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Clinica Santos Mangos (MM B: 87868)


Sagitas E. Potter Blue
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¿Qué había sucedido? No estaba segura. Todo parecía entre nubes de algodón azul, no sé porqué, puesto que a mí me gusta el lila. Pero algo me había ocurrido que tuve que ir a la Clínica a sanarme. No es que no me fíe de San Mungo pero... ¿para qué tener una clínica e ir a la competencia? Así que había hablado con la recepcionista para que me atendieran y ya no oía nada más. Cuando la conciencia pareció volver a mí, me parecía estar en una habitación a la que no recordaba haber llegado. A lo lejos, voces que hablaban a gritos. Una de ellas de Heliké. Hablaban de una paciente; de otra paciente, no de mí.

 

Refunfuñé, algo normal cuando se trata de mi sobrina, aunque no supiera qué sucediera, yo tenía que plantarle cara siempre. Ahora veía un poco mejor y noté que estaba en un box. Un ligero dolor en la mano me indicó que tenía un gotero con alguna poción de la clínica. En la otra mano, un líquido rojizo entraba en mis venas. Sonreí. Fuera lo que fuera que me habían puesto, era efectivo. No sabía cuanto tiempo llevaba allá, en aquel box, ni siquiera sabía qué era lo que había sucedido pero notaba que había llegado en el momento oportuno y que me habían salvado. Intenté buscar el timbre para llamar a una enfermera pero al tener las dos manos con los goteros dichosos no llegaba. Así que lo solucioné de la mejor manera que sabía: gritando.

 

-- ¡Heeeeeyyyyyyy! Me desperté y tengo hambreeeeee... ¿Alguien me puede decir dónde estoy y qué ha pasadooooo?

 

Lo último era de relleno, estaba en la clínica y me habían atendido. Más le valía, si querían cobrar este mes. Si me moría, no quedaría nadie para pagar las nóminas así que mejor que me cuidaran...

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  • 1 mes más tarde...

Una de las chicas me había avisado de que Sagitas había despertado y que reclamaba que le diesen de comer. Sonreí burlona. Esa mujer parecía que le daba igual su estado. Atusándome el uniforme y con la varita sobresaliéndose de la parte trasera de mi pantalón, me dirigí ahora al box en dónde estaba la pelivioleta.

 

- Veo que ya has despertado. Me alegro. Has perdido un montón de sangre -informé a la paciente mientras, recogía la carpeta en dónde estaba todo el tratamiento que le había puesto el sanador.

 

- Hemos cerrado tu herida. ¿Se puede saber dónde te has metido para casi morirte? -pregunté, mirando a la mujer - según me dijo el sanador por el momento no puedes comer hasta que tus niveles de sangre estén repuestos. Has perdido mucha... ¿cómo estás? -pregunté, mirando a la pelivioleta.

 

Mientras, mis chicas se ocupaban de Tamarindo y también estaba un sanador con ella. Terminaron y ahora que estaba estabilizada podía decir que estaba tranquila ya que la cosa había ido a mejor y no a peor, como pasaba en otras ocasiones.

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  • 1 mes más tarde...

Desperté mucho tiempo despues, o nada despues, quien sabe, a lo mejor habian pasado meses desde que creo que estaba desmayada dramosamente en la entrada de la clinica, Al menos tengo suerte de saber desmayarme donde puedan antenderme.

 

me desperté con un montón de gente alrededor, espero que me estuvieran atendiendo bien. entreabrí los ojos poco a poco, intentando que la luz no me cegara, porque jope, qué de luz había allí, eso no era normal.

 

-Donde estoy? Qué año es?

 

Estaba un poco desubicada en este despertar un tanto aburrido, pero queria saber bien qué habia pasado, por qué estaba allí

 

--Alguien me dice que ha pasado? No recuerdo apenas nada.

 

Esperaba que aquellas personas me ayudasen a decirme algo, pero no estaba segura de que me contasen algo... parecían muy ocupados, y yo no era capaz de moverme, apenas hablaba... Estaba hablando?? o solo estaba pensando en mi mente? Estaba realmente despierta?

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  • 3 semanas más tarde...

