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Metamorfomagia


Amara Majlis
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Se había mantenido serena durante la espera, dejando una de sus manos sobre la otra en un distraído gesto de tranquilidad, hasta que escuchó la voz de alguien conocido. Giró el cuello lentamente, aunque sus pupilas habían viajado primero al costado para comprobar la identidad de la recién llegada, y estudió el rostro de la mujer. En su rostro no apareció atisbo de expresión alguna. Ni sorpresa, ni enojo, ni curiosidad. Sus facciones no decían nada, como si alguien la hubiera tallado en mármol, como si un ruido hubiera llamado su atención a su lado pero no hubiera encontrado nada. Sin embargo, pronto una sonrisa sarcástica se dibujó en sus labios.

 

—Agatha —cuando habló, el mismo siseo que había escapado de su garganta como si hablara Parsel se hizo un poco más evidente—, qué gusto verte.

 

Mentía, por supuesto. No era ni un gusto ni un encuentro medianamente agradable. La varita de almendro en los pliegues de su túnica vibró ligeramente cuando notó que en realidad no iba a hacer nada contra la mujer, reclamando su falta de agresividad, pero pronto se detuvo. No era que no quisiera atacarla, era que había escuchado pasos atrás de la puerta y no podía hacer nada contra ella. Si trataba de matarla y Amara aparecía del otro lado, podría meterse en problemas. Porque los magos ancianos eran así, recatados, además de que seguramente estaría advertida de la presencia de magos oscuros como ella de encubierto y obligada a llevarla ante la ley si algo pasaba. Quería matar a la traidora y lo haría tarde o temprano, en otro momento.

 

La primera impresión de la mujer llegó demasiado pronto para tratarse de una anciana tan avanzada como aquella. Pero, ¿quién más podría ser? Los Arcanos solían estar solos en sus habitaciones, porque sus artes eran especiales y secretas, así que la mujer debía ser Amara. Dejó que Agatha se adelantara y ayudara a la mujer y después le dedicó una reverencia respetuosa, tomando su otro brazo con cuidado y sin ninguna intención de hablar más de la cuenta. El asunto de su nueva compañera de clases pasó a un segundo plano, aunque aún portaba esa sonrisa llena de misterios y una alerta permanente para cualquiera, pero mantuvo el silencio hasta que llegaron abajo.

 

—Hemos llegado —anunció con calma, asegurándose de que la mujer estuviera estable antes de soltarla—. ¿Puedo ayudarla en algo más?

 

Lanzó una mirada al interior de la sala con curiosidad y luego, como si recordara para qué estaba allí, intentó llegarle a la mujer de la forma antigua.

 

—Mi nombre es Leah Ivashkov, estoy buscando a la Arcana de Metamorfomagia, la señora Majlis. ¿Es usted o puedo esperarla? —cortés, directa y secretamente impaciente. Así era ella.

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—Gracias querida, gracias querida.

 

La mujer menuda de avanzada edad apoyó ambas zapatillas manchadas con suciedad pero aun blancas en el suelo ganando estabilidad y le sonrió a las féminas, trataba de analizar los ojos verdes que ahora escrutaban su rostro pues Leah parecía un ser demasiado racional y Agatha todo lo contrario, esbozó una media sonrisa tratando de que ésta no saliese del contexto agradecido por haberle ayudado a bajar de la escalera; algo en el ambiente le aclaraba sería una clase interesante, su gran empatía permitía vislumbrar a más de una persona en la habitación, así como cuando Bastian fingió ser quien no era, a sus ancianos ojos nadie escapaba.

 

Alisó su delantan y su traje de limpieza, ya no recordaba a dónde había ido a parar el plumero con el que había tratado de limpiar sobre lo pulcro tan alto entre los libros pero no desatendió la situación pues la voz de una de sus alumnas le reclamó concentración, —Es un placer conocerla, Leah Ivashkov— habló, sus mejillas se movían con gracia cuando modulaba cada palabra hacia la rubia, —Mi nombre es Justina González, Amara me avisó que tendría visitas hoy pero no creí que fuese tan pronto, sepan disculpar mi falta de hospitalidad— mintió, en su inglés se notaba la dureza de la sangre latina amén de los años en práctica.

