Alfred.

 

******

 

Pasó una semana antes de que las ninfas permitieran a Alfred abandonar el bosque. Durante ese tiempo le atendieron día y noche. Entonaron los cánticos curativos y quemaron hierbas aromáticas sobre un lecho de hierba en el que lo acomodaron. Y Alfred se curó.

 

Volvía a ser el mismo de siempre, con su rostro jovial y su carácter tranquilo. Se sentía bien, con fuerzas renovadas. Revisó la innumerable correspondencia que había llegado durante los meses de su ausencia. Mackenzie no había enviado ningún reemplazo. El Parque había vuelto a ser lo que fue siempre, antes de que llegaran los turistas, una reserva natural de criaturas aladas, donde éstas podían vivir en paz, lejos de los humanos.

 

Pero aquello había terminado. De nuevo volverían los turistas y el Parque volvería a ser el emporio turístico de la Viceministra de Magia, su pequeño capricho. No quería ni imaginarse la avalancha de turistas que llegarían en cuanto el nuevo Opaleye estuviera en el parque. Mackenzie había pagado por él una fortuna. Casi había sido un favor para Alfred, que le había tomado un especial cariño. Como él, aquel dragón había estado al borde de la muerte, pero pudo salvarlo antes de que la maldición lo consumiera. Cómo llegó a hacerlo y, sin embargo, no pudo librarse él mismo de aquella maldición, era algo complicado de explicar. Aquella era otra historia y quizás fuese contada en otro momento.

 

Protegida de la Maldición

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firma
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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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William "Bill" Myrddin Rambaldi.

 

Una figura apareció de la nada en medio de uno de los paisajes más hermoso de Escocia, la región de los Highlands. El motivo de visita del norteamericano en aquella zona, era de pasar un buen tiempo lleno de aventuras en la Reserva Mágica de High Flights.

 

Nunca la había visitado, pero por lo que le habían dicho, era una de los puntos turísticos con mas emociones de toda Europa, y donde hubiera aventura y emociones, él quería estar allí.

 

El pelinegro caminó y caminó, hasta toparse con un castillo estilo medieval, que según tenía entendido era el hotel de alojamiento, atravesó las puertas y se detuvo frente a la sección de atención al cliente, esperando ser atendido.

 

Mientras aguardaba, dejó que si mirada vagara por todo el salón, admirando cada detalle. Descargó la enorme mochila que llevaba en su espalda y la apoyó en el lujoso suelo, para esperar mas cómodo.

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  • 2 semanas más tarde...

- ¿Estás segura, tía?

 

Odiaba estar tirada en el suelo, boca abajo, completamente quieta y con los pies congelados. Pero tía Sagitas había dicho que la acompañara, que me iba a enseñar una Ninfa y no lo pensé dos veces. Tal vez debería haberlo pensado antes. Aquello era de lo más aburrido, tedioso, somnoliento. Si no fuera porque Sagis se lo tomaba muy en serio, me hubiera levantando, haciendo el máximo ruido posible, y me hubiera ido bien lejos.

 

Volví a mirar por aquellos artefactos que había traído. La superficie del agua era cristalina y brillaba plateada a la luz de la luna. Era muy hermoso, un paisaje tan lindo que hacía que me sintiera en paz, tranquilidad y calmada, relajada y feliz.

 

Pero los 15 ó 20 primeros minutos, después de casi dos horas allá en el suelo, me había dado dolor de cabeza.

 

- Tía, yo creo que aquí no hay...

 

Otra vez su gesto de silencio. ¿Pero cómo podía aguantar estar allá, tumbada sin hacer nada? A mí me dolía la nuca de estar en esa postura de observación con los anteojos mágicos y ya no era capaz de distinguir nada sobre el agua del lago.

 

Dejé aquellos cristales encima de la hierba mojada y bostecé. Si lo llego a saber, no vengo a pasar frío. Allá no había criaturas de agua. A Sagitas le habían tomado el pelo. Puse la cabeza sobre los brazos y dormité.

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