- VALE, VALE, ESPERAD! - grité.

 

Me encontraba de rodillas en una de las salas de la clínica, jadeando, sosteniendo la mano izquierda en alto.

 

- No lo hagas... - pedí. Me dolía el tobillo, los cortes en los brazos, en la espalda, el torso, hasta en la cara, causados por los sectumsempra.

 

Pero las manos ensangrentadas no se debían a eso.

- Solo quiero curarle. - rogue. - Dejadme intentar cortar la hemorragia, por favor. No haré nada más.

 

Lo miraba a los ojos, esperando, ejerciendo toda la presión que podía con la mano derecha sobre la herida del costado, sintiendo las quejas, tratando de no desviar la mirada hacia abajo, hacia quien me agarraba la mano, temblando mientras taponaba la herida con la mano.

 

Como habíamos acabado asi?

 

 

 

Abrí las puertas de la clínica, cojeando. Me había hecho un ferula de emergencia sobre el tobillo izquierdo, tremendamente hinchado y dolorido, pero no estaba alli por eso. No solía pisar en la clínica, odiaba los hospitales y en casa lo sabían. Pero me había enterado de qeu Sagitas estaba alli, ingresada, y si había acudido era para saber donde estaba y que le había pasado.

 

- Sabéis en que habitación tienen a mi madre? - pregunté a la enfermera.

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  • 3 semanas más tarde...

Había conseguido a duras penas atender a Sagitas y a Tamarindo. Las dos estaban en sus propias habitaciones y seguro que no tardarían en llamar la atención para conseguir un poco de comida. Volví a recoger el pelo en una cola de caballo alta, con una goma que había sustraido, dejado una compañera. Tuve que cambiarme el pijama porque parecía tener sangre por todos lados... Entre curarle la de Sagitas y atender a otros pacienes... Además de darme un baño relajante para desentensar los músculos...

Había escuchado gritos, conseguí vestirme a toda prisa, casi sin darme tiempo a secarme pero me daba exactamente igual. Puse el calzado apropiado para el trabajo que realizaba después del ministerio y guardé el monedero de piel de moke en el bolsillo. Por si acaso, había puesto el amuleto detector de enemigos, además del mío propio de mi habilidad de animagia. El objeto empezó a brillar con bastante intensidad y parpadeando. ¿Parpadeaba? No tenía ni idea. Pero escuché gritos...

Un rayo casi me había rozado. Me aparté rápidamente y saqué la varita del bolsillo, lancé varios hechizos defensores a varios pacientes, otros magos, sacaban sus armas mágicas y también se defendían como podían. Lancé un fortificum para proteger a otras personas. Vale era magia negra pero me importaba un pimiento en esos momentos. Lancé otros conjuros. ¿Porqué del ataque? No tenía ni idea...

 

Abrí los ojos al notar cierta calidez en mi cuerpo, no sabía lo que había pasado. Tenía un gotero en un brazo. Abrí los ojos y noté cómo en una mejilla la tenía dolorida, como si hubiese recibido un puñetazo aunque la cabeza la tenía embotada y sentía el cuerpo, como agotado... Una de mis chicas me atendía y me sonrió pero yo, seguí sin comprender nada. Si antes era demasiado despistada y olvidadiza, ahora había olvidado por completo lo ocurrido.

 

Una de las enfermeras a mi cargo llegó hasta la altura del pelirrojo. Lo conocía por ser una pareja un tanto peculiar, había escuchado los rumores pero no le dio la mayor importancia. Le indicó que la habitación de su madre, estaba situada en la zona superior cerca del lugar de la cafetería en una de las mejores habitaciones del lugar y que, por supuesto, estaba protestando...

 

Sentía cierta neblina en mi cabeza y no conseguía traer los recuerdos que quería. Parecía cómo si me hubiesen echado un obliviate. Había leído los síntomas y quizás fuesen esos lo que me hubiese pasado pero tampoco se correspondía. Tenía una maraña de confusión en mi cabeza que no entendía nada de lo que pasaba. Sentía la boca de estropajo y cierta debilidad por la sangre...

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  • 2 semanas más tarde...

