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Animagia


Suluk Akku
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A pesar de lo difícil que le resulta moverse a través de la nieve, con la helada brisa, cuando la silueta de la casita luce más cerca, Ellie pone todo su esfuerzo físico en avanzar con más rapidez. Rodeada por las paredes, bajo un techo, podría conjurar fuego y calentarse mientras aguarda por Suluk Akku. Por un segundo, la idea es tan real que casi puede sentir el calor en su rostro... pero, entonces, siente que algo tira de ella hacia atrás y entonces comienza a caer; por inercia, sostiene con fuerza su varita mágica, para no soltarla. «Pero puedo volar. Puedo hacerlo, como lo hice la noche de la tormenta». Sin embargo, tras unos momentos, siente nuevamente el suelo bajo sus pies y una brisa mucho peor clavar el frío sobre su piel. Quema. Duele. Pero incluso en aquella confusión, con su propio cabello golpeándole la cara, puede intuir lo que sucede; tiene la suficiente experiencia con los arcanos, para asumir que está allí porque así su instructora lo quiere. Una prueba, un reto, quizás incluso una penitencia.
Al principio, está segura de que enloquecerá. No es sólo el frío. Es la incapacidad de ver dónde está, de moverse de esa cárcel de nieve... y la incertidumbre. ¿Tiene que soportar esa situación, o tiene que enfrentarse a ella? Lo que sí es difícil, es saber lo que los arcanos desean. Y como si no fuera poco, la salvaje brisa chilla en sus oídos con tanta fuerza, que es casi como si alguien le gritara en los oídos. Tras unos momentos de aquel sufrimiento, Ellie finalmente agita su varita de sicomoro y hace que una cinta oscura ate con fuerza su cabello en su nuca. Cuando es capaz de abrir los ojos y ver a su alrededor, por un momento, lo único que ve es blanco. Entonces, distingue todo lo demás.
Está segura de que lo que observa es real; ella es una Oclumántica, de modo que no debería ser posible que implanten imágenes falsas en su mente. La sangre tiñe la nieve de escarlata. El frío que se cierne sobre su corazón, no es causado por el clima. Ellie nunca ha visto un cadáver... nunca ha visto tanta sangre. Nunca ha visto tanto dolor en una persona, como el que hay en esa mujer. No es la brisa la que chilla. Ese grito desgarrador, proviene de lo más profundo de su pecho. Escucha lo que dicen los hombres que, como ella presencia la escena, pero no podría importarle menos. ¿Qué importa el motivo? ¿Qué importa lo ocurrido? Lo único que piensa, es en que alguien tiene que abrazar a esa pobre mujer.
Extiende lentamente la mano libre, a pesar de que el instinto le dice que tiene que abrazarse para conservar el calor corporal, pero entonces se sobresalta.
—¿Qué es lo que ves?
Ellie vuelve el rostro. La bruja es anciana, bajita, rechoncha y con rasgos bastantes característicos; hay algo en su porte que le hace pensar que está bastante cómoda, a pesar de la brisa y el frío. Si bien no le gusta sacar conclusiones apresuradas de las personas, la arcana Suluk Akku —está segurísima de que se trata de ella, ¿quién iba a ser, si no?— luce un poco disgustada. ¿Es por su presencia o por la escena que tienen frente a ellas?
—Dolor —murmura Ellie, con la mirada baja. Más que la sangre, lo que más la golpea es el desgarrador llanto de la mujer.

 

Vuelve a agitar si varita mágica, prácticamente un palillo en comparación con la vara de cristal de la arcana, mientras conjura por lo bajo un encantamiento excavador para apartar la nieve que entierra parte de sus piernas. Quizás se mueve con un poco de torpeza, pues no está acostumbrada a esos trotes —¿por qué demonios no trajo su Saeta de Fuego?—, pero de todas formas logra incorporarse en una parte más firme del suelo. Aunque la capa de viaje que la arropa es muy gruesa y también sus botas, sigue sintiendo mucho frío. No podría disimular el temblor de su cuerpo ni tampoco el de su voz; de todas formas, tampoco lo intenta. Ella es muy consciente de su condición de humana y nunca ha intentado ocultarla.

 

—¿Es común que, en esta zona, los lobos ataquen a los pueblerinos? —se atreve a preguntar en voz alta. Lo cierto es que Ellie no es precisamente una magizoóloga y, aunque algunas relaciones en su vida le han enseñado acerca de animales y criaturas e incluso le han hecho empatizar con ella, no se atreve a sacar conclusiones apresuradas— ¿Por qué iba un animal a atacar a un simple niño?

Editado por Eileen Moody

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  • 2 semanas más tarde...

A pesar de ser otoño, aún hacía calor en Ottery. Por ello, me vestí de forma sencilla, un vestidito azul y una chaqueta ligera sobre los hombros porque al atardecer siempre bajaban las temperaturas. Mis zapatitos eran de azul oscuro y planos. Tenía complejo de larguirucha, por ello procuraba ir siempre plana. Además, pensé que sería más cómodo ir a clase con ropa discreta.