 

—¿Gustan algo de beber?, estoy segura de que pronto ella llegará.

 

Se adentró en la oficina y con sus manos curtidas corrió dos sillas, trataba con cada acto de dejar en claro su carencia mágica ante las visitantes y señaló las mismas para que tomasen asiento, debían ponerse cómodas para esperar a la arcano, no crecerían por la edad avanzada de cada una así que sería en vano rehusarse. Acto seguido desapareció de la sala dejándolas en completa soledad, si le habían dicho que sí o que no por la bebida le restó importancia pues ella les traería algo igual y por compromiso aceptarían, ¿quién hiere los sentimientos de una anciana, criada, muggle?, estaba por verse.

 

La oficina era silencio, la enorme pecera estaba vacía y el escritorio frente a ellas tenía dos montañas de libros en cada extremo como pilares fortalecidos y en medio unos pequeños cubos de cristal con vegetación reducida y dos bellos especímenes en distintos períodos de su vida. Las alas de una mariposa eran tan verdes como la esmeralda y tan brillantes como la esperanza en su apogeo, enormes y llamativas, las batía con energía pero no se movía de su sitio pues no había salida aparente y luchar contra ello era en vano. Dentro del cubo restante había un capullo a medio abrir ¿de qué color era la mariposa que brotaría después de un proceso minucioso?, eso estaría por verse.

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Claro que no era ella. De igual forma, esbozó una sonrisa y asintió, sin negarse en lo absoluto. Había algo en esa mujer que evitaba que la rubia fuera hostil, quizás su amabilidad, o quizás su aparencia inofensiva. En otra ocasión, con un trato diferente, posiblemente habría reaccionado de una forma un poco distinta. No obstante, cuando miró a la mujer correr dos sillas después de no haber podido recorrer gran parte de la estancia por sí sola, una chispa de curiosidad encendió en lo más profundo de su cabeza un poco de duda. ¿Sería una prueba? Con más habilidad que ella, sostuvo una silla y la colocó convenientemente delante de Agatha, a una distancia prudente.

 

—Gracias por la invitación, un té estaría bien —tomó asiento, cruzando una larga y esbelta pierna sobre la otra.

 

La mujer tenía aspecto latino y eso llamaba más la atención de la Ivashkov, que en un silencio marcado y bien actuado, se cuestionaba quién era esa mujer.

 

—Qué lugar tan interesante —murmuró para sí misma, guiando los ojos a través de la habitación, hasta que se posaron en la jaula—. Iugh.

 

Tan sólo ver las mariposas sus labios se arrugaron en una pequeña expresión de desagrado, al ver las alas batiendo el aire con una entusiasta cantidad de asquerosa desesperación. Los colores vívidos le causaban más repulsión todavía y el ligero sonido de su cuerpo chocando contra el cristal hacía que sintiera la repentina inclinación a huir de la sala. La razón por la que un gusano obtenía alas era un misterio para ella, uno que no quería descubrir, pero era divertido cómo se parecía en parte a lo que debía aprender en la clase de la Arcana. Quizás no era lo que aparentaba, pero tenía que aprender a controlarlo, como una mariposa que se queda en su capullo.

 

Como si no tuviera suficiente con ver a la mariposa en su jaula, se percató de que había un capullo no muy lejos de la criatura y su expresión cambió del desagrado al dolor, ¿por qué? Decidió que no era conveniente seguir mirando si iba a poner semejante cara, revelando la poca gracia que le hacía el bicho, así que regreso la mirada al frente y se encontró con Agatha. Como había pasado antes, se dibujó una sonrisa en su bonito rostro de demonio mientras la observaba. Era difícil definir qué pensaba y nadie lo sabría a ciencia cierta, no a menos que lo dijera, puesto que la Oclumancia mantenía su mente cerrada como una bóveda de alta seguridad.