Sagitas estaba bien, menos mal. Después de que la Torre Oscura se derrumbara y quedara atrapada con el Primer Ministro entre las ruinas los habíamos llevado alli. No estaban graves, al menos dentro de lo malo cuando un edificio se te viene encima. Aunque los habíamos ingresado.

 

Sagitas dormía en una habitación individual, y sus pocos rasguños estaban curados. Lo suyo, sobre todo, era cansancio.

 

"Vampirito @ donde te metes?" - pregunté. Sentía a Helike, seguramente atendía en urgencias, o se tomaría un respiro en la cafetería.

 

ME apoyé en la pared un segundo para poder levantar la pierna izquierda y darme un respiro. El tobillo, inflamado, no dejaba de quejarse. Demonios....

 

Mejor iba a buscar la habitación del MInistro. El si que estaba mal...había perdido la memoria con la explosión, y pasaba el tiempo dormido.

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Reconozco que me había puesto a chillar como una loca y que esperaba que una enfermera entrara y me tratara a cuerpo de rey. No quiero decir que me diera el alta o algo parecido, pero si cuidarme como si le fuera la vida en ello; al fin y al cabo, yo pagaba la nómina de todos los empleados de la Clínica. Sin embargo, no esperaba que fuera Heliké quien apareciera y quien me riñera por mis heridas.

 

Fruncí los labios y esperé a que leyera mi historial, toda seria y procurando que viera que estaba bien enfadada con ella.

 

-- ¡Demonios, Heliké! Esperaba algo así como un "Buenos días, ¿qué tal se encuentra hoy la paciente más chula de todo el hospital? Pero ya veo que no, que sigues siendo tan vacaburra como siempre.

 

¿Sería algo loable tratar así al médico que me podía poner una poción de las que me dejaría dormir durante semanas? Pero sus noticias no eran buenas, no por el estado de mi cuerpo sino porque... ¿cómo que había perdido mucha sangre?

 

-- ¿Y dónde la perdí? -- Sí, cualquier otro médico seguro que me hubiera dictaminado locura e ingresado en un manicomio, pero Heliké sabía como era y que mi pregunta era lógica: bueno, más o menos lógica. Bueno, tal vez no muy lógica pero sí concordaba con mi peculiar manera de ser. -- ¿Cómo es que perdí mucha sangre? ¿Dónde estaban las heridas?

 

Sí, otra forma de decir que no recordaba nada de nada. Excepto que tenía hambre y que no me iba a dejar comer. Fruncí el ceño ahora.

 

-- No me quieres dar de comer por venganza, estoy segura -- le dije a Heliké.

 

Y volví a dormirme. Sí, soy así, estaba cansada y mi cuerpo necesitaba dormir, así que eso dice. Y tuvo que ser mucho tiempo porque desperté como un mes después, o casi, cuando sentí el tacto de alguien en mi muñeca. Abrí los ojos lentamente, casi en un gesto teatral, esperando ver a mi sobrina. Sin embargo, había un enfermero que me cuidaba. ¿Enfermero? ¿Desde cuándo teníamos un enfermero en Santos Mangos?

 

-- ¿Dónde estoy? -- le pregunté. Creo.

 

-- En la clínica, Señorita Potter Blue. No se preocupe, está muy bien. Pronto le daremos el alta.

 

Parpadeé.

 

--¿El alta de qué?

 

-- No tiene que preocuparse de nada. Llegó ayer y la hicimos dormir porque no paraba de dar órdenes sobre... Su Primo Maldonado... Molestaba en el box y no dejaba de dar órdenes en voz alta así que la hicimos dormir. Sólo necesitaba descansar.

 

Enarqué una ceja, molesta. ¿Es que se habían atrevido a quitárseme de encima a mí, a la Directora, con una simple poción adormecedora? Levanté un dedo, tenía una tirita de un dinosaurio.

 

-- Ah, sí, su hijo Ithilion estuvo aquí antes y se la puso para que se sanara. Un gran niño. Ahora está en Pediatría, en el área de juegos. Ambos necesitaban un descanso.

 

-- ¿Ambos? -- Recordé entonces al Primer Ministro y me medio incorporé, un gesto que él detuvo y me volvió a empujar hacia la almohada. -- ¿Qué tal está?