 

Llegué al Ateneo y pregunté a un conserje por las clases de Animagia. No entendí bien sus indicaciones. Me mandó fuera del edificio central. Me resultó extraño pero seguí el camino, pasando jardines, las aulas, la Biblioteca, edificios anexos.. Llegué al río y me sentí algo perdida. ¿Dónde enseñaba aquel profesor? Le llamaban Arcano. Era mi primera vez que cursaba una Habilidad, tal vez tuvieran un lugar diferente fuera del centro docente... Entonces vi una casita baja, con jardín y un muro de barro. Aquella era la indicada.

 

Era monísima, pequeña, inspiradora de paz. Era una sacerdotisa y notaba las vibraciones. Allá había paz, un buen aura flotaba en aquel lugar. Me acerqué a la verja. La empujé y entré. Al instante, todo cambió. Había hielo, mucha nieve y el viento giraba con fuerza. Sentí tanto frío que corrí hacia la puerta y golpeé la misma con los nudillo.

 

- ¿Arcano? ¿Arcano? ¡Soy Xell Vladimir! Vengo a dar clases. ¿Arcano? ¿Hay alguien?

 

Golpeé un poco más y después me tapó los brazos con la chaqueta. ¿Quién se iba a imaginar un tiempo tan gélido en octubre? Seguro que alguien había manipulado el tiempo. No estaba segura, todo estaba cubierto de nieve y el resplandor blanco no me dejaba ver con claridad. Pero... Juro que había perros allá fuera.

 

- ¿Arcano? - volví a llamar a la puerta con más premura.

 

No está segura de lo que ve y lo que siente... Animales... Gente que habla... ¿Qué estará sucediendo? No ve mucho, nada en realidad, no sabe si aquellas palabras son de alguien o su imaginación le juega malas pasadas. Lo prueba por última vez. Si el Arcano no sale pronto, será una sacerdotisa congelada.

 

- ¿Arcano...?

Editado por Xell Vladimir

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Dolor.

 

Una mueca difícil de interpretar afloró a sus labios curtidos, según la personalidad de quien tuviese en frente sería la identificación o importancia que le darían. Lo cierto era que muy a pesar de su mal humor Eileen hubo respondido con completa calma, seguridad y por sobre todas las cosas empatía; cualquiera podría haberle dicho tal cual lo que estaba viendo, o describirle en qué condiciones se encontraba el cuerpo de la víctima pero la muchacha fue directo al sentimiento núcleo, a la clave. Entonces sonrió sintiendo cosquillas en la palma de su mano, alguien estaba tocando la puerta de su hogar, los golpes secos le punzaban los oídos, resonaban en su cabeza pero aun no estaba lista para dejar sola a su primer alumna.

 

—Los lobos no atacan a menos que se invada su territorio— Respondió.

 

En esos momentos en la Universidad una gélida ventisca abriría la puerta de su pequeño hogar frente a las narices de Xell que parecía bastante entusiasmada por conseguir un poco de calor y le invitaría a pasar con un silbido. Los malamutes estarían dormitando frente a una cálida chimenea donde también podría encontrar una taza de té de hierbas árticas y un trozo de chocolate. Del lado contrario de la breve sala estaría abierto el portal, aquel haz de noche que le llevaría directamente al comienzo de una blanca aventura pero sería la rubia quien decidiese.

 

El instinto era primero en los animagos.

 

Suluk no requería de camuflaje allí entre los suyos aunque no se sintiera de pronto como en casa por lo que miró a Moody y le indicó se colocase encima una piel de oso que le tendía al menos para pasar ligeramente desapercibida. Luego echó a andar rumbo al grupo que mantenía una discusión acalorada respecto a dar caza o no a la manada más cercana, lo cierto era que ninguno más que la madre del niño parecía estar sufriendo ni siquiera se les veía enojo en la mirada, más bien ambición.

 

—Su nombre es Nivi— susurró Akku pero fue más bien una brisa, solo Eileen la oiría —Es la esposa del Jefe de la tribu y ese es su hijo. Su único heredero. Se rumorea que en la última cacería Malik fue herido por un oso y se encuentra al borde de la muerte. El futuro de ésta tribu lo tienes a tus pies... destrozado.

 

Con los ojos grises fijos en el pobre niño al que alguien le hubo dictado la muerte no fue capaz de mover un solo músculo. Ella era anciana y por lo tanto sabia, había visto en su vida cosas peores pero allí se respiraba además de frío, traición. Quizás su instinto las llevó hasta el Ártico para buscar una solución y evitar un enfrentamiento entre tribus al tiempo que se ponía a prueba la habilidad de su pupila.

 

—Ahora Eileen, te lo preguntaré otra vez ¿Qué es lo que ves aquí?

 

Ni una sola huella canina.

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—Por supuesto —replica por lo bajo, tras la respuesta de la arcana Akku. Si bien no la había previsto, le parece razonable; un par de semanas atrás, cuando Melrose, su prima licántropo, le confesó haber sido atacada por una manada de lobos en los terrenos circundantes al hogar de los Moody, le dijo además que la única explicación para aquel suceso era que alguien o algo más los perturbó, pero fue a ella la única persona a la que encontraron para "desquitarse". Sin embargo, el que la respuesta tenga sentido, no significa que éso sea lo que haya ocurrido allí. Ellie, sin saber qué decir o qué pensar todavía, observa un rato más la escena; aunque el corazón se le encoja con los lamentos de la madre y el estómago se le revuelva por el olor a sangre, sabe que mostrar debilidad o duda frente a los arcanos es la perdición del aprendiz. «Pero la humanidad no puede ocultarse», susurra una voz en sus adentros.