 

—Disculpe, señora González —llamó de pronto, haciendo que el apellido sonara particularmente extraño en su acento rumano—, ¿puedo hacerle una pregunta?

 

Esperó hasta que la mujer apareció de nuevo y soltó la incógnita.

 

—No sé si sea conveniente preguntarlo, pero usted debe saber —sonrió—. ¿Puedo mirar los libros? Me gusta mucho leer y no he podido evitar que llamaran mi atención, ¿cree que a la Arcana Majlis le moleste?

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Leah también ayudó a la anciana, aunque no la notaba nada cómoda en el gesto. La mujer no demoró en preguntar por la Arcana que debía hallarse en aquel sitio, cuestión que la Gryffindor hubiese dejado para más adelante pues estaba segura de que llegaría en cualquier momento. ¿Cómo luciría? ¿Qué apariencia tiene una arcana que enseña la capacidad de cambiar la apariencia? Era un gran misterio. ¿Cómo acaso sabrían cuando ella estuviese presente?

 

La dama parecía trabajar en el lugar, les dijo que Amara llegaría en breve y les ofreció algo de beber y les pidió que tomaran asiento. Al igual que su inesperada compañera, aceptó un té y procedió a sentarse en la silla que quedó libre para ella, aunque apartándola un poco de la que ya estaba ocupada y quedando casi en frente.

 

Escudriñó alrededor intentado evitar la mirada de Leah, pues no quería responder preguntas, si es que ella intentaba hacerlas. El recinto estaba cargado de cosas interesantes, pero no podía fijarse en nada concreto, pues estaba demasiado ansiosa. Inconscientemente se mordió el labio inferior, mientras trasladaba los ojos por todo sitio sin fijarse en nada concreto.

 

Inevitablemente se encontró con la mirada de la bruja, finalizando sus intentos de ignorarla. No pudo saber lo que cruzaba por su mente, aunque no esperaba nada bueno. Apretó los puños cuando la vio mover los labios para hablar, pero los relajó en cuanto ésta habló, dirigiéndose hacia la anciana y no hacia ella. Le pedía ojear los libros pertenecientes a la Arcana. No pudo evitar entreabrir la boca por la sorpresa, pues nunca se le habría ocurrido hacer algo así.

 

Aprovechó la aparición de la mujer para su propio intento de escape de la espera.

 

-¿Puedo ayudarla con el té?- se le ocurrió la alternativa para evitar estar a solas con aquella mortífaga.

Editado por Agatha Haughton Malfoy

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En una pequeña sala contigua tomó dos tazas, una tetera y preparó todo sobre una brillante y pulida bandeja de plata, deseaba recibir a ambas mujeres como éstas más merecieran y quizás tomarse la clase con parsimonia pues estaba ligeramente agotada por la recién finalizada prueba anterior. El té bullía caliente dentro de la porcelana y un pequeño plato con flores pintadas en acuarela contenía unas pocas galletas, quería que la espera fuese óptima más no alcanzó a tomar la bandeja con ambas manos curtidas que tuvo que dejarla al oír que Leah la llamaba, ella no olvida una voz luego de escucharla por primera vez así que sin verle las caras sabía cuál de sus alumnas clamaba y se asomó, —¿diga, querida?— exclamó nuevamente con su marcado inglés salvo que la palabra querida fue en un perfecto español, se le había escapado.

 

Le pareció curioso el pedido de la mujer pero tampoco imposible por lo que negó a la pregunta de Agatha y regresó rápidamente para tomar todos los cacharros con la respuesta en la punta de la lengua, —Dudo que la arcano se enfade si toma alguno de sus libros, solo procure dejarlo donde lo encontró y nada pasará— sonrió como lo haría una abuela cumpliendo los caprichos de sus pequeños nietos y dejó la bandeja de plata sobre el escritorio topando suavemente los cubos de cristal donde se hallaban las mariposas y éstos se abrieron sin más, sin hacer ruido alguno, sin que nadie lo notase.