 

-- No lo sé -- el enfermero se encogió levemente de hombros. -- No me han dejado acercarme. Su habitación está tan vigilada que ni el Primer Ministro entraría ahí dentro sin una autorización previa suyo o de su hijo Matt. Ni que fuera el Pope de Roma.

 

Carraspeé y puse cara de no romper un plato.

 

-- Su hijo Matt también está por ahí, herido. Y él si debiera quejarse, no usted, que no tenía nada. En serio, será la Directora del Centro pero es una quejica de narices. Ah, sí, una periodista ronda por aquí. Dijo algo que usted le prometió nosequé de una primicia. Por supuesto, no la han dejado acceder a ningún sitio mientras usted no despertara.

 

El enfermero dio media vuelta y se dirigió a la salida.

 

-- ¡¡Eeeeh!! ¿Puedo irme ya?

 

El enfermero se volvió justo en la puerta.

 

-- Quien le ha de dar el alta es un Sanador. Y usted lo sabe perfectamente porque es el protocolo de la clínica. Así que ahora aviso pero usted ahí quietecita sin levantarse o le pondré una inyección de Filtro de los Muertos que le hará dormir un mes seguido. Ya nos avisó su hijo que no cediéramos ante cualquier tipo de amenazas que nos hiciera, que él se encargaba de todo.

 

Se fue y me dejó con un bufido de rabia subiendo por la garganta y que salió cuando ya estaba a solas.

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Tenía muchas cosas que hacer y gracias a las enfermeras que tenía a mi cargo al menos aliviaban el pesado trabajo de la clínica Santos Mangos. No me hacía mucha gracia que el Ministro en persona estuviese por allá. Era cierto que le daba prestigio a la clínica privada, pero coñe, no, tener a un político de tan alto estatus pues requería unas medidas de seguridad que no sabía si el lugar estaba preparado para ello. Aunque al menos bien podíamos proteger la habitación de intrusos. Hasta yo, llevaba una pequeña piedra de pirita dentro del pijama. Ésta brillaría si atacaban al ministro ya que, había puesto en la habitación esas protecciones extras.

 

Estaba en farmacia haciendo el pedido para nuestros distribuidores cuando sentí su voz en mi cabeza. Sonreí así que, tomé uno de los ascensores cercanos mientras dejaba a cargo a una de las chicas. Lo encontré de casualidad. Estaba cerca de la habitación y sentí que no es que estuviese realmente bien. Más bien éste cojeaba un poco y fruncí el ceño...

 

- ¿Matt? ¿Qué sucede? Anda vamos, apóyate en mí y vamos a vendarte ese tobillo antes de darte alguna poción. ¿Cómo te lo has hecho? -comenté, preocupada- ¿has visto a Sagitas? Seguro que protesta, conociéndola... No me sorprendería nada que saliese de aquí sin el alta de un sanador.

 

@@Matt Blackner

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Esperaba nerviosa, tras aparecernos los medimagos y sanadores de Santos Mangos habían corrido hacia nosotros y por más que parecía que todo estaba bien y el único desmayado era el primo Maldonado, pasó lo impensable.

 

--¿Sagitas? --pregunté cuando hasta el cabello parecía haberle palidecido, la bruja parecía no verme y antes de que me diera cuenta me encontré aplicándole un mobilicorpus cuando su cuerpo se aflojó y se desmayó aún tomada de mi mano.

 

--¡Ayuda! --había gritado como loca y cuando habían corrido hacia nosotros solo atiné a decir --tuvieron un accidente, había muchos escombros, un derrumbe --¿qué más podía decir? No tenía tantos datos de cómo había llegado allí ella, Maldonado y el desaparecido Centauro.

 

Y allí estaba ahora, esperando ansiosa en la sala de espera, no me habían dejado pasar, no era familiar y ahora me encontraba dando vueltas por el lugar como león enjaulado. Había escuchado cuando Matt llegó a los gritos, luego de que no pareciera reconocerme en el lugar del incidente y a pesar de que de mala gana nos había dejado marchar no sabía cómo tomaría de que su madre se hubiera desmayado en mi compañía. Genial, si por ello me dejaban fuera estaba en problemas, arrugué la frente, no quería tener que seducirlo, no me hacía gracia, pero al menos debería recurrir al glamour de demonio para que él me dejara quedar y aceptara que esperase que su madre saliera del trance actual.