 

Tras unos momentos de silencio, la arcana le tiende una piel de oso y, aunque ella no es una amante de las pieles y está segura de que a Hobbamock le daría un infarto el ver esa escena, se cubre con ella. ¿Qué otra opción tiene? La tempestad es cruel, ella una humana común y corriente y no está lista para perder extremidades o morir por el congelamiento. La improvisada capa es pesada y tibia, lo cual agradece inmensamente. Entonces, cuando la arcana comienza a andar, Ellie la sigue intentando igualar sus sorprendentemente ágiles pasos. A pesar de que el peso que carga es mayor, la sensación de calidez y la protección de la brisa le permiten caminar con un poco más de naturalidad.

 

Al acercarse al grupo de hombres, escucha vagamente la discusión; como es de esperar, hablan de cazar, de buscar venganza. A Ellie le parece absurdo. Si bien ha aprendido que las criaturas mágicas e incluso los animales no mágicos son inteligentes, no razonan de la forma en que lo hacen los humanos. ¿Por qué vengarse de quien no entenderá el gesto? Y ni siquiera cree que esas personas puedan justificarse por el dolor de la pérdida, pues la única que se lamenta —e, irónicamente, la única que parece no mostrar una tonta sed de venganza— es la madre. Aunque Ellie no es una antropóloga, no le parece una locura pensar que lo hacen simplemente por orgullo, quizás para no parecer débiles frente al resto de la triuo. «Tonto».

 

Seguidamente, la arcana le da un poco más de información, lo cual sólo vuelve la situación peor. Duda mucho que Nivi, por mucho que le importe la tribu, esté llorando por esta. No es muy difícil de entender su dolor, en realidad. Es casi una certeza que perderá a su compañero de vida y ahora al fruto de su amor.

 

—¿Qué es lo que ves aquí?

 

Ellie se exasperaría por escuchar la misma pregunta, de no ser porque se da cuenta de que no es la misma. Después de todo, ahora tiene mucha más información de la escena. En lugar de observar a su alrededor, cierra brevemente los ojos. Un pensamiento fugaz aparece en su cabeza: decirle a Sulukk que ella no es una Auror o una especie de detective, que qué tiene que ver esa situación con la animagia... pero, nuevamente se dice, eso sería su perdición. Ellie es más una persona de hechos y de lógica que de fe, pero ahora no tiene otra alternativa. Sólo un poco de confianza a cambio, espera, del conocimiento que busca.

 

Está muy cerca de responder que no está segura de lo que tiene frente a ella, pero, tras unos momentos, dice:

 

—Contradicciones —vuelve el rostro por encima del hombro y observa al niño—. Entiendo que en muchas tribus, a los varones se les considera hombres y a las hembras mujeres, cuando alcanzan la pubertad, pero él todavía es un niño —musita—. No creo que las leyes de la tribu le permitieran tomar responsabilidades. Además de eso, con su padre al borde de la muerte, ¿por qué iba a alejarse de los demás? Ni siquiera estamos tan lejos de la aldea—musita Ellie, levantando un brazo hacia lo que, está segura, son las siluetas de los iglúes sobresaliendo por encima de la llanura blanca.

 

»Y no hay rastros de un lobo, mucho menos de una manada. Sólo huellas de personas —si bien una brisa sopla, Ellie duda que un rastro de huellas pudiera quedar oculto tanta rapidez; después de todo, ya tienen allí un rato y todavía se ven las huellas humanas. La única forma sería que alguien hubiese ocultado el rastro, pero eso significaría que una persona está entrometida... una idea que no le parece muy agradable. Está a punto de preguntarse quién acabaría con un niño de una forma tan cruel, hasta que recuerda el tema de la herencia.

 

»Estoy segura de lo que veo, arcana Akku —musita. Si bien es cierto que no es una detective, sí tiene experiencia como Inefable y una de las cualidades más importantes en el trabajo, es ser observadora y detallista—. El problema es que ésta situación, con esa explicación, no tiene sentido.

 

Noches atrás, cuando pasó la tormenta, Ellie comenzó a leer sobre las lechuzas. Para los nativos americanos, son guardianas de conocimiento. Otros asocial al animal con Atenea, pues a veces es representada como tal; se dice que es capaz de ver donde los demás sólo ven oscuridad, se dice que es una referencia al conocimiento de lo oculto, de lo que no es evidente, de lo que pasa desapercibido... Se dice que puede ver donde los demás están ciegos. Aunque sólo son mitos, Ellie, extrañamente, no descartó esa información. Uno de los grandes misterios de la magia es el significado de la forma que toma el patronus corpóreo, el animal interno que los magos revelan cuando dominan la animagia. No puede ser algo al azar. Tiene que significar algo.

 

No puede evitar observar con cierta suspicacia a la arcana. ¿Sabrá más de ella de lo que deja ver, o simplemente cada estudiante encuentra la forma de adaptar el reto a su situación? La razón le dice que debe ser lo segundo, pero no puede negar que sería fascinante pensar que todo se trata de un plan bien armado y ejecutado, que no es una coincidencia...