 

El capullo inmóvil se quedó, por el contrario la mariposa de alas esmeralda revoloteó enérgica sintiendo el aire fresco de la habitación y la libertad pura a su alrededor, tan pronto como lo logró se posó sobre la melena dorada de Leah. Justina sonrió de lado y al voltear simplemente señaló el trayecto del insecto tratando de llamar la atención de la demonio carraspeando un poco pues aun ésta no notaba absolutamente nada, —Disculpa, tienes una......— rozó el cabello con el dorso de sus dedos y aguardó a que la mariposa se posara sobre éstos pero para entonces el amarillo desapareció por completo y ahora Ivashkov modelaba un llamativo color verde, similar al de sus ojos, parecido al de las alas.

 

No les dio tiempo a reaccionar, ni siquiera fue capaz de chillar al verse las puntas del cabello porque sus ojos estarían puestos en la transformación de la señor González, repentinamente su estatura cambió y pasó a ser casi tan alta como la afectada y Agatha, dio un paso atrás para no darle la espalda a ésta justo cuando su piel se volvió tersa, suave y tan blanca como la porcelana. Sus ojos eran de un tono tan azul como el vestido que ahora reemplazaba su traje anterior de ama de llaves y su cabellera era un poco más corta y de un castaño claro como también lo serían sus ojos si no se afanase en colocarlos de su color preferido.

 

—Bienvenidas, Agatha...— se inclinó ante Gryffindor y volteó a ver a la mujer que controlaba sus nervios, —...Leah— agregó repitiendo la reverencia pero al recobrar su postura no apartó la mirada ni se excusó por lo que había hecho, sabía internamente que la mujer había sospechado casi desde un principio sobre su verdadera identidad así que, y como se había propuesto hacer la clase más tranquila, comenzó con un pequeño truco a develar. —¿Crees ser capaz de regresar el color natural a tu cabello— cuestionó cruzándose de brazos mientras la mariposa regresaba a su caja de cristal y un par de alas carmesí a penas asomaban del capullo al que nadie parecía prestarle atención.

 

—¿Crees tú Agatha poder darle otra tonalidad a tu cabello, una quizás que creyeras sentaría mejor contigo?— Escudriñó el rostro de la bruja, había un enigma en su mirada que le desafiaba a cada segundo y Amara no era alguien que se dejase vencer por los desafíos.

 

 

 

 

 

 

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—Muchas gracias —respondió a la mujer, posando la vista en la bandeja con el té y las galletas a un lado.

 

Las costumbres inglesas se pegaban con rapidez a una cultura como la suya, más estricta, asi que no fue ninguna sorpresa que de verdad encontrara apetitoso el plato de galletas junto a la taza que había elegido antes de tomar. Tan solo había estirado la mano, inclinando ligeramente la espalda, cuando la mujer llamó su atención y ella se quedó muy quieta, viendo cómo le acercaba los dedos al cabello. Por un momento pensó que era algún tipo de fascinación por su melena, cosa que veía extraña cuando no provenía de Juliene, hasta que sintió que algo se despegaba lentamente de las hebras doradas para pasar a otro lado.

 

Palideció.

 

No estaba muy segura de qué alarmarse más, si del hecho de que había tenido un bicho volador tan asqueroso como aquél pegado en el cabello o de que su cabello ya no era rubio, sino de un verde brillante. Lo había notado porque al estar medio inclinada, algunos mechones rebeldes se metían dentro de su visión periférica. Pestañeó, recobrando la compostura tan pronto como si nada hubiera pasado y agradeció en voz baja a la mujer latina, acabando el movimiento para tomar la taza de té y hacerse con una galleta. Tenía un sabor amargo en la boca, quizás las ganas de vomitar habían llegado muy lejos.

 

Tragó, le dio un trago al líquido con sabor a menta y se llevó la galleta a la boca medio perdida en el tiempo y el espacio, aún medio en shock por el asunto de la mariposa. Razón por la cual casi no miró la transformación de la mujer en Arcana. Vio lo justo, cómo su piel se tensaba y cómo la apariencia se hacía mucho más vistosa que antes. Sonrió con suficiencia, rompiendo la galleta en dos con los dientes como si fuera un premio por su habilidad deductiva. Había acertado, los Arcanos nunca tenían ayudantes. Sólo con la mención del tema de su cabello, cayó en cuenta del cambio de color.