Editado por Veronica Prince Rambaldi

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No recordaba bien cómo había entrado en la Clínica pero sí que, en cuanto el jovencito simpaticote (que no recordaba haber contratado, vaya memoria la mía) salió de la habitación, me levanté de un salto y busqué mi varita. Por suerte, es como una arma viajera que siempre me encuentra. Nunca sé dónde la pierdo pero ella, al día siguiente, siempre está en mi mesita de noche. En este caso, estaba encima de una de las mesitas auxiliares, junto a una botella de agua. La vacié de golpe. Tenía una sed enorme, como si alguien me hubiera hecho un Tergeo encima, o tal vez un Séneca de esos... O, sencillamente, que las pociones que contienen adormidera dejan una sequedad de boca que hace que parezca que tienes un estropajo en ella.

 

Me vestí con la ropa que llevaba el día del accidente (¿ayer, hace mil años ya? El tiempo se me perdía, aún sin recuperar del todo de la dormidera, si hasta bostezaba de vez en cuando) aunque me paré a hacerle una restauración a los harapos en que se había convertido mi hermosa capa verde de terciopelo. Nunca he sido buena con la costura, por eso siempre acudía al negocio de Madame Malkin para que me reparara mis múltiples "siete" que le hacía a las telas. Creo que era una de sus mejores clientas hasta que desapareció la tienda. Mi pericia con la varita quedó demostrada en una manga más larga que la otra, tapando toda la mano una de ellas (fácil arreglo, le di un par de vueltas a la manga y listo) y la otra mostraba la identificación blanca con mis datos personales que me señalaban como paciente e impedía que las puertas se abrieran para dejar escapar a nadie. Gruñí; he de reconocer que lo hago tantas veces a lo largo del día que hasta me suena bien.

 

Salí de mi cuarto descalza, con las dos bambas violetas en la mano. Una de ellas había perdido sus cordones amarillos, así que tendría que improvisar algo en la Sala de Espera. Y encontrar algo con el que cortar aquella maldita cinta de la muñeca... Me escabullí, soy especialista en eso. Tomé las escaleras y bajé de puntillas hasta la planta baja. Bordeé la recepción, aprovechando que la recepcionista atendía a una chiquilla con una flor pegada en el pelo y acompañaba a su madre hasta una silla de ruedas, del disgusto que tenía, y tomé una tijera. Volví a salir de puntillas y entré en la Sala.

 

Me senté en la primera de las sillas y me puse las dos bambas, aunque una de ellas no me la pude ajustar. Después tomé la tijera y forcejeé para arrancarme aquel maldito chivato de la muñeca. Fue entonces cuando me fijé en unos pies que se movían de un lado a otro. Subí la mirada lentamente por aquellos ropajes hasta dar con la melena rubia de la periodista.

 

Enarqué una ceja, sorprendida.

 

-- ¿@@Veronica Prince Rambaldi? ¿Qué haces aquí? ¡¡Oooh!! ¿El Primer...? ¿El Primo Maldonado? ¡Ah, sí, ya recuerdo! ¡Claro...! ¿Llevas mucho tiempo esperando aquí?

 

Dejé con un golpe seco las tijeras en la silla de al lado. Bufé, creo que hasta ese gesto me queda gracioso.

 

-- Anda, subamos a Dirección, ahí tengo la clave mágica para quitarme este chivato -- le dije, tironeando de la cartulina blanca que rodeaba mi muñeca. Me levanté y volví a subir la manga demasiado larga, que no hacía más que taparme la mano, y caminé con el mejor porte que pude (algo difícil cuando la tela de terciopelo parece de una rata disecada), dejé las tijeras en la recepción, ignorando la mirada sorprendida de la recepcionista, quien me siguió hasta llegar al elevador. Apreté varias veces, con impaciencia. -- ¿Vamos?

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