 

—Creo que hay que indagar más —habla lentamente, observando el rostro de Sulukk con la esperanza de poder leerlo, mas éste luce sereno e impenetrable. ¿Acaso dominará la Oclumancia?—. Observar más —es entonces cuando Ellie se pregunta, ¿cuál será el objetivo de esa aventura? ¿Sólo aprender a observar o la arcana espera que, de alguna forma, intervenga? Porque, en ese lugar, ella es una forastera, ¿qué derecho tiene para entrometerse?—. Pero también creo que usted espera que busque otra forma de ver esta situación —se atreve a decir, esforzándose en mantener la mirada firme. No quiere mostrar dudas con respecto a sus habilidades, pues lo cierto es que no las hay—. Con otros ojos, me refiero, unos más útiles en esta situación que los de un humano...

 

Aunque sus dedos se cierran con fuerza en torno a su varita, observa fijamente a la arcana. Después de todo, no quiere ganarse un golpe con su vara de cristal.

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El frío era muy intenso en aquella zona. La nieve se arremolinaba a la entrada con la fuerza de la ventisca, que daba una sensación térmica mucho más gélida todavía. El Arcano aún no había abierto la puerta. Recordé las historias susurradas sobre los Arcanos y los Uzzas, terribles magos y guerreros que habían llegado a Ottery. Esta iba a ser mi primer encuentro con aquellos magos tan sabios y, de momento, sólo rezaba a la Diosa Tierra para que me dejara seguir viva. No quería convertirme en un trocito de hielo pegado a la puerta de madera del Arcano de Animagia.

 

Me pregunté como sería aquel Sabio. Nadie me había dicho nada. ¡Podrían haberme dicho que hacía tanto frío en la casa del Arcano! Ni siquiera sabía el nombre de quien habitaba aquella linda casita casi nevada.

 

Intenté sacar la varita pero la punta de los dedos estaba tan fría que era incapaz de moverlos. Apoyé la espalda en la puerta, segura que se quedaría pegada a ella y llegaría a fundirse en la madera, en una fusión que sólo el hielo podría conseguir. La gélida ventisca me golpeó con fuerza, agaché la cara y la escondí entre las rodillas, haciéndome una bolita, cuando la puerta cedió. Creo que fue la fuerza del viento y la nieve la que lo consiguió. Caí hacia atrás y golpeé mi espalda en el suelo. La entrada de la casa se llenaba de nieve y hielo que entraba conmigo.

 

No fui capaz de levantarme. Gateé hasta el interior y cerré la puerta con una golpe de pie. Sí, supongo que fue un acto brusco, feo, poco adecuado y, sobre todo, de mal gusto. Pateando su puerta no era la manera con la que quería conocer al Arcano. La luz de una chimenea invitaba a acercarme a su calor. Con las manos y los pies llegué hasta el fuego, sin importarme que unos perros estuvieran también allá, dormitando ante ella.

 

No sé cuanto tardé en perder la tiritera. El frío persistiría toda mi vida, pensé, sintiendo el dolor agudo de los dedos de los pies y de las manos mientras iban perdiendo el color azulado.

 

- ¿Arcano? Perdón por la forma de entrar a su casita...

 

Por primera vez me paré a contemplarla. Excepto los perritos que no me habían importunado, no parecía que hubiera nadie vivo. Me llegó el aroma de té de hierbas y lo vi, junto a la chimenea. El Arcano no estaría pero era muy consciente de quien entraba y cómo entraba en su casa. Pensé que era para mí, no dudé y lo tomé. Fue como tomar una caldito de los de mami, reconfortante por dentro y por fuera. Miré de nuevo alrededor antes de comer el trocito de chocolate.

 

Así, con aquella frugal comida que me había devuelto las fuerzas, analicé la situación. No estaba el Arcano pero me había dejado comer, beber y calentarme. Al otro lado, una especie de... remolino blanquecino había un... un... noséqué. Pero me recordaba el que habían abierto la prima Darla y la tía Sagitas en la Potter Black; una puerta hacia el futuro.

 

¿Qué debía hacer? ¿Pasar por allá? En la Potter Black no había salido muy bien, recordaba que todos habían vuelto heridos... El calor de la chimenera era atractivo, ¿Debía quedarme? ¿Debía pasar a través de él?

 

Me decidí. Con la varita transformé mis ropajes ligeros en ropa de abrigo, de lana pura, con gorrito azul sobre mis orejas y una botas para la nieve, bien gordotas y con piel. Así, abrigada, no me daba tanto miedo cruzar aquella puerta. Me acerqué. Despacio... Despacito... Lo toqué con la mano... No notaba nada diferente... Avancé el brazo, el cuerpo, un pie, el otro... Mi cabeza iba tirándose hacia atrás, como si aún no me atreviera del todo. Hasta que... pasé...

 

- ¡Ooooh! ¡Qué bonito!

 

Como soy una chica optimisma e iba muy abrigada, ahora no me daba miedo lo que veía.

 

Al menos de momento.

Editado por Xell Vladimir

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—A las tribus Inuit no le agradan los forasteros. Susurró.

 

Una fuerte ventisca las atrapó de repente obligando a Eileen a cerrar los ojos. Las palabras de Suluk quedarían dando vueltas en su cabeza pues al parpadear ella ya no estaría allí. "Debes ser precavida" agregó antes de desmaterializar su cuerpo entre tanto blanco. A no muchos metros de allí Xell intentaba caminar enterrando sus piernas en metros tiesos de nieve, era el momento de centrar su atención en la rubia permitiendo que Moody ahondara en la situación que el panorama le servía en bandeja cual programa muggle de asesinatos.