 

—Soy capaz de regresar mi cabello a su tonalidad real, Arcana Majlis —realizó una ligera reverencia ante ella, aún sentada, pero con una sonrisa inteligente iluminando su rostro—. Sólo necesito saber cómo.

 

Con cautela, dio otro sorbo al té de menta sin hacer el más mínimo ruido, dejó la taza en su lugar y se puso en pie con elegancia, avanzando hacia la mesa llena de libros. Una rápida mirada y captó uno que llamó su atención.

 

—¿Puedo encontrar algo en los Principios de la Metamorfomagia que resulte útil en estos casos? —nunca le había dado la espalda a su maestra, en realidad tenía una extraña habilidad para ser educada en todo momento con quien quería serlo. En cambio había obviado casi por completo a Agatha—. Podría usar mi mente, creer que soy capaz de cambiarlo usando una fuerza mayor a la transfiguración avanzada que se aprende en Transformación. Una especie de convicción.

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La negativa ante la posibilidad de ayudarla desvaneció su posibilidad de escapar del recinto. Resopló un poco y volvió a acomodarse en su silla, viendo como el pedido de su compañera sí era pedido de mucha mejor manera. Se cruzó de brazos, no estaba molesta sino incómoda. Hizo un ademán de incorporarse cuando la anciana se acercó con la bandeja, mas esta la colocó en la mesa sin mayores problemas, apenas moviendo los cubos de muestra que allí se encontraban.

 

Pudo notar el colorido movimiento repentino, y supo que no todo estaba tan bien como pensaba. Ya se había puesto en evidencia el desagrado de Leah por aquellos insectos, y ahora la trayectoria de la mariposa había ido directo a su cabello. Fue asombroso ver frente a sus ojos como la rubia melena de la mortífaga cambiaba a una tonalidad verde y muy llamativa, que hacía juego con las alas de la pequeña criatura.

 

Creyó que Leah iba a entrar en un estado de histeria, tanto por el cambio como por la cercanía con aquella mariposa que, pronto pasó a las manos de la anciana. Pero ella no tuvo tiempo de reaccionar, pues frente a sus ojos su anfitriona cambió por completo. Pronto estaban frente a una dama de blanca tez y ojos azules e intensos. Se quedó boquiabierta contemplando cada rasgo de la que enseguida supieron que era la arcana del conocimiento que ambas querían adquirir.

 

La dama les dio la bienvenida y desafió a Leah a regresar al color original de su cabello. Solo entonces la Gryffindor la observó, esperando el truco repentino, pero Amara siguió hablando, esta vez hacia ella. Su pregunta fue reveladora, pues supo enseguida que la arcana sabía que aquella apariencia no era la suya y la invitaba a tomar un color que le sentase mejor.

 

Notó que sus ojos se empañaban mientras sostenía la mirada de la dama. Ya Leah había asegurado que quería aprender, ahora era su turno. Llevó rápidamente una mano a sus ojos para enjugar las lágrimas que intentaban escapar y recuperó de inmediato la compostura.

 

- Sí, creo que podré lograrlo… de lo contrario no estaría aquí- murmuró con la voz quebrada y prestó atención a lo que Leah estaba diciendo.

 

Ella hablaba de libros y conocimientos, de usar la mente y combinar lo que ya sabía sobre transformación, sin embargo todo aquello sonaba tan vacío. Sabía que su compañera tenía tanta capacidad, sino más, que ella, no obstante estaba siendo demasiado cerebral, o eso suponía.

 

-¿Se trata de libros y teorías? – era un pensamiento que acababa de expresar sin quererlo, frunció el ceño algo avergonzada y se encogió de hombros.