 

Al morir su hijo no existiría sucesor a la jefatura una vez Malik corriese con la misma suerte y cualquier podría reclamar el sitio así como a Nivi. La mujer confiaba ciegamente en los hombres que decían protegerla pero entre ellos existía un traidor, alguien que a pesar de entonces tener las manos limpias y curtidas pocas horas atrás las había tenido cubiertas de sangre.

 

—Debes ser precavida— Repitió, en lo alto del cielo gris una gaviota del ártico graznaba.

 

La cuidaría en todo momento, la incitaría batiendo sus alas con ahínco a que copiase su accionar antes de que varios pares de ojos reparasen en su presencia. El color de ojos, el tono de la piel, incluso el cabello, nada cuadraba allí y saltaba a la vista. El avistamiento de la bruja podría servir a quien intentaba comenzar un enfrentamiento entre tribus para hacerse con el poder como la coartada perfecta; allí había una completa desconocida, si alguien dudaba acerca del ataque canino sería ella la siguiente sospechosa.

 

"Vuela Eileen. Vuela y dime... qué ves"

Aquella bruja estaba a un paso de su conexión pues aunque temerosa había llegado ante Akku transparente como el agua calma.

 

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Con las patas aferradas a una fría roca incrustada entre tanto blanco graznó. Batió sus alas con los pequeños ojos negros cual perlas del océano fijos en la anatomía de una mujer extremadamente abrigada que luchaba contra las violentas ráfagas de viento. Pequeños copos de nieve se atoraban en su cabello rubia como alfileres brillantes y el aire le cortaba la piel de las mejillas pero ella parecía decidida a continuar como si supiera hacia dónde iba. Lo cierto era que el haz de la noche no le llevó en la dirección de Eileen sino todo lo contrario, Xell se encontraba casi en el otro extremo del ártico.

 

Cuando obtuvo la atención de la mujer se separó de su sostén natural alargando demasiado sus alas y su cuello. De pronto comenzó a crecer, sus plumas desaparecieron y pasaron a ser piel, abrigo. Un par de ojos grises, antiguos y sabios le devolvían la mirada a Vladimir con una media sonrisa en labios curtidos por los años. La arcana tenía una anatomía pequeña, regordeta agradable, su cabello estaba colmado de hebras plateadas, batallas ganadas, y su rostro de arrugas, medición del tiempo más quien estuviese en su compañía solo sería capaz de sentir tranquilidad.

 

—Señorita Vladimir, espero que el clima no pueda con usted. Tenemos trabajo que hacer.

 

En la mano derecha un callado de madera, sobre sus hombros las gruesas pieles de un oso polar. Caminaba deprisa, curioso para alguien de su edad y estatura más el cuerpo tenía memoria nativa, allí se hubo criado, aun albergaba la fuerza en su alma. Pronto la condujo hacia un pequeño rejunte de casas redondeadas con bloques de hielo sólido, parecía un pueblo antiguo, inhóspito. El viento susurraba una melodía que posiblemente la bruja no conocía y de un momento a otro las luces de una aurora boreal las rodeó.

 

Un hombre aun más anciano que Suluk salió a su encuentro. Caminaba pausado, tenía los ojos blancos como la nieve y veía por encima de sus hombros, transmitía melancolía, tristeza. Verlo por más tiempo del necesario te provocaba ganas de llorar, un nudo en la garganta más Akku sonrió ampliamente y guió sus manos a las del hombre, estaban tibias a pesar del vendaval.

 

—Mi estimado amigo, cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que nos vimos— Saludó, su voz estaba ronca.

 

—Pues la última vez veía— Respondió el anciano y echó a reír invitándolas a pasar a su humilde morada. Había mucho de qué hablar.

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Cuando la ráfaga helada desaparece, Ellie levanta el rostro. Pero...


—¿Arcana Akku?


Está sola, en aquel páramo helado. «Debes ser precavida», escucha un susurro; si bien no está segura de dónde proviene, decide que son las palabras de la arcana. Quiere que sean de ella. Nuevamente, observa a su alrededor, sintiendo un abrazo helado en el corazón y unas infantiles ganas de llorar. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que tanta soledad la invadió. No obstante, no es sólo ese sentimiento el que la abruma; es también la incertidumbre. Ella es una bruja estudiosa, una intelectual, no una investigadora, mucho menos una mediadora. Nuevamente, las dudas le llenan la cabeza. ¿Por qué está allí? ¿Cómo ese reto la ayudará a ser una animaga hecha y derecha? Pero se obliga a sacudir la cabeza y despejarla, recordando brevemente las lecciones de oclumancia. Aunque va en contra de su forma de trabajo, tiene que confiar ciegamente. Tener fe de que será capaz de entender lo que Suluk Akku intenta enseñarle, y de demostrarle su valía como animaga.


«Vuela, Eileen. Vuela y dime... qué ves». De nuevo, está segura: son las palabras de la arcana. Entonces, sobre ella, escucha un fuerte aleteo y eso la hace reaccionar, recordando lo que le dijo la anciana sobre las tribus inuit.


La primera vez, Ellie sostenía la varita sobre su corazón mientras pronunciaba un hechizo, para luego beber la pócima. Sin embargo, ya no puede depender de nada más que de su propia voluntad... no si espera la aprobación de la arcana, por lo menos. Con una solemnidad que sólo demuestra cuando está practicando la alquimia, se quita la piel que la arcana le entregó e incluso su propia capa de viaje; con un movimiento de la varita, los hace desaparecer y entonces guarda su arma mágica en el bolsillo de su túnica negra. El frío la golpea sin piedad, pero Ellie se esfuerza en mantener la calma. Entonces, cierra los ojos. Ésta vez, no piensa en el largo ritual que practicó para transformarse; por el contrario, su mente se despeja. En lo único que piensa, es en la sensación de volar, la libertad de despegarse del suelo.


«Déjà vu», piensa, cuando sucede de nuevo: la oscuridad y, entonces, la caída. Pero, como lo hizo la última vez, vuela. Bate sus alas y asciende. Nuevamente, el mundo se dibuja a su alrededor, sólo que es diferente. Es más nítido. Momentos atrás, lo único que Ellie veía era blanco... pero, ahora, siente que puede detallar muchísimo más. Más le vale, de cualquier forma. En el suelo, no hay rastros ya de que dos brujas estuvieron camino por allí. Y ahora Ellie, como una lechuza blanca, se camufla con facilidad.


Algunas de las mujeres de la tribu están reunidas alrededor de Nivi, intentando consolarla, mientras otras cubren al niño para llevarlo a sus viviendas. Aunque quizás sea útil ve de cerca a la víctima, no hay forma, de momento, de que pueda hacer eso sin llamar la atención de quiénes lo resguardan. En cuanto a los hombres, están dispersos. Algunos preparan arcos y flechas, otros afilan lanzas... en definitiva, se preparan para la cacería. De momento, lo único que se le ocurre a Ellie es buscar a la manada de lobos más cercana y hacer que se alejen, para evitar la masacre.


Aunque ella no es una experta, se imagina que los lobos deben estar en la tundra, pues en las planicies heladas no hay lugar para ocultarse ni para refugiarse. Ellie vuela entre los árboles desnudos y cubiertos de nieve, alejándose de las viviendas pero asegurándose de ver qué camino ha tomado. De momento, no presta tanta atención a lo que ve sino a lo que sus ahora afinados oídos perciben. Oye diferentes animales, pero ninguno que pueda asociar a lobos. Poco a poco, desciende para ver más de cerca el suelo, intentando reconocer huellas de esos animales. Durante un largo rato, no hay rastros, hasta que...


Lo escucha, corriendo por entre los árboles. Es gracias a su oído que sabe hacia dónde observar. «Pero, ¿no se supone que los lobos van en manada?». Ellie se posa sobre la rama de un árbol. El pelaje del animal es grisáceo, sus ojos son amarillos, y tres cicatrices se abren paso por su rostro, seguramente producto de una pelea. No puede ignorar lo extraño que es que ese animal esté en solitario, más cuando no percibe más animales iguales alrededor. ¿Cuáles son las probabilidades, si es que acaso ese escenario es posible? Sin embargo, luego de unos momentos, un aullido llena el aire. Y entonces, escucha los pasos acercándose. La tribu se reúne. Aunque por un momento le parece razonable, recuerda que en la escena no habían huellas de lobos, mucho menos de una manada.


Y entonces...


—¡Oh, Malik!


El grito de Nivi es lejano, aún su oído fino lo percibe con cierta dificultad. Lo importante, sin embargo, es que logró escucharlo. Ellie agita sus alas y vuela de regreso al pequeño poblado. Hay algo extraño, pero las lechuzas no pueden volver el rostro y no está dispuesta a retrasar su vuelo. Escucha la carrera de un lobo, en solitario, en la misma dirección que ella, pero entonces, a mitad de sus pasos, el sonido cambia. Ya no son cuatro patas, sino dos... ¿Será posible?


—¿El jefe ha muerto?


—Respira, pero no despierta. Está luchando. Tiene que seguir luchando!, por la tribu.


Cómo desearía Ellie tomar su forma humana y curar a Malik. Está segura de que podría hacerlo. Sin embargo, las palabras de Suluk todavía resuenan en su cabeza. Los inuit no reaccionarán bien ante una forastera, no en aquella situación. Y, en su forma animal, no puede usar magia.


Puede escuchar el llanto de Navi y los susurros de las mujeres, dentro de un iglú. Allí debe estar Malik y, probablemente, el cuerpo cubierto del niño. Los hombres, por el contrario, están reunidos en el exterior.


—Encontraremos la manada, la cazaremos —dice el hombre que, por su forma de expresarse y su postura, parece haber tomado el control de la situación— y los despellejaremos a todos.


»Las pieles, serán nuestro regalo para Malik . Eso le dará fuerzas.


—Singajik... —habla otro de los hombres, con cierta duda en su voz— La situación de la tribu es crítica, con todas estas desgracias. No podemos mentirnos. Malik morirá, más pronto que tarde. Es inevitable —Ellie, posada sobre un árbol sin hojas y cubierto de nieve, escucha y observa atentamente al hombre. Le parece que está siendo honesto con su preocupación por la tribu y su dolor por perder a su jefe—. No podemos permitir que la tribu caiga en desgracia, no podemos dejar que se fracture.


»Tú siempre fuiste la mano derecha de Malik y Salik, por eso, no nos interpondremos.