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—Cualquier libro en ésta habitación puede ayudarte a devolver tu cabello a la normalidad. Así como te pueden enseñar a preparar una buena salsa o te pueden guiar a un tesoro perdido en alguna desolada parte del mundo más sin el elemento fundamental la teoría se vuelve un estorbo en la mente.

 

Majlis sonrió de lado por la iniciativa de su alumna así como por las palabras que al parecer Agatha no había logrado contener en su boca. No creía demás el comentario, incluso lo sentía idóneo, éste se acoplaba a lo que ella misma acababa de decir casi de forma perfecta por lo que esperó, si realmente quería hacerlo, a que Leah encontrase algún párrafo que le llamase la atención mientras caminaba por toda la habitación principal para no darle la espalda a ninguna, al parecer pronto tendría una nueva alumna, antes de que el dúo arribase le había llegado una segunda carta pero ésta vez del Director Elvis Gryffindor así que trataría de ralentizar las cosas para llevar un trío al campo y no tener que saltar de un punto al otro de forma cansina.

 

—No se trata de una especie de convicción, en menor medida tampoco de creer sino de estar seguro y confiado de poder hacerlo. Confiar en la magia que reside en ti tanto como solventar la seguridad para realizar el cambio. Vamos Leah, deja ese libro y ven aquí, ven— La llamó con un ademán, —Cierra los ojos, siente tu magia bullir.

 

Esperaba que en sus palabras se incluyera la respuesta para Agatha y que ésta tratase de buscar en su interior lo que tanto deseaba y poco a poco pudiese ir sacándolo a flote. La ayudaría hasta donde sus años sabios pudieran y supieran, la detendrían de ser necesario y la alentarían lo máximo posible pues había una bondad nata reflejada en sus ojos que le causaban cierta ternura, eran como la mariposa que trataba de romper el capullo para demostrarle al mundo entero su verdadera hermosura, su rostro. Muy por el contrario, la esencia de Ivashkov y su forma de imponerse con cada paso le permitía saber la clase de persona que era, el poder que albergaba en su interior pero la falta de seguridad que tenía para poder darle rienda suelta sin temor alguno.

 

—No siempre los libros podrán ayudarte.

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En un principio se sintió desilusionada ¿la respuesta estaba en los libros? Los miró resignada mientras oía hablar a Amara, prestando atención a cada palabra pero al mismo tiempo intentando descubrir los títulos de cada uno de ellos desde su perspectiva. No iba a acercarse a Leah y era ella la que tenía una buena ubicación para recorrer a placer cada uno de los tomos. El silencio se hizo eterno. Se cruzó de brazos e intentó estirarse desde su sitio, moviendo los labios al intentar leer cada letra que adivinaba.

Cuando por fin la Arcana habló, se sintió un poco mejor. Sonrió, aunque no queriendo mostrarse pedante o algo así, retomó la seriedad enseguida, prestando absoluta atención a lo que les decía su mentora. No era en absoluto mal intencionada, de hecho no le caía nada bien la gente que se mostraba soberbia ante el resto.

Supo que, si bien solo se dirigía a su compañera, la mujer les hablaba a ambas. Algo en sus palabras le dio una confianza con la que no contaba hasta el momento. Sabía que antes Agatha había cambiado el color de su cabello y su fisionomía a voluntad y ahora quería empezar a recobrar su verdadera apariencia. Y podía hacerlo, esa habilidad estaba allí, latente y a la espera de que se reencontrase con quien era.

Cerró los ojos, como si fuese necesario y se imaginó como era antes. Supo que para empezar un cambio completo sería imposible, así que solo se centró en lo que la arcana pedía: su cabello. Era rubio con definidos rizos en la actualidad, pero tiempo atrás había tenido otra apariencia. Lo vio en ella, del oscuro castaño que tanto añoraba, con su despeinada e indefinida forma. Sintió un cosquilleo en su pecho y su estómago, ansiaba regresar en algo a su normalidad.

Por fin, se atrevió a abrir lentamente los ojos, tomando inconsciente un mechón de su cabello para ponerlo ante sus ojos. ¡Lo había logrado!