—No vamos a hablar de esto ahora, Ivaaq —responde Sinjajik, que está afilando una lanza con una piedra. Cuando se vuelve hacia los demás, Ellie puede observar su rostro. Tres cicatrices, tres líneas que bajan desde el centro de su frente hacia su pómulo derecho, atravesando su ceja y su ojo—. Eso sería traición.


»Descansen y rueguen por la tribu —musita—. Regresen bien dispuestos a hacer justicia.

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El panorama ha cambiado, Akku puede sentirlo en el pecho. Reunida con Nanuk, un antiguo chaman, en lo cálido de un Iglú, lleva una mano allí para calmar su corazón. La conexión que los animagos, a través del tiempo, poseen con su Arcano es poderosa pero la mayoría de los pupilos la ignora. Malik jamás requirió entrenamiento o prueba alguna, Suluk le conoció cuando era un niño que corría desnudo por las explanadas gélidas aullando al sol con unos enormes ojos grises. Lo quería, lo quería ciegamente como el hijo que jamás pudo tener luego de que un enorme oso le arrebatase la vida de su amado esposo; en toda la historia había un detalle que no había confiado a Eileen, ella estaba viendo sus raíces.

 

Habían sido un pequeño grupo de cinco niños. Todos hermanos del mismo padre, compartían la vida y las ansias de conocer el mundo. Salik y su hermano menor Malik fueron los primeros en demostrar el don, los dioses le hubieron bendecido permitiendo que su tótem se reflejase mucho antes de la pubertad. En cambio, Ivaaq, Singajik y Qigik envidiaron el proceso hasta que estuvieron listos para la ceremonia que cada joven esquimal realiza acariciado por las luces de una magnífica aurora boreal.

 

Más la vida bifurcó sus caminos, la mayoría en ascendencia. Qigik, adoptando la forma de una gaviota ártica nunca más fue visto tras una expedición en compañía de su mejor amigo, Singajik. Las malas lenguas repetían lo que éste último había dicho aquella vez, el mismo oso temerario se les presentó, eran débiles y se confiaron, cuando despertó, su hermano ya no estaba allí y en consecuencia del ataque había recibido su primer herida en el rostro.

 

Salik corrió con la misma suerte. Ocupó la carpa del Jefe de la tribu por muchos años, comprometido con la hermana de Nivi, Taorana, pues él no compartía las creencias de su padre y rechazó poseer a la esposa de Malik. Fue honesto, confiable, agraciado más la helada le arrebató a su amada y lo volvió un ser frío y despiadado de un momento a otro. Salik tomaba malas decisiones, guiaba a sus guerreros a batallas innecesarias con tribus que en antaño habían sido vecinas y proveedoras de alimentos en intercambio por sus propios servicios. Si no se le ponía un alto acabaría por destruir el pueblo hasta los cimientos.

 

O eso fue lo que Singajik se dijo aquella noche en que todos presenciaron como un lobo desgarraba la garganta del Jefe cuando éste se tambaleaba en dirección al bosque, completamente ebrio, y desaparecía sin más. Nunca pudieron explicar cómo es que la manada completa no había caído sobre ellos sino más bien un simple lobo omega, es decir, solitario.

 

Malik ocupó su lugar, lloró su muerte y concibió un bellísimo niño que algún día seguiría sus pasos propagando el linaje de su hermano fallecido. O era lo que él creía

 

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Eileen pudo oírlo, tenía que. Llorisqueaba enterrado en algunas capaz de nieve, temblaba aunque no tuviese frío. Su pelaje no era más que pelusa negruzca. Con unos enormes y vidriosos ojos azules miraba hacia arriba, hacia la rama que sostenía a una elegante lechuza blanca. El cielo era azul y ella una mota que no se movía.

 

Dentro de la carpa de gruesas pieles de animales el Jefe de la tribu desfallecía entre fiebres y delirios, a un lado un chaman emitía vibraciones de un artefacto metálico así como humo y aromas que mareaban a las mujeres que intentaban ponerlo cómodo mientras limpiaban el cuerpo inerte del niño.

 

Fuera un lobezno, asustado, confundido.

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- Finalizada la clase. En marcha hacia una nueva habilidad

 

Se dijo el vampiro así mismo mientras terminaba de colocar su firma en unos formularios de la Universidad. La carta de aceptación de su inscripción a Animagia había llegado justo antes de que él saliera de su despacho. Si, Animagia. El vampiro iba a emprender el camino hacia el estudio y aprendizaje de una nueva habilidad mágica.

 

¿Estaba seguro?

 

Sinceramente no sabía como iba a hacer para poder aprender a cambiar su forma, básicamente. Pero, también, tenía entendido que la Animagia era mucho más que eso. Por lo que había leído y estudiado en sus años de alumno, el lograr transformarse en el animal era sólo el resultado final de una larga etapa de aprendizaje personal.

 

Nigromancia fue lo más espectacular que había podido cursar y aprender. Es más, su anillo lo llevaba puesto para esta clase. Pero siempre le había mostrado interés a Animagia, también.

 

Salió de su despacho y se dirigió al campus principal. Una leve brisa de primavera se había levantado meciendo las copas de los árboles que acobijaban a miles de alumnos bajo su sombra protegiéndolos del sol de primavera. Pasó por enfrente de una de las colinas y podía ver uno de sus invernaderos donde recién había estado dictando clases. Continuó caminando un poco más, apartándose de todos los otros edificios, por el sendero donde le habían indicado que estaba la casa de la Arcana.

 

Cruzó el lago que estaba, el cuál le indicaba que estaba cerca de la el lugar. Unos pocos minutos más puedo conseguir ver la pequeña morada de la anciana. La verja estaba abierta y la puerta principal estaba cerrada. Ingresó por el pequeño espacio, notando el hermoso jardín; parecía una casa ajena a ese lugar porque las paredes eran de hielo, el jardín todo florecido lleno de vida. Al acercarse a la puerta principal puedo sentir el fresco que se desprendía de las paredes, tocó dos veces la puerta que se abrió un poco:

 

- ¿Arcana Suluk? Soy Emmet, su nuevo alumno.

 

Dijo el vampiro abriendo un poco más la puerta y notando que en el interior de la casa no había nadie.

 

- ¿Arcana?

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http://i.imgur.com/LZ2zUEj.gifhttp://i.imgur.com/C83rY.gif // ~

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Crazy Awards 2018:

7F1CpeC.gif "El Romeo"

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Caminar se hacía difícil entre tantos montícul.os de nieve pero yo iba feliz porque, por fin, iba a encontrarme con el Arcano de Animagia. El viento era terriblemente frío, menos mal que me había abrigado bien. De todas maneras, hubiera preferido un clima más tropical. Pensaba en encontrar unas rocas con ssuficiente tamaño para metamorfosearlas en raquetas para la nieve y así conseguir mayor estabilidad para caminar sobre la nieve cuando vi una transformación tan inesperada que me quedé con la boca abierta.

 

Sólo conseguí que se me helaran las comisuras de los labios y que me entrara nieve hasta la garganta. Donde antes había un pájaro ahora había una agradable viejecita que me observaba con tanta curiosidad como yo a ella. Me conocía. Dijo mi nombre, me deseó que el clima no pudiera conmigo y negué con fuerza. No, era mal tiempo pero no tanto como para ceder en mi empeño de encontrarme con el Arcano. ¿Tal vez ella me llevaría ante él?

 

Iba muy bien abrigada y con pieles naturales. Me sentí algo artificial con aquellos ropajes fabricados, aunque yo era sacerdotisa y estoy segura que no llevaría a gusto pieles de oso o de otros animales sin haber llorado mucho antes y haberle pedido perdón a la Diosa Tierra por sesgar una vida. De todas las maneras, no iba a juzgar a nadie, la Diosa sabe lo dura que es la vida y la supervivencia es muy importante para todos los seres vivos.

 

Caminaba deprisa y su cuerpo bajo y regordete parecía casi flotar por la nieve mientras yo seguía hundiéndome en un paso despacio, dejando unas huellas bien profundas. Me dirigió hacia unas casitas de hielo que me hicieron soltar una risita de felicidad. ¡Eran iglús! ¡Oh, entonces...! ¡Estábamos en el Polo Norte...! Ahora sí que sentí el frío filtrándose entre los ropajes que llevaba. Aquel nombre despertaba los terrores helados de una jovencita amante de la lectura de lugares insospechados. Nunca había visitado este lugar y, de repente, me arrepentí de ello. ¡Era el lugar más bonito que no veía en mucho tiempo! Mis hermanas sacerdotisas me habían hablado de la magia que habitaba en aquel fenómeno, la Aurora Boreal. Poder disfrutarla y sentir como se arremolinaba a nuestro alrededor era un placer y un honor que pocos podían disfrutar. Entendía que aquel era un lugar con una magia sin igual, algún punto energético del planeta y yo había tenido la suerte de haber sido invitada a verlo, a sentirlo, a vivirlo.

 

- ¡Qué lindura! - tuve que decirlo en voz alta aún a riesgo de perder aquella conexión mística con los poderes de la naturaleza que nos mostraba continuamente la Diosa Madre.

 

Era tan bonito ver aquella aurora boreal rodeándonos.

 

- ¡Este lugar es mágico!, ¿verdad..., señora? - no sabía como llamarla. Tampoco tuve tiempo de preguntarle. Se acercó un hombre aún más mayor que aquella mujer con bastón de madera. Sentí lástima enseguida, era ciego y su rostro despedía una cierta melaconlía. Comparto mucha empatía con los que sufren y sentí un pequeño dolor en el pecho. Tuve ganas de abrazarle pero... ¿Estaría bien abrazar al Arcano? Porque algo me decía que aquel hombre sería a quien estaba buscando. Ella le llamó "estimado amigo", seguro que habían compartido muchas historias juntos. ¿Serían familia? ¿Serían otra cosa...?

 

Nos invitó a pasar, algo que hice enseguida, pensando en el tiempo que haría que el Arcano era ciego. Ese dato no lo sabía. En realidad, nadie me había hablado del Arcano de Animagia. Mi familia había mantenido el secreto, sólo diciendo que saborearía aquel encuentro.

 

- Encantada de verle, señor Arcano. Soy Xell Vladimir - dije, ya dentro. Hacía calor, a pesar de estar hecha de hielo.- He venido hasta aquí porque siento ganas de volar y me han dicho que usted podría ayudarme.

 

Esperaba que aceptara a ser mi mentor y me enseñara a dominar aquella sensación.

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