 

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Torció el gesto apenas un poco, sin que se reflejara en ningún otro aspecto de su cuerpo, antes de dejar el libro y acercarse a la Arcana. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer, porque había leído lo poco que había encontrado en libros que no estaban permitidos en Beauxbatons y otro tanto que había estado buscando en las estanterías privadas de Hogwarts. El problema estaba precisamente en que esa clase de libros era casi imposible de encontrar, prohibidos en muchos casos y ocultos en muchos otros. Su curiosidad iba mucho más allá del conocimiento, era algo que ella misma no podía explicarse.

 

Quizás después podría echarle un vistazo a las páginas viejas de aquél tomo y deleitarse con lo que el escritor había plasmado en pergamino hacía quién sabe cuánto tiempo. Cuando llegó ante la mujer, seguía con esa idea en la cabeza y agradecía en algún lugar el poder tener cada pensamiento protegido por lo aprendido en Oclumancia. Sólo dejó de pensarlo cuando un mechón verde osciló en su hombro, lanzando un destello verde hacia sus ojos y haciendo que frunciera ligeramente el ceño. Si bien no le molestaba el cambio, extrañaba sus hebras doradas.

 

—Lo sé, Arcana Majlis —concluyó, cerrando los ojos.

 

Sería un proceso largo.

 

Concentrarse no era ninguna novedad para una bruja de su nivel, con la cantidad de poder que corría en sus venas y sus altos conocimientos en distintas áreas. Tenía como ventaja cada una de las cosas que había ido aprendiendo con el paso de tiempo y aunque nunca había hecho algo similar, sabía que no podía hacer nada sin un poco de convicción. Ella iba a lograrlo y eso era todo. Aspiró por la nariz, como si el oxígeno fuera una fuente de energía más grande de lo que era en realidad y lo retuvo ahí, durante un momento antes de encontrar lo que estaba buscando.

 

No podía simplemente concentrarse y cambiar, era algo mucho más profundo. Abrió los ojos, asintiendo como si Amara fuera capaz de saber qué era lo que hacía sin que dijera una palabra y soltó el aire. Había una conexión con su cuerpo que era imposible ignorar, algo que tenía que no había notado antes por pura distracción. Podía sentir cada extremidad, cada músculo, cada hueso y ubicarlo perfectamente en lo que parecía un plano mental. Asimismo, todo lo externo, como si fuera mucho más consciente de qué había ahí. Su meta era el cabello y su convicción era hacerlo rubio dorado de nuevo, llevarlo a la normalidad

 

En un principio no sucedió nada, dejando a la mujer con el cabello verde y una expresión difícil de clasificar. Pero poco a poco una de sus cejas fue descendiendo hasta formar una pequeña arruga en medio de su frente, que se acentuaba a medida que iba poniendo un poco más de magia en su anatomía. Moldear la energía no era sencillo, incluso para alguien que manejara la transfiguración avanzada, y darle forma únicamente a una sección de su anatomía parecía lo más complicado. Le preocupaba terminar amarilla por completo. Pero ella no podía verse, solo sentir y concentrarse, así que poco a poco cada mechón fue cambiando lentamente de un verde potente a un rubio dorado brillante. Cuando acabó, tenía una ligera jaqueca y la creencia de que si soltaba el vínculo que había creado, el color regresaría. Pero no lo hizo.

 

—Vaya —murmuró, mirando el cabello en su hombro y tomó asiento otra vez, haciéndose con el té para calmar los latidos que escuchaba en la cabeza—, eso ha sido interesante.

 

Miró a Agatha con aburrimiento y luego regresó los ojos a Amara, mientras daba un sorbo mudo a la bebida caliente. Se sintió mejor de inmediato.

 

—Es más complicado de lo que imaginé —pestañeó varias veces, ladeando la cabeza—. Tengo una duda. El cuerpo reacciona a lo que indico con mi magia, ¿es posible que de alguna forma logren detectar a un Metamorfomago? ¿Hay algún registro de Metamorfomagos?

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